jueves, 24 de diciembre de 2020

Melón con Jamón

     A Alicia le caen bien sus suegros, pero prefiere no ir mucho por su casa. Son dos entrañables ancianos refugiados en un pueblo de la provincia de Toledo tras muchos años de bregar con ese Madrid que les hizo trabajar como cosacos pero que a Alicia, que vino precisamente de otra provincia pequeña, le ha dado la vida y muchos éxitos profesionales.  Alicia es dueña de una galería de arte, organiza subastas y vive de forma frenética mientras Jaime, su marido, salta de un avión a otro cerrando tratos comerciales de alto nivel. Tienen una vida cara y frenética en la que cenas, inauguraciones y eventos de variado pelo se suceden sin descanso; y cuando no se suceden, los provocan ellos. Accesoriamente han criado dos hijos a los que han pagado colegios carísimos y universidades no menos caras, privadas y extranjeras para que, según se van haciendo hombres de provecho, no les reprochen mucho a sus padres lo poco que los han visto mientras crecían. 

    Entre tanta ocupación, Jaime que es hijo único de los buenos, no perdona un fin de semana al mes en Tomelloso, ese pueblo grande de la Mancha (pero pueblo  al fin y al cabo) donde sus padres viven en una casita sencilla y con huerto de donde salen tomates, pimientos, cebollas y lechugas destinados a las ensaladas de los dos madrileños acelerados. Alicia acompaña por amor a su marido más que por gusto; el fin de semana (aunque sea de día y medio) se le hace eterno y lo peor: la casa de esos suegros que son adorables y con los que jamás ha tenido ni medio conflicto, huele a viejo, está decorada como una almoneda y transpira la tercera edad por cada peldaño , cada esquina  y cada ladrillo; una tercera edad de la que Alicia huye como de la peste, ya sea ignorándola o con algún pinchazo estratégico en su rostro y mucho gasto de peluquería. Un día y medio al mes en el que Jaime se reencuentra con sus padres y se olvida de sus bancos pero que a ella le recuerda que polvo es y en polvo se convertirá. La vejez y sus representaciones son esa parte de la vida a la que no solo no quiere llegar sino que, además, huye de ella en feroz carrera hacia adelante.

    Todo está trastocado en este año de la plaga, y en este caso particular, como consecuencia positiva,  Alicia se ha librado de muchos fines de semana oliendo a guiso de puchero, friegas de alcohol de romero y naftalina entre mantas de lana vieja y bandejas con medicamentos. Y espera ardientemente librarse también de una Navidad de pueblo que cada año viene a la cita puntualmente; a pesar de las protestas de los chicos, de los muchos compromisos a los que hay que renunciar; a pesar de que cada año ella desearía hacerse traer la cena a su casa por el catering de Samantha de España o similar, a pesar de todos esos pesares, cada año toca celebrar la Navidad con esos abuelos que practican la austeridad comprando cava de oferta y asando unas paletillas de cordero al horno como gran muestra de refinamiento y excepcionalidad. Este año el virus y la necesidad de proteger a los mayores, nos va a traer por fin la ansiada Navidad en casa, con árbol adornado en un solo color, aperitivos exóticos y cena con las mejores galas, aunque sea para los cuatro de casa y un amigo divorciado y solo que completa el cupo de allegados  permitidos.

    Jaime ha prometido visitar a sus padres dos días antes para llevarles lo que necesiten y felicitarles la Navidad. Alicia pretexta trabajo y los chicos exámenes, y de esa manera se libran del olor a viejo, del café con roscos de vino y de los espumillones de colores que la abuela aun insiste en sacar para decorar las puertas, la farola de la entrada y hasta el buzón si le sobra un trozo.  El 23 por la noche, Jaime llama a Alicia desde Tomelloso y después de muchos rodeos llega al meollo: 

- cariño vas a tener que ajustar el menú de la cena de mañana...

- Cómo que ajustar? He encargado los aperitivos en Mallorca, y la cena en el catering como dijimos. Las ostras también están encargadas, pero de qué me estas hablando? 

- Mi madre nos ha hecho la cena. Dice que como estamos tan ocupados que me la llevo yo mañana por la mañana y así nos quitamos de cocinar; no puedo decirle que no, compréndelo; y con la que está cayendo no querrás que la tire a la basura, no? llama al catering y anula, di que alguno de nosotros se ha pillado el virus, eso seguro que cuela como excusa.

Alicia, que se está poniendo verde, morada y de todos los colores, pero que no quiere tener una bronca con Jaime por un mero asunto culinario, pregunta con toda la delicadeza de la que es capaz:

- Y qué traes? 

  Y Jaime, a quien los delirios culinarios de su esposa le parecen prescindibles contesta de una tacada: 

- cóctel de gambas, melón con jamón y una paletilla de cordero ya adobada y lista solo para hornear, y de postre...

- Ni me lo cuentes! 

- ...Un surtido de mazapanes de Toledo, responde Jaime a sabiendas de que su señora camina entre la indignación y el desmayo y ya conoce la respuesta. 

   Alicia cuelga, busca en el móvil el teléfono de Samantha de España y cree firmemente que entre las venganzas terribles,  la  de su suegra de hoy es de libro. 

   Feliz Navidad . 

 

sábado, 13 de junio de 2020

To Paco With Love

    A medida que pasan los años, cada vez me cuesta más encontrar regalos para mis seres queridos. Un poco porque pienso que a estas alturas todos tenemos de todo y nos compramos lo que nos da la gana sin esperar a que nos lo regalen; otro poco por pereza comercial (qué gusto de cuarentena que me ha librado de tener que ir de compras, cosa que detesto) y sobre todo porque pienso que la vida y el cariño de los nuestros son regalos únicos y que valoramos poco. También porque creo que los regalos no materiales son los que entrando en la espiral de la vejez nos hacen más ilusión: los montajes fotográficos, los vídeos de cumpleaños más o menos elaborados, las dedicatorias y llamadas telefónicas y la presencia de los ausentes adquieren  más valor que cualquier paquete bien envuelto y con lazo. 

    De repente me he dado cuenta que, torpe como soy para las manualidades, las artes gráficas y no digamos la informática, sólo me queda la posibilidad de regalar palabras encadenadas, bien puestas unas detrás de otras según salen de mi cabeza y sobre todo, de mi corazón. Y para que las palabras lleguen a quien van dedicadas tengo un blog, que ahora está cerrado por obras pero que como es mío, me permito abrir en contadas ocasiones si el sujeto lo merece. Eso es lo que estoy haciendo hoy para felicitar a mi amigo Paco, que no hace mucho y en público me recriminó que cerrara el susodicho blog que a él le gustaba encontrarse por las mañanas cuando, por mor de la diferencia horaria (vive en Nueva York) se desperezaba frente a un café y se lo leía a modo de saludo mañanero.

 Se me ha ocurrido, querido Paco, ponerte el título en inglés, porque es el idioma de tu hogar y porque esa frase era la que Onassis le grababa en unas pulseras de oro y pedruscos que sistemáticamente iba regalando a las mujeres de su vida "To Maria with Love", "To Jackie with love" y otras tantas que no fueron tan célebres. Por lo visto las encargaba en el  en Tiffany's de la Quinta Avenida, donde puedes pasarte a encargar una tú mismo, ya que lo tienes cerca. Yo me limito a copiarle la idea a Onassis y ponerlo en letras de imprenta, que tiene mucho menos encanto pero perdura en el tiempo...A saber dónde habrán ido a parar todas esas pulseras regaladas por Onassis!

   Así que hoy, en el señalado día en el que los Antonios celebran su santo, mi querido Paco celebra su cumpleaños allende los mares donde vive y reparte alegría;  y espero que al levantarse, entre las muchas felicitaciones que le llegarán de las cuatro esquinas de un planeta que para él es pequeño, encuentre estas líneas escritas un día antes pensando en él y solo en él. Por una vez no tengo que preguntarte por qué continente andas, porque me consta que estás en tu casita, bien acompañado, y preparando una de esas "Home Disco" con las que nos has alegrado la cuarentena.  Espero Paco querido, que cuando leas estas líneas en tu día, seis horas más tarde de cuando yo las haya colgado en este blog que tanto echas de menos, te queden por delante 24 horas más de celebraciones y sobre todo, muchos años de amor y felicidad. Este verano es el primero de los tres últimos en el que no nos vamos a ver, ni me vas a preguntar por mis retoños de los que te sabes todas sus hazañas,  ni vamos a recordar nuestras batallitas profesionales ni vamos a volver a declarar nuestro común amor por Juanito Valderrama y su canción del emigrante...No sabes lo que me fastidia solo pensarlo. Porque además voy a hacer una revelación al respetable público, Paco es un ser humano excepcional que solo tiene dos defectos: que vive en Nueva York y yo no,  y que es absolutamente imposible no quererlo. Con tales defectos imagínense las cualidades.

   Feliz cumpleaños querido, que todas las estrellas del firmamento, e incluso la Estación Espacial Internacional se pongan de tu lado, y todo lo bueno que pueda traerte la vida, siga viniendo sin pausa y sin medida.  Y, no puedo evitarlo...Dentro vídeo!


jueves, 14 de mayo de 2020

Cierre por obras.

    Cuando en agosto del año pasado decidí meter este blog en el congelador, mi amigo el madrileño (que me conoce muy bien) me dijo que yo era como aquellos toreros de los años Sesenta, que se cortaban la coleta varias veces y otras tantas reaparecían en los ruedos. Durante esos meses transcurridos hasta marzo puse todo mi empeño en no darle la razón, y como estaba entretenida con otras escrituras, la cosa fue fácil. En estas llegó el virus, nos metieron a todos en nuestras madrigueras y yo, empeñada en hacer algo por mis semejantes, agarré de nuevo el blog, lo saqué del congelador y me puse a producir entradas a destajo, siempre con muchas ganas y siempre intentando entretener a la gente aunque solo fuera con cuatro párrafos y diez minutos de reflexión  diarios. Intenté (sin éxito) hasta poner de moda un Hashtag (#ahoranoesmomento) que muchos aplaudieron y otros muchos me echaron en cara; e incluso alguno me lo tiró a la cara, casi literalmente...Con ello dí por concluida mi fracasada carrera de Influencer, oficio que no entiendo y que,  ya de paso voy a decir alto y claro que lo  desprecio casi tanto como a los que lo practican;  si es que a recomendar beber agua caliente y comer aguacates para combatir el Coronavirus  se le puede llamar oficio. 

    Pasaron las semanas y seguíamos en la madriguera; yo he seguido escribiendo, he llorado a mis muertos (que los he tenido) he llamado por teléfono a media humanidad, he denunciado lo denunciable y alabado lo encomiable. He publicado un libro de cuentos, del que les voy a cascar la cuña publicitaria porque aunque sea una nulidad como Influencer, la escritura no se me debe dar tan, tan, tan mal como para que una editorial haya apostado por mí sin que yo me haya tenido que pagar la edición: "La chica de ayer. Treinta cuentos más que breves", publicado por ediciones Bohodón y disponible en la página web de la editorial y en Amazon, ya saben: si lo quieren, mejor comprárselo a los libreros, que necesitan ingresar algo más que Amazon, que le sobra negocio. Cierro la cuña publicitaria.

