viernes, 27 de marzo de 2015

Se busca exorcista

 

    "El exorcista"...La primera  película de miedo que vi en mi vida...Y creo que la última, porque a mí las películas de miedo me dan miedo de verdad y tener miedo es una sensación que aborrezco. Y ahora tengo miedo, pero no como el que cantaba Rocío Jurado:


    No de ese que se canta, sino del de verdad, de ese que te hace dormir mal y comer poco. Razón? en los próximos días, cuatro aviones, y he calculado que de aquí al final del verano, unos ocho más. Y no voy a anular mis planes, porque yo soy una miedosa inconsecuente; me da miedo subirme al avión, pero no dejo de subirme en ellos. Conozco gente más coherente que yo que se atraviesa Europa por carretera y jamás ha cruzado el Atlántico (incluso conozco a quien lo cruza en barco) por no subirse al aparato. Yo no, yo sigo tontamente adelante con mis planes viajeros como si aquí no hubiera pasado nada.

    Tengo miedo, en realidad, al hecho de tener miedo, porque yo en el avión hasta hace nada disfrutaba, leía, hacía Sudokus, comía y hasta me echaba mis buenas siestas. De todo eso algo queda, pero cada vez menos; porque si ya no bastara con viajar sin líquidos, pasar controles descalza, quitarte el cinturón, rezar porque ese día amanezca despejado, que no haya tormentas ni huelgas de controladores y no te hayas convertido sin saberlo en objetivo de la guerra santa, ahora además hay que preocuparse por la salud mental de los tripulantes y pilotos; y ya son muchas cosas juntas!  Mañana cuando traspase la puerta del avión de Iberia que me va a llevar a mi casa del pueblo y salude a la sobrecargo, que se llamará Sonsoles o Pilar (lo tengo estadísticamente comprobado) y enfile el pasillo en busca de mi asiento, ganas me van a dar de preguntarle a los señores pilotos, que en ese momento aún tienen la puerta abierta, si están en paz consigo mismos, si la vida les trata bien y si toman ansiolíticos. Insisto, ya son muchas cosas de las que preocuparse.

    Lo cierto es que la película del exorcista daba miedo porque trataba de una indefensa criatura que llevaba el demonio dentro, cosa que a los agnósticos nos cuesta creer, aunque les puedo dar una lista de varios seres del planeta tierra que llevan el demonio dentro y nunca les han hecho un exorcismo. Quizás sea conveniente que a todos nos apliquen un conjuro de esos para sacarnos el demonio antes de que éste (llámese Belcebú, Satanás, odio o tristeza infinita) se apodere de nosotros y nos haga cometer barbaridades de todo tipo...Como por ejemplo estrellar un avión en los Alpes lleno de personas inocentes, o icluso endemoniadas,  dentro. Que refuercen los controles de seguridad, que nos prohiban los sólidos, los líquidos y hasta el chicle a bordo, que les paguen a los pilotos todo lo que pidan aunque sea exagerado, que nos cobren por ir al baño o por ponernos de pie,  y que pongan un exorcista a la puerta de cada avión para que nos libere de ideas endemoniadas a los que vamos dentro.!


jueves, 26 de marzo de 2015

Primera salida del armario:ser (o no ser) guapa

    En las próximas semanas me voy a acercar sin prisa pero sin pausa a un precipicio que se llama medio siglo de vida. Me fastidia enormemente dejar de ser una cuarentona más o menos de buen ver para ser una cincuentona con todos sus años, sus canas teñidas y su lorza en la barriga. Ahora bien, voy a parovechar la coyuntura para salir del armario de unas cuantas cosas (tonterías en suma) que hasta ahora me importaban y que a partir de ahora he decidido por real decreto y privilegio de la edad, que ya no me van a importar más. Primer ejemplo? ser guapa, o parecerlo, o las dos cosas. Déjenme que les cuente con detalles. 

