domingo, 26 de febrero de 2017

Veo, veo

    Escribo estas líneas a bordo de un avión de Iberia, con las rodillas en la boca y la mesita plegable clavada en mi estómago, porque Iberia practica precios de compañía de altos vuelos y te vende asientos de Ryanair, qué le vamos a hacer. Vuelvo a mi primera casa después de haber pasado una semana en la segunda, que antes era la primera; con toda la pereza del mundo porque en la primera descanso, desayuno churros y tomo cañas miles con mis amigos y en la primera, aunque también me paso mis buenos ratos y tengo amigos entrañables, es donde me toca ganarme el pan y madrugar salvajemente, que es menos divertido. 

    Soy una expatriada (prohibido decir emigrante por respeto a los que lo son de verdad) para bien o para mal. En mi primera casa, vivo rodeada de expatriados con sentimientos dispares hacia eso que confusamente llamamos patria (que es una palabra visceral y poco recomendable) y que yo prefiero llamar país, o simplemente casa. Algunos de ellos son expatriados de libro, de aquellos que cantan "suspiros de España" desde que se levantan y que cenan cada noche tortilla de patata; otros son auténticos enajenados de sus orígenes, con una idea cutre y folclórica del país que abandonaron que tampoco se corresponde con la realidad. A mí me gusta pensar que estoy a medio camino entre unos y otros, aunque les aseguro que guardar el equilibrio, ser autocrítico y a la vez sentimentalmente español es un ejercicio agotador que ya llevo 27 años practicando. Por eso, cada vez que vuelvo de pasar unos días en España, intento poner orden en la tormenta emocional que atravieso, y poniendo orden por escrito, de paso contesto a los  muchos que me preguntan qué es lo que veo en España cuando la visito una y otra vez y gasto en ella mis pobres caudales.

    Veo gente que soporta estoicamente una clase política que no se merece y una corrupción que se ha vuelto tan endémica como el Porompompero en las verbenas de pueblo. Como esa gente pasa muchas horas en unos bares donde a todas horas un televisor esquinero les va contando las maldades de esta gente, se desahogan con sus semejantes mientras comparten café, churros, tintos, patatas bravas, cañas  y bocadillos de  calamares, y eso es lo que evita un motín popular que no me explico como aun no se ha producido. He pasado en los bares españoles la semana de la sentencia de Urdangarín y les aseguro que es en los bares donde habitan los indignados, aunque los de Podemos pretendan apuntarse el tanto. 

    Veo las puertas de los colegios a las dos de la tarde, cuajadas de abuelos que esperan a sus nietos, lo que confirma mi idea de que este país al que critican por envejecido, es socialmente viable gracias a la labor callada y constante de los abuelos. Pero también he visto muchos hombres que recogen a su prole y corren apresurados a sus casas a calentar las lentejas, que comerán con la misma prisa para salir escopetados a trabajar hasta Dios sabe qué horas intempestivas. En una semana en la que cuatro mujeres han sido víctimas mortales de sus parejas y ex-parejas, me digo que, a pesar de la fama que están criando, en España tambén hay muchos hombres buenos. 

    Veo rebajas que se prolongan semanas a cambio de sueldos miserables; niños que inundan los parques a pesar de la natalidad en números rojos; jóvenes que se emborrachan con porquerías de colores mezcladas con garrafón de multinacional en una tierra en la que hacemos maravillas con el vino y vendemos la caña a un euro cincuenta. Veo un cielo azul donde normalmente veo nubes de todos los tonos de gris y gente que se da palmaditas en la espalda y come pipas en los bancos de las plazuelas para evitar tener que cenar huevos revueltos con Prozac. Veo corrillos de señoras mayores que van al cine, toman café y aperitivos a todas horas, hacen Pilates y se apuntan a un bombardeo...Y espero secretamente ser yo una de ellas de aquí a unos años. Todavía veo poca gente de piel oscura y cabeza tapada, a pesar de que algún idiota se empeña en decir que han venido para aprovecharse de nuestros médicos y quedarse con nuestros trabajos, y afortunadamente, veo que a esos iluminados les hacen poco caso. 

