miércoles, 26 de octubre de 2016

Amancio for president

    El rey Felipe lleva un par de días sometido de nuevo al carrusel de visitas de los políticos, algo que hace con la mejor de sus sonrisas y fundamentalmente, porque lo dice la Constitución. Supongo que es una actividad cargante, sobre todo por repetitiva y ciertamente poco útil en los últimos tiempos, pero es lo que le toca, se siente. Que conste que este rey me cae simpático y le tengo hasta por espabilado, pero como soy republicana no voy a excederme en la loa: también me caía bien su padre y resultó ser un crápula manirroto con el paso de los años. 

    No sigo por la prensa sus andanzas porque en este momento, la campaña electoral norteamericana absorbe toda mi atención mediática. Basta con escuchar un solo discurso de Michelle Obama (uno, de los muchos que ha pronunciado en estas últimas semanas) para que nos de vergüenza lo que sale por la boca de nuestros supuestos padres de la patria. También me valen los de Hillary, pero no la nombro porque ya saben ustedes que yo soy de Hillary hasta la muerte y por lo tanto, muy poco imparcial. Fíjense que puestos a escuchar a alguien que hable y sea capaz de retener mi atención, me vale hasta Donald Trump a pesar de los espumarajos que salen por su boca mejor que, pongamos un poner, Pablo Iglesias dirigiéndose a una asamblea de Podemos en Villaverde Bajo. O Carabanchel Alto, territorio de Manolito Gafotas, que ya será un adulto y lo mismo hasta les vota. 

    En esa pérdida progresiva de la fe que significa envejecer, ahora me ha tocado perder la fe en los políticos patrios, tras haber perdido otras fés precedentes. Afortunadamente no he perdido la fe en la democracia, y eso, gracias en parte a los norteamericanos y su campaña electoral, que me parece apasionante, entretenida, llena de grandes momentos de debate por televisión, de espectáculo (nada como todo Hollywood metido en un videoclip llamando al pueblo a votar) y de dialéctica y entusiasmo de masas. Desde julio hasta la fecha, el "New York Times" es mi lectura cotidiana, y no se lo digo para que vean que leo en inglés, sino porque me parece mucho más entretenido que los diarios nacionales, que me leo también porque yo tengo bulimia lectora, no por otra cosa. 

    En esta campaña, y esperando que la cosa no tenga consecuencias mayores, una parte de los votantes norteamericanos ha decidido que lo que necesitan al mando del país no es un político inteligente y experimentado, sino un exitoso hombre de negocios, un tanto patán y racista, pero al que ellos creen capaz de enderezar el país cual una empresa con deudas se tratara. Peligrosa tendencia ésta que desgraciadamente no es privilegio de los Estados Unidos: cada vez más ciudadanos del mundo entero creen que los estados son simples empresas que necesitan  un gestor al frente. Si todo pudiera explicarse de una forma tan simple también los matrimonios en crisis y las familias desestructuradas se arreglarían con un buen gestor al frente, pero me temo que no. 

    En lo que los gringos votan (con la cabeza, esperemos) en más de un país andan buscando su  Donald Trump particular. Yo, por "meter mierda" (expresión que le he robado a mis hijos) le sugeriría a Felipe VI que los mandara a todos a paseo y que pusiera al frente a un gestor, que en España lo tenemos y encima es discreto, no da apenas titulares y ha creado más puestos de trabajo que todos los servicios de empleo de todas las autonomías juntas: "Amancio for president" Majestad, a qué está Usted esperando? Que además me consta que éste no es racista, ni machista, y encima tiene cara de buena persona y es calvo natural. Pero no, se lo va a encargar Vuesta Majestad a Mariano el registrador...Tanto ruido para acabar donde empezamos...

lunes, 24 de octubre de 2016

Realismo mágico...O casi.

    Por querencia natural soy peatona. Siempre que puedo voy  andando,  a trabajar y a todos los sitios donde me llevan mis ágiles piernas en no más de media hora; aunque por estas tierras nórdicas hay días como el de hoy, donde no parece que amaneció ni que amanecerá nunca, que piden coger el metro, no sólo por rapidez, sino casi casi por necesidad fisiológica de meterse bajo tierra. 