    Yo crecí en una especie de casa de Bernarda Alba sobredimensionada, porque no sólo había madre, hermanas, colegio de niñas, amigas propias y de la madre y vecinas; sino que también participaban en ello tías, primas, una abuela y varias tías abuelas a quienes conocí y frecuenté hasta bien entrada mi edad madura. El resultado de toda esta abrumadora presencia femenina fue que servidora llegó a pensar que ser guapa era poco menos que un deber ciudadano, porque en ese microcosmos de mujeres que me rodeaban por todas partes, las mujeres eran guapas, o no eran, así de simple. Cuando se sacaba un nombre femenino a colación en las mesas camillas y largas sobremesas de entonces, lo peor que se podía decir de la susodicha es que era fea sin remedio, porque si era guapa y energúmena, aún se le concedía cierta indulgencia. También había una categoría de feas de purgatorio que las mujeres de mi familia ampliada calificaban con la frase "se saca mucho partido a sí misma", vamos, que se lo curraba y eso hacía merecedora del perdón a la indultada. Ser guapa era un oficio y un quehacer a tiempo completo siete días por semana. Si me han llegado ustedes a conocer sólo un poco en estos algo más de  tres años que llevo escribiendo, habrán llegado pronto a la conclusión que en aquella casa de Bernarda Alba yo era la oveja negra, el garbanzo negro y el caso social a tratar, porque ser guapa, o ni siquiera pretenderlo, era una prioridad inexistente en mi lista. Yo me encontraba un tanto rarita, y si hubiera sido una adolescente de "High School" norteamericano lo mismo aquello hubiera sido un motivo para liarme a tiros con medio colegio y presentarlo ante un jurado como atenuante.

    No me explico como se creo en mi familia esa tormenta perfecta en torno a la belleza femenina, pues que yo sepa no tengo ninguna antepasada Miss Venezuela ni ningún pariente cirujano plástico. La belleza de los hombres no era tema de conversación ni de debate, por contra. Y se planteaban grandes debates sobre la diferencia fundamental entre "ser guapa" (un hecho) y "estar guapa", que era un estado pasajero y por supuesto de menor valía. Y entre aquel mar de  conversaciones, aún recuerdo a una de mis tías abuelas que sostenía que las mujeres guapas podían ser hasta primeros ministros y gobernar sólo con el mero atributo de su belleza...No quiero ni imaginarme el chasco que se hubiera llevado mi tía de haber conocido a Angela Merkel! Ríanse de todo ésto, pero crecer así fue como ser vegetariano en casa del carnicero; y me temo que aquello no sólo me ocurrió a mí, sino también a muchas de mis coetáneas, que vivimos muchos años rodeadas de seres que en la lista de magnitudes contables nunca pusieron nuestros cerebros. 

    Ahora, gracias a los años pasados y vividos, he visto que además de la inefable Angela Merkel, de Margareth Thatcher, de Chavela Vargas, Bette Davies, Susan Sontag, Virginia Woolf o Frida Kahlo hay miles de mujeres anónimas, no especialmente agraciadas, que han triunfado en la vida y que han sido felices, e incluso alguna de ellas poderosas, sin necesidad de ser guapas, ni siquiera de esforzarse para ello. Las admiro y las envidio, aún sin saber si ellas llegaron tan tarde como yo a la conclusión de que ser guapa y proponerse llevar por la vida la guapura como bandera era extremadamente cansino. Tampoco envidio a las guapas de verdad, y siento cierta lástima por las guapas de profesión porque ya les digo, me parece un oficio a tiempo completo más cansado que mantener una granja de pollos.

