jueves, 26 de noviembre de 2015

...Como el valor al soldado

    Hace unos días cuando escribia con miedo y pesadumbre sobre el tiempo presente, una de mis lectoras, que me conoce desde niña me animaba recordàndome que yo era (porque ya no creo serlo ahora) una mujer valiente. Si rebusco en mi profusa memoria, recuerdo siempre mi terror por los bichos de plumas, los tiros y petardos y hasta por los cabezudos de las fiestas patronales; no recuerdo nunca haber  sido especialmente valiente, quizàs algo echada hacia adelante y animosa, que no es lo mismo. También recuerdo que en unos años de mi vida en los que tuve que tomar ciertas decisiones laborales y personales, tenía siempre a mi lado a una querida amiga italiana que me llamaba "soldattino di piombo", supongo que no necesitan ustedes la traducción. Lo que no me explico es cómo he conseguido engañar a tanta gente durante tanto tiempo...Yo soy una gran miedosa.
    Una gran miedosa a quien los acontecimientos están sometiendo a una dura prueba, porque quizàs hace veinte años podía permitirme el lujo de ser valiente e incluso temeraria, cuando me paseaba de un país a otro con una cazadora de cuero y una mochila vieja; ahora, mis circunstancias, que son las de muchos como yo, me han hecho dejar de ser valiente para ser simplemente prudente, y ahogar mis miedos en la copa de vino de por las noches y en el café mañanero, para no transmitírselos gratuitamente a mis seres queridos, que ya llevan lo suyo y que aún (dos de ellos) tendrán que pasar miedo para hacerse grandes. Esta mañana se me ocurría todo ésto mientras veía a los padres depositar a sus hijos en los colegios después de pasar cuatro días encerrados en casa por culpa de la amenaza terrorista y del miedo colectivo, claro.

    Yo de valentía ando muy justita, y las dosis que me quedan las iré administrando de aquí en adelante porque creo que me van a hacer falta: para volver a pisar un centro comercial, un cine (adosados por desgracia, casis siempre a los centros comerciales); para montarme en el metro sin mirar mal a todo aquel que lleva una sudadera con capucha, una barba larga y una mochila; y sobre todo, para montarme en trenes internacionales, aviones trasatlánticos y toda esa serie de actividades viajeras a las que le dedico con entusiasmo casi todo mi tiempo libre. En este momento, hasta ir a la peluquería se me aparece como una actividad peligrosa, y así no se puede vivir. Para alguien como yo, que no frecuenta las iglesias, no reza, y no practica el yoga ni la meditación (por falta de tiempo, no de ganas) y no tengo psicoanalista de cabecera no quedan muchos métodos de superar estos miedos más allá de la autosugestión.

    Para comenzar con ella, he leído hace unos días en la prensa que sólo la soledad es peor que el miedo, y que las personas que se sienten solas y sufren por ello tienen las defensas más bajas y se enferman a menudo. Vaya! creo que en ese punto tengo el clavo ardiendo donde agarrarme, pues no creo sufrir de soledad y estar bien rodeada por personas a las que quiero y, creo yo, que me quieren; será por eso que paso el invierno sin apenas un mal catarro, mis leucocitos deben estar bastante contentos y me defienden adecuadamente. También he descubierto el humor negro como fuente de bienestar, cuanto más negro y más corrosivo mejor, porque tiene un poder exorcista que otras formas humorísticas no tienen. Les aconsejo a los aficionados con conocimientos básicos de francés, que busquen las caricaturas de un cierto Pierre Kroll en la web...impagables!


    Y para terminar con estas líneas exorcistas del miedo, les dejo con una cita de Arturo Pérez Reverte, que no es para nada uno de mis escritores favoritos y que suele ponerme bastante nerviosa con muchas de las cosas que dice, pero que ha acertado de pleno cuando ha dicho hace unos días que "hay que temer sobre todo a los que no temen más que a Dios". A ciertas personas se nos supone el valor, como al soldado...Y no es verdad.

domingo, 22 de noviembre de 2015

Tan simple como decir "te quiero"

    En esta semana de miedo, de desconfianza, de decepción ante el género humano y de perspectivas nadas halagüeñas, me da que sólo el amor, el que podamos repartir y el que podamos recibir merecen la pena. Tal es así que, a todos los muchos amigos y parientes que me han llamado, mandado mensajes, y preguntado vía Facebook y otras redes por el estado de sitio de la ciudad que habito, les he dado el parte de guerra y les he dicho que les quiero, no sea que me pase algo y no me de tiempo a decírselo másr. 

