domingo, 29 de enero de 2017

Año nuevo chino (La chica de ayer, 7)

    Como cada viernes, los dos llegan a casa rotos de trabajar después de toda una semana; él, bregando con un público poco agradecido; ella, con un oficio para el cual no se preparó y que le está costando dominar. Pero como cada viernes, se preparan para salir, casi siempre al cine, porque les gusta, y porque no quieren  convertirse en una pareja de viejos sentados con sus bandejas frente al televisor.  Esta noche de perros del mes de febrero hace frío y llueve, y no hay nada visible en el cine, pero hay que vencer la pereza y salir, a cenar, lo que sea. 
 - Dónde vamos? 
- A cualquiera, al chino de barrio, para no complicarnos. A ella le gusta mucho la comida china y jamás se cansa.
- Otra vez? 
- Está ahí cerca, y al fin y al cabo, dicen las críticas que es uno de los mejores de la ciudad.  

    Llegan al chino de su barrio, inusualmente lleno en una noche tan perra. Hay farolillos en la calle y se escucha ruido de fiesta y abundante público en el interior. 
- Atiza! se me olvidó:  hoy es el año nuevo de los chinos.
- Pues ya que estamos aquí nos quedamos.  Dice él entre bostezo y bostezo mientras la china recepcionista,  que ya les conoce,  intenta hacerse con una mesa para dos. 
- Quelán ustedes el menú especial del año nuevo? 
 - No, queremos rollitos de primavera, Dim Sum variados y pollo con citronela y arroz en abundancia. Lo de siempre, vamos. 

   Cuando el camarero se retira, les deja un boleto con un número para una rifa que se va a celebrar durante la noche. Un viaje a China y varios lotes accesorios
- Con un poco de suerte nos habremos ido, dice ella. 
- Con un poco más de suerte, hasta nos toca el viaje, piensa  él mientras contempla a su mujer engulliendo rollitos de primavera como si fueran pipas; y piensa también que son ya varios años de esperar una suerte que les esquiva una y otra vez. Varios años esperando simplemente, lo que otros arreglan por la vía rápida pero que ellos han decidido arreglar por una vía lenta, que requiere esa paciencia que de jóvenes es un bien tan escaso.

   Cuando la maestra china de ceremonias saca el tercer o cuarto número premiado, una vez conocido el agraciado dueño del boleto que se irá de viaje a Pekín, resulta que es el de ellos. Hay que salir a recoger el premio, y ninguno de los dos quiere, claro, bajo una luz coloreada y un redoble de trompetas chinas. 
- que suelte, señol! le ha tocado nuestla figurita del caballito de la suelte!
Así que el señor no tiene más remedio que salir a recoger, entre los aplausos de los asistentes, la figurita de un caballo rampante dorado y rojo con una inscripción en la base referente al Año del Ratón, que era el que empezaba en unas horas.
- Es horroroso! Dijo ella pensando ya en qué papelera colocarlo según volvían a casa. 

   Pero volviendo a casa, él no le deja tirarlo, "es el caballito de la suerte"...Quién sabe! Quién sabe si esa suerte que llevan varios años esperando va a aparecer de repente por mor de un caballito chino por muy horripilante que sea. Quién sabe si la superstición es la fe de los incrédulos, o de los desesperados, o de los que no tienen fe pero les gustaría tenerla. 

   Pocas semanas más tarde apareció la suerte que estaban esperando desde hace tanto tiempo. Una suerte con cabeza, tronco y extremidades; que les ha hecho pasar alguna noche en blanco, visitar las urgencias de los hospitales, frecuentar los teatros de marionetas y dejar de ir al cine durante una larga temporada. Una suerte que tiene dientes, come lo que no está escrito y actualmente gasta un 43 de pie. Una suerte que no tardando mucho se va a hacer adulto y se va a marchar a otros lugares y a vivir otra vida, donde quizás encuentre un hueco en sus estanterías  para un caballito chino de falso pan de oro. Por ahora está guardado a buen recaudo, a ver quién se atreve a tirarlo!

