miércoles, 22 de junio de 2016

Con voz pero sin voto

   Así me ha dejado la oficina del censo de la provincia a la que pertenezco: con voz y sin derecho a votar por un error que no sé si tildar de burocrático, porque en realidad es tecno-legislativo. Resumiendo: como los expatriados somos ciudadanos de segunda categoría, y tenemos que "rogar" el voto (así lo dice la ley vilmente pactada por PP y PSOE desde el 2011) mi rogatoria la envié por fax porque los plazos eran cortísimos. Resulta que el fax de la oficina donde llegó mi solicitud, "unas veces funciona y otras no" (funcionario local  dixit) y aunque en diciembre estaba operativo, pues esta vez ha tocado que no; y la ley dice que hay que dar el fax como facilidad, aunque no dice nada sobre la obligación de mantenerlo en correcto funcionamiento. Esa es la explicación que me dió el funconario que hace cuatro días se llevó mis voces, mis blasfemias, mi frustración y de paso, se ha llevado también mi voto que no podré ejercer, porque al no haber funcionado el fax, no les consta que quiero votar y no he recibido las papeletas. Y si no llegan las papeletas, no puedes enviarlas de vuelta con los sobres respectivos, que tampoco es fácil saber qué va en cada sobre, porque de lo que se trata es de que esa gente que ha cometido un error de mal gusto (irse a vivir al extranjero, a quién se lo ocurre?) no pretenda encima decidir de las cosas de su país de origen.

    Le cuento mis penas a amigos y familiares y más de uno me dice que más se perdió en Cuba (sin duda) pero a mí que me quiten de votar es como que me quiten de comer y cenar al menos un par de días. Ya lo he dicho en otras muchas entradas escritas en este blog en tiempos electorales, que en los últimos dps años han sido frecuentes:  voto con fe, aún sabiendo que soy una gota de agua en un océano electoral; voto con alegría, a pesar de que el panorama no puede ser más triste; voto con reflexión previa y con razón de ser, y últimamente, desde el 2011, voto cuando puedo y me deja la oficina del censo de la provincia que me vio nacer, que debe haber recibido algún chivatazo de las mesas electorales que les cuentan que los expatriados votamos cosas raras o no convenientes y que mejor ponernos obstáculos, cuantos más mejor; por si fueran pocos los que ya pone la ley, con sus plazos ridículamente breves. Ya sé que esto que les cuento suena a teoria conspirativa de las de los tiempos de Jose Mari (Aznar) pero qué quieren, ya van dos veces en cuatro años que me dejan con las ganas.

    Como no voy a votar, no porque no quiera sino porque no me dejan, podré quejarme sin medida y decir que los elegidos no me representan y sandeces similares; podré echar pestes de todos y no será mi culpa todo lo malo que hagan y piensen; podré convertirme hasta en una perroflauta cualquiera, aunque ya me voy acercando más bien a la edad de los yayoflautas! Pues bien, no crean que todo eso me consuela, yo hubiera preferido, con mucho, votar. Y escribo estas líneas la víspera de otra elección importante para todos nosotros,  aunque pensemos que lo que le ocurra a los ingleses y su obsesión por ser un islote no nos incumba. 

   Solo les pido que si ustedes, amados lectores, son de los que votan (así lo espero) lo hagan por los partidos que llevan escrito en su programa la intención de terminar con esta anomalía democrática que se llama el "voto rogado". Y espero que vayan todos ustedes a votar, acordándose que no siempre fue posible y que nuestros abuelos (y no digamos nuestras abuelas) lucharon por ello. A las urnas ciudadanos! Sobre todo si son ciudadanos residentes en España...

domingo, 19 de junio de 2016

Niño bueno, niño malo

    De vez en cuando hablo con mi madre y me quejo de mi progenitura. A ella le parece muy mal porque son sus nietos y los adora, y para remachar el clavo suele añadir que antes las mujeres teníasn seis hijos y no se quejaban tanto. Para callarla (que no es fàcil) suelo añadir que las mujeres antes criaban seis hijos sin Internet, sin redes sociales y sin teléfono móvil...Fàcil, comparado con lo de ahora,  y con toda esa cacharrería faltàndonos al respeto. Dos hijos hiperconectados equivalen en trabajo y quebraderos de cabeza a media docena de los de antes. 