     Si hay alguna cualidad que envidio es la bondad, por encima de todas las cosas, porque los humanos somos malos malísimos. Envidio a esos seres  humanos a los que todo el mundo recuerda con una sóla frase:  "era (o es) una buena persona". Eso sí que me gustaría, y tampoco sé si lo conseguiré, aunque les aseguro que me he esforzado más toda mi vida en ser una buena persona que una persona guapa. Probablemente no sea ni lo uno ni lo otro, pero que sepan ustedes, amables lectores, que ser una buena persona todavía me interesa, si no es demasiado tarde. La belleza externa es una asignatura pendiente, lo bueno, es que ahora, a pesar de todo lo vivido, me importa un comino!

lunes, 23 de marzo de 2015

Un GPS para mi vida

    Hay personas que cuentan como en determinados momentos de sus vidas tuvieron una visión, una llamada o un qué se yo que les hizo dar un volantazo y cambiar de rumbo (y a veces hasta de vida) de la noche a la mañana; a mí me sucedió algo parecido desde que fui al concierto de Katy Perry. No, se crean que he decidido hacerme cantante, ya tuve oportunidad hace un año ahora y decidí que no era lo mío; es que al concierto de esa chiquilla gritona llegué por primera vez, sana y salva  sin perderme en un amasijo de autopistas gracias al GPS de mi vecina y desde ese mismo día, a Dios puse por testigo que no iba a volver a perderme nunca más por las rotondas y circunvalaciones donde tantas y tantas vueltas he dado, por varios países y paisajes. De paso, me voy a ahorrar unas cuantas disputas con mi cónyuge y copiloto de mi vida y varias situaciones de tensión innecesaria y stress postraumático carreteril. Ya ven qué momento trascendental y qué volantazo el mío, o mejor, que buena decisión he tomado para poder dejar de dar volantazos. 

   Ya sé que cuando yo me compro un GPS resulta que media humanidad conductora ya lo lleva integrado en el coche y la otra media tiene un iPhone de ultimísima generación que le hace las mismas funciones; pero por si ustedes que me leen no se han dado cuenta aún yo soy así: veo las películas que han ganado los Oscars seis meses después, me leo "Milenium" cuando ya se lo han leído hasta los niños de párvulos y me compraré un iPhone cuando resulte que es un cacharro obsoleto. Tampoco me va tan mal por ser una tecno-relegada...Y que conste que al GPS me resistí hasta ahora por varias razones. La primera porque me fastidia que las máquinas se apoderen de mi vida, y ya no te digo que la conduzcan! Y para seguir, porque en mis primeras experiencias GPS nunca conseguí llegar al lugar previsto, así que perdí la fe en el satélite y en su capacidad para guiar mis pasos. Para recuperar la fe, afortunadamente no me he tenido que pegar un trompazo como San Pablo sino simplemente tragarme una excursión adolescente a un lugar rodeado de autopistas y llegar a la primera gracias al cacharrito, así de simple. 
 
   Eso se llama Empirismo, que les recuerdo a los que no han estudiado filosofía (otra cosa obsoleta) que consiste en llegar a la sabiduría a través de la experimentación. Varios mindundis la han predicado a lo largo de la historia (Aristóteles, Copérnico, Descartes, Locke) y servidora aún cree en las virtudes de un sistema operativo que se llama "libro", donde esos colegas pusieron en marcha sus teorías, no tan descabelladas e incluso me atrevo a decir, de rabiosa actualidad. Primero se prueba una cosa, se vuelve a probar, y si funciona se compra; no se compra porque le funcione al resto del personal que te rodea; porque si fuera por eso,  ni se sabe la cantidad de cachivaches que me tendría que haber comprado ya hace años, empezando por la dichosa Thermomix, que todo el mundo intenta venderme con la insistencia con la que antes se vendían las enciclopedias por las casas. Corto el rollo: no me había comprado un GPS hasta ahora por pura pereza mental de ponerme a usarlo y porque perderme me parecía lo más natural del mundo. Ahora que he experimentado las mieles de no perderse, me digo a mí misma que he sido una idiota, claro!

