lunes, 23 de febrero de 2015

La tolerancia. Modo de empleo.

    Creo haber tenido una buena educación y no le reprocho casi nada a mis padres a estas alturas de mi existir. Creo que sé comportarme con cierta soltura en situaciones variadas, que reconozco el valor de la honradez y la decencia y que he crecido pensando en que lo que a uno no le gusta que le hagan, no hay que hacérselo a los demás. No me ha ido demasiado mal en la vida respetando esas simples leyes, pues curiosamente, en el hogar cristiano y castellano en el que crecí, la tolerancia no se enseñaba ni se hablaba de ella; algo que me llama la atención porque yo no paro de mentársela y recordársela a mi prole que, al contrario que su madre,  no han nacido en una dictadura  ni en un país que antes de ser de colores fue durante muchos años en blanco y negro, Y sin embargo me doy cuenta que estas gentes adolescentes y hormonadas son, en mucho casos más intolerantes que sus padres, verbigracia, los de mi quinta y yo. 

    Que la tolerancia no se enseñaba en muchas casas de los años sesenta y setenta no debe de extrañarnos porque no era un requisito indispensable para andar por la calle, a veces más bien todo lo contrario. Reconozco que a mí me enseñaron más lecciones de tolerancia las monjas de mi colegio (algunas) que mis padres o mis abuelos, que habían hecho la Guerra (algunos) y la habían padecido todos. En la otra cara de la moneda está la grey juvenil de ahora, que frecuenta escuelas donde se juntan diez o doce nacionalidades, y donde se puede acudir a clase de religión católica, protestante o musulmana. Nuestros chiquillos tiene amigos de todos los colores posibles, amigos que salen de familias de un solo padre o madre, o incluso de dos padres o dos madres; se rodean de gente que vive como quiere y donde quiere, que se viste extrañamente y se pincha el rostro con todo tipo de clavos y chinchetas, tiene padres que son abuelos a la vez que padres de hijos de corta edad y madres que viven a tres horas de avión de donde ellos se encuentran. Y a pesar de ello, muestran en muchos casos más cerrazón mental y menos apertura de espíritu que lo que se les debería exigir, ya pasados catorce años del segundo milenio después de Cristo.

   Yo no crecí con tanta originalidad a mi alrededor, ni siquiera había cómo entrar en contacto con ella. En las cabalgatas de Reyes de mi ciudad el rey Baltasar era el mismo chico de color, un año tras otro, al que todos conocíamos porque era el portero de una conocida discoteca y porque, obviamente, era rey Baltasar por ser el único negro de la ciudad. A pesar de ello, me he esforzado por comprender a los que no son como yo y, más difícil todavía, a los que no piensan, viven ni se comportan como yo. A veces (por culpa de Facebook sobre todo) me encuentro con alguna sorpresa en forma de manifiesto cuasi racista o de insulto banal, grosero y gratuito hacia los que no piensan como el autor del insulto. En estos casos mi primera reacción es borralos de mi lista pero, apelando a la sempiterna tolerancia incluso los conservo cerca y dialogo con ellos.

    Lástima que a mi generación se le está pasando el turno de ser llamados a gobernar, porque nos estamos haciendo mayores, y los que vienen detrás arreando tienen poca paciencia para todo: para esperar turno y para aprender tolerancia en píldoras mientras esperan. Lástima doble, porque este año electoral, tal y como anda el patio quizás sea el año que acabe con la España de los turnos de gobierno, que es casi tanto como acabar con los caciques, aún existentes en el siglo XXI; porque nadie va a tener mayoría para formar gobierno y hacer del país durante cuatro años el patio de su casa,  y más de uno va a tener que estrechar una mano que no esperaba o cruzar un puente que muchas veces se negó a cruzar. Yo, por lo pronto me alegro de que sean quienes sean los que gobiernen, van a tener que sentarse alrededor de una mesa y escuchar, ceder, aguantar e intentar comprender al prójimo como a uno mismo. A esta democracia jovenzuela y de baja intensidad que tenemos le va a venir de miedo!

