lunes, 28 de abril de 2014

Para apagar las velas

    En el suplemento especial que El País publicó a la muerte de García Márquez, había un curioso artículo donde Almudena Grandes relataba como sin ser amiga de festejar sus cumpleaños, hizo una fiesta para sus 45 que nunca olvidará porque en ella se presentó sin avisar su amigo Joaquín Sabina con Gabo bajo el brazo, que estaba de paso por Madrid. Dice la Grandes, que desde entonces no ha sido capaz de volver a organizar una sóla fiesta de cumpleaños en su casa. No me extraña, yo probablemente aún no me habría repuesto del susto.

    Y en pocos días, servidora va a cruzar el Rubicón de un año más, el último antes de cambiar de prefijo, ustedes ya me entienden. No voy a hacer ninguna fiesta porque además no soy muy dada a ellas, pero si por un casual comprara una tarta y unas velas y me diera por cantarme "Feliz, feliz en tu día" no estaría mal que me ocurriera algo como lo que le ocurrió a Almudena Grandes...claro que para eso hay que ser escritora y yo no lo soy, o ser amiga de Joaquín Sabina, cosa poco probable. Y encima Gabo se ha muerto (vaya fastidio!) y ya no puede presentarse por sorpresa en casa de nadie, ni siquiera utilizando el realismo mágico de sus novelas. Así que no será ese el encuentro improbable que me sucederá esta semana. 

    No soy yo tampoco muy mitómana, pero si se presentara Vargas Llosa en mi cumpleaños me desmayaría de gusto; como si viniera Woody Allen, a quien no le pediría ni tocar el clarinete, con hablar con él cinco minutos me conformaría. No me importaría soplar las velas delante del Papa Francisco pues me resulta un personaje simpático, y creo que ser Papa y resultar simpático, a quienes no militamos en su bando,  ya es todo un mérito. Y ya pasándonos a un terreno más banal, George Clooney sabe (bueno, en realidad no lo sabe) que siempre es bienvenido en mi humilde morada. 

    Ya contaba en mi última entrada como Miguel Delibes cayó varios enteros en la estima literaria de mi padre una vez que se lo encontró en un restaurante de Tordesillas, le pidió un autógrafo y Delibes se lo negó mandándo a mi padre a paseo (literalmente); así que yo he aprendido que a los famosos, por mucho que los apreciemos, es mejor mirarlos y no dirigirse a ellos cuando uno se los encuentra fuera de tiesto. Famosos que uno aprecie, claro, porque ya les dije que en mis últimas vacaciones isleñas compartí hotel durante una semana con Ana Rosa y, la verdad, no me dieron ganas de pedirle ni la hora.

    En mi lista de encuentros en la tercera fase, recuerdo especialmente un viaje que hice con todo el Real Madrid de fútbol  en un avión de Madrid a Roma, cuando Casillas aún merendaba Nocilla y a mí el fútbol me importaba menos de lo que me importa ahora, que ya es poco. También me crucé una vez en uno de los baños de mi trabajo con la princesa Victoria de Suecia y me quedé mirándola y mirando cómo se colocaba las medias (las monarquías escandinavas son cercanas hasta para eso) diciéndome que esa cara me sonaba del Hola pero no sabía muy bien quién era. Pensarán ustedes que siempre me topo con personas famosas sin reconocerlas...pues no, una vez mi hijo, cuando aún era un pequeñajo con pañales, arremetió con el carro de las maletas en Barajas contra Joan Manuel Serrat, que apaciblemente se comía un bocadillo de jamón y leía el Marca en la mesa de al lado de la nuestra. Me levanté de mi mesa para disculparme, Serrat me miró, o eso me pareció a mí, le acarició la cabeza al crío y me dijo que no pasaba nada; y yo me quedé muerta y sin habla! Y les aseguro que lo de quedarme sin habla no me suele ocurrir. Si Serrat viniera a mi cumpleaños también me gustaría, claro!

miércoles, 23 de abril de 2014

Los libros de mi padre

    Desde que tengo uso de este blog, la única fecha comercial que respeto es el día del libro, bien lo saben ustedes. En mis años mozos ésta era también una fecha señalada, y además festiva, pues desde que se pergeñaron las autonomías, la mía castellanoleonesa, decidió celebrar su fiesta conmemorando la derrota de los Comuneros frente a Carlos V: 23 de abril de 1521; hay que ser castellano para celebrar una derrota con derecho a patíbulo para los heroes (que luego no lo eran tanto) de la resistencia anti Habsburgo. 

