lunes, 30 de marzo de 2020

Las espinitas clavadas

    Se acuerdan ustedes de la canción aquella de la espinita clavada en el corazón? que después se ponía tremenda (como buena canción mejicana) y decía "yo quisiera haberte sido infiel y pagarte con una traición", etc. Bueno pues ya estamos metidos en contexto. 

   En estos días largos aunque sigan teniendo las mismas horas, cuando hay mucho tiempo para pensar, entre las bromas que nos gasta la informática a los teletrabajadores y telecolegiales, las mil veces que le pasamos el plumero a la misma estantería y la receta 456 de las 1080 de Simone Ortega, quizás podamos pensar en todas las cosas mal hechas, o hechas a medias, o en todos los errores cometidos y reparables, porque en los irreparables mejor no pensar. Todos los gurús de la meditacíon y la autocontemplación no sé si alguna vez se han metido a limpiar sus casas, porque yo he descubierto un efecto catártico en esto de quitar el polvo que no me lo proporcionan los monjes de Silos con sus cánticos. Además,  si fuera católica practicante y existiera la confesión telemática les aseguro que la practicaría, porque en el fondo debe dar mucho alivio. Como no lo soy, me contento con este particular desahogo escrito. 

   Miren ustedes, los pecados veniales deben de pertenecer a esa categoría de las espinitas clavadas, aunque algunas sean como estacas de gordas:  los cariños no demostrados, los agradecimientos no dichos, las impertinencias que nos podíamos haber ahorrado y los favores por hacer se llevan buena parte de esa lista. También caben los recados no acometidos por pereza, las llamadas de teléfono no hechas a nuestros mayores, los ratos que les hemos robado a nuestros hijos y padres, las visitas de cortesía que no hicimos porque decretamos que la cortesía era hipocresía (que sí, muchas veces, pero necesaria) y los besos robados o escatimados. La incapacidad de pedir perdón, o un "lo siento" bien dicho a tiempo alto y claro, los abrazos en falso y el rencor imperecedero a los amores pasados quizás también merezcan su apartado. 

    Las espinitas clavadas, sean amorosas, amistosas, o simplemente familiares tienen la capacidad de pudrirnos los pensamientos a aquellos que como yo (y me consta que somos muchos) tenemos la capacidad de darle mil vueltas a las cosas, y para colmo la naturaleza nos ha regalado una buena memoria. Personas intensas nos llaman los pobres que están abocados a vivir con nosotros; centrifugadoras humanas, leí alguna vez en las pocas revistas de psicología que caen en mis manos, y esta denominación me pareció bastante más simpática; sobre todo viniendo de un psicólogo. 

    Tienen ustedes espinitas clavadas? Yo unas cuantas, y en estos días de trabajos tan proclives a la meditación como son pasar el aspirador por el largo pasillo de mi casa o limpiar los cristales de sus muchas ventanas me repito como un mantra que cuando la vida retome una cierta normalidad, caminaré por ella con pies de plomo para no volver  a clavarme una espina de esas que me haga sangre en cuanto vuelva un virus y volvamos a tener que meternos en nuestras casas, que sucederá. O cuando sea viejísima, vea poco, y los días se me pasen en contemplar el techo o los dibujos de la alfombra. Lo intentaré con todas mis fuerzas, porque en estos días esas espinas clavadas me rondan día y noche, como satélites obstinados y molestos, y me dan poca tregua.

    Aquí la centrifugadora humana les hace un ruego: sean amables los unos con los otros, incluso con los muchos que no se lo merecen. Porque mientras nos quedamos en casa, y la cosa va para largo, podemos darle muchas, pero que muchas vueltas a todos los gestos erróneos de nuestra vida. Y además, volviendo a la famosa cancioncita escuchen como acaba: "aunque yo quisiera, no podré olvidarte, porque siempre estás dentro de mí"...La espinita, ya les digo. 


domingo, 29 de marzo de 2020

Cuando vuelva la lluvia

    Algo hay que agradecerle al cambio horario: hoy, 29 de marzo, una hora menos de confinamiento. Y cada día que pasa, un día menos que padecerlo, y aquí es la enferma de optimismo que soy la que habla. Aunque sigo insistiendo que esto del confinamiento es más duro para quienes viven solos, tienen niños pequeños, o viven en familias de seis en setenta metros cuadrados. Ninguno de estos supuestos se me aplica, así que asumo que el confinamiento es un mal menor. 

   Ayer incluso me di un paseo, solitario y lento, por los mismos caminos donde otrora iba corriendo y sudando, obsesionada con quemar calorías que ahora me importan un bledo. Otra razón más para no quejarse: en esta mi ciudad de residencia se puede pasear, incluso correr, siempre que sea en solitario y en las cercanías de tu casa. Todo un alivio que los habitantes intentamos mantener disciplinadamente (unos más que otros como siempre) para que no nos aprieten más las tuercas y nos prohiban esta pequeña válvula de escape que en otros lares no está permitida.

    Ayer pude darme ese paseo , y contar los magnolios florecidos de mi barrio, que siguen siendo los mismos y están todos los que son; y saludar a varios paseantes a los que no conozco de nada con un "buenas tardes" que así, pronunciado al aire libre y en estos tiempos recios,  me sonó mejor que un piropo lanzado desde cualquier andamio de una obra, a ser posible española. Los viandantes eran contados pero entre ellos había padres con niños pequeños, que se entretenían en levantar chinitas del suelo, arrancar algún hierbajo o contar los pocos coches que pasaban. Qué hubiera sido de mi, la madre hieperactiva que machacaba a sus criaturas cada fin de semana por bosques y parques en esta situación? Qué se me hubiera ocurrido para llenar las horas de mis criaturas si la cosa viral me hubiera pillado entonces? Ayer en mi paseo les regalé la mejor de mis sonrisas a todos y cada uno de esos padres y madres acompañados de criaturas menores de quince años que se cruzaron en mi camino. No sé si se dieron cuenta, o si lo interpretaron como una prueba de compasión ante la dificultad ajena...Que también es posible. 