    No me canso ni me cansaré de proclamar, insistir y quejarme de las nuevas reglas de juego que ha traído Internet a nuestras vidas, sin por ello dejar de reconocer todo lo bueno que tiene. El problema es que la red va mucho màs deprisa que nuestras humildes cabecitas, que cuando ya nos hemos acostumbrado a no hablar por teléfono y mandar mensajes de texto, resulta que ya se han pasado todos al Whatsapp y que cuando por fin lo descargamos, resulta que ya se han  pasado los demàs  a Telegram y así sucesivamente. Las cabecillas adolescentes siguen todos estos cambios con mayor agilidad tàctil que nosotros pero también con menos sesera.

    Todo es màs retorcido desde que Internet se metió en el patio del recreo. Los litigios que antes se resolvían a gritos, a pares o nones y hasta como mal menor, a bofetadas y roturas de gafas, ahora se resuelven en Instagram, o en Telegram, o en cualquiera de esos inventos del maligno y claro, sobra decir que no se resuelven sino que se enquistan, se pudren y a veces hasta derivan en cosas muy gordas;  a los adolescentes refractarios al lenguaje escrito, parece que escribir "puta" les cuesta bastante menos trabajo que pronunciarlo en la cara de la víctima. Quien dice "puta" dice "cabrón" y  como no,  "maricón", que es una palabra de mal gusto que parecía superada porque hemos aprobado el matrimonio homosexual y tenemos amigos gays por docenas, pero los niños son muchas veces bastante menos tolerantes que sus padres.

    Los nińos desean  ardientemente dejar de serlo, cada vez con màs premura, cada vez con màs ansia, pero son niños hasta los 18 años, legalmente, y de cabeza, algunos siguen siendo niños varios años màs. Los adolescentes que en este momento nos amargan la existencia a unos cuantos de mis coetàneos son niños también, descabezados y rebosantes de hormonas, pero niños al fin. Y entre ellos hay la misma simple división de buenos y malos que había en las películas del Oeste. Los malos se portan mal con sus semejantes pero pretenden ser buenos porque llenan de elogios y piropos gratuitos sus diàlogos cibernéticos: la misma niña buena que te dice "eres la mejor", "qué guapa estàs" o "somos las mejores BFF" (para los no iniciados, Best Friends Forever) es la misma que escribe "puta" en una pantalla con todas las teclas del odio activadas. El mismo que te manda un emoticono con el pulgar hacia arriba es el que te llamarà "maricón"  en su red social si se te ocurre ponerte una camiseta rosa o peinarte según de qué manera. El niño malo del siglo XXI no es un matón pendenciero con el puño siempre  preparado al que unos buenos maestros podían localizar, castigar y escarmentar sin problemas; no, el niño malo de ahora, por encima de todo pretende aparecer como un
niño bueno, y guarda sus maldades para ejercitarlas en Internet.

    A fuerza de querer ser todos buenos, los malos tienen banda ancha para hacer de las suyas.Antes encontràbamos a los niños malos en el patio del colegio, frecuentemente con las manos en la masa, los castigàbamos y en la mayoría de los casos, se redimían. Ahora, como solo son palabras en una pantalla, que además ni siquiera son palabras escritas sino que se las lleva el viento en forma de mensaje autodestruido, los malos que parecen buenos, campan por el hiperespacio y se juntan con otros malos de apariencia angelical. Se llama ciberacoso, hay expertos miles que hablan de ello, es tan frecuente en los colegios como los piojos, con la diferencia que a los piojos todos quieren eliminarlos y a los ciberacosadores no. No sé si yo fui una niña buena; en cualquier caso al crecer no he resultado mala o no peor de lo que pude ser, en aquellos gloriosos patios de arena donde las diferencias se arreglaban hablando...O a tortas. 

