jueves, 21 de febrero de 2019

A las urnas rogando

    En los próximos meses me voy a tener que ocupar de hacer una serie de papeles (aparte de los muchos que hago habitualmente) gracias a las elecciones y a sus dos convocatorias separadas. Porque aunque ya lo he dicho, e incluso denunciado en este blog, que es tan viejo que ya hasta tiene hemeroteca abundante,  electoralmente, soy una ciudadana  de segunda categoría. Echen un vistazo a mi entrada del 22 de junio del 2016 ("Con voz pero sin voto") y comprenderán; y por si les da pereza, les hago un resumen: como vivo fuera de España, cuando hay elecciones tengo que rogar mi voto, no simplemente votar. Han leído bien, lo de "rogar", porque así lo llama la ley electoral que los dos grandes partidos apañaron en el 2011, en lo mejor de la crisis, pensando en esos millones de españoles cabreados que andaban por varios países ganándose las lentejas:  si quieres votar, tienes que manifestar por adelantado tu intención de hacerlo en la oficina del censo electoral de tu provincia de origen. Después la oficina te manda la documentación necesaria, y las papeletas, y si no se espabilan lo suficiente, como los plazos son cortos te quedas sin votar. A mi ya me ha pasado dos veces, la última en junio del 2016.

   Pero se piensan ellos que eso les va a evitar mi voto? Apañados van con una que ha estado dieciocho meses pleiteando con Iberia. Se que no me leen, a pesar de que me he hecho de Twitter, (que dicen que es lo más viral que hay) pero desde aquí proclamo:  en los próximos días les voy a caer encima aprovechando una visita a mi tierra porque dos elecciones y dos personas votantes en mi hogar (mi hijo se estrena este año como ciudadano responsable) son más que merecedoras de unas pinturas de guerra y una visita insidiosa a la oficina en cuestión. 

    Y con las mismas, en esta entrada de hoy, breve pero encendida, animo a todos mis lectores de nacionalidad española y expatriados, a que se pongan en contacto con sus oficinas provinciales del Censo Electoral y verifiquen que constan en el mismo como votantes de pleno derecho. Y les animo igualmente a que sean machacones y pelmas, y reciban las garantías necesarias de que llegado el momento, el censo les enviará la documentación y las papeletas con el tiempo necesario para poder votar. Y a que verifiquen con ellos la dirección postal a la que hay que mandar todo ello, porque lamentablemente dependemos del correo y la dirección tiene que estar bien escrita, aunque uno viva en Laponia, o en un calle polaca con cuatro consonantes en la misma sílaba. Y ya sé que dar la matraca es un trabajo y una castaña al mismo tiempo, pero eso es precisamente lo que buscaban quienes nos humillaron con este invento del voto rogado: que nos cansáramos y desistiéramos. 

    El teléfono ese, que ustedes emplean en ver el tiempo para mañana, los resultados de la liga y seguir a Beyoncé en sus redes sociales, también sirve para lo suyo: telefonear. Y los empleados del censo, que trabajan  abundantemente sólo en tempo de elcciones, están para atenderles a ustedes. A por ello mis valientes, el voto rogado sólo nos lo quitarán cuando descubran que el objetivo que buscaban, convertirnos en ciudadanos con derechos restringidos, no sirve. A las urnas rogando! Y con el mazo dando, claro que sí.

martes, 19 de febrero de 2019

Hágase Twitter!

    Hay personas que siendo morenas, deciden un buen día ser rubias platino, así, sin más. Otras, de repente hacen limpieza en sus armarios y regalan todas las prendas beiges y grises y se visten de naranja y amarillo. Hay quien deja de fumar, o de beber, o tira la televisión a la basura. Grandes decisiones como estas que acabo de ilustrar son las que marcan nuestras vidas; yo tomé una de esas  ayer: me hecho una cuenta en Twitter. Me van a decir ustedes que esa no es una gran decisión, aunque los que me leen desde el 2011 (que ya son años) y empiezan a conocerme un poquito, saben que hacerme una cuenta en Twitter y usarla, en mi caso, es una gran decisión. 