   Y ayer me di un paseo porque la lluvia, esa eterna, persistente e insidiosa compañera de mi vida en estas tierras brilla por su ausencia desde hace casi dos semanas. Como si la metereología hubiera decidido ponerse de nuestra parte y regalarnos ese sol que tanto nos falta durante el año en el momento en el que a más de uno se le pueden fundir los plomos por falta de luz, y de horizontes lejanos; porque los horizontes de estos días sólo pueden ser cercanos y cambiantes. La lluvia se ha parado y ha dejado que los jardines florezcan, incluso a destiempo, y que la primavera, burlona ella,  nos saque la lengua recordándonos que por mucho que haya llegado, sólo la podemos disfrutar visualmente y no todos los días ni en todos los rincones del planeta donde viajamos cuando es primavera. La lluvia se ha alejado con sus nubarrones respectivos durante unos días, dándonos la tregua que el virus no nos da, y dejando que el sol nos caliente el alma para compensar todo lo que nos la enfría la realidad cotidiana en blanco y negro que estamos atravesando. 

   Y cuando vuelva la lluvia, estaremos en las mismas casas, asomados a los mismos balcones, donde los más aplauden y los menos insultan,  contando cada día que pasa como un día más, o como un día menos, según seamos de la cofradía de la botella medio vacía o de la medio llena. Se acabarán lo paseos y los saludos amables por las aceras, porque ni siquiera los habitantes de este norte lluvioso caminan bajo la lluvia, en contra de lo que nuestros vecinos del Sur se piensan; y nos tragaremos las series de tres en tres capítulos, y quizás sea el momento definitivo para acometer la lectura de los Episodios Nacionales. Volverá la lluvia y con ella, los días alargados en una hora más ni siquiera lo parecerán, Macondo se nos reaparecerá en sueños, y los hornos se dedicarán a hornear galletas y bizcochos, muchos de ellos fabricados por manos infantiles que en algo tienen que entretenerse. Volverá la lluvia, y a todos nos queda la esperanza de que cuando vuelva, sigamos siendo los que estamos, y estando los que somos, cada uno con nuestros seres queridos, los que están cerca y los que están lejos, incluso los que se alejaron de nuestros corazones, o decidieron marcharse buscando otros soles. Que volverá la lluvia, no me queda duda; que vuelva dejándonos, por lo menos, como estamos ahora, es lo que espero. Feliz domingo a todos. Gracias por estar ahí, todos en casa.

jueves, 26 de marzo de 2020

Yo sí tengo patria

    En febrero del año pasado publiqué una entrada que me procuró ciertos sinsabores, se titutaba "Yo no tengo patria", y los sinsabores ya pueden ustedes imaginarse por donde me llegaron. Hoy, visto el contexto histórico, sin renegar de una sola línea de lo que escribí entonces (tiren de "blogoteca" por favor) creo que he encontrado esa patria que hace un año no tenía...O no creía tener. 

    Resulta que sí tengo una patria, que no coincide exactamente  con la frontera de la piel de toro llamada España, qué le vamos a hacer, pero sí tiene dentro de ella a muchos de sus ciudadanos. Tampoco coincide con otra frontera, a la que los entendidos llaman Unión Europea y a la que yo prefiero llamar Europa, simplemente; aunque una vez más, muchos de los ciudadanos de la patria a la que pertenezco son europeos. No es una patria de puestos fronterizos ni de murallas, tampoco de banderas ni de cánticos exaltados; ni siquiera es la madre patria, porque para madres, prefiero la mía, francamente. Esa patria que me he encontrado gracias al virus, y a la que quiero pertenercer con todas mis fuerzas, está formada por una serie de personas ejemplares que todos conocemos, a las que aplaudimos en los balcones y en las que pensamos muchas horas al día, esas personas con las que,  si todo este mundo se viene abajo, a mí me gustaría refugiarme en una isla, y hacer con ellos una patria común. 

   Ustedes saben de sobra quienes son: médicos, enfermeros, cuidadores y demás personal hospitalario; farmaceuticos,  cajeros de supermercado, reponedores, camioneros, mensajeros y empleados públicos varios que no pueden trabajar desde casa. El ejército (sector, soldaditos de a pie) la policía, la guardia civil, los profesores que siguen quebrándose la cabeza para dar clase y los alumnos que estudian solos, los músicos que cuelgan sus actuaciones en las redes sociales, los profesores de yoga y psicólogos que hacen lo propio. Los voluntarios, muchos de ellos jubilados de la profesión sanitaria que han vuelto a ponerse al servicio de la sociedad; las asociaciones que recogen a los sin techo, los panaderos que siguen amasando y repartiendo; las limpiadoras (ruego al respetable público que aquí me permita usar solo el femenino) de oficinas, estaciones, aeropuertos  y demás lugares transitados. Los taxistas que no cobran a los sanitarios, los conductores de autobuses y metros, alcaldes de pequeños pueblos que desinfectan ellos mismos las residencias de ancianos, nietos que han permanecido al lado de sus abuelos para ayudarles y que no salgan a la calle, padres que trabajan en casa y a la vez cuidan de una prole pequeñaja a la que no pueden sacar al parque...Seguro que me he dejado a unos cuantos en el tintero, pero ustedes pueden completar la lista fácilmente. 

   También quiero ser justa e incluir a ciertos señores y señoras de alto poder adquisitivo que han puesto sus muchos millones al servicio de la ciudadanía: Amancio Ortega, su hija Sandra, Bill y Melinda Gates, que son los únicos que luchan contra la malaria y ahora también contra esta plaga; Ana Botín, que se ha recortado el sueldo a la mitad y ha prometido no hacer un ERTE en su banco y Leo Messi, el único de esa pandilla de antiguos héroes llamados futbolistas (espero que después de este episodio ya no lo sean nunca más) que se ha molestado en extender un cheque con algo más de cinco ceros. Que aquí me dejo nombres atrás? Cierto, pueden ustedes tambier completar la lista a su gusto. Por cierto, que les haga miembros de mi patria y les agradezca lo mucho lo que nos están dando no les exime en absoluto de seguir pagando a hacienda una vez que las aguas vuelvan a su cauce, entendido? 

