lunes, 29 de septiembre de 2014

Consulta amb tomáquet

    Que conste que cuando yo me decido a escribir de política es porque ya me pitan mucho los oídos.Así pues, voy a salir del armario: me importa un pimiento la consulta de los catalanes; y como ellos se han inventado eso de la doble pregunta, yo voy a salir del armario doblemente: me importan dos pimientos el resultado de la susodicha consulta y la posible secesión. Este asunto es como el de los divorcios tumultuosos: dos no siguen juntos si uno no quiere y, de la misma manera, dos no pueden divorciarse legalmente si la ley no se respeta. Igual que a la mujer apaleada hay que proporcionarle un divorcio por la vía rápida, a los que se divorcian porque se les rompió el amor de tanto usarlo (Rocío Jurado dixit) hay que recetarles paciencia y hacer que respeten el marco legal en el que viven. Se acuerdan de la ley? sí, sí, aquella que emana del pueblo y que, en principio es igual para todos, menos para Bárcenas e Iñaki Urdangarín, eso no hace falta que me lo recuerden. 

    Como no soy comentarista política, les remito a dos personas que lo hacen mejor que yo. Léanse dos artículos en El País de ayer. Uno de Javier Marías (madrileño) titulado "Si yo fuera Catalán" y otro de Xavier Vidal-Folch (catalán): "Doble secuestro a los catalanes". Con ambos textos se harán ustedes una idea bastante clara de a qué grado de estulticia han llegado los políticos nacionalistas catalanes (y no tanto la gente de a pie) que usan la rabieta con la misma poca habilidad que los niños pequeños. Quizás haya que aplicarles a estos niños pequeños la misma táctica que les hemos aplicado a nuestras criaturas cuando se negaban a hacer caca y pis en el retrete o a dormir con la luz apagada: no hacerles más caso que el poco que se merecen y explicarles que los que se cagan (perdón) en las bragas y calzoncillos, a partir de cierto momento tendrán que lavárselos ellos o aceptar que los adultos defecan en los retretes y eso sí, siguiendo ciertas reglas de higiene, sobre todo si el retrete es común. 

    Me importa un rábano la consulta y rábano y medio el resultado. Pienso seguir desayunando pan con tomate, escuchando a Lluís Llach y visitando Barcelona cada vez que se me ocurra, mientras no me obliguen a ponerme una Barretina. Lo que me da miedo, es que dentro de unos meses a todos los barandas autonómicos les dé por sacarse una consulta de la manga, emulando al pelele de Mas, y de repente sea obligatorio beber Rioja en todos los bares de Logroño (previa consulta con el pueblo riojano) o bailar sevillanas si se quiere visitar Sevilla, con consulta previa a la ciudadanía andaluza, claro está. No creo en la indisolubilidad del estado español, pero sí en el respeto a la legalidad vigente, pues de no ser así, la casa de "Tócame Roque" si es que existe, se instalará entre nosotros. 

    Quizás, la consulta nos la tendrían que hacer a la ciudadanía no catalana, también con doble pregunta, para ser como ellos. A saber: 
- "Está usted hasta el cogote de la actitud caprichosa e infantiloide de los políticos catalanes?"

    Y en caso afirmativo, segunda pregunta: 
- "Estamos de acuerdo en que, siempre que se respete la norma constitucional, convoquen lo que quieran y con su pan (tumaca) se lo coman? "

    Les habla una muchachita de provincias, hija de unos padres provincianos y crecida en la provincia, que ha peleado lo suyo por salir de allí, hablar idiomas varios  convertirse en ciudadana del mundo. Cada vez entiendo menos esa obsesión cateta y carca a partes iguales del nacionalismo que, si repasan ustedes la historia (la mejor maestra que tenemos) nunca ha sido una opción progresista. Que la fuerza nos acompañe...

miércoles, 24 de septiembre de 2014

Problemas de identidad

    Hace algún tiempo mi amigo el madrileño me contó una anécdota que me ronda por la cabeza una y otra vez. Resulta que su hijo había recogido un perro abandonado en un hogar para perros y, pasadas unas semanas, y tras ver que el animalito tenía un comportamiento un tanto extraño (jamás lo habían oído ladrar y no comía carne)  lo llevó al veterinario que diagnosticó problemas de comportamiento porque, llegó a la conclusión el doctor canino, el perro no sabía que era un perro! Y de ahí sus rarezas. Bien, pues  con las mismas les digo,  que yo debo tener un problema parecido porque no soy consciente de ser una señora, como lo oyen. 