    Esta mañana, mi metro, en plena hora punta,  se ha parado en seco entre dos estaciones, nada fuera de lo común ni que nos espante; la estancia en el tunel se ha prolongado varios minutos que todos los usuarios han rellenado con ayuda del bendito teléfono móvil. Los señores se hacen los interesantes y llaman a unas señoritas secretarias anunciando que llegarán tarde, las señoras de edad madura juegan a "Candy Crush" (por qué siempre las señoras maduras? ) aunque también hay otras señoras maduras o no tanto, que llaman a sus secretarias. Los escolares aprovechan para contemplar embelesados a sus Youtubers favoritos sin preocuparse demasiado de avisar a nadie que el metro está bloqueado y que llegarán tarde a clase, no parece importarles mucho. En el vagón del fondo se oye a una ciudadana de país indefinido (antigua república soviética por el acento) cantar "Bésame mucho" con ayuda de un altavoz que le hace los acompañamientos y deja en evidencia a la desafinada cantante en cada cambio de ritmo. A mi lado sentada, una chiquilla de color, con aire simpaticón, tirando a obesa y con gruesos lentes, no más de quince o dieciséis años, no levanta la vista de su libro y me llama la atención porque en medio de este patio de Monipodio tecnológico que es un vagón de metro ella y yo somos las únicas que no miramos una pantalla: ella no levanta cabeza del libro y yo la miro a ella e intento adivinar qué libro es el que ha conseguido abducirla de este mundo.

   "El amor en los tiempos del cólera", traducción francesa en edición de bolsillo. Casi se me saltaron las lágrimas! Una adolescente leyendo a García  Màrquez en el metro en vez de empaparse del discurso del Rubius o perseguir los incombustibles Pokémon. En ese momento el metro arrancó y yo aproveché que la lectora levantó la vista del libro para decirle que era una historia maravillosa, a lo que ella, entre sorprendida y agradecida respondió escuetamente: "sí, lo es". 

   Dos minutos más tarde el metro volvió a pararse  en seco y me tuve que morder la lengua para no atacarla con el relato de los amores imposibles, epistolares y eternos de Florentino Ariza y Fermina Daza, con la descripción de los enfermos y enfermedades que curaba Juvenal Urbino y con los sinsabores de la Compañía Fluvial del Caribe. Me mordí la lengua porque pensé en mis hijos, que me echan en cara que a veces hablo con desconocidos como si fueran de la familia y que no sé callarme, y porque me estoy haciendo sensata, quizás de una vez por todas ya bien pasada la cincuentena. La chica volvió a enfrascarse en la lectura de su libro y los demás volvieron a pegar la nariz a sus pantallas;  yo recordaba aquel pasaje donde Fermina preguntaba a un Florentino añoso si la amaba y éste "tenía la respuesta preparada desde hace cincuentar y tres años, siete meses y once días con sus noches: - toda la vida"...

    El metro por fin arrancó y yo me bajé en la siguiente parada. Queda toda una semana por delante.

lunes, 17 de octubre de 2016

Orgullo castellano

    Hubo un tiempo en el que me parecía que ser castellana era algo tan corriente que resultaba hasta vulgar. En aquellos años de estupidez tardoadolescente, hasta me jactaba de ser de otro lado basándome en el cuarto sin mitad de sangre Extremeña y andaluza que corre por mis venas. Después, cuando me eché al mundo, descubrí que para los extranjeros conocedores de Lloret de Mar y/o Torremolinos, o eras de Madrid o eras de Barcelona, así que ser de una ciudad de provincias de la Meseta añadía escaso atractivo a mis ya poco atractivos orígenes provincianos. 

    En todo ésto pensaba yo ayer mientras un tren de supuesta alta velocidad me llevaba, atravesando la Meseta castellana, seca y especialmente árida este año, hasta el aeropuerto de Madrid, desde donde volaba rumbo a la Europa verde. Pensaba en aquellos versos de Machado sobre los campos de Castilla, donde dice que esta tierra es "un trozo de planeta por donde cruza errante la sombra de Cain". Pensaba en Unamuno, ante cuya estatua me quedé parada y abobada aprovechando un rayito de sol pasajero en la fría tarde del sábado pasado, mientras en la ciudad de la estatua se celebraban los actos conmemorativos del 70 aniversario de aquel "venceréis pero no conveceréis". Ese Unamuno bilbaino de origen y salmantino de muerte, al que he conseguido entender cuando me he hecho mayor a pesar de que me obligaran a leer "Niebla" a una edad en la que, lógicamente me pareció un tostón.

