domingo, 25 de septiembre de 2016

La paz fue posible (en Colombia)

    Tomo el título prestado del  difunto y añorado Duque de Suarez. La frase? parecida a la  que adorna la lápida de su tumba; esa en la que el buen hombre debe andar revolviéndose, cuando alguien le cuente que la concordia que fue posible ya no lo es más, porque todos tienen un ego aún más grande que el suyo propio (que no estaba mal) pero la mitad de astucia y talento y un país que solo entiende de perder y ganar y no de pactar. 

    Pero en Colombia la paz va a ser posible; oficialmente a partir de mañana, en Cartagena de Indias, cerca del mar para evitar que los 2600 metros de altitud de la capital, Bogotá, contribuyan a más de un desvanecimiento, dada la avanzada edad de alguno de los firmantes y no pocos de los asistentes.  La paz va a terminar con una guerra civil que desde hace casi  cincuenta años ha dejado tras de sí 250.000 muertos, 45.000 desaparecidos y casi siete millones de desplazados. Va a ser el bonito y quizás no tan feliz final de unas largas negociaciones donde, al contrario que en nuestra patria, la concordia sí ha sido posible; y el perdón aún también posible si, finalmente, el pueblo colombiano consultado en referéndum el día 2 de octubre da su visto bueno. El acuerdo de paz va a llevar a la guerrilla al congreso de la nación, y va a seguir removiendo mucha tinta en la prensa y muchas heridas aún no cerradas, pero la paz ha sido posible. Nunca lo hubiera imaginado en la Colombia que yo conocí.

   Ya saben muchos de ustedes que Colombia no es un país cualquiera para mí, y que ocupa un lugar privilegiado en mi geografía sentimental. En él nacieron mis hijos, que tentada estoy de decir que son el mayor tesoro que poseo si no fuera porque los hijos, definitivamente no nos pertenecen ni son un tesoro, ni patrimonio de nadie. Allí me desplacé a buscarlos, una vez en mitad de una tregua decretada después de de haber tenido a la guerrilla a las mismas puertas de la capital; y una segunda vez cuando la tregua era sólo un recuerdo, las bombas estallaban no muy lejos de los lugares que frecuentábamos y la esperanza de cualquier paso adelante se había perdido. Aún visité Colombia una tercera vez en el 2010, para enseñarle a mis hijos la tierra que los vio nacer y no alimentar espejismos en sus cabecitas preadolescentes. Entonces la esperanza de negociar era una ilusión, lejana, pero posible; la economía se levantaba y con ella, todo un pueblo que sonríe sin descanso a cualquier hora del día, que canta y (sobre todo) baila a la menor ocasión; la gente había recuperado las carreteras, los cafetales, los restaurantes de noche, las playas, las ganas de viajar y todas esas cosas que una guerrilla asesina, narcotraficante y trasnochada de ideas les había impedido durante décadas. 

    Entre visita y visita, leí todas las novelas y cuentos  de García Márquez (algunas hasta dos veces) aprendí a distinguir una cumbia de un Vallenato aunque no a bailarlas, porque es un arte para el que estoy negada. Compré todos los discos de Shakira y Juanes, me aprendí todos los nombres de las frutas y me aficioné al café como lo toman ellos, que hacen el café como hablan: suave, casi transparente, aromático y sin torrefactar en exceso. Le seguí la pista a Ingrid Bethancour: me fascinó el personaje, me dolió su secuestro, me sorprendió y me decepcionó todo lo que hizo después y a día de hoy no la entiendo; y así tuve la oportunidad de decírselo en persona en una feria del libro hace años cuado hice cola para que me firmara un ejemplar de su "No hay silencio que no dure". Me soltó unas lágrimas y nos hicimos una foto para el recuerdo...Y de pronto comprendí que así es ese país de gentes sentimentales y contradictorias, no siempre fáciles de entender, pero capaces de perdonar. Lo he dicho ya mil veces, léanse "El olvido que seremos" de Héctor Abad Faciolince, un inmenso escritor que perdió a su padre y a un cuñado a manos de la guerrilla y los paramilitares, que tuvo a una hermana secuestrada y aún con todo  eso,  es en estos días uno de los grandes activistas de "sí" para el referéndum; como la propia Ingrid, por otra parte. 

