domingo, 24 de diciembre de 2023

Adolfo y la página en blanco

     Adolfo ha conseguido vivir de lo que escribe, que ya es todo un privilegio sin hacer concesiones ni acoplarse a ninguna moda, sin tener que ganar el Planeta y sin ser columnista ni contertulio. Ni él mismo se lo imaginaba cuando empezó  años atrás publicando una primera novela que hablaba de dos personas que se divorciaban y que vertían en ese divorcio todo el odio que habían conseguido acumular el uno contra el otro en los veinte años de matrimonio, y que por su puesto acababa mal. Una trama simple que, sorprendentemente, se vendió lo suficiente para garantizarle cierta notoriedad y un goloso contrato con una editorial experta en campañas de marketing y superventas, y no tanto en literatura. 

   A la pareja divorciada y enrabietada le sucedió la historia de un hombre solitario que convivía con el cadáver de su perro embalsamado y al que cotidianamente le servía la comida hasta que también murió él mismo y nadie se enteró prque nadie lo echaba de menos. Tanto se vendió este libro que se permitió usar el mismo argumento cinco años después en un momento de sequía imaginativa adaptándolo a una mujer añosa con gato; el felino heredaba todos sus abundantes bienes con el consiguiente enfado de los herederos naturales, apartados a favor del gato; de esta trama hasta hicieron una miniserie televisiva. 

   Otro bombazo fue uno que hablaba de la muerte de un novio cuando iba camino del altar, el mismísimo día de su boda, y como la novia se casaba al año siguiente con su mejor amigo.  Con este se permitió hasta hacer una precuela donde el amigo relataba cuán enamorado estaba de la novia ajena diez años atrás y cómo fue tan buen amigo que jamás se interpuso entre ellos. De esta banalidad novelera salieron diez ediciones y un premio de los lectores de una cadena de grandes almacenes, Adolfo estaba a punto de tocar el cielo literario con sus manos y, todo ello, con unas historias simplísimas que tenían un solo denominador común: la desgracia ajena; porque todos los personajes de Adolfo se divorciaban trágicamente, se arruinaban, cometían errores imperdonables, padecían enfermedades incurables y perdían a sus familiares en circunstancias a menudo absurdas. Se había convertido en un maestro de la descripción de las emociones negativas, el dolor, el resentimiento y los pensamientos suicidas, y todo ello sin buscarlo a propósito, y sin ser una persona particularmente desgraciada ni reconcomida.

   Buscando tema para un nuevo libro, y consultando con  José Luis, su editor y artífice del mucho dinero ganado hasta entonces, se le ocurrió proponerle cambiar de tercio: soy ya un escritor consagrado, tengo un público fiel y estoy harto de narrar desgracias, qué te parece si escribo sobre un grupo de jóvenes que dejan las grandes ciudades, se juntan a vivir en un pueblo de Los Monegros y desde allí montan una web para buscar soluciones que hagan felices a las personas? Mientras nuestro autor desgrana esta y otras ideas posibles todas en torno a la felicidad y sus circunstancias, a José Luis se le está acelerando el pulso por minutos.

- Escribir sobre la felicidad? Lo dices en serio? No se te ocurre otra cosa mejor? 

- Es que me estoy quedando seco de ideas, ten en cuenta que todos esos dramones sobre los que he escrito eran historias de gente a quien he conocido; y  lo que no ha ocurrido ha terminado ocurriendo. A veces creo que soy un pájaro de mal agüero.

- Pues no sé, chico, inspírate en la Navidad, que ya es bastante triste ella misma; quizás una protagonista que en vez de meter el pavo en el horno mete ella misma la cabeza y le fastidia la comida navideña a toda la familia. no está mal la idea eh? Luego tú con tu talento la rellenas y la mejoras; y ya tenemos otro libro que se venderá como churros.

- José Luis...Eso te lo conté yo y le ocurrió a una de las vecinas de mi madre, sus hijas llevan años acudiendo a un terapeuta y el marido murió al año siguiente de pena infinita, no sé si voy a atreverme...

- Pues ya sabes, ponte con ello, ponle un poco de sangre y una señora policía psicópata que no habla con nadie, que son dos cosas que juntas venden mucho; y aplícate para que lo saquemos para octubre y llegue al Corte Inglés para diciembre y, justamente, que se venda por Navidad. Escribir sobre la felicidad, a quién se le ocurre!...

   Se nos ocurre a muchos, porque en Navidad, con un poco de suerte, una parte considerable de esta desquiciada raza humana pone el cerebro en remojo y le da una tregua al alma. Y a la otra parte que no lo hace, que les lluevan las siete plagas de Egipto sin misericordia. A ustedes mis lectores, feliz Navidad, por supuesto. 

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viernes, 23 de diciembre de 2022

Esos ausentes tan presentes.

 - Buenos días Elisa! Ya te echábamos de menos, te hemos guardado la cola de merluza que ha llegado hoy; un poco grande para uno solo, pero bueno, te la llevas? Mira que dentro de  diez días te va a costar el doble.

- Buenos días Eusebio, gracias por guardarme la merluza, la voy a hacer rellena, así que mejor que sea grandecita. Me la guarda usted un rato que voy a pasar por la frutería? Y acuérdese que el 23 vendré pronto a por unos langostinos, gordos, si es posible.

