viernes, 28 de marzo de 2014

Y qué mujeres!

    Ayer me quedé hasta las tantas viendo un programa de televisión bastante pueril, aún sabiendo que hoy me tenía que levantar muy pronto y estar prontamente despejada por motivos profesionales. No sé si existe la confesión "on  line",  pero sirvan estas líneas: hice eso que le decimos a nuestros hijos que no deben hacer, verbigracia, robarle horas al sueño para pasarlas delante de una pantalla. 

    La culpa de mis bostezos de esta mañana la tuvo un programa de la TVE Internacional, que nunca veo justamente porque lo ponen a esas horas tardías, "Ochéntame otra vez" se llama. El episodio de ayer iba dedicado a la prensa del corazón de los años ochenta y a sus figuras de pro. Supondrán ustedes la ración que me di de Gunilla y sus secuaces, Marbella, Jaime de Mora, Kashoggi y compañía, francamente, más trasnochados todos que rezar las vísperas. Ahora bien, como todo ayuda para escribir un blog y todo sirve para darle vueltas al coco, esta mañana, mientras me encaminaba a mi trabajo bostezando como una marmota y diciéndome que lo volveré a hacer nunca más, reflexionaba yo sobre esas figuras que salían en las revistas de entonces y cuán diferentes son a las de ahora. 

    Para empezar diré que, en cuanto a protagonismo de las mujeres, hemos ido para atrás y me explico. Hace un rato he repasado la prensa rosa por Internet y me he encontrado todo un catálogo de jovenzuelos depilados y tatuados que van desde Justin Bieber,  a Cristiano Ronaldo, por el lado de la belleza, hasta Kiko Rivera (antes Paqurrín) y David Bustamante por el lado oscuro. Todos hombres. Según el programa de anoche, las revistas de los ochenta debían sacar en sus portadas a Lola Flores, Sara Montiel,  Norma Duval, Rocío Jurado o la Preysler para vender algo; todas mujeres y...qué mujeres! El equipo suplente estaba formado por la Pantoja, Bárbara Rey, María Jiménez, Lolita y Rosariyo, y Ana Obregón cuando aún nos tragábamos aquello de que la habían llamado de Hollywood. Insisto: no son mujeres florero, y entre  semejante conglomerado de estrógenos, apenas Julio Iglesias conseguía sólo de vez en cuando que le hicieran un poco de caso.

    No bastaba en los ochenta con haber ganado cualquier concursito de canto o haberle hecho un hijo  a un torero en una noche de juerga flamenca para ser portada de revista. Si se fijan ustedes en los currículos de las arriba nombradas, la carrera era mucho más larga y fructífera. Eran todas mujeres de rompe y rasga, que trabajaron como mulas para sacar adelante una panda de parientes chupones que desconocían la palabra "trabajo" y vivían revoloteando alrededor esperando sacar tajada. Y no me vale decir que la Preysler no trabaja: buscarse tres maridos ricos, operarse hasta el infinito sin que se note, y ser de actualidad durante cuarenta años de la historia de España sólo lo había conseguido hasta ahora Franco, y por medios bastante más crueles. Lo de la Preysler es todo un trabajo, por no hablar de ser la imagen de una marca de baldosas feas que se rompen con mirarlas y sacarles cada año una tajada de millones, una habilidad empresarial que ya quisieran muchos para sí.

    Eso, sin olvidar a las que pronunciaron frases para la historia, como aquel "si me queréis irse" de Lola Flores, equivalente a un "yes we can", como poco. 