   Y ya sabemos que no hay mal que cien años dure, aunque este que nos ha caído encima va a durar bastante más de lo que nos pensábamos, pero yo ya empiezo a repetirme en mis entradas y es algo que no me gusta nada ni me debo permitir. Los españoles, sufridos confinados entre los confinados de Europa,  ya han empezado a salir a la calle;  aquí van a volver a abrir los colegios, Twitter sigue siendo el rincón del mundo donde más odio gratuito se destila por minuto que pasa y yo sigo escribiendo otras cosas que no son este blog, y que veo que también tienen su público.  La vida sigue y creo que ya va llegando la hora de cortarse la coleta de nuevo...

    Como siempre, ha sido un placer disfrutar de su compañía, de su lectura, de sus sugerencias, de sus piropos y por supuesto, también de sus críticas. No quisiera cerrar esta serie que ha durado dos meses largos sin darle las gracias a todos los que nos han hecho (y nos harán)  estos días más soportables, yo no soy de aplaudir en los balcones pero ya que tengo un blog y que lo leen más de mil personas cada semana, no puedo dejar de dar las gracias a los maestros y profesores, los camioneros, los reponedores y cajeros de los supermercados, los agricultores, los recolectores de frutas y hortalizas; todos los sanitarios (incluyendo a los farmaceuticos) los cuidadores de ancianos y discapacitados, los barrenderos, los conductores de los servicios públicos, la policía, el ejército, los bomberos y los asistentes sociales, los mensajeros y repartidores precarios; y seguro que se me olvida alguno,  pero si es así, cuando todo esto se acabe y haya que pagar impuestos y pedir salarios dignos, piensen en quienes eran los que andaban por las calles trabajando cuando los demás estábamos en casa y ganando más que ellos. Y paguen a hacienda con esa satisfacción del deber cumplido, por lo menos. 

   Y termino como empecé.  Ya que me permití robarle el título a quien escribió de verdad algo sobre los tiempos del cólera, me permito robarle una cita: "él era todavía demasiado joven para saber que la memoria del corazón elimina los malos recuerdos y magnifica los buenos, y que gracias a ese artificio logramos sobrellevar el pasado"...A ver si entre todos, logramos sobrellevar el futuro. Gracias.

domingo, 10 de mayo de 2020

A desescalar

    Para que luego tachen de antigua y de cementerio de elefantes a la Real Academia de la Lengua: en menos de dos semanas, "desescalada" ha pasado de ser un calco del inglés (que lo es)  y una palabra no recomendable que sustitía poco afortunadamente a "disminuir", a ser un término no sólo empleado por todo hablante sino además, autorizado por la RAE. Una prueba de lo rápido que circula todo, no solo los virus y las noticias falsas.

    Y en plena desescalada estamos. Aunque yo, personalmente,  no estoy desescalando nada a mi alrededor, más bien lo contrario: salgo a la calle con máscara permanentemente, lavo con agua y lejía toda la compra del supermercado, me enfado en el dicho supermercado con todos los alegres jovenzuelos que llevan la máscara a modo de babero y prefiero no salir a ciertas horas y por ciertos parques donde hasta hace una semana no me importaba ir. Me preocupa cada día  mucho más  pasar por algunas aceras y entrar en las farmacias, duermo peor que al principio del confinamiento y mis cuitas laborales en vez de reducirse (o desescalarse) han aumentado (o se han escalado). Mi preocupación por esta pandemia que no nos abandona también ha escalado (o subido) varios grados a medida que han ido pasando las semanas y me he dado cuenta que aunque los chinos se la hayan quitado de encima en tres meses, a nosotros nos va a costar muchísimo más...Sin tener ni remota idea de cuánto será ese "más". Y ese no tener idea, a mi no me desescala  (ni disminuye) nada, sino todo lo contrario.

    Quizás sí que haya desescalado (o reducido) ciertas cosas, pensándolo bien. Sobre todo ciertas necesidades que yo consideraba perentorias, como ir al peluquero a teñirme y cortarme una vez al mes o andar brincando de acá para allá por estaciones y aeropuertos; confirmo que se puede vivir sin ambas cosas, aunque al peluquero lo echo de menos, para qué negarlo. He desescalado  (o disminuído) algunas de mis prioridades y la palabra "vacaciones" que comparte inicial con "verano", ambas sacrosantas en mi vocabulario particular, van a ser sustituidas en su orden de importancia. Y no pasa nada. 

    En la desescalada y en todas sus fases, esperamos  que lo que se reduzca (o se desescale) es la tontuna humana y que con suerte, paciencia y sentido cívico,  todos volvamos a la casilla de salida del 1 de marzo; cosa que creo harto difícil de lograr, porque según se vayan aplicando las medidas de la desescalada (o reducción)  ira escalando (o aumentando) el egoísmo humano, que no tiene escalas ni límites sin acordarnos de lo fundamental de este asunto: podemos escalar, desescalar, aumentar o reducir lo que queramos, pero el bicho, sigue estando ahí. Y quedándonos en casa dos meses no es que lo hayamos debilitado, o que éste se haya aburrido y se haya ido a liarla parda a otro planeta: creo que le gustamos bastante y ha venido para quedarse una buena temporada.  Y yo pensaba que en todo esto de la desescalada, las fases con sus números y lo que se puede y no se puede hacer, al personal le había quedado claro que seguíamos corriendo el riesgo de contagiarnos, y está claro que esa era una conclusión desescalada (o empequeñecida): concluí que la gente era inteligente y sabía lo que le convenía, y ahí me pasé de escalada, o de magnitud, o de optimismo idiota. 

   Y una cosita más, que no es baladí: recuerden, amado público, que en la desescalada, cuando se contagien por meterse a hacer botellones, celebrar el día de la madre, correr maratones por las calles peatonales o ir al supermercado tres veces  a comprar una lata de cerveza estornudando por doquier, en todos esos casos (y en una decena más que se me ocurren y no los pongo para no aburrirles) la culpa ya no será del gobierno.

lunes, 4 de mayo de 2020

La ciudad sin nosotros

   A ver qué tal se ve la ciudad sin mí, dice el argentino subido al obelisco de la Plaza de la República, chiste que todos hemos contado o nos han contado alguna vez...Sin imaginarnos que llegaría el día en que, efectivamente,  se podría ver la ciudad sin nosotros; y sin tener que volver a casa a las cinco de la mañana con resaca o atravesar la Gran Vía madrileña un domingo tórrido de agosto. El virus nos ha dejado ver las ciudades sin los que las maltratamos; quizás sea una de las pocas cosas que podamos agradecerle. 

    Ciudades sin coches, y sin los humos de los coches, sin turistas fotografiándose hasta delante de una mercería, sin despedidas de solteros y solteras, sin ruidos atroces, ni taladradoras ni camiones que riegan a las ocho de la mañana con compresores probablemente similares a los que lleva un avión a reacción. Sin gente que vuelve a casa a las dos de la mañana cantando canciones de Rosalía, ni chorizos dispuestos a sacarte la cartera o guarros apostados en las puertas de los metros donde tocar culos femeninos se confunde con empujar. Sin octavillas publicitarias alfombrando el suelo ni chicles haciendo costra en las aceras.

   Ciudades que han vuelto a recuperar los pájaros, que estallan de flores y que este año en el Norte les hacen la vida imposible a los alérgicos; monumentos con fachadas despejadas de cabecitas humanas y palos de selfie, escaleras con perspectiva, bicicletas por doquier y escaparates apagados, que a veces tanto neón iluminado a todas horas es una fatiga más. Ciudades donde han circulado durante semanas los que eran necesarios, haciéndonos ver lo poco que cobran los que de verdad nos sacan las castañas del fuego: policías, reponedores de supermercado, taxistas, sanitarios, limpiadores, carteros, mensajeros y esclavos del siglo XXI, que en vez de arrimar los bloques de piedra a la pirámide del faraón te traen una pizza a casa. 

   Yo he tenido la suerte de vivir estas semanas en uno de los países confinados pero menos, uno de esos donde siendo civilizado y no abusando de la calle, podía uno pasear y escapar del ruido de los informativos y del rincón del odio donde se han aparcado los twitteros. Guardo muchas escenas mágicas en mi memoria, y hasta frases pronunciadas a viva voz en los balcones ("no te soporto", "dile a tu padre que si piensa que la comida va hasta su sillón" "abuela,  no te asomes que te come el bicho") en varios idiomas y volumen de decibelios. No ser sorda y hablar varios idiomas ha enriquecido mis paseos hasta límites insospechables. La calle con su soledad sonora me ha dado muchas más satisfacciones que las pantallas; de los parques he escapado para no juntarme con más gente de la necesaria, y de esas casas, ventanas y balcones van a salir muchas historias que me gustaría escribir.

   Ahora les toca a mis paisanos españoles salir, por franja horaria rigurosa, a disfrutar de unas ciudades que hasta ahora solo veían por los balcones. Les deseo disfrute y esparcimiento, tranquilidad y distancia física para no echar marcha atrás;  sin tener que organizar botellones (qué manía) y de repente convertir cada avenida en una San Silvestre con exceso de dorsales. Las ciudades han tenido sus semanitas de solaz y descanso de los que las llenamos de colillas, de plásticos, de dióxido de carbono y de mala leche (que debe ser en algunos sitios una magnitud cuantificable); no las hagamos sufrir de nuevo porque a pesar de toda esta poesía que les acabo de largar, a mí, como a todo ser humano urbanita, lo que me gusta son las ciudades con todos sus ruidos y su gente; de los coches, francamente,  puedo prescindir. Ahora que, nada nos impide de ahora en adelante, hacer un pequeño esfuerzo y portarnos un poco mejor con ellas, o no?

sábado, 2 de mayo de 2020

Ella y él, versión balcones (Los cuentos de la plaga, 4)

    Salen cada tarde a aplaudir al balcón, un poco por solidaridad, otro poco por automatismo, en buena medida por ver a otros seres humanos y respirar una calle que ya hace varios días que no pisan. Los dos viven solos y los balcones pertenecen a edificios colindantes de esas calles del Madrid central cercano a Chueca. No son vecinos de portal, pero han coincidido mil veces en la panadería, en la acera o en la boca del metro cercana sin jamás reparar el uno en el otro; antes raramente salían a esos balcones que además están orientados al norte y apenas tienen sol; dos perfectos desconocidos hasta que el aplauso solidario de las ocho facilitó las conversaciones. 

   El está divorciado y comparte la custodia de dos hijos pequeños que se han quedado con la madre mientras dure la cuarentena,  para evitar traslados inútiles y riesgo para la abuela que también vive en casa de la madre. Los echa de menos cada día, como el cigarro que se fumaba en el balcón antes de abandonar el vicio por una promesa hecha a su niña antes del confinamiento y  que cumple a rajatabla. Periodista de profesión,  escribe artículos y columnas en diversos periódicos digitales, todos mal pagados, en lo que intenta rematar una novela policiaca que, pensaba él,  se escribiría sola gracias al confinamiento, cosa que no está ocurriendo. Pasa muchas horas al día delante de un teclado de ordenador intentando que la narración se desatasque y al final de la tarde apenas tiene tiempo para mandar la crónica al periódico deprisa y corriendo, como en sus mejores días de la vida activa y no confinada. 

   Hace semanas que se ha fijado en ella, edad madura pero sin definir, pelo teñido con mechas que van dejando ver una raya de dos centímetros, gafas de cerca que puntualmente se quita cuando sale a aplaudir a las ocho.  No es guapa, pero tiene algo; desde luego un buen cuerpo a golpe de entrenamiento,  que él escucha cada tardea través de esos tabiques españoles que parecen hechos de restos de periódicos y no de ladrillos. A qué se dedicará? la ve salir cada mañana temprano a las ocho y regresar a la hora de la comida, será enfermera? Médico? Vive sola y este es un barrio relativamente caro, eso descarta otras profesiones desconfinadas y mal pagadas.  Sí, tiene que admitirlo, la espía desde la ventana desde que consiguió hablar con ella de balcón a balcón. Conversaciones banales: "qué asco de primavera, no hace más que llover", "no encuentro levadura", "yo te la presto", "quieres una cerveza?" . Hace dos días, con mejor temperatura, compartieron un bote de aceitunas mientras cada uno se tomaba la cerveza en su balcón respectivo, en dos platillos, no sea que el virus aproveche los encurtidos para saltar entre viviendas. 