jueves, 19 de febrero de 2015

De compras

    Admito que haya a quien comprar le relaje, e incluso que para ciertas personas, las compras se hayan convertido en una enfermedad (que se llama Oniomanía, vaya palabreja) y es causa de disgustos muy gordos; admito pero no comprendo, vaya. Porque para mí, y cada vez más, las tiendas son un suplicio, con o sin los dependientes dicharacheros de los que hablaba el otro día, lugares donde a no ser que vendan libros, discos o películas no me da por entrar si no es absolutamente necesario. 

    Y como castigo divino, he tenido que comprar últimamente cosas muy gordas, de ese tipo de compras que requieren ir, ver, comparar precios, tener una charla con los vendedores, volver a casa cargado de catálogos, comparar de nuevo y pasarse un buen rato en la tienda haciendo el pedido del artículo en cuestión: total, un rollo de padre y muy señor mío; y la vida me da que no soy indecisa y que he podido solventar la compra de una cama y un coche (ahí es nada) en dos patadas, que ya me han parecido una eternidad.

    Experiencia práctica ésta de la que he sacado ciertas conclusiones que paso a desglosarles a continuación. La principal, es que comprar un coche sigue siendo una experiencia machista. No importa que tú le cuentes al vendedor que el coche es para tí y que tu marido jamás le va a poner las manos encima; ellos, los amables vendedores se empeñan una y otra vez en contarle al señor de la casa las bondades de las   ruedas de aleacíón ligera y del motor y sus respectivos caballos, mientras se dirigen a tí preguntándote de qué color te gustaría y lo bonita que queda la tapicería interior en dos tonos de gris. Voy por el cuarto coche que me compro en algo más de veinte años, y aunque los vendedores son cada vez más jóvenes (el último que me ha vendido el coche esta semana tenía hasta acné...) y se supone que van a aventajadas escuelas de marketing, y que se han criado ya en un entorno menos machista que sus predecesores, no han superado aún el estereotipo de que los hombres entienden de motores y las mujeres de tapicerías, qué le vamos a hacer.Por cierto, me he comprado un coche Seat, fabricado en Martorell (aún es España) que con la prespectiva del que vive fuera de España debe ser, casi casi, como comprarse una bata de cola o un traje de Fallera.

    Comprar una cama y un colchón, aunque sea para uso del público juvenil, no es una tarea menos hercúlea, porque las posibilidades son infinitas y las tiendas múltiples, siempre que se quiera evitar el Via Crucis con estación de penitencia que supone el Ikea (la definición es de la madre de una de mis amigas) y sobre todo, si se quiere evitar el apretar las miles de tuercas y tornillos que no coinciden con sus agujeros que supone uno de esos muebles suecos. Ya me dijo una amiga mía que odia las tiendas tanto como yo, hace muchos años, que no había nada más terrible ni liante en este mundo que el mercado del colchón, y qué razón tenía!

    Por si fuéramos pocos, aún he tenido que sacar fuerzas de flaqueza para pagarme una visita al Ikea en busca de una serie de objetos que he tenido que remplazar de mi cocina y que compro allí porque no tienen tornillos ni vienen embalados en esas cajas planas que pesan dos quintales cada una fuente de horno, plato de la pizza y artículos culinarios varios. Ya vienen montados y no hay que quebrarse la cabeza interpretando unas instrucciones que, a mí por lo menos, me resultan tan crípticas como los jeroglíficos de la tumba de Tutankhamon. 