    Y para terminar, pertenecemos esa gran patria de ciudadanos anónimos los que desde el minuto uno de la crisis hemos decidido quedarnos en casa y hacer lo que nos dicen unos gobernantes que son los que están al mando de la situación, con mejor o peor acierto, porque ninguno de ellos, NINGUNO, ni el más sabio, estaba preparado para hacerle frente a algo de esta magnitud; ya les pediremos cuentas cuando sea posible. Esa patria de anónimos que obedecemos y nos preocupamos por nuestros seres queridos, nuestros amigos y parientes que viven solos, vamos al supermercado lo imprescindible y no colgamos en las redes, por muy activos que seamos, bulos, alegatos políticos, cruzadas imposibles ni falsas noticias que solo sirven para alarmar. Hace unos días yo misma, asustada por el nivel de odio y visceralidad que veía en la Red, me lancé a propagar un hashtag tan inocente como  #ahoranoesmomento ,para intentar calmar un poco a los odiadores y a aquellos que sin darse cuenta de lo que piden, piden la dimisión (ahora!) del gobierno y la muerte de algun ministro, incluso.   Aparte de conseguir que me lean algo más de dos mil personas en dos días, he conseguido (sin buscarlo) que un primo mío me haya retirado el saludo diciendo que, palabras textuales  "le doy asco por ser tan  Podemita". Ese elemento no forma parte de mi patria, como supondrán; a veces en la patria no nos cabe toda la familia.

    Yo sí tengo una patria, y espero que quienes me leen, a quienes aprecio y tengo en alta estima (menos a mi pariente odiador profesional)  formen parte de ella, tal cual se la he descrito. Muchas gracias.

martes, 24 de marzo de 2020

Cambio de planes

    El padre de una amiga mía muy querida era juez. Es más: hablaba como un juez, iba vestido como un juez y creo que en la vida he conocido a nadie que fuera más juez que don César. Pero resulta que a Don César, que también fue siempre un señor muy mayor, le pilló la Guerra Civil estudiando ingeniería en Madrid y cuando la cosa ya se puso de bombazos a las puertas de la ciudad universitaria, tuvo que salir por piernas a su ciudad natal, donde pudo pasar la guerra mal que bien. Quería seguir estudiando, claro, pero la facultad de ingeniería no admitía alumnos que se examinaban por libre y sí lo hacía la de derecho, así que la opción para aquel joven César estaba clara: había que estudiar derecho en otra Universidad que no fuera la de Madrid, y que admitiera alumnos que estudiaban en sus casas y solo iban a examinarse. Y de esta manera, guerra mediante, el futuro ingeniero César se convirtió en  licenciado en derecho y posteriormente en un prestigioso juez, insisto porque le conocí y lo traté mucho: un señor que se levantaba siendo juez y se acostaba siendo juez. Quién se lo hubiera dicho en 1936! Su vida cambió y tomó otro rumbo que se mantuvo, más que dignamente hasta el final de sus días.

   Toda esta parrafada viene a cuento en estos días en los que chicos y grandes  hemos tenido que cambiar de planes. algo que a algunos, yo al frente, nos revienta en sobremanera. Ahora, llegados a este punto de confinamiento Urbi et Orbe, ya no quedan planes por hacer (que ese sí que es otro cambio) sino aceptar nuestra suerte, dar gracias por estar vivos y no contagiados,  y vivir día a día con la ventaja de tener Netflix, no tener que empuñar un fusil y poder asomarnos al balcón y no pasar los días y las noches en un refugio antiaéreo. Creo que la mejor labor que podemos hacer ahora los que somos padres es explicarles a nuestros retoños que esto es lo más parecido a una guerra que vamos a vivir (crucemos los dedos) y que nuestros padres y abuelos vivieron esas otras guerras que, a muchos de ellos les cambiaron los planes, y la vida misma. 

    De esas otras guerras yo me he pasado la vida escuchando relatos miles, que lejos de resultarme pesados me encantaban. Según cuenta la leyenda familiar, cuando era pequeña, mi padre me los grabó en un cassette, para no tener que contármelos cada noche... Quién la pillara ahora! Mi memoria está llena de muchas de esas historias de miseria, de desfiles, de familias rotas  y de planes cambiados que trajo la guerra de España. Años después, al conocer a los que fueron mis suegros, seguí almacenando en mi disco duro propio muchas anécdotas e historias de esa otra guerra europea que a ellos les dió una sonora bofetada en ambas mejillas, y que, concretamente mi suegra, vivió trabajando para la Resistencia cuando era una chiquilla de la edad de la mía, que está en casa con un morro que se lo pisa porque esta guerra contra el enemigo microscópico le ha fastidiado un año por delante lleno de planes, porque precisamente esta primavera es la última de su vida escolar. 

    Comprendo a mi criatura cercana con esa frustación que provocan los planes chafados y echo de menos a mi criatura lejana que se nos ha quedado varada a mil setecientos kilómetros de aquí. Ni una situación ni la otra entraba en nuestros planes y no sé muy bien cómo saldremos de esta. Comprendo porque soy una señora entrada en años y porque, dentro del fastidio de no tener planes y no poder volar, que me encanta, paso muchas horas al día leyendo y escribiendo, y ya solo por eso me siento afortunada. Pero comprendo también que ellos no lo entiendan, los de una generación donde las guerras y las miserias de occidente quedan a una distancia equivalente a la del Pleistoceno. 

    Este planeta va a salir transformado de esta guerra (porque es una guerra) y queda por ver si para mejor o para peor. Yo pongo mi granito de arena con estas reflexiones y con cierto optimismo enfermizo que heredé de mi padre. Los planes ya están cambiados y el virus va a seguir machacándonos durante una buena temporada, así que mas vale que nos hagamos a la idea de que no hay planes posibles...Solo vivir.

domingo, 22 de marzo de 2020

Ahora no es el momento (#ahoranoesmomento)

   Yo no he venido a hablar de política. Es más, en estas circusntancias, deberíamos hasta prohibírnoslo a nosotros mismos; por higiene personal y por respeto a la propia política, que en estos momentos es política de guerra, no de salones parlamentarios. Pero ya no puedo más de memes sobre las manifestaciones del 8M, de alegatos patrioteros unos defendiendo al Rey u otros pidiendo su cabeza, de imitadores baratos de Pedro Sánchez, de himnos de la legión y de convocatorias para aplausos y caceroladas que piden una cosa y su contraria en la misma franja horaria. 