- Claro Elisa!  Dos docenas? Tienes invitados este año? 

- Una docena bastará Eusebio, en la mesa estaremos los de siempre. Le pago la merluza ahora, que tenga buen día. 

   Y Elisa, de natural más dicharachera, corta el dialogo con el pescadero inquisidor que quiere saber cuantos comensales se sentarán en su mesa el día de Navidad. De esta Navidad que, a pesar de no ser esperada y menos aun deseada, viene puntualmente a la cita, sin apiadarse de todos los que están solos o incluso mal acompañados; de los que no pueden celebrar o de los que pueden y no quieren; de los que celebraban poco pero bien acompañados y ahora celebran igual de poco y encima, en soledad. Esta Navidad que no se apiada de quienes echan de menos, de quienes tienen de más ni de quienes esperan quedarse como están. Elisa, clarividente como es, sabe que llegará ese 24 en el que pondrá la mesa, no ya con tres platos como puso muchos años hasta que el año pasado se marchó el hijo a hacer las américas; tampoco con seis, como otros tantos años en los que los muy mayores de la casa estaban a su cargo; y menos con diez o doce servicios,  como cuando era parte de una familia numerosa como tantas que había y donde se practicaba la esclavitud infantil que ponía mesas y fregaba vajillas a cambio de doble ración de polvorones. 

    Va a poner la mesa para dos, con su vajilla mejor, con el mantel de lino rosa palo y los dichosos cubiertos de plata que hay que limpiar antes de usar porque se ennegrecen de no utilizarse. Va a poner las copas de bohemia que le gustan a Leonardo, también con lavado previo y secado lento para que no les queden restos; y los bajoplatos, que no ennegrecen porque son de alpaca y los compró Leonardo en un anticuario belga cuando visitaron la capital de Europa porque el niño estaba allí de Erasmus. Vaya trasto inútil  el de los bajoplatos, pero a Leonardo le gustan, dice que visten mucho la mesa. Y habrá que ponerse ya el día antes a hervir el consomé, y pasar a recoger los dichosos langostinos donde Eusebio, ese pescadero cotilla que tiene que saber siempre cuántos vienen a cenar. "Si no hay langostinos, no es Nochebuena" dice Leonardo, que durante años padeció los langostinos congelados de su madre, que mantenía contra viento y marea que estaban tan buenos que no se notaba la diferencia con los frescos. La merluza rellena es una gaita prepararla, pero es tradición de esta casa y si sobra se recalienta. De postre una macedonia casera, y turrones para el que los quiera, que no es su caso, les tenía manía ya de niña y no digamos al mazapán, ese tiene la entrada prohibida en esta casa. El champán ya lleva días en la nevera porque es lo que bebemos Leonardo y yo una vez al año, que el cava nos produce acidez y nos gusta poco;  sin meternos en la eterna polémica de si es catalán , que es lo de menos.

   Y así, a bote pronto, no falta nada de esta intendencia familiar que los hombres necesitan apuntar en mil notas y papelitos y las mujeres se saben de memoria a fuerza de repetirla un año y otro y otro más. Será esta una primera Navidad de una lista de muchas que vendrán y seguirán la misma intendencia, la misma rutina y la misma mesa puesta con bajoplatos. A un lado de esa mesa con mantel de lino rosa, ella misma y en frente, una foto de Leonardo mirando al mar en una playa del sur. Un poco más al fondo y sobre una repisa, sus cenizas, que están esperando a que Elisa junte fuerzas para repartirlas por los tres sitios que él le indicó en su testamento. Si quieren ustedes saber algo más de esta historia, hay una chica salmantina que escribe, y la incluyó en un libro titulado "Los cuentos de la plaga y otras historias por contar"; el cuento se llamaba "Las cenizas de Leonardo" páginas  81 a la 85; vayan ustedes ahí a repasarlo y tener más detalles. Será la primera de una nueva serie de navidades donde la presencia del ausente tenga derecho a plato, copa de bohemia, cubierto de plata y champán. Y este año, incluso a media docena de langostinos frescos y un plato de merluza rellena. Para otro año ya veremos; y para siempre, ahí estará Leonardo vigilando a Elisa, para que no se le olvide poner los bajoplatos por mucha pereza que le de sacarlos de la alacena. 

    Y ustedes, si están poniendo la mesa o lo tienen pendiente para esta noche, no olviden poner un cubierto para sus ausentes, esos que siempre, eterna y empecinadamente,  están presentes. No sean perezosos ni se refugien en su pena rechazando el hecho navideño que no apetece por nostálgico y triste; a los que faltan, seguramente les gustaría que ustedes siguieran celebrando.  No se sabe desde qué atalaya nos miran, ni siquiera si son capaces de hacerlo; no se sabe qué comen, qué beben y no vendrán a cenar por mucho que les guste el turrón. Pero ustedes invítenles a compartir mesa, mantel y recuerdos, no olviden brindar a su salud, vestirse bien y recordar otras cenas, otros años y otros brindis llenos de felicidad; solo así podremos tener la garantía de que, de alguna manera, siguen viviendo  en la memoria, que  también es un lugar. 

   Feliz Navidad, lectores. Sigue siendo un placer escribir para todos ustedes...Y sus ausentes.