domingo, 27 de diciembre de 2015

La prueba del langostino congelado

    Cuando uno deja de ser niño, las Navidades a veces son un fastidio. Es más, uno de los síntomas de la edad madura es lo que se despotrica de la Navidad, bien es verdad que muchas veces más como una pose que como un sentimiento verdadero. Todos nos quejamos de las comilonas interminables y de los kilos que cogemos, pero nadie hace dieta esos días o lleva su cena a un comedor social. A todos nos revientan los villancicos a modo de hilo musical, pero a poco que nos den pie nos arrancamos a cantarlos. El amigo invisible nos repatea pero secretamente esperamos que, este año, por fin, acierte. La familia nos resulta una presencia atosigante pero nos alegramos de tenerla, y de no ser uno de esos alemanes solitarios que se tuestan al sol de Tenerife porque no tienen otro plan mejor. Quieren más ejemplos? Puedo seguir, pero creo que se los imaginan. 
   Yo no pido grandes cosas por Navidad: estar con los míos sin resultarles atosigante (que puedo serlo si me lo propongo) compartir muchas cañas en los bares con mis amigos, ver muchas películas en mi casa, leer con avidez, beber y comer sin remordimientos y pasar horas en mi casa del pueblo, ya saben, esa que no es una casa ni está en un pueblo. Como mis expectativas son bajas, casi siempre se cumplen! 
   Entre tanto exceso etílico, gastronómico y familiar, he llegado a una importante conclusión: la gran prueba de fuerza navideña (al menos en la España interior) es sobrevivir al langostino congelado. Ya saben, esos que compran nuestras madres y suegras porque les ha asegurado el pescadero que los de este año son fantásticos y no parecen congelados. Los pescaderos castellanos, afirmo, deberían meterse en política, tal es la habilidad que han desarrollado para mentir como bellacos y enbaucar a señoras mayores un año sí y otro también. El langostino congelado es y parece congelado aunque venga vestido de lagarterana, y venga del océano que venga; y es factor de intensos debates y a veces hasta de discordias en las mesas navideñas, donde hay una nueva generación de españolitos que han crecido con Arguiñano y Master Chef y ya no se tragan eso de que "ni parecen congelados". 
    Ya saben , en vacaciones entradas cortas y conclusiones certeras: familia que sufre unida el langostino congelado, permanece unida. Así sea.

martes, 22 de diciembre de 2015

Que la fuerza nos acompañe

    Llámenme ingenua pero yo, contrariamente a la prensa nacional, y a mi madre y sus amigas, no estoy en absoluto preocupada por el resultado de las elecciones y al contrario, contemplo con enorme interés todo lo que se nos viene encima; creo que el parlamento se va a convertir en un lugar interesante, el rey Felipe va a justificar por primera vez el sueldo que le pagamos todos los que votamos (y pagamos) y con un poco de suerte, los jóvenes aprenderán de una vez lo que es la democracia, esa que creían ellos que es gratis y la reparten con el Pan Bimbo. 

    La lotería no me interesa lo más mínimo porque como ya les he contado varias veces en varias entradas navideñas de este su blog, no juego; no por convicción moral sino por distracción y por no tener el hábito de hacerlo; y porque creo que en la vida ya me ha tocado unas cuantas veces, así que para qué forzar la suerte. Así que, este tema, finiquitado también. 

   Para celebrar que ya casi estamos de vacaciones, ayer me eché a toda mi familia al hombro y algún añadido y me fui a ver "Star Wars VII", acontecimiento que llevaba ansiosamente esperando, mucho más que el cambio de gobierno y el Gordo navideño juntos. Por el camino le hice un resumen a mis familiares menos abducidos por este serial, nos tragamos una cola de casi una hora y cuando nos sentamos en las butacas del cine y empezaron a desfilar esas letras amarillas que tanto han contado para los niños de mi generación, creí que ya, sin ayuda de la Yihad islámica, estaba en el paraíso,. Y ni les cuento las dos horas que trascurrieron a continuación, gracias a las cuales, lejos de salir desencantada puedo afirmar que he vivido el mejor momento cinematográfico de este año. Ya ven con qué poco me contento. Y por lo que leí en la prensa los días pasados, a Pablo Iglesias le debe haber sucedido tres cuartos de lo mismo, pues  empleó el único día libre que va a tener en mucho tiempo en ir a ver esta película. Vayan a ver el séptimo episodio de lo que los de mi quinta conocimos como "La Guerra de las Galaxias" (antes de que llegara el inglés arrasándolo todo) lleven a sus hijos y a sus amigos y parientes, y si hay quien se resiste, cuéntenles que se van a quedar fuera de todas las conversaciones en las interminables sobremesas navideñas, o amenácenles con ración doble de langostinos congelados, que tanto da.