    Es importante decir "te quiero", no sólo al que pensamos que será nuestro compañero o compañera para la vida, no sólo a tus padres, ni a tus hermanos. Es importante decir "te quiero" a todas esas personas que de verdad queremos como si fueran parte de nuestra familia, de nuestra vida, como si estuviéramos dispuestos con ellos y ellas a comprarnos una casa  a medias, tener un hijo y hasta pagar sus deudas de juego;  algunos (por suerte) tenemos una lista grande de personas a quien decir "te quiero". Y me temo que no se lo decimos lo bastante, pero es un error subsanable.

    Quizás si nos dijéramos que nos queremos más a menudo de lo que lo hacemos, nos evitaríamos hasta alguna que otra guerra. Las personas malqueridas suelen ser tristes, resentidas y propensas a la violencia, aunque es verdad que entre los propensos a la violencia yo no descarto que de vez en cuando se cuele alguno a quien si le hayan dicho que le quieren, pero vaya, todas las reglas tienen su excepción. Mi madre asegura que los resentidos (y en su particular visión del mundo, las resentidas) son aquellos a quienes nadie les ha dicho nunca "cuánto te quiero" o "qué guapa eres"...de lo segundo discrepo, de lo primero no. 

    Y entre los numerosos malqueridos de nuestro planeta, hay muchos a quienes no sólo no les dicen que les quieren en sus casas y en sus entornos familiares; hay muchos seres humanos malqueridos por sus colegas del trabajo (algunos hasta se lo merecen, también es verdad) sus vecinos, el tendero de la esquina, el policía que les fríe a multas, el ministerio de hacienda y el dueño del bar donde desayunan. Hay incluso grupos enteros de seres humanos malqueridos por otros seres humanos, que les niegan el pan, la sal, y la tierra en la que habitan. Hay niños que vienen al mundo destinados a vivir en un grupo de malqueridos, a crecer entre ellos, empapándose de un poco de amor familiar a cambio de mucho odio y mucho resentimiento contra otros prójimos, que les maltratan y les niegan, de muchas maneras, sus derecho a crecer como personas. Esos niños malqueridos se convertirán en adultos violentos y resentidos y la noria seguirá girando en el mismo sentido; sin que por ahora se nos haya ocurrido cómo pararla...Simplemente diciendo "te quiero"? Yo probaría.

    Mañana, la ciudad en la que vivo, practicamente en estado de sitio, aborda un tercer amanecer en silencio, sin tráfico, sin atascos, sin transportes, sin niños que van al colegio ni adultos que, como yo y como los siete enanitos, van silbando a trabajar. Yo misma voy a ir mañana a trabajar de cualquier manera menos silbando, no sé si me entienden. Y mis hijos están encantados de no ir al colegio, como lo estaba yo un 20 de noviembre hace cuarenta años  de no ir porque había muerto Franco. Yo ni me daba cuenta entonces de lo que aquello significaba; ellos son un poco más mayores y espero que sí se den cuenta y, de todos modos, yo les digo "te quiero" cada día al menos una docena de veces! Díganselo ustedes también a los que quieren de verdad e incluso a los que quieren solo un poco, el mundo sólo puede mejorar con ello.

sábado, 21 de noviembre de 2015

Libertad vigilada (y van dos)

    Hoy debería poder escribir otra entrada con otro título, y no simplemente la segunda parte del precedente. Hoy tenía que comprarle un anorak a mi hija, que se le ha quedado pequeño el del invierno pasado y reponer mi cesto de frutas y verduras en el mercado ecológico donde me abastezco cada quince días, más o menos. Mañana pensaba ir con toda mi familia a cuestas a ver la última de James Bond, porque en mi familia todos somos fans de las películas de James Bond y porque a los adolescentes, aunque lo nieguen a muerte delante de sus amigos, aún les gusta ir al cine con sus padres. También hemos cancelado natación, gimnasios, paseos por el centro a pesar de la lluvia y prefiero no completar esta lista con la lista de cancelaciones que llevamos soportada en esta semana. Más se perdió en Cuba, que diría mi madre...