    Así que yo, el 23 de abril siempre me preparaba para ir con mi padre a la feria del libro que ponían en la plaza mayor de mi ciudad, que de paso les cuento que es la más bonita de España, y ahí no me puede el orgullo patrio sino la verdad estética. Yo le sacaba a mi padre las entretelas porque él en libros no escatimaba y además, pocos días  después era mi cumpleaños así que el negocio era redondo. Ahora, si uno quiere quedar bien con los hijos más vale llevarlos al Media Markt...

    Hace unas semanas, me contaba un colega del trabajo cuyo padre había fallecido recientemente, que él estaba leyendo todos esos libros que su padre le recomendó y que él no hizo caso, que era una manera de rendirle un pequeño homenaje. Había empezado por "Crimen y castigo", que ya es mérito! Mi colega me dio sin quererlo la idea para mi entrada de hoy, donde quisiera rendirle homenaje a las lecturas de mi padre, muchas de las cuales he compartido. Vayamos a ello. 

    Mi padre era un gran lector, y para él la madre de todos los libros era "El Quijote", seguido de "Guerra y Paz", que aseguraba haber leído en la mili. Estos los he leído, pero siempre me rsistí a su tercera recomendación: "La montaña mágica" de Thomas Mann, que caerá algún día como homenaje, como el Dostoievsky que se está merendando mi colega. Su fascinación por la nación israelí enciontraba sus orígenes en "Oh Jerusalen" de Dominique Lapierre, y su confirmación en los cuentos de Bashevis Singer, que compartimos y comentamos todo un verano. Sus autores favoritos eran siempre viejetes y anglófonos;  curioso, viniendo de alguien que no hablaba ni entendía una sola palabra de inglés: Pearl S. Buck, Chesterton, Morris West y Hemingway. Leí "Por quien doblan las campanas" porque él me lo aconsejó, pero discutí mil veces con él porque "El viejo y el mar" me parecía una castaña. Aún me lo parece, así que ese también tendrá que caer en la lista de las lecturas homenaje. 

    Guardo como oro en paño la edición de "Los gozos y las sombras"  de tres tomos en una cajita de cartón que recibí como regalo el 23 de abril de 1982 y los "Cien años de soledad" del mismo día del año siguiente. Ahí comenzó mi fascinación por Gabo, que nunca conseguí trnasmitirle; él prefería a Vargas Llosa y me dejó leer con menos años de los requeridos "Pantaleon y las visitadoras", que aunque iba de prostitutas, en el fondo era bastante más  inocente que "La ciudad y los perros" que recibí como regalo el mismo año: 1979. No compartía mi fascinación por la literatura hispanoamericana y sí coincidíamos en nuestros gustos castellanos: Delibes era el más grande, aunque cayó varios puntos en su estima el día que se lo cruzó en un restaurante de Tordesillas, le pidió un autógrafo y se lo negó. 

    Conseguí recomendarle y que se leyera "El nombre de la rosa", que era uno de esos libros necesarios para no quedarse fuera de las conversaciones, y como no le gustaba mucho la cosa medieval, nunca me regaló "El señor de los anillos" y la que se ha quedado fuera de muchas conversaciones por eso he sido yo! Nunca le apasionaron los libros de política ni las biografías, algo que, normalmente gusta mucho a los padres. Se leyó "El Padrino" antes de que se convirtiera en una película de Oscar y sostenía que Vázquez Montalbán era un soplagaitas: ahí discrepábamos. Me regaló una edición del María Moliner cuando cambié de trabajo, porque sospechaba que me haría falta, y tenía razón. Su última lectura fue "El agente secreto" de Conrad, que me he quedado yo, con su fecha de lectura y sus subrayados. Y cuando tenga tiempo, quizás me jubile y pueda dejar de oir el maldito despertador, me meteré con los "Episodios Nacionales", que él se leyó mientras estudiaba unas oposiciones que, claro, está, con tanta lectura, no aprobó.

    Feliz día del libro. Cómprense uno, firmenlo con la fecha del día, y quizás sus herederos lo recuperen en el futuro, no hay que perder la esperanza.

sábado, 19 de abril de 2014

Mi vida sin Gabo

    Mientras Gabo se apagaba, yo estaba en el paraíso, en uno que el Dios rabioso y colérico del Antiguo Testamento aún nos ha dejado; y mientras tanto, uno de mis dioses se disponía a abandonarme, ese que tantos cuentos me contó y que tantas horas de placer me dió sin tener ni siquiera que pecar contra el sexto mandamiento. 