 
O a las que fueron sujeto de los fondos reservados antes de que apareciera el GAL, o fueron primeras figuras del Folies Bergère (Norma, la única que ha podido cantar y bailar en el mismo escenario que Maurice Chevalier y Joséphine Baker) o volvieron locos de amor  a medio Hollywood, como Sarita. O las que publicaron un sólo disco (uno!) y vivieron de esas rentas, y de ser la primera mujer maltratada famosa



    No me malinterpreten, cualquier tiempo pasado no fue mejor, pero hay que reconocer, que ser una mujer de rompe y rasga estaba muy bien visto hace treinta años y era, hasta cierto punto una forma de lucha feminista. Y sé que me van a llover los palos por lo que estoy diciendo. Feliz fin de semana para todos. 

miércoles, 26 de marzo de 2014

El viaje a ninguna parte

    Adolfo Suarez salió un día de Cebreros, provincia de Avila; pasó por Salamanca para sacarse un título (Quod natura non dat, salmantica non praestat) gobernó en Segovia tras alistarse al Movimiento (sino, no hubiera gobernado nada) y acabó en Madrid presidiendo un gobierno. Se metió en un arca de Noé con 35 millones de inocentes ávidos de libertad, que poco más pedían que poder elegir libremente a los que les representaban en las alturas. El arca llegó a buen puerto porque el capitán era un astuto navegante; lástima, que la nave llevaba a bordo un  nido de avispas que él llamaba su partido, aunque todos sabíamos que no lo era, y que en ese avispero, los zánganos se comieron a las obreras y para terminar, a la abeja reina. 

    Adolfo dejó su barca varada en Madrid. El largo viaje, y algunos sinsabores familiares lo dejaron sonado y desde su casa, dejando que pasara el tiempo que no siempre todo lo cura, emprendió un nuevo viaje, esta vez a ninguna parte, como tantos y tantos hombres y mujeres de su quinta que fueron brillantes oradores, excelentes profesionales de lo suyo, mejores padres de familia y algunos, hasta personajes imprescindibles de nuestras vidas y sin embargo, no lo recuerdan. Yo, que vivo de mi memoria, que la he cultivado y ejercitado más que ningún otro músculo de mi cuerpo y que tantas satisfacciones me da, no quiero ni pensar que un día empiece a fallarme; casi que preferiría que se me cayera el pelo. 

    El Alzheimer, y todas sus primas hermanas llamadas demencias son el signo de nuestros tiempos. Vivimos tantos años más que lo que pudieron vivir nuestros abuelos, que quizás nuestras memorias no estén capacitadas para resistir todos esos años de propina. Mis coetáneos y yo misma vivimos rodeados de personas mayores que no reconocen la casa donde viven, los hijos que tuvieron, la ropa que llevan o el sillón donde se sientan. Han perdido la orientación y la palabra, mezclan los olores y los sabores, niegan todo lo que les ocurre y apartan de sí mismos la persona que han sido hasta entonces.  Todos estos viajeros a ninguna parte recorren penosamente los últimos tramos de sus vidas sin que los que les acompañan sepan realmente si el viaje es penoso, si el sufrimiento es grande o pequeño, o si de verdad existe ese sufrimiento en esa tercera dimensión en la que habitan. La ciencia tampoco lo sabe: aún quedan rincones ocultos de la vida humana que se nos resisten.

    Adolfo se paseó durante once años de su vida por una de esas galaxias remotas; años en los que quizás, si la memoria no le hubiera fallado, hubiera escrito un jugoso libro con sus recuerdos de un tiempo de nuestra historia donde todos nos sentimos especialmente vivos. No quiso hacerlo cuando se retiró, con sus frescos 49 años (que son los que yo tengo ahora) y después el tiempo se le echó encima. No diré nombres, pero de los que le han sucedido, dos de ellos se han apresurado a escribir sus memorias de gobierno habiendo hecho mucho menos y metido la pata mucho más. Adolfo se quedó sin memoria como antes se había quedado sin amigos, viajó a ninguna parte durante once años como antes había viajado peligrosamente hacia la democracia durante otros cinco. Si quieren entender al personaje, léanse las memorias de Carrillo, que además fue su amigo cuando lo fácil hubiera sido lo contrario. Y si quieren entender por qué tuvo enemigos, léanse un excelente libro publicado además, por un buen amigo mío, Jonathan  Hopkin: "El partido de la transición. Ascenso y caída de la UCD" (Madrid 2000). Se ve que los españoles siempre necesitamos que un inglés nos explique nuestra historia.