    Vivo en una ciudad que hoy se ha levantado con un aviso a la población de poner los pies en la calle lo menos posible y ayer, cuando salía de mi trabajo, vi una columna de tanquetas y camiones del ejército cargados de soldados armados hasta los dientes desfilar por delante de mis atónitos ojos. Sinceramente, ni en mis peores pesadillas pensé que viviría en un lugar donde estas cosas pasaran, y eso que, por circunstacias personales, he pasado ciertas temporadas en otros lugares donde ésto era un fenómeno casi cotidiano; aunque en aquel entonces me decía que no era mi lugar de residencia y que pronto o tarde me marcharía de allí.

    Moraleja: la libertad no es gratis, señoras y señores; tiene un precio y es una mercancía preciosa que, muchas veces nos arrebatan sin preguntarnos y que nos devuelven a cambio, también en algunos casos, de sangre, sudor y lágrimas. Desde hace varios días vivo en libertad vigilada (y desde ayer añadiría que temerosa) y ya sé definitivamente que no me gusta. Y para que todos vivamos con libertad, sin meterle el dedo en el ojo al prójimo y sin impedir que ese prójimo viva tan libre como nosotros, hace falta menos rezar y más reflexionar (ya ni sé cuantas veces lo he repetido en esta semana) y hace falta que el mensaje de la libertad, y del precio que hay que pagar por ella le llegue a unos cuantos. Me permito hacerles una pequeña lista. 

   Que la libertad no es gratis lo tienen que saber nuestros hijos, de los que somos responsables hasta cuando somos irresponsables; los que no quieren votar porque "total para qué"; los que sacan la basura a la calle el día que no toca y los que dejan a su perro defecar por las aceras. Lo tienen que saber los musulmanes, pero no más ni menos que los católicos, entre cuyas huestes también los hay del género enfurecido, que quizás se han calmado desde hace unos siglos, pero que quemaron vivo a Miguel Servet por decir que la sangre circulaba por las venas. Lo tiene que saber los que mandan cazabombarderos a tirar bombas sobre los hospitales y las escuelas tanto como los que se pegan a sí mismos una bomba y se explotan pensando que esó los hará libres. 

    El precio de la libertad es fluctuante, y está escrito junto a la cotización del petróleo, en las panaderías y en los ayuntamientos, en las escuelas que nos faltan y en los profesores que no nos da la gana pagar como se merecen para que, a cambio, enseñen a usar esa libertad que todos damos por adquirida. El precio de la libertad nos recuerda que la pobreza es mala consejera y la religión, el opio del pueblo (Marx, hasta ahora no ha habido manera de quitarte la razón) que quien solo teme a Dios es alguien a quien temer, que las armas se compran y se venden con más facilidad que un kilo de tomates y que de aquellos barros de Irak y de Afganistán nos siguen llegando estos lodos que nos enfangan.

    Que la libertad no es gratis lo tienen que aprender las mujeres con velo y las que hacen topless en la playa, los que hacen cola en el paro y los que recogen dividendos a fin de mes; los niños de las Favelas de Río y los de la Quinta Avenida de NY; los policías que se juegan la vida para proteger la tuya pero también los que sacan la porra antes de preguntar; los políticos honrados y los corruptos; el Papa  y el último Imán de la última mezquita instalada en un garaje; los que limpian las calles y los que son dueños de las calles; los que dan techo a los refugiados y los refugiados mismos. Y todos y cada uno de nosotros, si queremos que el planeta tierra sea aún un lugar habitable. Y una canción, hace algo más de cuarenta años no se podía cantar en España, pero como la libertad tiene un precio, la ira que no tuvimos fue el que pagamos los españoles. El tiempo nos ha dado la razón.


martes, 17 de noviembre de 2015

Libertad vigilada

    Dice François Hollande, en un discurso tan bien escrito como conmovedor (busquenlo en Youtube) que estamos en guerra y que en esta ocasión, las armas tradicionales no valen. El presidente francés  estaba ayer lunes cargado de razones para pronunciar estas solemnes palabras, y todos los demás tenemos serias razones para preocuparnos después de oirlas. "Guerra", pronunciada con todas sus letras y sin sacarla del contexto ("qué guerra me dan los niños", "un abrigo de antes de la guerra" etc) es una palabra que hace setenta años que los europeos no pronunciábamos con todas sus letras, y que yo creo que todos hubiéramos preferido no pronunciar.