    He pasado todo el día de ayer en una playa, pensando qué se puede decir de alguien de quién ya se ha dicho todo, mi tercer ídolo caído en poco más de un mes, después de Paco de Lucía y Adolfo Suarez. He pensado ayer, todo el día, si el resto de la humanidad playera que me acompañaba se habrá detenido a pensar en Gabo, y prefiero no reconocer, que una parte de ese público, puede que ni sepa que Gabo un día existió. Les he contado a mis hijos mi pena, que comprenden relativamente porque les cuesta sentir los que yo siento por un señor que simplemente escribía libros. Y he pasado el resto del día en la sucursal del paraíso, llamada hotel, donde decenas de turistas de fin de semana se procuran un bronceado con el que llamar la atención en sus oficinas a partir del lunes y discuten sobre la final de la Copa del Rey. Sabrán ellos que se ha muerto Gabo? Les dará pena? Sabrán ellos quién era Gabo? La duda me corroe.

    Es más, en este paraíso, llevo toda la semana compartiendo alojamiento con toda una troupe televisera de Tele 5, cadena que no veo por vivir fuera de España, y con unos famosillos que apenas conozco pero que mis amigos españoles me han explicado quienes son. Ellos son muy conscientes de su celebridad y creo que incluso les molesta que la gente les respete tanto y no les pare más para hacerse un "selfie" con ellos; yo ya me he cruzado varias veces con Ana Rosa (la fallera mayor de todos ellos) en el buffet del desayuno que me mira pidiendo a gritos que la reconozca y se lo diga. Ganas me dan mañana de pararla por un pasillo antes de marcharme y preguntarle lo que siente por la muerte de Gabo. Lo mismo hasta me sorprende.

    Menos mal que me he procurado el suplemento especial del País, que me leeré en el avión de vuelta, y que paso estos días en la compañía de una buena amiga escritora, para quien la muerte de Gabo es un drama como lo es para mí, o para mi cónyuge. Menos mal que tengo aquella foto que me hice una vez delante de su casa en Cartagena de Indias, como nuestras abuelas se fotografiaban delante de la cueva de Lourdes; menos mal que sólo he leído dos veces en mi vida "Cien años de soledad" y que con un poco de suerte caerá una tercera antes de morirme. Menos mal que conocí el convento donde se encontraba sierva María de Todos los Santos, y la Quinta de Bolívar, o que vi, pisé y reconocí los lugares donde se desarrolló "Noticia de un secuestro" la más grande crónica periodística jamás contada. Menos mal que no le puse Aureliano ni José Arcadio a mi hijo, a pesar de que tentaciones no me faltaron, y que aunque no le conocí personalmente sí tengo amigos que lo hicieron y que supongo que hoy llorarán su muerte (gracias por cierto a Isabel y Rafael por explicarme Colombia como nadie lo hubiera hecho mejor). Menos mal que la literatura, si no te hace rico sí te procura la inmortalidad, y la veneración  de unos cuantos cretinos como yo. Y menos mal, Gabo querido, que como tú bien dices, la realidad se limita a copiar los sueńos, y así la vida es más llevadera. Gabo no sé si se ha muerto, pero lo que si sé es que yo sin sus novelas, que tanto he vivido casi màs que leído, voy a andar como una muerta en vida.


viernes, 18 de abril de 2014

Jueves sin procesión

    Tal día como hoy, hace un año, escribía yo una entrada con un título parecido: "Jueves de procesión" decía aquella, y eso que llovía a cántaros y no salió ni una procesión en más de media España. A pesar de la alegría que me produjo la falta de desfiles de santos y capirotes (léanse esa entrada si quieren argumentos) a Dios puse por testigo, como Escarlata O'Hara, que el año siguiente no volvían a pillarme en la España continental  esperando la salida de la Virgen a la puerta de una Iglesia, y menos aún con esa música odiosa de tambores y cornetas, que parece compuesta por los enemigos y tocada muchas veces por los emisarios de Belcebú...en Sevilla una de los cornetas es Paquirrín, no les cuento más. 

    Así que hoy, Jueves Santo para la humanidad creyente, yo estoy en una isla muy parecida a lo que debiera haber sido el paraíso terrenal, por seguir con el símil católico, y siempre en territorio hispano, no sea que alguien me eche en cara el no gastarme en mi patria lo que me gano fuera de ella. por cierto, algo que tengo a gala señalar, porque nuestros gobernantes y familia Real, tienen por costumbre hacer lo contrario: se gastan fuera lo que se ganan en España, o aún mejor, lo que les pagamos los españoles y no siempre se merecen. Dicho queda. Y como estoy en el paraíso, me he permitido hacerme alguna reflexión sobre Adan y Eva, por el lado laboral. No me malinterpreten pero si el trabajo es un castigo bíblico, hay que reconocer que el Creador se ensañó a conciencia. Y de paso, a las mujeres nos dejó de propina lo de parir con dolor, que veinte siglos antes de la invención de la peridural, ha proporcionado a las descendientes de Eva un buen montón de contracciones dolorosas.