    Yo como ya he conseguido ver mi película favorita, considero que ya estoy en paz conmigo misma y con los deberes cumplidos, y deseo que la fuerza me acompañe para este último tramo del año y que acompañe a todos aquellos que la van a necesitar. No, no, no piensen que en esta mi particular plegaria navideña me estoy acordando de los políticos, del Rey o de las madres de familia y sus horas en las cocinas de Nochebuena. Me acuerdo de los refugiados, que siguen acampando en muchas esquinas de nuestras ciudades, con este frío y esta humedad, y encima hay quien les acusará de terrorismo. Me acuerdo de los niños de la escuela de mi amigo Claudio en Haití, que está pasando la Navidad con ellos y vigilando que todos los fondos que mandamos para construir cocina y sanitarios y para que coman caliente una vez al día han llegado a buen puerto. Me acuerdo de los parados que siguen y seguirán parados sin remisión porque en el fondo ningún partido atina a dar con la solucción a esta peste. Me acuerdo de los enfermos muy enfermos que quizás sepan que esta será su única Navidad; de los niños que trabajan cosiendo balones Nike y ropa para Primark y de los policías que mueren haciendo un trabajo por el que cobran en un mes lo que un broker en unas horas. Y me acuerdo de mi padre, que le gustaba mucho la Navidad, principalmente porque era muy glotón. A todos ellos, los que están y siguen peleando, no sólo Feliz Navidad, sino principalmente, como los caballeros Jedi: que la fuerza nos acompañe.

 
 
    La vamos a necesitar. 



domingo, 20 de diciembre de 2015

Extraño domingo de Adviento.

    Hoy es 20 de diciembre. En mi calendario de Facebook, el cumpleaños de Merce, a quien felicito como se merece en sus tantas primaveras y aviso que le diga a su padre y hermano que ponga doble ración de pimientos rebozados, porque ya casi estoy al caer en ese bar donde mis amigos y yo rehacemos el mundo más o menos cada cuatro meses. En el calendario gregoriano, es el cuarto domingo de Adviento, que si recuerdo bien era aquel en el que en la homilía relataban el pasaje del nacimiento de Jesicristo y la misa era más larga y todos nos quejábamos por ello. En el calendario de las horas de sol, nos acercamos peligrosamente a ese momento del año en el que se hace de noche a las cuatro y media en punto y yo me pregunto, parafraseando mi propio blog, que qué habré hecho yo para merecerlo; como nota amarga, añado que el 21 que es mañana, empieza oficialmente el invierno... Es un domingo previo a las vacaciones de Navidad, lo cual significa que mis escolares estudian como leones y eso me deja cierto margen para tocar el piano, y estirarme cuan larga voy dejando de ser en mi sofá para leer ese periódico que compro (en papel, oiga) cada domingo y que la mayoría de las veces acabo leyendo el lunes. hasta aquí todo normal.

    Pero no es un domingo cualquiera, es el que Mariano eligió, como último día posible para distraernos a los españoles de lo que deberían ser nuestras preocupaciones oficiales de estas fechas: comprar los regalos del amigo invisible, la lotería, prepararnos psicológicamente para los langostinos congelados con los que madres, suegras y cuñadas nos castigan cada año sin remisión, ver  (y criticar) el anuncio de Campofrío, celebrar una comida navideña en el trabajo que casi siempre acaba mal, reservar vuelos y tarjetas de embarque, y buscar en Internet recetas de cocina en el capítulo "como simplificar las cenas de Navidad" aunque luego no las pongamos en práctica. Pues nada, que el gobierno y su prócer a la cabeza decidieron que este año, como regalo, nos iban a quitar todas esas milongas de la cabeza y añadirnos una nueva en forma de urna electoral y de incertidumbre de quién gobernará nuestros destinos una vez que se nos haya pasado a todos la resaca y la acidez del cava, el pavo y los turrones; y las mutaciones genéticas de los langostinos congelados, que debe ser lo mínimo que provocan.
 
