jueves, 29 de noviembre de 2018

De leer, no leer, y no parar

    Esta mañana el metro se iba atascando en cada parada haciendo interminable el corto viaje hasta mi puesto de trabajo; llovía y por eso no fui caminando como de costumbre, paseo que mis seguidores en Instagram ya conocen porque me inflo a poner fotos de árboles colorados, que tqm ién están perdiendo las hojas y se acabaron las fotos.  Sentada a mi lado, una adolescente está leyendo "La insoportable levedad del ser", libro maravilloso y título muy apropiado para esas horas de la mañana y ese viaje de metro sincopado que parecía no avanzar ni terminar nunca. En un momento dado, le pregunto si le gusta el libro y me mira con ojos de espanto como si le hubiera preguntado en qué dia perdió la virginidad. No lo puedo evitar: cuando veo en el metro alguien más joven que yo y que lleva la vista clavada en un libro y no en el móvil, siempre quiero saber su opinión sobre lo que está leyendo. De vez en cuando me pegan una contestación, como hoy.

    Hablando de libros, mi hija se tiene  que leer “Niebla” y por supuesto, ante su cara de desesperación me  propongo ayudarla; no dice que no, pero cuando le explico que es una de mis lecturas favoritas y que casi me lo sé de memoria, me mira como si le hubiera dicho que he memorizado la guía telefónica. Por la tarde hay reunión de padres en el colegio, y la profesora de inglés me cuenta, como gran avance  y primicia, que después del libro que están leyendo (y sufriendo) ahora, tocará leer "Educating Rita" (o "Educando a Rita" en versión castellana) y yo ya me estoy frotando las manos, porque aún recuerdo la magnífica película que de ello hizo Michael Caine, una obra de teatro que vi en Londres (lástima que no recuerdo el protagonista) y con esta excusa me leeré el libro, que no me lo sé de memoria pero casi. Y definitivamente, mi hija pensará que me falta un tornillo, o por lo menos que no lo tengo ajustado.

    Porque así es, y mejor ir asimilándolo: la virtud de ser lector es viejuna, poco atractiva y completamente ninguneada no sólo por nuestros hijos y sus coetáneos sino por buena parte de quienes nos rodean. Y de seguir así la cosa, los que leemos, acabaremos como Don Quijote, enloquecidos pretendiendo que somos protagonistas de aquello que leemos! Sobre todo si lo que leemos tiene más de cincuenta páginas, no ha sido guión de una serie de televisión famosa, no le han dado el premio Planeta y no forma parte de una trilogía con asesinatos en el Norte de España, formato éste que, no entiendo por qué razón, se ha vuelto muy popular.

    Ya sé que hoy no es el día del libro y que no tocaba hablar de ésto, pero esa chiquilla leyendo a Kundera por obligación en el metro, me ha recordado a la chiquilla que era yo y que no leía en el metro porque en mi ciudad no había, pero sí muchas veces debajo de las sábanas y con una linterna. Y como este Blog es mio, les entretengo lo que puedo, y escribo lo que me da la gana, les voy a dar  una pequeña lista de libros que últimamente me han impresionado agradablemente, a ver si con eso, y la perpectiva del frío navideño, se animan ustedes. Por probar...

- "Qué pasa en Cataluña", Manuel Chaves Nogales (escrito en los años 30, no se equivoquen)
- "La disparition de Stephanie Mailer", de Joel Dicker (traducido al español)
- "Salamanca 1936" de Angel Viñas
- "Un sac de billes" de Joseph Joffo (traducido e incluso con película)
-"La españa vacía" de Sergio del Molino
- "Fire and Fury" de Michael Wolff (también traducido)
- "Falcó" de Arturo Pérez Reverte
-"Sonetos de amor" Francisco de Quevedo
- "Esto no ocurrirá aquí" de Sinclair lewis
- "Etica de la crueldad" de José Ovejero.

   Son diez, ya tienen tarea por delante.

domingo, 25 de noviembre de 2018

Viernes negro, chalecos amarillos, cielos azules

    Ayer fue ese día que de repente se ha colado en nuestros calendarios como una fecha a señalar, el famoso "Black Friday" que no nos queda más remedio que traducir por Viernes Negro y  que muchos asocian con rebajas a tutiplén sin tener ni idea de dónde viene el invento. Yo, para variar, no he comprado nada; primero porque soy de poco comprar, segundo porque me he pasado el Viernes Negro varias horas haciendo algo que te impide comprar, malgastar y darte al vicio de la tarjeta de crédito: trabajando. Y para cundo salí de mi puesto de trabajo, las tiendas estaban cerradas y yo como si me hubiera pasado un tren correo por encima, así que eso que me ahorré. 