miércoles, 25 de enero de 2017

Las madres de la Pantoja

    La madre de Isabel Pantoja se llama Ana Martín, y nació en 1931 y su padre era un verdulero apodado "el lechuga", pero eso no lo saben más que la Wikipedia y algunos más que la consultamos;  porque para toda España, Doña Ana es "la madre de la Pantoja", que no es una madre cualquiera, sino la madre de todas las madres, aquella que simboliza el cariño, la compañía, la veneración por la niña de sus ojos y  la idea de que aunque la niña sea convicta y confesa, es una artista como no hay dos y no se merece lo mal que la ha tratado el pueblo y por ende, la justicia, que emana del pueblo, teoricamente. La madre de la Pantoja era esa señora que estaba siempre a su lado, a las duras, a las maduras, los días y las noches y las fiestas de guardar; en misa, en la calle, en el escenario, en el paritorio y en los mil bolos que se hizo la tonadillera por los pueblos y verbenas. La madre de la Pantoja era "la" madre y punto, y no creo equivocarme si digo que en pocos años (quizás cuando se muera) será una expresión recogida por los diccionarios de modismos y los extranjeros que aprenden español la estudiarán en sus textos, porque no hay nada tan genuinamente español, ni tan explícito de determinado tipo de madre como Doña Ana Martín, viuda de Pantoja. 

    Tampoco nos llevemos a engaño, cada españolito venido al mundo no dispone automáticamente de una madre de la Pantoja a su servicio. Yo no la tuve ni creo que ninguna de mis amigas contemporáneas la tuvieran. Como aún son mis amigas y muchas de ellas, mis lectoras, que me corrijan si me equivoco. Pero sí creo poder afirmar que entre esa caterva de cincuentonas que somos yo, mi circunstancia y unas pocas alegres comadres, abunda el ejemplo y el modelo de Doña Ana. No me lo explico ni creo estar capacitada para dar una explicación sociológica al fenómeno, que lo es: somos una tropa de madres menesterosas ocupadas en nuestros respectivos trabajos (que en muchos casos no son ninguna tontería) y además nos ocupamos de todas las cosas que hacía Doña Ana por su niña, siempre salvando las distancias de que no todas tenemos a una cantante en ciernes en casa (yo no hablaré muy alto en ese particular) y que nuestras criaturas han nacido en un nido dorado comparado con el barrio del Tardón de Sevilla en los años 50. 

    En este momento del año, periodo de exámenes en  varias geografías, las madres de la Pantoja, trabajan, hacen la compra, hacen fotocopias, recargan baterías de aparatos varios y verifican que los aparatos estén cargados, cocinan los platos preferidos de las criaturas, hacen zumos de naranja mañaneros para ahuyentar la gripe y sus espíritus, reparten vitaminas,  eximen de ordenar habitaciones, poner la mesa y vaciar el lavaplatos; invocan lo invocable para que los niños aprueben y aún dan cenas, compran billetes de avión, pasan por la tintorería y se preguntan a sí mismas que hicieron ellas para merecer ser la madre de la Pantoja sin tener a la Pantoja en casa. Algunas, tuvimos la suerte de que en el sorteo de maridos nos tocó una madre de la Pantoja, aunque sea con barba y patillas;  pero muchas otras,pobrecillas, llevan el cien por cien de la carga sobre sus hombros. 

    Creo que estamos asistiendo a una de esas grandes estafas que te hace la vida y que, por razones que se me escapan, nuestras madres, que nunca pensaron en emular a Doña Ana, no  padecieron. Y no sé si esta camada de niños, crecidos al amor y el cobijo de unas madres pantojiles van a ser los que saquen al mundo del marasmo en el que vive. Entono este Mea Culpa mientras respondo al grito de la madre de la Pantoja con un alto y claro "presente!". 