    Hoy, 20 de diciembre es ese día, que yo he pasado en mi casa tranquilamente, yendo a comprar el pan y mi periódico habitual; invitando a comer a la antigua cuidadora y ángel de la guarda de mis hijos durante más de diez años, a quien le he atizado un roastbeef que, por culpa de Internet y sus recetas, se ha quedado demasiado crudo.  Que por qué les cuento ésto? pues porque la noticia común a todos los periódicos digitales que he leido esta tarde  es el empeño por contarnos cómo pasaron ayer el día los candidatos a las elecciones, qué comieron y a qué se dedicaron cuando está prohibido dar discursos y hacer promesas. Para mí que el que mejor aprovechó el día fue Pablo Iglesias, que se fue a ver "Star Wars", que es el plan que me ha faltado a mí hoy porque quiero acompañar a mi hijo, que aún no puede ir porque tiene que estudiar unos dibujos endiablados con rayas para todos los lados que a mí me parecen los planos de la Estrella de la Muerte (por seguir con "Star Wars")  y él dice que son enlaces químicos. Por eso se lo cuento; a ver si yo, que me molesto en escribir cien entradas de blog cada año y amenizarles a ustedes algunos ratos no voy a poder escribir de lo mismo que los periódicos, de vez en cuando. 

    Ahora voy a preparar la cena, y me voy a pegar a la televisión como no lo hago nunca, porque resulta que este 20 de diciembre puede ser el principio de un nuevo momento histórico, o más de lo mismo. Que aunque no vamos a tener un presidente de gobierno con coleta, sí puede que lo tengamos gobernando la oposición, y que votar, hoy, como siempre por otra parte, tenía toda la razón de ser. Y que,  aunque los sacapechos oficiales de las redes sociales ya nos mareen con aquello de estar orgullosos de nuestro país y de lo demócratas que somos y lo bien que lo hacemos, a mí me resulta inaudito que a una hora del cierre de unos colegios electorales que se abrieron a las nueve de la mañana, sólo haya votado el 58'4 de la población electora (36 millones, que se dice bien). Y que de los casi dos millones de residentes ausentes, sólo el 3% hayamos conseguido que nuestro voto llegue a tiempo, si es que ha llegado, que me quedan mis dudas. Nuestra democracia aún es de baja calidad, para qué engañarnos, y lo que cabe esperar de un parlamento hecho trocitos de colores es que vuelvan el debate, el consenso, la oratoria y la necesidad de pactar. Lo contrario, ya han visto ustedes a dónde nos ha llevado.

    Con los langostinos congelados ya me ensañaré otro día, porque sino, como dirían en épocas pretéritas Tip y Coll, "hablaremos del gobierno!". Feliz noche electoral.


martes, 15 de diciembre de 2015

Dos señores cabreados

    Esta vez, también soy yo uno de esos miles de indecisos (el 31% del censo a día de hoy) que no sabe qué hacer con su voto; aunque por mor de mi extranjería, haya tenido que decidirlo hace dos días, bastante poco convencida, en el fondo. Desde hace semanas me he tragado toda la información electoral que he podido digerir en los cuatro o cinco periódicos que me leo al día; todos los debates electorales y las entrevistas con los futuros candidatos incluidas las de Bertín Osborne. No esperé hasta la pelea a garrotazos de anoche porque me temía que si esos dos señores que ayer decían debatir y que, en realidad no hicieron más que enfurruñarse, tenían que esclarecerme el camino, acabaría votando en blanco, cosa que no pienso hacer porque una de las pocas cosas en las que aún tengo fe ciega es en la democracia y en la certeza de que un hombre, un voto.

    Muchos de mis amigos, parientes y conocidos siguen empeñados en decirme que  no conozco la realidad española porque no vivo allí, no se si esperando que desista de mi empeño de votar y a veces dudo si me creen cuando afirmo que me importa, y mucho lo que le ocurra a mi país; la verdad es que hace años que he decidido no entrar al trapo de ese debate. Conozco España mejor que muchos políticos en campaña, con la salvedad de unas poquísimas provincias. A pesar de 25 años de expatriación, sigo siendo contribuyente fiscal, no he dejado de votar ni una sola vez de las que me han correspondido; me gasto allí durante las vacaciones (prácticamente el único momento en el que gasto) lo que gano aquí y es más, trabajo en una institución internacional donde una de mis tareas es defender a capa y espada la lengua española que, visto lo visto, es una de las pocas cosas de nuestro patrimonio nacional que   no nos pueden esquilmar esta panda de gobernantes chorizos que tenemos. Sólo me queda decir algo así como "me duele España", pero eso ya lo dijo Unamuno hace más de un siglo y con más autoridad que yo.

