sábado, 30 de mayo de 2015

Corre que te corre

    He leído en una revista deportiva que el cuerpo de la mujer está mejor constituído que el del hombre para las carreras de larga distancia. Por un lado, esas anchas caderas que no siempre entran en los pantalones pitillo, son perfectas para facilitar las zancadas y por otro, las dichosas  hormonas en cantidad que retienen las grasas (mala ruina tengan) son una reserva inestimable de energía para correr durante más de dos horas. Científicamente todo está muy claro, pero a mí que me expliquen por qué cada año, después de dos horas largas de trote,  y a pesar de lo mucho que me entreno, llego a la meta con el hígado a la altura de la laringe...Debe ser mi lado masculino, concluyo.

    Así que heme aquí, un año más velando mis armas, que son mis piernas, para afrontar dos horitas de sufrimiento por las calles de la ciudad que habito en compañía de otros cuarenta mil locos de mi cuerda. Claro que, entre ellos, hay muchos que sólo sufren una hora u hora y media porque son auténticos atletas; o atletas encubiertos que van de modestos y aficionados pero llevan puesto encima el mejor material que encuentran y colgando de la cintura todo tipo de adminículos y cacharros de tecnología punta. Y en el pelotón de cola vamos los aficionados de verdad, los que compramos las camisetas de ocho euros del Decathlon y nos basta el agua mineral y alguna galleta energética a mitad de camino. En ese pelotón de cola hay asociaciones de amas de casa, jubilados y jubiladas de buen ver, gordos y gordas que me adelantan en las cuestas y me hacen dudar de la ley de la gravedad, y un amplio catálogo de seres estrafalarios disfrazados, con pancarta y reivindicando todo tipo de cosas. El atletismo, desde luego, es un deporte muy democrático, a ver quién se atreve a discutírmelo.

    Yo, como cada año, me fijo como objetivo llegar a la meta suficientemente despegada de toda esa caterva como para que quienes me esperan en la llegada aún piensen que soy una atleta; aunque debería ser más modesta en mis objetivos y decirme que, a la edad que voy teniendo, me debo de dar con un canto en los dientes ya sólo por llegar.  Los de la llegada son clientes fieles, mi santo varón y mis hijos, que antes pensaban que su madre era una heroína de película y ahora probablemente piensen que me falta un tornillo en la cabeza por someterme a tales torturas y encima pagar por ellas pues, hace unos días se enteraron que para participar en una carrera, por muy popular que sea, hay  que pagar, y eso les afirma aún más en sus convicciones, aunque yo sé que a escondidas presumen de madre atlética y no jamona.

    Mi madre también pone en duda los beneficios de echarse a correr por una calle, y con ella he tenido que emplear argumentos más gráficos y de cierta connotación. Si una panda de fervorosos esperan cada año para hacer cosas como ésta, aún a riesgo de su integridad física, no veo por qué razón yo no me puedo meter veinte kilómetros entre pecho y espalda, sólo para engañarme un poco más con esta cosa terrible que es el paso del tiempo:


    Así que ahora me van ustedes a permitir que tenga mis treinta segundos de poesía. Correr, sudar al subir las cuestas, resistir y seguir corriendo...Para qué? para seguir viviendo, o para demostrar que estamos vivos; para decirnos que, si algún día vienen mal dadas, este cuerpo está preparado para que le den muchos palos y estas piernas están listas para lo que han hecho tanto y tan bien: salir corriendo!  Como cada año, llegaré la última entre mis amigos corredores. Buena suerte a todos ellos: Carlos, Alberto (que si sigue así me doblará) Paco y los albaceteños venidos para la ocasión, Santi y Lourdes. Elvira y David, os echaremos de menos; Oti e Isabel, que van con otro ritmo pero acaban; y para todos, que no llueva,  mucha pasta, mucho brebaje energético,  y pocas agujetas!

martes, 26 de mayo de 2015

Psicoanálisis barato

    Hace unos días, en una cena multitudinaria a la que estaba invitada, alguien me felicitó por la entrada del blog anterior a ésta (que por cierto ha levantado ciertas ampollas)  y me preguntó por los motivos que me empujaban a escribir. Creo que dejé algo chafado al que preguntaba porque mi única y poco altruista respuesta es que escribir un blog es la forma más económica de psicoanálisis que conozco, con un efecto terapéutico y reconciliador de mí misma con mi yo interno (se acuerdan ustedes de Kant?) que vale más que mil sesiones que me puedan dispensar los sabios doctores en psiquiatría. Cada uno se aplica la medicina que le sirve, digo yo. 

