domingo, 27 de noviembre de 2016

Un adiós sin manual

    "En Orihuela, su pueblo y el mío, se me ha muerto como del rayo Ramón Sijé, con quien tanto quería"

    Y en Lovaina, que no es mi pueblo ni es el suyo, se me ha muerto de triste manera, en una triste mañana de domingo, mi amiga Teresa, con quien tanto, yo también, quería. Y lo peor, yo no soy Miguel Hernández, ni tengo su talento para escribir las más bellas palabras que jamás se hayan escrito por la muerte de un amigo. 

   Y sí, yo también "quisiera ser llorando el hortelano, de la tierra que ocupas y estercolas, compañera del alma tan temprano"; o quizás en nuestro caso, quisiera ser cada uno de esos libros que hemos compartido,  la tinta azul de pluma con la que escribías esas postales que recibíamos puntualmente cada santo, cumpleaños y Navidad; el recuerdo de mi padre vistiendo su capa castellana en mi boda que tanto te impresionó o los sonajeros de plata que recibieron  mis hijos de una señora con todas las letras de señora, que escribía postales a mano y regalaba sonajeros de plata a los hijos de sus amigos. "Tanto dolor se agrupa en mi costado, que por doler me duele hasta el aliento". 

    "Un manotazo duro, un golpe helado, un hachazo invisible y homicida, un empujón brutal te ha derribado"; y a pesar de ello, aún recordabas el cumpleaños de mis hijos, aún recordabas que tenías que enviarme un libro que me habías prometido, aún recordabas que hace una semana estuve en Suecia y me pelé de frío. Y yo, por seguir copiando al que lo dice mejor que yo, "lloro mi desventura y sus conjuntos, y siento más tu muerte que mi vida". 

    Y mientras voy "de mi corazón a mis asuntos", sigo recordando comidas de domingo en esa casa con jardín y estanque con peces, donde nadie era extraño, donde comían lo mismo cinco que cincuenta, donde se firmaba en un libro de visitas y uno se sentía importante a pesar de ser un pelele de veintipocos años, donde en muchos sentidos, aprendía a hacerme mayor. Recuerdo jotas aragonesas cantadas al calor de excelentes vinos franceses y debates encendidos hasta altas horas de la madrugada donde los curas parecían seglares, los seglares , filósofos, y la vida corría a borbotones. Y ese es el recuerdo que me queda, hasta que "vuelvas a mi huerto y a mi higuera, y por los altos andamios de mis flores, pajareará tu alma colmenera". 

    "Tu corazón, ya terciopelo ajado" se ha ido de este mundo lleno de cariño que te merecías, o quizás, de una décima parte de lo que te merecías, porque es imposible que cupiera todo lo que te debemos los muchos a quienes tú tanto diste; sin un mal gesto, siempre con una sonrisa, siempre con la palabra atenta, siempre con la mirada clara de las personas buenas. Y...

    "A las aladas almas de las rosas
   de almendro de nata te requiero; 
   que tenemos que hablar de muchas cosas, 
   compañera del alma, compañera"

    El entrecomillado es de Miguel Hernández. El resto es mío; espero que los talibanes de las patentes me lo perdonen. "Ave,  Teresa" (ella siempre respondía "ave" al teléfono) los que van a vivir sin tí, te saludan. Descansa en paz, ahora sí.

viernes, 25 de noviembre de 2016

Lo que me dé la gana

    Acabo de terminar de ver la primera temporada de "The Crown" en Netflix, casi de un tirón. Es una más que entretenida serie, con buena trama, buenos personajes, excelentes actores y cierto rigor histórico. No me queda la menor duda  de que el retrato de la reina Isabel de Inglaterra está bastante edulcorado y es peliculero, pero si queda algo de cierto en todo lo que nos han mostrado en esos primeros años de reinado de esta señora (que parece que morirá cuando ya no quede ni un terrícola en pie)  es ese sentido del deber casi enfermizo; ese obsesión por no apartarse de las consignas recibidas de sus ancestros, ese hacer siempre "lo que hay que hacer" ("do the right thing" en versión original) aun teniendo mando en plaza...O quizás  haciéndolo porque intuía que no tenía ningún mando en absoluto. me ha quedado la duda. 