   Y no se piensen que he estado de vacaciones, llevo una semana desplegando tamaña actividad comercial a la par que cumpliendo con mis obligaciones laborales, porque si comprar es una corvea, lo último que se me ocurriría sería dedicarle una parte de mis fines de semana que son sagrados! Y para desquitarme de tanta compra no deseada, me prometo a mí misma  dejar de contribuir a la fluidez de la economía mundial, cerrar mi monedero   y abrirlo sólo para comprar billetes de avión, que se me olvidó añadir entre la lista de las compras agradables, junto a libros y discos. Y algún jamón de vez en cuando...ya voy empezando a tener muchos años como para hacer todo el rato cosas que no me gustan!

viernes, 13 de febrero de 2015

Cincuenta sombras son muchas

    No he leído las cincuenta sombras dichosas, ni pienso hacerlo, y por consiguiente (que decía Felipe González) tampoco voy a ir a ver la película. Mi voracidad lectora tiene un límite, que alcanzo cuando personas de cuyo criterio me fío, me dicen que la cosa está mal escrita, independientemente de la torridez del tema; si hay algo que me pone de mal humor y cada vez más es leer una mala novela, y como hay otras muchas cosas que levantan mi malhumor, pues ésta me la ahorro. Además, no creo que me echen de menos, hoy se estrena en mi país de residencia  a la par que en el resto del mundo y tienen ochenta mil entradas vendidas de antemano, a sumar a los cerca de tres millones de espectadores que parece ser que acudieron ayer a las salas a ver esta cosa que ahora llaman el "mummy's porn" que traducido da una aberración tal que "porno para madres de familia". A ver que no me malinterpreten, por mí como si se ven las sombras dichosas acompañadas en sesión doble por "Teodoro métele mano al tesoro" (un clásico del porno español de los años ochenta) pero sobre todo, no me digan que puestos a ver cine erótico, no hay cosas mejores?

    Las hay. No es que sea un género que me entusiasme, pero aún tengo vivo el recuerdo de Marlon Brando bailando entre parejas de tanguistas en París (de la famosa escena de la mantequilla no me acuerdo tanto, vaya por Dios), de Miguel Bosé y Victoria Abril montándoselo de una forma un tanto enrevesada en "Tacones lejanos" y de la única violación que en la historia del cine se ha convertido en una escena cómica en "Kika". De la literatura erótica conozco poco más que "La philosophie dans le boudoir" de Sade y "Las edades de Lulú" de Almudena Grandes y reconozco que ambas me aburrieron bastante.  Como supongo que me hubieran aburrido las desventuras de la chiquilla de Grey, contadas en tres tomos, para más Inri.

    Sí hay una cosa que me fastidia de todo este enjuague y es esa idea del porno blandito y sensiblero especilamente concebido para serñoras maduras que parece ser, no son capaces de aguantar cosas más fuertes o intelectualmente más válidas. He visto hoy en la prensa que hasta hay salas de cine que hacen proyecciones sólo para mujeres, con bolsa de cotillón incluída, que me imagino que tendrá algo más que matasuegras. Francamente, no creo que a estas alturas del siglo XXI a las mujeres nos tengan que echar de comer aparte en nada y menos en lecciones de pornografía, ni creo que un libro tenga que ser escrito necesariamente sólo para mujeres. Aunque escuchaba en la radio mientras desayunaba las opiniones de muchos radioyentes y entre ellos la de un amable caballero que dijo que su vida marital ya nunca fue la misma desde que su señora se leyó las 150 sombras de Grey (50 en cada volumen) ...Supongo que quería decir que ahora era mejor, pero no me quedó claro.   Por supuesto que mi vida tampoco fue la misma desde que leí "Cien años de soledad" o "Los miserables" así que no tengo por qué negarle al buen hombre la posibilidad de que un libro le haya cambiado la vida, visto por ese lado.