    Y veo, y sobre todo oigo, mucha palabra malsonante, mucho comentario a viva voz, mucho ruido callejero; mucha blasfemia y chascarrillo, mucho chiste malo (y alguno bueno también), mucha chirigota y muchos voluntarios a reconstruir el mundo en dos días. Habrá a quien este mar de fondo le canse en sobremanera,   pero yo crecí en medio de ese torbellino de ruido y palabrería y sí, muchas veces lo echo de menos.

viernes, 24 de febrero de 2017

Carta a una mujer de mi edad (llamada Infanta)

    Hace mucho que no le mando una carta a la monarquía, y vista la actualidad que me envuelve en estos días, más intensamente que nunca porque estoy en mi país, aquí tienen. Ella no la va a leer nunca, así que tanto da. 

    Estimada Cristina (como soy republicana me eximo de fórmulas de cortesía que impliquen la anacrónica existencia de la realeza), 
Acabo de pasar una semana en mi casa española donde no he hecho otra cosa que verla a usted y, sobre todo, a su marido entrando y saliendo  de un juzgado en el que se jugaba su destino y del que ha salido, en mi modesta opinión, bastante bien parado. Los españoles andan revueltos precisamente por eso, y la buena de estrella de su cónyuge les ha dado excusa para discutir a grito pelado en los bares y blasfemar de la justicia, que son dos de los deportes favoritos de mis compatriotas. En el fondo, han hecho  ustedes casi casi una labor social! 

    A esta modesta plumilla, le llama la atención más usted que el campeón olímpico metido a desfalcador (condena aparte, queda alguien que crea en su inocencia?). Para empezar porque usted y yo nos llevamos pocas semanas, somos coetáneas y, durante unos ańos con Hola por testigo, hasta llegué a pensar que era usted una mujer de mi tiempo. A ello contribuyó el que usted estudiara en la Universidad con un buen amigo mío, que me aseguraba que era buena estudiante, cumplidora en las clases y austera en los modos; buena compañera de clase y poco dada a la tontuna aristocrática.  Por todo ello me cuesta creer que sea usted una mujer antigua, de esas que firmaban  todo lo que sus maridos les ponían por delante, que no se enteraban de donde venían los dineros, y se dedicaban a criar hijos y poner la mesa. A tenor de lo que usted ha declarado en el juicio y que le ha valido la inocencia, debe haber sido usted muy convincente en su papel. 

   Y además, sigue usted aferrada como a la más segura de las barandillas, a sus títulos y prebendas,  y sólo un golpe de mano de su Real Hermano le ha quitado un ducado que aunque no sirve para nada, a su señor marido le valió para poner un kiosco de sacar perras, y sobre todo evadirlas. A usted le parece que España se ha portado cochinamente con su familia y no le quedan malditas las ganas de pisarla, a nosotros los españoles nos parece muy bien que no vuelva a visitarnos, pero bájese usted de la Alteza Real que aún le permite evitar las colas en los aeropuertos, por ejemplo. 

   En estos día de rabia popular, sólo oigo palabras de conmiseración para con sus cuatro hijos que, "pobrecillos no tienen culpa de nada". Mire usted por donde, yo creo que les estamos dando a estos cuatro querubines que, efectivamente no tienen culpa de nada, la oportunidad de crecer como personas normales. Yo, qué quiere que le diga, lo siento por ellos, pero más pena me dan los hijos de las mujeres maltratadas y asesinadas por sus ex parejas (cuatro en esta semana...) los que acampan en las islas grigas porque son refugiados o aquellos que tras seis  o siete años de crisis siguen sin poder comer caliente más que una vez al día. 