    De esta guerra peculiar, que se libra no sólo en los lejanos desiertos de Siria, sino sobre todo en Internet, y en los campos de petroleo de Arabia Saudí, no vamos a salir indemnes, aunque no nos cueste la vida ni media gota de sangre. A partir de ahora el miedo es gratis. Cogemos el metro con la misma tranquilidad que hace tres días? No, y además va medio vacío. Nos resulta tranquilizador que nuestros chicos vayan solos por las calles? Tampoco. Nos damos alegremente a la vida viajera y reservamos aviones y trenes sin parar? No con tanta alegría, en las próximas semanas al menos. Sospechamos de los calvos con largas barbas, de los coches con ciertas matrículas y de los paquetes y maletas abandonados? Claro que sí. Nos apetece ir al fútbol, a un concierto de Madonna o a una manifestación ciudadana? Nos apetecerá, pero seguro que nos lo vamos a pensar dos veces antes de sacar la entrada. Qué nombre recibe todo ésto? libertad vigilada. 

    Ay de nosotros! Pobres europeos que creíamos que el mundo ya no tenía fronteras, y que con nuestra moneda única, nuestros idiomas conocidos y nuestras reglas del juego democrático podíamos tener un salvoconducto tan eficaz como el perdón de los pecados o la tarjeta del Corte Inglés...Tanta confianza en nosotros y en nuestro elevado grado de civismo nos ha hecho morir de éxito y, por supuesto, caer del burro de forma aparatosa. Y no lo digo yo, sino personas mucho más inteligentes que yo, como Dominique de Villepin, antiguo primer ministro francés, que en los seis minutos de mayor clarividencia política que han transmitido las televisiones en los últimos años así lo ha explicado:


    Búsquense quién se lo traduzca si no hablan francés, porque esta emisión es de septiembre del 2014 y, por desgracia, de rabiosa actualidad. Y por si les da pereza, les dejo un par de frases de este señor, que además de inteligente y atractivo, es un pacifista militante y poeta en sus ratos libres: "el estado islámico es, en buena parte, una creación nuestra" (ya sé que ésto levantará muchas ampollas) y "el terrorismo es una mano invisible, y no se derrota a una mano invisibe con las armas tradicionales de la guerra". Que cómo hemos creado nosotros este monstruo de siete cabezas encapuchadas, mano invisible y explosivo candente? pues volviendo la cara hacia otro lado delante de la pobreza que, como  dice siempre mi amiga extremeña  de la playa (que no anda cada día precisamente rodeada de diplomáticos) es malísima y hay que salir de ella como sea. 

    Si, queridos lectores muchos y amigos algunos, nosotros hemos creado esta mano invisible consintiendo una pobreza que al mezclarse con otras cosas casi tan malas como la pobreza (la religión, el fanatismo, la ceguera política) han producido lo que nos está pasando y nos van a dejar durante una buena temporada en libertad vigilada. Y cuando alguien es capaz de meter en un bote de remos a merced de las olas a su mujer, sus hijos, su madre y unos niños de corta edad, es porque la tierra que deja atrás es aún más peligrosa que ese mar embravecido. La pobreza es malísima y produce monstruos; y como consecuencia de ella, los ricos, a veces también tenemos que llorar.

domingo, 15 de noviembre de 2015

Hay días así

    Hay días en los que no sale el sol, en las latitudes que habito bastante a menudo; o sale el sol y es como si no lo viéramos. Hay días aciagos, en los que se estropean las cosas, se paran los trenes y los aviones, y llueve cuando te has echado a la calle sin paraguas; pero también hay días de suerte, en los que parece que te ha tocado la lotería aunque no hayas jugado ni un Euro. Hay días luminosos que nos pillan con la neblina en el corazón y días tenebrosos que sacan la luz que llevamos dentro. Hay días en los que mas hubiera valido no salir de la cama y días en los que 24 horas sin dormir dan para vivir siete vidas y gozarlas todas. Hay días señalados en el calendario y otros marcados en nuestra memoria; días de fiesta con pereza y días laborables sin fin. Hay días que pasan por nuestras vidas como un terremoto que lo pone todo patas arriba y días tediosos que parecen no acabar nunca. Afortunadamente la vida es larga, se cuenta por años, y cada año tiene 365 días para contarlos, amarlos, vivirlos y, a veces, hasta detestarlos. 