    Bien pensado, hasta puede que la novela en cuestión se esté convirtiendo en un incitante para la lectura entre un público no muy adepto a ella. Al parecer, los empleados de una cadena de tiendas de bricolaje del Reino Unido han recibido todos un ejemplar como regalo (20.800 en total) con la instrucción expresa de la dirección de leerlo en la medida de lo posible antes del estreno de la película, pues en el momento de mayores ventas del libro, hace un par de años, se dispararon las ventas de cinta adhesiva, abrazaderas para cables y cuerdas de distinto grosor...Me siguen? No sea que ahora con el ejemplo adiovisual, los clientes vengan las vísperas de festivos a buscar el material y además pregunten cómo se utiliza! No me lo he inventado, tengo el recorte de la noticia guardado en mi casa.

    Por cierto, cuando yo era pequeñaja pero no tanto, y los libros eróticos estaban prohibidos en la España de Franco, nos entreteníamos en leer el "Cantar de los cantares" en clase de religión, que era lo más explícito puesto en papel a lo que podíamos aspirar, y estaba bastante mejor escrito que las sombras en cuestión. Habrán visto ustedes que la película se ha estrenado un par de días antes de San Valentín, se han fijado? Yo como cada año, les dejo un poema de amor, este año de Sor Juana Inés de la Cruz,aquella monja mejicana del Siglo de Oro; sabiéndolo, no me digan que no tiene más morbo que las historietas de Anastasia Steele...

Esta tarde, mi bien, cuando te hablaba,
como en tu rostro y en tus acciones vía
que con palabras no te persuadía,
que el corazón me vieses deseaba.

Y Amor, que mis intentos ayudaba,
venció lo que imposible parecía,
pues entre el llanto que el dolor vertía,
el corazón deshecho destilaba.

Baste ya de rigores, mi bien, baste,
no te atormenten más celos tiranos,
ni el vil recelo tu quietud contraste

con sombras necias, con indicios vanos,
pues ya en líquido humor viste y tocaste
mi corazón deshecho entre tus manos.


lunes, 9 de febrero de 2015

El arte de elegir

    Este fin de semana mi hijo ha tenido que rellenar un impreso para el colegio donde declara qué asignaturas quiere cursar en los próximos dos años, que serán los últimos de su vida escolar; lo que antes vulgarmente llamábamos ir por ciencias o por letras y que ahora se ha convertido en una parrilla con infinitas casillas y combinaciones múltiples que nos ha dejado exhaustos a los dos; a él porque es la primera elección gorda de su vida, y a mí porque soy una mujer manivela que le da mil vueltas a todo, y no iba a darle una de menos en esta ocasión!

    Elegir...qué operación tan simple y tan complicada a la vez, y qué importancia le damos, sin concedernos el derecho a equivocarnos, que no está contemplado entre los derechos fundamentales del hombre aunque debiera, vistas las veces que tenemos que ejercerlo y reconocerlo. Cuántas elecciones habré hecho yo en mi vida? Unas pocas. Y en cuántas me he equivocado? pues en unas cuantas también, aunque en esos casos he procurado sacar alguna moraleja del asunto y pasar página, aunque me temo que ésto último no siempre lo haya conseguido. 

   Pongo en la lista del "haber", unas cuantas elecciones afortunadas: estudiar fuera de España cuando me lo propusieron y nadie lo hacía, aprender idiomas cuando aún el cerebro era plástico y se dejaba moldear; abandonar una carrera académica abocada a la mediocridad y abrazar un futuro laboral (con dura oposición mediante) que se ha revelado bastante más entretenido que lo que en aquel entonces me proponían las aulas universitarias. Estoy más que satisfecha de haber elegido bien mi pareja, de haber elegido tener unos hijos; de haber elegido ser una mujer de familia y no un lobo solitario, a  pesar de que la tentación era fuerte. Creo que sé elegir las películas que quiero ver y los libros que quiero leer, aunque a veces, cada vez menos pues a eso se aprende con la edad, me equivoco. Creo a estas alturas, haber elegido ciertas amistades con las que quiero compartir el trozo de camino que me queda por andar,  aunque también me he llevado algún chasco inevitable. 