   No soporto a Pedro Sánchez, que me parece un ser con un ego más elevado que el metro noventa que mide. Tampoco a Pablo Iglesias, que pensaba que gobernar era lo mismo que leer un libro y subrayarlo. De la niña Irene no diré más que creo que nadie debería ser ministro antes de los cuarenta, como pronto. El Doctor Simón me parece que tiene el mérito cada día de salir a dar la cara y contestar preguntas; que se haya equivocado no lo descarto, pero la medicina no es una ciencia exacta. Los dos mandatarios de Madrid son dos pelagatos a quienes su partido les ha regalado el gobierno de una ciudad desmedida, innecesariamente grande y, como estamos viendo, desprovista de lo necesario para una emergencia; pero ahí están, trabajando sin desmayo. El Rey me parece un buen chico, tan bueno como innecesario, a quien las jugarretas más feas se las hace su propia familia.  Si los pusiéramoss a todos en fila y los lleváramos en procesión a un hipotético cementerio donde descansaran Churchill, De Gaulle, Mandela, Gandhi y Martin Luther King, estos saldrían de sus tumbas en cinco minutos y se quedarían solos repartiendo collejas. Creo que ya les he dejado bastante claro que no les avalaría un crédito hipotecario a ninguno de ellos, no? Pero éstos son los mimbres con los que tenemos que tejer la cesta de esta crisis, no hay otros.

    Este es el gobierno que tenemos y no es fruto de un golpe de estado. Estos son los que tienen que tomar decisiones, ninguna fácil,  y equivocarse dos veces para acertar una, porque en sus manuales de hacerse mayores y hacer política no venía el capítulo "pandemia";  y porque creían que solo tendrían que lidiar con los mercados, la banca y alguna que otra huelga general, una vez eliminado el terrorismo vasco. Ahora les ha tocado bailar con la más fea y además llevarse todos los pisotones; ojo,  que no les estoy pidiendo compasión, ni yo misma la tengo, solo un poco de silencio mediático. Porque sea lo largo que sea el arresto domiciliario, los que están al mando son ellos, y ahí seguirán para lo que venga después del arresto, que tampoco va a ser fácil. Los que se juegan la vida son los sanitarios y demás srvicios públicos, los que tiene que actuar para que las vidas cuesten caras son ellos, porque ahora, en el fragor de esta batalla no nos vamos a poner a convocar elecciones, o eso es lo que quieren los de los memes sin descanso? Ya les pediremos que rindan cuentas y ya les castigaremos urna mediante; para lo cual, recuerdo al respetado público protestón, hay que ir a votar y no quedarse en el sillón mandando memes e himnos de la legión. 

   Tengo una cuenta en Twitter pero soy un desastre para crear tendencias, así que por una vez, voy a utilizarles a ustedes, queridos lectores, para ver si entre todos logramos crear una barrera de silencio en torno a estos gobernantes (inútiles o no) y dejarles que sean ellos, y sus asesores científicos quienes tomen las medidas oportunas; mientras nosotros cumplimos lo que se nos pide que, por el momento es algo tan sencillo como quedarse en casa. Me gustaría crear un Hashtag y viralizarlo lo suficiente como para que sirva para crear cierta serenidad que no tenemos y que nos hace falta, porque esto va  a ser largo, y aplicárselo a todos aquellos que via redes sociales insisten y persisten en encabronarnos (disculpen) a todos y ponernos de mal humor, haciendo de paso una campaña política que de nada sirve, porque la política no es un medicamento antiviral, ni crea vacunas. 

   Yo lo he llamado #ahoranoesmomento y llevo días practicándolo con poco éxito; se lo aplico, con su símbolo y todo al todo aquel que se sirve de las redes sociales para dar un mítin. Me ayudarían ustedes por favor? Prometo seguir contando cuentos y no volver a hablar de política.

viernes, 20 de marzo de 2020

Abuelo y nieta, diálogo. (Los cuentos de la Plaga, 1)

    El abuelo y la nieta están sentados frente a la chimenea una tarde de primeros de abril, jueves santo, quizás. El día ha sido bonito y soleado, pero a las cinco de la tarde, el fresco de ese abril apenas iniciado invita a recogerse frente a la lumbre. El abuelo intenta terminar el crucigrama del ABC, la nieta enreda con las tenazas de la chimenea, voltea las brasas, sopla con el fuelle y contempla a ese abuelo alto y encorbatado, enjuto y serio como un ciprés y comienza el interrogatorio. 

- Abuelo,  tú has ido a la guerra? 
- No, no he ido, pero ya he visto dos...Tres si contamos la Segunda Guerra Mundial, que aquí no llegó pero que de alguna manera la padecimos. 
- Y por qué no fuiste a la guerra?  Si tienes un montón de escopetas...
- Te lo creas o no, cuando empezó la guerra de España yo ya era muy viejo, lo suficiente para que no me mandaran al frente; y las escopetas que tengo son para cazar, nunca en mi vida he disparado a una persona, ni se me ocurre! A ver, río catalán de tres letras, esta te la sabes, que te la he dicho muchas veces.
- "Ter". Y dónde viste la otra guerra? 
- La primera mundial? No la vi, pero estuve en París justo después de que se acabara, y fue muy impresionante, la verdad. 
- Y qué hacías tú en París? si tú nunca vas a ningún lado!
- Estudiar francés, que me mandó mi padre. A ver, otra fácil: preposición, de una letra.
- "A". Pues dice la abuela que tú ibas a unos teatros donde había señoras desnudas cantando. 
- Eso te ha dicho tu abuela? Vaya por Dios! Pues fui a estudiar francés; pero también iba al teatro, vi a Joséphine Baker actuar, que era una señora de color que sacaba al escenario un leopardo vivo y todo.
- Pero iba desnuda? 
- más o menos. Otra fácil: mes del año en el que empieza la primavera, cinco letras.
-"marzo" Y no te dieron ganas de matar al leopardo? 
- pues no! A ver si te crees que porque me gusta cazar voy por ahí pegando tiros a todo lo que se mueve. 
- Y por qué no te quedaste en París? 
- Porque de repente mucha gente empezó a enfermarse, tenían fiebre, no podían respirar y se morían. Era algo que no había ocurrido hasta entonces, todo era muy extraño. Tuve miedo y me fui en el primer tren donde encontré sitio; recuerdo que incluso mi padre me riñó al volver a España tan precipitadamente porque tenía la pensión pagada para un mes.
- Era una epidemia de viruela? A mi no me puede dar porque estoy vacunada.
- No hija, era otra cosa que parecía un catarro, después daba mucha fiebre y luego se ponía todo el mundo malísimo. A ver, símbolo de la plata, dos letras y no me digas que no lo sabes, que nos ha salido ya muchas veces.
- "Ag". Y cómo se llamaba aquello? 
- la llamaron Gripe Española, pero no era verdad que fuese española. No encontraron vacuna como la de la viruela y murió mucha gente.  Venga, a ver si terminamos esto:  matrícula de Zamora, dos letras? 
- "Za". Nos falta mucho? prefiero que me cuentes más cosas de París y de la señora negra que cantaba desnuda. 