    Queda por ver si este aparato de cien euros, pantalla táctil y voz afrancesada, va a guiar mis pasos a partir de ahora como guía los de mi coche. Cuán útil sería que la señorita que te dice "dentro de doscientos metros tome la primera a la derecha" te pudiera decir también "atención, callejón vital sin salida" o "no salga usted hoy a cenar con esa persona, que es un mal bicho" o simplemente "pise usted el freno que le está subiendo la presión sanguínea". Llegada este punto de la edad madura, no estaría mal que vendieran GPS existenciales, que te indicaran en cada momento trascendente de tu vida por qué camino tirar...Me da que para esa tecnología aún no han inventado el satélite!

lunes, 16 de marzo de 2015

Como un postre insólito

    "Crema de coco y plátano, con sorbete de apio y coulis de espinacas". Si ustedes fueran a un restaurante y viesen un postre con tal descripción, lo pedirían? Yo no. Como no lo vi por escrito y el restaurante en el que cené el pasado sábado era un tanto peculiar y el menú estaba cerrado, me presentaron la tarrina con semejante mezcla que procedí a comerme porque yo, menos la casquería, me lo como todo. Y es más, les diré que yo, que soy talibán del flan y del arroz con leche le he dado un calificativo de diez a este postre insólito que, en otras condiciones jamás hubiera osado pedir ni probar. 

   Moraleja: en la cosa culinaria, como en la vida misma, hay que tener muy pocos principios  que sean sólidos, para poder saltárnoslos a la torera con menos dolor de corazón. El "a Dios pongo por testigo" de Escarlata O'Hara que tanto me gusta y proclamo, empieza a ser una pesada carga en ciertas circunstancias vitales. Una vez más, será que me hago mayor, pero me cuesta ser fiel a esa idea de que tal o cual cosa no la haré nunca jamás. Nunca pensé que pagaría por comer en un restaurante japonés, ni siquiera cuando lo fetén era cenar en ellos todo el rato y presumir de conocerlos todos y ahora ya ven, el pasado sábado cena japonesa y de postre, hortalizas! Me cuesta reconocerlo porque yo pensaba que no había mucha vida más allá del gazpacho, el jamón de Pata Negra y los churros.

    Se me ha ocurrido ponerme a reflexionar sobre los principios vitales (empezando por los culinarios), una mañana de lunes después de haberme repasado toda la prensa nacional y deducir que en Andalucía, Susanita Tiene un Ratón va a tener que gobernar con  el apoyo de un partido nacido, pensado y dirigido desde una Cataluña lejana en lo geográfico y en tantas otras cosas. Y después de leer las encuestas una y otra vez y deducir que el próximo gobierno de mi país lo van a apañar a medias los Populares y los Socialistas que hasta ahora se despellejaban unos a otros por los pasillos del Congreso de los Diputados y de cuantas televisiones y radios les invitaban a dar el cante. Tanto en un caso como en otro la cosa culminará en algo parecido a la crema de plátano con la espuma de apio y las espinacas, y lo que queda por ver es si el elector se comerá el insólito postre, sean cuales sean sus ingredientes, yo sólo he dado un ejemplo...

    Y si por fin esta democracia se ha hecho mayor, y los votantes aprendemos a respetar el resultado de las urnas, de esas urnas que nos trajeron los Reyes Magos de la Transición, ahora que los jovenzuelos la critican tanto, nos comeremos la mousse de apio con las espinacas, con helado de fresa y con caldo de carne si se tercia. Abrir el paladar es bueno, pero abrirse de mente es aún mejor. Digo!

jueves, 12 de marzo de 2015

Estafada

    Siempre me ha fascinado el mundo del timo y los timadores profesionales, sobre todo los que timan sin herir al erario público, creo que me entienden. Hubo un tiempo en el que hasta los ponía por escrito y los coleccionaba en cuadernos con la intención de escribir algún día una especie de antología del timo, que jamás verá la luz porque en una de mis múltiples mudanzas, el cuaderno con los timos se perdió o se fue a la basura, a saber.