    En el "debe" también tengo mis cositas: no elegí estudiar derecho cuando hubiera sido una carrera mucho más útil para mi vida que la historia que estudié; no elegí aprender ciertos idiomas que me hubieran ayudado en mi carrera ni aprender a tocar el piano cuando era una adolescente ávida de aprender...y ahora no saben ustedes lo que me cuesta, y lo poco que saco del empeño que le pongo. No sigo contando porque me pongo negativa y solo estamos a lunes. Pero sí me pregunto: se arrepentirán los demás de sus erróneas elecciones, o le daran al menos la mitad de las vueltas que yo le doy?

    Se arrepintió Nixon alguna vez de meterse en el Vietnam? Y Franco de las sentencias de muerte que firmó? Se arrepintió Felipe II de mandar a sus naves al desastre de Lepanto? la historia dice que sí, pero a saber ("no envié mis naves a luchar contra los elementos" es una de mis frases favoritas y la uso todo lo que puedo); se llegó a arrepentir Suarez de dimitir cuando lo hizo visto la que se preparó después? Se habrán arrepentido los que decidieron que Irak tenía armas de destrucción masiva que nunca se encontraron y que han provocado en parte esta sinrazón que nos rodea últimamente? La verdad es que en esto del arrepentimiento, los católicos no tienen perdón si no lo hacen, pues sólo con eso, contarlo a través de una reja y echarse después unos padrenuestros ya están limpios de pecado; pero me da que ni por esas, elegir mal y no arrepentirse, ni siquiera con la promesa de la salvación divina por medio, es una especialidad del género humano, común a todas las religiones e incluso a los ateos.

    Elegir es hacerse mayor, qué remedio! Tirar por un camino y abandonar otro, vestirse de un color y no de todos a la vez; depositar tu confianza en un alguien o en un algo que solo puede ser ese alguien o algo y no el de al lado, y creer que en ese momento has hecho lo mejor. Equivocarse es el resultado de muchas de esas elecciones, aprender a equivocarse es la lección más dura de aprender y memorizar en el juego de la vida, que cuando dura mucho (y eso es lo que nos gusta a todos, que dure) se presta a muchas más elecciones erróneas y a muchas más equivocaciones. Han visto ustedes los resultados de los sondeos de este último fin de semana? Han visto cómo quedaría el mapa político de España si las elecciones fueran mañana? Pues échenle ustedes un vistazo y verán que, elegir, de aquí a unos meses, y equivocarse lo menos posible va a ser un asunto de estado...Y mi retoño escogió ciencias, como su madre, hace mil años, escogió letras. Buenas noches, y si eligen, háganlo con cuidado!

viernes, 6 de febrero de 2015

Qué trabajos nos manda el Señor!

   Sin entrar en muchas explicaciones, resulta que me he pasado la mañana en casa sin tener que ir a trabajar. El día prometía porque al  fin se acordó de mí el tiempo y me trajo uno de esos cielos azules y ese sol del invierno que, por voz de Antonio Machado,  reclamaba yo en mi entrada anterior; eso sí, al bonito precio de dos grados bajo cero! Así que nada de actividades exteriores, me digo.  Después de desayunar y escuchar por la radio varios noticieros, me he puesto manos a la obra con varias de esas tareas que todos apuntamos en unas ristras de papel, con la temida mención "hacer" u otra aún peor que reza "pendientes". Tenía toda la casa para mí sola y la mañana por delante, larga ella, pues no eran mucho más de las ocho, pero como una tiene tendencia a la hiperactividad, descartado quedaba el plan de tumbarme en el sofá con mi iPad y saltar de la página de Facebook a la del "Vanitatis" haciendo escala en la prensa o en el Gmail. Me conozco, como no tengo remordimientos religiosos ni voy a  confesarme desde que hice la primera comunión, luego no puedo aprovecharme de esa cosa tan confortable que tienen los católicos del dolor de los pecados y del arrepentimiento y vuelta a pecar: me pongo manos a la obra en una serie de tareas idiotas que desde hace tiempo aparecen en mi lista de "cosas que hacer".

