martes, 28 de enero de 2014

Cien años atrás

   En pocos días voy a dejar de saludar a golpe de "feliz Año Nuevo", porque se va a terminar enero y este año va a dejar de ser el año nuevo para ser un conocido al que invitamos todos los días a sentarse con nosotros a la mesa. 

    2014, no es un año cualquiera, y tal año como éste, cien años atrás, empezó una guerra de la que ya ni quedan supervivientes para contarla. Una guerra que a los españoles nos suena lejana y peliculera; librada a golpe de bayoneta y trinchera, cuando la máquina de matar aún no se ponía en marcha con un teléfono móvil ni con un circuito digital. Una guerra de la que sabemos poco en general y que hemos estudiado aún menos, comparada con su hermana pequeña, la Segunda Guerra Mundial, pero que fue igualmente una carnicería de millones de muertos y que además da título a una novela de Ken Follett que ardo en deseos de leer.

    Ardo en deseos de leer a Ken Follett porque quiero que alguien me explique de forma novelada (y él es un maestro) un episodio de la historia que tantas veces en mi otra vida de historiadora estudié sin entender ni un pimiento. Y sobre todo, ardo en deseos de entender el mundo de 1914, porque me da la impresión que se parece peligrosamente a este mundo del 2014; es más, creo que los años que precedieron a la gran guerra del 14 se parecen bastante más a los nuestros (que esperemos que no sean los precedentes de nada así de tremendo) que los que desembocaron  en la guerra del '39.

    Veo en aquellos años previos a 1914 una Europa en busca de su protagonismo perdido, en un mundo del que ya entonces se decía que comenzaba a ser global, sin imaginarse lo que de globalidad nos  vendría después. Veo en aquellos años una obsesión enfermiza por trazar fronteras y exigir documentos para cruzarlas, cosa que hasta pocos años antes era impensable; y veo que ya entonces existía un nacionalismo cateto y radical que crecía y engordaba con el odio sistemático por todo lo que venía de fuera. Si me apuran, sin Internet, sin Google y sin teléfono móvil, es más o menos el panorama de la actualidad...
 
    Fueron los primeros años del siglo XX los de la Revolución Industrial perfeccionada; años de sobreproducción y de excedentes, de creerse todos nuevos ricos y pensar que el crecimiento económico era una magnitud infinita e inconmesurable; años en los que las máquinas se apoderaron de las fábricas dejando a una atónita población de obreros en la calle, sin pan y sin trabajo y a merced de cuantos exaltados vinieran a convencerlos, mecanismo que luego algunos avispados, de nombre Hitler y Mussolini supieron explotar convenientemente. La cosa estaba tan podrida y la crisis se antojaba tan irresoluble que bastó una nimiedad como el asesinato de un archiduque austriaco (como si no hubiera más de repuesto) para prender la mecha. Y la guerra siempre es una buena manera de pulir la tecnología, sacrificar los excedentes de población y dar salida a las ambiciones de cuatro locos a la vez que la economía se vuelve a reactivar. El problema es que en el 2014 hay que intentar resolver la crisis y salir adelante sin recurrir a un conflicto bélico...seremos capaces? O será verdad aquel silogismo que mi padre adoraba y que decía "siempre que ocurre igual, sucede lo mismo"?

martes, 21 de enero de 2014

Mario y yo

    Ya lo dije hace unas semanas: lo peor de la Navidad de este año no fueron ni las comilonas ni los parientes, ni siquiera la lluvia que sin piedad me cayó encima durante doce días: lo peor fue que pasé esos mismos doce días leyendo una mala novela y eso, a estas alturas de mi vida lectora, me enoja  profundamente. 