   Les dejo de premio de consolación una canción que a la Pantoja le escribió no su madre (que será probablemente lo único que no hizo por ella) sino su padre, que el hombre también tenía sus cosas, no crean...


lunes, 23 de enero de 2017

El décimo (La chica de ayer, 6)

    "Voy a buscar el décimo". Era la frase ritual del padre de familia cada jueves, o quizás cada martes. Cuando no se iba a por el décimo, se acababa de volver de recogerlo, y cuando no, se dejaba una nota en la entrada recordando que había que pasar a buscarlo; y así, semana tras semana, mes tras mes, un año después de otro. Jugar a la lotería era la única apuesta consentida en la España en blanco y negro y dos cadenas de televisión,  junto con la quiniela; pero a diferencia de  ésta, el décimo de lotería no requería hacer cábalas, ni entender de fútbol, ni pasar por un bar para rellenarla con los parroquianos. La loteria era juego autorizado, ingresos para el estado  y daba cierto caché pequeñoburgués a quien la compraba, por encima de la apuesta futbolera, bastante más proletaria.

    El décimo de aquella casa terminaba en siete, porque el padre de familia había decidido que era un número bíblico: las siete plagas de Egipto, los siete pecados capitales, el séptimo día del descanso semanal, o  aquella observación de Jesús a San Pedro: "no te digo Pedro que tengas que perdonar siete veces, sino hasta setenta veces siete"...El caso es que sería un número bíblico o no, pero, el siete no tocaba nunca! Si acaso una mísera pedrea cada dos años, que poco daba para amortizar las muchas pesetas invertidas en décimos que nunca resultaban agraciados. Y en esas disquisiciones pasaron muchos años de  aquella familia, capitaneada por un patriarca ludópata de la lotería que se había emperrado en  jugar cada semana aquel número maldito acabado en siete, que era como para empezar a pensar que no lo metían nunca en el bombo!

    Cuando murió el padre, una de las terribles dudas que asaltaron durante meses a la viuda e hijas era qué hacer con la suscripción de aquel décimo de lotería: "si acabamos con ella, fijo que toca", decía la madre, quizás pensando que prolongar el abono al décimo gafado era en cierto modo prolongar la presencia del difunto en casa. Nunca quedó claro quién dió el primer y valiente paso de terminar con la  relación no contractual con el lotero, de dar la orden de no comprarlo más; pero de alguna manera, aquello terminó y a día de hoy, el número de marras aun no ha gozado de ningún premio, que se sepa.

    Algunos años después, llegaron las múltiples y variadas apuestas, los casinos, el cupón de la ONCE y un sinfín de tentaciones que permitían soñar despiertos a muchos españoles deseosos de tapar agujeros o, simplemente, de pasar tres semanas en el Caribe en un hotel con palmeras. La Chica de Ayer soñó despierta como la que más, y participaba en los años de la Universidad en aquellas loterías primitivas que se rellenaba entre muchos, se pagaban entre esos muchos y cuando tocaban, se repartía muy poco. Como era un sorteo altamente aleatorio, la gente ponía combinaciones de números que les recordaban fechas, eventos varios o series de pares, nones o números primos. Cuando una de las semanas, uno de los colegas propuso como combinación la 7-17-27-47-77-87, la Chica de Ayer, respondió tajante: "el siete ni se os ocurra", y ante la cara de sorpresa de los demás añadió sin inmutarse: "no toca nunca". Ella lo sabía, a ciencia cierta.

jueves, 19 de enero de 2017

No, Donald, no sabes

    Escribo estas líneas un día antes de la investidura de Trump, porque como seguro que tiene alguna ocurrencia,  así me ahorro tener que comentarla. Y aquí sigo, fiel al "I love you, Hillary" que he pregonado a los cuatro vientos blogueros desde hace un año. Los americanos han perdido la oportunidad de demostrar al mundo que todos pueden ser presidentes (un actor, un negro, un hijo de papá) e incluso que cualquiera puede ser presidente, hasta un payaso de pelo teñido, promotor inmobiliario sin escrúpulos, falto de cualquier tipo de pensamiento fundamental ni ideología que no sea el dinero; machista, evasor de impuestos, pusilánime y mal orador. Lo dicho, CUALQUIERA puede ser presidente. Cualquiera que tenga unos cuantos millones en la cuenta, porque como dijo el boxeador aquel (creo que era Mike Tyson) "si tienes un millón de dólares, tienes un millón  de amigos". Este tiene varios millones de dólares y de golpe, cincuenta millones de personas que le han votado, que se dice bien. 