    Pero en el fondo sí, me duele España, aunque le pese a quienes me acusan de hablar desde la placidez del exilio voluntario. Me duele esa España hecha de gente buena y lo suficientemente inocente como para pensar que los gobiernos arreglan la economía, algo que a día de hoy depende de fuerzas e intereses que están muy lejos de nuestros gobiernos, meros capeadores del temporal. Me duele esa España llena de jóvenes con títulos universitarios inservibles, que creen saber mucho de algunas cosas y muy poco de casi todo y que, a pesar de lo que se diga, siguen sin saber inglés. Me duele la España de los hospitales decrépitos, la de los profesores mal pagados, la de los banqueros chupones y los viejos estafados por las preferentes, la de los investigadores que se van a USA a poner en práctica lo que aprendieron en otra España que era más considerada con el saber científico. Me duele la España de los museos faraonicos, los campos de golf a granel y las costas alicatadas hasta la marea alta. 

    Y aún con todo ese dolor, ayer vi, en compañía de mi heredero, que sólo es español al 50% pero interesado como el que más, a dos señores cabreados discutiendo en la televisión que pagamos todos como si estuvieran peleando por un paquete de canicas en el patio de un colegio. Me duele que esa televisión a la que contribuyo, no le dé cancha a otros señores más novedosos que, quién sabe, a lo mejor traen ideas que merece la pena considerar para el desaguisado que estos dos y sus predecesores llevan veinte años cultivando. 

    Vayan a votar el domingo a pesar de todo; miren que es la única oportunidad que tienen durante cuatro años de ser gobernates por un día y piensen,  un momento antes de meter la papeleta en el sobre, hasta qué punto les duele España. Quizás sea una buena manera de salir de la indecisión.

sábado, 12 de diciembre de 2015

Algo más que la Voz

    Cuando ustedes lean estas líneas con el primer café de la mañana, estaremos celebrando los cien años del nacimiento de Frank Sinatra, que vino al mundo en New Jersey un 12 de diciembre de 1915; si ustedes me conocen un poco, después de cuatro años escribiendo  este blog, imaginarán que no iba a dejar pasar fecha tan señalada. 

    Frank Sinatra fue algo más que La voz; en realidad, según Ava Gardner, la mujer que le quiso con mayor apasionamiento,  la voz no era lo mejor de su cuerpo serrano, aunque para los que no pudimos llegar tan lejos como Ava Gardner (insisto, lean su espléndida biografía "Love is nothing" de Lee Server, yo la tengo hasta subrayada) fue un cantante como quizás no ha habido otro, dentro de una generación donde los cantantes masculinos eran fabulosos: Bing Crosby, Dean Martin, Tony Bennet, Jacques Brel, Domenico Modugno o Charles Aznavour; todos ellos están, para mí, dentro de su genialidad, un escalón  por debajo de Frankie, sin duda. Frank Sinatra era además un actor más que pasable y un gran bailarín, y tenía un auténtico talento natural para la música, pues muchos de los excelentes arreglos de sus canciones eran suyos, arreglos que hacía sin ser capaz de leer una sola línea de pentagrama, y con un tímpano que tenía perforado desde que nació. Cuando veo lo que yo me peleo con los pentagramas de mis partituras de piano, con resultados más que mediocres, me digo que el talento existe y está casi siempre mal repartido. 

    Además, Frank Sinatra es parte de la banda sonora de mi vida: mis padres bailaban sus canciones, creo que ya les conté que  mi abuelo me regaló un tocadiscos cuando tenía cinco años y que para estrenarlo puse como treinta veces en la misma tarde "this boots are made for walking", canción que hizo famosa a Nancy Sinatra, su hija. Que en una de las cogorzas más épicas que recuerdo de mis años universitarios acabamos en un bar perdido cantanto "Strangers in the night" porque daba la casualidad que el pianista era nuestro profesor de geografía; que fue uno de los primeros discos que me compré con mi dinero en uno de mis primeros viajes a Londres y que lo guardo como oro en paño, y que una vez hace casi 25 años, conocí a un chico que tenía en su piso de soltero una foto de Frank Sinatra con el difunto rey Balduino y Gina Lollobrígida y que esa foto aún hoy adorna las paredes de mi casa, supongo que me entienden... Como para no hacerle un homenaje a Frank! Si fuera creyente de las de verdad, hasta le rezaría una novena. 