   Siguiendo con los colores, la última movida de la actualidad va de amarillo, que es un color feo, agresivo y que da mala suerte; al que sólo le perdonamos ser el color del sol y de los pollitos recién nacidos. Los "Chalecos amarillos" son un movimiento ciudadano francés que protesta en origen contra la subida de la gasolina y la pérdida del poder adquisitivo en las familias, a priori, protestas muy loables, aunque lo de la gasolina entre en franca contradicción con el objetivo de salvar el planeta de unos gases que lo ahogan. El problema de las protestas es que en tiempos revueltos (y los actuales lo son)  aglutinan al que tiene razones más que válidas para protestar con el que va a cualquier manifestación porque es una juerga y con el que sólo busca que caiga el gobierno y el parlamento sin pararse a pensar que cuando no hay gobierno ni parlamento lo que viene a continuación tiene muy mala pinta. 

    Aquí donde vivo, como estamos a dos pasos de Francia, los Chalecos Amarillos propios ya se han puesto a cortar los accesos a centros comerciales y gasolineras y dada la afición a manifestarse que tiene este pueblo con el que convivo, me temo que pocos días ya tendremos el manifestódromo listo. Para que se hagan una idea del la Casa de Tócame Roque que es este movimiento: un grupo de  Chalecos Amarillos descubrió a otro grupo de emigrantes ilegales el pasado miércoles en una carretera y se los entregó sin miramientos a la policía; en Francia reclaman que se disuelva el parlamento y se configure una República no liberal (sic) que tome como modelo la de Viktor Orban en Hungría (vayan a la Wikipedia aquellos no informados y mirense lo que hace este buen hombre para gobernar) y como buena Casa de Tócame Roque que se precie, las protestas loables se van a mezclar con la desestabilización a cualquier precio en un escenario que, siento ser tan machacona, a mí me recuerda al de los turbulentos años previos a la Segunda Guerra Mundial. Pensándolo bien, cuando los movimientos ciudadanos se visten todos de un color la cosa no suele acabar bien, recuerden los Camisas Negras de Mussolini, las camisas azules (y luego Viejas) de la Falange y las marrones de la NSDAP de Hitler. 

    Siento fastidiarles el domingo, queridos lectores, con tan grises pensamientos, que son del mismo color que el cielo con el que he amanecido,  ese que últimamente me tenía mal acostumbrada porque a menudo era azul y radiante. Voto firmemente porque vuelvan los cielos azules, el rojo y verde de la Navidad, y hasta el blanco de la nieve si no queda otra;  y se marchen de este horizonte nublado todos los colores que son parte de uniformes desagradables y gentes violentas que sólo buscan volver a tiempos pasados  para nada mejores en este aspecto. Feliz domingo, de todos modos.

jueves, 22 de noviembre de 2018

Bolero de guerra

    Escuchando esta mañana la radio, me entero que festejamos  los noventa años del Bolero de Ravel, que se tocó en público por primera vez tal día como hoy en 1928 en la Opera de París. También hace 43 años que empezó el largo reinado de aquel Juan Carlos I que llamaron "el Breve", pero esa historia hoy no me interesa tanto. 

    El Bolero si me interesa, y me gusta por repetitivo, justamente. Son catorce minutos de contínuo "crescendo", un ejercicio de virtuosismo orquestal y una melodía simplona que cuesta quitarse de la cabeza el día que lo escuchas: yo, concretamente, muchos días. Más en primavera-verano que ahora, pues una de las utilidades de la pieza es servir de fondo musical a mis carreras matutinas, sobre todo las que van cuesta arriba, porque esa sensación de cada vez más ruido y más trompetas es ideal para afrontar cerros, lomas o avenidas que suben. A mi me lo pusieron justo antes del pistoletazo de salida de una de mis primeras carreras de larga distancia, y fue todo un descubrimiento atlético-musical. 