    Y para terminar, si quieren reirse, o llorar (valen las dos cosas) les dejo este vídeo filmado en Granada a la hora del botellón, me lo ha pasado mi vecina esta mañana. Para que vean que la memoria hay que cultivarla, quererla y propagarla; la propia y la ajena. Buenas noches


sábado, 22 de marzo de 2014

Julio del 76

    Era un día de julio de 1976. Hacía calor y yo estaba en un campamento, como cada mes de julio de aquellos años, cuando en invierno hacía mucho frío y en verano mucho calor, y no este lío climatológico que hay ahora. Y yo estaba pasando dos semanas de julio en un campamento, que en aquel entones creo que era el sumum de la libertad a la que podía aspirar una niña de once años. Yo era capaz de prescindir de cualquier cosa antes que  perderme cada verano mi campamento! Poder pasar los días y las noches en plena naturaleza, tocar la guitarra y comer pan con chocolate con tus amigos, no lavarte la cara en tres días y no cambiarte de pantalones en una semana, creo que nunca más me he sentido tan libre y aún más, tan felizmente libre como en aquellos campamentos de mi infancia y temprana adolescencia. 

    Y llegaban cartas a los campamentos. Ahora nos parece que recibir cartas es como recibir una herencia, pero en 1976 a los que estábamos en un campamento nos llegaban cartas. Y a mí en julio de 1976 me llegó una carta de mi abuelo que, lo recuerdo como si fuera hoy, llevaba grapado en su interior un billete de cien pesetas. Mi abuelo estaba convencido que en los campamentos se pasaba hambre y me mandaba cien pesetas "para que te compres algo de comer" . El era consciente de mi buen diente y pensaba que quince días trotando por el monte me abrirían el apetito aún más. De paso, como era un hombre informado y me trataba como a una adulta y no como lo que era (una niña de once años) en la carta del billete grapado me mandaba la última noticia de la semana:  España tenía un nuevo presidente del gobierno, un tal Adolfo Suarez que nadie se esperaba y que él con su deje extremeño calificaba de "muchachino". Mi abuelo había nacido en 1896 y como siempre fue viejo y mayor que todo el mundo, todos los demás éramos "muchachinos" y "muchachinas". Y a tenor de lo que me escribía, el muchachino Suarez no le inspiraba demasiada confianza. 

    Aquel joven apuesto y desconocido del gran público se puso al mando de 35 millones de almas cándidas y soñadoras, que es lo que éramos los españolitos de entonces. Hizo lo que hizo, para qué me voy a poner yo a esta hora a repetirlo, que ya estarán ustedes saturados, y después acabó retirándose y olvidándolo todo; que no olvidado de todos. Yo recuerdo como si fuera ayer aquella carta, con aquellas cien pesetas dentro y con aquella noticia que mi abuelo juzgaba regular y que sin embargo era casi casi la llegada del Mesías. 

    Mi abuelo hace ya mucho que se fue, Suarez parece que está en ello, los treinta cinco millones de almas cándidas ahora somos 42 y rebrincadas. Y yo, que era una niña de once años que vivía feliz en pantalones cortos y zapatillas Wambas (se acuerdan de aquellas de lona azul con la suela de goma ?) en un campamento de verano ahora voy, sin prisa pero sin pausa, camino de hacerme una señora mayor. Aquello sucedía cuando España aprendía qué era la democracia de la mano de un señor que fumaba como un cosaco y sólo comía tortillas francesas. Cuando le digamos adios a Suarez, le habremos dicho, definitivamente, adios a la inocencia. Feliz domingo para todos. 

jueves, 20 de marzo de 2014

Países y países

    Ya saben ustedes que a mí me encantan las listas de cosas y las estadísticas, incluso cuando son falsas y empleadas con demagogia; aunque yo procuro, cuando las uso, no caer en ello. Hoy les voy a propinar unas cuantas.