    Mi casa está limpia como uan patena porque la ensuciamos poco y porque de ello se ocupa desde hace años una buena mujer, discreta, eficaz y trabajadora como nadie que nos la deja reluciente hasta donde ella alcanza. A las lámparas de techo no alcanza, así que me pongo a quitarles el polvo y reponer todas las bombillas que no funcionan, y ya que ando con la escalera trashumante, de paso me asomo a todos los armarios y altillos para seguir quitando polvo y algún que otro trasto inútil que allí se ha refugiado. Acto seguido me meto con el armario de las medicinas y quito de la circulación mucha pastilla caducada. Y para clausurar la mañanita ocupacional, juego a "cada oveja con su pareja" con una pila de calcetinas que se han empeñado en hacer "menage à trois" y me preparo una ensalada con un resto de arroz que he encontrado en la nevera...Se acabó la mañana, tiempo!

    Mientras me como la ensalada, me acuerdo de las lavanderas de Goya, de las espigadoras de Millet y de la planchadora de Picasso; me acuerdo de las Sufragistas (incluídas las que salían en "Mary Poppins") y de todos los personajes del servicio de "Donwton Abbey", uno por uno, hasta del sinvergüenza de Thomas. Me acuerdo de la Petra de los tebeos de mi infancia, de Cándida la de Gomaespuma y de todas esas mujeres africanas que pasean con un cántaro en la cabeza y tres niños colgados del regazo, y aún sonríen. Me acuerdo de todas las señoras de la generación de mi madre, a quienes el régimen de Franco les dió cursillos para convertirse en auténticas ingenieras de hogar pero sin sueldo ni reconocimiento profesional; me acuerdo de todas las que aún hoy, bien rebasado ya el segundo milenio, todavía reclaman que ocuparse de su casa y sus familias es un trabajo a tiempo completo, que no lo es.Es un rollo!

    Mi mañana, señoras y señores, amables lectores todos, ha sido un rollo patatero, que hubiera sido peor de no ser por las Cantatas de Bach que me he puesto en el iPod mientras pasaba de la escalera al plumero y viceversa. O por el disco de Annie Lennox, del que les dejo un trocito de regalo (ya ven que no me canso de recomendarlo); se imaginan tener que abordar semenjantes tareas ciclópeas sin este apoyo sonoro?


    Aunque bandas sonoras para los trabajos forzados del hogar han existido siempre, ahora me viene a la memoria una de ellas:


    Y por la tarde, cuando abandoné mi casa camino de mi trabajo, me crucé y crucé dos palabras y una sonrisa con una de mis vecinas, la que lleva meses y meses peleando por permanecer en esta vida, y me digo, que en vez de tanto refunfuñar, debería de dejar de pelearme yo con la vida misma! Feliz fin de semana para todos.

martes, 3 de febrero de 2015

Dependientes dicharacheros

    Me escribe una amiga desde Badajoz recordándome ese poema incompleto que hallaron en el bolsillo de la chaqueta de Antonio Machado: "esos días azules y ese sol del invierno"...Aquí escaseamos de días azules con sol de invierno, aunque vamos sobrados de distintos tonos de gris y de invierno a raudales, y además yo tengo en las últimas semanas ciertos nubarrones que cruzan mi semblante, así que cambio de tercio y voy a intentar, en la medida de lo posible, hacerles reir para, de paso, reirme yo también un rato. 

    La excusa perfecta me la ha servido este domingo Javier Marías en su artículo del País Semanal ("Cautivos") donde se pregunta por qué  habla tanto  la gente, muchas veces sin ton ni son, y explica esa sensación de cautiverio que uno tiene cuando es atrapado por alguien con una verborrea incontenible, afirmando que en esta nuestra época en la que creíamos que todos éramos seres incomunicados, pendientes de la pantalla de un móvil, resulta que no, que la gente habla mucho pero sin tener conciencia de que lo está haciendo. Tengo con el señor Marías una relación difícil, pues me aburren sus novelas tanto como me entretienen sus columnas de prensa, pues creo que habla en ellas siempre cargado de razón, excepto aquella temporada en la que le dió por defender el derecho de los fumadores a fumar donde les diera la gana y sobre todo, es uno de los pocos escritores de su generación que no se casa con nadie, lo cual es muy de agradecer. 