    A mí, como a tantos otros de mi quinta me educaron para ser obediente; no sé si porque nacimos en tiempos de dictadura o porque no había otra educación posible. Mi abuelo, que era un señor que mandaba muchísimo y a quien no le gustaba que no le dieran la razón, me repitió cien mil veces durante mi infancia que mandar era una pesadez y que no había nada mejor en el mundo que obedecer a lo que te  mandaban otros que sabían lo que había que hacer. A él por supuesto nadie se lo decía, porque era de los que decidía, suponiendo siempre que sabía "lo que había que hacer". Y así me planté yo en mi edad adulta, siendo alguien que quizás no siempre obedecía, pero que siempre estuvo obsesionada con hacer  lo que había que hacer:  estar en el momento oportuno donde se me pedía, traer buenas notas a casa, ayudar al prójimo, no levantarle la voz a mis mayores, tener un respeto venerable por las canas y quienes las llevan, pensar que los adultos siempren tenian la razón y sí, en el fondo,  obedecer y dejar que otros manden por mí. No en vano me he buscado un trabajo donde yo no decido nada y me limito a ir cada día donde me dicen y a la hora que me dicen. 

    Pero ahora obedecer no está bien visto y menos aun hacer lo que hay que hacer en cada momento del día. Quizás no esté del todo tan mal que nuestros descendiente pongan en solfa nuestros sagrados principios de obediencia y hacer las cosas como Dios manda, y quizás una sana rebeldía nos hiciera avanzar un poco más como civilización. El problema es que estas camadas de jóvenes supuestamente desobedientes, obedecen a otras fuerzas menos sabias y más perversas que emergen de unas páginas web y de unos canales de Youtube donde, con todos mis perdones, habrá vida inteligente pero yo aun no la he encontrado. Y en cambio, otras páginas, otra prensa y otros medios desobedientes que les ayudarían a reflexionar y ser mejores ciudadanos, ni los miran porque les parecen un rollo. 

    Y por supuesto, aspiran en esta vida a hacer lo que les de la gana. Yo también aspiraba a ello ciuando vivía en la casa de mis padres y estaba convencida de que llegaría un día en el cual sería yo la que gobernara mis noches y mis días. Van pasando los años y las circunstancias, y yo, ni gobierno nada de nada, ni soy dueña de mis días y mis noches ni, por supuesto, hago lo que me da la gana; eso menos que ninguna otra cosa. Y todo porque desde pequeñita, como a la reina Isabel, me inculcaron eso tan fatídico de hacer "lo que hay que hacer". Y cuando uno hace lo que hay que hacer en cada momento del día, lo que nos da la gana tiene poco margen de maniobra para infiltrarse en nuestra vida. Sé que no soy la unica a quien esto le pasa y tengo muchos amigos (y sobre todo amigas) que padecen este mismo síndrome. Ahora voy contando los años que me quedan para jubilarme, porque pienso que en ese momento, por fin, podré hacer lo que me de la gana, y no sé si otra vez me llevaré un chasco morrocotudo. De ilusión también se vive.

    En el fondo me da pena la reina Isabel, porque como ella no se jubila, no ha llegado nunca a hacer lo que le ha dado la gana. Quién sabe, a lo mejor ese es el secreto de su longevidad! A ver si Netflix nos lo sigue contando, ya que ella misma, como hace lo que hay que hacer, no suelta prenda.

martes, 22 de noviembre de 2016

Manual para decir adiós

    Como estoy con el ánimo un tanto alicaído (es lo que toca en noviembre, además) tarareo sin descanso una canción de la que no encuentro trazas en Youtube, y de la que,  además,  mi infalible memoria no me da pistas sobre quién la cantaba. Les dejo el verso principal para que, si quieren ustedes, se entretengan buscándola, la música no la puedo escribir: 

 ..."decir adiós, es mirar atrás, 
 volver la vista, 
y ver que tú no estás"...