    Volveré a Colombia, más pronto que tarde, espero. No quiero llegar a ser una vieja con andarín sin volver a caminar por las calles de Bogotá, de Cartagena o de Medellín viendo la sonrisa eterna de esa gente que una vez, hace años, me robó el corazón y me regaló una familia a cambio.  Y espero volver de nuevo con mis hijos, orgullosos colombianos que no han vivido allí pero saben que son especiales por haber nacido en uno de los países más bellos del planeta, y desde mañana,  además, un país en paz.

martes, 20 de septiembre de 2016

La diferencia es el talento

    Hace pocos días he terminado de leer el último de Almudena Grandes "Los besos en el pan", que de alguna manera ya había leído pues muchos de sus capítulos salen directamente de las  crónicas que escribe la autora en El País sobre su barrio del centro de Madrid. No hay que ser muy aficionada a la escritura de la Grandes (yo sí lo soy, miren por donde)  para apreciar la galería de personajes que ella nos retrata;  todos pueden ser nuestro primo, nuestro cuñado, nuestro vecino o el frutero de la esquina; y en este libro no se trata de  grandes amores novelados de la España en guerra o posterior, ahora son las pequeñas cosas, y las muchas chinas en los zapatos con las que caminan los españolitos de a pie, desde el año 2008, las que nos relata Almudena, con esa sencillez aparente que tienen los escritores (generalmente los buenos) que parece que lo que ellos cuentan y escriben, lo puede contar cualquiera. 

   Y eso es precisamente lo que más admiro de ella, que también he admirado en gente dispar como Charles Dickens, Victor Hugo, Pérez Galdós, Patricia Highsmith, Oriana Fallaci, Joel Dicker, Gonzalo Torrente Ballester o Héctor Abad Faciolince, y miren que he intentado poner ejemplos de todas las lenguas y épocas: la facilidad de contar cosas, y de contarlas bien, sin artificios ni enbellecimientos inútiles; porque la belleza de ciertas historias no necesita adornos literarios, sólo un buen manejo del vocabulario y un buen orden sintáctico; cosas que pese a  parecer fáciles, son complicadas de conseguir. 

    Yo también veraneo en un pueblo del sur de España, como Almudena. Un pueblo golpeado por el paro y con muchas familias viviendo de la corta temporada turística y de la pesca del atún, cuando toca. En su playa sopla el Levante y en la mía el Poniente. Ella cuenta las batallas de su pescadero y si yo me pusiera a contar las de la mía, que tiene el puesto como el monte calvario, sería el no parar. Ella habla de su panadera y yo tengo a mis churreros, que son protagonistas del mayor milagro económico de la crisis, consistente en darle estudios de Bellas Artes y hasta un Máster a su hija todo a golpe de vender churros a un Euro la docena. Ella habla de su casita de la costa de Cadiz como si fuera la segunda edición del paraíso terrenal, y a mí con mi playa de Ayamonte me pasa tres cuartos de lo mismo;  sólo de recordarla se me saltan las lágrimas, no digo más.

    Almudena habla de los porteros de su edificio, de la  peluquera de su barrio que se alía con las manicuras chinas porque sabe que nunca podrá competir con ellas. Y si yo me pusiera, podría hablar de mi panadera de la infancia que me encontré este verano por la calle (evidentemente jubilada) y que me reconoció al momento y me recordó lo mucho que me gustaba (y me gusta) el pan de hogaza y las muchas veces que pasé por su panadería antes de irme al colegio para comprar un bollo y oler ese pan recién hecho que ya no se hace porque todos se empeñan en ponerle aceitunas, nueces y cualquier cosa aromática. Como podría hablar de las peluquerías españolas de varias ciudades donde las he probado, esas donde las mujeres van a contarle su vida a la peluquera más que a teñirse el pelo; porque la peluquera de toda la vida, no la de la franquicia, es por sí misma una obra social. 

