viernes, 23 de diciembre de 2022

Esos ausentes tan presentes.

 - Buenos días Elisa! Ya te echábamos de menos, te hemos guardado la cola de merluza que ha llegado hoy; un poco grande para uno solo, pero bueno, te la llevas? Mira que dentro de  diez días te va a costar el doble.

- Buenos días Eusebio, gracias por guardarme la merluza, la voy a hacer rellena, así que mejor que sea grandecita. Me la guarda usted un rato que voy a pasar por la frutería? Y acuérdese que el 23 vendré pronto a por unos langostinos, gordos, si es posible.

- Claro Elisa!  Dos docenas? Tienes invitados este año? 

- Una docena bastará Eusebio, en la mesa estaremos los de siempre. Le pago la merluza ahora, que tenga buen día. 

   Y Elisa, de natural más dicharachera, corta el dialogo con el pescadero inquisidor que quiere saber cuantos comensales se sentarán en su mesa el día de Navidad. De esta Navidad que, a pesar de no ser esperada y menos aun deseada, viene puntualmente a la cita, sin apiadarse de todos los que están solos o incluso mal acompañados; de los que no pueden celebrar o de los que pueden y no quieren; de los que celebraban poco pero bien acompañados y ahora celebran igual de poco y encima, en soledad. Esta Navidad que no se apiada de quienes echan de menos, de quienes tienen de más ni de quienes esperan quedarse como están. Elisa, clarividente como es, sabe que llegará ese 24 en el que pondrá la mesa, no ya con tres platos como puso muchos años hasta que el año pasado se marchó el hijo a hacer las américas; tampoco con seis, como otros tantos años en los que los muy mayores de la casa estaban a su cargo; y menos con diez o doce servicios,  como cuando era parte de una familia numerosa como tantas que había y donde se practicaba la esclavitud infantil que ponía mesas y fregaba vajillas a cambio de doble ración de polvorones. 

    Va a poner la mesa para dos, con su vajilla mejor, con el mantel de lino rosa palo y los dichosos cubiertos de plata que hay que limpiar antes de usar porque se ennegrecen de no utilizarse. Va a poner las copas de bohemia que le gustan a Leonardo, también con lavado previo y secado lento para que no les queden restos; y los bajoplatos, que no ennegrecen porque son de alpaca y los compró Leonardo en un anticuario belga cuando visitaron la capital de Europa porque el niño estaba allí de Erasmus. Vaya trasto inútil  el de los bajoplatos, pero a Leonardo le gustan, dice que visten mucho la mesa. Y habrá que ponerse ya el día antes a hervir el consomé, y pasar a recoger los dichosos langostinos donde Eusebio, ese pescadero cotilla que tiene que saber siempre cuántos vienen a cenar. "Si no hay langostinos, no es Nochebuena" dice Leonardo, que durante años padeció los langostinos congelados de su madre, que mantenía contra viento y marea que estaban tan buenos que no se notaba la diferencia con los frescos. La merluza rellena es una gaita prepararla, pero es tradición de esta casa y si sobra se recalienta. De postre una macedonia casera, y turrones para el que los quiera, que no es su caso, les tenía manía ya de niña y no digamos al mazapán, ese tiene la entrada prohibida en esta casa. El champán ya lleva días en la nevera porque es lo que bebemos Leonardo y yo una vez al año, que el cava nos produce acidez y nos gusta poco;  sin meternos en la eterna polémica de si es catalán , que es lo de menos.

   Y así, a bote pronto, no falta nada de esta intendencia familiar que los hombres necesitan apuntar en mil notas y papelitos y las mujeres se saben de memoria a fuerza de repetirla un año y otro y otro más. Será esta una primera Navidad de una lista de muchas que vendrán y seguirán la misma intendencia, la misma rutina y la misma mesa puesta con bajoplatos. A un lado de esa mesa con mantel de lino rosa, ella misma y en frente, una foto de Leonardo mirando al mar en una playa del sur. Un poco más al fondo y sobre una repisa, sus cenizas, que están esperando a que Elisa junte fuerzas para repartirlas por los tres sitios que él le indicó en su testamento. Si quieren ustedes saber algo más de esta historia, hay una chica salmantina que escribe, y la incluyó en un libro titulado "Los cuentos de la plaga y otras historias por contar"; el cuento se llamaba "Las cenizas de Leonardo" páginas  81 a la 85; vayan ustedes ahí a repasarlo y tener más detalles. Será la primera de una nueva serie de navidades donde la presencia del ausente tenga derecho a plato, copa de bohemia, cubierto de plata y champán. Y este año, incluso a media docena de langostinos frescos y un plato de merluza rellena. Para otro año ya veremos; y para siempre, ahí estará Leonardo vigilando a Elisa, para que no se le olvide poner los bajoplatos por mucha pereza que le de sacarlos de la alacena. 

    Y ustedes, si están poniendo la mesa o lo tienen pendiente para esta noche, no olviden poner un cubierto para sus ausentes, esos que siempre, eterna y empecinadamente,  están presentes. No sean perezosos ni se refugien en su pena rechazando el hecho navideño que no apetece por nostálgico y triste; a los que faltan, seguramente les gustaría que ustedes siguieran celebrando.  No se sabe desde qué atalaya nos miran, ni siquiera si son capaces de hacerlo; no se sabe qué comen, qué beben y no vendrán a cenar por mucho que les guste el turrón. Pero ustedes invítenles a compartir mesa, mantel y recuerdos, no olviden brindar a su salud, vestirse bien y recordar otras cenas, otros años y otros brindis llenos de felicidad; solo así podremos tener la garantía de que, de alguna manera, siguen viviendo  en la memoria, que  también es un lugar. 

   Feliz Navidad, lectores. Sigue siendo un placer escribir para todos ustedes...Y sus ausentes.