   Me encantaban sobre todo esos timos inocentes que parecían ya pasados de moda y del conocimiento del público universal, pero que año tras año seguían encontrando algún pobre incauto que picaba: el décimo de lotería premiado, el sobrino descarriado que volvía de América,  la herencia inesperada de un pariente que jamás se conoció, el cobro a domicilio de los recibos del ayuntamiento para mantener a las viudas de los bomberos, y por encima de todo, la estampita, ese clásico universal que no por manido y conocido ha dejado de encontrar víctimas hasta hace muy poco. Mi padre tenía una teoría para explicar el éxito del timo de la estampita: según él, todas las mañanas se levantan en el planeta tierra, y se echan a la calle unas cuantas decenas de miles de tontos, y el gran mérito de los timadores es encontrarlos! Hace mucho que he dejado de oir en las noticias los casos de personas estafadas con la estampita, aunque bien es verdad que en los último tiempos se inventaron las hipotecas subrogadas, los créditos revólver y las preferentes y que los banqueros (los grandes estafadores del siglo XXI) ni siquiera tienen que salir a la calle en busca de almas cándidas o incluso tontas: les vienen a domicilio. 

    Internet le ha dado otra vuelta de tuerca al mundo de la estafa, con una sutileza tal, que incluso los que presumimos de leídos y avisados, y tomamos mil precauciones porque somos desconfiados por naturaleza, acabamos cayendo en las garras de los estafadores, que además en el intrincado mundo de la Red, son legales. Les cuento mi caso y juzguen por ustedes mismos. 

    Quiero visitar próximamente las ruinas de Pompeya y Herculano, antes de que se vengan abajo o las cierren por exceso de turistas. Me cuentan mis amigos viajeros, que aquello se ha convertido, para nuestra desgracia, en objetivo de los cruceros y cruceristas (esa plaga bíblica equivalente a las siete que cayeron sobre Egipto, todas juntas) y que a veces las colas para entrar son como para desanimar al más pintado. Me dispongo ayer noche, junto con mi experto informático que ya se imaginan quién es,  a sacar las entradas por Internet para evitar la cola, después de haber esperado pacientemente durante un par de semanas a que la Dirección Nacional del Patrimonio Artístico Italiano la arreglara, porque no funcionaba. El proceso es largo y tortuoso y cuando llegamos al final después de haber elegido como opción de recogida de las susodichas entradas "imprimir en casa" (en mi casa, claro) veo que la factura de 40 Euros ha crecido por arte de magia hasta llegar a 48. Vamos hacia atrás en el procedimiento y descubrimos que nos facturan 6 Euros por la gestión (gestión que hemos hecho nosotros) y dos Euros más por imprimir... Les recuerdo, amables lectores,  que la opción era "imprimir en casa" y que dicha impresión la hago yo en mi casa, con mi impresora, mi tinta y mi papel! Pagamos religiosamente, porque no queremos hacer cola detrás de miles de cruceristas y nos decimos a nosotros mismos que estos italianos nos la han metido doblada, y ruego me disculpen la expresión soez y tabernaria como pocas, pero que refleja fielmente lo que sentíamos en ese momento. 

    Es o no es una estafa? Yo juraría que sí y al mismo tiempo, me quito el sombrero ante la finura de los italianos para llevarte al huerto sin que te enteres. Hay que reconocer que para eso son mucho más delicados que nosotros. Por ahora en el país de la bota, al único estafador profesional al que han descubierto ha sido a Berlusconi, y eso porque era un cateto sin maneras; mientras tanto, cuántos Bárcenas y Urdangarines tendrán dando vueltas por las administraciones sin pillarlos, porque como la herencia Romana, el Renacimiento, la Pizza y el helado o las películas de Fellini, en Italia el timo es un arte. Y para contemplar el arte, hay que dejarse timar, no queda otra.