    No debería gastar ni una sola más de mis neuronas, ni una línea más de este blog en hablar de este mamarracho; pero hete aquí, que al individuo le van a dar mañana una maleta o maletín con un botón rojo que si se aprieta puede significar el final de la raza humana sobre la tierra. Los dinosaurios necesitaron millones de años de degeneración genética y el choque con un meteorita para extinguirse, tendría gracia que a nosotros nos bastase con unas elecciones democràticas en un solo país! Que me asusto en sobremanera? puede ser; pero no sé si recuerdan que este tío salió por la televisión una vez diciendo que la gente lo quería tanto que aunque se echara con una pistola a la calle y disparase contra los paseantes, aún así le votarían. Aqui tienen la prueba:



    Yo, como tantos otros que leemos la prensa digital, variada y en varios idiomas, que tenemos amigos corrientes y razonables que leen cosas razonables  y las comparten con nosotros en Facebook, no podía creer el 8 de noviembre lo que estaba ocurriendo. Lo que ocurra mañana, 20 de enero, me lo voy a tener que creer sin otro remedio, porque como decía aquella canción de Radio Futura: "el futuro ya está aquí", y para los próximos cuatro años pinta muy negro. Constato, de paso que los que presumimos estar muy informados padecemos a menudo de una grave desinformación. Hay que volver a leer el "Pronto", "El Caso" y ver Intereconomía para saber a ciencia cierta por donde va la opinión pública.

    Cabe la posibilidad de que este cateto importante se harte de jugar a ser presidente y comience a perder dinero a espuertas porque ya no puede controlar él mismo sus empresas y está rodeado de conflictos de intereses por todas partes;  y que entonces se invente cualquier cosa para largarse y deje el cargo. Sería una primicia en la historia, que después de la primicia de tenerle a él al mando del ejército más poderoso de la tierra, es casi un alivio.  El, que dice que sabe más del ISIS que los mismos generales y como bien le recordó Hillary: "No Donald, no sabes"



   Nos esperan cuatro años terribles, pero por el bien de mis amigos americanos, que tengo varios y son todos gente muy razonable, espero que buena parte de esos cincuenta millones de personas con el voto equivocado,  uno a uno vayan diciéndole, "No, Donald, no sabes".

domingo, 15 de enero de 2017

Herederos y herencias

    Todos somos herederos de algo o de alguien, y con  las mismas,  dejamos herencias que nos perduran. Es más, las herencias,  en según qué frases y afirmaciones se convierten hasta en manifiestos igualitarios; mi abuela, en su concepción católico-centrista de la vida, repetía sin cesar "todos somos hijos de Dios y herederos de su gloria", toma frase!

    A mi edad, se comienza a ser heredero más a menudo de lo que uno desea. Heredero de cosas, de títulos, de propiedades grandes o pequeñas (o cuarto y mitad de las mismas) y a lo peor hasta de las deudas del finado; porque el color de ojos, los gestos, las alergias y demás enfermedades, el buen o mal carácter, los tics y las manías ya llevamos unos cuantos años cargando con ellas. Hasta los que no hemos recurrido a la genética para perdurar en la faz de la tierra ya hemos dejado a nuestros hijos una buena carga de herencia, tanto material como de las otras.  Y la herencia es  muchas veces una pesada carga, y también un útil chivo expiatorio sobre quien arrojar culpas, autojustificaciones y decisiones erróneas. Cuando la herencia es material no sabemos donde colocarla; o quizás sí, si es que sentimos el peso de ser los custodios de la cómoda rococó de la bisabuela Pepita, que cuando la compró, probablemente lo último en lo que pensó fue en unos improbables bisnietos que harían lo que fuera para conservarla.  Me pregunto si el advenimiento de Ikea en el siglo XX llenará las casas de las generaciones venideras de estanterías Billy de las cuales nadie sabrá como deshacerse...