martes, 14 de junio de 2016

Toro salvaje

    Hay mañanas de lunes en las que, aparte de que llueva y el cielo parezca de otoño, uno se echa a la calle diciendo como Serrat, incluso cantando "hoy puede ser un gran día", que es la canción de los optimistas irredentos que por desgracia hizo suya un anuncio de compresas y tampones y la fastidió para siempre. Como sustitutivo se puede poner como banda sonora  "My favourite things" que ésta, como es de Julie Andrews, sí se la van a tragar ustedes ya que les ahorro la de Serrat: 



Esas mañanas de lunes,  tienen buena pinta y uno las empieza tomándose un café en buena compañía, a pesar de que nos aguarda una semana de varios madrugones y ajetreos muchos,  a pesar de que los lunes no nos gusten y que llegados a esta época del año el cuerpo nos pida sol y tumbona playera. A pesar de que las semanas a veces parecen tener seis lunes y solo un domingo; y de que algunos ya vamos pensando más en la jubilación que en la reválida.

    En esas mañanas, los optimistas nos echamos a la calle vestidos de oro y grana, o de azul cielo, dispuestos a que pasen cosas acordes con nuestro optimismo: si no nos toca la lotería, al menos que no nos pongan una multa de aparcamiento; si el niño no es de sobresaliente, que al menos le salga un examen apañadito; si hay que hacer la compra, que tengan fresas a buen precio; que gane España a los checos y que salga el sol, por Antequera, o por donde quiera. La cosa se tuerce cuando nos damos cuenta los optimistas que nos hemos echado a la calle, o incluso, a un plaza a torear una vaquilla, y que lo que sale por los toriles es un morlaco de Miura con los cuernos sin afeitar.

    Hay mañanas de lunes que dan paso a mediodías agitadas y a tardes en las que nos preguntamos para qué nos habremos levantado de la cama, por no entrar a pensar en que para qué habremos hecho varias de las cosas hechas en los últimos veinte años. Los que vamos por la vida toreando vaquillas con la alegría del novillero debutante no siempre sabemos calibrar cuando va a aparecer el toro de verdad y nos va a embestir. Y a los toros bravos, e incluso salvajes, hay que torearlos con templanza, que decía Juan Belmonte que es la paciencia de los inteligentes. Con templanza y a ser posible con compañía, porque los optimistas metidos a toreros, no sabemos torear solos, vaya usted a saber por qué. 

    Tengo pendiente una faena al alimón ante un toro negro, zaíno y complicado de torear. Mi compañero de capote es el mejor que podía haber encontrado, ese contra el que Forges te pone en guardia en sus viñetas cuando dice "hija mía no te cases nunca con un marido". Resulta que además de ser un compañero para la vida y un paño de lágrimas más grande que la sábana santa, es la única persona disponible a torear con vaivenes, viento en contra, sol y moscas. No diré más por ahora, tengo que concentrarme en las cosas que importan.
   

domingo, 12 de junio de 2016

Del Rosario al Rap

    Cuando yo era niña, en las casas de los católicos parcticantes se rezaba el Rosario. A mí, ese desgranar cuentas a la vez que se repetían en voz baja Padrenuestros y Avemarías me parecía una costumbre rara y adormecedora, a la cual no le veía mayor objetivo que a la Carta de Ajuste, por poner otro ejemplo absurdo de aquellos años. En casa de mi abuelo castellano se rezaba en las noches de verano sin televisión, en la terraza de la casa del campo, donde uno a uno, todos mis parientes iban cayendo en un hondo sopor del que sólo salían cuando la tía Lola (que llevaba la voz no muy cantante porque ella misma también se dormía) cambiaba de misterio. Del lado andaluz, mi abuela Concha había desarrollado una sobrehumana capacidad para rezar el Rosario, contestar a lo que le preguntabas y continuar como si tal cosa, aunque muchas veces no contestaba exactamente a la pregunta que le hacías porque estaba bastante más pendiente de no perder la cuenta de los Padrenuestros. 