    El mundo cuenta a día de hoy con 194 países oficiales. Si los repartimos por continentes, tiene gracia ver que la pequeña Europa tiene 50 países y América, con toda sus extensión, sólo 35. De ahí vienen nuestras apreturas. Y los geógrafos está de acuerdo en que hay siete países "Euroasiáticos", que no pertenecen ni a Asia ni a Europa o pertenecen a los dos, y les dejo la lista para que saquen ustedes sus propias conclusiones: Rusia, Turquía, Kazajistán, Azerbaiyán, Georgia, Chipre y Armenia. Ya ven ustedes, lo mejor de cada casa y los que en los ultimos años de nuestra historia nos han levantado más de una vez un dolor de cabeza. Será quizás por aquello de no saber responder a la pregunta de "y tú de quién eres?"

    En ese elenco de 194 países oficiales, hay tres que tienen el dudoso honor de ser los más pobres del lugar: la República Democrática del Congo, Liberia y Zimbawe; y otros tres los más ricos: Quatar, Luxemburgo y Lichtenstein, atendiendo al PIB y no a sus cifras absolutas. Ya ven ustedes,  Africa sigue a la cola del pelotón y el secreto bancario sigue dando pingües beneficios.

  Si nos metemos con los derechos humanos, aún hay 23 países donde se practica la pena de muerte, y en éstos, hay tres que se llevan los laureles del número de ejecuciones: Arabia Saudita, China y Estados Unidos; queda claro  que la civilización y el progreso no siempre son símbolo del respeto por la vida humana. De los 194 que nos ocupan, hay 37 que cuentan con una dictadura al frente, siendo Cuba, gobernada por un tirano desde 1959 la decana de todos ellos; otro dudoso honor.

    Países los hay para todos los gustos y colores. Algunos son simplemente lejanos, como Australia; otros míticos, como el Tibet; otros simpáticos, como Italia o Brasil (o nosotros antes de que la crisis nos pusiera a todos de mal humor) y otros llenos de chinos, como la China, que a pesar de exportar a sus habitantes todo lo que puede y a pesar de prohibir tener más de un hijo, cuenta con mil trescientos millones de almas que alimentar y vestir. Hay países que ni sabemos que existen, como las islas Tuvalu y países que presumen de felices, aunque todos sabemos por sus novelas que no lo son tanto, como Suecia o Dinamarca. Hay países que nos producen tristeza con sólo nombrarlos, como Afganistán, y otros, repelús, como el Vaticano. Y hay algunas que nos producen risotadas, como Andorra o Mónaco.

    Y hay países macarras, como lo oyen. Si seguimos la definición de macarra en el diccionario de la Real Academia, encontramos: "dícho de una persona agresiva y achulada". Aplicado a un país, se me ocurre que Rusia cumple ampliamente ambos requisitos, con su chulo mayor al frente, ese que se hace fotos con el torso desnudo mientras despelleja osos en Siberia. El macarra era aquel que en patio del colegio dictaba su ley sin atender a razones basándose en su fuerza, su tamaño y la creencia de que nadie iba a toserle, por unas razones o por otras. La Rusia macarra de hoy en día se comporta igual, o no? Grande lo es un rato largo (diecisiete millones de kilómetros cuadrados, el país más extenso del planeta) con ciertos problemas de identidad (es Asia? es Europa?) y con unas reservas de gas y petroleo que le permiten ser el más chulo de este patio de colegio que es el mundo. Y con 142 millones de habitantes que muy rara vez le tosen al macarra jefe  y que están encantadados de acudir al grito de la patria...eso de la patria tan peligroso que, como decía Fernando Savater en "Contra las patrias" es sólo "la justificación alucinatoria de una sociedad bélica y militarizada, que usa la guerra como una venganza de los viejos contra los jóvenes"...Qué miedo me dan. 


lunes, 17 de marzo de 2014

Correr, soñar, hablar, comer...