    Puestos a confesar decepciones, no voy a proclamar mi decepción por la justicia, ni por la manga ancha de la que disfrutan los corruptos; me decepciona usted, Cristina, por ser, por encima de todas las cosas, una mujer muy antigua! 

    Reciba un cordial saludo, de esta que lo es, una mujer de su tiempo. 

domingo, 19 de febrero de 2017

Equipaje de mano

   Los que cogemos el avión a menudo pensamos erróneamente que todo el mundo lo coge con la misma frecuencia que nosotros. Nos molesta hacer colas eternas en los controles policiales detràs de una masa turística que aún no se ha enterado que no se puede subir a bordo con líquidos y que hay que quitarse el cinturón para pasar por el arco magnético. Yo soy la primera que tengo poca paciencia con los ignorantes aeroportuarios, y cada vez que la pierdo me digo que habría que verme haciendo ciertas operaciones de la vida cotidiana para las que soy una perfecta inútil, como coserme el bajo de unos pantalones, por ejemplo; ésto es lo màs parecido que encuentro a la empatía. 

    Empatía que tengo que poner en pràctica especialmente cuando pasamos al capítulo del equipaje de mano. A los viajeros frecuentes se nos da muy bien viajar sin facturar la maleta, y solemos ser disciplinados con las reglas que nos imponen las compañías aereas sobre pesos y medidas: los viajeros esporàdicos facturan maletas y además, pretenden subir al avión con maleta de mano, bolsa de Zara, otra del Duty Free y tres abrigos, agotan la paciencia de las azafatas, taponan los pasillos en el momento del embarque y acabamos pagando justos por pecadores cuando llega la sobrecargo (que si es de Iberia se llama Pilar y suele tener malas pulgas) nos quita a todos la maleta de mano y nos la manda a la bodega, con la consiguiente pérdida de tiempo al llegar. Por mucha empatía que una quiera desplegar yo estaría a favor de un carnet por puntos para los viajeros con exceso de bultos, que les pongan algo en sus tarjetas de embarque que les impida pretender llenar los portaequipajes del interior de los aviones y nos dejen sitio a quienes somos capaces de ir ligeros de equipaje como los hijos de la mar... El asunto de las maletas a bordo provoca màs de un motín previo al despegue y aunque yo no lo he visto, me cuentan amigos, pasajeros frecuentes, que la disputa por el "no sin mi maleta de mano" ha tenido que saldarse con la llegada de la Guardia Civil y consecuente amenaza de arresto para los desobedientes. 

    Yo, ayer mismo, en previsión de que me arrancaran mi maletita y la de mis herederos, urdí una estratagema consistente en empaquetárselas a una familia de conocidos que embarcaron antes gracias al salvoconducto de llevar niños pequeños. Mi hijo mayor me afeó la conducta diciéndome que eso era una trampa y yo le dije que solo en apariencia y aprovechando un vacío legal. Una vez a bordo me dediqué a la lectura del País que traía cuadernillo informativo central sobre la sentencia del caso Urdangarín. Mi heredero preguntó que qué tipo de fechoría había cometido el Duque Empalmado y  yo le expliqué la suya y la de la Infanta, que se había escapado de rositas porque hizo una trampa consistente en  decir que no sabía nada y en que hay un vacío legal que impide que te manden a la cárcel  por tonta. Es decir, que hizo una trampa, màs o menos trampa,  y que nadie lo ha podido demostrar. Mi hijo me respondió " ya, como lo de largarle las maletas a otro para que te las suba a bordo"...Silencio. A veces los hijos nos dejan sin palabras. 

viernes, 17 de febrero de 2017

Diga?