    Esto del trabajo, es como lo de ni contigo ni sin tí. Nos damos cuenta lo bien que estamos sin él cuando se nos juntan varios días de asueto, y la posibilidad de gastarlos en en paraiso (cada cual el suyo); pero para gastar, y sobre todo para gastar tiempo y ocio a muchas millas de casa, hay que trabajar. Si hay mucho trabajo, nos hierve la sangre y se nos funden los plomos, si no hay trabajo la cosa se pone aún peor. Para tener vacaciones hay que tener trabajo, y para poder marcharse de vacaciones (nótese la sútil diferencia que marca el verbo "marchar")  hay que tener un buen trabajo que te permita ahorrar lo suficiente y ausentarte de él. Una gaita, vamos, de la cual sólo se libran, como  siempre, los muy ricos por casa, que no son los que tienen trabajo sino los que no han trabajado en toda su vida.

    Pues bien, señoras y señores, amables lectores  todos, se acaba para mí este jueves sin procesiones, aunque para ustedes ya se acabó hace una hora, porque yo estoy en Canarias. O incluso para algunos de ustedes, que acompañan a sus Macarenas y Cristos dolientes no se acabe el jueves hasta bien entrada la mañana  del viernes, donde como solía decir mi padre con cierta retranca, ya no queda ni Dios.

    En este jueves sin procesiones que yo he disfrutado al sol, se ha marchado para siempre García Márquez, uno de mis ídolos, mi compañero de muchas tardes de verano, de muchos viajes en trenes y aviones, de muchas horas en las salas de espera y de muchos viajes a Colombia hasta que llegó el viaje verdadero. A él si que hubiera sido yo capaz de sacarlo en procesión, llevarlo a hombros y hasta ponerle flores en un altar...a veces los dioses no son los que hacen los milagros y te castigan echándote del paraíso, sino los que te lo enseñan y te dejan disfrutarlo. Descansa en paz Gabo, nos veremos en Macondo, tantos años en tu compañía creo que hasta me dan derecho a tutearte. 

martes, 15 de abril de 2014

Mirando al mar

    Parece mentira que una castellana vieja como yo, hija de castellano viejo y de andaluza de interior, eche de menos el mar, pero así es. A pesar de todo lo que presumo de mi ciudad de origen, de sus piedras centenarias, de su gente adusta y fiel, de sus dehesas, de sus embutidos y del sol de la Meseta, lo siento, lo que echo de menos es el mar. Así que como estoy harta de que me caiga agua encima en cada visita a la terrible estepa castellana (escribiré al primo de Rajoy un día de estos para ver si sigue negando el cambio climático) me he venido a las Islas Afortunadas, en su versión màs de secano para ponerme al sol y mirar al mar, que no me hace falta mucho màs en la vida. 

    Y ayer por la tarde, mientras contemplaba el mar Atlàntico, por el que llegan muchos pobres desgraciados en patera porque el Senegal apenas està a cien kilómetros de esta costa,  intentaba recordar cuales han sido las playas de mi  vida. Comienzo por el Sardinero de Santander, testigo de la primera vez que vi el mar, porque los niños de la Meseta, veíamos el mar por primera vez a una edad lo suficientemente avanzada como para recordarlo. A ésta le siguió el Bajondillo de Torremolinos, fea como un pimiento morrón, pero mi "verano Azul" particular, pues les aseguro que menos Chanquete y la pintora, teníamos todo lo demás igualito a los personajes de la serie. Continuo con toda una serie de costas españolas, testigo de mis andanzas juveniles: Fuentebravía en Cadiz, Punta Umbría en Huelva, Carnota en La Coruña; de ésta última nos levantó la Guardia Civil por acampar ilegalmente. Ese día perdí (un poco más) la inocencia, porque hasta entonces yo estaba convencida de que uno se podía acampar en donde le daba la gana mientras no dejara tras de sí un estercolero. 

   A partir de entonces, mi horizonte playero se engrandeció y traspasó las fronteras patrias: la Promenade des Anglais de Niza, Selinunte en Sicilia, Knokke en el Mar de Norte, testigo de un bocadillo de queso Gouda que comencé hace veinte años y aún sigo compartiendo. North Miami Beach, donde un pelícano intentó comerse mi desayuno y me pegó un susto del que aún no me he repuesto (recuérdese mi fobia a los bichos de plumas); Dana Point en California, donde era posible caminar entre las focas;   Cartagena de Indias y sus mulatas espléndidas que intentaban  sin éxito trenzarme el pelo, pintarme las uñas o sustraerme al marido, si se terciaba. Maspalomas y sus dunas por las que mis hijos se rebozaban como croquetillas, Rodas y su agua a temperatura de bañera doméstica, el Cap Blanc Nez y sus acantilados de infarto. Y siempre, siempre, Isla Canela, testigo de treinta años de mi vida, de mis mareas altas y bajas, de mis correrías matutinas para rebajar tanto churro engullido sin medida y del único momento del año en el que mi cerebro deja de ser una central  hidroeléctrica o una olla a presión, para conformarse con funcionar a ratos y con corriente alterna...todo un mérito, les aseguro. 