    No crean que a estas alturas estoy pensando en cambiar de sexo, eso lo tengo muy claro. El problema es que ese enemigo silencioso que se llama "tiempo" sigue librando una batalla sin  cuartel contra mí, y  en nada y menos voy a cumplir cincuenta, que es una edad en la que, si mi memoria no me falla (y no me falla casi nunca) mi abuela ya era mi abuela y mi madre era una señora que se vestía como tal y se comportaba como se tienen que comportar las señoras según el manual al uso. Y yo, no sólo no soy abuela ni me comporto como una señora sino que, además, cuando se dirigen a mí empleando ese prefijo, siento la tentación de volver la cabeza y ver si aún está mi madre detrás de mí, porque ella es una señora profesional, y yo no creo serlo.

    Cuando yo tenía quince años, en las interminables siestas veraniegas de mi familia, y después de haber leído por tercera vez toda la colección de "Los Cinco", me dedicaba a imaginarme a mí misma con la  cincuentena que estoy a punto de traspasar. La prueba de que la imaginación de los nińos que no tuvimos móvil ni tableta es desbordante, es que yo me veía como una señora alta, delgada, con el pelo cardado, unas enormes gafas de sol, un carísimo conjunto de Chanel y un bolso más grande que yo misma, y subida a unos tacones de vértigo...La realidad dista mucho de aquella ficción. Y no sólo dista, sino que además no me resigno a caer en el molde señoril, que quizás con mi edad, mi pelo teñido y mis primeras patas de gallo sea el que me vaya mejor; y miren ustedes que en mi infancia tuve a mi alrededor unos cuantos ejemplos de señoras...muy señoras, no sé si me entienden. Se ve que no aproveché en absoluto sus enseñanzas.

    Continúo viviendo con mi apellido de soltera, y eso en estas latitudes en las que habito no es siempre fácil de hacer entender; me disfrazo para ir a trabajar y el fin de semana vuelvo a mis vaqueros de la misma talla en la que cada vez me cuesta más entrar y a mis zapatos Geox planos como la meseta castellana. La última vez que pasé una tarde entera subida a unos tacones considerables fue en una boda hace un año y pensé que tenía que pedir cita en el traumatólogo al día siguiente. Voy a la peluquería únicamente a tapar mis miserables canas y  este verano he vuelto a comprarme ropa de los colores más gritones que he encontrado porque a pesar de lo que me gustan los grises y beiges hay que reconocer que envejecen. Vuelvo del supermercado cargada de bolsas hasta las cejas, cuando el manual de la perfecta señora dice que el pedido te lo llevan a casa; he aprendido a mirar el nivel del aceite y la presión de las ruedas y dudo que las señoras de manual sean capaces de ello. Mi asignatura pendiente es comprarme un GPS, porque lo único que cumplo fielmente de mi condición de señora renegada es el perderme hasta en una plazade toros. Y salgo a correr por las calles embutida en unos modelos atléticos fosforescentes a riesgo de que me vea algún conocido y se santigüe a mi paso...algo que una señora cincuentona debería pensarse dos veces antes de hacer, digo yo.

    Vivir en un sitio donde te llaman "Madame" no ha arreglado mucho las cosas y sigo sin enterarme que a estas alturas debería asumir que ya no soy ni una chiquilla ni la estudiante Erasmus que se metió el mundo en una mochila: mochila que todavía llevo los fines de semana, apunto. Como no tengo remedio, el domingo pasado, salí dar una vuelta en bicicleta con mi hijo y en las cuestas abajo, olvidando mi edad y mi posible condición de señora, me levantaba del sillín para hacer la cabra a riesgo de dar con mis huesos en el asfalto...porque no me he enterado que soy una señora, claro ! Algún tratamiento  como sugerencia? 

domingo, 21 de septiembre de 2014

Quién se ha llevado mi queso?

    Ya saben ustedes que a servidora le gusta tomar prestados los títulos de los libros, incluso, como en el caso de hoy, de libros que no he leído ni tengo intención de leer, porque pertenecen a esa sección de las librerías titulada "autoayuda" o "enriquecimiento personal" que no niego que tengan su mérito y su dosis de verdad, pero que por eso precisamente me repelen: los libros son para soñar, para evadirse o para estudiar; para el resto, ya hay especialistas. Así que visto el título de la entrada de hoy, les voy a contar la historia de un queso.