domingo, 8 de marzo de 2015

Cantando a las mujeres

    Desde hace tres años y medio que escribo este blog, nunca he faltado a la cita con el día de la mujer trabajadora, y eso que, como ya he dicho tantas veces, me repelen los "dias oficiales de". Pero este es especial, porque es lo que yo soy, lo que son mis hermanas, lo que son la mayoría de mis amigas, lo que son mis colegas del trabajo a quienes adoro y lo que serán mi hija, mi sobrina y las hijas de mis hijas si algún día las tiene: mujeres trabajadoras; y les aseguro que no se puede ser nada mejor en la vida. Bueno sí, se puede ser Julie Andrews, que al fin y al cabo es una mujer trabajadora que de tanto trabajar se quedó afónica para desgracia de sus seguidores como yo!

    Porque ser mujeres trabajadoras, aunque sea un rollo cada lunes por la mañana se convierte en un alivio cada viernes por la tarde, y sobre todo ese día del mes en el que pagan; porque ser mujer trabajadora nos ha dado a todas una dignidad y un estar en la vida que muchas de nuestras antepasadas no tuvieron, y eso que algunas, pobrecillas, trabajaban gratis. Porque ser mujeres trabajadoras nos permite tutear al destino y hablar de igual a igual a esos hombre que a veces piensan que por serlo caminan un palmo por encima de nosotras. Y aunque en determinados días, una puede pensar que ser mujer trabajadora es el gran timo que nos trajo el siglo XX, yo me digo una y otra vez que no, que el siglo XX nos trajo liberaciones muchas y entre ellas la de vivir de nuestro esfuerzo como cualquier hombre que se precie. Aunque aún nos queda un trecho de pelea, como el que nos paguen igual que a ellos, que no siempre es así, y hasta en la ceremonia de los Oscar de este año hubo una actriz que lo reclamó. Será por algo.

    No voy a inflamarme en proclamas feministas, aunque voy bien encaminada. Me doy cuenta que en esto de reclamar nuestros derechos como personas (ni siquiera tanto como mujeres) las generaciones jovenzuelas vienen muy desinfladas y un tanto descreídas, y yo me atrevería hasta a decir que son algo más machistas que sus madres que somos nosotras; quizás porque la pelea les ha salido gratis. 

    Como hoy he pasado un fantástico día, acompañada de unas mujeres que quiero y de unos hombres que quieren a esas mujeres y son tan mujeres en nuestras vidas como nosotras mismas, les dejo una selección musical variopinta. Que empieza en francés:

    Continua con John Lennon, que me consta que tuvo mujeres importantes en su vida:



  Después esa de Sabina que dice, "hay mujeres que arrastran maletas cargadas de lluvia"...



   
    Y para acabar el grito de guerra:



   Y sí, amigas (y amigos, por qué no) vivan las mujeres trabajadoras, que son la mitad del cielo  y a veces también la mitad del infierno; y feliz semana para todas. Las que no trabajan, ellas piensan que no pero, no saben lo que se pierden!

jueves, 5 de marzo de 2015

Retorno a Katy Perry (en V.O. "Katy Perry revisited")

   Me escribe una lectora hace unos días preguntándome si sólo escucho música clásica y voy a conciertos de orquestas sinfónicas; y si hubiera seguido preguntando probablemente lo siguiente hubiera sido saber si soy de verdad una persona tan aburrida como parezco con semejantres aficiones. Me gustaría que me hubiera visto ayer noche, cuando pasé una prueba de fuego como sólo una madre de familia de las de ahora somos capaces de pasar: fui al concierto de Katy Perry acompañando a mi hija, para más inri, a cincuenta kilómetros de mi ciudad, y con gran sorpresa por mi parte, sobreviví a la experiencia. Me hubiera gustado ver a mi madre hace treinta años acompañándome a un concierto de Madonna, por encontrar un ejemplo paralelo...