    No hace tanto, uno de los juegos favoritos de mis criaturas, cuando había que entretenerlos sí o sí y no tenían un iphone para entretenerse ellos solos, era contarles la cantidad de cosas que hay ahora y que nos parece que siempre han estado ahí...Y nada más lejos de la realidad. Les hablo de un tiempo en el que eran niños con una capacidad de asombro infinita, y no seres con infinitas hormonas librando la batalla de Trafalgar en su interior.   A ellos les asombraba por encima de todas las cosas que no hubiera teléfono móvil, y se preguntaban con extrañeza cómo hacíamos para comunicarnos los seres humanos normalmente constituidos.  Es más, viéndolos ahora, creo que hasta se preguntan como podíamos simplemente vivir sin un aparatejo con teclas o pantalla en el bolsillo.  Yo procuraba no insistir mucho en la apariencia de aquellos teléfonos móviles antediluvianos del tamaño de un zueco,  y menos aún les conté que un tío mío se presentó un año en Navidad con un móvil que obligaba al usuario a acarrear una maleta con él, porque les hubiera parecido aún más vieja de lo que ellos creen que soy. A ustedes sí les cuento que  hace treinta años, conocí en mi entorno de becaria Erasmus a unos ingenieros italianos (guapos, bien vestidos y con gafas de sol permanentes, como manda el canon italiano) que desarrollaban un software para teléfonos móviles y que todos los descreídos, y estudiantes de letras,  les dijimos que jamás lo conseguirían. Para clarividencia la nuestra!

    Tanto ha galopado la técnica por delante del entendimiento humano que no sólo tenemos teléfonos que nos permiten hablar por la calle sino que además con ellos pagamos cosas, hacemos compras, fotos, vídeos y si nos descuidamos, venderemos nuestra alma al diablo por no desprendernos de ellos y de la cantidad de información que atesoran.  Y no sólo hablamos por teléfono sino que,  además, hablamos viendo la cara del que nos responde al otro lado, con sus ojeras y sus dientes mal lavados, con su expresión de aburrimiento o de falsa alegría, que vaya usted a saber si no sería mejor seguir hablando por un auricular;  algo que si nos lo cuentan hace quince o veinte años (que tampoco es tanto) nos hubiera parecido propio de una nave espacial, y no de la vida cotidiana.

    Pero el problema no es hablar a cualquier hora, en cualquier postura y desde cualquier garito perdido, el problema, me parece, es hablar; que ya nadie sabe. Prueben ustedes a marcar un número fijo de una casa y que lo coja uno de los niños de la familia, me juego el cuello sin perderlo que dos de cada tres no saben responder. Aquel "dígame" sobre el que tanto insistían y remachaban nuestras madres, acompañado del "de parte de quién?" (con" por favor" a ser posible) ha pasado a la historia y al baúl de las expresiones olvidadas como "no es menester" o "alabado sea el Santísimo", que duermen el sueño de los justos esperando que alguna serie de televisión ambientada en el siglo XIX las rescate.

    Nuestros hijos no saben hablar por teléfono porque el teléfono ya no es un instrumento para hablar, así de sencillo. Y en estos días, en los  que por circunstancias burocráticas varias, tengo que coger el teléfono y llamar a unos servicios públicos donde, en teoría, me deberían responder unas personas humanas (después de haber escuchado las cuatro estaciones de Vivaldi completas  y un sinfín de opciones que empiezan todas por "pulse") me pregunto si el teléfono y la telefonía no estarán llamados a desaparecer como desaparecieron el vídeo, la picadora Moulinex o los tocadiscos con aguja.Ya por lo pronto he desistido de dejar mensajes de voz en los contestadores y en la mensajería de los móviles porque mis herederos me han explicado que es de catetos; casi casi como desear "buen provecho" al entrar en un restaurante. Les voy a hacer caso porque si hay algo que tengo claro es que el futuro no me pertenece,  y a ellos sí. Y como en el futuro no nos vamos a hablar los unos a los otros, sino que nos enviaremos mensajes de texto llenos de errores ortográficos, o claves con números y letras, pues voy a empezar a entrenarme, antes de que mi estulticia me lo ponga más difícil.Y voy a entrenarme porque es parte de mi carácter el no rendirme casi nunca, pero no me digan que el panorame de una humanidad que se comunica por cifras y claves no es triste...Que lo es.

