lunes, 16 de marzo de 2020

Conexiones fallidas, abrazos rotos.

    Primer dia laboral de encierro. Mis cohabitantes y yo nos hemos precipitado esta mañana a nuestros ordenadores falsamente esperanzados en que la sociedad hiperconectada en la que vivimos nos lo iba a poner fácil...Y ahí nos hemos llevado todos el primer chasco (y no será el último): servidores saturados que no nos dan acceso, wifi ralentizada, aplicaciones necesarias para conectarse que se resisten a descargarse, acompañadas de esas bonitas cuñas que nos regala el ordenador cuando nos dice que nuestro sistema operativo, o alguno de sus programas no puede descargar la aplicación de turno porque no tenemos la última versión de lo que sea. Llegados a ese punto, yo me he dedicado afanosamente a las tareas domésticas, que son un ansiolítico de primera cuando no las tienes que hacer por obligación. 

    Vivimos en una sociedad en la que lo hacemos todo telemáticamente: comprar, ir de viaje, escuchar música, trámites administrativos, y qué se yo cuantas otras cosas. Salimos a comer o a cenar con amigos y siempre hay alguno que tiene que llamar la atención de los demás sobre el uso contínuo del móvil, generalmente para tonterías. El cine, la música,  y ya hasta los teatros y museos se consumen "on line" completamente desmaterializados y, sin embargo, ahora que tenemos no la oportunidad sino la obligatoriedad de hacerlo asi, protestamos y no lo hacemos. Me juego la mano derecha (y no la perderé) que las visitas virtuales del Louvre, o las retrasmisiones del Metropolitan de Nueva York no van a multiplicar sus seguidores en estos días. Tampoco creo que haya un repunte en las ventas y descargas del Quijote o de los Episodios Nacionales (y son gratis) en Amazon. Hemos creado una sociedad avanzada e intensamente comunicada para darnos cuenta de lo esencial en cuanto han venido mal dadas: que lo que nos sigue gustando es el contacto humano, y a ser posible, no por Whatsapp.  Y que lo de la conectividad solo sirve para comprar y para que los bancos ahorren en personal.

    Supongo que todos estamos haciendo listas de lo que queremos hacer cuando esta pesadilla se termine. Yo soy de las que hago listas hasta de las partes de mi cuerpo (creo que hace años hice hasta una entrada en este blog sobre ello) así que ponerme a la tarea me ha resultado fácil.  Hechas mis listas (la de las cosas que hacer, que tirar, la gente a quien llamar, los libros que leer, etc) me doy cuenta que,  por encima de todas las cosas, quiero una sola: volver a tocarnos, a besarnos y achucharnos unos a otros. Y de paso abrazar a ese hijo que se me ha quedado varado en la estepa castellana cuidando de su abuela y haciéndole frente con coraje y responsabilidad a esa plaga que con España se está cebando especialmente quizas también por lo mismo que yo echo de menos: porque todos queremos estar juntos, todos sentados en el mismo sillón, todos viajar a la vez y todos tomarnos la caña el mismo día y a la misma hora. Aunque como cosa curiosa les diré que en Noruega, país invernal, apartado del centro de Europa y habitado por unos seres poco habladores, tiene uns cifras de infectados sorprendentemente altas...

   En lo que tocarse, besarse y demás intercambios de fluidos sigan siendo vectores de contagio, nos queda el tiempo, que es eso que estamos pidiendo a todas horas y que nos quejamos de no tener nunca. Nos queda levantarnos y sonreir por las mañanas a quienes viven con nosotros y acordarnos de los que viven solos, que si tienen algún cacharro con Internet, quizás agradezcan una llamadita con contacto visual. Nos quedan los libros, que son fieles compañeros aunque ya sé que predicar ese evangelio es una batalla perdida y nos queda la vida, que nadie nos la ha quitado de un bombazo ni nos han mandado a un campo de exterminio. Dense ustedes por besados y,  por favor: QUEDENSE EN CASA.

No hay comentarios:

Publicar un comentario