    Y ya les avisé que a semejante error iba a  ponerle pronto remedio, porque el mal sabor de boca que nos deja a los lectores una mala novela es casi igual que el que nos dejaba el jarabe de la tos de nuestra infancia. Y para remedio, lo mejor es recurrir a los valores seguros, igual que después del jarabe de la tos nuestra madre nos daba un trozo de chocolate (otro valor seguro); porque dos malas novelas seguidas pueden llevarte al cese temporal de la lectura!  En mi lista de esos valores seguros he escogido "El héroe discreto" de Vargas Llosa, sabiendo desde la primera página que no me iba a equivocar, porque Mario me acompaña con sus libros desde que a los diecisiete años mi padre me regalara "La ciudad y los perros" y me dejase prendada. En aquel entonces el gran éxito de Vargas Llosa era "Pantaleon y las visitadoras", que probablemente mi padre estaba leyendo y que, por motivos obvios pensó que no era muy recomendable para una criatura...de las de diecisiete años de entonces. Las de ahora ya se saben de memoria las cincuenta sombras esas.
 
    Cuando no quiero equivocarme con las novelas, Mario nunca me ha fallado, y si no tengo ninguna nueva me releo las antiguas; y mira que el personaje tiene sus aristas! pero no hay nada que hacer: mi admiración por el escritor es mucho más grande que mi aversión por el opinador (léase mi entrada de mayo de 2012 "Cinco minutos con Mario") y quizás en eso, y en la domesticación del lenguaje, resida la grandeza de Vargas Llosa: uno es capaz de olvidar las mil cosas que no te gustan de él, o las que suelta por su boca para disfrutar de su palabra escrita y novelada, para mí, la del mejor escritor vivo en lengua castellana. 
 
    A veces cuando leo las novelas de Vargas Llosa sueño que soy yo quien las escribe, como cuando un niño que conduce un auto de choque sueña que es Fernando Alonso. La cruda realidad es que no lo soy, y estas pocas líneas escritas con esfuerzo un par de veces por semana me ponen en mi sitio. Está clarísimo que yo no soy Mario, y para hacer más pequeño el abismo literario que nos separa a veces intento compararme con él en muchas facetas de su vida y me cuento unas cuantas verdades a medias para consolarme. 
 
    Por ejemplo: Mario es atractivo, pero viejo, y yo noy atractiva, pero soy  bastante más joven que él. Mario se ha casado dos veces, una con su tía y otra con su prima: yo sólo una (y espero que sea la única) y no tengo ningún abuelo en común con mi cónyuge. Mario es ultraliberal y en su juventud y primera madurez fue comunista lo cual, bien mirado, es prueba de cierta empanada mental; yo he sido bastante más coherente con mis ideas, que les voy a ahorrar, aunque basta que me lean para que me entiendan. Mario quiso una vez ser presidente de su país, yo quiero que en mi país haya un presidente; a Mario le piden su opinión en las tertulias, los foros y los periódicos, yo doy mi opinión en todos esos sitios sin que me la pidan. Mario vive en Nueva York, Londres y Madrid y no tiene que recoger la casa cuando va de una ciudad a otra, yo soy expatriada de oficio y cuando me mudo de una casa a otra me paso un día entero quitando y poniendo cosas. Mario ha ganado el premio Nobel y yo una vez gané un concurso de cuentos; a él le dan todos los galardones a los que se presenta y yo llegué a semifinalista del concurso de redacción de la Coca-Cola. 

    Ya ven ustedes que, con semejantes diferencias, es muy difícil que de mi pluma, por mucho que sueñe despierta, salga algo que se parezca a lo que sale de la de Mario. Esta burda comparación que les acabo de largar quizás me sirva de consuelo para mi falta de talento literario. Y que conste que sí hay una cosa en la que Mario y yo estamos de acuerdo: Cuba es una dictadura y Fidel Castro un tirano, y los que callan una verdad como ésta no merecen seguir estando tocados por las musas literarias. Quizás por eso García Márquez haya dejado de escribir...Yo, mientras tanto, persevero. 

jueves, 16 de enero de 2014

Viven!