   Ella cree que él es un tipo un poco extraño, antes se oían voces de niños en su casa, ahora no. Tiene cara de pena pero vete a saber si no es una pose...Le apetecerá un poco del bizcocho que ha hecho con la levadura que le prestó? A ver si se va a pensar que estoy intentando ligar con él, que es lo último que me faltaba. Y mira que no tiene mal aire, ni mala edad, divorciado con mochila, eso fijo; pero a estas alturas qué otro personal nos hace caso a las de nuestra edad, eh?  Quizás algún día pueda tomarme una cerveza con él sin que sea por las alturas, o quizás mejor no pasar a más, el misterio también tiene su encanto.

   Cada tarde, puntualmente a las ocho  aplauden y cuando no llueve,  las conversaciones se prolongan hasta las nueve;  los dos se encuentran a gusto con esa barrera artificial que es la distancia entre dos balcones a la altura de un tercer piso; quizás pudieran encontrarse en la acera algún día, cuando esto acabe? Sí, quizás cuando esto acabe. Quién sabe (piensa él con cierto sentimiento de culpa)  llegados a este punto no sé si me apetece más ver a mis hijos o a la vecina del balcón. Quién sabe, piensa ella,  a pesar de sus gafas de pasta y de que me haya dicho que es periodista, lo mismo es un traficante de droga, o un proxeneta. Quién sabe, piensan ambos, quizás dentro de unas semanas podamos salir con la misma lata de cerveza que nos bebemos en la terraza al banco de la acera, a caminar trescientos metros, a decirnos alguna palabra amable sin presuponer que estamos ligando. 

    Quién sabe qué será de estos dos seres cuando la vida no se sujete entre cuatro paredes...Son las siete, ya queda poco para la hora mágica en la que la vida retoma cierto sentido desde un balcón pero, qué es ese ruido ahí fuera, una cacerolada? El se acuerda de que es periodista y que sí, que la cacerolada contra el gobierno está convocada a esta hora, y para su desazón, a través del cristal ve a la vecina aporreando enérgicamente la suya, con la misma rabia con la que aplaude a las ocho...Quizás hoy la cerveza me la tome dentro de casa, se dice a sí mismo con pena, a saber lo que pensará esta chica de uno que no protesta...

miércoles, 29 de abril de 2020

El túnel de lavado

   Nunca me ha gustado la oscuridad, ni atravesar túneles donde desde la entrada no se ve la salida. Probablemente sea un trauma infantil, al que contribuyó en sobremanera mi padre, ingeniero frustrado que cuando abrieron el túnel de Guadarrama (tres kilómetros en ambos sentidos) nos llevaba una y otra vez a Madrid con cualquier excusa tonta, porque lo que él quería era atravesar ese túnel que él consideraba la novena maravilla del mundo (la octava era la presa de Aldeadávila pero esa la dejo para otro día). A mí los minutos que se tardaba en pasar aquel sitio oscuro con lucecitas, que además era de peaje,  se me hacían eternos; y aún a día de hoy, cuando lo atravieso, y aun aplicando mi raciocinio de adulta que entonces no tenía, me sigue gustando más la salida que la entrada. 

    Otro túnel espantoso que mi padre descubrió y me descubrió sin darse cuenta que no me gustaba un pelo era el del lavado de coche, menos largo y con algo más de luz, pero con un ruido atroz y unas escobas que te barren empapadas en una espuma jabonosa mezclada con la propia suciedad del coche y rematado el paseo con un ventilador que cuando seca el coche te dan ganas de agarrarte al asiento no sea que salgas disparada. Sometí a mi hijo cuando era pequeño a semejante tortura y se agarró a mi cuello hasta hacerme sangre, deduje que lo del tunel de lavado no era una cosa para niños, y que a pesar de estar crecidita yo seguía prefiriendo no meterme en ellos.Donde esté la luz que se quiten los pasadizos. 

   Y justamente, desde hace exactamente seis semanas tengo la sensación de estar metida en un túnel de lavado, en esta ocasión bien acompañada por el resto de la humanidad y a pelo,  sin el escudo protector del coche. No creo que se nos presente otra ocasión en la vida, no al menos a los que pasamos de cincuenta, de entrar en un paréntesis que nos de tiempo a pensar (a mí, además a escribir) a recapacitar, a echar la vista atrás y ver ciertos errores que no hay que cometer. Hemos entrado en este túnel de lavado pensando que serían unos ejercicios espirituales de dos o tres semanas, unas vacaciones gratis, vaya; bien acompañados por Netflix y por los entrenadores y profesores de yoga On Line y con el supermercado abierto, desprovisto de tintes y levadura pero rebosante de todo lo demás. El maldito túnel está siendo más largo de lo que esperábamos, porque nos están echando jabón a raudales para limpiar tanto despropósito como cometimos; de paso nos han lavado con lejía para desinfectarnos de ideas ridículas como la de ser los amos del universo sin miedo al mañana, o que la democracia es gratis y que la extrema derecha no es tan extrema sino solo una panda de gente cabreada. En el mismo túnel nos están dando unas buenas friegas con unas escobillas de cerda dura que nos están quitando la venda de los ojos, esa que no nos dejaba ver el cochambroso futuro que les hemos estado preparando a nuestros hijos y nietos, si es que algún día nuestros hijos consiguen darnos esos nietos. Cuando ya pensábamos que estábamos saliendo del atolladero, el túnel nos regala una buena pasada de ventilador que alborote nuestras cabelleras faltas de peluquería y nos recuerde que el cementerio está lleno de imprescindibles que además, por desgracia, cobran bastante poco al mes. Al salir del túnel aun necesitaremos una buena pasada de bayeta para sacarle brillo a unas carrocerías maltratadas por tanto confinamiento, esperando que el maltrato se resuma a un poco más de artrosis y no a un aumento de bilis, que es muy mala consejera para lo que viene después. 

    Se acerca el mes de mayo y con él, la salida de un túnel en el que era inevitable meterse, pero del que nos han aconsejado que salgamos con prudencia y responsabilidad. Seremos capaces? Si metemos la pata a partir de ahora, ya no tendremos el recurso fácil de echarle la culpa al gobierno, a los sabios epidemiólogos y a las multinacionales farmacéuticas. Ahora nos toca a nosotros, señoras y señores ciudadanos a punto de salir de una buena e inesperada sesión de lavado. A ver cómo nos portamos.

domingo, 26 de abril de 2020

Caperucita en Pandemia (Los cuentos de la plaga, 3)

    No es un día cualquiera, hoy domingo 26 de abril, Caperucita podrá salir a la calle, eso sí,  acompañada de su madre o su padre y sin miedo al lobo, portándose bien e intentando no alejarse mucho de casa. Papá y mamá llevan varios días anunciándolo y por fin llegó el gran momento. 
- Vamos Caperucita, arréglate rápido que tenemos que salir. Ponte la caperuza roja si quieres, pero sobre todo, ponte la máscara, aunque sea azul y no haga juego con el resto. Tenemos que ir a ver a la abuela.
- Pero mamá, si yo soy mayor, he ido mil veces a llevarle cosas a la abuela yo solita.Dame la cesta!
- Sí, pero te acuerdas que desde hace mes y medio no sales a la calle? Hoy tenemos permiso, así que vamos a ir juntas a ver a la abuela, a llevarle una cesta un poco más grande con cosas que ella echa de menos porque no puede salir a comprarlas: una buena botella de Oporto, una lata de espárragos Cojonudos, otra de perdices en escabeche, las pilas de recambio para el audífono, y las cuatro temporadas de la serie sobre la reina Isabel de Inglaterra en DVD, que ella todavía tiene el aparato, a ver si se engancha.
-Y no puedo ir yo sola? si ya sé lo que tengo que hacer si me encuentro con el lobo!
- No, no puedes salir sola, lo ha dicho el gobierno. Ahora no hay peligro de que te encuentres con el lobo, porque ni él mismo se atreve a salir. Y recuerdas lo que te conté del bicho minúsculo con docenas de cabecitas con corona? A ese es al que hay que tenerle miedo. 
- La historia del bicho con las coronitas ya la hemos dado en las clases de "Science" del Tele Cole, es un rollo...Y además la profe lo pronuncia en español, porque dice que "Coronavirus" es complicado de decir en inglés.
-Bueno pues ya sabes todo lo que hay que saber. Es un bicho minúsculo, no tiene dientes, no habla y no puede comerte como el lobo, pero es muy peligroso. Nadie sabe qué hacer con él y menos contra él. Vino desde muy lejos, gracias a los aviones, y en lo que inventan la vacuna, no hay mejor manera de evitarlo que quedarnos en casa. Por eso llevas más de un mes sin salir, portándote como una reina y aplaudiendo en el balcón cada tarde. Por eso papá y mamá están en casa y se encierran por turno en una habitación que llamamos "oficina", donde tú ya sabes que no puedes entrar cuando el semáforo está rojo. Por eso no podemos ver a la abuela, a pesar de que está sola y muy aburrida, ni tú tampoco puedes jugar con  tus amigos y pasas muchas horas viendo "La patrulla canina" cuando antes solo tenías permiso los sábados. Por eso nos lavamos las manos todo el tiempo, una y otra vez, y te reñimos cuando te muerdes las uñas todavía más de lo que te reñíamos antes. Y por eso, a veces, aunque intentamos que no se nos note, nos ves tristes o de mal humor sin que tengas tú la culpa.
- Ya, eso ya lo sé...En el Tele Cole dicen que ahora vivimos en un país llamado Pandemia, donde nadie puede ir de viaje a ningún sitio, y eso que es un país enorme que abarca todo el planeta. Cuando dejemos de llamarnos Pandemia, volveremos a hacer las cosas que hacíamos antes? 
- Cuando dejemos de llamarnos Pandemia intentaremos hacer las cosas un poco mejor que antes. Gastaremos menos en cosas inútiles, usaremos la ropa más temporadas, dejaremos de volar a todas horas, intentaremos contaminar un poco menos y preocuparnos un poco más por la gente que sufre. Dejaremos de comer fresas en diciembre y setas en junio, y ensuciaremos un poco menos las playas, que ahora están que da gusto verlas.  Y lo más importante: le pagaremos a todos los que en estas semanas se han ocupado de nosotros el sueldo que se merecen, que gana muy poquito para tener unos trabajos tan importantes, apunta: los enfermeros, los policías, los cajeros de supermercado, los limpiadores de los hospitales, los barrenderos, repartidores y mensajeros, los camioneros y  los que vienen con la moto a traernos las infinitas pizzas que te has comido estos días, sin olvidar a la señora que limpia nuestra casa, que encima ni ha podido trabajar en todo este tiempo y vaya si la echamos de menos! Y no mataremos al lobo a pesar de que te salga al paso camino de casa de la abuela: los animales son parte de una naturaleza que hemos maltratado sin piedad...Y que ahora se está vengando de nosotros. 
- Todo eso vais a hacer? 
- No Caperucita, nosotros somos mayores y podremos hacer poco, o durante pocos años;  pero todo eso, con un poco de suerte, lo vais a hacer vosotros, que no se os va a olvidar todo este tiempo que habéis pasado encerrados en casa sin saber muy bien los motivos. Vais a ser los campeones de un nuevo mundo, que si haceis las cosas bien, no va a volver a llamarse Pandemia. 
- Mola!
-Pue eso. Vámonos a la calle que hoy es un gran día para los de tu tamaño!

jueves, 23 de abril de 2020

la rubia que leía

    La rubia es una rubia de manual, aunque su pelo era originalmente castaño. Ojos grandes, nariz perfecta, labios marcados por la naturaleza antes de que el Bótox los fabricara en serie; delantera imponente, caderas rotundas, desparpajo natural y una presencia que se come la cámara a bocados; y al cámara con ella. Todos la miran con admiración, deseo y sobre todo, con lascivia, y ella lo sabe, pero para eso es actriz, para despertar sueños en quien la mira, y también sueños eróticos, para qué discriminar. 