    De las herencias inmateriales me hubiera gustado que me tocara la belleza y glamour de ciertas antepasadas y no tanto la adustez castellana de muchos de ellos (aquí sin diferencia de género); creo que heredé el sentido práctico de uno de mis abuelos pero no la sangre de horchata del otro, que me hubiera venido muy bien, la verdad. He heredado un pelo que blanquea sin remedio desde hace veinte años y un eczema pertinaz; y por la parte material ya voy custodiando ciertos artilugios entre los que se encuentra, para que vean, una lavadora y la placa anunciadora de un antiguo teatro. Y desde ayer soy heredera de un lote de películas de Douglas Sirk, un grande entre los grandes del cine cuando éste era grande. No les dice nada? búsquenlo en Google, no voy a hacer yo todo el trabajo, caramba! Me las deja en prenda mi querido Alberto, que se va muy lejos, a un lugar donde las casas y el precio por metro cuadrado no permiten almacenar toda la época dorada de Hollywood en los armarios.

    De lo que estoy segura con esta herencia es de dos cosas: la primera, que en este trozo horrible de invierno que me queda por delante, voy a pasar muchas horas viendo "Imitación a la vida", "Obsesión", "Escrito sobre el viento" o "Sólo el cielo lo sabe";  y con un poco de suerte alguno de mis familiares me acompañará en ello y hasta crearé afición (espero). Lo segundo, que la marcha de Alberto allende los mares, donde el Atlántico termina y comienza el reino de Trump I, siendo como es una pena en el alma (porque no es broma lo que dice la maldita canción de que "algo se muere en el alma...) deja en mi poder  lo mejor de las muchas horas de charla cinematográfica que en estos años compartimos. "Imitación a la vida" es un gran melodrama, quizás el más grande de la historia del cine. Y decir adios a un amigo, y a la vez alegrarse  porque él se va  feliz y contento, es otro melodrama, éste último no cinematográfico,  precisamente. Aquí les dejo un aperitivo de la historia de la dulce Annie y la malvada Sarah Jane...A ver si les entran ganas de verla.



 

domingo, 8 de enero de 2017

Carolo (La chica de ayer, 5)

    Esta es la historia resumida de un tipo peculiar, de verbo fácil y pelo desordenado, sonrisa desdentada y aspecto desaliñado rayano muchas veces en lo maloliente. Un tipo que, al mismo tiempo, era locuaz, incluso brillante, todo un arquetipo del género humano que frecuentaba las aulas de las facultades de letras en los años convulsos de la Transición. Tenía igual facilidad para el habla que para el derrapaje intelectual,  y  era capaz de cautivar y hacerse vitorear por una masa estudiantil asamblearia que apenas se le acercaba en otras ocasiones más que para ofrecerle tabaco. Pedía autonomía universitaria, libertad de cátedra, de expresión, de consumo de estupefacientes o de lo que fuera con tal de que contuviera la palabra "libertad" en ello. Tanta libertad como se pedía por doquier en aquellos años, tanta libertad que  tantos años después nadie supo apreciar lo que costó conseguirla.

    Se hacía llamar Carolo (presumiblemente Carlos) y era vasco y enemigo del jabón. Poco más se sabía de él, aparte de su apellido,  y eso porque salía en las listas. No vivía con nadie, no hablaba de su familia (si es que la tenía) no tenía amigos cercanos y se especulaba con la posibilidad incluso de que fuera un indigente sin domicilio que por algún extraño motivo asistía a unas clases de historia en la Universidad. Lo único que nadie discutía era su terrible dilaléctica y su facilidad de palabra; y que si bien no había visto en los últimos diez años a un peluquero ni a un dentista, era indudable que había leído mucho. Iba siempre a clase pero jamás tomaba apuntes, se examinaba cuando quería y de lo que quería, y sólo  si esa mañana se acordaba de levantarse. Aprobaba las asignaturas por paquetes que sólo él decidía cuando y cómo estaba dispuesto a estudiar.