    En octubre de 1972 un grupo de jóvenes uruguayos, miembros de un club de rugby, se estrellaron con su avión en los Andes, les dieron por desaparecidos y sobrevivieron (los que pudieron) en aquel desierto de nieve durante dos meses comiéndose los cadáveres de sus compañeros muertos. Aquella hazaña quedó recogida para la posteridad en un libro que yo leí en mi adolescencia y me dejó marcada, se llamaba "Viven!". Y más tarde, en 1993, dio lugar a una película de Hollywood, menos sobrecogedora y más peliculera, si se me permite la expresión redundante.  Hace unos meses vi en un programa de la BBC  a uno de los supervivientes relatando sus recuerdos de la experiencia que ahora intenta rentabilizar como "coach" para empresas, un señor ya madurito llamado Roberto Canessa que cuando le preguntaban cómo hizo para mantener alta la moral y sacar la fuerza necesaria para salir de aquel infierno (él fue uno de los tres supervivientes que logró salir de la cordillera y acudir en busca de ayuda) dijo: "cada noche conjugaba el verbo vivir en todos sus tiempos verbales". Les dejo unas imágenes de un documental rodado años después con los protagonistas,  por si les pica la curiosidad:



    Siguiendo con este tema  de la supervivencia, hace unos años, una mujer admirable llamada Simone Veil publicaba sus memorias. Fue, como tantos otros judíos, víctima de las persecuciones y deportada a un campo de concentración junto a su familia, que prácticamente desapareció allí. Ella sólo tenía 16 años, sobrevivió y tuvo en Francia una muy intensa carrera política que culminó más tarde siendo la primera presidenta del Parlamento Europeo. También pude verla en una entrevista cuando publicó sus memorias y el periodista se obcecaba en preguntarle cómo había hecho para sobrevivir en el campo de concentración; ella respondió que simplemente no había llegado su momento y que en aquel entonces, la incosciencia juvenil le impidió compadecerse de sí misma y verse como una víctma destinada a morir, pero que cuando se dio cuenta de verdad que era una superviviente fue cuando años más tarde, y a punto de promulgarse en Francia la primera ley del aborto (1975) que ella sacó adelante como ministro de sanidad, la gente la llamaba asesina por la calle.

    No se muy bien cómo explicarles la elección de estos dos ejemplos y el porqué. Será porque  últimamente veo demasiadas historias en la prensa, y alguna que otra en la vida real de gente que se pelea por apartarse del camino de la muerte con todas sus ganas y me parecen todos admirables. Será porque esta mañana la radio me ha contado que además de vivir en un país donde la eutanasia está autorizada, resulta que es el país europeo con más suicidios por habitante... Será porque me gustaría parecerme a Woody Allen y tener su genio para contar estas obsesiones en clave de humor y no lo tengo, a saber. Será porque vivir es peligroso y  sobrevivir admirable. Y será porque esta semana me he dado cuenta que se puede conjugar el verbo "vivir" en todos sus tiempos y personas, pero que el participio pasado es "muerto"...brrrrrrrrr!!!!

jueves, 9 de enero de 2014

Lee y conducirás

    He pasado la Navidad bajo una borrasca, en un lugar de la estepa castellana donde lo suyo es el clima continental, aquel que nos enseñaron en el colegio que consistía en inviernos fríos, soleados y sin lluvia; pero como la tierra está menopausica, nada de ésto se ha cumplido y yo me he pasado mis vacaciones viendo llover desde mi ventana. Y haciendo planes de interior, que en mi caso significa libros, películas y botellas de vino y raciones de jamón en compañía de amigos y parientes; francamente, conozco planes peores, y no me quejo de mi suerte si no fuera porque en el capítulo libros me ha tocado esta vez leerme una mala novela. Y como yo pertenezco a la generación de los lectores y no a los de tocadores de pantallas, me he tragado sus 539 páginas a pesar de que cuanto más avnazaba, peor me parecía. Les digo cuál es para evitarles el suplicio: "El jardín invisible" de Kate Morton; esa señora australiana que ha vendido millones de ejemplares al reclamo de ser una nueva Jane Austen, cosa que está muy lejos de ser cierta. El libro era un regalo que recibí hace tiempo, y los de la generación lectora somos así: cuando nos regalan un libro que saben que es un regalo que apreciamos, acabamos leyéndolo; los tocadores de pantallas le dan al "delete" y pasan a otra cosa.