    La cuestión es que no todos los días encuentra una, no motivos (que esos me sobran) para escribir, sino una idea que sea lo suficientemente atractiva para desarrollar, porque por mucha terapia que me aplique con el invento, tampoco me voy a pasar la vida hablando de mis cosas, caramba. Y hay días en los que encuentro una idea que me parece más o menos brillante, o al menos defendible, o por lo menos argumentable y recibo palos por todos los lados, vía mail, Facebook, o en vivo y en directo, que también me ocurre. Como ésto tiene tanto de psicoterapia como de experimento sociológico, las críticas también me sirven para hacerme mejor persona, o por lo menos un ser humano comprensivo y tolerante, que es como me gustaría ser recordada el día de mañana, visto que ya he declarado varias veces que ha dejado de interesarme lo de ser guapa y que me quiera toda la población mundial. Así que, amables lectores, me reitero en que Italia no es España como ya dije hace algunos días, y comprendo que no guste que yo encuentre mayor parentesco con la población de allende el Estrecho, aunque quizás pequé de poca claridad expositiva pues me faltó decir que en lo religioso me siento en sus antípodas (aunque también me siento en las antípodas del Vaticano, vaya); y ya me imaginaba yo que a más de uno no le iba a gustar la comparación. De paso, hasta me llegaron observaciones con vivas a Edurne la de Eurovisión, que no sé qué pintaba en todo ésto, pero también se admite a trámite, a mis años he aprendido a escuchar las razones de todo quisque, mientras no sean racistas u homófobas. 

    Y si me dejo llevar por el egoísmo literario, hoy escribiría de lo bien que me siento después de haber hecho ayer catorce kilómetros en hora y media; de lo bien que olía la calle cuando la he pisado esta mañana a las ocho, porque ya está la primavera rabiosa entre nosotros; de lo que me gustaría sentarme en mi sofá y tragarme de una tacada los tres episodios que me faltan para acabar la quinta temporada de "Downton Abbey" y que no encuentro  el momento;  de lo mucho que echo de menos a ciertos amigos a los que hace años que no veo, de lo aburrida que me tienen los del seguro de mi nuevo coche, que me llaman todos los días dos veces, de la pena que me dan mis hijos en estos días, estudiando el número "e" y haciendo análisis morfosintáctico a todas horas, y de alguna que otra minucia más que me dejo en el tintero. Pero el psicoanálisis, por barato que sea tampoco se puede llevar a la exageración, así que me guardo éstas, y otras reflexiones parecidas para mí. 

    Los lectores exigentes me pedirán que de mi opinión sobre las elecciones, sobre si el batacazo se lo han dado los del PP o en realidad los de Podemos, que tampoco agarraron tanto pastel como esperaban; sobre si Mariano y Esperanza deben seguir o no,  o sobre los motivos de Rosa Díez para dimitir. Pues sólo les diré una cosa: a mi lo que más me gusta de estas elecciones es que en casi todas partes se van a tener que sentar a hablar los unos con los otros, guardarse sus caras de perros y sus líneas infranqueables, dejar de insultar al contrincante y empezar a pensar que quizás en ciertas cosas haya que darle la razón, y en eso, señoras y señores, en eso sí empezaremos a parecernos a nuestros vecinos del norte. No es mal comienzo. Y si les parece mal, no duden en comunicármelo, soy toda oídos.

domingo, 24 de mayo de 2015

Italia no es España

    Acabo de volver de Italia, cuarta visita en apenas nueve meses, a un país que conozco bien pues çreo que ya les conté que viví tres años en él y lo recorrí por sus cuatro puntos cardinales, creo que eso, y el hablar su lengua y gustar de sus encantos ya me da cierta autoridad para opinar. De cada visita de estos últimos meses he sacado mis propias conclusiones, algunas reafirmándose en muchas de mis ideas previas, otras corrigiendo opiniones anteriores y una por encima de todas que ya sostengo desde hace años: Italia no es España, ni se le parece. Ni nos parecemos nosotros a los italianos.