   La rubia no tiene un carácter fácil, ni tampoco ha tenido una vida fácil hasta llegar al pedestal en el que está subida. Es tan guapa como neurótica; llega siempre tarde sin disculparse y frecuentemente con una copa de más:  presume de beber Dom Pérignon del 53 pero a la hora de la verdad, cualquier líquido subidito de grados le vale. Es obsesiva y sufre ataques de ansiedad que todos le perdonan, unos por que desean acostarse con ella, otros por simple compasión y muchos porque piensan que ser una estrella de Hollywood en los años dorados requiere ciertos comportamientos extraños. 

   Y hablando de comportamientos extraños: la rubia lee.  Y lee mucho, siempre que puede, en cualquier pausa del rodaje, en los interminables trayectos desde el plató hasta su casa, en los atardeceres de California mientras apura la copa de Dom Pérignon, en las noches de insomnio y en las mañanas de resaca. Y tiene en su casa una enorme biblioteca con más de  cuatrocientos libros, que han salido a subasta después de su extraña muerte, que no les cuento porque para eso tienen ustedes la Wikipedia. 

   En la biblioteca de la rubia tienen un lugar de honor los grandes clásicos norteamericanos: Steinbeck, Walt Withman (su poeta preferido) Ernest Hemingway y Scott Fitzgerald, Saul Bellow y Truman Capote;  o los ingleses: Graham Greene, Lawrence Durrell y Joseph Conrad, se acepta Conrad como inglés? Con todos ellos también en mi biblioteca,  le alabo el gusto. Se atrevió con los franceses, leyendo las obras completas de Camus (otro punto para la rubia) y dándole un sitio de honor a "Madame Bovary", el teatro de Molière y "Nana" de Zola. Fue una lectora compulsiva de obras de teatro y hasta se casó con un dramaturgo del que jamás elogió sus obras en público, como sí hizo con las de Eugene O'Neill, Tennessee Williams o Bernard Shaw. En la biblioteca personal aparecieron "El Capital" de Karl Marx y "La democracia en América" de Toqueville, obras que, excepto Obama y Clinton, creo que todos los presidentes norteamericanos desconocen. Leyó "Poeta en Nueva York" de García Lorca y las obras completas de Alberti. Y admiro a la rubia por haber leído dos libros que a mí, lectora compulsiva,  se me resisten desde tiempos inmemoriales : el "Ulises" de Joyce y "La montaña mágica" de Thomas Mann. 

    Como ven, aquí estoy para celebrar el día del libro con ustedes, yo que pensaba que este año sería el primero en el que faltaría a una de mis sacrosantas citas blogueras. Ya les he dejado en el párrafo anterior una buena lista de sugerencias lectoras, para vidas confinadas y espíritus libres, como el de nuestra rubia que leía. Por cierto, supongo que ya saben ustedes quién es, pero por si acaso: se llamaba Marylin y murió de una sobredosis de barbitúricos el 5 de agosto de 1962. Seguro que tenía un libro en su mesilla de noche, pero ese detalle no ha pasado a la posteridad.

domingo, 19 de abril de 2020

A mis seres de ultratumba (A veces llegan cartas, 2)

    Queridos papá, abuela, abuelo, tía Lola, tío Alfonso, tía Marisa y Tía Clemen, y todos los que no nombro pero que sois mis antepasados, de los que tanto aprendí: no sabéis lo que os estaís perdiendo...Si el más allá existe (tengo mis dudas) y si os permite mirar para abajo, ya os hacéis una idea, tampoco es cosa de aburrir a mis lectores con descripciones de lo que todos sabemos. 

   Abuelo, tú que eres viejo de profesión, no te asustarás, porque ya pasaste tu susto con la gripe española, que te hizo volver deprisa y corriendo de París, donde tan bien lo estabas pasando. Y no, abuela, con rezar un rosario extra y tres novenas no se nos va a quitar el virus de en medio, aunque si es por novenas, tú echa las que hagan falta, en estos momentos hay que buscar cosas que a uno le traigan paz, que de la intranquilidad ya se encargan las redes sociales. Las redes sociales? Vaya, un poco complicado explicarlo brevemente, pero es algo que en la vida cotidiana informa y te conecta con mucho gente y en estos tiempos recios, te pone a cien por hora. 

   Tampoco hemos llegado a la fase de hacer croquetas "de nada", darle la vuelta a los cuellos de las camisas ni contar las uvas por unidades, tía Lola. En este cambalache que podría parecer una guerra, no se disparan tiros y los supermercados están llenos, más o menos. Ahora que, buena parte de tus mañas nos vendrían muy bien para teñirnos y cortarnos el pelo, arreglar la ropa que no nos va a entrar visto lo que comemos y lo poco que nos movemos e intentar hacer bizcochos sin levadura, que se ha convertido en un producto de estraperlo que ríete tú de cuando los portugueses venían con el café de estranjis. 

   Hambre? No, por suerte. Aunque cuando nos saquen de la cuarentena, mucha gente lo va a pasar muy mal, si es que eso no está ocurriendo ya. Que sí, que sí, que ya sé que vosotros pasasteis una guerra y muchos años después parecía que la guerra no había terminado, pero esto es otra cosa. No sé si habrá que desarrollar ciertas mañas, como cuando tía Marisa y tía Clemen iban a un hotel de lujo en Sevilla haciéndose pasar por princesas rusas para que los ricos indianos las invitaran a merendar (en los años cuarenta, ser rubia en Sevilla era una anomalía que ayudaba)  y también un tanto de imaginación, de la que vosotros andábais sobrados y ahora, por culpa de las pantallas y sus efectos perversos, nos falta. Pantallas de ordenador, tío Alfonso, no de cine; a tí curioso intelectualmente como eras, te habrían encantado. Y de paso habrías practicado, con todo tipo de facilidades, ese ruso queaprendiste por tu cuenta y con muchas dificultades.

   No os aburro más, que sepais que en estos días, tengo mucho tiempo para pensar y poner por escrito mis pensamientos. Se llama Blog y os lo explicaré otro día. En esos pensamientos me digo que he sido muy afortunada por haberos conocido, disfrutado, escuchado y acompañado en lo que quizá no fueron los mejores años de vuestra vida, pero sí de la mía. Portaos bien allá donde estéis, y no, tía Clemen, lo que he publicado es un libro de cuentos, no una novela, y no sé como te extraña que yo haya salido tan cuentista...De quién habré aprendido? 

  Una brazo a todos, os quiero, 

        Concha (aqui, "la Bloguera")

miércoles, 15 de abril de 2020

Carta para ET (A veces llegan cartas, 1)

    Querido ET,
aunque nos seguirás de cerca por Internet, no sé si consigues hacerte una idea de  todo lo que nos está sucediendo. Como últimamente no nos hemos comunicado mucho, a pesar de que yo me paso el día conectado a mil chivaches electrónicos, intento darte una versión resumida, y eso que ni yo mismo me explico muy bien como éramos tan felices sin darnos cuenta. 

   El punto de partida es simple: un virus salta de un animal al ser humano, y lo que podría ser un simple catarro se convierte en una enfermedad fea, y en muchos casos,  grave. La cosa empieza en China,  que nos parece a todos un país remoto donde llegó Marco Polo una vez y luego no fue nadie más, y resulta que China está a un tiro de piedra. Como en China hay muchísimos chinos, y a los demás nos gusta pensar que esas cosas que les suceden a ellos son cosas de chinos, ahí los dejamos con sus toses y nos pusimos a celebrar la Navidad, y después las rebajas. 

    Pero, ay! Esas naves no espaciales llamadas aviones, que a tí te asombraban tanto (y eso que la tuya era mucho más rápida y técnicamente mejor) van cargadas de gente que va y viene por todas partes, y llevaron a esos chinos por todo el mundo y a todos los que sin ser chinos ya estaban tosiendo. Primero le tocó a Italia, país que no conoces, pero cuando el bicho feo llegó a la California que sí conoces, ya se contaban los muertos por decenas de miles. Que si no tenemos médicos? Claro que sí, y buenísimos; y enfermeros, y hospitales, y medicinas alucinantes contra el cáncer y unos cirujanos que te reconstruyen la cara cuando te la muerde un perro...Pero no tenemos por ahora la cura para este bicho que tiene las patas muy largas aunque sean microscópicas. 

    No te puedes imaginar la que se ha montado, en todo este planeta, no se ha librado nadie. Y a pesar de lo listos que parecemos y de creer tenerlo todo bajo control, el virus está incontrolado y resulta que allá por donde pasa la gente se enferma, muchos se mueren y la única manera de pararlo es quedarnos en casa y lavarnos las manos veinte veces al día. Que qué hacen los que nos gobiernan? Pues hacen lo que pueden, unos aciertan a la primera y otros a la cuarta, porque para algo tan gordo com esto nadie estaba enseñado. Yo tampoco sabía qué hacer el día que te encontré cuando salí a recoger las pizzas que traían a casa; tampoco sabían qué hacer contigo y conmigo aquellos científicos que se liaron a hacernos pruebas y envolvieron mi casa en trapos blancos, ni tampoco sabría qué hacer mañana si voy caminando por el bosque y me encuentro con un oso: me quedo quieto? Salgo corriendo? Le hago carantoñas? Pues lo mismo pasa con la COVID 19 (que así se llama nuestro invitado sorpresa) que nadie sabía nada de él, ahora que, todo el mundo tiene una opinión de cómo atajarlo. 

    Mi querido ET, ahora no es momento de que me hagas una visita sorpresa como la de la última Navidad (la del vídeo al final de esta carta) pero si vinieras, por favor, haz que volemos en la bicicleta y nos vayamos muy lejos de este bicho, y de todos los que siendo personas se comportan como bichos; si al final decides marcharte en tu nave visto lo poco acogedores que estamos en estos días, te diré como las otras veces : "estaré aquí mismo". 

   Tu amigo,  Elliott. 



                   

domingo, 12 de abril de 2020

Una de estadísticas

   Ahora que ya hemos cumplido un mes de encierro, me puedo dar el gustazo de publicar mis números, visto que, como por fin  somos todos ministros de sanidad, virólogos y expertos en la China y en estadísticas, todo el mundo va a entenderlas. Otra cosa es la interpretación, claro. 