    Y como hecho significativo de mi paso por la Madre Patria y de mi insistencia en gastar mis pocos capitales en mi país, les contaré que me he hecho unas gafas bifocales, esas que te dan un aire de intelectual revenida o de locutora de televisión, según se mire, pero que, en realidad son un escalón más (hacia abajo) de la inexorable vejez que se nos viene encima. Mis hijos se ríen de mí cuando les digo que buena parte de la culpa  de esas gafas la tienen mis muchos años de estudio, y otros tantos de leer a escondidas de mis padres a la luz de una linterna; y se han reído aún más y mejor cuando les conté que mi maestro de la Universidad (Manuel Fernández Alvarez, excelso historiador y aún mejor persona) sostenía que la lectura te encorvaba la espalda pero te enderezaba el espíritu...Está claro que aunque he conseguido que mis hijos se vayan a la cama por las noches con un libro, ellos son de la generación de los tocadores pantalleros y yo no. 

    A nuestros ministros de mala educación que tanto les preocupan nuestros resultados de los informes PISA y similares, me gustaría recordarles todos los puestos PISA que hemos avanzado desde que España dejó de ser un país de analfabetos y consiguió que casi el 100 % de la población aprendiera a leer. De eso se han olvidado, porque los grandes contribuyentes a esa hazaña fueron los maestros de la República, y los discípulos de aquellos maestros republicanos, que fueron mis maestros aunque ya no hubiera república, y entre ellos, un señor llamado Lázaro Carreter, que editó un bestseller llamado "Cómo se comenta un texto literario", que era manual de uso obligatorio en todo el bachillerato y la llave para abrir la puerta de un futuro más sabio y menos mediocre. Porque gracias al librito en cuestión (que yo aún guardo preciosamente en mi biblioteca) aprendimos los de mi quinta que leer es una suerte, y que hay que leer no sólo para aprender, sino sobre todo para entender. Me temo que con los nacidos del 90 para acá ésta sea ya una batalla perdida. Y creo que poniendo la frontera en el  año 90 les doy una previsión optimista...

    Me he leído una mala novela en vacaciones y me da rabia, pero ahora me leeré unas cuantas buenas para compensar, aunque con un ritmo menos ágil, trabajo obliga; ya estoy en ello y me aguarda la última de Vargas Llosa ya preparada y una parte de los sonetos de Shakespeare que aún no acabé. Mis dioptrías siguen aumentando, y yo ahora estoy encantada con mis gafas bifocales que me permitan leer y levantar la vista del libro sin tener que quitarme las gafas. Luego resulta que con ellas (dicen) me parezco a María Escario presentando los deportes, pero eso es lo de menos. Lo de más es lo que decía la Santa de Avila, de la cual soy seguidora (Ay! si Santa Teresa hubiera tenido Twitter): "lee y conducirás, no leas y serás conducido".

martes, 7 de enero de 2014

Vidas rebajadas

    A día de hoy, según países o legislaciones, medio globo terráqueo está de rebajas. Rebajas que, en su amplia mayoría se concentran en la ropa y el calzado, aunque a muchos como a mí nos interesaría más que rebajaran los seguros de hogar, las ortodoncias, las bicicletas o los billetes de avión, por poner ejemplos dispares. A la vista está que no nos hacen caso, y las rebajas son una maniobra destinada a llenar nuestros ya de por sí repletos roperos. 