   A todas esas voy a añadir las dunas de Corralejo, con su arena blanca, sus cabras correteando al fondo y ese mar azul como sólo lo había visto hasta ahora en el Caribe. No hay que ir tan lejos, a cuatro horas de cualquier aeropuerto europeo están las Islas Afortunadas, que no llevan ese nombre  por nada,  y esta isla en la que me encuentro, concretamente, que le servía a Franco para castigar a los que le llevaban la contraria públicamente. Como él era gallego y cateto nunca se molestó en venir hasta aquí para comprobar que, en realidad, los mandaba a una especie de paraíso. O a mí por lo menos me lo parece, sólo le falta para ser completo una buena churrería...




viernes, 11 de abril de 2014

Elemental, querido Dalai.

    Ya sé que ustedes saben que yo no soy una persona Zen, lo que no sé si les consta es lo mucho que intento remediarlo. Para empezar, sigo los consejos de todos mis amigos que sí lo son, y sobre todo de mis amigas, porque me he dado cuenta que lo de la paz de espíritu es un asunto más femenino que masculino. También me leo con atención toda esa cascada de frases bonitas y espiritualmente reconfortantes que me llegan por Facebook; como yo sólo pongo en mi muro fotos de mi ciudad, de bandejas de churros y viñetas de Forges, aprecio que los demás tengan un sentido trascendente de la vida que yo no tengo, aunque reconozco que les hago poco caso. El último intento ha sido proponerme la lectura cotidiana, cada noche antes de apagar la luz, de una frase del Dalai Lama, siguiendo un libro que, hasta ahora, yo había recomendado y regalado varias veces sin aplicarme la receta: "365 meditaciones cotidianas del Dalai Lama", que es la versión tibetana del misal de nuestras abuelas.

    Empecé el uno de enero con muchas ínfulas y mucho método, una frasecita cada noche. A día de hoy voy por la meditación número cien, y visto lo visto, y como no mejoren los elevados pensamientos del querido Dalai, no sé si llegaré a la 365 sin tirar el libro a la papelera. No sé si es porque  el hombre ya está mayor, o porque desde pequeñito le contaron que todo lo que salía por su boca sería objeto de veneración, pero creo que pensamientos como "todos los seres buscan la felicidad y detestan sufrir, incluso los insectos que se nos escapan entre las manos"  no son como para  encontrar consuelo en momentos de zozobra. Otra: "los pensamientos y actos gobernados por el amor son claramente beneficiosos para nuestra salud"; y no digamos cuando el monje se mete a analizar el matrimonio: "el hombre debe satisfacer a la mujer y la mujer al hombre. Si no cumplen cada uno los deseos del otro, el resultado es la separación" o "si ustedes deciden emprender una vida en común con alguien, reflexionen antes sobre las responsabilidades que eso conlleva"; ésto se lo debió contar al Dalai alguna monja budista que sí  tuvo vida marital antes de ingresar en el monasterio...

    Hay que admitir que su vida no ha sido fácil, aunque antes de que los chinos lo echaran de su casa vivía en un palacio con mil habitaciones y era un gobernante dotado de un inmenso poder tanto político como espiritual sobre sus súbditos, cuestión esta, la de mezclar los asuntos religiosos con los civiles, que me pone especialmente nerviosa. También es justo reconocerle al Dalai que haya renunciado al poder  en los asuntos terrenos y que se limite a viajar por el mundo denunciando a los ocupantes chinos sin disparar un tiro ni incitar a la violencia,  en el 89 le dieron el Nobel de la paz por ello y desde entonces el Nobel ha ido a parar de vez en cuando a manos no siempre tan limpias de sangre como las suyas. Ahora bien, leídas hasta ahora cien de sus meditaciones, reconozco mi incapacidad para sacarles la sustancia (será precisamente porque no soy Zen)  y prefiero leer para la tranquilidad de mi espíritu a Santa Teresa, Voltaire, Ortega, Azaña y si me apuran a Gila, que nadie lo reconoce pero era un gran filósofo.

