lunes, 23 de enero de 2017

El décimo (La chica de ayer, 6)

    "Voy a buscar el décimo". Era la frase ritual del padre de familia cada jueves, o quizás cada martes. Cuando no se iba a por el décimo, se acababa de volver de recogerlo, y cuando no, se dejaba una nota en la entrada recordando que había que pasar a buscarlo; y así, semana tras semana, mes tras mes, un año después de otro. Jugar a la lotería era la única apuesta consentida en la España en blanco y negro y dos cadenas de televisión,  junto con la quiniela; pero a diferencia de  ésta, el décimo de lotería no requería hacer cábalas, ni entender de fútbol, ni pasar por un bar para rellenarla con los parroquianos. La loteria era juego autorizado, ingresos para el estado  y daba cierto caché pequeñoburgués a quien la compraba, por encima de la apuesta futbolera, bastante más proletaria.

    El décimo de aquella casa terminaba en siete, porque el padre de familia había decidido que era un número bíblico: las siete plagas de Egipto, los siete pecados capitales, el séptimo día del descanso semanal, o  aquella observación de Jesús a San Pedro: "no te digo Pedro que tengas que perdonar siete veces, sino hasta setenta veces siete"...El caso es que sería un número bíblico o no, pero, el siete no tocaba nunca! Si acaso una mísera pedrea cada dos años, que poco daba para amortizar las muchas pesetas invertidas en décimos que nunca resultaban agraciados. Y en esas disquisiciones pasaron muchos años de  aquella familia, capitaneada por un patriarca ludópata de la lotería que se había emperrado en  jugar cada semana aquel número maldito acabado en siete, que era como para empezar a pensar que no lo metían nunca en el bombo!

    Cuando murió el padre, una de las terribles dudas que asaltaron durante meses a la viuda e hijas era qué hacer con la suscripción de aquel décimo de lotería: "si acabamos con ella, fijo que toca", decía la madre, quizás pensando que prolongar el abono al décimo gafado era en cierto modo prolongar la presencia del difunto en casa. Nunca quedó claro quién dió el primer y valiente paso de terminar con la  relación no contractual con el lotero, de dar la orden de no comprarlo más; pero de alguna manera, aquello terminó y a día de hoy, el número de marras aun no ha gozado de ningún premio, que se sepa.

    Algunos años después, llegaron las múltiples y variadas apuestas, los casinos, el cupón de la ONCE y un sinfín de tentaciones que permitían soñar despiertos a muchos españoles deseosos de tapar agujeros o, simplemente, de pasar tres semanas en el Caribe en un hotel con palmeras. La Chica de Ayer soñó despierta como la que más, y participaba en los años de la Universidad en aquellas loterías primitivas que se rellenaba entre muchos, se pagaban entre esos muchos y cuando tocaban, se repartía muy poco. Como era un sorteo altamente aleatorio, la gente ponía combinaciones de números que les recordaban fechas, eventos varios o series de pares, nones o números primos. Cuando una de las semanas, uno de los colegas propuso como combinación la 7-17-27-47-77-87, la Chica de Ayer, respondió tajante: "el siete ni se os ocurra", y ante la cara de sorpresa de los demás añadió sin inmutarse: "no toca nunca". Ella lo sabía, a ciencia cierta.

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