    Yo no quería entrar en Facebook, y lo hice empujada por mis amigas del colegio, que se apuntaron todas. Tampoco pensaba que un Blog sería un juguete que me duraría lo que me está durando, y menos aún que yo aguantara el tirón de escribirlo en un ordenador,y no a mano como había escrito toda la vida. Me mudé a Instagram siguiendo la pista de mis hijos que, muy perspicaces ellos, huyendo de mi, se han ido mudando a otras redes sociales que desconozco y en donde ya no tengo ganas de meterme. Odié el Whatsapp cuando entró en mi vida y me pertreché sin éxito detrás de los queridos mensajes de texto, sin todos esos emoticonos que me hacen perder un tiempo precioso pensando si la carita roja muestra sufientemente mi enfado o no;  ahora ya he perdido la cuenta de todos los grupos y grupúsculos a los que pertenezco. Creo que soy finalmente la versión femenina del "homo digitalis" que tanto rechacé ser... Espero que  me salven las cuarenta  (más o menos) novelas que me leo cada año. 

    Pero me faltaba Twitter, que me parecía a mí que era una cosa destinada a políticos en campaña permanente, futbolistas muy famosos y personajes de la farándula deseosos de llamar la atención. Pensé que podía vivir libremente sin pertener a la cofradía del pajarito porque ya me había hecho de otras dos cofradías y la de los 160 caracteres escritos no aportaba nada a mi vida. Me equivoqué. Twitter es, ciertamente, el invento ideal para los políticos en campaña, y visto que nos quedan como cuatro meses de campañas electorales por delante, es ahora el momento de entrar y ver qué dice el majadero de Abascal por sí mismo, sin que me lo tengan que contar los periodistas que, de paso, cuentan las cosas cada vez peor. Hay que meterse en Twitter y seguir a Obama, que es todo mesura y buen juicio, pero también a su sucesor, aunque nos pese. Hay que seguir el buen criterio de Iñaki Gabilondo pero también los exabruptos de Jiménez Losantos; hay que ver las caricaturas de Plantu, pero también seguir a Marine Le Pen, aunque nos provoque urticaria. Creo que ahora lo he entendido: hay que hacerse de Twitter para ver lo que dicen los cretinos del mundo en primera persona, sin que otros cretinos nos lo cuenten con mejor o peor fortuna. Para las fotos de la realeza, o de Shakira y Piqué (que posan mejor que hablan) ya está el Instagram. 

    Ya ven ustedes que no soy un caso tan desesperado. Llevo 24 horas en Twitter y solo he "retuiteado" una observación de Obama y una viñeta de Plantu, y tengo ocho seguidores de los que tres son amigos y uno es un torero que no se muy bien cómo ha llegado hasta mí. Habré dado un gran paso adelante en la historia de mi vida digital pero yo sólo veo una aplicación más en mi teléfono que no acabo de entender muy bien cómo funciona. Por lo pronto la he usado también para colgar mis entradas del blog, a ver si así se anima el cotarro, porque yo tengo ocho seguidores y Obama 104 millones...Ya sé que es comparar lo incomparable, pero Pedro Sánchez (a quien aparentemente todo el mundo detesta) tiene un millón, así que nada es imposible. Síganme en Twitter, caramba! soy ConchaTorres12...Lo del Doce ni me pregunten, no sé a qué viene.

sábado, 16 de febrero de 2019

Aquel día, aquella nieve, aquella chica

    Hoy hace 25 años, me levanté en una mañana heladora, con restos de nieve de la noche anterior y temperaturas bajo cero para decir "si quiero". O mejor, para decir "oui" y ahora mismo no recuerdo si dije algo más, porque lo dije en francés, que es uno de los idiomas oficiales (tenemos más) de la ciudad donde vivo desde entonces; pero en cualquier caso, respondí afirmativamente a la pregunta de un concejal. El tal concejal, vestido impecablemente e incluso condecorado, me preguntó que si quería vivir de ahí en adelante con el chico al que quería (en aquel entonces todavía éramos chico y chica) y yo, que soy de poco dudar, dije que si, o "oui" o lo que fuera, sin dejarle ni siquiera que acabara la frase. A ustedes ésto que les cuento les parecerá una nimiedad, pero no conozco yo a tantos ni tantas de mi quinta que hayan dicho si (o "oui") y 25 años después, lo sigan diciendo. El matrimonio parece una cosa muy fácil, pero en realidad es un complicado  ejercicio de funambulismo  sin red. 