    Hace un par de años leí un libro muy malo que se titulaba "Eat, Pray and Love"; "Comer, rezar, beber" en la versión española. Me lo prestó mi amiga Elvira,  de cuyos gustos literarios me fío, advirtiéndome que era malo malísimo y yo, testaruda de mí, me lo leí para corroborarlo. Después hicieron una película con Julia Roberts y Javier Bardem haciendo de brasileño lígón, que vi hace poco en la tele y que era aún peor que el libro, que ya hay que proponérselo! Les cuento todo ésto para justificar el título de mi entrada de hoy, que copia un poco el título del libro de marras, que era lo mejor que tenía junto con una frase de la protagonista donde dice que "tener hijos es como hacerse un tatuaje en la cara: en ambos casos hay que tenerlo muy claro antes de hacerlo". Fin de la cita.

    En el título de la novela se pretendía condensar el giro copernicano que la protagonista quería darle a su vida en un momento dado. Yo, que soy menos pretenciosa, sólo quiero explicarles lo que da de sí un fin de semana, éste pasado, el último del invierno oficial. Vayamos por partes. Correr: porque ya toca; con los primeros magnolios en flor llega el momento de calzarse las zapatillas, machacarse las articulaciones e intentar reducir un par de centímetros de cintura; y de paso oxigenar el cerebro y pensar en nuevas cosas sobre las que escribir, que es en lo que pienso yo muchas veces cuando voy trotando por los parques. 

    Soñar: porque cuando se hace ejercicio físico, se duerme mejor; y yo, cuando duermo mejor, curiosamente, recuerdo lo que he soñado;  cuando duermo mal, no. Este fin de semana, concretamente, he soñado que me iba de viaje de negocios a Alaska. El tema demuestra que los sueños son surrealistas y que yo no les saco partido porque no me llamo Dalí. En mi vida he tenido un negocio, me horripila viajar a sitios donde hace frío y dentro de nada tampoco cogeré según qué vuelos muy confiada, teniendo en cuenta que aviones cargados de pasajeros desaparecen de la faz de la tierra sin necesidad de sobrevolar el Triángulo de las Bermudas.

    Hablar: porque es algo a lo que yo me dedico sin que me tengan que pinchar mucho, pero además este fin de semana con saña, pues estaba de paso por nuestra ciudad de residencia (que otrora fue también la suya) una muy querida amiga a quien hace diez años que no veía. Y si ya con mi vecina a la que veo todos los días soy capaz de pegar la hebra durante horas, no les cuento lo que es recuperar diez años de conversaciones, a pesar de que existan Facebook y Skype. Aún no se ha inventado nada mejor que el cara a cara y en directo, se siente. 

    Comer: porque hablar y hablar es algo que se hace frecuentemente en torno a una mesa. Y ya puestos, hasta he hecho un arroz con calamares y gambas (no me atrevo a llamarlo Paella) en una nueva paellera (ya sé que se dice "paella" en realidad) que tuve que comprar porque la anterior la quemé. Como bien saben ustedes yo no tengo Thermomix, y ni siquiera me queda muy claro si la Thermomix hace Paellas. 

    Y si tengo que añadir infinitivos al título aún tengo otro: oir (buena música, como la del pianista chino Lang Lang tocando a Ravel en una sala de conciertos). Y si hubiera tenido un poco más de tiempo habría añadido inflar (las bicicletas, que ya se pueden usar); pasear, ver (el capítulo de "Downton Abbey que me queda para acabar la cuarta temporada); clasificar (las fotos de mi iPad) y escribir (este blog que se quedó pendiente para el lunes). Pero los fines de semana sólo tienen dos días y para cuando tengan más, a ver si a mí me quedan ganas para tantos infinitivos!