domingo, 12 de febrero de 2017

Patria, la mínima posible

    Anoche he terminado la lectura de "Patria" de Fernando Aramburu, un libro muy necesario para estos tiempos de nacionalismo anacrónico e insensato; precisamente por ser actual y destilar en cada una de sus páginas toneladas de sensatez.   Mis lectores se quejan muchas veces de que recomiendo libros en inglés, históricos, o muy difíciles de encontrar; pues bien, éste ha sido nombrado por la crítica la mejor novela en castellano del 2016 y la pueden encontrar ustedes en cualquier librería, incluída (que el dios de los libreros  me perdone) en Amazon. Y de paso, si no la han leído y se quieren informar en las redes porque no se fían de mi opinión, no se lean el artículo que le dedicó Vargas Llosa el domingo pasado en El País porque el bueno de Mario, a quién definitivamente su emparejamiento con la Preysler no le está sentando nada bien (literariamente hablando) les cuenta varios pormenores y el final con todo detalle.

   Vuelvo al libro de Aramburu, que es un señor vasco que vive en Alemania, como yo soy una señora castellana que vive en la Europa del Norte. Y hasta ahí todos los parecidos,  porque si yo ya he pregonado mil veces que desearía tener simplemente talento literario y, puestos a elegir,  el talento de narrar de un García Márquez o de un Vargas Llosa a.P (antes de Preysler); ahora lo que desearía tener a 24 horas pasadas de la lectura de "Patria" es su talento para observar con precisión de entomólogo, describir con pasión de lugareño y relatar con la distancia justa,  hechos tan duros de contar como la vida en el País Vasco en los años de plomo. Ya está muy bien que se puedan hacer chascarrillos cinematográficos como "Ocho apellidos vascos", y que los cines no tengan que desalojarse bajo amenaza de bomba por ello; pero es aún mejor encontrar un relato bien estructurado, veraz, y apasionado; escrito con la cabeza y el corazón a partes iguales, tratando de un tema que solo provoca enconamiento y sinrazón. Ya era hora que encontráramos un libro que, no sólo nos cuente los cuarenta últimos y agitados años de Euskadi, sino que, al hacerlo,  ponga palabras a la  ternura, desazón, alegría, amor, vida familiar, amargura, euforia,  depresión, silencio, chantaje, valentía, desprecio y tantas otras pasiones humanas donde antes sólo había demagogia,  ruido de pistolas y casquería. 

    Se convertirá con el tiempo en un clásico? No lo sé. Lo mandarán leer en las escuelas? No estaría mal, porque como los que vienen arreando leen poco y malamente, al menos que sea algo que les toque de más o menos de cerca y despierte sus curiosidad y sus sentidos; teniendo en cuenta que, La Colmena es un libro fabuloso pero incapaz de atraer a nuestra grey adolescente, por mucho que entre en la selectividad. Para los que aún no están vacunados contra esa enfermedad llamada nacionalismo, que te vuelve no por fuerza un criminal pero sí seguramente un ser más tonto y manipulable, debería  ser de obligada lectura, con subrayados y comentario de texto. Para los que defienden unas patrias construidas con balazos o con desprecio a los que no son como ellos y por lo tanto, no merecedores de vivir esas arcadias felices inexistentes, lectura obligatoria también! Para los que me mandan todas esas fotos de legionarios, banderas y alegatos contra los inmigrantes que se aprovechan de nuestro estado del medio-estar (llamar a lo de España "bienestar" me parece irónico) una edición especial encuadernada en piel. A Donald Trump y los que le votaron creyendo que su patria será grande otra vez, casi que ni nos molestamos en enviárselo porque no lo entenderán. 