    Erase una vez un queso Manchego que compré en la Mancha. Era un hermoso ejemplar, rondando los dos kilos, curado en aceite y en su justa madurez: ni muy seco ni poco hecho, ni muy picantón ni falto de aroma. Un queso de esos que se desmigajan al partirlo y dejan la cocina impregnada de un rico olor que tarda dos días en desaparecer. Un queso que compré en un lugar de cuento: Almagro, provincia de Ciudad Real; donde hay un aeropuerto que no tiene aviones y a dónde llegué por carretera atravesando esos campos  donde Sancho Panza advirtió a su amo "mire vuestra Merced que aquellos que se ven allí  no son gigantes sino molinos de viento" (Quijote, capítulo VIII). Un queso que le compré a un quesero de Almagro conocedor de su oficio y enamorado de la materia prima que vendía, y que por los escasos trece Euros por kilo de queso que me cobró, me dió de paso toda una lección de quesería y su sonrisa como propina. 

    Ese queso viajó en la panza de un avión hasta mi lugar de residencia, donde poco a poco ha ido perdiendo porciones, se ha convertido en una fracción de tres cuartos, después en otra de un medio y desde hace unos días ya no alcanzaba ni a la categoría de fracción; Este fn de semana hemos rebañado las últimas lascas que quedaban junto a su corteza grasienta y del queso ya nunca más se supo. Y con él se marchó el último testigo de mi veraneo, de mis días de tragamillas por las carreteras de España, del sol, de la playa, del tinto de verano, de los churros y los amigos lejanos y de tantas cosas que añoro con rabia desmedida. 

    Hoy he salido a pasear en bicicleta porque era el día sin coches en esta mi ciudad de residencia. He hecho kilómetros de avenidas inundadas de hojas caídas y aquí me permito un inciso: el que inventó los árboles de hoja caduca debía ser pariente del que inventó el Prozac. Calles donde se respiraba humedad de la lluvia mañanera y donde otros árboles (no sé si de hoja caduca o perenne) comenzaban a cambiar de color. Me he dado cuenta de la fecha en la que estábamos al volver a casa: 21 de septiembre. Comienza el otoño oficialmente y siento que con el jersey de algodón ya no basta; que me voy a meter poco a poco en el túnel del invierno que cada año me parece más largo, y que los días se achicaron como si los hubiéramos metido en la secadora. Se acabó el verano también oficialmente y, aunque la sucesión de las estaciones sea irremediable, tengo la sensación de que alguien se lo ha llevado, quizás el mismo ladrón que se llevó mi queso...Feliz semana entrante para todos.

jueves, 18 de septiembre de 2014

Paro sin parados

    No soy economista ni creo saber mucho de tal ciencia, aunque les aseguro que me aplico con tesón en ampliar mis conocimientos. Tengo a mi alrededor ilustres doctores que me recomiendan lecturas y me mandan artículos de periódicos varios donde hasta el más tonto, si quiere (otra cosa es querer) se puede poner al día. Facebook nos vomita al día mucha morralla, pero hay que reconocer que también sirve para culturizarse, sobre todo si se cartea uno con gente  como mi amigo el Cholista, que además de saberlo todo del Atleti,  también  es un sabio economista y constantemente me remite a miles de cosas que apenas tengo tiempo de leer. 

    En ésto de aprender economía,  juego además con ventaja: tengo un trabajo en el que sólo con escuchar se aprende;  y en los últimos años, todo lo que escucho, resumo y concluyo me ha llevado a una conclusión tremenda: ya no hay parados. Sí, sí, como lo oyen, hay paro, y todo el mundo recita sus cifras, pero no hay parados. Un misterio que ríase usted de la Santísima Trinidad, que me parece más fácil de explicar apelando a la imposibilidad de ser uno y tres personas a la vez. Lo de que ya no hay parados lo he sacado yo de mi cosecha después de tres o cuatro años de cavilaciones, y si me lo consienten, se lo explico. 