   Nuestros padres se empeñaron en que Italia y los italianos eran como nosotros porque dentro del desconocimiento que se tenía de lo extranjero, lo poco que se viajaba y los pocos idiomas que se hablaban, ellos pensaban que Italia, donde pasta se dice "pasta" y amor se dice "amore" (aunque "pomodoro" sea tomate y huelga se diga "sciopero") era nuestra alma gemela en Europa. De los portugeses preferíamos entonces ni acordarnos...Con ese estereotipo vivimos los de mi quinta y siguen viviendo no pocos españoles que se pasean por las calles de Florencia buscando un bar de copas a medianoche sin encontrarlo, o intentando que les den de comer a las tres de la tarde en cualquier ciudad que no sea Roma. O pidiendo el periódico a voz en grito en los kioskos sin darse cuenta que se dice "giornale", o discutiendo con un mecánico porque no le han cambiado "le bugie", que en realidad quiere decir mentira, porque "bujía" se dice "candela".

    En Italia se come a la una y se cena a las ocho, y los bares cierran a medianoche; la gente (salvo en Nápoles) no grita en los lugares públicos ni tira las colillas a las puertas de las tiendas o las servilletas de papel al suelo de los bares. En Italia hay teatros de ópera y orquestas sinfónicas en muchas ciudades de provincia y los niños estudian aún varios años de latín, e incluso griego si quieren. Los italianos hablan inglés, se visten mejor que respiran y cocinan como los ángeles. En Italia el café no sabe a quemado, la pasta está tirando a durita pero infinitamente mejor hecha que en cualquier parte del globo terráqueo y el aceite de oliva (aunque es español en su mayoría,  cosa que les cuesta admitir) es parte no negociable de la dieta. El italiano medio es bastante más culto, más viajado y mejor hablado que el español medio, le pese a quién le pese; ahora bien, yo que  he hecho un crucero por el Mediterráneo en un buque de la Costa Crociere (experiencia que marca) plagado de italianos  no precisamente parientes de los Agnelli y además, de vacaciones,  también les diré que el italiano cateto es tan cateto o más que el español y encima cargado de mala leche y con triquiñuelas, al César lo que es del César.

   Todo ésto para corroborar que cuanto más voy a Italia (y no digamos a la Italia del norte) más me reafirmo en mi creencia de que nos pueden caer muy bien los italianos como pueblo y podremos adorar la pasta, los helados y el capuccino, pero que eso no los asimila a nosotros. Y le pese a quien le pese, si nos tenemos que buscar por fuerza unos primos hermanos que se nos parezcan, en costumbres, en comidas y en maneras de vivir, hay que cruzar el Estrecho...Creo que me entienden, aunque a todos en nuestro fuero interno nos cueste admitirlo!

lunes, 18 de mayo de 2015

Santa Seguridad Social

    Ya me he vuelto a perder durante una semana, así que imagínense donde estaba...Los que hayan pensado "en su casa del pueblo" tienen diez puntos, porque así es. Y ya saben ustedes que cuando me pierdo en mi casa del pueblo (que no es una casa en realidad y no está en un pueblo) me quedo sin wifi y sin ganas de buscarla. Y no será porque no encuentre cosas que contarles, que las encuentro y a pares, pero me doy un descanso y se lo doy a esta sopera burbujeante que es mi propio cerebro, de vez en cuando se lo merece. 

   Iba yo a contarles que uno de esos días, hablando con una operadora de la compañía del gas para que me soluccionara un problema ("incidencia" que dicen ellos) acabamos contándonos nuestras miserias en lo que a ella se le resolvía una "incidencia informática", esto es, se le desbloqueaba la pantalla del ordenador. Iba a contarles también lo nerviosa que me ponen los políticos en campaña, sobre todo los de toda la vida, porque al menos a los nuevos nos mueve cierta curiosidad por escucharlos y de paso, tenía preparada hasta una disquisición sobre ese fenómeno espantoso, cateto y ruidoso que son las despedidas de solteros y solteras y que en mi ciudad (o pueblo según se mire) le han costado la vida ya a un par de chicos. 