    Señoras y señores, afortunadamente, yo no tengo patria, más allá del cariño de mi gente y el espacio en el que vivo y me gano la vida con dignidad. Tengo un pasaporte que dice que nací en un país, que me gusta porque es el mío y el de quienes me trajeron al mundo y me gusta llamarlo "mi casa"; vivo en Europa, que hasta la fecha era un lugar pacífico y acogedor con los que vienen de fuera,  y  me paseo por varios países del globo terráqueo gracias a que ese pasaporte no es de ningún lugar dominado por fanáticos religiosos o dictadores de medio pelo. Espero que después de escribir estas líneas no me pase como a Fernando Trueba, el día que se le ocurrió decir que no se sentía español y que, como buen artista que es, no lo supo explicar convenientemente. Yo tengo un país y una nacionalidad, pero patria, ninguna. Y si tuviera el talento de Fernando Aramburu, hasta  escribiría cuatrocientas páginas para contarlo y no estos cuatro párrafos. Léansela, por favor, y luego me dicen.

jueves, 9 de febrero de 2017

Pepe Gotera y Otilio: el regreso

    Para aquellos que no son lectores fieles desde hace varios años, aconsejo ir a la blogoteca (existe esa palabra?) y buscar las entradas del 15 y 19 de noviembre del 2013: sólo así comprenderán el título de ésta. Cuando escribo estas líneas, siento que tener un blog y unas personas que me lean, aunque sean dos, es bastante mejor que salir por las calles pegando tiros o navajazos; o atiborrarse de barbitúricos; en esto soy afortunada, porque el panorama de escayolistas en el que está sumida mi casa es como para optar por las dos últimas opciones y no por la literatura 2.0.

    Ya se han puesto ustedes al día con mi trauma de las reformas de hogar? Pues entonces pueden seguir leyendo, aunque les adelanto que lo que voy a contar en los próximos tres o cuatro párrafos no es muy novedoso con respecto a lo ya escrito anteriormente. Porque por desgracia la historia se repite, y no sólo por el hecho que estamos viviendo de nuevo, después de una crisis económica de órdago, un repunte de totalitarismos y nacionalismos racistas varios, sino también porque a Dios puse por testigo (en el mejor estilo de Escarlata O'Hara) que jamás Pepe Gotera y Otilio pisarían mi hogar y aquí los tengo de nuevo. Mejor dicho hoy ha venido Pepe Gotera solito que,  incapaz de terminar antes de que se nos venga encima el fin de semana, y oidas mis amenazas e improperios, vendrá mañana con Otilio y sus primos hermanos, y a mí me tendrán que dar las sales según entran por la puerta. Jamás tomo ansiolíticos, pero creo que en estos casos es como para pedirlos a gritos.

   Vuelvo a descubrirme incapaz de lidiar con esta gente que me aborda con el saco de cemento en una mano y el martillo en la otra. Reconozco que son más indoloros que los que te asaltan con pistola, escopeta recortada o navaja, e incluso más  inocuos que los que te acosan con la Biblia en mano o con el anuncio de la llegada de la Virgen, pero creo que a estos últimos sé como hacerles frente; a los del yeso y clavos, en absoluto. Y aparte de una de mis vecinas, y de mi madre en sus buenos tiempos (véanse de nuevo mis entradas del 2013) no creo conocer a nadie que se lo pase a cuatro manos teniendo la casa invadida por los soldados del Imperio vestidos con mono azul y armados de esas radios que te colocan en el pasillo a todo meter y que sigues oyendo en sueños varios días después de que concluyan la invasión de tu casa. Yo les aseguro que el pasillo de mi casa era hoy un Guantánamo sin presos.

    Hoy, ante mis quejas furibundas por detalles que les ahorro, el capataz de todos ellos me ha dicho, poniéndose todo lo interesante que podía, que de ahora en adelante tendrán que cuidar más "la comunicación" (en realidad dijo "la Comm" que es mucho más fino)  de su empresa, con lo cual asumo que ese siglo XXI de Internet, comunicación y globalidad mal entendida ya se ha apoderado del gremio de la escayola; un motivo más para llorar. O un frente más que combatir, según se mire.