    Aquella requetefría y soleada mañana de invierno, mis padres me acompañaron hasta una de las plazas más bonitas de Europa a decir "oui"; llegamos en un Mercedes rojo prestado, lo menos discreto para la ocasión, y mi padre iba embozado en una capa castellana que, a la par de levantar mucha admiración, le quedaba como un guante. Por aquella capa más de uno de los transeuntes pensó que se casaba alguien importante...Y fíjense ustedes quién era la que se estaba casando! Yo, me puse un traje de Max Mara que durante varios años, gracias a la impecable línea clásica italiana y a que servidora tenía buen metabolismo y no engordaba, fue "el traje" que me ponía para cualquier ocasión que requiriera un traje, que afortunadamente eran pocas. El novio también llevaba un traje que era "el traje" y que, también para su suerte, resistió unas cuantas puestas antes de pasarse de moda. 

    Al salir de la corta ceremonia, invitamos a unos cuantos amigos y poquísimos parientes, a una copa de champagne (no cava a pesar de que éramos pobres como las ratas) y a unos canapés. Las copas eran prestadas, el champagne escamoteado de una partida recibida por nuestra amiga italiana, y los canapés, casi casi, pagados a escote. Y a pesar de todo ello, lo llamamos boda en aquel entonces y lo sigo recordando como una boda, no como las muchas a las que he ido después, que más bien me han parecido fiestas de pueblo o incluso cotillones de Nochevieja, con todos esos photocalls y regalitos destinados a epatar a  la audiencia. Unos meses después de esta sencilla ceremonia civil, nos casamos por lo militar, de una forma un tanto poco convencional para la época, pero con más ruido, más gente y menos frío. Pero esa será otra historia, para contarla otro día.

   La de hoy, hace 25 años, es la de una chica que dijo que sí, y que en los 25 años siguientes ha pasado de ser chica a ser joven, de ahí a señora joven también, a señora menos joven, a señora madura y en estos momentos está opositando a gallina vieja. Y todas y cada una de esas fases acompañada por un chico, que después fue un joven, luego un señor menos joven, después un hombre maduro, falso calvo como todos los de su tiempo, y ahora un señor un poco más mayor sin ser viejo. Creo que hace 25 años no soñaba con tener los cinco lustros que siguieron tan intensos, entretenidos y  tan llenos de vida y de cosas que contar; y me gustaría pensar que me quedan por lo menos otros 25; aunque eso sólo el destino lo sabe. Brindemos por ello, incluso con agua. La que dijo que sí aquella mañana de invierno, y la que ésto escribe la noche antes, mientras espera que su criatura fiestera vuelva a casa, son la misma persona o quizás dos diferentes, pero ambas encantadas de haber dicho si...O "oui"!

jueves, 14 de febrero de 2019

Otro San Valentín

    Que ya, que ya sé que lo que toca hoy es hablar del Procés o de las elecciones que están por caer, o de como el Procés ha precipitado las elecciones o de como las elecciones van a estar supeditadas al Procés. Pero de ese disco rayado hay que salir huyendo, así que aprovechando no ya que el Pisuerga pasa por Valladolid, no sólo que ya estamos todos hartos de campaña electoral a pesar de que oficialmente no ha empezado, y aprovechando sobre todo que hoy es San Valentín, fecha que jamás he celebrado ni celebraré (mi marido y yo nos lo prometimos el uno al otro en la prehistoria de nuestra vida en común y lo cumplimos a rajatabla) voy a hablar de amor. 