    Hace unos días, el ministro de Guindos recibió las felicitaciones de varios de sus colegas europeos pues, dicen ellos, las reformas españolas han demostrado que "son el camino a seguir, y están sentando las bases del crecimiento". Ojo al dato, que diría el otro; España tenía en julio un 25% de paro (entre los menores de 25 años llegamos hasta el 48%) y eso que estaba en plena temporada turística. En un país de 46 millones de habitantes, por simple regla de tres, echen ustedes cuentas de cuánta gente no trabaja...Unos cuantos, vamos. Gente que no tiene ni para empezar el mes y menos para terminarlo, gente que no consume porque no tiene con qué, gente que usa el sistema sanitario hasta donde les dejan y lleva a sus hijos a una escuela pública que apenas se lleva el 4'5% del presupuesto nacional ( Dinamarca el 7'9). Si un tipo que tiene en su país a cinco millones de personas sin trabajar y sin perspectivas de hacerlo recibe tales parabienes, la cosa sólo tiene una explicación: los parados no importan, ya no son una variable económica a tener en cuenta.

    Otro argumento: admiro a Paul Krugman, y creo que es un tipo que dice verdades como puños a pesar de que nadie le hace caso, y a pesar de que le dieron un premio Nóbel en el 2008 justamente por ser el primero en predecir la que se nos venía encima. Hasta él se está cansando ya de dedicar artículos a los parados (que eran el alma de sus escritos hasta no hace mucho) y ahora habla de todo lo que se le pasa por la cabeza, incluído el referéndum escocés. Reconozco que yo también lo hago, pero yo no soy un premio Nóbel, y sólo me leen unos pocos leales, así que tengo menos responsabilidades civiles. Se ha cansado Paul Krugman, o los parados han dejado de existir ante sus académicos ojos?

    Los parados no interesan ya a nadie porque no compran, no se hipotecan y encima tienen el mal gusto de pasar hambre y enfermarse. Se cuentan por millones y ya nadie sabe qué hacer con ellos; en otro tiempo se organizaba una guerra gordísima y caían todos como chinches, este año celebramos los cien años del comienzo de una de ellas, para más señas. Ahora las guerras gordísimas las preparamos a muchos kilómetros de aquí y además se ganan a golpe de servicio secreto, mal negocio para regular la demografía.  Los sabios doctores economistas saben, aunque son reticentes a decirlo en voz alta, que varias generaciones de europeos y americanos ya no van a trabajar nunca, y que serán no una generación perdida, sino varias juntas; y dan por hecho que la cosa no tiene remedio. Si la economía se recupera, será a pesar de todos estos seres humanos que ya no son productivos porque el sístema no puede absorberlos y entonces, para qué preocuparse? Existe el paro pero no nos acordamos de la existencia de los parados y, muerto el perro, se acabó la rabia. Será el ébola el remedio que muchos andan buscando?  Yo por ahora busco alguien que  me preste el libro de Thomas Piketty (el último de los economistas galácticos)  "El capital en el siglo XXI", a ver si sigo aprendiendo. Buenas noches.

lunes, 15 de septiembre de 2014

"Elegido" va a morir

    "Elegido", pelo negro zaíno, 600 kilos, n° 89 de la ganadería de Antonio Bañuelos de Burgos, va a morir mañana; no en la plaza, como debería ser su destino que ya no es ningún regalito, sino campo a través en Tordesillas, acribillado a picotazos varios y esperando que, al menos uno acierte de pleno y tenga una muerte rápida. 

    Como llevo tres años escribiendo, creo que ya me he ganado ciertos privilegios de bloguera y uno de ellos es poder repetir algunos temas en determinados momentos del año. Mañana es el tercer martes de septiembre, día en el que va a morir "Elegido" que ha sido elegido y valga la redundancia para convertirse en el Toro de la Vega, esa pantomima cruel e innecesaria que se repite cada tercer martes de septiembre en esa ciudad que vio nacer las Cortes de Castilla y ahora ve a un pobre toro desangrarse por sus afueras. Para los pormenores de tamaña salvajada les remito a la Wikipedia, para saber lo que servidora opina pueden consultar mi propia hemeroteca: "El día que mataron a Volante" (11 de septiembre del 2012) y "Mañana matarán a Langosto" (16 de septiembre del 2013). Este año, incluso ha habido una pequeña manifestación en Madrid, encabezada por gente que me merece cierto respeto como Rosa Montero o Joaquín Reyes... como quien oye llover. Los naturales del lugar alegan que su fiesta ha sido declarada de interés turístico nacional, y que la legislación se ha modificado y endurecido con multas de hasta tres mil Euros para aquello que no respeten las reglas del juego. No sé si le queda claro a esta gente que la crueldad, no por estar legislada es menos cruel, y no sé si se han enterado que esa fiesta, de tradición milenaria según argumentan, data como tal fiesta de interés turístico desde 1980 y que incluso estuvo prohibida por sanguinaria e injustificada en tiempos de Franco, que ya es el colmo! A veces en nuestro país confundimos lo primitivo con lo antiguo y lo atávico con lo tradicional, no tenemos remedio. 