     José Luis Perales? Mocedades? Mari Trini? Algún bolero más antiguo que todos ellos? Ni idea. Sólo sé que la canturreo si pausa porque es lo que hago últimamente, decir adiós, palabra a la que tengo en un lugar preferente de mi lista de palabras odiosas, acompañada por "vejez", "invierno", "oscuridad", "despertador", "gordura", "racismo", "intolerancia", "plumas", "pavo", "avestruz" u "hospital". Ya ven que las hay de todos los campos léxicos. Adiós es lo contrario de "hola" que está en la lista de mis palabras favoritas, junto  "verano", "avión", vacaciones", "luz", "amigos", "comida" "piano" o "castillo". Hagan ustedes un análisis freudiano si quieren, están autorizados. 

    Para decir adiós hay que estar preparado y no sé si yo aún lo estoy, quizás sufro de esa falta de madurez que le achaco a mi hijo y me lo tendría que mirar. Sólo les cuento, sin extenderme demasiado, que decir adiós a la luz del día y a una amiga querida que se apaga poco a poco en una cama de hospital, es una prueba de fuerza. Que decir adiós a mi tía de América (ella sabe) cuando apenas hace dos días le dije "hola", duele. Que decir adiós, y no un qdiós cualquiera sino uno definitivo, a colegas de una vida de trabajo que saben de mí casi más que yo misma, es triste, o incluso muy triste. Que decir adiós a quienes van plegando maletas y poco a poco, en goteo incesante,  se marchan del lugar donde todos nos hicimos mayores,  cuesta. Que dentro de unos meses una de mis criaturas me va a decir adiós a mí, y a ver qué cara se me queda; que después hará lo mismo la otra criatura, y que previamente ya dije adiós a las noches en blanco, a la talla cuarenta, a los kilómetros sin agujetas y a las resacas de calimocho. Que he recorrido en maravillosa compañía muchos metros del pasillo de mi vida, y que me voy acercando a la puerta donde está escrito "vejez" (otra palabra odiosa) con menos compañía de la que empecé en la otra punta del pasillo...No me gusta decir adios, y últimamente no hago otra cosa.


   Si alguien encuentra la canción de marras, que me lo diga, que le estaré eternamente agradecido. Mientras tanto, sigo cantándola. Y esperando cambiar muchas adioses tristes por "holas" llenos de alegría.

martes, 15 de noviembre de 2016

Hijos de de la misma luna

    En el metro de la ciudad donde vivo ponen a Mecano por megafonía uno de cada dos días. La conclusión lógica es que el que programa la música es español y tiene màs o menos mi edad; y la conclusión subsidiaria es que las canciones de Mecano, que tanto me gustaron en otro tiempo, han envejecido requetemal, y que espero que mi propio envejecimiento haya sido un poquito mejor que el de "Hijo de la luna" y demás tonadillas de los hermanos Cano. Pongo este ejemplo porque con la excusa de la luna sobredimensionada, la cancioncita sonaba en el metro como suena "Paquito Chocolatero" en las verbenas de pueblo: en contínuo y a toda pastilla.  

    La enorme luna es la que yo no he visto, a pesar de escudriñar el cielo con saña, y de haber estado ayer en dos países diferentes. El cielo es el mismo, ya lo sé, pero donde yo vivo el cielo está casi perfectamente alicatado de nubes, y me quedaba la vaga esperanza de encontrar un cielo más despejado en Suecia, que es donde estoy; además de las dos horas de vuelo nocturno en las cuales casi acabo con tortícolis a cuenta de mirar por la ventana, pero mi gozo, en un pozo escandinavo: mientras por las redes sociales me llegaban unas fotos de la luna saliendo por la Alhambra o por cualquier playa no tan exótica,  mi luna era apenas una mancha reflejada en unas nubes obstinadas que no sólo no desaparecieron sino que descargaron una nevada con la que he desayunado esta mañana.