    La cosa es que a mí, hablar de amor se me da regular. Primero porque como buena castellana vieja, me resulta más fácil describir el paisaje que los sentimientos; después, porque hay quienes han hablado de amor, desde el principio de los tiempos, y me dan mil vueltas. Así que hoy me van a permitir ustedes que sea un poco vaga y les deje dos sonetos (la poesía perfecta)  de amor, claro; en vez de devanarme los sesos intentando escribir yo cuatro párrafos o cinco llenos de improperios, que es lo único que la actualidad me sugiere. No se crean que les voy a cascar los primeros que se me han ocurrido, llevo días de búsqueda y lectura poética, algo que, lo crean o no, es un bálsamo para el alma, bastante mejor que los libros de autoayuda o las posturas raras de Yoga. 

    El primero, de mi poeta favorito, Quevedo. Al que vuelvo siempre y del que nunca me canso, porque lo tiene todo: amor, humor, sarcasmo, profundidad, alegoría, lenguaje, ritmo, ingenio y sabiduría. Este es de los conocidos, pero si algún día se rompen una pierna, les recomiendo que se los lean todos, al menos los sonetos: 

Es hielo abrasador, es fuego helado,
es herida, que duele y no se siente,
es un soñado bien, un mal presente,
es un breve descanso muy cansado.

Es un descuido, que nos da cuidado,
un cobarde, con nombre de valiente,
un andar solitario entre la gente,
un amar solamente ser amado.

Es una libertad encarcelada,
que dura hasta el postrero paroxismo,
enfermedad que crece si es curada.

Éste es el niño Amor, éste es tu abismo:
mirad cuál amistad tendrá con nada,
el que en todo es contrario de sí mismo.
   
    Y el segundo, de Lorca; de la serie "Sonetos del amor oscuro", que publicó por primera vez el diario ABC en su totalidad en el año 1984,  cuando la prensa publicaba estas cosas en primicia  y no los detritus actuales. En el 2019 no sólo nunca serían portada, sino que, además, corremos el riesgo de que amores como los de Lorca, vuelvan a estar mal vistos...

Quiero llorar mi pena y te lo digo
para que tú me quieras y me llores
en un anochecer de ruiseñores,
con un puñal, con besos y contigo.

Quiero matar al único testigo
para el asesinato de mis flores
y convertir mi llanto y mis sudores
en eterno montón de duro trigo.

Que no se acabe nunca la madeja
del te quiero me quieres, siempre ardida
con decrépito sol y luna vieja.

Que lo que no me des y no te pida
será para la muerte, que no deja
ni sombra por la carne estremecida.

    Pensándolo bien, visto lo visto y soportado el procés, la manifestación de Colón, y las semanas que nos quedan por delante, yo como Lorca: quiero llorar mi pena y te lo digo...

martes, 12 de febrero de 2019

Bolero para gemelos y orquesta (La Chica de Ayer, 22)

Julio César y Octavio Augusto son gemelos idénticos, y a pesar de sus nombres no son hijos de un profesor de latín, sino de un agente de seguros con afición al cine de Romanos. Tan difícil es distinguirlos con su pelo cortado igual, el jersey del mismo color, la misma estatura y  los mismos ojos azules  que se han pasado toda su escolaridad intercambiándose el uno por el otro en los exámenes sin que los frailes Agustinos hayan conseguido nunca pillarlos en flagrante delito de suplantación. 

    Los Romanos (como se les conoce en el colegio) solo sacan a paseo su propia personalidad a la hora del recreo. Octavio (que desiste del Augusto de imposición paterna) es algo más tímido y meditabundo y Julio César (que gusta de ser llamado con ambos nombres) es un torrente emocional, extrovertido e incluso un punto pendenciero. Cuando las hormonas comienzan a alborotarse, a ambos les gusta la misma chica de su barrio y a ella, aunque coquetea con ambos, le gusta la mirada transparente y el silencio de Octavio, a pesar de lo que le divierte Julio César y lo mucho que éste la corteja. Y por ella han llegado a las manos alguna tarde, cosa que no habían conseguido hasta entonces los desiguales (a veces) regalos de cumpleaños ni los castigos de los frailes Agustinos a Octavio cuando el malhechor era Julio César. Cuando las peleas por la guapa Carolina comenzaron a subir de tono y entraron por la puerta de casa, a ese padre imaginativo con los nombres de pila se le ocurrió acudir a la música como terapia a una edad un tanto tardía para ponerse a ello. Pensó nuestro agente de seguros que la música sería un bálsamo, y que ese par de gemelos idénticos  físicamente  y siameses sentimentalmente, encontrarían tocando un instrumento la paz espiritual que el desorden hormonal adolescente, y la rubia de sus pesares les estaba robando. Como les dió a elegir, salieron de nuevo las personalidades a relucir: oboe para Octavio, percusión para Julio César. 