    Tiene el bolero esa cadencia machacona que se junta con un aire vagamente arabizante, o andaluz que lo hacen fácil de escuchar y ciertamente fascinante; aunque los muy melómanos lo pongan a caer del burro. Yo, sinceramente, si me condenaran a muerte y pudiera pedir un deseo, sería dirigir una orquesta tocando el Bolero de Ravel. No va a ocurrir, me temo. Y supongo que esa cadencia fija que a mí me fascina es lo que saca de quicio a muchos y critican tanto los melómanos;  es casi casi un clamor de guerra, con tanto tambor y tanto soplido de trombones y trompetas. 

    Y aquí va la reflexión del día: Ravel lo compuso en 1928, en teoría para homenajear a Ida Rubinstein, una bailarina amiga, y para entretenerse un rato en lo que se le ocurrian obras mejores de su repertorio. No corrían buenos tiempos para la lírica en ese año 28, y peor se fueron poniendo las cosas después. En aquel año Stalin deportó definitivamnte a Trotsky, Japón hizo una de sus primeras incursiones guerreras en China, en Italia ya funcionaba a pleno régimen el gobierno fascista, en España Escrivá fundó el Opus Dei, Hitler se presentó a las elecciones por primera vez y en Estados Unidos ya se barruntaba la Gran Depresión. Noventa años después: gobierna Trump, nadie es capaz de acabar con la guerra de Siria, Putin se quiere comer Europa a bocados, Venezuela deja morir de hambre a sus ciudadanos nadando en un mar de petroleo y en España, un ministro recibe un escupitajo en el Congreso de boca de un nacionalista enfurecido, que es una definición redundante,  porque los nacionalistas son gentes enfurecidas y además sin razón, generalmente. 

    La música de estos noventa años quizás no haya sido tan machacona y repetitiva como la de Ravel, pero mirando la cosa con perspectiva, y creyendo como creo  que la historia es bastante más circular y reiterada de lo que nos gustaría, da que pensar...No sería el Bolero, en realidad, una marcha guerrera? O fúnebre? Estas son mis cavilaciones, ahí se las dejo. Y de propina la versión bailada, coreografiada por Béjart, otro genio. 


domingo, 18 de noviembre de 2018

Se busca exorcista.

     De vez en cuando, en mi casa ocurre como en aquella divertida pelicula de la factoría Spielberg, Poltergeist: se suceden los fenómenos extraños en forma de averías inexplicables. Averías de poca monta, sí, pero fastidiosas a más no poder, porque no creo que tenga que recordarles mi animadversión natural a Pepe Gotera y Otilio y todos los de sus gremios (busquen en los registros de este blog) sumada a que en estos países norteños donde ahora ya no llueve y sale el sol, lo que el cambio climático no ha traído es una bajada de tarifas entre los operarios a domicilio, que cobran como si además de arreglarte un enchufe te estuvieran gestionando un fondo de inversión en las Islas Caimán.

    Prefiero no enumerar aquí la lista de interruptores que no encienden, baldosas partidas, grifo de ducha que no mezcla, extractor de humo que no extrae y cajones que se atascan, para no aburrirles. Esta semana pedí socorro en uno de mis chats preferidos de Whatsapp (el de mis colegas de trabajo y sin embargo amigas) y es más, pedí concretamente un exorcista, que es lo que creo que me hace falta. Ellas, que son sabias, me dijeron que lo que necesitaba era un manitas y ahí disiento: el manitas vendrá de todas maneras, arreglará cuatro cosas, otras cuatro las dejará a medias y me pasaré un mes acosándolo telefónicamente para que venga a rematar la faena después de que se haya llevado su buena pasta. Tampoco sé lo que cobra un exorcista, pero creía yo que sería  menos que un fontanero o similar. 

   Y para comprobarlo, y comprobar cuánto me equivocaba, me he ido a sacrosanto Google, donde he visto todo tipo de ofertas y anuncios, si no me creen vayan y miren. Hay hasta una página donde dan ciertas indicaciones primarias para hacerle frente al poseído en lo que llega el Pepe Gotera-exorcista de turno; échenle un vistazo: www.exorcismus.org; no tiene desperdicio. Si viven ustedes en España siempre está la socorrida milanuncios.com, donde aparte de chica de limpieza, contactos de cierta índole y profesores particulares, también se anuncian exorcistas a domicilio! Y no son muy baratos, pues los de milanuncios empieza en 300 Euros...Y no sé si se atreven con viviendas enteras y no con sus ocupantes, que dicho sea de paso y tocando madera, estamos en estupenda forma, no como las instalaciones en las que habitamos. 