    Si Almudena encuentra las palabras justas para hablar de los niños que no comen porque cierra el comedor del colegio público en verano; a mí me gustaría hablar de los hijos de los emigrantes que estudian como posesos para que nadie les reproche que están entre nosotros sólo para aprovecharse de la asistencia social; mientras los hijos de los nacionales nos atronan con  sus motos y se empeñan en organizar botellones donde está prohibido porque les divierte que luego venga la policía a dispersarlos. Si ella habla del cierre del centro de salud de su barrio, a mí me gustaría hacerlo de las librerías de mi ciudad, que van todas cayendo una detrás de otra gracias al Corte Inglés y a la eficacia de Amazon, que yo misma peco utilizando más de una vez.

    Si Almudena Grandes cuenta todo eso y le sale una novela, no la mejor de las suyas, pero que me ha hecho pasar un buen rato después de haberme llevado la decepción del verano con las "Cinco esquinas" de Vargas Llosa (y eso que la escribió antes de que Isabel entrara en su vida) es porque es una escritora de los pies a la cabeza y yo soy una humilde plumilla, a quien jams le saldrá una novela. Como en tantas otras cosas de la vida, la diferencia es el talento...Que está muy mal repartido!

martes, 13 de septiembre de 2016

Un toro quita a otro toro

    La entrada de hoy va a ser breve pero les voy a poner deberes. Para entenderla tienen ustedes que ir a mi blogoteca (se dirá así?) y leer: "El día que mataron a Volante" (11 de septiembre del 2012) "Y mañana matarán a Langosto" (16 de septiembre del 2013) ""Elegido va a morir" (15 de septiembre del 2015) y "Otro año, otro toro" (14 de septiembre del 2016). Cuando hayan leído las cuatro entradas, y si han visto o leído las noticias del día, comprenderán que, con gran alegría, puedo hasta dar por concluida mi entrada de hoy porque  "Pelado", negro zaíno, de 640 kg, ha vuelto a los corrales vivito y coleando;  o quizás coleando poco porque un encierro es una prueba atlética para el animalito, pero vivo al fin.

    El Toro de la Vega, esa salvajada que algunos visten de tradición, ha sido sustituída por el Toro de la Peña, que consiste en soltar un toro por las calles de Tordesillas pero esta vez sin acribillarlo a pinchazos, por supuesto sin matarlo y por supuesto, sin toda la orgía de sangre que aquello desplegaba a su alrededor. Y ha sido una sustitución por decreto ley, nada arbitraria, promulgada por el gobierno conservador de la región de España a la que pertenezco, y protestada por los lugareños con su alcalde socialista a la cabeza. Hagamos un inciso: que alguien ponga una cabeza pensante al frente del PSOE, por favor! No sólo su secretario general ha perdido la oportunidad de pasar a la historia como un hombre de estado sino que su alcalde de Tordesillas ha perdido también la oportunidad de ser la persona razonable que terminara con un rito atávico e inhumano. 

    Bien pues, este año puedo dar carpetazo a una de las obsesiones recurrentes de mi blog, y ya no tendré que escribir cada segundo martes de septiembre contra el Toro de la Vega y contra todos los que no conciben hacer una fiesta sin que corra la sangre de algún bicho y, a ser posible, con ensañamiento y crueldad contra él. Y sigo insistiendo en que no votaré nunca al PACMA, no soy vegetariana y no me gustan los animales ni son sujeto de mis preocupaciones. La crueldad humana, por contra, si me preocupa:  se empieza ejerciéndola contra los animales y después cualquier cosa puede pasar...Una obsesión eliminada y aún me quedan varias batallas pendientes: los horarios de España, el amigo invisible navideño, que quiten "Sálvame" incluso de Telecinco, el final de la Fórmula 1 y el bipartidismo español. Visto lo logrado con el toro, persevero en las otras causas.