    Frank Sinatra cantaba como los ángeles (sabrá alguien cómo cantan los ángeles? ) y lo hacía siempre acompañado de unas fabulosas orquestas junto a las cuales los Bisbales y Alboranes de hoy día serían apenas capaces de hacer un acorde. Hizo suyas canciones que no lo eran y que nadie ha cantado como él, como el "my way" de Claude François o el "New York, New York de Liza Minnelli; amó y fue amado por unas mujeres espléndidas (Ava Gardner, Lauren Bacall y Kim Novak, casi nada) y probablemente  era un mafioso y consiguió que nos olvidáramos de ello.

    Y ahora les dejo con mis Sinatras favoritos, la primera, una canción de Cole Porter que nadie ha cantado como él, y mira que hay versiones:


    La segunda, "send in the clowns", cuyo autor, Stephen Sondheim la escribio para ser cantada por una mujer en una comedia musical, de la que nadie se acuerda, al contrario que la canción, inolvidable:
    
Y la tercera y última, como no podía ser de otra forma, "Strangers in the night"


    Podría ponerles como media docena más de vídeos y canciones, pero este formato no me lo permite. Como es un fin de semana de invierno y anuncian lluvia (incluso en la Península) descúbranlos ustedes mismos...No hay otro como él.

martes, 8 de diciembre de 2015

En torno a mi propio nombre

    Hoy es mi santo, que viviendo en el extranjero es como decir que hoy es martes, porque eso de celebrar el nombre propio es una costumbre sureña, que apenas algunos italianos tienen en cuenta y unos pocos españoles aún siguen conservando. Una cosa de familias decadentes, para qué vamos a negarlo.

    Les escribo a ustedes desde la penumbra nórdica de las cuatro y media de la tarde que parecen las ocho, y me doy cuenta que llamarse Concha y vivir más allá de los Pirineos es una proeza. Porque, claro está, servidora se llama en realidad Concepción y no sólo, pues por mi fecha de nacimiento aún me tocó esa bonita ley franquista gracias a la que todas las mujeres llevamos el María puesto por delante en el DNI. Ni les cuento la cantidad de paseos que me doy a las oficinas de correos a recoger cartas certificadas que los carteros no me entregan porque el nombre no coincide; los problemas con las tarjetas de crédito donde sólo cabe el "María", nombre bajo el cual no me reconozco y tiendo a esquivar; los billetes de aviòn que parece que le estoy comprando a una hermana mía cuando soy yo la que vuelo...Llevo así 25 años de exilio y cada día que pasa me pregunto si no hubiera sido más útil ir a un notario desde el principio y que me pusiera "Ana" o "Carla", o "Elena", que son nombres cortitos, que se pronucian igual en todas las lenguas y admiten pocas variantes. 

    Abundando en el tema, "Concepción", e incluso "Concha" es un nombre viejuno donde los haya. Acabo de lanzar un concurso en un chat de Whatsapp que tengo con varias y numerosas amigas españolas, regalando una cena a golpe de jamón del bueno (en mi casa siempre es bueno) a quien sea capaz de enumerarme tres conchas que no sea yo y sean más jòvenes que yo misma: me he dado centa que 1965 debió ser una barrera infranqueable para ciertos nombre con origen virginal, porque todas las Inmauladas, Asunciones, Socorros, Ascensiones y similares son todas más viejas que yo. Incluso diría que mucho más viejas que yo. Han pasado ya varias horas desde que lancé el reto y me da que el premio va a quedar desierto!

    Y siguiendo con nombres viejunos, de esos que ya nadie lleva puestos encima, les diré que en mi querida tierra castellana somos especialistas en largarle esa cruz a los hijos para que la lleven de por vida, afortunadamente cada vez menos. Pero que aún les puedo contar que conozco personas con nombres esdrújulos que son de mi quinta (algunos de ellos compañeros de colegio o universidad) y que se pasean por el mundo firmando como Ceferino, Serafina, Atanasio, Raimunda, Josefa, Saturnina, Bienvenida, Telesforo, Bonifacio, Eleuterio (que además me lo encontré hace poco y es funcionario de prisiones con ese nombre tan de presidiario famoso) Abelardo, Alipio, Teodoro o Resurrección. Y a los pobres ni les queda la esperanza de que regresen ciertas modas retro y los niños vuelvan a llamarse como ellos, como sí ha ocurrido, por ejemplo,  en Francia.