    Les dejo con Lang Lang, pues aún estoy bajo su hechizo; y a pasar (otro infinitivo) la semana lo mejor que ustedes puedan.


jueves, 13 de marzo de 2014

Obiatuario electrónico

    La prensa informaba a nuestros padres y abuelos de los muertos del día y, sobre todo estos últimos, a medida que iban acumulando años, abrían el periódico por la página de las esquelas, costumbre macabra que, sin embargo, a estos viejos octogenarios les producía el inmenso placer de ver cómo sobrevivian a muchos de sus coetáneos.A mí la sola imagen de las esquelas ya me produce escalofríos, los mismos que me producen los coches funerarios cuando me los cruzo por la calle, los cementerios y las coronas de flores; la muerte no es para mí un tema de conversación ni de entretenimiento, no puedo con ella. Quizás por eso me gustan tanto las viejas películas de Woody Allen, donde veo a personajes que padecen los mismos miedos que yo.

    Sólo hay un asunto mortuorio que soporto y son los obituarios, que si están bien escritos son una bonita manera de recordar al fallecido, del que sólo recordamos lo bueno para la posteridad. Claro que, a ver quién es el guapo que es capaz en un obituario de detenerse en el grado de mezquindad y de mala sangre al que podemos llegar muchos seres humanos! Tampoco está mal que haya situaciones en la vida donde sólo sea posible quedarse con lo bueno.

    Dentro de los usos de Internet y del protagonismo que la red ha adquirido en las relaciones humanas, creo sinceramente que escribir sobre los muertos en las redes sociales no es lo peor que se puede hacer. La pantalla de cualquier cacharro que para mí es transparente y peligrosa, le parece al público un cristal antibalas, detrás del cual se sienten lo suficientemente a resguardo como para darle rienda suelta al sentimiento,  al que acompañan  en muchos casos con  imágenes tremebundas y citas del Dalai Lama pero también en muchos casos con  bonitas y sinceras palabras. Si son ustedes usuarios de Facebook habrán podido ver muchos ejemplos de lo que les cuento gracias a la muerte de Paco de Lucía, que parecía tío, primo y cuñado de media España, a tenor de todo los que los internautas publicaban sobre él. O cuando murió Luis Aragonés, y eso que era un señor con bastantes malas pulgas...

    Yo me he fijado en este particular porque hace unos días ha muerto una compañera de trabajo, alguien extremamente amable y excelente profesional de lo suyo. Y cuando digo "excelente", no lo digo gratuitamente, porque era alguien que sobresalía en lo que hacía, no era simplemente buena sino, insisto, excelente, cosa que identifico facilmente porque yo no lo soy. La administración para la que trabajo da la posibilidad a sus trabajadores de incluir un comentario en el Intranet propio junto al aviso de defunción, y de esta manera yo he aprendido en menos de diez días mucho más de esta persona que en los veinte años que llevaba cruzándome con ella por los pasillos de nuestras oficinas o los andenes del metro. Gracias a la pena (sincera, creo) expresada por escrito de quienes sí la conocían a fondo he podido corroborar muchas de las cualidades que ya suponía : rectitud, gentileza, profesionalismo, autoexigencia, ansia de aprender, compañerismo; todo bueno, ya ven. Y como escribir un obituario electrónico no es obligatorio, ni da puntos para un ascenso, saco como conclusión que quien lo hace, es porque quiere y le sale del corazón.

    Tiene miga la cosa: te pasas veinte años trabajando con alguien a quien sólo empiezas a conocer de verdad el día que se muere; porque aunque sospechas que es una persona de ley, resulta que sus muchas cualidades y circunstancias vitales salen a la luz gracias a que otras personas se sientan ante un teclado a contarlas. Y si no existiera esta posibilidad, o si no fuera electrónico el obituario, entonces, qué?  Aprenderemos algún día a decirnos las cosas buenas de frente y en vida, o tendremos todos que esperar a morirnos para que nuestros herederos escuchen algún elogio sobre nosotros? Ven ahora por qué no me gusta hablar de la muerte?