    El abuelo cierra el ABC a falta de dos líneas de crucigrama que terminará cuando la nieta preguntona se vaya a la cama. Cierra los ojos diez segundos y recuerda aquel París de los años veinte que tuvo la suerte de conocer, aquellos teatros llenos de gente coreando el nombre de Joséphine, desnuda de cintura para arriba, claro que sí. Recuerda la pensión donde vivía y el nombre de la Señora Dupont, su patrona; recuerda el olor de las panaderías, el sabor de los caracoles y los colores de los jardines y mira por la ventana el atardecer de ese campo extremeño cuajado de alcornoques diciéndose que tampoco está nada mal. Aquella gripe Española de 1918 le dejó con el sabor de París en la boca y desde entonces nunca más pudo volver. Ha  tenido que venir este demonio de criatura con sus preguntas a revolver los recuerdos...

- Chica, ya que tienes la tarde preguntona,  pregunta a tu abuela  qué tenemos hoy para cenar!
- Sopa de Ajo, abuelo. Y si viene otra gripe de esas tendremos una vacuna como la de la viruela?

miércoles, 18 de marzo de 2020

Lo que el virus se llevó

   Que este virus nos ha cambiado a todos la vida ya es un hecho probado; que nos la cambiará cuando consigamos echarlo, erradicarlo, o convivir amistosamente con él, es otro cantar. A mi por supuesto me encantaría tener la bola de cristal necesaria para saber qué va a cambiar;  como no la tengo, las mías son hipótesis, y estaría tentada de decirles como Groucho Marx: si no les gustan,  no se preocupen, tengo otras. 

    Este virus se llevará para siempre esa idea que en Occidente habíamos hecho nuestra que, pasadas dos guerras mundiales, una guerra fría con tintes nucleares, y superadas muchas plagas gracias a las vacunas (aunque haya un grupo de trogloditas empeñados en que no sirven) ya nada podía ocurrirnos; o al menos no a todos a la vez. A la vista está que pueden ocurrirnos cosas muy feas incluso sin que Putin se emplee a fondo en ello; e incluso cosas muy feas provenientes de un animalillo microscópico. Nos habíamos obsesionado con los mercados y sus fluctuaciones y con los emigrantes y las cosas malas que traían con ellos en sus ya exiguos equipajes. Resulta que los mercados están descontrolados y por el momento, poco nos importan y que los emigrantes de lujo, esto es, los que viajan en avión y está hoy aquí y mañana a dos mil kilómetros son los que han ayudado de forma generosa a que el virus se propague. No presumíamos de vivir en una aldea global? Pues estan son las consecuencias. En la aldea de Asterix seguro que el Coronavirus ni osaba entrar...

    El virus se llevará la idea de que no podemos vivir sin tantas cosas que nos parecían vitales y que los días de encierro nos están demostrando que se puede vivir sin ellas. Una lista? Yo he apuntado todas estas: podemos vivir sin tomarnos una caña en el bar; podemos vivir con menos papel higiénico, sin el pan multicereales con omega tres y masa madre de la panadera chic que ha cerrado estos días; sin cambiarnos cada día de abrigo o de zapatos, sin ir al gimnasio para luego ir en coche a todas partes; podemos vivir sin teléfono fijo, pero no sin wifi, sin la profesora de yoga y sin el masaje chino, pero no sin médicos, enfermeros, policía, camioneros y maestros. Podemos vivir sin ir al Applestore, ni a Zara ni a  Sephora, pero bendito supermercado y sus cajeras, (incluso las y los impertinentes)  que están abiertos cada día. Es posible vivir sin oligoelementos y bolitas homeopáticas pero no sin Paracetamol; como es posible vivir solo pero es mejor vivir acompañado. La lista la dejo aquí por ahora porque esto es un blog, no el testamento de Amancio Ortega.

    El virus ya se ha llevado nuestras dudas sobre el valor de la cosa pública (la res publica del latín que ya se lo llevó el desuso hace tiempo) y esperemos que se lleve de nuestro panorama político a quienes plantean recortes para la sanidad, la educación y la ciencia que es de lo poquito que queda en pie una vez que todo lo demás está entre paréntesis.  El virus se llevó la vida social pero nos hace descubrir el valor de la comunidad, del lugar donde vivimos, de nuestros vecinos y de cómo podemos ayudarnos unos a otros...Por el momento sin hacer vida social! Se llevó el sinsentido de una generación consumista y caprichosa que sólo encuentra consuelo en las redes sociales y en cuatro descerebrados que llaman Influencers (a veces también son futbolistas) y les va a dejar un poso de reflexión para los años venideros.

    Este maldito virus, que además es monárquico porque lleva corona, se ha llevado abrazos, besos, apretones de manos, conciertos de música, paseos por la playa, viajes a lugares exóticos, empleos precarios, becas de estudio, oportunidades de negocio, pruebas atléticas, viajes de estudios, excursiones colegiales, y de aquí a que se pase, se llevará todavía un montón de cosas más. Yo, como Escarlata O'Hara, levanto la zanahoria que he descubierto escarbando en la tierra y me digo que "a Dios pongo por testigo"... Y en los puntos suspensivos pongan ustedes lo que quieran, que nos quedan días para pensarlo. Y QUEDENSE EN CASA.





lunes, 16 de marzo de 2020

Conexiones fallidas, abrazos rotos.

    Primer dia laboral de encierro. Mis cohabitantes y yo nos hemos precipitado esta mañana a nuestros ordenadores falsamente esperanzados en que la sociedad hiperconectada en la que vivimos nos lo iba a poner fácil...Y ahí nos hemos llevado todos el primer chasco (y no será el último): servidores saturados que no nos dan acceso, wifi ralentizada, aplicaciones necesarias para conectarse que se resisten a descargarse, acompañadas de esas bonitas cuñas que nos regala el ordenador cuando nos dice que nuestro sistema operativo, o alguno de sus programas no puede descargar la aplicación de turno porque no tenemos la última versión de lo que sea. Llegados a ese punto, yo me he dedicado afanosamente a las tareas domésticas, que son un ansiolítico de primera cuando no las tienes que hacer por obligación. 