    Hay días que caen en viernes trece, y traen el gato negro ya pintado en el calendario. Días que preparan un fin de semana y que, sin embargo nos traen pesadumbre, preocupación y llanto. Hay días en los que Paris no vale ni una misa y la vida humana no más que una refriega de balas. Hay días en los que rezar se confunde con matar y pensar no es un verbo conjugable. hay días en los que ir a un partido de fútbol, tomarte una copa en una terraza en buena compañía o romperte los tímpanos en un concierto de rock duro son operaciones que te pueden costar la vida...Y nadie te avisa por la mañana que ese día será el día en el que todo eso ocurrirá. Porque en la lotería de los días aciagos, uno a veces saca el premio, pero tantas veces también el boleto que te manda no ya a la casilla de salida, sino fuera del tablero.

    Hay días en los que hay que preguntarse si verdaderamente somos un "homo sapiens" hecho y derecho, y si el destino de nuestros antecesores cavernarios, ese que dice que cada día hay que vivir luchando para no morir, y que eso implica matar o que te maten, si ese destino ha vuelto para no abandonarnos; o si se convertirá en nuestra regla de vida. Hay días en los que la civilización deja de ser civilizada, la selva se encuentra por todas partes y nuestras vidas se rigen por esa ley de la selva, atroz, sanguinaria y paleolítica. Hay días en los que las orquestas tocan en el escenario el Vals Triste de Sibelius, que suena más triste y tristemente bello que nunca, y los músicos se secan sus lágrimas con el pañuelo cuando acaban de tocar...Si les cuento ésto es porque ayer yo viví esa tristeza en directo y esa música a pocos metros de ese escenario:


    Hay días que pasan con el silencio de las calles, el rugir de los noticieros y la preocupación de los adultos ante la inocencia de los niños. Hay días en los que hacer bizcochos en casa y ver una episodio de Star Wars son dos fiestas para los sentidos, comparado con lo que nos aguarda ahí afuera. Hoy ha sido uno de esos días de silencio, de pensar y dar gracias por estar vivos; y mañana será uno de esos días en los que algunos, por circusntancias especiales nuestras, iremos a trabajar con miedo, rebajaremos nuestras expectativas de grandes acontecimientos y sólo esperaremos volver a casa por la noche y encontrarnos el desorden habitual y hasta una pila de platos y vasos por fregar. Hay días que son como fue el viernes, lamentablemente, y hay otros que no lo son, también por suerte. Y nosotros, todos los que caminamos por las calles, no somos nadie...o nada.

jueves, 12 de noviembre de 2015

En casa de Bertín

    Estoy en Luxemburgo (el lugar esdrújulo, recuerdan?) y tengo que matar muchos ratos de soledad viendo todo lo que no tengo tiempo de ver en las pantallas a diario. Anoche me dí un intensivo de programas atrasados de Bertín Osborne y la verdad,  mejor hubiera sido ver una película, pero la insistencia de muchos de mis lectores y las muchas preguntas y comentarios que me hacen sobre este señor en su nueva faceta de entrevistador a domicilio ha picado mi curiosidad. Por supuesto elegí los episodios de aquellos personajes que me resultan simpáticos (Lolita Flores, Los Morancos) o peculiares (Carmen Martínez Bordiu) y me ahorré los programas de Jesulín o Pablo Alborán: a ver si me entienden, hablar una buena entrevista a Jesulín es como hablar del Chopped de buena calidad...Que sigue siendo Chopped, qué le vamos a hacer. Y por supuesto contemplé con especial atención el episodio de Adolfo Suarez hijo, que inmerecidamente le ha valido a Bertín el título de entrevistador del año y casi casi un premio Pulitzer, a tenor de lo que los internautas proclaman. 
    A ver si me explico: Bertín es un simpaticón y polifacético hombre del espectáculo a quien le da lo mismo cantar rancheras que presentar programas infantiles o hacer entrevistas a folclóricas o prohombres de estado si se los ponen delante. De ahí a cualificarlo como gran entrevistador y a su programa como momentazo televisivo hay una distancia kilométrica que en estos tiempos de confusión cultural (léanse "La civilización del espectáculo" de Vargas Llosa, nunca me cansaré de recomendarlo) algunos intentan reducir a centímetros.Bertín no es un entrevistador, sino un señor que da muy bien en la pantalla y tiene muchas tablas; y su programa, un buen conjunto de imágenes y conversación hábilmente hilvanadas y producidas. 
     Si quieren saber lo que es una entrevista con impacto, busquen en Youtube la que le hizo en 1977 David Frost a Richard Nixon (de ella salió hasta una película de Hollywood) o la de Oprah Winfrey a Michael Jackson en 1993; y si prefieren quedarse en suelo patrio, busquen en los archivos de RTVE las entrevistas que hacían   años  atrás  Victoria Prego, Mercedes Milà Jesús Quintero  y hasta el mismísimo José María Iñigo. Y luegon comparen con lo que hace Bertín:  como comparar  el jamón de Pata  Negra  con el chorizo industrial.Y yo con el periodismo no bromeo,  porque es el oficio que en esta vida mas me hubiera  gustado desempeñar. 