    Calculo unas seis visitas al supermercado, en las que he comprado básicamente productos lácteos, pollo, fiambres y quesos, papel higiénico y algún producto de limpieza; ni carne, ni pescado, ni fruta ni verduras,  para los cuales ya tengo mis proveedores. La factura ronda los cien euros por visita y eso supone, según mi cuenta de la vieja que soy, un 20% más caro que en tiempo de paz. La inflación ya está aquí. Por otro lado, cero euros en gasolina, ni un bonobús y cero otros gastos que no sean los alimentarios y de mantenimiento de este búnker llamado casa en el cada uno de nosotros vivimos refugiados. Para cuando volvamos a echarnos a la calle a comprar, todo nos parecerá carísimo y superfluo, visto que llevamos un mes sin comprar nada. Yo,  que ya era tendente al bajo consumo,  miedo me doy... Por otro lado, anoto que llevamos ya cinco litros de lejía, un par de botes de alcohol y dos mochos de fregona: la lejía va a ser el petroleo del siglo XXI, y si no, al tiempo.

   Mi pelo canoso asoma un centímetro y medio por debajo del tinte. La conclusión es que el pelo (o por lo menos el mío) crece un centímetro y medio al mes, cosa que yo desconocía porque a la menor ya estaba precipitándome en los brazos de mi peluquero, al cual saludo con estas líneas porque aparte de pasarlo económicamente mal en esta racha, no sé si sabe lo imprescindible que es para muchas de nosotras. Y no descarto tampoco que para muchos de ellos.

    Hago de media entre dos y cinco llamadas de teléfono (en sus distintas modalidades) al día. principalmente a mis amigos y seres queridos que viven solos. Haciendo una media aritmética sencilla, me salen, por lo bajo, casi cien llamadas de teléfono, que si me dicen hace un mes que las iba a hacer (y no cuento las que recibo) me hubiera dado un soponcio. Y no solo no me ha dado sino que llevo el apunte y voy tachando de la lista y añadiendo sistemáticamente a los que llamé y hay que volver a llamar. Saco dos conclusiones de esta estadística: que demasiada gente vive sola y que yo tengo una modalidad del horror vacui que es vacío de conversaciones. Cuando acabe el confinamiento me lo hago mirar.

    En un mes he escrito dieciséis (con esta de hoy) entradas de un blog que había abandonado. Alguna de ellas ha tenido hasta quinientas visitas pero también alguna me ha valido para que me retiren el saludo y sin contar a mi primo (al que le doy asco, se acuerdan? ) he quitado de mis redes sociales al menos a diez personas y sospecho que he sido quitada de unas cuantas, todo ello con gran alivio espiritual por mi parte. Me leo entre cuatro y seis periódicos diarios, de varias tendencias y colores,  para poder hacerme una cierta fotografía mental de la realidad, asunto que me sustrae una hora diaria de mi tiempo, que en estos momentos se ha estirado como un chicle a pesar de las muchas tareas que me invento,  porque yo soy lo más parecido que una persona puede ser a una bicicleta: si no pedaleo, me caigo.

   Y con este resumen cierro mis estadísticas, nunca mejor dicho, de andar por casa. Las he puesto por escrito porque el objetivo de este encierro, aparte de no enfermar, es recordarlo. Y salir de él siendo los mismos, y si es posible,  mejores. A los que salgan empeorados, partiendo de la base de que ya eran tirando a malos, les daremos una soberana patada en el trasero cuando se pueda porque, recuerden: #ahoranoesmomento. Felices pascuas.

miércoles, 8 de abril de 2020

Pretérito Imperfecto

   En estos días, mi hijo tenía que estar aquí con nosotros, era su  única semana de vacaciones. Después, nosotros le íbamos a acompañar hasta España, mi país que tanto me duele ahora y que hasta hace poco era sólo el sitio de mi recreo.  El tenía que coger un avión, nosotros también, de esos aviones que contaminaban, de acuerdo, pero que nos llevaban a algunos a sitios estupendos donde pasábamos las vacaciones o compartíamos muy buenos ratos con nuestros seres queridos. 

    Antes de esos días tan necesarios de vacaciones, mi marido y yo íbamos a ir a Madrid, esa ciudad que ahora es triste pero que entonces era alegre, donde íbamos a encontrarnos con amigos muy querídos que le iban a cantar a mi santo el cumpleaños feliz más alegre  y entonado del mundo, el que sólo los amigos que te echan mucho de menos son capaces de cantar. También me iba a visitar mi amiga la boloñesa, a la que no veía desde hacía una eternidad, y planeábamos quedarnos afónicas charlando durante las dos noches que ella iba a pasar en mi casa. 

    En las vacaciones españolas, mi hija se iba a comprar un vestido para su graduación que iba a ser en julio y que, de paso, nos iba a traer a la abuela hasta estas tierras, como ya hizo cuando se graduó el hermano. Ella iba a graduarse y después se iba a marchar de viaje a Italia con sus amigas, que después de unos exámenes de selectividad que iba a estudiar con ahínco, bien se lo merecía.

  Mi señora de la limpieza iba a irse a ver a su familia al Ecuador, a la que parcialmente mantenía con lo que ganaba deslomándose en mi casa y en otras casas como la mía. Mi marido iba a enseñarles la Alhambra de Granada a unos chavales que iban ilusionados a un viaje de estudios que para muchos significaba la primera vez que subían a un avión y salían al extranjero. Yo iba a publicar un libro que me había apartado de ustedes y de este blog durante varios meses y lo iba a promocionar por las ferias del libro que no se van a celebrar.

    Todas estas cosas (y unas cuantas más que me callo) íbamos a hacer cuando éramos felices y ni siquiera lo sabíamos. Ahora somos felices con moderación y con cierta cuota de miedo y lo que seremos de aquí a unos meses nadie lo sabe; ni Fernando Simón, ni el gobierno, ni su lamentable oposición, ni los tierraplanistas que habitan en Twitter, aunque estos últimos quizás tienen un plan que los demás no tenemos porque hemos aprendido a aparcar los planes en lo que peleamos por estar vivos. Si se fijan ustedes en los cuatro párrafos anteriores de esta entrada, estarán ustedes de acuerdo conmigo en que el prtérito imperfecto es un tiempo verbal muy triste...Y que el presente lo evitamos, en lo que llega un futuro que esperamos sea algo menos que imperfecto.

   

domingo, 5 de abril de 2020

Cruasanes con tres erres (Los cuentos de la plaga, 2)

    Es un señor de mediana edad, cincuenta y tantos, pocas canas, gafas de pasta, cara redonda y algún kilo de más. Odile ya lo tiene catalogado y catado como a la mayoría de los clientes de su panadería: lunes y jueves un pan de siete cereales cortado en lonchas; los sábados una baguette y dos cruasanes; a veces vuelve el domingo, a veces no. Los cruasanes,  con esa pronunciación con tres erres delatan que el señor no es lugareño, español quizás, hay tantos extranjeros por este barrio... Pero es alguien que vive solo (siempre la misma corbata y la camisa mal planchada) y habla poco, apenas un saludo durante la semana, se ve que tiene prisa; el sábado interactúa algo más, casi siempre preguntando donde puede encontrar una tintorería, alguien que le coja el bajo de los pantalones, cosas así. No es el más dicharachero de sus clientes habituales, pero si el más habitual entre ellos, muy pocas veces falla. 

   Odile también está navegando en esa mediana edad con un divorcio sin hijos a sus espaldas, un intento de ser agente inmobiliaria con poco éxito e incluso amenaza de estafa y de juzgado y una reconversión tardía en panadera gracias a uno de sus antiguos compañeros de trabajo. Es alta, ojos verdes, mechas impecables recogidas en una cola de caballo y jerseys de buena marca bajo el delantal de panadera que delatan un pasado de tiendas caras y tiempos mejores. Y sobre todo es simpática y buena vendedora (si se es capaz de vender un piso se puede vender pan, se dijo a sí misma en el momento del volantazo vital); tiene la memoria necesaria para darle a cada cliente lo que pide, visto que los de costumbre siempre piden lo mismo. Para los niños buenos siempre hay una galleta, para los jubilados con estrecheces a fin de mes, hay crédito; a los refugiados kurdos que conoció en la parada del metro les da casi todos los días los restos invendidos de la jornada anterior. La caja responde y los jefes están contentos; y ella misma también lo está, a pesar de las largas jornadas y la soledad de su pisito de cuarenta metros al final del día. Los hombres se fijan en ella, alguno incluso más de la cuenta, los hay que piensa que con la baguette algún día vendrá el número de teléfono. Odile siente curiosidad, incluso atracción  por nuestro cliente metódico, el de los cruasanes con tres erres, pero a él solo parece interesarle practicar un poco de francés preguntando direcciones e informaciones varias. Es amable, tiene una mirada profunda y curiosa tras sus gafas de pasta, y va pidiendo a gritos compañía aunque no se lo cuente a nadie.

    La panadería es un negocio rutinario: siempre los mismos clientes del vecindario, siempre se venden las mismas cosas, siempre las mismas conversaciones, bendita rutina que a Odile, tras una vida con más sobresaltos de los deseables le da cierto sosiego. La primavera está llegando adelantada este año y en las noticias se habla de un extraño mal que traen viajeros de oriente y que provoca tos y fiebre entre otras cosas peores. Hay que ponerse una máscara dice el jefe, y la sonrisa de Odile se queda perdida tras ella a la vez que las conversaciones se acortan. Los jubilados dejan de venir, parece ser que el bicho se ensaña con ellos: Odile se presta a llevarles el pan al menos un par de veces por semana. Nuestro cliente de lunes y jueves sigue viniendo los mismos lunes y los mismos jueves y llevándose el mismo pan. Los días soleados se suceden mientras la tos de muchos se convierte en alerta sanitaria, cierre de colegios y pánico generalizado porque hay de qué;  y el trabajo placentero y rutinario de Odile deja de serlo. El sábado viene nuestro cliente con una máscara a llevarse los cruasanes que,  dice, apenas le saben a nada. Odile le añade dos más, con chocolate,  a ver si así mejora y por primera vez en sus muchos años tras el mostrador a punto está de darle el teléfono a un cliente. "Vaya usted al médico" le dice, y él sonríe con su mueca habitual y responde "y usted cuídese ahí detrás, que la necesitamos", provocando que los verdísimos ojos de Odile se iluminen como no lo habían hecho desde que esta pesadilla se adueñó del destino de todos. 

   El siguiente lunes y el siguiente jueves no hubo visita. Tampoco el sábado, ni los siguientes lunes ni los siguientes jueves, maldito el día en el que estuvo a punto de darle su teléfono... Los jubilados con servicio de panadería a domicilio siguen vivos y encerrados, las familias con niños se llevan los pedidos por partida doble porque, parece ser que el confinamiento multiplica el número de bocadillos. Pasan un par de semanas y el señor de las gafas de pasta y la media sonrisa no viene más. Odile piensa que, finalmente la panadería se ha convertido en un oficio de riesgo, donde la máscara le oculta la sonrisa y los guantes le cuecen las manos que al final del día son una pura roncha. Las conversaciones se terminaron, la amabilidad se destila en pequeñas gotas y el cliente de los cruasanes con tres erres ha desaparecido. Ella prefiere pensar que ha cambiado de panadería.

viernes, 3 de abril de 2020

Llorar por videoconferencia

    No sé si ya lo he dicho mil veces: tengo un trabajo estupendo, donde me tratan como un ser humano, me pagan convenientemente y sobre todo, donde lo mejor no es el trabajo sino los trabajadores, y sobre todo los que podemos llamar colegas. No es aquello para lo que estudié, ni siquiera creo que sea lo que mejor se me da, pero llevo 25 años haciéndolo sin provocar ningún desaguisado, así que digo yo que algo he aprendido, no? 