    Aunque el cielo sea el mismo y la luna también, el concepto de nevada parece ser que no. Hoy en Estocolmo las calles tienen al menos treinta centímetros de nieve, las màquinas estaban trabajando a destajo desde las seis de la mañana (lo sé porque me han despertado)  mis zapatos están para el arrastre y cuando he emitido mi correspondiente queja al aire ante los suecos que me rodean  porque la previsión metereológica no hablaba de ello, me han respondido que ésto no es una nevada... Yo entre lo que veo por la ventana en estos momentos y el paisaje de Siberia no encuentro grandes diferencias, la verdad. Así que todo es relativo, la nevada, la hora de irse a dormir (que aquí con la poca luz que tienen debe  ser las cinco de la tarde) y por supuesto, la luna y cómo se nos aparece.

    Y ya no se aparecerá otra igual hasta el 2034, y para entonces pocos se acordarán de Mecano y menos aún de su canción; yo tendré una venerable edad y esperemos que siga acordándome de mí misma, razón por la cual hago crucigramas, hablo varios idiomas y toco el piano, que parece que las tres son actividades que retrasan la demencia senil. Si a mi no me alcanzara para ver esa otra luna, ya que ésta me la he perdido, espero que mis hijos la contemplen alumbrando a un planeta de gentes razonables, o al menos amables y no exaltadas; una luna creciente en paz y prosperidad y menguante en pobreza y extremismo. Una luna para todos y todos para una. Y para canciones sobre la luna, ésta de mi ídolo Sinatra, por el que han pasado muchos años màs que por los de Mecano, pero que, a diferencia de éstos últimos, no suena a hilo musical barato.


jueves, 10 de noviembre de 2016

El día después de mañana

    Tenía yo una entrada escrita que titulé "Mañana será otro día", que visto lo que he escrito últimamente, ya se imaginarán ustedes por donde iban los tiros. La he roto en mil pedazos, literalmente, porque la había escrito en un papel, yo soy así de antigua: muchas veces (las más) hago borradores a mano de las cosas que aquí van saliendo a máquina. Y la he roto porque en ella, como la mitad del planeta hizo ayer,  lamía mis heridas de la oportunidad perdida y alzaba mi voz en desierto mediático y de Intenet para clamar como aquél:  "Dios mío, Dios mío, porque me has abnadonado"; a veces las frases bíblicas vienen muy bien incluso para los agnósticos. Pero no leerán ustedes ni media palabra de "Mañana será otro día" porque ya bastante hemos leído, publicado, compartido y retuiteado sobre el loco del pelo teñido y mi adorada Hillary. Punto y aparte. Por cierto aprovecho para decirlo por última vez,  porque como mañana, efectivamente,  fue otro día, ya no tiene sentido que siga con este Mantra: I love you, Hillary. Y eso que soy mujer, blanca, trabajadora y cincuentona, que es el perfil de las votantes que, por lo visto,  la odian y no la han votado. 

    Y como el mañana ya está aquí, y nadie, excepto Michael Moore, los Simpson un tal  Allan Lichtman (profesor norteamericano de historia que lleva 32 años prediciendo quién será el presidente sin equivocarse) nadie, insisto,  lo veía venir, pues más vale que pensemos en el día después de mañana, que no va a ser pasado mañana, desgraciadamente, porque este mañana negro y con nubarrones ha venido para quedarse por lo menos cuatro años. 