martes, 10 de noviembre de 2015

Lo que de verdad importa

    Supongo que pertenezco a ese 90 % de la humanidad que pasa la vida preocupándose de cosas que no tienen importancia y pasando de largo sobre lo que de verdad importa. El porcentaje me lo he sacado yo de la manga, porque sin que haya estadísticas sobre la materia, estoy convencida que en este grupo entramos casi todos los humanos, incapaces de discernir en muchos momentos de nuestra vida lo que tiene enjundia y lo que no, y sólo conscientes de ello cuando le vemos las orejas al lobo o estamos con un pie en la tumba y ya es demasiado tarde. Qué triste destino. 

    Será posible tener la inspiración necesaria en cada momento de tu vida para saber lo que de verdad importa? Es difícil. Y no podríamos tener todos y cada uno un Pepito Grillo como el de la película que nos avisara cuando nos metemos por vericuetos oscuros y, sobre todo, que nos avisara de que estamos perdiendo tiempo y energía en batallas inútiles? Yo, desde luego, si existierna los Pepitos Grillos en venta libre, estaría dispuesto a pagarles su peso en oro!

    Servidora es peleona por naturaleza. A ver si me explico: no creo haberle dado una bofetada a nadie en mi vida, ni disparado un tiro a un miserable pajarillo; pero soy capaz de dejarme todas las neuronas de mi cerebro para reclamarle a la compañía telefónica una factura cobrada con exceso o a una compañía aérea una indemnización por una maleta perdida. Soy capaz de llevar cuatro años escribiendo este blog repitiendo cosas tan elementales como que hay que votar o sino callarse, y soy capaz de perseguir a mis herederos hasta el catre cuando me dejan el cuarto de baño hecho un pantano. Llamo a la policia municipal cuando los coches aparcan delante de mi garaje, les doy la brasa a los vecinos que sacan la bolsa de basura a la calle cuando no toca y más de una vez, en mis años de vida española tiré un cubo de agua por la ventana a los que se empeñaban en cantar "el vino que tiene Asunción" a las cuatro de la mañana debajo de la misma. He firmado manifiestos a puñados, me llegan peticiones varias de www.change.org y dos de cada tres las firmo también, y hasta hace poco, me manifestaba por las calles sin que me lo tuvieran que pedir con mucha insistencia. Y como a  toda persona peleona, me está llegando la hora de reflexionar sobre la utilidad de tanta batalla, que no sobre su buen fundamento. 