    El librito me lo voy a acabar porque yo tengo esa enfermedad de acabar de leer casi todo lo que empiezo, pero algo me dice que no supondrá un antes y un después en mi vida, lástima. Por ahora me quedo con la meditación número catorce, en la que sí me identifico con esas cosas tan obvias que me cuenta el Dalai: "buena parte de nuestras preocupaciones son  consecuencia de pensar demasiado. Somos nosotros mismos los que fabricamos muchos de nuestros padecimientos"...Elemental, querido Dalai! A veces pienso que no haberte corrido una buena juerga en tu juventud, con bocadillo de calamares a las seis de la mañana y entonación a cuatro voces del vino que tiene Asunción, lleva a ciertos adultos a creer que están en posesión de verdades inmutables que algunos ya descubrimos  hace muchos años. Al budismo tibetano me parece que le falta un poco de filosofía de bar para acercarse a la vida cotidiana, que es la que nos abruma a las mentes atormentadas.

martes, 8 de abril de 2014

Sin opinión

    No nos engañemos: si no te llamas Paris Hilton y escribes un blog, los que te leen son tus amigos, tus vecinos, tus parientes y unos cuantos colegas del trabajo; y después de ellos, los amigos de tus amigos, los parientes de tus parientes y los conocidos varios...y no todos. Tal cercanía con el lector tiene como ventaja el escribir una especie de hoja parroquial en la que los que te leen ya saben que no van a encontrar ningún secreto oscuro de tu vida. 

    Y también tiene la cosa sus inconvenientes, porque como casi todos los que te leen te conocen y se encuentran contigo por los ascensores y las esquinas, empiezan dándote ideas para escribir y acaban queriendo convertir tu blog en un programa de discos solicitados. Esto último, he notado que ocurre cada vez que se muere alguien famoso, sin importar si es Manolo Escobar o Adolfo Suarez. O cuando ocurre algún suceso chocante, como el asunto de Esperanza Aguirre y la policía municipal; episodio del que me niego a escribir a pesar de las muchas peticiones que me han llegado estos días, se siente. Total, si todo el mundo tiene Facebook para colgar fotos, chistes y reivindicaciones varias, por qué tenemos que trabajar por encargo los pobres blogueros, que usamos nuestro espacio para creernos que escribimos y de paso ahorrarnos el psicoanalista?

    A veces pienso que esa manía que tenemos los españoles de opinar de todo (especialmente de lo que no sabemos) y de crear tertulias de opinión en la tele, en la radio, en la panadería y hasta esperando para coger el ascensor nos lleva demasiado lejos, y nos pensamos que cualquier cosa escrita, hasta una pintada callejera, se puede convertir en una columna de opinión. Si al menos tanto dar nuestro parecer y tanto constituirnos en opinantes hubiera hecho de nosotros seres más tolerantes, otra cosita sería; pero me temo que la especialidad del "Homo Hispanicus" es opinar, te lo pidan o no, y no escuchar con mucha atención la opinión contraria; y por supuesto, antes muertos que admitir que esa opinión contraria es mejor que la nuestra. De acuerdo que de todo hay en todas partes, pero este carácter patrio que tan bueno es para ciertas cosas, no nos sirve para debatir, discutir, escuchar y formarnos una opinión rebatible; no nos lo pusieron en nuestro ADN, qué le vamos a hacer. Y por eso, como dice el Gran Wyoming tantas veces en el fantástico "Intermedio" de La Sexta, nuestra democracia ha nacido con una malformación congénita. 

   Así que ruego al respetable público que lo tenga en cuenta: yo no escribo este blog para opinar, y francamente, creo que cuando doy mi opinión, ésta cuenta bastante poco. Escribo porque me gusta, me relaja y, sobre todo, me desfoga de todos mis demonios internos y mis tormentas cerebrales, que como ya he dicho tantas veces, como no soy una persona Zen, son muchas y variadas. Y no le voy a dedicar más que un par de líneas a Esperanza, a quién le reconozco al menos dos cualidades que le faltan a la mayoría de los políticos españoles: agallas y sentido del humor. Ya me hubiera gustado a mí ver a la Cospedal y a Rita Barberá sometidas al acoso y las chanzas  de los de "Caiga Quien Caiga" durante años y terminar convirtiéndose en colega del Wyoming, Tonino y compañía: no hubieran aguantado ni medio asalto! Si ya se ponen de mal humor hasta cuando les preguntan los periodistas serios...

    Puestos a escribir por encargo, ya sé que nadie me lo va a pedir, pero escribiría sobre Mickey Rooney que murió ayer; y que fue un señor que resistió hasta los 93 años después de casarse ocho veces (una de ellas con Ava Gardner, que debe de contar doble) y de sobrevivir a ocho divorcios. No es este vicio matrimonial algo desdeñable, teniendo en cuenta que el hombre medía um metro cincuenta  y que en una de esas se llevó a Ava Gardner al huerto, la cosa tiene su mérito y tal como la propia Ava decía a sus conocidos (no me cansaré de aconsejarles la estupenda biografía de Lee Server, "Love is nothing"): "desconfíen ustedes del pequeñajo, se sabe todos los trucos"...no creo que fueran de magia. 




jueves, 3 de abril de 2014

Un taburete de tres patas

    Desde que tengo uso de razón, tengo asimilado que por esta vida pasamos para disfrutar y aprender. De lo primero ya nos encargamos cada uno por nuestra cuenta, pero de lo segundo no, y hay que buscar ayuda. En mi caso, el aprender se me ha representado siempre como un perfecto taburete de tres patas, en la que una eran mis padres, otra mis maestros, y la tercera los libros. 