    Ahora bien, dándole la razón a Javier Marías en todo lo que cuenta, tengo que discutirle que las víctimas de tanta verborrea fácil sean principalmente el gremio de los dependientes, capturados por clientes sin prisa que les agobian con capítulos completos de su vida antes de explicarles qué es lo que han venido a comprar. No niego que este supuesto exista, pero yo, que soy una mujer apresurada y una clienta incluso más apresurada todavía y poco dada al consumo, me he visto más de una vez obligada a intervenir para cortar la incontinencia verbal del dependiente de turno. He llegado a la conclusión de que como procuro ir a las tiendas cuando no hay nadie, si el dependiente está aburrido, resulta que soy la víctima ideal. Otras veces, la poca paciencia que Dios me ha dado se me agota viendo como las cajeras y cajeros  de los supermercados departen amablemente, no sólo con los clientes que van pasando sino también entre ellos, de caja a caja,  prolongando las colas unos cuantos minutos más porque esta gente, cuando habla no actúa.Aunque si quieren ustedes acudir a una tienda donde seguro que se van a ver envueltos en una conversación interminable que, o no desearon nunca entablar, o la han entablado otros justo delante de usted prolongando una fila de clientes a la expectativa que se sale por la puerta, vayan  a una farmacia...No falla!

La semana pasada, acudí a la farmacia de mi barrio a la que voy lo menos que puedo porque son antipáticos a ms no poder (lástima que no me lean); hacía un frío de morirse, volvía de una dura jornada de trabajo (y en mi trabajo se habla mucho, para que ustedes me entiendan) y llego a la farmacia a buscar unas gotas para la nariz que a alguno de mis cohabitantes le hacían falta imperiosamente. Sólo había una dependienta, quedaba poco para cerrar, y detrás de mí rápidamente se formó una cola de cuatro o cinco personas. La dependienta está despachando a una joven madre unos botes de leche en polvo y una pomada para las irritaciones de las posaderas infantiles, me digo que ya me va a tocar. Pasan cinco minutos, y como tengo buen oído (también me pagan por ello) lo enchufo y descubro que están comentando cómo fue el destete de sus bebés respectivos pues la dependienta acaba de reincorporarse de su baja de maternidad. Detrás de mí en la cola hay una señora bastante mayor que camina con muletas, le sugiero que se siente porque veo que se cae. La agradable conversación ha pasado del destete a las diarreas, haciendo parada en la cantidad de pañales que se gastan en un día. La señora mayor, con sus muletas y su receta en mano decide que mejor vuelve otro día. Llevamos ya diez minutos. Como vivo en un país de gente civilizada, todo el mundo soporta estoicamente la cola, pero una servidora, al filo de los trece minutos de conversación, y ya muy rebasado el filo de mi paciencia se acerca amablemente y les indica a las dos parlanchinas, sobre todo a la empleada de la farmacia, que si se ha dado cuenta de la cola que se ha organizado...Podrán ustedes suponer que me despacharon las gotas de la nariz con una energía que faltó poco para que me las pusieran de sombrero, pero cuando me marchaba, sentí a mi alrededor miradas de agradecimiento, profundo respeto, e incluso el último de la fila me guiñó un ojo. Ya ven que a veces, los gestos de valor ciudadano son reconfortantes.

    Y ya ven que se habla por hablar, y que quizás a los dependientes no siempre hay que tenerles tanta lástima...Y aquí estoy esperando esos días azules y ese sol del invierno, como Machado, que en gloria esté!