    Nunca imaginó el padre de los romanos que aquella solucción moderna para su tiempo (para un
 tiempo en el que todo lo que iba más alla de un castigo era pedagogía moderna) iba a convertir a los dos Romeos en músicos de por vida olvidándose de la Julieta de sus litigios que, llegado un cierto punto, se cansó de esperar al indeciso Octavio y de quitarse de encima al insistente a la par que desvergonzado de su hermano. Por no hablar de las muchas horas de práctica y de estudio que trajeron los instrumentos, las vacaciones sin vacaciones y las horas en los conservatorios,  todo ello para gloria de los gemelos músicos y desesperacion de Carolina, que se dio cuenta que entre ella y el oboe, Octavio hacia tiempo que había elegido. Sin que a ella le gustara la pieza de recambio que tocaba los timbales, panderetas, bombos y platillos.

    La vida ha ido separando los caminos y las partituras de los hermanos. Mientras Octavio se ha convertido en un instrumentista prodigioso, y en un solista de postín,  Julio César combinó la percusión con el negocio discográfico y otros bolos,  intentando evitar  coincidir con su gemelo (ahora bastante más calvo que él) en algún concierto. Pero el día que la sinfónica donde Julio César es el percusionista titular invita a tocar a Octavio, que ya puede permitirse el lujo de no ser plantilla de ninguna orquesta, hay un bolero de Ravel que suena un tanto acelerado, mucho más breve que los dieciséis mnutos con los que fue concebido. En la última ocasión, bajó de los doce minutos, con la negra a 84 pulsaciones en vez de las 72 prescritas por Ravel. Al mando de la caja, Julio César marcando el compás insistente del Bolero que aquel día más parecía una marcha de legionarios; Octavio sacando la melodía inicial adelante a una velocidad anormal y mirando con cara de pocos amigos a su hermano que, impasible, hizo galopar a toda la orquesta a su ritmo y se ganó las iras del director. Al acabar el concierto Octavio saluda a su gemelo y después de recriminarle la velocidad exagerada del tempo le afea sus celos profesionales a lo que Julio César responde:
-  "Celos yo de tí y tu oboe? Lo que no te perdono es que le gustases más a Carolina que yo, tocando ese ridículo instrumento; y prepárate, la próxima vez tocaremos a una velocidad que hasta Ravel saldrá de su tumba para venir a darme una colleja!"

    
   






domingo, 10 de febrero de 2019

Yo no tengo patria

    La única cosa buena de la edad es que añade capas y capas a esa coraza que los humanos, sensibles que somos todos, nos tenemos que construir. Aquí servidora, que es un ser humano sensible como el que más, comienza a importarle un pito que  digan de mi, e incluso que me maldigan; por eso me lancé a escribir un blog pasados los 45 tacos, que debe de ser ese punto sin retorno a partir del cual uno ya sabe lo que quiere, lo que no quiere, lo que importa y lo que no. Toda esta introducción para justificar el titulo de la entrada de hoy, que ya sé que me atraerá unas cuantas iras (si ya el cava extremeño lo hizo ni quiero imaginar la que se puede liar con este temita) y me hará perder unos cuantos lectores, sobre todo allende los Pirineos.