    Veía por la ventana de mi tren el desfile de los campos de Castilla, con sus encinares y sus pedregales, con las murallas de Avila de fondo o la sierra de Guadarrama atravesada camino de esa capital de España que se alza en el centro de Castilla pretendiendo no serlo; y me preguntaba a mí misma como fue posible que durante tantos años yo pretendiera ser otra cosa que no fuera ser castellana! Independientemente de la nostalgia que se ha ido acrecentando a medida que voy sumando años de (feliz) exilio, tras muchas horas de lectura de Machado, de Unamuno, de Gerardo Diego ("río Duero, río Duero, nadie a acompañarte baja"...) de Delibes, de Gabriel y Galán y de tantos otros que llevaron el corazón de Castilla hasta lo mejor de la literatura; independientemente de todo ello decía, ser castellana es un honor que la vida me ha dado; y si no fuera porque me estoy poniendo mayor y ya tengo un trabajo que me gusta, no habría nada en este mundo que me gustaría más que ser alcalde de mi ciudad castellana, y trabajar para ella. Para eso ya es tarde y hay que meterse en política, que es una zanja farragosa en la cual no me quiero pringar.

    A Unamuno le dolía España, a mí me alboroza Castilla, incluso con toda la melancolía y la somnolencia de un trayecto de tren en una tarde de otoño lluvioso. Permitanme que cite de nuevo a Machado, porque no paro de leerlo desde ayer:

    " Oh tierra ingrata y fuerte, tierra mía
    Castilla, tus decrépitas ciudades.
    La agria melancolía
    Que puebla tus sombrías soledades"

lunes, 10 de octubre de 2016

La lectura o la vida (La chica de ayer, cap 2)

  Un buen día, la chica de ayer se dio cuenta que una letra con otra formaba una palabra, y dos o tres palabras una frase, y varias frases un libro. Cuenta la leyenda que aprendió casi casi ella sola, cuando los niños aprendían a leer sin tener madurez para hacerlo y a sumar sin saber contar. Y sigue la leyenda diciendo que leía el ABC sentada en su orinal con forma de pato, porque aprendió a leer antes que a controlar sus esfínteres; el ABC porque era lo que rodaba por casa, claro, con la ventaja que era, y es,  un periódico grapado. Que gracias a  esas páginas del ABC sabía ella, un renacuajo a fin de cuentas,  todo lo que hacía Mao-Tsé-Tung  y porqué Nixon tuvo que renunciar a ser presidente; no lo entendía pero lo contaba de carrerilla.

   La chica de ayer pasó todo su ayer con la nariz metida en los libros, y no sólo los de texto. Cayeron por oleadas toda la colección de Los Cinco, la de los Siete Secretos, las obras de Mark Twain y las de Julio Verne, todo Sandokan, varios clásicos  de Stevenson, o de Mark Twain; todas las novelas de Agatha Christie y poquito a poco, las de Martín Vigil, Eduardo Mendoza,   Torrente Ballester o las de Delibes. Cuando cogió un poco de carrerilla, ya estaba toda Latinoamérica llamando a su puerta, con Garcia Márquez y Vargas Llosa a la cabeza, que la han acompañado hasta hoy, y a los que el tiempo ha añadido algunos imprescindibles más, como  Octavio Paz, Fernando Vallejo y, recientemente, Santiago Gamboa o Héctor Abad Faciolince, . Y antes que ellos, Carmen Martín Gaite, que fue el hada madrina de un trio de damas que atienden por Elvira Lindo, Rosa Montero y Maruja Torres.

   La chica de ayer aprendió idiomas,  a los que dio  algún que otro empleo útil, y  le sirvieron para poder releer a Truman Capote o a Hemingway en versión original, o a Patricia Highsmith, Henry James, Oscar Wilde o E.M  Foster. Y como no sólo de inglés vive el hombre, los idiomas le trajeron bajo el brazo todas las obras de Italo Calvino, varias de Umberto Eco, y no pocas de Andrea Camilleri y su comisario Montalbano. El francés se convirtió en algo más que un idioma estudiado y  aprendido y abrió las puertas de su casa y su biblioteca a Victor Hugo, Marguerite Yourcenar, Stendhal, Camus, Amin Maalouf o Tahar ben Jelloun. Joel Dicker ha venido recientemente para quedarse entre todos ellos.