    Metiéndome en el mundo exorcista me he dado cuenta de que la Iglesia Católica, tanto que nos metemos con ella por antigua y poco dada a ser de su tiempo, resulta que para según qué cosas es la mar de moderna, y prepara cada año en sus Estado Mayor Vaticano a  camadas de exorcistas jóvenes y nativos digitales, para que le hagan frente al demonio incluso via Skype. Mis lecturas sobre la formación vaticana me confirman que hay tarifa plana (300 Euros igualmente que los no diplomados por vía Romana) y que se hace una pequeña reducción a los que se conforman con un exorcismo digital vía Skype o Facetime, supongo que porque son menos eficaces.  También me confirma el artículo leído, que a pesar de lo moderno que parece el asunto, con la Iglesia hemos topado amigas, y para ser exorcista hay que ser macho: no especifica si mucho o poco... La modernidad tiene un límite. Aquí les dejo el link, que es el del New York Times, ya saben, mi periódico favorito; a ver si van a pensar que lo he leído en el Pronto! /www.nytimes.com/es/2018/04/23/callate-satanas-un-curso-de-exorcismo-por-celular/

    Con cierto pesar, concluyo que será mejor que venga el manitas que mis queridas colegas me recetaron, y dejemos la cosa esotérica para otra ocasión. Feliz domingo amigos, otro día de sol en este norte otrora gris y lluvioso!

lunes, 12 de noviembre de 2018

La castañera (La chica de ayer, 20)

  Carmen es castañera en noviembre, el resto del año tiene otros muchos empleos: cría cabras de cuya leche elabora quesos que luego vende; recoge almendras, se ocupa de su casa y su huerto, cria ocasionalmente a unos nietos que tienen padres que van y vienen de Alemania donde trabajan y lleva muchos años casada con Evaristo, que ese sí que es un trabajo a tiempo completo. De todo ese pluriempleo es el de castañera el que más disfruta; desde la recogida de esas castañas gordas y con olor a monte que salen de su coraza de espinas hasta el montaje de la caseta para vender, las muchas horas a pie del fuego para asarlas y sobre todo, la excusa que tiene con todo ello para pasar un mes en la ciudad, aunque sea en casa de su cuñada, que se casó  con el único espabilado de la familia de Evaristo y al menos pudo escaparse de esa sierra fría y dura en la que viven.

    Que no es negocio dice Evaristo (a quien la ciudad le produce urticaria) que el ayuntamiento te clava con el alquiler de la caseta que no son más que cuatro tablones, que lo que da dinero son los quesos y encima no hay que salir del pueblo, que se te quedan las manos negras y encallecidas de tanto trajinar con la leña para asarlas...Tantos argumentos como negativas de Carmen, que espera todo el año la llegada del 1 de noviembre para instalarse en la mejor plaza de la ciudad, donde vende sus castañas  asadas  a un duro la media docena y envueltas en cucurucho hecho con las páginas del ABC, que es periódico de ricos, tiene mejor papel. Castañas que saben mejor que otras, porque se asan con la leña que ellos mismos traen de la sierra y porque se hacen lentamente en un calboche de latón, encendido desde las nueve de la mañana para tener las brasas listas a media mañana cuando aparecen los oficinistas de Hacienda o del Ayuntamiento, a los que suceden por este orden los jubilados, las amas de casa, los niños de los colegios y los jóvenes antes de entrar al cine o incluso entre una caña de cerveza y otra. Carmen a todos conoce y a todos atiende con mimo, que de ese mes de castañera salen muchos fondos destinados a tapar goteras durante el invierno. La misma sonrisa para el 
abuelo que invita los domingos a los nietos que para el alcalde, o para esa niña que casi cada tarde acude a comprar un duro de castañas que se zampa camino de su casa y que le calientan las manos a la vez que le calman las tripas que llevan ya un rato pidiendo merienda. 

    Que sí es negocio Evaristo, que a los nietos les compramos los zapatos y les pagamos los libros de texto con lo que sale este mes del puesto. Carmen apenas sabe leer y escribir y contar por duros, sus hijos llegaron hasta donde les bastó para irse de torneros a Alemania y ahora están los nietos, sobre todo ese Manuel, listo como un conejo que es el que va a hacer carrera de verdad en esta familia. Evaristo la mira con resignación, contando los dias que le quedan para volverse a la sierra mientras de forma automática sigue haciendo incisiones en las castañas con su navaja y dándole fuelle a las brasas, que esta es la hora en la que se forman las colas. 