    Lo de ayer fue una experiencia múltiple y multimedia, donde lo musical era casi anecdótico al lado de las imágenes tridimensionales, los vídeos, los hologramas, los malabaristas, contorsionistas, pirotecnia, tragafuegos, millones de decibelios y quién sabe cuantos kilovatios de potencia no apta para cardiacos. La chica canta como los propios enemigos, aunque tuvo un momento "mi guitarra y yo" que no estuvo mal. El espectáculo fue alucinante y yo diría que, por momentos, alucinógeno y digno de las mejores películas de Fellini. La cosa comienza con la artista, vestida de colegiala de los años '50  emergiendo de una pirámide (mucha cosa egipcia de todos modos) y comienza a cantar escoltada por unos guerreros watusis con pinta de raperos neoyorquinos. A partir de ahí, dos horas sin pausa de efectos especiales, griterío en las gradas y mucho desgaste físico por parte de nuestra Katy que demuestra tener poco oído, pero una forma física a prueba de juegos olímpicos y que, dicho sea de paso, por lo que brinca, jalea y recorre el escenario por tierra y por aire (literal) se gana merecidamente cada dólar que le pagan. Les muestro el arranque, para que vean que no exagero ni un ápice:

  

    Yo, mientras veía a mi hija y a su amiga disfrutar como enanas, me dediqué a lo mío: observar y sacar conclusiones. La principal es que el publico de los grandes conciertos ha cambiado, y que está uno más seguro en estos macroeventos que paseando por la acera de una calle, pues no hay más que padres y madres acompañando a unos retoño de edades cada vez más tempranas que, en otros tiempos, estarían ya en el séptimo sueño a la hora en que la estrella principal salía de la pirámide de marras. 

    Constato igualmente que el móvil es artefacto indispensable para acudir a estos eventos, porque permite grabar, autoretratarse, retratar al vecino y decir en tiempo presente "yo estuve allí"; porque ya saben ustedes, si no hay Selfie es que no ha sucedido. Para tranquilidad del público, no hay que apagarlo porque en medio del estruendo general, da igual que suene o que pegue alaridos y además sirve de linterna para encontrar el camino del aseo, o de bengala de servicio cuando el artista pide su momento de luces que acompañan la canción lenta. Ya saben: "no móvil , no concierto". 

    Saqué también otras conclusiones menores: los americanos saben mucho de escenas, escenarios y como llenarlos; ellos saben crear espectáculos de masas y nosotros no; y la música de las radios debe haber cambiado mucho porque yo dejé de oirla cuando aún sonaban Phil Collins, Sting y Bruce Springsteen y estas canciones de la Señorita Perry me parecían todas sintonías de cuña publicitaria, cuando en realidad son las que suenan a todas horas en la radio. Con ésto le estoy dando más argumentos a la esa señora que piensa que soy una aburrida que sólo escucha música clásica, aunque le aseguro que gracias a mis hijos he descubierto a Charlie Winston y a Daft Punk, que me gustan bastante; como descubrí hace unos días gracias a los Oscar que Lady Gaga tiene un pedazo de voz: 



    Y una última y definitiva conclusión: lo que uno está dispuesto a hacer por los hijos, no está dispuesto a hacerlo por nadie...Creo que me han entendido!

domingo, 1 de marzo de 2015

El electrodomesticador

    Hace un mes y medio viví un momento excelso de goce musical, valga la expresión cursi donde las haya. Creo que se lo conté en estas líneas ("Música para las fieras", 15 de enero) y les relaté el concierto de la orquesta Simón Bolívar  con Gustavo Dudamel a la batuta; lo que no les conté entonces es que en el momento ms intenso de la Primera Sinfonía de Mahler, a un músico del escenario le sonó su teléfono, y todos nos dimos cuenta porque más de media orquesta volvió la cara hacia donde sonaba el aparatito, aunque como son latinos, siguieron tocando como si tal cosa y el maestro Dudamel ni se inmutó, pero yo desde mi butaca de palco le ví fruncir el ceño. Hace dos días, voy a escuchar a una de mis pianistas idolatradas, Marta Argerich, y de nuevo suena un móvil en la sala...faltó muy poquito para que esta vez sí, la Argerich, diva entre las divas, se levantara y se largara. Creen ustedes que hubo alguien en la sala que le hizo un mal gesto al dueño del teléfono inoportuno? Lo han adivinado:  nadie. 

