jueves, 13 de marzo de 2014

Obiatuario electrónico

    La prensa informaba a nuestros padres y abuelos de los muertos del día y, sobre todo estos últimos, a medida que iban acumulando años, abrían el periódico por la página de las esquelas, costumbre macabra que, sin embargo, a estos viejos octogenarios les producía el inmenso placer de ver cómo sobrevivian a muchos de sus coetáneos.A mí la sola imagen de las esquelas ya me produce escalofríos, los mismos que me producen los coches funerarios cuando me los cruzo por la calle, los cementerios y las coronas de flores; la muerte no es para mí un tema de conversación ni de entretenimiento, no puedo con ella. Quizás por eso me gustan tanto las viejas películas de Woody Allen, donde veo a personajes que padecen los mismos miedos que yo.

    Sólo hay un asunto mortuorio que soporto y son los obituarios, que si están bien escritos son una bonita manera de recordar al fallecido, del que sólo recordamos lo bueno para la posteridad. Claro que, a ver quién es el guapo que es capaz en un obituario de detenerse en el grado de mezquindad y de mala sangre al que podemos llegar muchos seres humanos! Tampoco está mal que haya situaciones en la vida donde sólo sea posible quedarse con lo bueno.

    Dentro de los usos de Internet y del protagonismo que la red ha adquirido en las relaciones humanas, creo sinceramente que escribir sobre los muertos en las redes sociales no es lo peor que se puede hacer. La pantalla de cualquier cacharro que para mí es transparente y peligrosa, le parece al público un cristal antibalas, detrás del cual se sienten lo suficientemente a resguardo como para darle rienda suelta al sentimiento,  al que acompañan  en muchos casos con  imágenes tremebundas y citas del Dalai Lama pero también en muchos casos con  bonitas y sinceras palabras. Si son ustedes usuarios de Facebook habrán podido ver muchos ejemplos de lo que les cuento gracias a la muerte de Paco de Lucía, que parecía tío, primo y cuñado de media España, a tenor de todo los que los internautas publicaban sobre él. O cuando murió Luis Aragonés, y eso que era un señor con bastantes malas pulgas...

    Yo me he fijado en este particular porque hace unos días ha muerto una compañera de trabajo, alguien extremamente amable y excelente profesional de lo suyo. Y cuando digo "excelente", no lo digo gratuitamente, porque era alguien que sobresalía en lo que hacía, no era simplemente buena sino, insisto, excelente, cosa que identifico facilmente porque yo no lo soy. La administración para la que trabajo da la posibilidad a sus trabajadores de incluir un comentario en el Intranet propio junto al aviso de defunción, y de esta manera yo he aprendido en menos de diez días mucho más de esta persona que en los veinte años que llevaba cruzándome con ella por los pasillos de nuestras oficinas o los andenes del metro. Gracias a la pena (sincera, creo) expresada por escrito de quienes sí la conocían a fondo he podido corroborar muchas de las cualidades que ya suponía : rectitud, gentileza, profesionalismo, autoexigencia, ansia de aprender, compañerismo; todo bueno, ya ven. Y como escribir un obituario electrónico no es obligatorio, ni da puntos para un ascenso, saco como conclusión que quien lo hace, es porque quiere y le sale del corazón.

    Tiene miga la cosa: te pasas veinte años trabajando con alguien a quien sólo empiezas a conocer de verdad el día que se muere; porque aunque sospechas que es una persona de ley, resulta que sus muchas cualidades y circunstancias vitales salen a la luz gracias a que otras personas se sientan ante un teclado a contarlas. Y si no existiera esta posibilidad, o si no fuera electrónico el obituario, entonces, qué?  Aprenderemos algún día a decirnos las cosas buenas de frente y en vida, o tendremos todos que esperar a morirnos para que nuestros herederos escuchen algún elogio sobre nosotros? Ven ahora por qué no me gusta hablar de la muerte?

      Ave Bruna, arrivederci, stammi bene. Los que van a vivir guardando tu ausencia,  te saludan

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