   Como media humanidad en los tiempos del cólera, tengo que teletrabajar, cosa difícil en lo que yo me dedico y bastante alienante cuando es posible; por no meterme en las peleas que tengo cotidianamente con el sector de las nuevas tecnologías, del que nunca he sido gran amiga y menos aún feliz usuaria. Pero hago lo que puedo, lo que me mandan y sobre todo, reprimo las ganas que me dan  de tirar el ordenador por la ventana por los menos dos veces al día. Como soy un ser contradictorio, al mismo tiempo, le doy gracias a esas tecnologías que amargan mi existencia laboral por ponerme en contacto cotidianamente con mi madre, mi hijo, mis hermanas y mis muchos amigos desperdigados por el planeta infectado. Jamás imaginé que en estas pantallas donde tanto escribo iba a hacer tantas cosas que para mí solo tenían sentido en el cara a cara sin píxels por medio; pero esta plaga maldita está haciendo que muchos de mis principios se derrumben más facilmente que los castillos de naipes que hice en mi infancia...Y les aseguro que los llegué a hacer de varios pisos. 

   Esta semana la plaga se ha llevado por delante a uno de mis colegas, quizás no el más extrovertido ni el más popular, pero uno de los nuestros, al fin y al cabo. Alguien con quien he compartido esperas en los aeropuertos, noches de negociaciones, nacimientos en paralelo de sus hijos y los míos, incluso con quien he compartido broncas y desencuentros, porque 25 años dan para mucho, señores. En condiciones normales, hubiéramos ido a su funeral, nos hubiéramos reunido para hablar de él y llorar nuestra pena conjunta. En estas condiciones lo hemos tenido que hacer vía plataforma On Line, con minuto de silencio incluido y muchas lágrimas, las mías también. Si me lo cuentan hace un par de años jamás lo hubiera creído, pero ahora me digo que, con pantalla por medio o sin ella, somos capaces de emocionarnos, de recordar con cariño al ausente y de agarrarnos con fuerza a los presentes, aun sin tocarlos, viéndoles en una imagen de pantalla reticulada y sonido desmayado. A pesar de lo que nos pueda haber endurecido esta guerra, seguimos siendo capaces de llorar, y eso ya es una buena noticia. 

   Porque esa patria ficticia a la que aspiro, y de la que tanto hablo en este blog desde hace dos semanas, es también la patria de los que lloran, de los que saben valorar a la persona de carne y hueso por encima del político, el periodista, el médico o el que es simplemente un capullo y se emplea a fondo en Twitter arengando a unas masas asustadas. Ayer jueves, asistí a lo que podía se un funeral por videoconferencia pero sobre todo, asistí a un llanto colectivo de dolor verdadero, casi casi palpable a pesar de ser de plasma. Ayer le di gracias a quien corresponda por estar rodeado de una panda de seres humanos con los que voy a trabajar, y con los que sé que, llegado el caso, tambien voy a poder llorar, sin tener miedo al ridículo. Nadie va a salir de este túnel de lavado en el que nos hemos metido igual que entró: oleremos a lejía y se nos caerá la piel de las manos a tiras; tendremos el pelo de dos colores y la vitamina D bajo mínimos, pero habremos aprendido de nuevo a llorar, y a hacerlo en público y sin miedo; a contarnos unos a otro la pena que llevamos dentro y tú, Pepe, estarás mirándonos a todos por un agujerito, ojalá, porque en vida ni te hubieras imaginado lo que todos juntos hemos llorado por tí. 

   Al estilo de las antiguas legiones romanas: Ave, Pepe, los que van a vivir te saludan...Y ya saben ustedes, si comparten, añadan #ahoranoesmomento, salvo si es para llorar, que entonces sí.

miércoles, 1 de abril de 2020

Ni pena ni miedo

    Los miércoles y los sábados a las siete, hablo con Rosa Montero. Vamos a ver, ella habla, desde su página Facebook, y varios miles de sus lectores le vamos haciendo preguntas que ella que, amable como es hasta el tuétano, se afana en contestar. Acabo de terminar la charleta de hoy donde nos ha enseñado un tatuaje que lleva en la parte posterior del cuello: "ni pena ni miedo", frase sacada de un  poema de Raúl Zorita. 

    Automáticamente me he puesto a escribir, un poco porque hablar con Rosa Montero da ganas de escribir y otro poco porque esa frase, en estos días y tiempos recios, tendrían que tenerla tatuada, o puesta en la puerta de sus casas en letras de oro varios ciudadanos de ese país que es el mío, donde no estoy ahora mismo y bien que me pesa...Antes de que me asalten los odiadores diciéndome que estoy cómodamente instalada en el salón de mi casa, que también. La lista es coincidente con la que hice el otro día en mi entrada "Yo sí tengo patria" pero esto de la pena y el miedo me hace pensar especialmente en la tercera edad, a la que me voy acercando peligrosamente. 

   España sí es país para viejos; es más, es un país de viejos. Tenemos una de las natalidades más bajas de Europa (y casi del mundo) y una buena calidad de vida, sol y buenos alimentos,  que nos deja vivir muchos años, afortunadamente acompañados por muchos hijos, nietos y hermanos. Los viejos y viejas españoles parece que tienen todos setenta años cuando muchos de ellos andan rondando los noventa, salen todos los días a tomar el aperitivo, se van de viaje a unos hoteles costeros donde se inflan a comer, beber y bailar y algunos hasta ligan. Van al cine, a conciertos, llenan las aulas de la tercera edad, hacen la compra, cuidan de los nietos, alojan hijos cuarentones en casa y en los momentos de achuchón económico muchos de ellos han sido el bolsillo que alimentaba familias más que numerosas. Protestan de vez en cuando por sus pensiones,  pero muchos de ellos también trabajan hasta que el cuerpo ya no les da más de sí porque les gusta lo que hacen y odian la inactividad. Sí, España está llena de viejos que se cuelan en la caja del supermercado, o que hablan en voz alta en el cine; que van a la tienda de Movistar y acaparan a la vendedora porque no saben usar su teléfono, que se sientan en todos los bancos de los parques y no hay manera de pillar uno vacío para poder ir a leerse allí una novela. 

    A este país para viejos ha llegado un bicho muy malo que, maldita sea, se ensaña con ellos más que con los más jóvenes. Nuestras cifras de muertos por Coronavirus son deudoras en buena parte de toda esa franja de población que sobrepasa los 65, aunque de aspecto no lo parezca. Ellos, sin pena ni miedo se acercan a los hospitales buscando cura para vivir un poco más. Supongo yo que sin pena, por lo mucho que ya han vivido; ni miedo, porque son casi todos ellos pertenecientes a una generación que ya vivió los horrores de una guerra y los horrorosos años que la siguieron. Allí son acogidos por unos héroes enfundados en plástico, miembros de una casta superior de seres humanos que tampoco tienen pena (porque no les da tiempo) ni miedo (porque si lo tuvieran no harían ese trabajo): los sanitarios y personal vario que trabaja en la sanidad. Los holandeses nos echan en cara  como también a los italianos,   que nos ocupemos de estos viejos que necesitan respiradores, atención excepcional y camas de UCI, basándose en los pocos años más que van a vivir una vez curados. Sospecho que el pueblo holandés (y que me perdonen los amigos holandeses, que los tengo) tiene pena, entre otras cosas porque come muy mal, se tocan poco,  y su sanidad deja bastante que desear y sobre todo, tiene mucho miedo, que los disculpa. Como quiero ser estos días un dechado de amabilidad, no profundizo más por esa vía; el miedo es muy mal consejero.  

Y para terminar el detalle conmovedor. En mi tierra, los enfermeros publican en Facebook en qué hospital trabajan y en qué planta para que los familiares de los enfermos les puedan hacer llegar mensajes a traves de ese mismo Facebook. Así son ellos y así van por la vida, sin pena y sin miedo.  Y así caminan nuestros mayores, camino de esos hospitales donde saben que, por encima de todo les van a tratar como seres humanos en una situación que de humana tiene lo justito.

   Y recuerden: quédense en casa y #ahoranoesmomento si comparten esta entrada. Buenas tardes, me voy a aplaudir,  que en mi calle, además, lo hacemos al ritmo del tam-tam de uno de los vecinos.

lunes, 30 de marzo de 2020

Las espinitas clavadas

    Se acuerdan ustedes de la canción aquella de la espinita clavada en el corazón? que después se ponía tremenda (como buena canción mejicana) y decía "yo quisiera haberte sido infiel y pagarte con una traición", etc. Bueno pues ya estamos metidos en contexto. 

   En estos días largos aunque sigan teniendo las mismas horas, cuando hay mucho tiempo para pensar, entre las bromas que nos gasta la informática a los teletrabajadores y telecolegiales, las mil veces que le pasamos el plumero a la misma estantería y la receta 456 de las 1080 de Simone Ortega, quizás podamos pensar en todas las cosas mal hechas, o hechas a medias, o en todos los errores cometidos y reparables, porque en los irreparables mejor no pensar. Todos los gurús de la meditacíon y la autocontemplación no sé si alguna vez se han metido a limpiar sus casas, porque yo he descubierto un efecto catártico en esto de quitar el polvo que no me lo proporcionan los monjes de Silos con sus cánticos. Además,  si fuera católica practicante y existiera la confesión telemática les aseguro que la practicaría, porque en el fondo debe dar mucho alivio. Como no lo soy, me contento con este particular desahogo escrito. 

   Miren ustedes, los pecados veniales deben de pertenecer a esa categoría de las espinitas clavadas, aunque algunas sean como estacas de gordas:  los cariños no demostrados, los agradecimientos no dichos, las impertinencias que nos podíamos haber ahorrado y los favores por hacer se llevan buena parte de esa lista. También caben los recados no acometidos por pereza, las llamadas de teléfono no hechas a nuestros mayores, los ratos que les hemos robado a nuestros hijos y padres, las visitas de cortesía que no hicimos porque decretamos que la cortesía era hipocresía (que sí, muchas veces, pero necesaria) y los besos robados o escatimados. La incapacidad de pedir perdón, o un "lo siento" bien dicho a tiempo alto y claro, los abrazos en falso y el rencor imperecedero a los amores pasados quizás también merezcan su apartado. 

    Las espinitas clavadas, sean amorosas, amistosas, o simplemente familiares tienen la capacidad de pudrirnos los pensamientos a aquellos que como yo (y me consta que somos muchos) tenemos la capacidad de darle mil vueltas a las cosas, y para colmo la naturaleza nos ha regalado una buena memoria. Personas intensas nos llaman los pobres que están abocados a vivir con nosotros; centrifugadoras humanas, leí alguna vez en las pocas revistas de psicología que caen en mis manos, y esta denominación me pareció bastante más simpática; sobre todo viniendo de un psicólogo. 

    Tienen ustedes espinitas clavadas? Yo unas cuantas, y en estos días de trabajos tan proclives a la meditación como son pasar el aspirador por el largo pasillo de mi casa o limpiar los cristales de sus muchas ventanas me repito como un mantra que cuando la vida retome una cierta normalidad, caminaré por ella con pies de plomo para no volver  a clavarme una espina de esas que me haga sangre en cuanto vuelva un virus y volvamos a tener que meternos en nuestras casas, que sucederá. O cuando sea viejísima, vea poco, y los días se me pasen en contemplar el techo o los dibujos de la alfombra. Lo intentaré con todas mis fuerzas, porque en estos días esas espinas clavadas me rondan día y noche, como satélites obstinados y molestos, y me dan poca tregua.