   Cuando ya tenía todo eso preparado en mis apuntes, va mi pobre sobrinito y se rompe un brazo, y nos obliga a su madre y a mí a pasar un buen montón de horas en las urgencias de un hospital de la Seguridad Social; con radiografías, intento de reducir la fractura, escayola, más radiografías, operación a las tantas de la noche y vuelta a escayolar; y a mi santa hermana, de propina, una noche en una linda butaca de plástico azul hospital velando el sueño del recién operado. Coste total de la operación para el paciente y su familia: cero Euros. Y todo ello, con una sonrisa, con la sensación de estar en buenas manos y con buenas palabras y mejores hechos. 

    La Seguridad Social, señoras y señores, es esa de la que se habla mal y sin razón, esa que dicen que nos cuesta tanto sin que nos paremos a pensar todo lo que nos da (o al menos lo que les da a ustedes que viven en España) esa que se ocupa por igual del que canta en la boca del metro que del que se ha caído de la patera, del que defrauda a hacienda como del honrado trabajador, de la monja del Carmelo Descalzo como del Testigo de Jehová, del presidente del gobierno como de la portera de un inmueble de barrio. Esa seguridad social es la que se ocupó de curar un incipiente brote de Ebola y callar muchas bocas, es la que pacientemente toma la tensión a nuestros jubilados, que son un coñazo y se empeñan en tomársela todos los días; la que nos aconseja que hagamos deporte y dejemos de fumar, la que nos asegura que, incluso dando vueltas por Europa, si nos partimos la cara mirando la torre Eiffel, allí también nos van a curar. Es esa que asiste impotente al desmantelamiento de sus hospitales mientras en muchos de ellos, se sigue investigando y hallando nuevas terapias contra el cáncer o la diabetes; hasta que los políticos ponen a los científicos en la calle con sus bártulos.

    Y lo mejor de esa Seguridad Social son  los médicos, enfermeros y auxiliares que trabajan en ella, echando más horas que un sereno sin rechistar, viendo como el gobierno les recorta el sueldo y les trata a baquetazos y con poca delicadeza; haciendo guardias de veinticuatro horas y siendo igualmente eficaces en la primera que en la última (el médico que operó a mi sobrino se recogía las ojeras con una pala excavadora...); jugándose el tipo muchos de ellos con todo tipo de infecciones; sin rechistar, sonriendo y curando, que es algo más que un verbo de la primera conjugación. Un país que menosprecia a sus médicos, y considera que la sanidad pública es un elemento prescindible aún tiene mucho que aprender para llamarse país.

    De todos los discursos de campaña que me he leído y oído en estos días, pocas conclusiones he sacado de lo que quieren hacer estos políticos nuestros con la Sanidad Pública que, le pese a muchos, tiene que seguir existiendo.Ni los de antes ni los de ahora, ni siquiera Pablo Iglesias, que no se calla ni debajo del agua tiene una idea más o menos decente de cómo salvarla.  El ministro de sanidad actual  fuma, la de antes se bronceaba con rayos UVA y padecía de miopía psicológica porque tenía un Jaguar aparcado en su garaje y nunca lo había visto; y mientras tanto, los médicos de la seguridad social cobran unas migajas comparados con los de allende los Pirineos por hacer algo que saben hacer tanto o mejor, y encima te regalan una sonrisa de propina...No hay derecho. 

    Estamos en mayo, déjense de pamplinas los que aún llevan flores a las iglesias, vayan con sus ramos a las puertas de los ambulatorios y hospitales públicos, y pidan rápido, a quien corresponda, que canonicen a Santa Seguridad Social, que no es Virgen aunque sí mártir y que si sigue así la quemarán viva como ofrenda a los dioses de los mercados.

