sábado, 8 de octubre de 2016

Sonata de otoño

    Una vez al año, mi empleador me manda a un curso para aprender a apagar fuegos y evacuar personas de esos edificios tan peligrosos en los que trabajamos, por si algún día llega de verdad el Leviathan en forma de atentado y tenemos que salir todos por piernas.  Aunque da mucha pereza hacerlo, y esta mañana al levantarme solo de pensar la que me esperaba en las horas siguientes hubiera salido crriendo sin necesidad de incendio, es innegable que se aprenden  cosas útiles como la manera de apagar una sartén que se ha prendido fuego sin tener que llamar al 112 ni tener que volver a pintar la cocina entera. En el camino de ida a mi cursillo de bombera circunstancial,  como cada año, cuando llega esta época veo los primeros bosques amarillear;   ya falta poco para que lleguen esos otros  árboles enrojecidos que me fascinan y que son el único momento que merece la pena del otoño, que no es para nada mi estación favorita. 

    Otros años, los bosques amarillos y los árboles rojos formaban parte de mi paisaje mañanero y mi aliciente cuando salía a correr; este año estoy lesionada desde hace tres semanas y aparte de reconcomerme y coger algún kilo, sigo las instrucciones de mi fisioterapeuta, que se ha puesto muy seria y me ha dicho que, o le hago caso (y no corro en una temporadita)  o ya me estoy buscando otro deporte. Está claro que le hago caso a la sabia osteópata, porque correr es la única manera que he encontrado de oxigenar mi cerebro, darle brío a mis piernas, impedir que la lorza crezca desmesuradamente y además, no hacerle la vida imposible a mis cohabitantes con mis dudas existenciales. 

   Pero llevo un mes en el dique seco, que he aprovechado para darle aire a otra de mis cabezonerías recurrentes que creo que ya les he contado en alguna ocasión: el piano. Resulta que a los cuarenta años me propuse correr media maratón y tocar una sonata de Beethoven (vamos,  un trozo) y pasito a pasito ya he conseguido las dos cosas...Más de diez años después. La media marathon ya hace tiempo que me hice con ella, aunque no se crean que la hago tan fresca porque cuando toca, llego a la meta con el hígado en la mano. Lo de la sonata ha sido más laborioso y el resultado bastante decepcionante, la verdad; pero ya está en mis torpes manos, y con unos días más en mi cabeza, el primer movimiento del "Claro de luna", que llevo 8 meses estudiando y que lejos de sonar como lo que sigue, a mi me llena de satisfacción: 


    Por una vez en la vida, he encontrado algo por donde darle salida a mi testarudez, y sobre todo a alguien, como mi sufrida profesora de piano, que tiene una fe en mis posibilidades que no mueve montañas (que diría Santa Teresa) sino el Himalaya entero!  Con suerte y unos meses más, llegará 2017, se arreglará mi pie y terminaré con esta partitura intentando que Beethoven no resucite y venga directamente a mi casa a darme una colleja. Y se acabará el otoño, que aunque sea la antesala del invierno (qué prefieren susto o muerte?) va restando los días para que vuelva el verano. De ilusión también se vive. Y de una sonata de otoño se ha alimentado mi espíritu en las últimas semanas.

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