    De la primera pata no hay mucho que contar, aunque llega un momento de nuestras vidas en el cual nos damos cuenta que nuestros padres no tienen la respuesta para todo, o simplemente no están ya para responder. En la segunda pata caben muchas personas durante los muchos años de nuestra existencia: desde el maestro que nos enseñó a leer en el parvulario hasta algunos de los que siguen empeñados en que aprendamos cosas nuevas. Yo por ejemplo tengo aún una maestra, en forma de profesora de piano, que cree a pies juntillas que algún día seré capaz de tocar un Nocturno de Chopin de un tirón y de memoria (a trompicones ya lo he conseguido) y persevera en sus enseñanzas con más paciencia que el santo Job. Todo lo demás se encuentra siempre en los libros; incluso se encuentra mucho más de lo que se busca, he ahí la gracia! La verdad es que siguiendo a las tres patas del taburete no me ha ido demasiado mal hasta ahora. 

    Pero ahora tengo herederos, dos adolescentes de los que preocuparme (por ésta y por otras miles de cosas) porque veo que el taburete que  tienen ellos y todos los de su generación, es bastante diferente del mío; A saber, las tres patas se llaman Google (y con suerte, Wikipedia); Facebook y parientes (Instagram, Twitter, Ask, etc) y YouTube para la tercera pata. A los padres nos escuchan con cierta retranca, a sus maestros, lo mínimo para que no les suspendan, y los libros pasaron a mejor vida. Y con los libros, las películas (si no son de acción y movimiento extremo) el teatro, la música (si no tiene una base electrónica) y todo aquello que exija más de media hora de concentración. Ni siquiera el Kindle es un invento a tener en cuenta: sólo es en blanco y negro y no tiene mensajería.

    Los jóvenes no quieren leer, porque es aburrido, está lleno de letras y de palabras que desconocen y ni por asomo piensan en buscar en el diccionario (otro objeto impreso no identificado). Ya va siendo hora qua admitamos, igual que admitimos que los Reyes Magos eran los padres y que lo de la Virgen María es un fenómeno surrealista, que leer es un acto solitario, anticuado y trabajoso, que los libros pesan, no tienen imágenes, no le puedes dar el "me gusta" para que se enteren tus colegas y encima te hacen pensar...Deben ser el objeto menos sexy que deambula por el planeta tierra. A algunos nos ha servido durante muchos años para viajar por paraísos remotos, para conocer personajes inolvidables, para demostrar que no éramos idiotas en las reuniones sociales, y hasta para divertirnos, perder muy a gusto unas cuantas horas de sueño y acumular el saber necesario para tener un trabajo bien pagado, y una opinión, que no es poca cosa para andar por el mundo. No parece que todos estos parabienes conmuevan lo más mínimo a nuestros descendientes, para los que leer es algo que se hace porque te lo mandan en el colegio, y hago esta categórica afirmación con el alma en pena y una tristeza infinita, sabedora de que la cosa no tiene remedio. 

   Me gustaría que existiera la reencarnación para poder ver dentro de veinte años, qué trae como resultado tanto desprecio por el saber y la letra impresa. Igual que ahora sabemos que la Guerra Civil  nos dejó un país partido en dos donde aún hay cicatrices abiertas, o que los padres del '68 criaron hijos libertinos e indolentes que ahora se han vuelto a su vez unos ogros con sus propios hijos. Como sabemos que cuando se jubilen de golpe todos los que nacieron en el Baby Boom de los 50-60 no habrá dinero para tanta pensión, o como sabía Wilson, el presidente norteamericano que firmó los tratados de paz tras la Primera Guerra Mundial, que allí mismo se estaba preparando la Segunda (ésto, claro está, lo sé porque lo he leído en un libro: Robert Graves,  "Adios a todo eso"). Pues eso, a mí me gustaría saber qué clase de mundo y de humanidad será ésta que no sabe más que lo que le cuentan las pantallas de los ordenadores, que no consiguen leer de corrido porque cada diez segundos les entra un mensaje o les pita el móvil. No descarto llevarme un chasco y contemplar una sociedad más feliz, más igualitaria, más justa y menos cruel, porque las tres patas de mi taburete me han enseñado que cualquiera se puede equivocar y que hay que darle una oportunidad a las personas; pero por desgracia no lo voy a ver. Y no sé si quiero...