    En situaciones como ésta hay dos posibilidades: nos quedamos sentados llorando o nos remangamos lo que haga falta, en sentido real y en el figurado. Como dice mi amiga Toya, que además vive en USA y va a tener al innombrable gobernando sus días y sus noches: ya no basta con votar, ahora hay que militar. Y para militar, podemos empezar con decir alto y claro, que la democracia es peligrosa, que Hitler salió de unas elecciones libres en un país libre y que la gente, somos todos;  y que todos, con un voto en la mano, somos igual de peligrosos. Que para opinar hay que votar, educar, participar, no defraudar (para empezar, a la hacienda pública) leer más y mejor para opinar y desengancharnos un poco de Internet, que nos dice lo que tenemos que ver y leer y que con sus logaritmos nos tiene puesta una venda en los ojos. Yo misma recibí en julio de un amigo las predicciones de Michael Moore, llamé a mi amigo "agorero" y me parecieron imposibles...Evidentemente porque no era lo que yo quería leer ni oir. 

   Y termino porque como dijo el insigne Gracián: "lo bueno si breve"... Se acordará alguien de Gracián? Lo habrán leído esos que predican en las plazas, los foros y los parlamentos? Yo sí; me acuso. Y tiene una frase maravillosa dedicada a los políticos de su tiempo: "por grande que sea el puesto, ha de mostrar que es mayor la persona". Donald, me oyes?

  

lunes, 7 de noviembre de 2016

I'm With Her

    Pues sí, queridos lectores, yo estoy con ella. Tal y como lo dice el título en inglés (que es el eslogan principal de su campaña) y tal como lo siento yo misma. Y aunque amigos, lectores y conectados de Facebook me dicen que padezco el síndrome de Estocolmo desde que he pasado mis dos últimos veranos en USA, nunca mi elección ha sido más lúcida y voluntariosa:  estoy con ella. Con quién? Con Hillary, por supuesto. Y no niego el síndrome de Estocolmo, pero les aseguro que a partir de mañana, a los europeos nos va a afectar, y mucho,  que a ellos les gobierne una mujer con treinta años de servicio público a sus espaldas, o un loco de pelo teñido, racista y evasor de impuestos. Si tienen ustedes otra descripción mejor, aquí estoy, soy toda oídos. 

    Como tengo el síndrome de Estocolmo, en los últimos meses he convertido al New York Times en mi diario de cabecera, veo la CNN y la NBC, sigo los programas de Elle deGeneres y Jimmy Fallon y las crónicas de Paul Krugman, Maureen Dowd y Bárbara Probst Solomon. Todo ello es periodismo serio y todos ellos son personas inteligentes que se han molestado en explicarme a mí, y a unos cuantos millones de europeos lo que nos jugamos en esta elección, y ninguno de ellos dice que Trump sea el candidato que nos convenga...Por qué será? 

    El presidente norteamericano tiene muy recortados sus poderes en política interior. Depende en buena medida del color del Congreso y el Senado para sacar adelante sus leyes, y me temo que, en esta ocasión, los Republicanos estarán al mando de la plaza, poniéndole a mi querida Hillary todos los bastones entre las ruedas del carro presidencial que sean posibles. Pero el presidente negocia tratados internacionales, nombra embajadores, establece relaciones diplomáticas, tiene el botón de mandar misiles debajo de su almohada y es el comandante en jefe de las Fuerzas Armadas mejor equipadas del planeta: de verdad piensan ustedes que no nos importa quién gane esa elección? Se imaginan a Trump mandando cohetes explosivos a Siria al mismo tiempo que se peina el flequillo? Yo sí, y por eso me preocupa. 

    Y luego está la cosa feminista solidaria, que los vejestorios como yo solemos apoyar. Ya lo sé: es fría y calculadora, su marido se la pegaba con toda falda y par de piernas que veía y ella le perdonó solo para hacer carrera política; confunde el correo electrónica de casa con el del trabajo, probablemente no sepa hacer ni un huevo frito, es carrierista, votó a favor de la guerra de Irak y sacrificaría a los suyos (sobre todo a Bill) a cambio de sentarse en el despacho Oval. Me pueden explicar ustedes cómo una mujer nacida en 1947, criada en un barrio de clase media-baja de Chicago hubiera podido hacer carrera de otra manera que siendo fría, calculadora y empecinada? Ahora también le ha dado por vestirse como Angela Merkel, pero esperemos que se le pase.