    Tordesillas ha sido hoy un campo de batalla de manifestantes de uno y otro lado que al parecer han acabado a palos entre ellos (qué les decía hace un momento?) pero "Pelado" a vuelto a los corrales poco después de mediodía con toda su integridad física intacta. Qué va a pasar ahora con el torito? pues me temo que acabe sacrificado igual, pero como muchos de sus hermanos y primos y no con escarnio público. En ese berenjenal no voy a meterme, porque a mi edad, la política y la protesta, comienzan  a ser el arte de lo posible. 


domingo, 11 de septiembre de 2016

Historia urbana sin urbanidad

    Voy a contarles una historia que creo que es triste, pero juzguen ustedes mismos y ya me dirán al final. 

    La parada de metro cercana a mi casa tiene un pasillo de acceso feo y un tanto siniestro cuando se va la luz del día; sus paredes son el objetivo de los grafiteros, que las adornan con prolijo gusto por las frases obscenas y los colores chillones;  y yo añadiría con poco saber artístico,  porque me parece que el grafitti es un arte que pocas veces lo es, pero esa es mi humilde opinión. En los primeros días del verano, un grupo de jóvenes, alumnos de alguna escuela de bellas artes probablemente, decoraron buena parte de ese pasillo con escenas evocadoras de la ciudad donde vivimos, con cierto buen gusto pictórico, bonits dibujo y alegres colores. Los chicos se empleaban a fondo, yo los veía cada mañana cuando iba a trabajar y me encantaba ver como avanzaban cuando volvía por las tardes. El resultado fue más que aceptable, todos los vecinos estábamos encantados, los pusieron como ejemplo en la página web del metro  hasta los sacaron en la televisión.

    Ayer, el bonito fresco del metro ha amanecido decorado con una pintada reivindicativa, atacando a una multinacional que ha cerrado recientemente en estas tierras para deslocalizarse en otras más orientales, donde los trabajadores están catorce horas a pie de obra y no reclaman vacaciones. La pintada abarca casi todo el mural, y viene firmada por un colectivo de esos de ciudadanos enrabietados que ahora proliferan por doquier gracias a la crisis. Dejo claro que los ciudadanos tienen derecho a enrabietarse y manifestarse, y que las multinacionales mandan más que los gobiernos (cuando hay gobierno) y que ésto último es algo que no deberíamos permitir. También tengo claro que pintar con un spray cualquier consigna, por muy solidaria y cargada de razón que esté, y pintarla encima de una obra de arte hecha con cuidado y con el beneplácito de los usuarios que somos todos (no es el caso de los grafiteros, que pintan con nocturnidad y alevosía) es un ataque a la propiedad colectiva, esa que quieren defender; y además un acto de barbarie, llamemos al pan, pan. 

    Parece que en nombre de la indignación ciudadana y de esos pobres jóvenes sin futuro todo es posible, y no. Que las multinacionales dejen de repente a cientos de obreros sin trabajo para largarse a otros horizontes más productivos es un hecho lamentable, y un abuso del sistema capitalista que no parece tener solucción. Que calles, plazas, estatuas y demás mobiliario urbano tengan que verse redecorados con las consignas de la indignación ciudadana no me parece un sano remedio. Mi vecina de abajo camina ruidosamente  con tacones desde las seis de la mañana y no por ello hemos ido con un spray a su puerta a pintarle  "quítate los zapatos, petarda"; y no por falta de ganas!