    Aquí la centrifugadora humana les hace un ruego: sean amables los unos con los otros, incluso con los muchos que no se lo merecen. Porque mientras nos quedamos en casa, y la cosa va para largo, podemos darle muchas, pero que muchas vueltas a todos los gestos erróneos de nuestra vida. Y además, volviendo a la famosa cancioncita escuchen como acaba: "aunque yo quisiera, no podré olvidarte, porque siempre estás dentro de mí"...La espinita, ya les digo. 


domingo, 29 de marzo de 2020

Cuando vuelva la lluvia

    Algo hay que agradecerle al cambio horario: hoy, 29 de marzo, una hora menos de confinamiento. Y cada día que pasa, un día menos que padecerlo, y aquí es la enferma de optimismo que soy la que habla. Aunque sigo insistiendo que esto del confinamiento es más duro para quienes viven solos, tienen niños pequeños, o viven en familias de seis en setenta metros cuadrados. Ninguno de estos supuestos se me aplica, así que asumo que el confinamiento es un mal menor. 

   Ayer incluso me di un paseo, solitario y lento, por los mismos caminos donde otrora iba corriendo y sudando, obsesionada con quemar calorías que ahora me importan un bledo. Otra razón más para no quejarse: en esta mi ciudad de residencia se puede pasear, incluso correr, siempre que sea en solitario y en las cercanías de tu casa. Todo un alivio que los habitantes intentamos mantener disciplinadamente (unos más que otros como siempre) para que no nos aprieten más las tuercas y nos prohiban esta pequeña válvula de escape que en otros lares no está permitida.

    Ayer pude darme ese paseo , y contar los magnolios florecidos de mi barrio, que siguen siendo los mismos y están todos los que son; y saludar a varios paseantes a los que no conozco de nada con un "buenas tardes" que así, pronunciado al aire libre y en estos tiempos recios,  me sonó mejor que un piropo lanzado desde cualquier andamio de una obra, a ser posible española. Los viandantes eran contados pero entre ellos había padres con niños pequeños, que se entretenían en levantar chinitas del suelo, arrancar algún hierbajo o contar los pocos coches que pasaban. Qué hubiera sido de mi, la madre hieperactiva que machacaba a sus criaturas cada fin de semana por bosques y parques en esta situación? Qué se me hubiera ocurrido para llenar las horas de mis criaturas si la cosa viral me hubiera pillado entonces? Ayer en mi paseo les regalé la mejor de mis sonrisas a todos y cada uno de esos padres y madres acompañados de criaturas menores de quince años que se cruzaron en mi camino. No sé si se dieron cuenta, o si lo interpretaron como una prueba de compasión ante la dificultad ajena...Que también es posible. 

   Y ayer me di un paseo porque la lluvia, esa eterna, persistente e insidiosa compañera de mi vida en estas tierras brilla por su ausencia desde hace casi dos semanas. Como si la metereología hubiera decidido ponerse de nuestra parte y regalarnos ese sol que tanto nos falta durante el año en el momento en el que a más de uno se le pueden fundir los plomos por falta de luz, y de horizontes lejanos; porque los horizontes de estos días sólo pueden ser cercanos y cambiantes. La lluvia se ha parado y ha dejado que los jardines florezcan, incluso a destiempo, y que la primavera, burlona ella,  nos saque la lengua recordándonos que por mucho que haya llegado, sólo la podemos disfrutar visualmente y no todos los días ni en todos los rincones del planeta donde viajamos cuando es primavera. La lluvia se ha alejado con sus nubarrones respectivos durante unos días, dándonos la tregua que el virus no nos da, y dejando que el sol nos caliente el alma para compensar todo lo que nos la enfría la realidad cotidiana en blanco y negro que estamos atravesando. 

   Y cuando vuelva la lluvia, estaremos en las mismas casas, asomados a los mismos balcones, donde los más aplauden y los menos insultan,  contando cada día que pasa como un día más, o como un día menos, según seamos de la cofradía de la botella medio vacía o de la medio llena. Se acabarán lo paseos y los saludos amables por las aceras, porque ni siquiera los habitantes de este norte lluvioso caminan bajo la lluvia, en contra de lo que nuestros vecinos del Sur se piensan; y nos tragaremos las series de tres en tres capítulos, y quizás sea el momento definitivo para acometer la lectura de los Episodios Nacionales. Volverá la lluvia y con ella, los días alargados en una hora más ni siquiera lo parecerán, Macondo se nos reaparecerá en sueños, y los hornos se dedicarán a hornear galletas y bizcochos, muchos de ellos fabricados por manos infantiles que en algo tienen que entretenerse. Volverá la lluvia, y a todos nos queda la esperanza de que cuando vuelva, sigamos siendo los que estamos, y estando los que somos, cada uno con nuestros seres queridos, los que están cerca y los que están lejos, incluso los que se alejaron de nuestros corazones, o decidieron marcharse buscando otros soles. Que volverá la lluvia, no me queda duda; que vuelva dejándonos, por lo menos, como estamos ahora, es lo que espero. Feliz domingo a todos. Gracias por estar ahí, todos en casa.

jueves, 26 de marzo de 2020

Yo sí tengo patria

    En febrero del año pasado publiqué una entrada que me procuró ciertos sinsabores, se titutaba "Yo no tengo patria", y los sinsabores ya pueden ustedes imaginarse por donde me llegaron. Hoy, visto el contexto histórico, sin renegar de una sola línea de lo que escribí entonces (tiren de "blogoteca" por favor) creo que he encontrado esa patria que hace un año no tenía...O no creía tener. 

    Resulta que sí tengo una patria, que no coincide exactamente  con la frontera de la piel de toro llamada España, qué le vamos a hacer, pero sí tiene dentro de ella a muchos de sus ciudadanos. Tampoco coincide con otra frontera, a la que los entendidos llaman Unión Europea y a la que yo prefiero llamar Europa, simplemente; aunque una vez más, muchos de los ciudadanos de la patria a la que pertenezco son europeos. No es una patria de puestos fronterizos ni de murallas, tampoco de banderas ni de cánticos exaltados; ni siquiera es la madre patria, porque para madres, prefiero la mía, francamente. Esa patria que me he encontrado gracias al virus, y a la que quiero pertenercer con todas mis fuerzas, está formada por una serie de personas ejemplares que todos conocemos, a las que aplaudimos en los balcones y en las que pensamos muchas horas al día, esas personas con las que,  si todo este mundo se viene abajo, a mí me gustaría refugiarme en una isla, y hacer con ellos una patria común. 

   Ustedes saben de sobra quienes son: médicos, enfermeros, cuidadores y demás personal hospitalario; farmaceuticos,  cajeros de supermercado, reponedores, camioneros, mensajeros y empleados públicos varios que no pueden trabajar desde casa. El ejército (sector, soldaditos de a pie) la policía, la guardia civil, los profesores que siguen quebrándose la cabeza para dar clase y los alumnos que estudian solos, los músicos que cuelgan sus actuaciones en las redes sociales, los profesores de yoga y psicólogos que hacen lo propio. Los voluntarios, muchos de ellos jubilados de la profesión sanitaria que han vuelto a ponerse al servicio de la sociedad; las asociaciones que recogen a los sin techo, los panaderos que siguen amasando y repartiendo; las limpiadoras (ruego al respetable público que aquí me permita usar solo el femenino) de oficinas, estaciones, aeropuertos  y demás lugares transitados. Los taxistas que no cobran a los sanitarios, los conductores de autobuses y metros, alcaldes de pequeños pueblos que desinfectan ellos mismos las residencias de ancianos, nietos que han permanecido al lado de sus abuelos para ayudarles y que no salgan a la calle, padres que trabajan en casa y a la vez cuidan de una prole pequeñaja a la que no pueden sacar al parque...Seguro que me he dejado a unos cuantos en el tintero, pero ustedes pueden completar la lista fácilmente. 

   También quiero ser justa e incluir a ciertos señores y señoras de alto poder adquisitivo que han puesto sus muchos millones al servicio de la ciudadanía: Amancio Ortega, su hija Sandra, Bill y Melinda Gates, que son los únicos que luchan contra la malaria y ahora también contra esta plaga; Ana Botín, que se ha recortado el sueldo a la mitad y ha prometido no hacer un ERTE en su banco y Leo Messi, el único de esa pandilla de antiguos héroes llamados futbolistas (espero que después de este episodio ya no lo sean nunca más) que se ha molestado en extender un cheque con algo más de cinco ceros. Que aquí me dejo nombres atrás? Cierto, pueden ustedes tambier completar la lista a su gusto. Por cierto, que les haga miembros de mi patria y les agradezca lo mucho lo que nos están dando no les exime en absoluto de seguir pagando a hacienda una vez que las aguas vuelvan a su cauce, entendido? 

    Y para terminar, pertenecemos esa gran patria de ciudadanos anónimos los que desde el minuto uno de la crisis hemos decidido quedarnos en casa y hacer lo que nos dicen unos gobernantes que son los que están al mando de la situación, con mejor o peor acierto, porque ninguno de ellos, NINGUNO, ni el más sabio, estaba preparado para hacerle frente a algo de esta magnitud; ya les pediremos cuentas cuando sea posible. Esa patria de anónimos que obedecemos y nos preocupamos por nuestros seres queridos, nuestros amigos y parientes que viven solos, vamos al supermercado lo imprescindible y no colgamos en las redes, por muy activos que seamos, bulos, alegatos políticos, cruzadas imposibles ni falsas noticias que solo sirven para alarmar. Hace unos días yo misma, asustada por el nivel de odio y visceralidad que veía en la Red, me lancé a propagar un hashtag tan inocente como  #ahoranoesmomento ,para intentar calmar un poco a los odiadores y a aquellos que sin darse cuenta de lo que piden, piden la dimisión (ahora!) del gobierno y la muerte de algun ministro, incluso.   Aparte de conseguir que me lean algo más de dos mil personas en dos días, he conseguido (sin buscarlo) que un primo mío me haya retirado el saludo diciendo que, palabras textuales  "le doy asco por ser tan  Podemita". Ese elemento no forma parte de mi patria, como supondrán; a veces en la patria no nos cabe toda la familia.

    Yo sí tengo una patria, y espero que quienes me leen, a quienes aprecio y tengo en alta estima (menos a mi pariente odiador profesional)  formen parte de ella, tal cual se la he descrito. Muchas gracias.

martes, 24 de marzo de 2020

Cambio de planes

    El padre de una amiga mía muy querida era juez. Es más: hablaba como un juez, iba vestido como un juez y creo que en la vida he conocido a nadie que fuera más juez que don César. Pero resulta que a Don César, que también fue siempre un señor muy mayor, le pilló la Guerra Civil estudiando ingeniería en Madrid y cuando la cosa ya se puso de bombazos a las puertas de la ciudad universitaria, tuvo que salir por piernas a su ciudad natal, donde pudo pasar la guerra mal que bien. Quería seguir estudiando, claro, pero la facultad de ingeniería no admitía alumnos que se examinaban por libre y sí lo hacía la de derecho, así que la opción para aquel joven César estaba clara: había que estudiar derecho en otra Universidad que no fuera la de Madrid, y que admitiera alumnos que estudiaban en sus casas y solo iban a examinarse. Y de esta manera, guerra mediante, el futuro ingeniero César se convirtió en  licenciado en derecho y posteriormente en un prestigioso juez, insisto porque le conocí y lo traté mucho: un señor que se levantaba siendo juez y se acostaba siendo juez. Quién se lo hubiera dicho en 1936! Su vida cambió y tomó otro rumbo que se mantuvo, más que dignamente hasta el final de sus días.