    Por otro lado, es inteligente, luchadora, jams se rinde y se sabe la administración al dedillo como para no ser un juguete roto en manos de los funcionarios de Washington. Es abuela de dos nietos, y ya se sabe que los padres a veces nos equivocamos con los hijos, pero siempre desean un mundo mejor para sus nietos. Si eso se traduce en menos Dióxido de Carbono y unos cuantos millones de americanos más con seguro médico, bienvenida sea. Y ya si no les convenzo con todos estos argumentos, les diré como al del chiste:  qué prefieren, susto o muerte? 

   Les dejo con el último video que me ha llegado de su campaña, me parece hasta poetico, sabiendo que se lo dedica a  su madre, una niña abandonada en los años 20, que salió adelante limpando casas. Y prometo no darles ms la tabarra con Hillary;  y a mis amigos americanos, que aprecio y sé que la han votado, les deseo que en los próximos cuatro años tengan un presidente a la altura de lo que se merecen, no menos. 


sábado, 5 de noviembre de 2016

Ciudades

    Me encantan las ciudades, todas; y me encanta hacerme listas donde pongo las que conozco, las que me marcaron, las que me decepcionaron y las que me quedan por conocer. Y en España tenemos muchas y variadas ciudades, que en la geografía de la EGB nos dijeron que sólo eran aquellas que eran capitales de provincia, y que lo demás eran pueblos, para escarnio de "pueblos" como Vigo, Gijón o Puertollano, bastante màs grandes que las capitales de provincia que los ninguneaban.  Por suerte la geografía se ha modernizado y ahora las ciudades lo son por otros criterios que van màs allà de acoger al gobernador que nombraba Franco. 

   En España hay ciudades que son personajes literarios de una novela excelsa, como Oviedo, pero que son conocidas porque tienen una estatua de Woody Allen. Otras son bellas a rabiar, y he comprobado que, curiosamente, muchas de éstas empiezan por "s": San Sebastián, Sevilla, Salamanca, Soria, Santiago de Compostela. También las hay feas de libro, ganadoras cada año de concursos de fealdad urbana que las hacen merecedoras de cierta conmiseración y, hasta poseedoras de cierta oculta belleza: Badajoz, Baracaldo, Albacete, Huelva. Las hay señoriales, como Granada o catetas como Alicante o Zamora. Grandes como Madrid y pequeñas como Huesca. Vanidosas como Barcelona, ocultas como Vitoria, fatigosas como Madrid  y anodinas como Guadalajara, de la que todo el mundo habla cuando nadie ha estado. 

   Hay ciudades españolas de las que solo se habla cuando toca el Gordo de Navidad, porque siempre cae en ellas: Hospitalet de Llobregat, Getafe o Gerona. Hay otras a las que el Gordo les cayó en forma de museo, como Bilbao; de veraneos aristocràticos o Reales, como Palma de Mallorca o de parada de cruceros, como Màlaga o Santa Cruz de La Palma. Hay ciudades espiriruales como Avila, y ciudades para el espiritismo, como Lugo. Hay ciudades que tienen ciudadanos y otras que solo tienen turistas. O fantasmas, como esa que quería construir el Pocero en mitad de La Mancha y bendita sea la crisis que se lo impidió. 

    En una de estas últimas acabo de pasar varios días. Como la naturaleza humana es caprichosa, Màlaga se ha convertido pràcticamente en la primera ciudad de Andalucía porque tiene un puerto en el que una vez por semana (los jueves, evitenlos) desembarcan 13000 cruceristas provenientes de cuatro barcos. Les aseguro que el faraon habría liquidado con más facilidad las siete plagas de Egipto que los cruceristas de cuatro paquebotes sueltos por el centro urbano.Tiene ademàs una extraña confluencia de museos que han traído aquí los restos de feria de sus colecciones; obras de arte de valor indudable pero que en París, en San Petersburgo, en Madrid o en Barcelona tendrían bastante poco cartel. Para rematar, tiene a Antonio Banderas, a Maria Teresa Campos y un clima envidiable. Y si se le quita todo ésto, qué tiene Málaga en realidad? 