    Y como siempre que escribo en contra de este pobre toro alanceado, insisto en que yo soy cualquier cosa menos amiga de los animales. Hace años que sostengo un contencioso familiar por mi negativa a tener una mascota en casa, tengo fobia a los bichos de plumas y no soporto los documentales de la selva africana. Continúo: de pequeña me daban miedo los perros, me cuesta una barbaridad darle el pésame a mis amigos cuando se les mueren los  gatos (y lo hago porque yo por mis amigos, como diría la otra "ma-to") y confieso no haber pasado mayor asco en mi vida que una vez que de pequeña me obligaron a ordeñar una vaca. Y ya, si quieren que les haga un completo retrato de mis contradicciones animaleras, le encuentro a las corridas de toros (que no me importaría que se suprimieran) un cierto valor estético. Pero aún víctima de mis contradicciones, me cuesta aceptar la idea de la fiesta como sacrificio ritual de ningún ser vivo, tenga el número de patas que tenga.

    Les cuento todo ésto para que no se piensen ustedes que una es capaz de teñir con un aerosol los abrigos de pieles ni reclamar camiones con aire acondicionado para los cerdos que van al matadero, pero la crueldad humana, que nos es innata vaya usted a saber por qué motivos, es necesaria atajarla. No es lo mismo darle un pisotón  a una hormiga que tirar cabras por la torre de un campanario o descabezar gallos a la carrera a ritmo de pasodoble, la crueldad nunca debe ser el motivo conductor de una fiesta. La fiesta es para celebrar, y los que celebran las muertes,sus rituales, y la sangre que se desprende de ellos,  suelen estar un poco mal de la azotea. Si quieren ejemplos históricos se los doy, pero a poco que pienesen seguro que se les ocurren lo menos tres o cuatro. 

    La campaña de este año se puede firmar por Internet (www.rompeunalanza.com) es un documento redactado muy malamente que quiere llevar la  condena a este tipo de festejos hasta el Parlamento Europeo. Yo ya he firmado, como otras 79.319 personas hasta la fecha, a pesar de lo poco que me gustan los animales y de lo mal escrita que está. Hay causas que merecen tanto la pena como para sobreponerse a ciertas nimiedades sintácticas.

sábado, 13 de septiembre de 2014

Ciao!

    Estoy en Italia por motivos estrictamente profesionales, visto que la temporada turística se me ha acabado. No es un lugar extraño para mí pues, por si no se lo he contado ya mil veces, pasé en Italia tres años de mi larga y placentera vida estudiantil. Y como siempre que vuelvo, siento una extraña mezcla de familiariedad y extrañeza, en este país que nos vendieron a los de mi quinta como el más parecido al nuestro y que, sin embargo, es tan diferente. Italia es como es, y poco o nada tiene en común con España, aparte de cierta similitud en la lengua y en el gusto por la picaresca como método de supervivencia; y aún en este punto hay casi más divergencias que parecidos, pues los italianos tienen mucho más arte que nosotros para colarse en las filas, darte las vueltas equivocadas en los mercados y defraudar a Hacienda de todas las formas posibles e imaginables. 

    Italia es ese país donde huele a café por la calle cuando se pasa delante de un bar, y donde el café se hace como Dios manda (y Dios aún manda mucho en este país)  ya sea un café de a millón en una terraza de la Piazza de San Marco en Venecia o un desayuno apresurado en la cafetería de un aeropuerto: con el café no se bromea y eso nos separa de los españoles, que nos tomamos el café requemado y de cualquier manera y les aseguro que después de 4000 kilómetros hechos este verano también a golpe de café, sé de lo que hablo. Es el país donde se come pasta todos los días del año porque los italianos aseguran que si no lo hacen les duele la cabeza, y quizás en eso tengan razón. Yo al menos, cuando vivía en Italia comía mi plato de pasta diario, y me dolía menos la cabeza...también era más joven, claro. 