    Hay que pensarse mucho el nombre que le pone uno a los hijos, no vaya a ser que lo lleven cargando toda la vida. El día de mi santo se pasó con estas reflexiones y por cierto en mi caso reflexionaron poco, porque Concha es aún mi señora madre y Concha era mi abuela. Y el concurso que convoqué por Whatsapp ha quedado sin vencedor aunque a mi querida amiga Nieves le voy a dar un premio de consolación, porque ha participado con ahínco y además me ha mandado un video bastante retro (tanto por la canción como por los que la cantan) que me ha encantado. Ya sabes Nieves, mi jamón (cuando llegue) te espera! Un poco de paciencia.


jueves, 3 de diciembre de 2015

Silbando a trabajar!

    Hoy me han dado lo más parecido a una condecoración que recibiré en toda mi vida, pues la administración para la que trabajo premia la fidelidad de sus funcionarios cuando cumplen veinte años de leales servicios. Hoy me ha tocado a mi, y he recibido una medalla falsamente dorada con orgullo y gratitud a partes iguales, sin un ápice del escepticismo que me habita normalmente y con agradecimiento a la mano que me da de comer...Que es la misma que me ha dado la medalla. 

   Llevo veinte años trabajando en el mismo lugar, con toda la eficacia de la que soy capaz, procurando hacer lo que me mandan sin dar que hablar (aunque hablo mucho cuando trabajo) y aceptando lo que no me gusta protestando lo justo. Me doy cuenta que en todos estos años he sido sorprendentemente obediente, discreta en lo que he podido y sólo me he encabritado cuando me ha dado la impresión que mis derechos de mujer trabajadora (y por ende, madre de familia) se ninguneaban. he conseguido viajar, hacer amigos por encima de frecuentar colegas, conocer personas interesantes, estrechar ciertas manos que de otra manera nunca hubiera estrechado y estar a muy pocos metros de donde se toman decisiones importantes. Puesto todo junto y aplicada la metáfora contable que tanto le gustaba a mi padre, tengo más en el "haber" que en el "debe", y me alegro. Mi empleador ha pagado mi fidelidad con una chapa y un bonito discurso, yo agradezco poder trabajar en un lugar donde la fidelidad aún es un valor contable. 

    Dicho todo lo anterior, me pregunto y me angustia pensar cuánta gente anda por el mundo empleada en unas empresas que jamás les agradecerán los servicios prestados o peor aún, que han padecido en sus costillas y en su vida cotidiana las consecuencias de un empleador abusivo y nefasto. Cuánta gente transita por las calles cada mañana camino de unos trabajos alienantes, repetitivos y en muchos casos desprovistos de la mínima dignidad, por los que cobran salarios misérrimos que tampoco dan para pagar las facturas a fin de mes. Y cuánta gente ya no trabaja, sino que deambula de una oficina a otra entregando currículums, haciendo entevistas y pasando de una cola a otra para que alguien les deje demostrar lo que valen a cambio de unos euros escasos. Y cuánta gente no trabaja ni ha trabajado nunca, a pesar de que peinan canas y no saben lo que es cotizar a la seguridad social, o acumular derechos para una  pensión que jamás van a cobrar. Como me pregunto cuántos de esos 27.000 empleos que dice el gobierno que ha creado en noviembre son empleos de verdad, de los que te permiten pagar el supermercado, tener una familia y al menos vivir de alquiler? Me da que muy pocos, porque en este siglo XXI, que es el de los nuevos pobres, le llaman empleo a cualquier cosa que se parezca a los recados que yo le hacía a mis padres en verano y a cambio me doblaban la paga. 