    Y digo yo que, a ver si con tanta batalla por lo ajeno, por intentar educar al prójimo como a tí mismo y por pensar (inútilmente) que el mundo es un lugar mejorable gracias al esfuerzo propio (mala influencia de los scouts a los que pertenecí en mi infancia) no me estaré perdiendo alguna batalla que me está pasando cerca y que requerirá todos mis esfuerzos de aguerrida luchadora. Digo yo igualmente, que lo que de verdad importa es, unas  veces tan nimio, y otras tan obvio que los seres atropellados como yo tendemos a no verlo. Lo que de verdad importa son ese conjunto de cosas que damos por sentadas y que el día que nos faltan, ay!...Mejor no pensarlo. Lo que de verdad importa es, para nuestra desgracia, lo que en el día a día nos viene gratis y por eso mismo no parece tener ninguna importancia. Y todo lo que no importa son ese magma de litigios, rabietas, multas por pagar, recibos por reclamar, pagas extras, ropa de rebajas, exámenes de las criaturas, horas extraescolares, listas de supermercado, fotos en redes sociales, entradas de cine y conciertos, llamadas por contestar, citas en el dentista, regalos de Navidad, averías y desagües, calcetines desparejados, garbanzos en remojo, abonos de metro perdido, llaves extraviadas, medicinas caducadas y jerseys encogidos y me paro por el momento. Cuando consigamos de una maldita vez quitarnos ese peso de encima, llegaremos por fin a lo que de verdad importa...Digo yo!

    Y a la hora en la que esto escribo, dice Cataluña que se va a ir desconectando de España y haciéndose una república, con su presidente, su  bandera, su himno y todo...No sé si eso, en este momento, forma parte de la lista de lo que de verdad importa, me queda la duda.

   

viernes, 6 de noviembre de 2015

Esforzados electores

   Miro el buzón de mi casa cada mañana, antes y después de ir a trabajar, nada por ahora. No crean que estoy esperando alegremente un regalo de Amazon o fatalmente una multa de tráfico, hace tiempo que nadie me escribe una maldita carta, no es época de postales veraniegas (que tampoco escribe nadie, para eso están los selfies) y tampoco creo que me persiga la agencia tributaria. Cada mañana contemplo mi buzón dramáticamente vacío ante mi desesperación. Qué espero? algo tan simple como mi convocatoria electoral; por si ustedes no lo saben, los casi dos millones de electores del censo español que vivimos fuera de España resulta que para votar tenemos que realizar un trámite previo, consistente precisamente en comunicarle al estado español nuestra intención de votar. Y para manifestar esa intención necesitamos que, previamente, la Oficina del Censo Electoral se ponga en contacto con nosotros (por carta en pleno siglo XXI) y que nosotros respondamos afirmativamente (por carta también) con fotocopia del DNI por medio y esperar a que las papeletas lleguen a tiempo. 

    Pongamos que la papeletas llegan a tiempo, algo que no siempre ocurre y que, concretamente a mí en mis 25 años de extranjería me ha ocurrido lo contrario  ya varias veces; hay que votar con un procedimiento de sobres superpuestos, estilo muñecas rusas, explicado de forma bastante farragosa. Los expatriados, insisto, dos millones de votantes, somos en gran mayoría gente que sabemos juntar dos números y unas cuantas letras, pero aún con esa premisa, si no se lee uno al menos dos veces las instrucciones, lo más común es que el sobre que tenía que ir dentro del otro lo coloquemos mal y que el voto sea nulo. Bien, pongamos que todos los sobres están convenientemente encajados; lo siguiente es encaminarse a una oficina de correos (otro recuerdo del siglo pasado) y enviar la total a la Junta electoral Provincial, de la provincia de cada uno. Envío certificado con portes pagados en destino que, hasta no hace mucho pagábamos los sufridos votantes que debíamos rellenar simultáneamente un impreso en el cual reclamábamos el coste del envío certificado, unos cuatro o cinco Euros que meses después el estado español nos devolvía vía giro postal: seguimos retrocediendo y estamos ya en el siglo XIX .Terminadas todas estas operaciones, sólo queda enconmendarse al cielo, los santos o a Buda si se tercia para que el sobre llegue a tiempo o no se pierda por el camino, aunque he de decir que servidora, llegada al punto de hacer el envío desde la oficina de correos, (que en mi caso es un mostrador dentro de un supermercado Carrefour) ya da el voto por emitido y el deber ciudadano por cumplido. Este es el absurdo procedimiento que se sacaron de la manga los dos partidos mayoritarios en el 2011 y que se está convirtiendo en un martirio para muchos españoles por el mundo.