      Italia es el país de donde no te puedes marchar sin comprarte un par de zapatos, y donde además, entras en una zapatería y el dependiente, a ojo de buen cubero, calcula el número que tienes y cuál es modelo que te sienta mejor. Es el país donde hasta a los que no nos interesa la moda nos llaman la atención los escaparates y de donde salen todas las modas que del mundo han sido. Por cierto, por lo que he visto estos días en las calles de Milan, en pocos meses los hombres europeos comenzaràn a llevar americanas con solapas de dos colores (como se lo cuento) supongo que los de Zara ya se han enterado y están fabricándolas. Los italianos, por supuesto, ya las llevan todos. 

    Y para terminar con los estereotipos que se mantienen en esta mi historia de idas y venidas por Italia, confirmo que Italia es ese país donde en los ascensores, los hombres no te miran a tí, sino que se miran ellos en el espejo y se colocan el nudo de la corbata y las gafas de sol, sin las cuales no se les ocurre echarse a la calle. Mucho tiene que cambiar España para acabar pareciéndose a Italia, y ésto que ya descubrí yo solita cuando era estudiante, lo reitero ahora que soy mayor y trabajadora. Ciao a tutti! 

martes, 9 de septiembre de 2014

Anatomía de un instante

    Espero que Javier Cercas, en el muy hipotético caso que caiga sobre estas líneas, me perdone por robarle el título de uno de sus mejores libros que, de todas formas,nada tiene que ver con lo que les cuento. Y que quede claro que le robo el título, porque no encuentro otra frase que describa mejor lo que les voy a relatar, intentando ser algo que no soy por naturaleza: espiritual y poetica. A ver qué sale.

    Volvía yo a mi casa ayer por la tarde con el ánimo turbulento a pesar de haber pasado una hora en compañía de mi profesora de piano; abro el primer paréntesis: mi profesora de piano es una señora con la voluntad de hierro y una fe en mis cualidades musicales que no merezco. Lleva nueve años transformando mis torpes dedazos en instrumentos para hacer música con cierto éxito, que sería aún mayor si yo me aplicara en el estudio y la repetición como debiera. Mi sueño dorado es poder tocar algún día una sonata de Beethoven, aunque sea sólo un movimiento, y ella afirma que es posible!...Ya les digo, una fe inquebrantable. 

    Como les decía, regresaba yo con el corazón partido entre el sosiego que me proporciona la música y la agitación de espíritu que me asalta todos los años en estas primeras semanas de la vuelta al cole y de la vuelta al otoño; y aquí abro un segundo paréntesis, inevitable para que ustedes comprendan mejor el contexto: en la latitud en la que habito, el otoño es la estación metereológica que sirve de antesala y de prolongación del invierno; es más, es "la" estación por excelencia. Algunos años tenemos suerte y se retira un poco para que nos hagamos la ilusión del verano o la primavera, pero generalmente, ocupa varios meses del año, en los que el color predominante es el verde de los bosques combinado con el gris del cielo. Ayer la agitación paraescolar y metereológica le iba ganando la partida a la paz musical, de ahí lo del ánimo revuelto. 

    Y en esas estaba, harta de tráfico y esperando a que cambiara un semáforo en rojo, cuando de repente entre dos edificios se asomó la luna que acababa de salir (las 20'30 pm para ser exactos). Y no era una luna cualquiera, sino una luna llena, rotunda, enorme, blanca como una novia y reluciente cual bombilla a pesar de que aún no había caído la noche. El pitido del coche de atrás me sacó de mi atontamiento, y proseguí mi camino deseando que los siguientes semáforos en línea recta (y había como cuatro) se pusieran todos rojos para permitirme disfrutar del espectáculo aunque sólo fueran dos o tres minutos más. Y cuando se acabó la línea recta y se acabaron los semáforos, aún tuve el reflejo de aparcarme  brevemente a un lado de la avenida para seguir contemplando esa luna inmensa que me decía "mírame" y se estaba apoderando del poco raciocinio que me queda a esas horas. Hubiera querido hasta perder el poco sentido común restante y parar el tiempo, el tráfico, mis neuronas atolondradas y la suma de los días, sólo para poder mirar esa luna llena, esplendorosa, asomando entre dos birrias de edificios. Lamentablemente, tuve que proseguir mi camino, torcer a mano derecha (y perder de vista la luna) y caer de la nube en la que me había subido yo solita para aterrizar en el planeta tierra al que pertenezco. Lástima que el asombro no produzca en mí la misma calidad literaria que produce el cabreo, pues me hubiera quedado un texto precioso y, este párrafo, ahora que lo releo, peca de cursi, qué le vamos a hacer. 