      Ave Bruna, arrivederci, stammi bene. Los que van a vivir guardando tu ausencia,  te saludan

lunes, 10 de marzo de 2014

La voz

    A mis chicos les gusta "La Voz", programa que siguen en varias versiones de varias cadenas europeas y que les sirve para practicar idiomas además de pasar el rato. Hace un par de semanas, viendo la versión británica,  mi hijo me preguntó quién era ese señor mayor (ya estamos)  tan gracioso que se sentaba al lado de Will i.am. Resultó ser Tom Jones, que entre pinta y pinta de cerveza se ha reciclado como entrenador de jóvenes promesas cantantes. El supuesto famoso Will es un gran desconocido para mí, lo admito.

    Estos concursos para cantantes incipientes existen desde que existe la radio, y a riesgo de parecer el abuelo Cebolleta, les recuerdo que Joselito, Marisol y Camarón de la Isla salieron de ellos. Lo de ahora es la misma idea pero con una puesta en escena más espectacular y más medios, y digo que es lo mismo porque los presentadores son horribles y salen las madres de los aspirantes  sufriendo entre bastidores, como sufría, por ejemplo, Doña Ana, cuando su niña Isabel Pantoja iba de emisora en emisora buscando una oportunidad. Lo de los presentadores es cierto, y les aseguro que Joaquín Prat o Lauren Postigo adquieren al lado de muchos de ellos (especialmente los de la versión italiana) la envergadura de Iñaki Gabilondo, como poco. 

    Por lo demás, nada nuevo bajo el sol: chavales y no tan chavales con buena voz y cierto oído musical que piensan que cantar es muy fácil y lo puede hacer cualquiera. De cien que se presentan hay uno o dos que han estudiado música y se les nota a la legua. Y de doscientos que concursan, quizás haya uno o una que salga adelante y pueda pasar a la posteridad, que de todos modos, gracias a iTunes, Spotify y demás compañeros mártires, se ha convertido en una posteridad efímera. Ahora se llama "La Voz" y antes se llamó "Operación Triunfo" y ya ven , se acuerda alguien de Chenoa? Y de los que vinieron después de Chenoa?

    Porque cantar, queridos lectores, no sólo no es fácil sino que es dificilísimo, y sé de lo que hablo. Una cosa es cantar bajo la ducha, hacer karaoke una noche de juerga o ser especialista en la versión polifónica  de  "El vino que tiene Asunción" y otra cosa es subirse a un escenario, acomodarse a unos músicos, no desafinar y salir airoso del trance. Desde el pasado fin de semana, sin entrar a explicar las razones que son privadas, he decidido ser más respetuosa que todo aquel que se gane la vida cantando. Y en ese "todo aquel", he decidido que entran desde Juan Diego Flórez o María Callas hasta David Bisbal, pasando por Maria Dolores Pradera, Ricky Martín o Estrella Morente, e incluso llegando hasta los pobrecillos que se presentan a "La Voz" casi todos haciendo versiones lamentables de alguna canción de Adèle. Cantar es un oficio complicado y duro, no siempre bien valorado ("cantamañanas" "que te cante tu madre", "te cantan los pies") y muchas veces injustamente vilipendiado.

    Porque además, ya lo dijo Horacio Guarany, y lo cantó al alimón con la gran Mercedes Sosa: qué pasará si se calla el cantor? 



    Claro que, a veces, escuchando ciertas versiones, era casi deseable que el cantor se hubiera callado...