    Las rebajas son una de esas experiencias sociológicas que me privan y de las que no me canso de hablar, como la lotería de Navidad, el veraneo, las procesiones de Semana Santa o la adolescencia; y gracias a que tengo un blog, me puedo poner las botas escribiendo sobre ellas. Ayer, sin ir más lejos, volvía de trabajar en el Metro y observaba una pareja en mi vagón: ellos dos ocupaban dos asientos, y los dos de enfrente los ocupaban las bolsas de todo lo que habían comprado, varios paquetes de los que sobresalían mangas y perneras varias. Ni que decir tiene que las bolsas eran tan voluminosas como sus propietarios, a la sazón,  una pareja de maduritos bastante entrados en carnes, tanto él como ella; y lo de su exceso de peso se lo cuento para que se hagan una idea del volumen de lo comprado. Ya, ya sé que las rebajas son,  para según quién,  la única manera de vestirse sin desplumarse, pero les aseguro que nuestra pareja del Metro no tenían pinta de sufrir por falta de liquidez.

    A mí me parece que lo de comprar ropa rebajada responde en la inmensa mayoría de los casos a una necesidad más psicológica que material: hay que comprar siempre algo y, en  enero, ese "algo" está rebajado, tanto mejor para ellos, los que compran. Quizás las rebajas sirvan para que no aumente el consumo de ansiolíticos y antidepresivos, que en este momento del año parecen bastante necesarios; también admito esa posibilidad. Yo personalmente aún no he pisado una tienda en rebajas, y la sóla idea de tener que hacerlo me produce urticaria, pero reconozco que eso es parte de lo que Lola Flores llamaría "mis personalidades". Para quienes no se resistan, o no quieran resistirse, les dejo unos cuantos datos para reflexionar. 

    Recuerdan ustedes el Rana Plaza? Era aquel edificio que se vino abajo en la capital de Bangladesh el pasado mes de abril, llevándose por delante 1.127 vidas y dejando entre sus escombros 2.000 heridos y mutilados. Casi todos los heridos eran mujeres, trabajadoras del sector textil, que en Bangladesh representa el 17 % del PIB. Desde el momento de la catástrofe, los sindicatos comenzaron unas duras negociaciones con la patronal que aún  no han concluido. Piden que el salario mínimo pase de los 30 euros mensuales actuales a 80. La patronal ha cerrado filas y se niega a sobrepasar la barrera de los 50 euros... Hay cuatro millones de trabajadores en el sector textil de Bangladesh; cuatro millones de personas que son quienes, en condiciones infrahumanas, sin horarios ni vacaciones, fabrican buena parte de esa ropa que se vende en Europa y Norteamérica a precios de risa y que se rebaja en enero. En temporada, de una prenda de 10 euros sólo 30 céntimos son destinados a la mano de obra, en tiempo de rebajas, los tales céntimos se reducen a la mitad. Y todas estas cifras se las doy porque las he leído en el "Wall Street Journal" que no es un periódico izquierdoso ni sindicalista, precisamente...

    No se crean que yo soy una santa, porque también  compro en esas grandes superficies textiles como cualquiera, y cada vez que lo hago salgo de allí con el alma encogida y arrepintiéndome de mis pecados; y como no practico la confesión, ni siquiera me los puedo quitar de encima (los pecados) así que estoy condenada a vivir con ese remordimiento textil encima. Las rebajas deberían ser para que, declaración de la renta mediante, compren en esta época los que no lo pueden hacer en temporada, y para que los que sí pueden todo el año, compren trajes carísimos al 50%, que ya sabemos todos que la ropa no vale en absoluto lo que piden por ella (véase mi entrada del 7 de mayo "La ropa o la vida"). Y de paso, les recuerdo también que, de todas las empresas de moda que empleaban obreros en el  desgraciado edificio derrumbado, sólo la irlandesa Primark ha creado un fondo para indemnizar a los familiares de las víctimas; las demás, con nuestro Mango nacional a la cabeza, han preferido mirar para otro lado.