    Cuando ustedes lean estas líneas, disfrutando del café mañanero, por ejemplo, en Madrid se estará armando la marimorena en forma de manifestación patriótica, que aunque reclama que se convoquen elecciones (justa reclamación y libres los ciudadanos de pedirlo en un país democrático) lo hace bajo el lema de "por una España unida"... Que me recuerda tiempos pretéritos y, lo siento, no mejores. Que va a ir mucha gente lo doy por descontado, entre otras cosas porque el viaje es gratis, y los seres humanos normalmente constituídos nos apuntamos a lo que es gratis antes de pararnos a pensar de qué va la cosa. Que luego la policía dirá que iban 20.000 y los organizadores dirán que el doble, también lo asumo.  Que los organizadores son extraños compañeros de baile, también me consta. Y que todos van a cantar "Que viva España" en algún momento del recorrido, me apuesto la mano derecha y seguro que no la pierdo.  Esta película ya la he visto, fotograma por fotograma.

     Lo  que me deja perpleja, y hasta con un cierto sabor más agrio que dulce en la boca es la sensación de que todo ésto es un calentón con trasfondo de banderas, un sacar a la calle a la gente a gritar por no sentarse en el Parlamento a hablar; una escenografía de cánticos y golpes de pecho patrióticos que, lo siento, yo no comparto. Y ahora prepárense mis enemigos, odiadores (traducción libre de los "haters" de las redes sociales) y discrepantes en general: yo no tengo patria. Y no la tengo, porque para empezar, desde hace treinta años soy una expatriada. Me niego a llamarme emigrante porque mi situación es un lujo comparada con la de esos miles de emigrantes verdaderos y me la he buscado yo solita, sin ningún achuchón económico que me empuje a ello.

   Y como soy una expatriada, pues a poco análisis filológico que se haga de la palabra, queda justificado que no tengo patria. Tengo un pasaporte español, que me permite andar por el mundo, y he nacido en España, un país que me gusta, bonito, variado y al que vuelvo todo lo que puedo para visitar a mi gente y gastarme en él todo lo que gano fuera de él (que es una manera de patriotismo, yo diría, como pagar los impuestos que también pago) y al que respeto como respeto a casi todos los países de la tierra siempre que no sean dictaduras. He nacido en España, sí, pero eso no me hace sentir un amor infinito, visceral y arrebatado hacia España y los españoles. Y la patria tiene un componente afectivo y sentimental, así que la expatriada que soy tiene una patria formada por sus seres queridos, familia y amigos, afortunadamente muchos éstos últimos. En mi casa se hablan dos idiomas día y noche y en el cajón de los pasaportes acumulamos a veces hasta ocho, y no es broma. Mi familia es española (la de España y no toda) y no lo es la de aquí; a bote pronto, tengo amigos muy queridos de al menos doce países diferentes y sí, todos ellos son mi patria, por los que estaría dispuesta a muchas cosas que por un trozo de tela no estoy.

    Y ahora sí, pistoletazo de salida, pueden ustedes empezar a criticarme y a llamarme de todo. Yo no tengo patria, ni pienso salir a gritar por las calles en nombre de ninguna.Si hay elecciones, votaré, que esa sí que es una forma de patriotismo. Feliz domingo, también a los manifestantes.

jueves, 7 de febrero de 2019

Relator, Terminator

    Es  una pena que en estos tiempos de concursos televisivos  a tutiplén no hagan uno de "rasgarse las vestiduras" (el entrecomillado es mío) así como suena. Si fuera un certamen internacional, o incluso  vamos a dejarlo en simplemente europeo, el ganador sería un español, fijo. Si me obligan ustedes a utilizar el lenguaje inclusivo puedo reformular la frase: el ganador sería un español o española. Nadie nos supera en esta capacidad nuestra de enojarnos en masa, transmitir el enojo (las redes sociales ayudan, claro) y conseguir en un pispás que miles de ciudadanos salgan a la calle a protestar, firmen manifiestos y el tema que produce la indignación se convierta en titular de periódico, trending topic en Twitter y objeto de pregunta parlamentaria. Vista la cosa a más de mil kilómetros de Madrid, una puede ser solidaria con buena parte del cabreo nacional y de las vestiduras rasgadas, pero también me resulta inevitable hacer apuestas conmigo misma sobre cuánto durará esta vez el arrebato...