    Pero la que se va a callar soy yo, porque ya empiezo de nuevo a meterme con los cantantes y me prometí a mí misma desde el sábado que no lo haría nunca más!

martes, 4 de marzo de 2014

La viejita

La historia se desarrolla en un avión. La madre, cuarentona avanzada está leyendo Paris Match donde hay una entrevista de Meryl Streep, ilustrada con una espléndidas fotografías de la actriz, espléndida igualmente, en una  playa de los Hamptons, hechas por Annie  Leibowitz. La niña, sentada al lado pregunta: "quién es esa viejita?". La madre responde "una actriz muy famosa"...y se queda el resto del vuelo hecha un trapillo porque aunque Maryl Streep es unos años mayor que la madre de la criatura, está muy bien conservada, luce fantástica en las fotos y apenas tiene arrugas y, aparentemente, tampoco está retocada...la madre era yo, y la hija, pues ya se lo suponen ustedes.

   Que para que les cuento esto? pues a modo de catarsis colectiva, si es que sirve de algo. Ha llegado ese terrible momento en el cual los hijos comienzan a vernos como personas mayores (porque no osan directamente decir "viejas") a pesar de lo mucho que nos esforzamos algunos por que no sea así. Y me temo que este terrible momento, que tenía que llegar, es el preludio de una lista de terribles momentos que jalonan nuestras vidas, de los cuales yo ya he pasado por algunos, el primero de ellos, cuando las canas, gracias a la genética familiar, comenzaron a ser tan evidentes que el tinte se hizo inevitable, y de eso ya hace casi veinte años. El siguiente momento terrible? cuando me di cuenta que a pesar de mi agradecido metabolismo y de que me gusta hacer deporte, mi voraz apetito hacía que los kilos frecuentemente se sumaran en vez de sustraerse. Conclusión: los terribles momentos llegan, aunque nosotros miremos para otro lado pensando que nunca nos tocará.

    En mi caso, y antes de que llegara el golpe bajo de la "viejita", llegaron por Navidad las gafas progresivas, que es una bonita manera de llamar a esas gafas que no te quitas ya ni para dormir porque con ellas puestas descubres todo lo que te estabas perdiendo hasta entonces por culpa de no ver dos sobre un burro. Y estoy esperando en breve el terrible momento en el que comience a pagar cuatro abonos de teléfono para las cuatro personas humanas que convivimos bajo mi techo; el terrible momento en el que las llaves de mi casa se paseen dentro de las mochilas adolescentes con, al menos el cincuenta por ciento de  probabilidad de perderse, y el terrible momento en el que en cada habitación de mi hogar suene una música diferente.

    Espero con temor el terrible momento en el que al agacharme a coger un par de calcetines del suelo me quede clavada de un golpe de lumbago; ese otro aciago día en el que me harán descuento en los cines y en los transportes públicos sin que por ello pueda pensar en jubilarme; y ese otro en el que ya no pueda cerrar por dentro  la puerta de mi casa por las noches porque mis hijos andan por ahí de vida noctámbula. Si existiera un cursillo, o al menos un libro de autoayuda para hacerle frente a los terribles momentos de la vida, les aseguro que lo seguiría. Es muy duro prepararse para cosas que uno sabe que van a pasar sí o sí, sin la más mínima esperanza de que el curso de los acontecimientos se desvíe de su ruta.

    Y la pasada semana se murió Paco de Lucía, que ha sido uno de mis ídolos musicales, y a quien pude ver actuar hace tres o cuatro inviernos, cuando los años ya empezaban a pasarle factura; y que probablemente a mis hijos les pareciera algo más que un viejito, seguramente lo llamarían  "viejo" con todas sus letras. Por Facebook y por todos los sitios posibles corría su foto, con esa frente de calvo melenudo tan particular, el pitillo en la boca y una frase que sin ser suya, parece que era su lema: "que la muerte te pille viviendo". A él así le pilló, a mí espero que me pille de la misma manera, con muchos momentos terribles superados a mis espaldas. Y lo siento por mi hija, pero Meryl Streep no es una viejita, es eterna...como Julie Andrews o Ana Blanco, la presentadora del Telediario, por ponerles dos ejemplos dispares.