domingo, 11 de septiembre de 2016

Historia urbana sin urbanidad

    Voy a contarles una historia que creo que es triste, pero juzguen ustedes mismos y ya me dirán al final. 

    La parada de metro cercana a mi casa tiene un pasillo de acceso feo y un tanto siniestro cuando se va la luz del día; sus paredes son el objetivo de los grafiteros, que las adornan con prolijo gusto por las frases obscenas y los colores chillones;  y yo añadiría con poco saber artístico,  porque me parece que el grafitti es un arte que pocas veces lo es, pero esa es mi humilde opinión. En los primeros días del verano, un grupo de jóvenes, alumnos de alguna escuela de bellas artes probablemente, decoraron buena parte de ese pasillo con escenas evocadoras de la ciudad donde vivimos, con cierto buen gusto pictórico, bonits dibujo y alegres colores. Los chicos se empleaban a fondo, yo los veía cada mañana cuando iba a trabajar y me encantaba ver como avanzaban cuando volvía por las tardes. El resultado fue más que aceptable, todos los vecinos estábamos encantados, los pusieron como ejemplo en la página web del metro  hasta los sacaron en la televisión.

    Ayer, el bonito fresco del metro ha amanecido decorado con una pintada reivindicativa, atacando a una multinacional que ha cerrado recientemente en estas tierras para deslocalizarse en otras más orientales, donde los trabajadores están catorce horas a pie de obra y no reclaman vacaciones. La pintada abarca casi todo el mural, y viene firmada por un colectivo de esos de ciudadanos enrabietados que ahora proliferan por doquier gracias a la crisis. Dejo claro que los ciudadanos tienen derecho a enrabietarse y manifestarse, y que las multinacionales mandan más que los gobiernos (cuando hay gobierno) y que ésto último es algo que no deberíamos permitir. También tengo claro que pintar con un spray cualquier consigna, por muy solidaria y cargada de razón que esté, y pintarla encima de una obra de arte hecha con cuidado y con el beneplácito de los usuarios que somos todos (no es el caso de los grafiteros, que pintan con nocturnidad y alevosía) es un ataque a la propiedad colectiva, esa que quieren defender; y además un acto de barbarie, llamemos al pan, pan. 

    Parece que en nombre de la indignación ciudadana y de esos pobres jóvenes sin futuro todo es posible, y no. Que las multinacionales dejen de repente a cientos de obreros sin trabajo para largarse a otros horizontes más productivos es un hecho lamentable, y un abuso del sistema capitalista que no parece tener solucción. Que calles, plazas, estatuas y demás mobiliario urbano tengan que verse redecorados con las consignas de la indignación ciudadana no me parece un sano remedio. Mi vecina de abajo camina ruidosamente  con tacones desde las seis de la mañana y no por ello hemos ido con un spray a su puerta a pintarle  "quítate los zapatos, petarda"; y no por falta de ganas!

    El pasillo de mi estación de metro me temo que volverá a ser pasto de los grafiteros de poca monta, porque lamentablemente Banksy solo hay uno y vive en Londres. Gracias a los de la pintada supuestamente solidaria, van a llegar detrás todos los artistas de brocha gorda y trazo no menos grueso y del bonito mural que pintaron los estudiantes veremos lo que queda de aquí a unas semanas. La indignación no debería ser enemiga del respeto por la obra bien hecha. Y lo que más me indigna a mí de todo ésto que les cuento, es que a medida que voy escribiendo, con profunda pena por tener que echar pestes  contra  quienes se levantan contra lo establecido e impuesto, a medida que escribo, insisto, me voy dando cuenta, por el tono de mis lamentos, de lo mayor que me estoy poniendo. 

    Era o no era un historia triste? Feliz domingo, de todos modos.

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