   Y fumaba Celtas cortos de gorra, y porros, muchos, que para sorpresa de todos no parecían menguar su capacidad intelectual ni su verbo brillante. Este era un particular que sorprendía a todos, y no menos a la Chica de Ayer, tan ordenada ella, tan meticulosa con sus apuntes, tan disciplinada con sus empeños y tan convencida siempre de que todo se conseguía con cierta dosis de fuerza de voluntad. Carolo era para ella un ser de otra galaxia; un eslabón perdido sin orígenes, sin familia, sin amigos y con unas neuronas hiperactivas a las que la marihuana no parecía afectar. Casi casi un superhombre si no fuera por su aspecto y por cierta vena de locura que ya despuntaba en él.

    Los años pasaron y los cursos se sucedieron sin que Carolo cambiara ni una sola de las trazas de su carácter, sin disminuir ni uno sólo de los muchos porros que se fumaba al día. La pregunta ya no era tanto cómo lo hacía sino quién se lo financiaba, visto que daba la impresión de andar solo por el mundo y no atracaba farmacias. Una tarde de otoño, desde la ventana de la biblioteca, la Chica de Ayer,  distraída, contempló  a un heroinómano en plena inyecciòn en la esquina de una iglesia cercana. Miraba sin querer mirar, porque siempre le horrorizaron las agujas y la sangre. Cuando el yonqui terminó la operación, levantó su rostro buscando el sol de media tarde: era Carolo. Una cosa era asumir que la heroína se llevaba por delante a muchos jóvenes en aquellos enloquecidos años 80, otra cosa muy distinta era ver a tu compañero de pupitre inyectándosela.

    Terminada la Universidad, y poco más  de dos años después, la Chica de Ayer, entonces becaria de una institución académica de relumbre,  paseaba por esa misma ciudad cuando un pobre colgado le pidió unas monedas a la puerta de un bar. Le dió incluso un par de billetes, el equivalente a unas cuatrocientas pesetas de las de entonces; ella, que tenía por principio no dar nada  a los mendigos, y menos aún si eran jóvenes, porque el producto de la mendicidad iba rápidamente destinado a comprar alguna porquería que fumar o inyectarse. Pero aquel no era un mendigo cualquiera, imposible no reconocerlo: igual de desaliñado y maloliente, algo más calvo y desdentado, las mismas frases lapidarias y las mismas citas de Marx salpicando el "dame algo" habitual de los pedigüeños. Era Carolo, y por supuesto, no la reconoció. La droga había conseguido doblegar un cerebro indómito como nada ni nadie lo había conseguido hasta entonces.

   Desde ese día, la Chica de Ayer se ha prometido no hacerse adicta a nada que no sea a la vida, al amor o a la amistad, la música, el cine o los libros. Dicho así suena cursi, qué le vamos a hacer. Hasta que la heroína se pasó de moda, dejo muchas avenidas repletas de cadáveres, o de muertos en vida, que tanto da.

miércoles, 4 de enero de 2017

Bienvenido, Año Nuevo

    Para no romper la tradición bloguera que he instaurado yo misma, escribo la primera entrada del año un 4 de enero, siguiendo el ejemplo de Isabel Allende (y salvando las distancias) que siempre empieza a escribir sus libros un 8 de enero, y si se le pasa la fecha, no los empieza. 