    Las dioptrías han ido cayendo con los años, y con muchas noches en vela leyendo a escondidas de sus padres a la luz de una linterna,  a años luz (valga la redundancia) de los potentes y minúsculos led de hoy en día. La lectura de los clásicos, con Quevedo a la cabeza,  ha contribuido  a que,   como le dijo una vez uno de sus maestros, se le encorvara la espalda y se le enderezara el espíritu. Ella no concibe que haya nada en el mundo que no se pueda aprender en un libro, nada que no se pueda hacer, imaginar o recrear siempre que haya cerca una página con letras que le ayude a ello.

   Pero la chica de ayer choca con sus herederos, que no leen más que por obligación escolar y que encuentran la respuesta a todas sus preguntas en dos elementos no escrito en un papel, uno se llama Wikipedia y el otro Youtube; que para viajar a horizontes lejanos cogen el avión y no necesitan  leer "La vuelta al mundo en ochenta días" y que tienen relatos más inmediatos, más digeridos y más fáciles de seguir en Netflix que en los episodios de "Huckelberry Finn". Piensa la chica de ayer que, inevitablemente, algo se están perdiendo y es ahí, chocando una y otra vez contra ese muro de modernidad en tres dimensiones  y miles de píxeles, cuando se da cuenta que sí, que ella se quedó en eso...En ser una chica de ayer.

sábado, 8 de octubre de 2016

Sonata de otoño

    Una vez al año, mi empleador me manda a un curso para aprender a apagar fuegos y evacuar personas de esos edificios tan peligrosos en los que trabajamos, por si algún día llega de verdad el Leviathan en forma de atentado y tenemos que salir todos por piernas.  Aunque da mucha pereza hacerlo, y esta mañana al levantarme solo de pensar la que me esperaba en las horas siguientes hubiera salido crriendo sin necesidad de incendio, es innegable que se aprenden  cosas útiles como la manera de apagar una sartén que se ha prendido fuego sin tener que llamar al 112 ni tener que volver a pintar la cocina entera. En el camino de ida a mi cursillo de bombera circunstancial,  como cada año, cuando llega esta época veo los primeros bosques amarillear;   ya falta poco para que lleguen esos otros  árboles enrojecidos que me fascinan y que son el único momento que merece la pena del otoño, que no es para nada mi estación favorita. 

    Otros años, los bosques amarillos y los árboles rojos formaban parte de mi paisaje mañanero y mi aliciente cuando salía a correr; este año estoy lesionada desde hace tres semanas y aparte de reconcomerme y coger algún kilo, sigo las instrucciones de mi fisioterapeuta, que se ha puesto muy seria y me ha dicho que, o le hago caso (y no corro en una temporadita)  o ya me estoy buscando otro deporte. Está claro que le hago caso a la sabia osteópata, porque correr es la única manera que he encontrado de oxigenar mi cerebro, darle brío a mis piernas, impedir que la lorza crezca desmesuradamente y además, no hacerle la vida imposible a mis cohabitantes con mis dudas existenciales. 

   Pero llevo un mes en el dique seco, que he aprovechado para darle aire a otra de mis cabezonerías recurrentes que creo que ya les he contado en alguna ocasión: el piano. Resulta que a los cuarenta años me propuse correr media maratón y tocar una sonata de Beethoven (vamos,  un trozo) y pasito a pasito ya he conseguido las dos cosas...Más de diez años después. La media marathon ya hace tiempo que me hice con ella, aunque no se crean que la hago tan fresca porque cuando toca, llego a la meta con el hígado en la mano. Lo de la sonata ha sido más laborioso y el resultado bastante decepcionante, la verdad; pero ya está en mis torpes manos, y con unos días más en mi cabeza, el primer movimiento del "Claro de luna", que llevo 8 meses estudiando y que lejos de sonar como lo que sigue, a mi me llena de satisfacción: 


    Por una vez en la vida, he encontrado algo por donde darle salida a mi testarudez, y sobre todo a alguien, como mi sufrida profesora de piano, que tiene una fe en mis posibilidades que no mueve montañas (que diría Santa Teresa) sino el Himalaya entero!  Con suerte y unos meses más, llegará 2017, se arreglará mi pie y terminaré con esta partitura intentando que Beethoven no resucite y venga directamente a mi casa a darme una colleja. Y se acabará el otoño, que aunque sea la antesala del invierno (qué prefieren susto o muerte?) va restando los días para que vuelva el verano. De ilusión también se vive. Y de una sonata de otoño se ha alimentado mi espíritu en las últimas semanas.