domingo, 10 de mayo de 2015

Pactos sin sangre

    Hace dos días me encontré al volver a casa con un aviso de correos, certificado al canto. Ya sabía que serían las papeletas para votar el 24 de mayo, así que a pesar de que correos no me cae de camino y que me ha costado dos idas y venidas en dos días diferentes, al fin he recuperado el envío certifcado con mis papeletas y podré votar, una vez hecha mi elección, incluida una fotocopia de mi pasaporte, rellenado un papel y cumplimentadas otras instrucciones; y  por supuesto, un nuevo paseo a la oficina de correos, porque el envío es certificado. Ya ven ustedes que la operación es engorrosa, aunque yo me someto a ella con alegría; votar como "residente ausente" (así nos llaman) es una tarea bastante poco agradecida y asaz engorrosa. Lo he hecho sin faltar una sola vez desde que me estrené en 1983 con el referéndum de la OTAN, y pienso seguir haciéndolo hasta que se me caigan los dientes; lo he hecho cuando de poco servía y también en ocasiones trascendentes,  porque yo soy de esas que aún me creo que el voto es útil y que es la única oportunidad que tengo de que mi voz se oiga.

    Padezco de ingenuidad electoral, qué le vamos a hacer; como otros muchos padecen de pereza electoral, que los hay. Yo no sé si esta vez los perezosos electorale se habrán leído los sondeos (yo sí) y si con unas elecciones más empatadas que la Liga de fútbol, al menos en esta ocasión  tendrán ganas de acercarse a las urnas, cuesten los paseos que cuesten. A ver si esta vez la abstención no tiene varias decenas en sus cifras y todo el mundo arrima su voto al fuego porque, señoras y señores, esta vez los amos del fuego van a tener que sentarse a negociar, gran novedad. 

    Pactar, negociar, transigir, crear acuerdos, formar un gobierno con otro partido, cosas para las que la clase política española no está en absoluto preparada; y un signo más de que nuestra democracia que algunos ya ven astracanosa, aún padece de acné juvenil. Apenas se han dado tres grandes pactos en nuestra historia posterior a Franco: la amnistía generalizada para los presos políticos (1977) los Pactos de la Moncloa ( en 1977 y hasta hoy día el mayor acuerdo económico social de la democracia) y la Constitución de 1978; ya ven que todo acurrió en poco tiempo y en esos años de la Transición que los politiquillos televiseros juzgan trasnochada sin darse cuenta que transición se escribe con la "t" de transigir y con la de tolerancia, palabras desconocidas hasta entonces por el amado pueblo. Desde entonces acá, a nuestros políticos se les olvidó que existe la posibilidad de pactar y llegar a acuerdos con el enemigo por el bien común; y en muchos casos hemos pagados los costes del desacuerdo, que han sido muy elevados, y para muestra miren cómo andamos ahora. Nadie les contó que la democracia es precisamente el sistema de gobierno que permite convivir en condiciones de desacuerdo. Las reuniones de las comunidades de vecinos (sobre todo las playeras) son un buen ejemplo de esta ignorancia. 

    Las campañas electorales, con toda su carga de violencia verbal y agresividad mediática, con todas sus promesas incumplidas y todas esas líneas rojas que los candidatos juran en vano no cruzar, son a la postre un impedimento para llegar a cualquier acuerdo decente. A los españoles nos gusta que nos prometan cosas y después, como no somos rencorosos, olvidamos las promesas incumplidas. Yo tengo la impresión de que en España los políticos hacen mucha campaña  y gobiernan poco; porque gobernar es mucho más complicado que arengar a las masas en una plaza de toros. Gobernar obliga a pararse y reflexionar, tomar decisiones de peso y hacer concesiones para el bien común y no sólo para el de los propios votantes y ahí es donde, se siente, no nos hemos hecho mayores de edad, políticamente hablando. 