    Vivimos en una sociedad en la que lo hacemos todo telemáticamente: comprar, ir de viaje, escuchar música, trámites administrativos, y qué se yo cuantas otras cosas. Salimos a comer o a cenar con amigos y siempre hay alguno que tiene que llamar la atención de los demás sobre el uso contínuo del móvil, generalmente para tonterías. El cine, la música,  y ya hasta los teatros y museos se consumen "on line" completamente desmaterializados y, sin embargo, ahora que tenemos no la oportunidad sino la obligatoriedad de hacerlo asi, protestamos y no lo hacemos. Me juego la mano derecha (y no la perderé) que las visitas virtuales del Louvre, o las retrasmisiones del Metropolitan de Nueva York no van a multiplicar sus seguidores en estos días. Tampoco creo que haya un repunte en las ventas y descargas del Quijote o de los Episodios Nacionales (y son gratis) en Amazon. Hemos creado una sociedad avanzada e intensamente comunicada para darnos cuenta de lo esencial en cuanto han venido mal dadas: que lo que nos sigue gustando es el contacto humano, y a ser posible, no por Whatsapp.  Y que lo de la conectividad solo sirve para comprar y para que los bancos ahorren en personal.

    Supongo que todos estamos haciendo listas de lo que queremos hacer cuando esta pesadilla se termine. Yo soy de las que hago listas hasta de las partes de mi cuerpo (creo que hace años hice hasta una entrada en este blog sobre ello) así que ponerme a la tarea me ha resultado fácil.  Hechas mis listas (la de las cosas que hacer, que tirar, la gente a quien llamar, los libros que leer, etc) me doy cuenta que,  por encima de todas las cosas, quiero una sola: volver a tocarnos, a besarnos y achucharnos unos a otros. Y de paso abrazar a ese hijo que se me ha quedado varado en la estepa castellana cuidando de su abuela y haciéndole frente con coraje y responsabilidad a esa plaga que con España se está cebando especialmente quizas también por lo mismo que yo echo de menos: porque todos queremos estar juntos, todos sentados en el mismo sillón, todos viajar a la vez y todos tomarnos la caña el mismo día y a la misma hora. Aunque como cosa curiosa les diré que en Noruega, país invernal, apartado del centro de Europa y habitado por unos seres poco habladores, tiene uns cifras de infectados sorprendentemente altas...

   En lo que tocarse, besarse y demás intercambios de fluidos sigan siendo vectores de contagio, nos queda el tiempo, que es eso que estamos pidiendo a todas horas y que nos quejamos de no tener nunca. Nos queda levantarnos y sonreir por las mañanas a quienes viven con nosotros y acordarnos de los que viven solos, que si tienen algún cacharro con Internet, quizás agradezcan una llamadita con contacto visual. Nos quedan los libros, que son fieles compañeros aunque ya sé que predicar ese evangelio es una batalla perdida y nos queda la vida, que nadie nos la ha quitado de un bombazo ni nos han mandado a un campo de exterminio. Dense ustedes por besados y,  por favor: QUEDENSE EN CASA.

domingo, 15 de marzo de 2020

Esas frases, esos modos

    Día dos del arresto domiciliario casi cumplido y sin novedad en el frente vírico familiar, teniendo en cuenta que de los cuatro, tres son escolares, tiene su mérito. Cada uno se busca la terapia ocupacional que puede,  siendo la de repasar con Baldosinín las juntas del cuarto de baño la más absurda de todas...Y adivinen a quién se le ha ocurrido. Mientras pasaba con el producto por todas las rayas del alicatado una y otra vez, me ha dado por pensar en todas esas frases que decimos tantas veces sin sentido y que hacen cierto aquello de que más vale no desear ciertas cosas porque a veces se cumplen. 

    Yo siempre he deseado tener tiempo, más que dinero; aunque la sabia combinación de ambas magnitudes es lo mejor, claro. Siempre me ha faltado tiempo para escribir mejor, para enzarzarme con ese libro por escribir sobre mis parientes mexicanos que ya practicamente había dejado como proyecto para la jubilación; me faltan horas de sueño porque me da por leer y nunca hay horas suficientes para todos los libros de la mesilla; pretendo tocar el piano decentemente cuando por falta de tiempo da lástima oirme, y así todo. "Ay si yo tuviera tiempo"...Lo he dicho tantas veces, que ahora, que de repente veo una avalancha de tiempo libre que se me viene encima, hasta me voy a tener que hacer un horario para que me de tiempo a todo. 

    "Que paren el mundo, que yo me bajo". Lo hemos dicho? claro que si, yo varias veces en mi vida. Pues bien, el mundo se ha parado; o por lo menos ha empezado a dar vueltas a una velocidad más pausada, y a la mayor parte de los que habitamos ese mundo no nos está gustando nada. Porque el mundo se ha parado al ritmo que se han parado los aviones, los colegios, las Universidades, las fábricas de mascarillas y geles desinfectantes, las consultas normales en los hospitales, las vacaciones, los cumpleaños y hasta los funerales. No queríamos que se parara el mundo? Pues esto es lo que hay si ocurre. mejor haberlo visto para no volver a desearlo nunca más. Lo tacharé de la lista que tengo para cuando venga el genio de la lámpara a visitarme.

   "Cuando las barbas de tu vecino veas cortar"...Si recuerdan ustedes muchas de mis entradas pretéritas recordarán mi pasión por el refranero español, al que le hacemos poco caso en su inmensa sabiduría. Esta frase nos la tenemos que aplicar todos aunque los recalcitrantes digan que hay que aplicársela al gobierno. Yo se la aplicaría pero grabada a fuego en la piel a todos esos que aseguran que no pueden vivir sin salir y sin tomarse una caña con patatas bravas, y a los que con la excusa de pasear al perro desvalijan los supermercados de papel higiénico. Ya no digamos a los madrileños por el mundo que han invadido este fin de semana las costas de España para dejar allí sus miasmas, convencidos como estarán de que el virus a ellos no se les pega y mucho menos lo transportan. Que Madrid sea ese monstruo con tres cabezas dentro de la España vaciada es culpa de todos, que conste.