    Me cuenta mi amiga Lucia que su nieto ha recibido un iPhone por Navidad y que desde entonces ya no es ese niño con el que ella conversaba del bien y del mal y veía películas de Chaplin, sino un ser poseído por lo que ella llama en italiano un "elettrodomestico di merda"; me dice que aunque le consta que es la misma criatura cariñosa y de buen carácter, ya no conversa ni ve películas, sino que envía y recibe mensajes de texto y ve vídeos ridículos y repetitivos que saca de Youtube. Le digo, para que se consuele, que mis hijos no tienen iPhone pero que hacen lo mismo, pero la veo desolada, porque si yo creo que soy de una generación pre-Internet, ella es de la del fax como gran invención, y además una excelente conversadora; imaginen su frustración.

   Yo no creo ser una madre regañona al estilo de la que a mí me trajo al mundo, que irrumpía en los cuartos donde tranquilamente leíamos a Umberto Eco y escuchábamos a  U2 (contado así parece tan antiguo como hacer ganchillo) con un calcetín en la mano y nos preguntaba que qué era aquello, dándonos a entender evidentemente que ella ya sabía que era un calcetín pero que se lo había encontrado fuera de su sitio natural. Ahora bien, las mayores voces e improperios que salen de mi garganta destinadas a mis herederos lo hacen porque se pegan a sus teléfonos sin respirar ni razonar durante horas. 

   Como del resto, hace tanta gente que vive con la vista fija en una micropantalla y los índices gastados de pasarlas. Como toda esa gente a quienes les suenan los teléfonos en los museos, en las iglesias y en los hospitales; como todas esas personas que juegan al juego de los caramelos de colores en unos tiempos muertos en los que podrían haberse leído el Quijote ya tres veces. Como todos los seres humanos que no te llaman ni se molestan en saber de tu vida mas que cuando publicas en una red social que estás chungo,  porque si lo proclamas a  viva voz no vale y nadie te hace caso; como esos médicos que cogen su móvil cuando te tienen en la consulta en paños menores o ese tipo que hace tres días, en el comedor de mi trabajo me pidió que le sujetara la bandeja de la comida porque pretendía hablar por el teléfono y servirse el agua de la fuente al mismo tiempo...Se ve que estoy haciéndome mayor, porque en otros tiempos le hubiera puesto la bandeja de diadema!

    No señores, esos aparatos que nos tienen aún más poseídos que Belcebú a la niña del Exorcista no son simplemente, como dice mi querida Lucia, un "elettrodomestico di merda" sino algo más, son "electrodomesticadores", que se apoderan de nuestras neuronas y de buena parte de nuestro raciocinio, que nos engatusan con cámaras de fotos,  jueguecitos varios y pantallas de colores y nos impiden leer, pensar y sacar conclusiones, que es el único deporte que enriquece la mente humana. Esos aparatejos son la invasión marciana que Hollywood lleva contando en el cine desde tiempos inmemoriales, y aunque nacieron para comunicar a las personas (nada más loable) se dedican a chuparles el cerebro y convertirlos en seres abducidos por otra galaxia en la que la gente no habla, no se toca, no se da besos ni achuchones ni va a las panaderías a comprar el pan. Ya he dicho mil veces, que me revienta la idea de morirme un día, pero la verdad, esta humanidad que vive pegada a sus teléfonos y enajenada por ellos no sé si, casi casi, prefiero perderla de vista!