    Un dia de otoño, cuando ya dejó de contarse en duros y se prohibió el uso del papel 
de periódico para envolver alimentos, en la misma plaza donde Carmen instalaba su puesto cada año, una chica tampoco tan joven se para a contemplar un puesto de castañas hecho con aglomerado y empapelado de anuncios, entre los que distingue hasta una licencia municipal. Dentro se afana con el fuego una pareja joven, ella embarazada, rostro enrojecido y barriga de al menos siete meses; él tiene un aire que le resulta familiar, a pesar de las rastas y de las muchas chinchetas que decoran su rostro. La compradora pide un Euro sin tener ni idea de cuántas castañas caerán en esa cajita con propaganda turística de la ciudad que sirve de envase y no puede resistirse: 
- Yo venia siempre a comprar a este puesto cuando era chica, todas las tardes,  había una señora que se llamaba Carmen 
- Era mi abuela
- Y usted sigue con la tradición familiar? 
- No señora, yo estudié filosofía y por ahora, ésto es lo que hay
- pues nada, póngame otro Euro
- De tú, por favor, me llamo Manuel, y puedes venir cada tarde, como en tiempos de mi abuela!
- Ya quisiera, pero vivo muy lejos de aquí. 

    Y estas castañas que saben a butano y no van envueltas en el ABC tampoco son ya lo que eran.


martes, 6 de noviembre de 2018

España va bien, o casi.

    Nunca pensé que acabaría parafraseando a José María Aznar, que desde que perdío su bigote hay que mentarlo con nombre y apellido, porque ya no parece ni él mismo. Después de una semana de asueto español, y haciendo un leve ejercicio de antropología de andar por casa, no me queda más remedio que admitirlo: España va bien, sobre todo teniendo en cuenta todos los que al gobernarla (o pretenderlo) se emplean a fondo en que vaya mal. 

    En España los periodistas buscan y rebuscan la mala noticia del día, y por supuesto que la encuentran; y cuando no la encuentran, se inventan un conflicto entre la Reina Letizia y algún pariente; o estiran hasta lo imposible un asunto pendiente en el Tribunal Supremo (el asunto hipotecario, que se acaba de fallar hace un rato, por ejemplo) o se cargan al entrenador del Real Madrid y entonces ya no hay que preocuparse de buscar noticias porque aquello se convierte en un culebrón que da para varias páginas, debates radiofónicos y tertulias de bar. Mientras tanto, a nadie le queda la menor duda que España va bien. 

   A mi, que me paseo constantemente y hablo con todo tipo de gente, me parece que el paro sigue siendo desmesurado, que la educación no llega a todos los lugares ni a todas las clases sociales como debería; que la Universidad y sobre todo la ciencia, están financiadas con limosnas; que la Iglesia sigue metiéndose en camisa de once varas y sobre todo, donde no debería meterse. Que las familias con dos sueldos corrientitos no llegan a fin de mes aunque tengan sus cuatro miembros un iPhone de alta gama y que el asunto de Franco, y de donde van a parar sus huesos es muy importante, porque es un capítulo de la guerra aún sin cerrar. Que los viejos protestones y manifestantes reivindican sus pensiones aunque en el fondo, en ese país envejecido son los que viven mejor y a quienes menos palos les da Hacienda; que el ruido es un derecho humano y que la televisión pública es tan mala como la privada y que la música (la buena) solo la aprenden y la disfrutan cuatro privilegiados. Que uno va a un restaurante de postín con aspiraciones de Estrella Michelín y le entregan una factura donde pone "menu de desgustación" es buena muestra de parte de lo dicho anteriormente. 

   Pero siguen viniendo turistas, incluso cuando hay aviso de una ola de frío polar como la que a mi me ha tocado. Y las cañas con pincho (al menos en las provincias) no llegan a dos euros; una docena de churros cuesta esos mismos dos euros y sale el sol, casi todos los días. Y en la tienda de los Mac, entra un ciego y cuando el dependiente le dice "Hombre, Ricardo, te veo muy bien", va el ciego y responde "pues yo a tí no te veo nada", y todos los allí presentes nos reímos a carcajadas  de algo que en la misma tienda en USA hubiera provocado un pleito. Y ponen este anuncio surrealista por la televisión, que no hay Dios que lo entienda y a todo el mundo le parece genial:


    Así que debe ser que sí, que España va bien a pesar de todo lo que yo veo y proclamo. O será que yo no entiendo nada, que no lo descarto.