   Y para terminar, esa perla que nuestras abuelas utilizaban como una letanía y que no sé por qué motivo (algún Influencer, seguro) se ha puesto de moda: "Señor, llévanos pronto"...Pues a mi no, si puedo evitarlo;  yo quiero quedarme todo lo posibleen este mundo alocado y sin sentido, incluso en compañía de los terrícolas con síndrome de abstinencia por falta de de caña en el bar, incluso con la mitad de mi dentadura caída y con un bastón para caminar, incluso con los de Vox en el gobierno y con Puigdemont de vuelta en España. Yo quiero quedarme, y quiero hacerlo en compañía de mis seres queridos que algunos ya tienen sus años y a otros los tengo en este momento más lejos de lo que me tranquilizaría. 

   Así que ya saben, a lavarse las manos y YO ME QUEDO EN CASA! Carajo. Y ustedes, a ser posible, tambien.

sábado, 14 de marzo de 2020

Nuestra distopía particular

    Desde hace unos año se han puesto de moda las distopías. Ya saben esas historias (la mayoría series de televisión) que nos pintan una realidad terrible e indeseable, pero que tiene los suficientes rasgos de veracidad como para que nos las creamos, o al menos nos asustemos. Muchos de ustedes habrán visto o leído "El cuento de la criada",  así que no me alargo con el ejemplo. Lo que ahora nos está pasando es una distopía de las buenas, sin necesidad de guionistas de Hollywood por medio;  es más, juraría que ni al mejor de ellos se le habría ocurrido una como la que estamos padeciendo. 

   En una distopía de las de Netflix, el virus lo habrían desperdigado por el planeta unos malos malísimos, probablemente rusos, a sueldo de unas multinacionales farmaceuticas que después nos venderían la vacuna para curarlo. Para no hacer el cuento tan simple y alargarlo unos cuantos episodios,  por el camino nos irían contando la historia del policía que tiene desde el principio la mosca detrás de la oreja (un buen tipo con una vida familiar desastrosa) del médico que denuncia la farsa, de la enfermera que arriesga su vida para cuidar enfermos, del político corrupto que se deja untar por la multinacional y de una familia de clase media de un barrio residencial cualquiera donde unos tras otros van cayendo víctimas del mal hasta que el hijo quinceañero, que generalmente se mueve en monopatín (patinete también vale) se pone por su cuenta a buscar culpables y como es un friki informático, va y los encuentra en la Dark Web...Antes de seguir,  un inciso: casi que debería probar suerte entre los guionistas, que me parece un oficio menos arriesgado que el que tengo en estos momentos. 

   En la distopía que estamos viviendo, los capítulos no hay que alargarlos, ni siquiera esperar al día siguiente a que pasen cosas, que suceden casi cada hora. Tampoco nos ha hecho falta una trama rusa, aunque seguro que los rusos de alguna manera sacarán tajada de lo que está ocurriendo (45 diagnosticados en ese pedazo de país que tiene frontera con China e Irán? ) nos ha bastado con que los chinos tengan la malsana costumbre de convivir estrechamente con unos animales que luego se comen y los aviones han hecho el resto. En algunos países las costumbres locales han contribuido de forma eficaz a la expansión virológica: hacemos lo que nos da la gana porque el gobierno nos engaña, vamos a rezar al templo todos bien apretaditos, les quitamos a los trabajadores el seguro médico o no podemos vivir sin nuestra caña diaria con patatas bravas. No diré nombres, creo que ustedes se hacen cargo. Queda por ver qué salida tendrá esta distopía tan fea en la que nos hemos metido, porque las de la tele casi siempre acaban bien, o si acaban mal nos da igual porque son película.

    Curiosamente, mi hija ha tenido que leer y hacer un trabajo sobre "Utopia" de Tomas Moro en las últimas semanas, y yo he aprovechado para releer algunas páginas con ella. Me sigue pareciendo un libro filosóficamente hermoso y políticamente visionario (como lo fue su autor) y en estos días duros de la distopía, frase sacadas de la "Utopia" cobran cierto sentido: 

"Si no lográis hacer todo el bien, intentad por lo menos disminuir el mal, pues no es posible que todas las cosas vayan perfectamente, a no ser que los hombres sean todos buenos, lo que no espero que suceda antes de mucho tiempo".

   Si los hay que una cosa tan sencilla como "yo me quedo en casa" o mejor #yomequedoencasa, no lo entienden, como para venir con citas sacadas de un libro del siglo XVI. Si la Distopía se acaba, quizás salgan unos Utopianos con otro talante. Yo como soy optimista lo espero...Pero no pondría la mano en el fuego.

jueves, 12 de marzo de 2020

Cosas que no hay que hacer

    No me cabe ninguna duda, que los chinos han terminado con la plaga porque son obedientes. Ya, ya sé que además viven bajo una dictadura y quizás por eso son más obedientes, o no les queda más remedio que obedecer porque la alternativa es el trullo y queda por ver qué pasaría si 1200 millones de chinos vivieran libres de la dictadura y pudieran hacer lo que les diera la gana...Pero sea como sea, los chinos han terminado con la epidemia principalmente por hacer lo que se les ha dicho que hagan. 

   Esto de hacer lo que te dicen parece una frase de parvulario pero tiene más interpretaciones semánticas que un poema de Rubén Darío. Si fuera tan sencillo, lo haríamos,  no? Vamos a dar un repaso a las normas elementales, siempre según las indicaciones del Doctor Fernando Simón (mi nuevo ídolo) o de los ministerios de sanidad de varios países. 

   Dejemos de saludar con la mano y sobre todo, dejemos de besarnos. A mí me gusta dar la mano, y cuando salí de España vi con gran admiración que las mujeres se saludaban de aquella manera que me evitaba el besuqueo de mejillas con desconocidos y desconocidas, cosa que detesto (ojito, que en la vida privada y con mis seres queridos yo soy la más besucona del lugar) y que era un gesto de cortesía común, no una cosa de machotes de bar.  Ahora resulta que esa costumbre meridional de darse besos a troche y moche ha llegado hasta el norte de Europa donde vivo y me parece un atraso, la verdad. Con un poco de suerte, gracias a la plaga vuelve la cordura y volvemos a alargar la mano, cuando ya no sea un acto heroico. 

   No tocarse la cara: me pregunto si los chinos tienen este problema o para ellos este mandamiento no cuenta. Yo el primer día que leí el consejo de no tocarme la cara estuve muy atenta y conté mentalmente las veces que me la toqué en una hora: treinta! Y eso que ya era consciente de que no me la tenía que tocar. Ahora,  cada vez que se me va la mano hay un Pepito grillo sanitario ya instalado en mi cerebro via Internet que me la detiene, por ahora funciona. 

