lunes, 18 de julio de 2016

La comunidad

    No sé si saben ustedes que Obama comenzó su vida laboral en Chicago como "community organizer" que es un término inglés intraducible pero viene a ser un mediador que intenta allanar las dificultades que surgen en barrios, grupos de personas, colegios, etc. Así lo leí hace tiempo en su estupenda autobiografía titulada "Los sueños de mi padre", y ocho años después, he llegado a la conclusión que lo que ha hecho de él un gran político y un màs que aceptable presidente americano es precisamente ese trabajo de mediador entre gentes de muy distinto origen y con muchos problemas comunes pendientes, trabajo que es precisamente el del presidente norteamericano, que gobierna un país donde las comunidades son tan diversas y el bien común tan lejano de muchas de ellas. 

    Ya sé que me van a reprochar ustedes un cierto síndrome de Stendahl, pero cuando vengo a los Estados Unidos, me asombra permanentemente ese sentido cívico y del bien común de los norteamericanos, cuanto màs en un país en el que los valores fundamentales y hasta la constitución se asientan sobre la defensa de las libertades individuales. "Comunidad" en esta tierra es una palabra que sirve para nombrar muchas cosas màs que una asamblea de vecinos que pone dinero en común para arreglar el ascensor y luego se insulta en las reuniones. Aquí la comunidad se presta la cortacésped o la quitanieves, con la misma buena disposición con la que llena la nevera del vecino cuando éste vuelve de sus vacaciones. A fuerza de convivir con ellos he aprendido que no hay mayor drama en una casa americana que el de una nevera vacía!  Y con esa misma alegría e interés por el bien común, preparan galletas para venderlas en la piscina comunitaria, o hacen una barbacoa benéfica en la que en vez de vender comida para conseguir un objetivo común, lo que parece es que van a terminar con el hambre en el mundo, vistas las cantidades. Los políticos en campaña le dan tanta importancia o màs a sus reuniones con los vecinos de ciertos barrios como a las grandes multitudes reunidas en un estadio; y el club de baloncesto, la residencia de la universidad o los grupos parroquiales se convierten en núcleos duros de cierto poder civil donde se forjan amistades para toda una vida. 

    La iglesia es una de estas comunidades a prueba de bombas y goteras;  ayer precisamente estuve en una de ellas, oyendo misa, aquí donde me ven. Quién yo? Pues sí, la que suscribe y tantas veces blasfema. Fui a una misa católica con gente variopinta, de varios colores y procedencias; cantada a ritmo de blues y oficializada por un sacerdote viejete irlandés y dicharachero y otro vietnamita, sonriente y acogedor. Cuando la misa empieza los vecinos presentan en público a los amigos y conocidos que han traido, y antes de terminar, se comentan en voz alta los cumpleaños, aniversarios de matrimonio y demàs efemérides, así como las necesidades de ciertos feligreses o simplemente la enfermedad y recuperación de algunos de ellos. Yo tuve que levantarme de mi banco y saludar a un grupo de gentes amables que me aplaudían, en la vida me he visto en otra parecida!  A la salida el padre vietnamita me dió las gracias por haber venido y, por un rato, sentí que también pertenecía a 
esa comunidad. Cuando los obispos españoles braman porque nadie va a misa, habría que sugerirles una visita de estudio a este otro lado del Atlàntico. Y por cierto, las iglesias tienen unos baños que, cuando la necesidad aprieta, se pueden visitar en medio de la misa y a nadie le sorprende; una nimiedad no tan nimia, francamente. 

    Mañana salgo a la conquista del oeste, con parada y fonda en una especie de Sodoma y Gomorra de la que les iré rindiendo cuentas. Ya me fastidia abandonar esta civilizadísima comunidad virginiana en la que soy tan feliz cuando vengo, pero así es la vida del viajero. No me pierdan la pista, seguiremos informando! 

No hay comentarios:

Publicar un comentario