    Cuando empecé a ser una persona viajada comprendí,  por fin, que el Rosario tiene sus equivalentes en varias religiones,  ya sea el Komboloi Ortodoxo, los Mantras de Indúes y Yogis, el Kadish hebreo,  o las muchas salutaciones y letanías musulmanas, un tanto más musicales estas últimas, la verdad sea dicha. De lo que se trata es de repetir frases y palabras hasta el aburrimiento (e incluso hasta el adormecimiento) y caer en una especie de tránsito no intestinal sino cerebral que, aparentemente, relaja el espíritu y favorece la limpieza del mismo. Comprendí entonces lo que le pasaba a todos mis parientes en las noches de agosto mientras veían caer un Avemaría tras otro, no rezaban de carrerilla y aburriemiento sino que estaban limpiando su espíritu! Lástima que de niña no pude apreciar el lado Mantra de la cosa y, con todos mis respetos, guardo de los Rosarios veraniegos el recuerdo de un soberano coñazo.

   Se creen ustedes que el Rosario es una cosa superada? Pues yo después de visitar varias páginas en Google para informarme, no diría tanto. Hay más páginas de información sobre el Rosario que sobre la receta de la Pipirrana, que es otra cosa que he estado buscando recientemente. Y la verdad, las páginas del Rosario están muy completitas, con instrucciones de uso, dibujos explicativos y opciones varias (versión larga, versión más corta, etc. ). Si les pica la curiosidad vayan y miren en www.devocionario.com. 

    Y no se me asusten pensando que me ha dado a mí misma un ataque de devoción, pero en mi contínua búsqueda de paralelismos entre mi mocedad y la de mis hijos, veo que ese Rap con el que me machacan en sus aparatos de música cuando se duchan, esas interminables parrafadas que se saben de memoria y en varios idiomas (luego les extraña que yo aún recuerde los sonetos de Quevedo) ese soniquete monótono con el que se despiertan, o se acuestan y con el que a veces hasta pretenden estudiar, ese Rap, por repetitivo y machacón,  a mí a veces me retrotrae a los tiempos de los Rosarios familiares. Yo, en esto del Rap me quedé en éste, que hasta me parecía un hallazgo musical, dentro de una canción de Blondie de 1981:



    De ahí en adelante, todo el Rap que he procurado no oir y sobre todo, el que ahora utilizan mis herederos como arma de destrucción masiva contra mí, me parecen viles copias un tanto sincopadas del Rosario de mis abuelas: repetitivos, machacones, adormecedores y destructores de las conversaciones. Y llámenme antigua pero a veces descubrimos galaxias remotas,  curas milagrosas para enfermedades terribles y teléfonos con imagen, pero a veces también, tengo la sensación  de que no avanzamos nada, que de aquellos mantras y letanías a estos raperos insistentes y monocordes, el camino no ha sido muy largo. Feliz domingo. Les dejo otra canción de tema "Rosario", de regalo: 


jueves, 9 de junio de 2016

Resurrección

    Ultimamente, mis amigos están enterrando a sus padres, y en lo que va desde enero, yo mismo he enterrado a dos colegas del trabajo y mi hijo al padre de un amigo suyo, estos últimos, no precisamente entrados en años. Me van a decir ustedes, que en la franja horaria en la que estoy situada, es lo que toca...Pues maladita la gracia!

    Hace un par de semanas mi hijo me preguntaba, un tanto abrumado que qué se le decía a alguien que había perdido a su padre. A esta generación ya no les valen las fórmulas de "le acompaño en el sentimiento", y como a los de Whatsapp aún no se les ha ocurrido ningún emoticono para dar pésames,  la grey adolescente se encuentra un tanto desvalida en el asunto de duelos y funerales. 