    El pasillo de mi estación de metro me temo que volverá a ser pasto de los grafiteros de poca monta, porque lamentablemente Banksy solo hay uno y vive en Londres. Gracias a los de la pintada supuestamente solidaria, van a llegar detrás todos los artistas de brocha gorda y trazo no menos grueso y del bonito mural que pintaron los estudiantes veremos lo que queda de aquí a unas semanas. La indignación no debería ser enemiga del respeto por la obra bien hecha. Y lo que más me indigna a mí de todo ésto que les cuento, es que a medida que voy escribiendo, con profunda pena por tener que echar pestes  contra  quienes se levantan contra lo establecido e impuesto, a medida que escribo, insisto, me voy dando cuenta, por el tono de mis lamentos, de lo mayor que me estoy poniendo. 

    Era o no era un historia triste? Feliz domingo, de todos modos.

viernes, 9 de septiembre de 2016

Hacer los deberes

   He superado con relativo éxito y no poca pereza la temible primera semana del curso.  Veo a mis retoños crecer  con la satisfacción de evitarme las papelerías y trámites variados que ahora hacen ellos en mi lugar, aunque la fuente de financiación siga siendo la misma. Los veo resignados, bostezando a todas horas porque madrugar cinco mañanas seguidas después de haber dormido hasta con saña durante dos meses es algo que debe dejarte para el arrastre; contentos de volver a ver a sus amigos y, desde la atalaya de su adolescencia rabiosa, escépticos ante la idea de que habrá que ponerse a estudiar más bien pronto que tarde. En cualquier caso, en este domicilio familiar, todos, los mayores menopaúsicos y los adolescentes hormonados, hemos hecho nuestros deberes esta semana. No me queda muy claro a quién debemos rendirle cuentas, pero en cualquier caso, la parte que nos tocaba está hecha. 

    A mi hijo mayor y sus amigos, este curso les duele especialmente; va a ser el último de sus años colegiales y van a tener que tomar decisiones hasta cierto punto trascendentes. Que todos hemos pasado por ello? Pues miren ustedes, unos más que otros. Cuando en España el helado era sólo de vainilla, fresa o chocolate, no nos costaba mucho decidirnos ante el heladero. Cuando yo pisé por primera vez una heladería italiana en Italia, elegir me costó un cuarto de hora y cierta taquicardia. Con las carreras de ahora pasa lo mismo, los niños se sienten como delante del heladero italiano; pero aún así hacen sus deberes, los de clase y los de pensar y deshojar la margarita del año que viene. 

   Porque en septiembre los hombres u mujeres de buena voluntad que pueblan el planeta,  hace sus deberes. Los buenos alumnos comienzan enseguida y los otros se hacen los remolones pero acaban claudicando; los profesores, con la misma pereza que padres y madres (algunos también lo son además de profesores) retoman sus cuadernos y ponen deberes además de hacer los suyos propios. El resto de la ciudadanía, no aprendiz ni docente se aplica en su tarea: el alcalde de pueblo retira los farolillos de las verbenas; el alcalde de playa limpia la mugre que dejamos atrás los veraneantes; el guardia urbano sabe que los coches volverán a ser los amos de la ciudad; los cajeros de los supermercados vuelven a ver las filas crecer y multiplicarse y su deber será ser más rápidos de lo que eran durante el éxodo veraniego; el barrendero vuelve a ver las papeleras llenarse y las televisiones retoman las series interminables en el capítulo donde las abandonaron antes del verano.  Y así, haciendo todo el mundo sus deberes, muy a nuestro pesar y muy a costa de nuestras pocas ganas,  es como la vida sigue adelante y no se nos cae encima ese tenderete frágil que es la vida en comunidad, no siempre de vecinos. 