   Toda esta parrafada viene a cuento en estos días en los que chicos y grandes  hemos tenido que cambiar de planes. algo que a algunos, yo al frente, nos revienta en sobremanera. Ahora, llegados a este punto de confinamiento Urbi et Orbe, ya no quedan planes por hacer (que ese sí que es otro cambio) sino aceptar nuestra suerte, dar gracias por estar vivos y no contagiados,  y vivir día a día con la ventaja de tener Netflix, no tener que empuñar un fusil y poder asomarnos al balcón y no pasar los días y las noches en un refugio antiaéreo. Creo que la mejor labor que podemos hacer ahora los que somos padres es explicarles a nuestros retoños que esto es lo más parecido a una guerra que vamos a vivir (crucemos los dedos) y que nuestros padres y abuelos vivieron esas otras guerras que, a muchos de ellos les cambiaron los planes, y la vida misma. 

    De esas otras guerras yo me he pasado la vida escuchando relatos miles, que lejos de resultarme pesados me encantaban. Según cuenta la leyenda familiar, cuando era pequeña, mi padre me los grabó en un cassette, para no tener que contármelos cada noche... Quién la pillara ahora! Mi memoria está llena de muchas de esas historias de miseria, de desfiles, de familias rotas  y de planes cambiados que trajo la guerra de España. Años después, al conocer a los que fueron mis suegros, seguí almacenando en mi disco duro propio muchas anécdotas e historias de esa otra guerra europea que a ellos les dió una sonora bofetada en ambas mejillas, y que, concretamente mi suegra, vivió trabajando para la Resistencia cuando era una chiquilla de la edad de la mía, que está en casa con un morro que se lo pisa porque esta guerra contra el enemigo microscópico le ha fastidiado un año por delante lleno de planes, porque precisamente esta primavera es la última de su vida escolar. 

    Comprendo a mi criatura cercana con esa frustación que provocan los planes chafados y echo de menos a mi criatura lejana que se nos ha quedado varada a mil setecientos kilómetros de aquí. Ni una situación ni la otra entraba en nuestros planes y no sé muy bien cómo saldremos de esta. Comprendo porque soy una señora entrada en años y porque, dentro del fastidio de no tener planes y no poder volar, que me encanta, paso muchas horas al día leyendo y escribiendo, y ya solo por eso me siento afortunada. Pero comprendo también que ellos no lo entiendan, los de una generación donde las guerras y las miserias de occidente quedan a una distancia equivalente a la del Pleistoceno. 

    Este planeta va a salir transformado de esta guerra (porque es una guerra) y queda por ver si para mejor o para peor. Yo pongo mi granito de arena con estas reflexiones y con cierto optimismo enfermizo que heredé de mi padre. Los planes ya están cambiados y el virus va a seguir machacándonos durante una buena temporada, así que mas vale que nos hagamos a la idea de que no hay planes posibles...Solo vivir.

domingo, 22 de marzo de 2020

Ahora no es el momento (#ahoranoesmomento)

   Yo no he venido a hablar de política. Es más, en estas circusntancias, deberíamos hasta prohibírnoslo a nosotros mismos; por higiene personal y por respeto a la propia política, que en estos momentos es política de guerra, no de salones parlamentarios. Pero ya no puedo más de memes sobre las manifestaciones del 8M, de alegatos patrioteros unos defendiendo al Rey u otros pidiendo su cabeza, de imitadores baratos de Pedro Sánchez, de himnos de la legión y de convocatorias para aplausos y caceroladas que piden una cosa y su contraria en la misma franja horaria. 

   No soporto a Pedro Sánchez, que me parece un ser con un ego más elevado que el metro noventa que mide. Tampoco a Pablo Iglesias, que pensaba que gobernar era lo mismo que leer un libro y subrayarlo. De la niña Irene no diré más que creo que nadie debería ser ministro antes de los cuarenta, como pronto. El Doctor Simón me parece que tiene el mérito cada día de salir a dar la cara y contestar preguntas; que se haya equivocado no lo descarto, pero la medicina no es una ciencia exacta. Los dos mandatarios de Madrid son dos pelagatos a quienes su partido les ha regalado el gobierno de una ciudad desmedida, innecesariamente grande y, como estamos viendo, desprovista de lo necesario para una emergencia; pero ahí están, trabajando sin desmayo. El Rey me parece un buen chico, tan bueno como innecesario, a quien las jugarretas más feas se las hace su propia familia.  Si los pusiéramoss a todos en fila y los lleváramos en procesión a un hipotético cementerio donde descansaran Churchill, De Gaulle, Mandela, Gandhi y Martin Luther King, estos saldrían de sus tumbas en cinco minutos y se quedarían solos repartiendo collejas. Creo que ya les he dejado bastante claro que no les avalaría un crédito hipotecario a ninguno de ellos, no? Pero éstos son los mimbres con los que tenemos que tejer la cesta de esta crisis, no hay otros.

    Este es el gobierno que tenemos y no es fruto de un golpe de estado. Estos son los que tienen que tomar decisiones, ninguna fácil,  y equivocarse dos veces para acertar una, porque en sus manuales de hacerse mayores y hacer política no venía el capítulo "pandemia";  y porque creían que solo tendrían que lidiar con los mercados, la banca y alguna que otra huelga general, una vez eliminado el terrorismo vasco. Ahora les ha tocado bailar con la más fea y además llevarse todos los pisotones; ojo,  que no les estoy pidiendo compasión, ni yo misma la tengo, solo un poco de silencio mediático. Porque sea lo largo que sea el arresto domiciliario, los que están al mando son ellos, y ahí seguirán para lo que venga después del arresto, que tampoco va a ser fácil. Los que se juegan la vida son los sanitarios y demás srvicios públicos, los que tiene que actuar para que las vidas cuesten caras son ellos, porque ahora, en el fragor de esta batalla no nos vamos a poner a convocar elecciones, o eso es lo que quieren los de los memes sin descanso? Ya les pediremos que rindan cuentas y ya les castigaremos urna mediante; para lo cual, recuerdo al respetado público protestón, hay que ir a votar y no quedarse en el sillón mandando memes e himnos de la legión. 

   Tengo una cuenta en Twitter pero soy un desastre para crear tendencias, así que por una vez, voy a utilizarles a ustedes, queridos lectores, para ver si entre todos logramos crear una barrera de silencio en torno a estos gobernantes (inútiles o no) y dejarles que sean ellos, y sus asesores científicos quienes tomen las medidas oportunas; mientras nosotros cumplimos lo que se nos pide que, por el momento es algo tan sencillo como quedarse en casa. Me gustaría crear un Hashtag y viralizarlo lo suficiente como para que sirva para crear cierta serenidad que no tenemos y que nos hace falta, porque esto va  a ser largo, y aplicárselo a todos aquellos que via redes sociales insisten y persisten en encabronarnos (disculpen) a todos y ponernos de mal humor, haciendo de paso una campaña política que de nada sirve, porque la política no es un medicamento antiviral, ni crea vacunas. 

   Yo lo he llamado #ahoranoesmomento y llevo días practicándolo con poco éxito; se lo aplico, con su símbolo y todo al todo aquel que se sirve de las redes sociales para dar un mítin. Me ayudarían ustedes por favor? Prometo seguir contando cuentos y no volver a hablar de política.

viernes, 20 de marzo de 2020

Abuelo y nieta, diálogo. (Los cuentos de la Plaga, 1)

    El abuelo y la nieta están sentados frente a la chimenea una tarde de primeros de abril, jueves santo, quizás. El día ha sido bonito y soleado, pero a las cinco de la tarde, el fresco de ese abril apenas iniciado invita a recogerse frente a la lumbre. El abuelo intenta terminar el crucigrama del ABC, la nieta enreda con las tenazas de la chimenea, voltea las brasas, sopla con el fuelle y contempla a ese abuelo alto y encorbatado, enjuto y serio como un ciprés y comienza el interrogatorio. 

- Abuelo,  tú has ido a la guerra? 
- No, no he ido, pero ya he visto dos...Tres si contamos la Segunda Guerra Mundial, que aquí no llegó pero que de alguna manera la padecimos. 
- Y por qué no fuiste a la guerra?  Si tienes un montón de escopetas...
- Te lo creas o no, cuando empezó la guerra de España yo ya era muy viejo, lo suficiente para que no me mandaran al frente; y las escopetas que tengo son para cazar, nunca en mi vida he disparado a una persona, ni se me ocurre! A ver, río catalán de tres letras, esta te la sabes, que te la he dicho muchas veces.
- "Ter". Y dónde viste la otra guerra? 
- La primera mundial? No la vi, pero estuve en París justo después de que se acabara, y fue muy impresionante, la verdad. 
- Y qué hacías tú en París? si tú nunca vas a ningún lado!
- Estudiar francés, que me mandó mi padre. A ver, otra fácil: preposición, de una letra.
- "A". Pues dice la abuela que tú ibas a unos teatros donde había señoras desnudas cantando. 
- Eso te ha dicho tu abuela? Vaya por Dios! Pues fui a estudiar francés; pero también iba al teatro, vi a Joséphine Baker actuar, que era una señora de color que sacaba al escenario un leopardo vivo y todo.
- Pero iba desnuda? 
- más o menos. Otra fácil: mes del año en el que empieza la primavera, cinco letras.
-"marzo" Y no te dieron ganas de matar al leopardo? 
- pues no! A ver si te crees que porque me gusta cazar voy por ahí pegando tiros a todo lo que se mueve. 
- Y por qué no te quedaste en París? 
- Porque de repente mucha gente empezó a enfermarse, tenían fiebre, no podían respirar y se morían. Era algo que no había ocurrido hasta entonces, todo era muy extraño. Tuve miedo y me fui en el primer tren donde encontré sitio; recuerdo que incluso mi padre me riñó al volver a España tan precipitadamente porque tenía la pensión pagada para un mes.
- Era una epidemia de viruela? A mi no me puede dar porque estoy vacunada.
- No hija, era otra cosa que parecía un catarro, después daba mucha fiebre y luego se ponía todo el mundo malísimo. A ver, símbolo de la plata, dos letras y no me digas que no lo sabes, que nos ha salido ya muchas veces.
- "Ag". Y cómo se llamaba aquello? 
- la llamaron Gripe Española, pero no era verdad que fuese española. No encontraron vacuna como la de la viruela y murió mucha gente.  Venga, a ver si terminamos esto:  matrícula de Zamora, dos letras? 
- "Za". Nos falta mucho? prefiero que me cuentes más cosas de París y de la señora negra que cantaba desnuda. 

    El abuelo cierra el ABC a falta de dos líneas de crucigrama que terminará cuando la nieta preguntona se vaya a la cama. Cierra los ojos diez segundos y recuerda aquel París de los años veinte que tuvo la suerte de conocer, aquellos teatros llenos de gente coreando el nombre de Joséphine, desnuda de cintura para arriba, claro que sí. Recuerda la pensión donde vivía y el nombre de la Señora Dupont, su patrona; recuerda el olor de las panaderías, el sabor de los caracoles y los colores de los jardines y mira por la ventana el atardecer de ese campo extremeño cuajado de alcornoques diciéndose que tampoco está nada mal. Aquella gripe Española de 1918 le dejó con el sabor de París en la boca y desde entonces nunca más pudo volver. Ha  tenido que venir este demonio de criatura con sus preguntas a revolver los recuerdos...

- Chica, ya que tienes la tarde preguntona,  pregunta a tu abuela  qué tenemos hoy para cenar!
- Sopa de Ajo, abuelo. Y si viene otra gripe de esas tendremos una vacuna como la de la viruela?