    Y qué se le dice a alguien que ha perdido un padre o una madre? Que lo sientes mucho, por supuesto, y que el día que entierras a tus padres se acaban de un solo golpe la infancia, la adolescencia, la madurez y si me apuras, hasta a menopausia. Que el árbol de la vida crece y se hace viejo a golpe de ir perdiendo corteza exterior, y que cuando la corteza protectora de  nuestros padres ya no está, la fatalidad nos dice que la siguiente capa es la nuestra. Mal asunto. 

    Y hoy precisamente, por un pasillo de mi trabajo he tenido que dar el pésame a un colega que ha perdido a su pareja; se lo he dado con mi torpeza manifiesta para encontrar las palabras justas (cuando no son palabras escritas) y con ese temor a  ser demasiado formal y poco cariñosa que imponen a veces las relaciones laborales. Menos mal que los humanos tenemos dos manos para apretar las manos del prójimo, labios para besar y ojos que se humedecen cuando nos faltan las palabras o no encontramos las que sirven. Pasada la condolencia inicial, le dije a mi colega que estaba muy delgado y que procurase comer (reflejo de madre) a lo cual él me contesto "primero tengo que aprender a vivir de nuevo". Y por supuesto que sí! La vida que empieza después de la muerte del ser querido es otra, y hay que aprender a vivirla, que no es fácil; porque la vida con el ser querido era la que uno había buscado construir, y la otra viene impuesta por las circunstancias.

    El catolicismo ha resuelto (parcialmente) el problema de la pena y el duelo con la resurrección, donde al menos les queda el consuelo a los vivos de encontrarse con sus muertos en alguna parte y en algún momento futuro. Los musulmanes hasta piensan merecer un paraíso lleno de vírgenes a su disposición aunque para ello tengan que cometer alguna que otra burrada, vista desde nuestro lado. Y los budistas se conforman con pensar que en una vida posterior serán cabras o lagartijas, que ya es conformarse con cualquier cosa. Y a los agnósticos, qué nos espera? Hay algún premio de consolación para resignarse a morir cuando no se cree en la resurrección? 

    Yo, que desgraciadamente ya he enterrado un padre y en los últimos años dos suegros, una tía y algún que otro ser querido más, creo que nuestros muertos se nos van de las manos pero vuelven años después en forma de gestos que encontramos en nuestros hijos, o que nos encontramos nosotros mismos mirándonos en un espejo. Que vuelven cuando un día nos ponemos sus corbatas, o llevamos a una boda esa cartera viejuna que nos quedamos al vaciar los armarios, o aparece su billetera vacía en alguno de nuestros cajones. Que en en muchas conversaciones con los que se han quedado aún sobre la tierra nos reímos de tal o cual anécdota, de sus ocurrencias, empleamos sus palabras y sobre todo, sus dichos y refranes; leemos los libros que ellos leían y visitamos los lugares que a ellos les gustaban. Que los muertos vienen a visitarnos el día en el que les perdonamos el daño que nos hicieron o las cuentas pendientes que teníamos con ellos y solo recordamos ya  el perfume que usaban, o su postre favorito. Pueden ustedes discutírmelo, pero que los muertos siguen viviendo en muchos de nosotros, los vivos, es verdad como Concha que me llamo. Otros se empeñan en que hay que resucitar al tercer día, pero resucitar es un viaje largo que requiere su tiempo.

domingo, 5 de junio de 2016

Carta a un niño que no será futbolista

    Tanto hablar de mis herederos sin decir ni una palabra de mis sobrinos, que también los tengo, y de variadas edades. Uno de ellos es un chaval de apenas doce años, despierto y de buen  carácter, al que le gusta preguntar el porqué de todas las cosas, comer sin medida y ver películas de los héroes de Marvel con su tía, que soy yo. Mi sobrino tiene que hacer más deporte, pues como el 90% de los de su edad, pasa demasiadas horas empantallado y sus padres, con buen juicio, decidieron que podría jugar al fútbol la próxima temporada, porque es un deporte de equipo, se corre mucho y, en general, gusta a la chiquillería. 