    Yo les confieso que esta vez voy a votar más que siguiendo mis convicciones, pensando en el día después y en como se las van a tener que componer estos señores y negociar con otros señores con los que discrepan. Tengo la esperanza de que, a partir del 25 de mayo y, sobre todo en noviembre, nuestros políticos tengan que pasar varias horas en torno a una mesa, tomar muchos cafés, tragar muchos sapos y culebras y buscar un prójimo con quien entenderse. Quizás entonces sí, de una vez y para siempre nos hagamos mayores y con nosotros esta nuestra democracia, aún adolescente, hormonada, imberbe y con acné juvenil.

lunes, 4 de mayo de 2015

2015

    Me gustan las películas de ciencia ficción, sobre todo cuando narran historias con cierta épica, hay batallas de naves espaciales y robots dicharacheros..."Star Wars", vaya. No me gusta cuando el cineasta de turno, aprovechando las libertades espaciotemporales que proporciona el género, se mete a filosofar sobre el sentido de la vida, para eso ya están las películas francesas, caramba! Aún recuerdo lo poco que entendí de "2001" de Kubrick, precisamente porque era una cría en busca de las emociones fuertes que esta película no proporcionaba, aunque, no crean, que la he visto después de adulta y aparte de los números musicales no he podido sacar mas conclusión que mi propio aburrimiento.



        En estos últimos días en los que me ha dado por reflexionar sobre el inexorable paso del tiempo, me maravilla ver como los grandes títulos de la ciencia ficción se han visto superados por la cronología, empezando por este 2001, año que ya hemos sobrepasado desde hace catorce años sin que vaguemos por el espacio todos en manos y a merced de un ordenador rencoroso.

    1984 también ha sido una fecha superada desde hace ya una buena pila de años sin que nos acerquemos a los horrores pronosticados por George Orwell en su libro, aunque el Gran Hermano se haya convertido en un programa de televisión y gobiernen nuestras vidas muchos grandes hermanos disimulados. Aldous Huxley ambiéntó su "Mundo Feliz" (1932) en el 2049, al que nos vamos acercando peligrosamente en ciertos métodos reproductivos y de selección natural (o antinatural) pero sin llegar al delirio;  y Ray Bradbury publicó "Farenheit 451" en 1953, pronosticando que en torno al 2050 los libros serían un elemento prohibido y pecaminoso, que se quemaba sin mayores contemplaciones y cuyos propietarios iban a la cárcel. El pobre libro tiene en el 2015 una existencia azarosa, para qué negarlo, y la gente lee poco o nada, pero afortunadamente nadie va a la hoguera por poseerlos...Aún nos quedan  35 año de margen para ver si este vaticinio de Bradbury se cumple, que esperemos que no. Isaac Asimov escribió en la década de los cincuenta su conjunto de relatos recogidos en  "Yo, robot" situándolos en algún momento del siglo XXI, que es en el que estamos, y ni siquiera él, con un horizonte tan amplio acertó, porque los robots aún están lejos de comportarse de forma humana o ni siquiera humanoide.

    Y que me dicen de  las series de televisión? Alguien recuerda que una vez hubo una después de comer llamada "1990" (protagonizada por Martin Landau, excelente actor, además) que narraba las vicisitudes de un puñado de supervivientes del planeta tierra en busca de un lugar donde instalarse, en 1990?  Y "Galáctica" y sus batallas contra los Cylones (y sobre todo los capitanes Apolo y Starbuck que nos volvían locas a las chicas) que estaban ambientadas en torno al 2020? Pues nos queda poquito para acercarnos a esa fecha y  la tierra sigue plagada de seres humanos  y aún no nos la hemos cargado del todo, aunque nos empeñamos en ello con cierta destreza; y la gente no se viste de charol, ni se alimenta de pastillas ni se desplaza por las ciudades en pequeños vehículos voladores. Es más, aún existen los pantalones de pana, media humanidad está obesa y se atiborra de grasa mientras la otra media se muere de hambre, y los atascos de tráfico no parecen ser un problema de fácil arreglo. 

    Todo ésto para qué? Pues para dejarles a ustedes (sobre todo a los pesimistas)  relativamente tranquilos sobre el devenir de la tierra y los terrícolas, que hay que reconocer que en todas estas obras literarias y películas no salen especialmente bien parados. Y para quedarme tranquila yo, que quiero seguir disfrutando de la ciencia ficción sin darle vueltas al coco, y no veo el momento de que estrenen el capítulo VII de "Star Wars", con muchas batallas interestelares, muchas naves espaciales y muchos robots charlatanes y monstruitos simpáticos. Les dejo el avance de regalo:


    Y que la fuerza nos acompañe. Y por cierto, por si no lo han notado, le he cambiado el subtítulo al Blog, qué remedio!