martes, 4 de octubre de 2016

La chica de ayer

     Me voy a atrever: voy a inaugurar una sección dentro de este blog. Se va a llamar "La chica de ayer", parafraseando la canción de Antonio Vega que fue para los de mi quinta un mantra inolvidable, aunque a mi personalmente me gusta más "Se dejaba llevar", pero para lo que aquí pretendo, que es contar historias, la primera canción  va mejor. Aquí la tienen, para aquellos que son más jóvenes y no saben de qué hablo:

    La chica de ayer llevaba el pelo corto y mal cortado. Corto, desde que hizo la comunión y pidió a sus padres como regalo de comunión poder deshacerse de la trenza gorda y negra que llevaba desde los cuatro años como una cruz a cuestas; mal cortado, desde que su peluquera era su vecina taiwanesa en la residencia de estudiantes donde vivía. La peluquería era un lujo que una becaria en un país extranjero no podía permitirse y para eso estaba Mai-Li, que aseguraba haber hecho una formación de peluquera antes de viajar a Europa, cosa que, a juzgar por los resultados, no debía ser cierto. 

    Mai-Li estudiaba (o más bien lo pretendía) filosofía con una beca del gobierno taiwanés. En la residencia pernoctaba con ella  a menudo un becario taiwanés con el que engañaba al novio que le habían buscado sus padres y con el que irremisiblemente tendría que casarse a su vuelta, tres años más tarde, y probablemente con la carrera de filosofía sin acabar dado lo poco que estudiaba. Con un camino tan estrechamente trazado y con tan poco margen para sacar los pies del plato en el futuro, Mai-Li decidió pasar los años de su beca en Europa dedicándose a la buena vida que podía permitirle su exigua beca, y la peluquería, por imperfecta que fuera, le procuraba algún dinero de bolsillo. Y le procuraba, sobre todo,  una excusa para entablar conversación con el enjambre de estudiantes de múltiples nacionalidades en el que gracias al programa Erasmus se había convertido su residencia. 

    Mai-Li era buena conversadora y eso le ayudaba a ocultar su torpeza con el tinte y las tijeras. Le interesaba resolver ciertos enigmas que poco tenían que ver con la filosofía, como el uso de determinados perfumes y colonias, la obsesión por los productos lácteos en general y el café con leche en particular o la posibilidad de que las mujeres se casaran con quien les diera la gana e incluso ni se casaran. De todo ello discutía abundantemente con sus víctimas peluqueras, que salían de la experiencia con el flequillo torcido, escalones en la nuca, colores a medio fijar  y una galleta china con proverbio dentro, obsequio de la peluquera. A veces,  si la discusión le apasionaba y el cliente tocaba ciertos temas (cómo ligarse a un europeo, bàsicamente) la sesión terminaba en torno a un bol de fideos chinos o incluso unos rollitos de primavera caseros más que aceptables. Para contentar a los clientes, Mai-Li pasaba horas y horas en la cocina para desesperación de sus vecinos de pasillo, que no siempre soportaban el olor a soja y a fritanga agridulce, aunque todos reconocían cuando cataban el resultado que el arte culinario era bastante superior al peluquero.

    A medida que pasaban los meses la cultura europea de Mai-Li se acrecentaba, tanto como flequillos escabechados proliferaban a su alrededor. El taiwanés aspirante a ingeniero que pernoctaba aspirando a otras cosas se hartó de  pasar a un segundo plano en las preferencias de la peluquera aficionada, que encontraba bastante más interesantes a ingleses, suecos, italianos, alemanes y franceses. Cuando Huan, que así se llamaba el chico, desapareció del pasillo de aquella residencia, los clientes de Mai-Li dejaron de recibir galletas de la fortuna y la calidad de los fideos, sopas y rollitos descendió notablemente; la conclusión unánime de la clientela es que la falsa peluquera era también una falsa cocinera, y por encima de todo una muy hàbil empresaria!