    No soy Javier Cercas, aunque le haya robado el título de uno de sus libros, donde él sí era capaz de describir con precisión de cirujano y talento de auténtico escritor (no como yo)  un episodio capital de la historia de España. Hoy he vuelto caminando de trabajar, y en vez de contemplar la luna me he partido de la risa al observar a dos chiquillos (el mayor no creo que tuviera más de once o doce años) sacando un preservativo de una máquina callejera que se negaba a entregar la mercancía después de que ellos hubieran depositado las correspondientes monedas. Era tal la decepción de sus rostros y los gestos de rabia, que ganas me dieron de volver atrás y darles un par de euretes para que sacaran otro, pero me dije que me estaba metiendo donde no me llamaban y por una vez fui sensata y comedida, no sé si por influencia de la luna del día anterior, quién sabe. Y ese ha sido otro instante para diseccionar. Y luego me preguntan que de dónde saco todo lo que cuento: "oculos habentes, non videtis"...Ahora vayan y traduzcan, no todo se lo voy a dar yo masticadito!

domingo, 7 de septiembre de 2014

A quien madruga...

    A quien madruga Dios le ayuda. Con ese mantra crecí yo en la terrible estepa castellana (polvo,sudor y hierro, el Cid cabalga...). No me quedaba otra, porque era el refrán favorito de mi padre, que era un ilustre madrugador, para quien los días comenzaban con el alba. La leyenda familiar cuenta que él venía de una estirpe de madrugadores donde todo quisque estaba ya en planta antes de que saliera el sol; pero con los años, y gracias a mis mañas haciendo preguntas a las viejas del lugar, que son mis tías, para ms señas, descubrí que aquella estirpe de inquebrantables madrugadores era en realidad una panda de insomnes, algo tan sencillo como eso. Mi familia paterna tenía un gen insomne que les hacía prolongar las veladas nocturnas hasta altas horas, echarse siestas de diez minutos hasta en el palo de un gallinero y después, levantarse con la primera luz del día porque probablemente, para entonces ya llevaban una hora dando vueltas en la cama.

    No hay nada como tirar abajo los mitos familiares. Cuando de pequeñas le pedíamos un favor a mi padre, éste contestaba inexorablemente "si os levantáis pronto";  y, en su obsesión por arreglar los problemas de la humanidad antes de las ocho de la mañana,  creo recordar que una vez que le pedí el coche para salir de noche a la verbena de un pueblo vecino, me repondió también que me lo daría si madrugaba...Por supuesto, en mi familia nos sabíamos todo el capítulo "madrugar" del  refranero español, salvo ese que dice "no por mucho madrugar amanece más temprano" que probablemente era un sacrilegio a ojos de mi progenitor.  Huelga decir que en mi casa sonaba la radio desde las seis de la mañana, hora a la cual, quién sabe por qué demonios se vaciaba el lavaplatos, o se recogía la ropa tendida, y se salía de viaje cuando aún era de noche, no sea que el amanecer nos pillara aún en casa; como contrapartida, desayunábamos churros recientes y pan caliente muy a menudo, porque el Pater Familias en sus vueltas y revueltas mañaneras nos lo traía a domicilio. Tales eran los madrugones de mi padre que, cuando empecé a trasnochar en mis años de estudiante insensata, rara era la mañana que no me lo cruzaba desayunando al volver a casa. Afortunadamente no se enfadaba, el buen temple era también una de sus cualidades. 

   Ahora, aunque me gustaría, yo ya no soy una estudiante,  y creo haber sentado medianamente bien la cabeza. Duermo bien y me afectan poco los ruidos,  y quizás por eso y por algún remanente de ese gen insomne de mi familia, poco a poco le voy cogiendo el gusto a levantarme temprano;  y sobre todo, cuando soy yo la reina de mis horarios (vacaciones, vamos) y puedo recuperar el sueño perdido con un pedazo de siesta. Me gustan las calles vacías de gente, las tiendas cerradas (porque abiertas las aguanto poco)  los semáforos funcionando para nadie, las playas vacías,  y las panaderías echando sus olores a la acera con la persiana aún echada. Me gustan los mercados de abastos donde aún no ha llegado nadie e darte la brasa con "quién tiene la vez?" y te dejan discutir con pescaderas y fruteros, que son los que saben de verdad de qué va la vida y cuánto cuesta ganársela. Me gustan los puestos de churros, los quioscos con los periódicos empaquetados y el ruido de los camiones de reparto de las bebidas; los cafés apenas abiertos y las carreteras desiertas. 