    Todo ésto me preguntaba yo, mientras paseaba, disfrutando de cada momento, por las callejuelas del casco histórico de Antequera, que también es una ciudad según la geografía moderna, y un pueblo según la antigua. Con un encanto, una arquitectura, unos bares y unas fàbricas de polvorones y mantecados que ya las quisiera Màlaga para ella...Y sin cruceristas! 

    Nota final: esta entrada es subjetiva y por ello, no compartible. Nacionalistas y amantes cada uno de su pueblo o ciudad, absténganse de mandarme quejas sobre mi propia lista. No contesto. 

miércoles, 2 de noviembre de 2016

Un cucurucho de patatas fritas (La chica de ayer, 3)

  Su padre lo hacía todo a primera hora de la mañana: a quien madruga Dios le ayuda, repetía como un mantra las dems horas del día. Y ella creía lo que decía su padre, a pesar de que era dormilona como la que más, aunque también un rabo de lagartija, que temía siempre que en  las horas de sueño se estaba perdiendo acontecimientos inauditos y cosas miles que pudieran suceder mientars dormía. 

    En el mes de verano que pasaban en un lugar más abajo de la Mancha llamado Torremolinos, que su padre despreciaba y decía que no le llegaba ni a la altura de los tobillos a la Meseta de Castilla, la lonja del pescado y su actividad mañanera eran el aliciente para que padre e hija madrugaran y salieran de casa temprano, a eso de las ocho, cuando hasta lugares como Torremolinos adquieren cierta belleza que a otras horas del día les falta. Allí, además de hacer la compra para su madre y quién sabe cuantas vecinas veraneantas, veían descargar atunes, pescadillas, peces espada, boquerones y chanquetes, calamares, gambas,  langostinos y quisquillas, sardinas y jureles  y todo lo que el mar puede poner sobre mesa veraniega de unos castellanos viejos. Y aún había màs: después de la lonja, o antes según horario, el padre y la hija iban a desayunar a un bar, del que frecuentemente eran los primeros clientes. Churros en abundancia para ambos, una leche manchada para el padre y un zumo de naranja para la hija, aún pequeña para el café.

    Una vez hecha la compra y templado el estómago, aún quedaba tiempo para un pequeño paseo por las calles desiertas y recién regadas de un Torremolinos que despertaba poco a poco y se poblaba de puestos de collares y baratijas, sillas y mesas de terrazas, y de suecos y holandeses de medidas descomunales que no iban a desayunar, sino que volvían de fiesta y se sentaban en las terrazas con un cucurucho de patatas fritas, curiosamente rematado por un pegote de mayonesa. Gran sorpresa para la niña, que hasta entonces solo había consumido las patatas fritas en compañía de un filete con la inexorable regla matemática de la proporción inversa: a más patatas, menos filete, y viceversa.

    Años después, la niña se ha ido a vivir a un país donde las patatas fritas se despachan por la calle en esos cucuruchos de papel con su correspondiente pegote de mayonesa, o de una salsa que inexplicablemente ellos llaman "andaluza". Los churros y las visitas mañaneras a los mercados de abastos son su magdalena de Proust, que saborea con deleite al menos una vez al año. Y en estos días de santos y difuntos, se pasea con su familia por esas playas de su infancia, donde los extranjeros ya son tantos como los nacionales, corren por las mañanas para no engordar, se han acostumbrado al olor de las sardinas  y comen las patatas fritas con sus correspondientes filetes. Cuando España era diferente, a aquella niña que se asombraba por todo le parecía que había que salir a conocer lo que era distinto de verdad. Ahora que todos queremos ser globalmente homogéneos, la niña, que ya es una señora màs o menos entrada en años,  desearía volver al asombro, que es una sensación que está
perdiendo.