    Si quieren unas cifras que acompañen este bonito procedimiento se las doy. De los dos millones de esforzados electores, redondeando cifras, la mayor concentración se encuentra en Argentina (392.000) seguida de Francia (194.000) y Venezuela (159.000). No les extrañará a ustedes, que en las últimas campañas electorales, nuestros viejos políticos de viejos partidos sólo se desplazaran a Buenos Aires a pedir el voto de esos paisanos que desde tiempos remotos reciben en aquellos países del Cono Sur (Argentina, Chile y Uruguay) el apelativo de "Gallegos", aunque alguno que otro venga de Huelva. O que en las autonómicas gallegas el voto de los residentes  en el extranjero se corteje con especial mimo, como no se hace en las demás ocasiones. Yo desde luego no me siento en absoluto cortejada y sí profundamente despreciada por las autoridades que manejan el censo de mi país, porque a día de hoy la convocatoria no me ha llegado, el plazo de las reclamaciones se cierra el lunes y por medio transcurre un fin de semana. Es más, como creo que votar es mi derecho y el único poder del que dispongo para decirle a los que me gobiernan que me gusta o no me gusta lo que hacen o han hecho, así que en este preciso momento me siento una ciudadana de segunda clase.

    Habrá quién me diga que cosas más graves hay en la vida y que si no tengo otra cosa de la que preocuparme;  pues da la casualidad que, en este preciso momento sí tengo cosas más importantes de las que ocuparme y preocuparme, pero si comienza a no importarnos el ejercer un derecho por el que nuestros mayores pelearon y que hay a quién le ha costado la vida, mal vamos. Y peor ejemplo damos a toda esa tropa juvenil que ya nos mira de reojo sólo porque votar nos parece importante.  Por lo demás, me quedo esperando al cartero, y rumiando mi rabia.

   

martes, 3 de noviembre de 2015

Visto y oído

    Lo que sigue es un ejercicio de supervivencia ante lo que se me avecina en forma de hojas caídas, adolescentes con exámenes y noches que se alargan encogiendo los días más que un jersey de Zara lavado a 40°; simples anotaciones de esas libretas y cuadernillos que siempre llevo encima. 

    Paseo por Madrid y veo unos carteles de Greenpeace donde sale un niño que se parece asombrosamente a Rajoy, la foto es lo de menos, pero el lema es impactante porque va directamente a la mandíbula de nuestra clase política: "que el niño que fuiste no se avergüence del adulto que eres hoy". Muy logrado. Como logrado es este refrán que soltó un carnicero el otro día por la radio, vista la polémica que ha organizado la OMS por decirnos algo que todos sabíamos (que hay que comer menos carne) : "la carne en calceta para el que la meta" ...Hablando de hamburguesas, claro. 

    En la radio local de mi provincia he escuchado estos días perlas varias, desde esquelas radiadas y anuncios de quiebras hasta una publicidad de un almacén de disfraces que echando el resto en vísperas de esa pesadilla llamada Halloween, que se ha merendado nuestros buñuelos y huesos de santo decía "somos especialistas en disfraces y artículos de coña"...Tal cual, como si la palabra "broma" fuera demasiado fina. 

   Voy a renovar mi DNI y el fotógrafo que me retrata el día antes me pide que sonría. Sin decirle que vivo fuera de España, le hago notar que las instrucciones del DNI dicen claramente que no hay que sonreir en la foto. Me contesta muy serio que eso será "por ahí fuera" , "porque aquí nos gusta la gente sonriente". Punto primero: tanto se me nota que soy una expatriada? Y en qué? Y punto segundo: me arrugo ante el fotógrafo y no le contesto así que, temiendo que al día siguiente no den por buena la foto en la comisaría, hago una leve mueca a modo de leve sonrisita que me va a dejar con una cara de perfecta idiota imitando a la Mona Lisa para los próximos diez años de mi vida. A veces mis paisanos consiguen neutralizar el Pitbull que habita en mí, no sé como lo hacen.

    Y vuelvo a casa encastrada en mi asiento de avión viajando con mi bolso y mi abrigo sobre las piernas (sólo me faltaba el cesto con la gallina) porque los portaequipajes están llenos de maletas de esas personas que no quieren separarse de sus maletas, y porque los aviones del 2015 parecen autobuses de 1960, para que nos quede claro a los que volvemos a nuestro lugar de trabajo que, por mucho pisto que nos demos, no somos más que emigrantes.