    Antes de que se acabe el curso, ha habido que llevar a la criatura a hacer varias pruebas en el equipo de su barrio, o del barrio de al lado, que tanto da. Ya que haya una prueba de admisión me parece inaudito, pues se supone que a esas edades todos y todas saben correr y darle patadas a un balón, que en resumidas cuentas es de lo que se trata, amén de hacer ejercicio y divertirse y, de paso, aprender ciertos valores que el deporte te enseña para la vida: el compañerismo, la solidaridad, el aceptar las derrotas, el valor del esfuerzo...Eso es lo que yo aprendí en los muchos años que jugué al baloncesto sin estar en absoluto bien dotada para ello y acompañada de una pandilla no mucho mejor dotada que yo pero que han resultado ser amigas para la eternidad. Perdíamos todos los partidos, pero de eso ni nos acordamos.

    Después de marearle con las pruebas, los sabios de turno le han dicho a mi sobrino que no está dotado para el fútbol, y que a esas edades los campeonatos son muy competitivos, por lo que iba a estar chupando banquillo todo el día y a desmotivarse rápidamente. Francamente, que a los doce años te digan que no estás dotado para el fútbol es como que te digan que no tienes dos piernas ni dos ojos para ver. Lo de los valores y demás para qué nombrarlo, ahora en Tercera Regional parece que juegan la Champions cada fin de semana. Eso ya no tiene remedio, porque entre todos hemos decidido que el fútbol sea negocio y no deporte; pero lo que siento es el disgusto que se ha llevado mi sobrino, a quién van dedicadas estas líneas que espero que lea algún día. Así que pasen cinco años.

    Querido Alejandro, 
hace unos días te has llevado un disgusto que no te mereces y que te dará una idea de qué ingrata es la vida cuando se lo propone. Te han dejado con las ganas porque los equipos de fútbol, incluso los infantiles, se han olvidado que más vale jugar que competir, y que aún compitiendo, no es necesario ganar. Aunque, bien pensado, puede que te hayan hecho un favor. Imagínate el frío que ibas a pasar en mitad del terrible invierno de la meseta castellana entrenando de noche y jugando en esas mañanas de invierno a bajo cero. Piensa que además con esas pretensiones, probablemente tendrías que soportar a un entrenador gritón, a unos compañeros irascibles y lo que es peor, a unos padres aún más gritones jaleando desde la grada, convencidos todos como están de tener a la Pantoja del balompié metida en casa. 
    En otro orden de cosas, y si el fútbol hubiera sido un don en tu caso, piensa en todo lo que te vas a ahorrar en peluquería y tatuajes. Porque no se puede ser estrella del fútbol si no tienes el pelo cortado como el seto de un jardín barroco o sin tener todo el mapamundi dibujado en el cuerpo, acompañado de caligrafías chinas y frases en latín que, como no vas a ser futbolista, ahora sí las vas a entender. También te libraras de ciertos vicios un tanto feos: poner zancadillas, protestar las decisiones que no te gustan y sobre todo, escupir: a ver quién me explica porque yo puedo correr media maratón sin escupir y los futbolistas lo hacen tres veces en cien metros!
   Te librarás de que te persigan las misses y presentadoras, de que comercien contigo como si fueras un pedazo de carne los que ganan millones a tus expensas, y de tener que anunciar champús y seguros de vida. Podrás ponerte las zapatillas de la marca que más te guste y a los 35 años no tendrás que aprender de nuevo a vivir una vida de verdad. 
    Ya ves...Lo mismo no has perdido gran cosa, y estoy segura que tus padres te encontrarán un deporte menos idiotizado donde aún sea verdad aquello de que lo importante es participar; eso aprendimos nosotros de niños, en un tiempo en el que los de metro cincuenta jugaban al baloncesto y las gordas hacían gimnasia rítmica. Y recordando a uno de nuestros héroes favoritos, piensa en el Capitán América, mira como era un tirillas  en el primer capítulo y mira como sale en la última película! Te aseguro que el deporte no es eso que te ha decepcionado, sino algo cien veces mejor. 