   Lavarse las manos es algo que mi madre y abuela me repetían a todas horas y sobre todo, antes de sentarse a la mesa o al llegar de la calle. Yo también lo repito a mis criaturas aunque a pesar de lo pesada que soy, en ese capítulo he sido bastante menos pesada que con otros mantras esenciales para la madre moderna como"ponte a estudiar", "ordena tu habitación" o "procura no beber mucho si sales". Esas letanías mi madre y mi abuela se las ahorraron porque estudiábamos como leones, sólo bebíamos cerveza y si la habitación estaba desordenada las penas capitales incluían no poder salir más a beber cerveza ni nada. Pero vamos, que lavarse las manos no cuesta nada, caramba; aunque las mías están empezando a despellejarse, y no creo que sean las únicas. 

   Y ahora viene la mejor: hay que toser o estornudar tapándose con el antebrazo, porque este movimiento es la versión 3.0 de la 2.0 que era taparse la boca con la mano, cosa que ya no hay que hacer por razones obvias de contagio vía saludo o agarre de puertas y otros tiradores. Dejaremos para los epidemiólogos futuros el estudio de si la versión 3.0 ha sido eficaz para evitar contagios en metros, autobuses y colas de supermercado; yo aún recuerdo una bronca que mi madre le echó una vez a un señor que estornudó detrás de ella en la cola de la ventanilla bancaria, y eso que era julio y no había epidemia ninguna. De tal envergadura fue que me retiré a una esquina del banco negando como San Pedro que yo tuviera nada que ver con aquella señora enfurecida. 

    Con esto terminamos la lección de hoy sobre las cosas que no hay que hacer, que si se paran ustedes un poco a pensar, son las que toda la vida nos han repetido que no hiciéramos. Sin ser chinos, añado.

  

miércoles, 11 de marzo de 2020

La bloguera en los tiempos del cólera

    Las circunstancias excepcionales me obligan a romper el silencio bloguero por varias razones. La primera por responsabilidad: es un momento importante en el cual, nos dicen, todos tenemos que contribuir quedándonos mucho en casa y haciendo bien lo que sabemos. Quedarme en casa y hacer algo que, modestamente, no se me da del todo mal significa en mi caso tener más tiempo para escribir, que era lo que me faltaba cuando me despedí solemnemente de ustedes allá por septiembre. Y añado de mi cosecha que en aquel entonces estaba yo terminando un libro que saldrá en breve, espero, a pesar del Coronavirus y de su pastelera madre. Y si no sale pronto pues saldrá más tarde, que no sé si a ustedes les ocurre pero a mí, de repente, el tiempo se me pasa de otra manera, más lenta, con menos urgencias y saboreando más cada minuto.

   Vuelvo a escribir porque esta rareza que nos está ocurriendo me da una y mil ideas para pensar, para escribir y para compartir, que es de lo que va este blog. Otros Influencers y pseudo expertos de Instagram y de lo que sea siguen a lo suyo vendiendo pastillas de colores o dando consejos de como preparar la piel para el verano. A mí mis mayores (que pasaron una guerra, algunos incluso dos) me enseñaron que a las duras hay que estar como a las maduras, y hacer lo que te manden. Así que como mi trabajo de repente funciona al ralentí, y yo para lo que valgo es para entretener a la gente con textos de página y media, aquí estoy retomando el hilo que dejé sin pespunte en septiembre y escribiendo para darles a ustedes, al menos, un par de minutos de solaz en lo que me leen. 

    Vuelvo a escribir porque, inevitablemente,  pienso en el Decamerón y en una idea que lanzó hace un par de días mi amigo José Ovejero, que él si es escritor de verdad y mucho más talentoso: podrían de nuevo diez personas aislarse en un lugar apartado y escribir un cuento cada uno? Con los mismos temas que en Decamerón original, claro; y con la ventaja de no tener a la Peste Bubónica sobre nuestras cabezas y trabajar con un ordenador y calefacción central. Yo me apuntaría a ser una de las cuentistas, faltaría más. Todo esto para decir que vistas las restricciones que ya tenemos para movernos, trabajar, salir a tomar una copa, ir al cine o a un concierto, no estaría mal volver a los tiempos en los que la lectura y la conversación (siempre guardando el metro y medio de distancia eso sí) eran actividad placentera. Y no nos besábamos tanto para saludarnos, que también era una ventaja.

   Y vuelvo para que dejen ustedes de mirar mañana,  tarde y noche las estadísticas de contagiados por regiones y países, y de buscar, recibir y rebotar por sus redes sociales toda esa batería de consejos y teorías sobre lo que hay que hacer y lo que no. Algunos son sesudos médicos y científicos, pero la mayoría de ellos no. Si puedo permitirme dar un consejo, a mis lectores españoles les recomiendo las ruedas de prensa del Doctor Fernando Simón (qué calma y qué sabias explicaciones sin estridencias las suyas) y por el lado Instagram las entradas de #farmacia_enfurecida, que además de claras e ilustrativas, tienen un excelente sentido del humor. Con solo eso ya tiene uno buena parte de la informacion que se necesita. Yo, como soy expatriada,  tengo que buscarme las lentejas informativas en algún sitio más, sin haber encontrado una que me convenza por ahora más que el de mis empleadores, que ya es algo.

   Y ya que yo vuelvo a escribir, pónganse ustedes a leer, caramba! Y no a mi, que lo mío se despacha en dos minutos. Pónganse a leer un libro gordo, de esos que siempre se encuentra la excusa para no leer, y no me pidan que les de listas y sugerencias, porque luego me dirán que todos son un rollo. Todo el rato que pasen delante del libro no lo pasarán viendo estadísticas de enfermos o escuchando presagios apocalípticos. A mis hijos y sus similares les aconsejaría que aprovechen el tiempo perdido y las clases perdidas para estudiar como bestias unos exámenes que nadie les va a perdonar vengan las plagas que vengan. Yo a lo mío, a retomar este blog en los tiempos del cólera, intentando evitar que como allí se decía "el olor de las almendras amargas nos recuerde el destino de los amores contrariados"...Esto viene de un libro gordo que también es muy recomendable. No diré más.