    El gobierno suele ser blanco de las iras ciudadanas y de sus vestiduras rasgadas, cosa lógica por otra parte; aunque insisto, no sé si siempre estas vestiduras se rasgan por la causa que verdaderamente lo merece. Que dicen ahora que para hablar con los catalanes hace falta que haya un relator presente, que según el diccionario es "persona que relata o refiere lo que sucede" y que decimos los demás, empezando por Felipe González y de ahí en adelante, que España no es Burkina Faso (ruego a los burkineses que de casualidad me lean, que me perdonen) y que no estamos haciendo la paz con la guerrilla. Que somos un país con una democracia consolidada y que los catalanes, incluso hablando todo el rato catalán, no necesitan un señor que de fe de lo que están hablando, a lo sumo un intérprete, vaya. Yo también estoy de acuerdo, y añado: no sé por dónde ha venido lo de "relator" en vez de mediador, que yo creo que ese sí que hace falta, aunque nuestro orgullo nos impida reconocerlo. 

   Que no necesitamos un mediador? Vaya que sí. Como lo necesitan  los taxistas para hablar con los propietarios de los VTC, y darse cuenta que trabajo hay para todos; como lo necesitan los propios catalanes para ponerse de acuerdo entre ellos, que ya sería un buen principio; o los venezolanos, porque hay que echar a Maduro de alguna manera,   que por las buenas no quiere  y por las malas costaría muchas vidas humanas. Le hace falta un mediador a la Iglesia Católica, para poner firmes a todos esos curas que siguen abusando de niños y no tan niños y luego se hacen perdonar confesando sus pecados; lo necesita el parlamento británico, para dejar de vociferar y permitir que alguien les explique claramente los pros y los contras de ese despropósito llamado Brexit; lo necesitan muchos matrimonios, incluso los que aparentemente son felices, y la señora Obama ya ha contado en su libro cuán útil le resultó a ella en un momento dado. Lo necesito yo para hablar con mis hijos, que a veces en vez de mis hijos parecen alienígenas de paso por el planeta tierra, y a ellos, probablemente yo les parezca un brontosaurio resucitado.

    Todos necesitamos mediadores porque hemos perdido el arte del diálogo y la conversación, y sobre todo uno de sus componentes esenciales: saber escuchar. Antes los abuelos pasaban las largas tardes de su jubilación en unos lugares (bares, casinos, círculos de labradores) donde se organizaban tertulias; ahora esos mismos abuelos reclaman ser parte de un grupo de Whatsapp con sus parientes. Hemos perdido el arte de la conversacion y por ende, el del diálogo, porque ya sólo somos capaces de dialogar con una pantalla por medio, que además emite todo tipo de pitidos y alertas para indicarnos que nuestro vuelo a Mallorca ha bajado de precio, la foto que colgamos en Instagram ha llegado a los cien "likes" y de paso nos da los resultados de la Liga y la cotización de las acciones del Banco de Santander. Con ese contexto, cualquier diálogo es de sordos, y en ese caso, sean bienvenidos los mediadores y relatores que del mundo han sido. 

   Que el gobierno se ha dejado meter un gol por toda la escuadra no lo dudo. Que algún tipo de conversación hay que iniciar con estos nacionalistas pelmazos (este adjetivo viejuno creo que es el que mejor les cuadra) también. No creo que necesitemos para ello un relator, ni tampoco que la existencia del mismo sea objeto de rasgarse las vestiduras hasta donde nos las estamos rasgando. Buscando palabras, no muy castellanas pero ya de uso común, lo que necesitamos es un Terminator, que nos haga callarnos a todos y nos ponga sentaditos en círculo en la misma habitación, obligándonos a levantar la mano antes de hablar aunque sea bajo amenaza de una pistola con láser. Y los teléfonos, tabletas, y aparatos que midan sondeos de opinión, todos a la basura. Quizás entonces haya llegado el momento de hacer política.

domingo, 3 de febrero de 2019

Del cine a la República.