martes, 1 de abril de 2014

Lo peor es posible

    En el año 2002, Jean-Marie Le Pen, fundador del Frente Nacional (partido de extrema derecha aunque ellos lo niegan) llegó a la segunda vuelta de las elecciones presidenciales francesas. A toda la nacíón le recorrió el espinazo un intenso escalofrío: tenían que elegir entre un presidente en ejercicio, senil, de derechas y no particularmente destacado en ese momento y un candidato de extrema derecha, bocazas,  xenófobo y racista. Ganó el presidente repetidor, claro, porque en aquel entonces, los franceses aún eran los guardianes de la Revolución, un pueblo que desayunaba cada mañana un café au lait, un croissant, liberté, egalité y fraternité. 

    Por esas cosas del destino, yo estaba entonces a miles de kilómetros de Europa y por casualidad, rodeada de franceses por todas partes menos por una. Aún recuerdo la agitación de aquella gente, alejada de su país en un momento crucial, que intentaba por todos los medios arreglárselas para votar en la segunda vuelta y cerrarle el paso a Le Pen. Aunque también recuerdo a alguno que secretamente se regocijaba de la situación, supongo que sin comprender muy bien lo que estaba en juego, pues aquellos franceses de los que hablo eran padres adoptivos en espera de que su país les autorizara el regreso a casa con unas criaturas en muchos casos de color oscuro que,  de ganar Le Pen, no iban a tener una vida muy fácil en el país de la Marsellesa... como diría el otro, "hay gente pa'tó". 

    Dijo Churchill sin equivocarse ni medio que la democracia era el menos malo de los sistemas políticos; y cuando lo dijo estaba cargado de razones, porque acababa de terminar la Segunda Guerra Mundial. Desde entonces, si dejamos que la democracia funcione, como los humanos somos malotes (y algo tontos todo hay que decirlo) nos encargamos de estropearla; y si no funciona, se convierte en una dictadura, que es algo infinitamente peor. Y para salir de la dictadura hay que provocar un conflicto que a veces acaba en guerra, se cobra muchas vidas humanas y se instaura una democracia, y vuelta a la casilla de salida. 

    Y no sé si somos conscientes de que, si lo malo es posible, lo peor también lo es; véase el caso Le Pen.  El viejo Jean-Marie era un exaltado, bastante inculto y violento en su discurso, que tenía unos pocos adeptos que le votaban con fe ciega, porque el mensaje era inexistente y, sobre todo, impresentable e incompatible con los valores de la Francia republicana, que son los que media humanidad desearía aplicarse. El tipo se retiró en el 2008 dejándole el puesto a su criatura, una rubia de bote bastante más inteligente de lo que aseguran sus enemigos. La niña Marine le ha cambiado el nombre al partido, para que no parezcan una banda de las SS, habla de manera convincente y no siempre facinerosa, no parece amar la botella como su padre y vocaliza bastante más y, sobre todo, sabe cómo administrar sus gestos y sus apariciones para confundir al personal: no hace mucho condenó el Holocausto públicamente y en presencia de varios rabinos, cuando su padre había sido juzgado años atrás por negacionista. Ha conseguido que la gente olvide la letra pequeña de su partido, donde se mantiene la pena de muerte, se le niega la nacionalidad francesa a los hijos de los inmigrantes y se rechazan varios principios de la Convención Europea de los Derechos Humanos. 

    Hay quien pensará que lo de ahora es mejor  que lo de antes, y así lo han dejado escrito en las urnas el pasado domingo, sin darse cuenta que aunquer la mona se vista de seda...Cuando empiecen a gobernar todos esos alcaldes, que según su partido pueden moler a palos a los mendigos y negarle la plaza en una escuela municipal a los chiquillos sirios o ucranios, ya verán los votantes que la rubia Marine se los llevó a todos al huerto. 

    Les cuento todo ésto, porque en España nos pensamos que es algo que no nos sucederá, mientras el PP siga gobernando de acuerdo con ciertos ricos y con toda la Conferencia Episcopal; y miren por dónde, ya le ha salido un enano por la derecha, en forma de partido político que responde al nombre de "Vox" (por qué todos los carcas tiene que usar el latín de tan mala manera? ). Estos señores de Vox, se anuncian como conservadores, simplemente, pero dicen que "tienen que actuar para salvar a España", frase que, escuchada con la prespectiva de la historia da mucho miedo. Ya veremos cómo les va en las urnas, porque si evolucionan como los secuaces de Le Pen, y nada demuestra que nosotros seamos más espabilados que los franceses, nos daremos cuenta que en la democracia, como en la vida misma, después de lo malo, aún es posible lo peor.