    Como todos ustedes, yo también estoy de resaca navideña, con el agravante de  que  he empezado a trabajar y en mi tierra de acogida no se celebran los Reyes Magos ni se come Roscón;  así que les llevo ventaja a unos cuantos de mis lectores en cuanto al bajón sentimental post-navideño y los buenos propósitos de temporada, entre los que se incluyen  adelgazar, ordenar los armarios  y aprender inglés. Yo, sólo me tengo que concentrar en el primero de ellos, por suerte.  No es que sea una necesidad acuciante, pero ayer me hice las rebajas por necesidad (ésta sí era acuciante, festejos familiares me obligan) y acabé comprándome una talla 46 de la que no creo ser merecedora. La amabilísima vendedora de tienda lujosa me aclaró que en realidad era una 42,  pero no sé...Me daba jabón para que me llevara el traje (seguro) o al diseñador se le ha ido la olla y miente con las tallas (probablemente) o en contra de mis principios he entrado en uno de esos palacios del consumo que fomentan la anorexia adolescente? debe haber de todo un poco, y en lo que la duda me corroe, a comer verduritas hervidas. 

    No les voy a contar que he sobrevivido a la Navidad, porque la he disfrutado cada minuto que pasaba. Con muchas y variadas emociones qe iban desde ver cómo sale el Gordo por la televisión de un bar de Facultad (y celebrarlo aunque no le haya tocado a nadie de los presentes) hasta pasar diez horas dándole conversación por turnos familiares a nuestra tía con demencia senil. Tanto he disfrutado de los langostinos congelados como de descorchar botellas de vinos varios, unos mejores que otros; de comprarme una cama el día de Nochebuena cuando todo el mundo compra regalos para el amigo invisible, como de celebrar que este año, el amigo invisible que me tocó acertó como pocos,  y me ha regalado unas super zapatillas para correr y pulverizar récords a la vez que permitirme bajar de esa talla 46 de pacotilla. He disfrutado de mi familia, suficientemente grande o pequeña (según se mire) como para que nos llevemos bien;  y de mis amigos, a quienes adoro y les pondría un piso a cada uno.
     Y con tanto disfrute se me han olvidado los sinsabores esos que nos ha dejado el 2016 y que lo han convertido oficialmente en un "anus horribilis", según Facebook y quienes lo suscriben. Pues la verdad, no me parece que el 2016 haya sido un año tan malo, aunque nos haya dejado en prenda varios atentados terroristas (algunos me han pasado muy cerca) y a Donald Trump a punto de coger las riendas del planeta y merendárselo junto a su amigo Putin. Y no será porque una es optimista enfermiza, que lo soy, pero creo el 2017 nos va a traer varias oportunidades de demostrar que los humanos aún merecemos la pena: se acabará el roaming telefónico en Europa, quedará demostrado en pocas semanas que Trump es un incompetente, subirán los tipos de interés, ningún partido tiene mayoría absoluta en el Congreso, se firmará por primera vez en la historia de la democracia una ley de educación consensuada y con ánimo de perdurar,  y puede que hasta se case Isabel Preysler, esta vez con un premio Nobel, que es lo que le falta en su currículum. 

    Y si con eso no tienen bastante aquí van otras perlas: saldrá la sentencia de Urdangarín y por fin veremos si la justicia es igual para todos, como proclama su regio cuñado;  estrenarán el capítulo VIII de Star Wars y veremos reaparecer a  la princesa Leia (que en paz descanse); los de Podemos se pelearán entre ellos y demostrarán que son un partido como cualquier otro, y el paro bajará dos décimas, que ya es mucho si no sube de nuevo. Quieren más cosas? Vamos, vamos, no sean codiciosos, en un mundo plagado de malas noticias y de gente que disfruta comunicándolas, no está nada mal que en un solo día seamos capaces de juntar media docena de las buenas, no les parece?  

    Yo espero mucho y bueno  del 2017, a pesar de que es un año impar y que el 17 es un número feo donde los haya;  pero como todo eso son supersticiones personales, me conformo con que sea un buen año para vivirlo en paz con mis seres queridos y otro tanto les deseo a todos ustedes, que a lo mejor tienen expectativas ms altas que las mías, no digo que no. Va a ser un buen año, seguro, y si no lo es, pueden matar al pregonero (esta que lo es) o por lo menos, de aquí a doce meses, discutírmelo. Feliz Año Nuevo para todos!