    Lo que no me gusta nada, es que todo este espectáculo se me sirva gracias a un timbrazo que suena de forma impertinente cada mañana a las siete menos cuarto, y que no me deja margen para ir a oler a la puerta de las panaderías ni para echarme una parrafada con mi frutero favorito. Esos despertadores inhumanos que jamás se averían y suenan cuando en sueños estás a punto de coger un avión rumbo a la Patagonia (por poner un ejemplo de sueño plácido) deberían exhibirse el día de mañana en los museos de instrumentos de tortura, junto con las máquinas de depilar con láser, los zapatos de tacón altísimo  y los aparatos de rayos que hacen la mamografía. Y con ésto les dejo, que mañana es lunes y  a quien madruga, como servidora, Dios no le ayuda sino que, en este caso, le hace una faena!

lunes, 1 de septiembre de 2014

Receta para septiembre

    Pues aquí estamos, toca padecer el mes de septiembre. Y no debo ser yo la única que se lamenta, porque Vodafone hasta ha hecho una campaña publicitaria para animar al personal, que aunque no me resulta especialmente cómica, es verdad como la vida misma, o sino juzguen ustedes:
 
 
    Yo voy a darles mi receta particular, y como no soy una multinacional ni tengo que promocionarme (o sí? ) se la dejo gratis, esperando que les sea de provecho. Pongan especial interés en los ingredientes, por favor. 
 
RECETA ESPECIAL PARA EL MES DE SEPTIEMBRE. 
 
INGREDIENTES
    Un buen reloj: después de haberlo olvidado en un cajón  durante semanas, ahora lo van a tener que mirar ustedes a todas horas, así que más vale que busquen un modelo coloreado y gracioso que no les provoque estreñimiento el consultarlo varias veces al día.  Y ya de paso, en la misma sección, un despertador con sonido amable y progresivo, para evitar eso que pregona mi amiga Ruth que asegura que la gente que se despierta con despertador continúa el día atacada de los nervios. 

    Un pariente o conocido dueño de una papelería: alguien que les haga un buen precio después de comprar dos docenas de cuadernos con cuadrículas extrañas y todo tipo de espirales de colores; y sobre todo que les conozca, para poder esperarles cinco minutos antes de cerrar y que puedan ustedes ir a comprar de urgencia en duodécimo compás o la vigésima escuadra de las vidas colegiales de nuestros retoños, que nunca tienen uno en casa y siempre lo necesitan "para mañana por la mañana".

    Una lista de pensamientos positivos, para ir aplicándoselos a uno mismo cada mañana mientras viaja usted apretujado en el metro o se traga uno de esos atascos provocados por toda una marea de coches que siete días antes no se sabe dónde estaban. En la dicha lista no entran los recuerdos de vacaciones, el olor de mar o de los churros mañaneros, porque eso lleva directamente al llanto y no le deja a uno salir adelante emocionalmente. 

    Un plan de vacaciones, aunque sea para dentro de seis meses: lo que se llama una huida hacia adelante, vamos. 

    Añádase a todo esto, que va en proporciones generosas, una pizca de paciencia y una dosis completa de resignación, un paraguas (siempre llueve en septiembre); dos o tres dosis de buenos propósitos; una buena juerga con los amigos que uno no ha visto en verano (así se compensa la ausencia de los del verano) un buen café, que nunca está de más y varias temporadas de una serie de televisión que puedan ustedes ver de corrido y les ocupe la mente (yo les propongo "Borgen", mi último descubrimiento) y, como siempre, deporte, que cansa las piernas, distrae y procura un sueño apacible. 
 
MODO DE EMPLEO
    Cogen ustedes todos los ingredientes y los mezclan bien en un bol (los tradicionales) o en la Thermomix (los modernos). Si fuera posible hacer un brebaje con todo ello les recomendaría que se lo bebieran, a sabiendas que...no funciona! Porque no hay receta para septiembre, porque septiembre es insufrible. Joan Manuel Serrat también lo intentó hace años, le salió una gran canción, se la birló una marca de compresas para un anuncio y yo, a pesar de que me la canto varias veces al día en esta época del año, como si nada...