    En las próximas semanas, cuando se lleven de la tienda de turno el jersey de cinco euros, del cual a la señora que lo ha confeccionado le van a quedar cinco céntimos, acuérdense de todo lo que les digo;  y ya que no lo podrán evitar, al menos cultiven la culpa y el dolor de corazón, porque la ropa admite rebajas, pero la vida humana, no.


domingo, 5 de enero de 2014

Será éste un Año Nuevo de verdad?

    Para que vean ustedes, comienzo el año haciéndome a mí misma grandes preguntas, que es algo que se me da de miedo, y mejor aún se me da no encontrar las repuestas...quizás por eso me decidí a escribir un blog, hace algo más de dos años: para poder echar a volar todas mis preguntas, esperando que algún amable lector me envíe las respuestas, ya que con el Altísimo, que es otro que tiene fama de dar grandes respuestas a la gente,  hace años que dejé de comunicar.

    Dejemos de lado la metafísica. Mañana, cuando en España todos los niños estén descubriendo lo que los Reyes Magos han dejado para ellos, yo llevaré ya un rato en mi trabajo; por suerte, hay que añadir siempre en estos casos. Los roscones ya me los he zampado por adelantado, gracias a que las tradiciones se respetan cada vez menos y se fabrican con mayor antelación. Y pensándolo bien, después de haber visto el sobrecogedor anuncio del bocadillo de pan con pan que pasan en la tele española, quizás haya muchos niños que mañana abran cajas vacías, sin un juguete dentro. Les dejo el anuncio, por si queda alguien que no lo haya visto, a mí hasta me ha quitado el sueño.


    Estas cosas ocurren en ese país del que me fui, aunque muchos pretendan anunciar brotes verdes, amarillos y de cualquier color. Ese país del que me gustan los olores, los colores y el brillo del sol que apenas he visto durante diez días de estancia; ese país del que dicen que es donde mejor se vive en el  mundo (algo que dicen sobre todo los que no van nunca a ninguna parte) y donde la gente es alegre, sonriente y solidaria. Ruego me disculpen los muy entusiastas, pero en ese país yo últimamente sólo veo gente cabreada (otra cosa es que tengan razones sobradas para ello) y poco pendiente de las necesidades del vecino. Y eso que estábamos atravesando la tregua de la buena voluntad que tan irónicamente recoge esta gansada que me ha llegado por Facebook:



    Es este el país que sigo pensando que es el mío, donde la gente protesta porque las calles se convierten en peatonales y donde tirar petardos está prohibido aunque debajo de mi balcón el día de Nochevieja hubo una auténtica "mascletá" que me tuvo en vela hasta las cinco de la mañana. Es en este país que aparece en mi DNI como lugar de nacimiento donde otrora presumimos de modernos y ahora se promulgan leyes cada vez más antiguas, menos justas y más incomprensibles. Menos mal que Campofrío y Chus Lampreave me han dejado claro que una cosa es irse y otra hacerse, porque con este panorama dan ganas, más bien, de lo segundo.

   Me pregunto, pues, si éste que comienza será verdaderamente un Año Nuevo para toda esa gente que no tiene para ponerle una loncha de mortadela al bocadillo, o simplemente un año más. Si será un Año Nuevo en el que "Ambiciones y reflexiones" de Belén Esteban, deje de estar en los puestos más altos de la lista de libros más vendidos y  la gente se interese por Octavio Paz, del que vamos a celebrar el centenario de su nacimiento; si será un Año Nuevo para los que piensan que trabajar es algo que les ocurrió una sóla vez en la vida o será un año más de paro. Crucemos los dedos.

    Mañana llegan los Reyes Magos. Les dejo un mensaje a todos aquellos que sigan creyendo: déjense de iphones, bonos para masajes y chorradas multimarca, pídanle a los Reyes que este año sea un AÑO NUEVO DE VERDAD, con todas las mayúsculas bien puestas; porque me temo que el 2013 ha sido más bien para olvidarlo. Feliz Año Nuevo para todos ustedes.