   Te quiere, tu tía Concha.

jueves, 2 de junio de 2016

Concierto sedante

    Hoy llevo todo el día con una película metida en la cabeza. Se trata de "Breve encuentro", una de esas antiguas que tantas veces veíamos y volvíamos a ver con nuestros padres. Rodada en 1945, cuenta una historia bastante simple y algo ñoña de un hombre y una mujer que se conocen en una estación de tren, comienzan a frecuentarse en los vagones donde coinciden, se enamoran y se dan cuenta que lo suyo es una historia imposible. Así contada parece una más de las muchas que Hollywood producía como churros en aquellos años, si no fuera porque la dirigió David Lean, le dieron un premio en Cannes y tuvo varias nominaciones a los Oscars. Casi cuarenta años más tarde, Hollywood hizo una nueva versión con Meryl Streep y Robert de Niro, llamada "Enamorándose" que, a pesar de retomar la historia y darle los papeles a esos dos grandes actores, pasó por las pantallas, y por mi memoria cinematográfica sin pena ni gloria. Buena parte de culpa tuvo David Lean, que era un fantástico director y se le ocurrió utilizar con no poco acierto y sabias dosis en las escenas clave, el concierto N° 2 para piano y orquesta de Rachmaninoff; una obra maestra,  romántica, cautivadora y sugerente que yo descubrí gracias al cine y que nunca me he cansado de escuchar. Aquí les dejo una escena:


    Hoy llevo todo el día con la película en la cabeza, porque ayer, después de un día movidito con visita al hospital incluida, me regalé con un fantástico concierto de la Sinfónica de Pittsburg que acompañaba al pianista ruso Trifonov tocando el susodicho concierto. Después, dormí como una bendita, que es algo que últimamente no me ocurre.

    Creo que la música rusa tiene sobre mi un efecto sedante, aunque haya cosas más tranquilitas de escuchar. Algo tiene que consigue paralizar mis alocadas neuronas y las deja en modo de espera durante un buen rato. Que por qué la música rusa? vaya usted a saber, pero si la música amansa a las fieras, la rusa del siglo XIX es la única que amansa la fiera que habita en mí, ya tiene mérito. Yo, con fondo de Tchaikovsky y compañía soy capaz de pasar el trapo del polvo a toda la casa o hacer las camas con sábanas de las de antes y dejar un embozo perfecto; por nombrar dos tareas que me resultan especialmente ingratas. Quizás si Almodóvar, aprendiendo de David Lean,  le hubiera puesto un fondo de Shostakovich a  "Julieta", ésta sería un poco más película y menos bodrio.

    Pero la gente ya no escucha música clásica o piensa que todo lo que es más antiguo que Raphael y Frank Sinatra es clásico. Digo yo que si la vendiéramos como un sedante, alguien escucharía esa música que alcanza más de doscientos años de antigüedad en algunos casos y que ya ni sirve como fondo en las consultas de los médicos: mi dentista anterior (ya jubilado) la ponía sin descanso y alguna vez con la boca abierta y la anestesia por hacer efecto pude hasta comentar con él la pieza que oíamos! Ahora, tengo un abono de conciertos a los que voy feliz por lo que escucho y aún más feliz de sentirme una criatura bisoña, y juvenil,  vista la edad que tienen todos los que se sientan a mi alrededor.

    Estamos perdiendo la batalla de la música como ya perdimos la del cine en blanco y negro, la de la lectura y la tertulia o la de los mensajes de voz en el teléfono. Yo les dejo mi concierto de ayer, si cierro los ojos aún lo escucho. Sólo el primer movimiento, once minutos para ser exactos, así hacen ustedes ganas de ver el resto.