    Y hoy, más que ningún otro día, me he dado cuenta lo que significa tener un trabajo digno y, sobre todo, no tener la sensación  cada día que te levantas de que te están estafando y comiéndose tu vida a bocados sin pagar por ello el precio necesario. Casi casi que la medalla se la tendría que dar yo a mis empleadores y no al revés! Porque puestos a repartir medallas, hay miles de trabajadores que la merecen más que yo y sin esperar veinte años por ella: los que barren las calles y vacían las papeleras; las puericultoras de las guarderías, los médicos que hacen guardias sin cobrarlas, los cuidadores de ancianos y minusválidos mentales, los trabajadores que limpian hospitales, escuelas, aeropuertos, estaciones...Y por encima de todos, los maestros, aquellos que se encargan de que nuestros herederos, entre los 6 y los 18 años se conviertan en ciudadanos, que es más importante que ser simplemente personas. 

    Así que no sé si veinte años no son nada o son muchos; ni si dentro de otros veinte años seguiré afirmando todo lo que hoy declaro de esta manera, como cantaba la difunta Lina Morgan "agradecida y emocionada" pero mañana, yo, como los siete enanitos...Dentro vídeo!



miércoles, 2 de diciembre de 2015

Ensimismados

    Como ha llegado diciembre, los días han dejado de existir y solo hay noches eternas que duran desde que nos levantamos hasta que nos acostamos de nuevo. Son muchas horas de interior y de luz eléctrica (esa que en España con solo nombrarla provoca más miedos que la Agencia Tributaria) que a lo único que contribuyen es a que leamos aún más los que ya leemos mucho. A los que no leen nada no parece que les afecte la falta de luz natural, porque sus cacharros con pantalla están todos retroiluminados.
     Ultimamente caen en mis manos revistas, recortes y lecturas varias sobre el poder de la meditación, el "mindfulness" (que por lo que entiendo viene a ser como rezar el rosario pero sin rosario) la introspección y la preocupación desmedida por el bienestar personal y la conciencia del propio yo. Lo leo todo con atención, por curiosidad intelectual y porque pienso que un poco de introspección, y de intentar dejar de arreglar los problemas de todo el mundo y no acordarme que me  hacen falta unas medias grises o que me duele la cabeza,  no me vendría mal. Después de varias lecturas y de llegar de nuevo al convencimiento de que nuestras abuelas con sus rosarios y novenas fueron grandes precursoras de todos los mantras, yogis y orientalistas varios que han venido después, llego yo misma a la conclusión que el ensimismamiento llevado a la enésima potencia, tiene algo de malsano.
     Me da que la cultura del crecimiento personal, el autoconocimiento y la búsqueda espiritual han llegado a un punto en el que ha sobrepasado sus límites. En tiempos pretéritos se dedicaban a ello monjas de clausura, frailes y eremitas que vivían retirados del mundanal ruido, de sus miserias y sobre todo de sus parientes. Ahora lo de retirarse es tarea difícil, sino imposible, y los que pretenden vivir en instrospección y comunicación consigo están todo el día mirando su página Facebook y mandando Tuiters; una introspección de pacotilla, diría yo. Los ensimismados, viven dentro de una madriguera personal en la que se está de maravilla: no hay que cumplir con horarios (o con los mínimos) no hay que quedar bien con nadie, no hay que respetar los deseos, a veces incómodos de los cohabitantes y sólo hay que cumplir con las apetencias propias porque si hay alguien que entiende a la perfección aquello de "la caridad bien entendida empieza por uno mismo" es el ensimismado de turno. Los ensimismados son como unos genios de la lámpara maravillosa que, sin necesidad de salir de la lámpara para cumplir los deseos de nadie, se han quedado dentro, olvidados del mundo y, según mi modesta opinión, confundiendo la luz con el deslumbramiento.

    He leído mucho ultimamente un blog (los blogueros solemos ser solidarios entre nosotros) que escribe una tal Pilar Jericó  y a veces aparece en "El País"; se titula "Laberinto de felicidad" (www.pilarjerico.com) y tiene el mérito de explicar con palabras sencillas y llamando al pan, pan, muchos de los mitos de la búsqueda de la felicidad; y de modo científico, porque es psicóloga, cosa que yo no soy. Ella asegura que "la rumia mental", que es eso que a mi me pasa y que se me pasa solo a veces gracias al jogging y a este blog, es necesaria tanto o más que ese estado de paz interior que las modas introspectivas nos proponen y que es casi imposible de obtener más que metidos en una caja de pino y camino del cementerio. Finalmente, analicen la palabra: "ensimismados" contiene dentro "en-sí-mismos"...No me convence.