    Ultima conclusión de día de autos: ustedes piensan que los poderosos, las multinacionales, Putin y las monarquías del Golfo gobiernan el mundo? Pues yo les aseguro que mandando una buena panda de escayolistas de forma simultánea a la Casa Blanca, al Kremlin, a Downing Street y al Eliseo cuando lo habite Marine Le Pen, terminariamos pronto con esta era del nacionalismo, la demagogia  y la posverdad, porque si hay alguien que manda y nos tiene bien cogidos por salvas sean las partes son los obreros que hacen las reformas de nuestras casas cuando les abrimos la puerta. No les parece tentadora la idea?

miércoles, 1 de febrero de 2017

La, La, La (o Land)

    Como no quiero hablar de Trump, ni de este mundo que es el que conozco y que se está viniendo abajo hecho jirones, no me queda más remedio que hablar de "La La Land" si quiero seguir siendo considerada una bloguera como Dios manda. No se asusten! no les voy a "espoilear" la película, y de paso me permito utilizar una palabra incorrecta que corregí a mis hijos la primera vez que la usaron en mi presencia y que ahora emplean hasta los políticos en campaña. "Espoilear", viene del inglés "To Spoil", que entre otras muchas cosas significa "estropear" o "echar a perder". Los que no saben inglés ya saben a qué se refieren sus adolescentes y sus personajes de Telebasura cuando hablan de "espoilear". Todo esto para tranquilizarles:  no teman,  que no les voy a contar la película. 

    Me llama la atención que una peliculita amable,  musicalmente agraciada y estéticamente bastante conseguida, provoque un debate tan encendido que supera en enconamiento de posiciones de sus partidarios al Estatut catalán o a las elecciones internas de Podemos. Ya no me queda muy claro si es más aceptable socialmente decir que me ha encantado o criticarla sin piedad. La culpa será de los catorce Oscars a los que está nominada, que no sé si merece o no, pero que me indican que las demás de este año o son muy malas o son muy tristes, y aún no he visto ninguna de ellas, pero intuyo que por ahí va la cosa. Vista la lista, no me parecen malas, así que opto por la segunda posibilidad. 

    Desde que empezó la racha de despropósitos electorales, y a falta de ver a Marine Le Pen pasando revista a las tropas el 14 de julio (cosas veredes) a los que nos preocupa el cambio climático, la situación de los refugiados, la pobreza en el mundo, el hambre, la democracia, la educación, la pervivencia de la sanidad pública y la pensión que podamos cobrar, resulta que no nos viene nada de mal que nos regalen dos horas de buen rato en el cine, porque fuera de él, el panorama es como para hacerse una tortilla de Prozac para cenar cada noche. Si en ese buen rato no hay violencia gratuita, ni racismo, ni demagogia barata, no sale Donald Trump, hay buena música, números de baile bien montados y unos actores de presencia agradable y buen hacer, les aseguro que yo no solo les daría un Oscar sino que, además, les votaría si se presentaran a unas elecciones...Visto que ahora se presenta cualquiera. 

   Y les recuerdo que allá por 1968, celebrando el pueblo español casi treinta años de dictadura, una humilde cancioncilla de título similar tuvo a la gente entretenida, cantando, bailando y olvidándose del gris que impregnaba la vida cotidiana durante varios meses, se acuerdan? De lo que casi nadie se acuerda es de que la versión original era de Serrat y en catalán! Y despus de ganar Eurovision, a quién le importaba?



    Yo estoy dispuesta a canta "City of stars" durante una temporadita, a ver si se me quita el cenizo contextual con el que cargo;  y eso que soy una optimista nata, pero lo de Trump me está resultando verdaderamente, digno de una tortilla de Prozac, de cuatro o cinco huevos, por lo menos!