    La chica de ayer se aficionó en aquel entonces a la comida china y, sobre todo, a las galletas de la buena suerte que, hasta hoy sigue buscando por los restaurantes chinos, y  para su desgracia no en todos las encuentra. Sigue llevando el pelo corto, aunque ahora bien cortado por un peluquero italiano caro y muy profesional, y su camino nunca volvió a cruzarse con el de Mai-Li. Creo que añora ese tiempo en el que  podía llevar el pelo mal cortado y no pasaba nada.

domingo, 2 de octubre de 2016

Cosas que hacer

    Confieso sin pudor que me paso la vida elaborando listas de cosas que hacer; y que muy a menudo consigo tacharlas todas de la lista, y entonces me da un subidón cuyo resultado es la elaboración de una nueva lista. Confieso así mismo que mis listas principales a veces tienen listas subsidarias especialmente elaboradas para el fin de semana, para una tarde libre o para la víspera de un viaje; y que también en esas consigo, aunque no tan frecuentemente, tachar todas las tareas pendientes. Que es una enfermedad? Puede. El mundo moderno nos ha traído un montón de enfermedades modernas (que yo calificaría más biende chaladuras) algunas con nombres que me asombran. Ejemplo? el pánico a no ser localizado por falta de teléfono móvil se llama Nomofobia, así que premio para el primero que me escriba dándole un nombre a mi chaladura particular. 

   Dicho sea de paso, puestos a tener chaladuras, la mía es de las inofensivas y la de Donald Trump, por poner un ejemplo ilustrativo, peligrosa. Aprovecho para introducir una cuña publicitaria: amigos norteamericanos que sé que me leeis, votad por Hillary! Los europeos que no votamos, pero somos conscientes de lo que nos jugamos con un chalado al frente del guardian de occidente, os lo agradeceremos. Se imaginan un mundo gobernado por Trump, Putin, las monarquías del Golfo y el coreano del Norte? No se rían, puede ser verdad pasado mañana y, en ese caso, lo de nuestra falta de gobierno será una pura anécdota sin importancia. Se cierra la cuña publicitaria.

   En mis listas de cosas que hacer aparecen frases reiteradas que siempre llevan los mismos verbos: traer, recoger, llevar, pagar o enviar. Ideas repetidas como "día de recogida de la basura de gran tamaño" o "segundo plazo de"; palabras usuales como banco, paquete, tintorería, colegio, cena o cita médica. Y también, que todo hay que decirlo, aparecen de vez en cuando tareas agradables como "llega Fulanita en el avión de las cinco" o "hay que comprar los billetes de avión para Semana Santa"  "cena en casa de" o "toca concierto". A mí me gustaría darle un toque poetico a mis listas, visto que son parte de mi ser natural, y adornarlas con mandatos y propósitos de buenos deseos; que donde pone "llevar los edredones a la lavandería" pusiera "llevar un café y una sonrisa al mendigo aparcado en la puerta de mi trabajo". O que donde está escrito "banco" o "reunión de padres", apareciera "hora para el Tai-Chi" (de verdad moriré sin haberlo aprendido?) o simplemente "siesta". O "llamar a mis parientes añosos" incluso a aquellos que ya ni recuerdan mi nombre o "pasar más de tres horas sin emitir una queja". Si todo esto apareciera en mis listas, no serían listas sino las bienaventuranzas del Evangelio, y no lo son, se siente.

   Recientemente me han contado en una cena entre amigos que a los gatos se les pueden poner unas uñas postizas para evitar que te destrocen los muebles, pero que las dichas uñas se caen y hay que remplazarlas periódicamente. Según escuchaba el relato, ya me veía yo con otra cosa más que poner en mis listas y me dije que mi negativa a tener un animal en casa, a pesar de lo mucho que mis hijos me lo han pedido y suplicado, se justificaba por no incrementar mis listas de cosas que hacer con otro ramillete más de asuntos pendientes: "veterinario", "vacunas caninas", "pienso" o similares, son por suerte palabras que nunca he escrito en los pedazos de papel que me siguen por todas partes. 

    Mañana es lunes, mejor ni les cuento como está de florida y hermosa mi lista de esta semana. Va a comenzar a las ocho de la mañana en el concesionario SEAT y Dios sabe a dónde se encaminarán después mis tareas pendientes. Mientras tanto, feliz domingo amigos; si no tienen muchas cosas pendientes escritas para hoy pongan "hacer feliz al prójimo" ; no es porque  aparezca en el Evangelio, es que siempre funciona.