    Amaneció ayer nevando, otro día más, pero con la suerte de que era sábado y no había que echarse a la calle; así que con paciencia y toda la lentitud posible, emprendí mi segundo café de la mañana con la lectura de la prensa, donde me encontré en la sección de opinión del País con un artículo de mi amigo (y otrora compañero de fatigas laborales) José Ovejero. José es  un excelente escritor y un buen tipo, al que hace algunos años que no veo pero que, gracias a sus escritos, siento cercano. No todas sus obras me gustan, pero me gusta su estilo directo y conciso, su honestidad como autor y muchas de las ideas que desgrana en sus columnas de prensa, con las que siempre concuerdo. Como el artículo que leí ayer por la mañana que,  para que vean, esta vez he conseguido yo, la reina de la torpeza informática, copiarles el link para que lo lean ustedes si es que ayer se les escapó. Aquí lo tienen:  /elpais.com/elpais/2019/02/01/opinion/1549046721_404066.html. Les dejó el título por si el link no funciona: « En defensa de la república inútil »

   Después de leerlo, me refrendo aún más en la idea de que a fuerza de tener siempre problemas pendientes nos olvidamos de ciertos problemas fundamentales cuya solucción  vamos aplazando porque siempre hay otra cosa que hacer. Discúlpenme por la comparación idiota, pero es como si a los padres de familia después de hacerles todas las revisiones médicas  pertinentes a nuestros niños, mirarles la vista, vacunarlos, practicarles ortodoncias y quitar muelas del juicio, visitar logopedas, psicólogos y psicomotricistas, alergólogos y veinte mil terapeutas más, nos encontraran un cáncer porque dejamos que un lunar creciera de forma sospechosa o jamás nos hubiéramos hecho una mamografía o un análisis de sangre. Qué verdad la que dice el autor de la columna de opinión: "el fantasma de la inestabilidad nos ha llevado demasiadas veces en España  a tragar lo intragable".

    Llegados a este tercer párrafo de la entrada, espero que su curiosidad científica les haya hecho leer el artículo de Ovejero antes de seguir leyendo el mío (entre otras cosas porque es mucho mejor) y que no se extrañen si lanzo una de mis eternas preguntas retóricas: mejoraría la situación española si tuviéramos un presidente como jefe de estado y no un rey? Probablemente no, pero al menos el jefe del estado sería alguien elegido por nuestros votos (incluso un pelele elegido, claro que sí) en ese ejercicio de imperfección política que es la democracia y que como bien dijo Churchill, es el menos malo de los sistemas de gobierno; y no alguien que, en el siglo en el que los coches deberían volar, viene al mundo cargado de unos derechos dinásticos y rodeado de un ceremonial que ya no tiene más razón de ser que el de vender revistas del corazón o ser figurante en un capítulo de "Juego de Tronos". No tengo nada contra el rey Felipe, reconozco que incluso le tengo cierta simpatía, pero se la tendría igualmente si no fuera el rey. A su señora le envidio profundamente dos cosas: que jamás haya tenido que buscar una baby sitter para salir al cine (que lo hace frecuentemente)  ni pensar en qué ponemos para comer mañana. 

    Estos eran mis pensamientos cuando ayer por la tarde me voy con marido e hijo a ver "Green Book", que es una excelente película que les recomiendo. Vamos a una sesión temprana que nos evita la población de tardoadolescentes y no tan jóvenes que no pueden pasar dos horas sin consultar el móvil o empapuzarse de patatas fritas. Nos dirigimos raudos a la fila que nos gusta y vemos que está ocupada por unos carteles que ponen "reservado VIP" (toda una fila de 18 asientos) y custodiada a ambos extremos por dos acomodadores que no nos dejan pasar. Vale, nos ponemos una fila más adelante y cuando las luces se está apagando, aparece el otro Rey Felipe que no es el Borbón con dos de sus hijos, un amiguito y un par de (supongo) guardaespaldas. Francamente, si el rey quiere ir al cine como un ciudadano normal, cosa que le honra, que sea un ciudadano normal hasta sus últimas consecuencias y vaya pronto a coger sitio como hacemos los demás y se trague media hora de anuncios. Todo ésto, curiosamente, cuando llevo todo el día pensando en cómo escribir una entrada sobre monarquía o república...Alguien lee en mis pensamientos y ha puesto un rey en mi camino a la butaca del cine, que en mi caso es un lugar sacrosanto. Así que ya no me queda ni medio ápice de duda: del cine a la república, sin más.