    Pero hete aquí que en España hay cuatro señores que suspendieron para septiembre;  se presentaron a los exámenes habiendo estudiado poco y sobre todo, sin hacer los deberes, y han vuelto a catear. Se llaman Mariano, Pedro, Pablo y Albert; les ahorro los apellidos porque son de sobra conocidos de todos ustedes. No sólo no hacen los deberes sino que, además, se niegan a sacar de nuevo los apuntes y ponerse a repasar, haciendo oídos sordos no sólo de lo que les aconsejan quienes saben más que ellos (siempre en la vida hay alguien que sabe más que uno mismo de cualquier cosa) sino también de quienes les pagamos el sueldo. Los cuatro repetidores que se niegan a hacer los deberes, nos van a llevar de cabeza a tripitir, y para mi pasmo y asombro, he leído hoy en El País un artículo donde ya se comienza a hablar de "como evitar unas cuartas elecciones"... Asumiendo que las terceras no darán nada nuevo como resultado. Da miedo. A estos cuatro impresentables hay que quitarlos del medio y sustituirlos por otros cuatro, o seis u ocho que sí estén dispuestos a hacer los deberes,  pero para ello, un pequeño detalle sin importancia: es necesario que nosotros, los votantes, hagamos también nuestros deberes, y no que los haga sólo el 70% de la población que es la que se molesta en arrastrar sus pies hasta las urnas. Y otro detalle más que a mí me duele por lo que me afecta: que a los casi dos millones de votantes que vivimos en el extranjero dejen de humillarnos teniendo que "rogar" nuestro voto, que así se llama la afrenta. Llegaremos hasta junio de nuevo? No lo quiera Dios, que decían nuestros viejos.

lunes, 5 de septiembre de 2016

La rutina mató a la estrella del veraneo

    Había empezado a escribir estas líneas el domingo por la tarde, con una bonita frase en la que contaba que estaba velando armas ante el fatídico día de la vuelta al cole. Se pasó la ocasión de meter la bonita expresión de "velar las armas" porque se metió la noche encima sin poder escribir la entrada y al llegar el día las criaturas (y el padre de las mismas) han vuelto al cole esta mañana y con ello, queda oficialmente inaugurado no el curso, sino el invierno de mis días. 

   Invierno? Sí, señoras y señores que me leen desde hace cinco años y más de 450 entradas, el colegio es el invierno y las vacaciones son el verano, aunque a veces caigan en Navidad. El invierno son las madrugadas de escarcha (e incluso las que no la tienen) y el verano son las tardes de siesta, incluso para los que jamás dormimos una siesta. El invierno son las preocupaciones y el verano las alegrías, vengan de donde vengan; y como hasta la fecha, servidora jamás ha pasado una mala racha en verano, pues he decidido que el verano es la estación metereológica que me da la vida, y el invierno la que me la quita. 

    Y con el invierno de mi vida ha llegado la rutina; ese fenómeno que nos agobia cuando se instala entre nosotros y que nos agobia igualmente su ausencia cuando los vaivenes de la vida nos la quitan. La rutina, a pesar de la mala fama que la precede,  debe ser muy sana, porque todos los seres rutinarios que he conocido en mi vida o han muerto muy ancianos o llevan trazas de no morirse nunca. La rutina, que es una palabra fea y banal se ha convertido en una palabra de moda desde que la emplean los entrenadores a domicilio que te ponen una "rutina de ejercicios", o que incluso enumeran las rutinas varias: "rutina número uno", "rutina número dos", etc. Aunque la mona se vista de seda...

    La rutina, que ha venido para quedarse instalada en mi vida aunque yo la espante con conjuros varios, es tan aburrida como un rosario, o una entrega de diplomas, o una votación del congreso de los diputados;  pero tan necesaria como respirar y comer, vender y comprar, reir o llorar. Después de un verano de ensueño, como no podía ser de otra manera, ha llegado el principio del curso y con él la bendita rutina, la que conocemos y tememos, que mientras nos acogota y nos come la moral con su repetir las mismas cosas, nos deja meses por delante para preparar otro verano de fábula. 

   Y de regalo les dejo la canción cuyo título me ha servido de inspiración para el título de esta entrada. Aún soy una escritora (sin serlo) honesta y que cita sus fuentes. Buenas y rutinarias noches.