jueves, 28 de abril de 2016

Adivina adivinanza

    Hoy les propongo un acertijo. En mi casa están pasando cosas anormales y cuando comience a relatárselas, ustedes tendrán que adivinar el motivo. No se trata de saber de qué color es el caballo blanco de Santiago, pero casi. 

    Desde hace un par de días, en mi casa hay silencio, la wifi funciona al doble de su velocidad habitual, el rap ya no es ruido de fondo y nuestro cuarto de estar se ha convertido en una agradable sala de lectura.  La nevera, que estaba casi llena hace 48 horas, sigue casi llena. Es más, ciertos sectores de la nevera, véanse: zumos, leche, yogures y  quesos en lonchas siguen misteriosamente ahí. También dejé dos plátanos abandonados en el frutero que están cambiando vertiginosamente del amarillo al marrón sin tener que ir a comprar un kilo de plátanos día sí y día no para que les hagan compañía. Ayer cenamos cardo en salsa de nueces,  comida viejuna donde la haya.

    A la vez que la nevera no se vacía, el cesto de la ropa sucia tampoco se llena, la lavadora está casi muda y los pocos calcetines que salen de ella están, asombrosamente, emparejados tanto de talla como de color. No he vuelto a tropeza con cables de cargadores ni con zapatillas abandonadas en el pasillo. No me encuentro billetes de cinco euros debajo de las camas ni vasos usados por las esquinas de los cuartos. El cuarto de baño ha dejado de ser una combinación de sauna finlandesa y cuarto de los trastos y ya no hay todo tipo de notas autorecordatorias  y papeles que firmar a las siete de la mañana esperándome sobre la mesa de la cocina

    Hablando de la mañana, resulta que hoy me he levantado sólo una hora antes de marcharme a trabajar y me parecía que, o me estaba dejando mil cosas olvidadas en casa o me estaba equivocando de horario, pero ni lo uno ni lo otro. Ahora estoy escribiendo estas líneas y ni siquiera me he puesto a pensar en la cena. Raro, raro...

    Ayer, hasta tuvimos tiempo de ir al centro y ver una exposición de fotografía de Andrés Serrano, un curioso tipo medio cubano crecido en Nueva York que retrata mendigos entre otros desheredados. En condiciones normales, la exposición hubiera pasado por mi vida a la velocidad del AVE y sin tiempo para verla. Y no desespero, antes de que esta tormenta perfecta acabe, de ir a ver "Trumbo", que la acaban de estrenar y retrata a uno de los personajes más fascinantes del Hollywoood de los años dorados. Cine sobre el cine, uno de mis géneros favoritos. Lo conseguiré de aquí a otros dos días? Eso espero. 

    Porque aunque en la calle graniza, llueve, hay ráfagas de viento y un frío más propio de de febrero que de finales de abril, en mi casa tenemos en este momento un anticiclón de las Azores que nos ha hecho ver el sol en forma de recuperar los pequeños placeres abandonados por falta de tiempo y porque ciertos seres humanos, en una racha bastante larga de nuestras vidas, nos dedicamos a invertir mucho tiempo en otros seres humanos que viven con nosotros y que nos colonizan la existencia, o por lo menos tres cuartos de la misma. En dos días, el anticiclón se moverá, la tormenta pasará de perfecta a imperfecta, y los dos adultos amigos y compañeros para la vida que compartimos esta casa donde están ocurriendo cosas misteriosas, volveremos a nuestro estado previo de seres colonizados y, sin embargo felices de serlo. Quizás dentro de diez años me arrepienta de haber escritos estas líneas; por ahora, disfruto de lo que está ocurriendo. Queda abierto el plazo para hacerme llegar la respuesta a la adivinanza.

lunes, 25 de abril de 2016

Acabemos con el análisis sintáctico, ya!

    En la latitud que habito, ha empezado un nuevo invierno, éste con granizo, algo de nieve y temperaturas próximas a cero, así que el fin de semana se ha prestado a las actividades de interior. Una de ellas, no precisamente apasionante,  ha sido contemplar a mi heredera (pobre!) como se devanaba los sesos  con un examen de lengua española. 
 
    En otro tiempo pasado, yo hubiera metido el cazo y además con razón, porque la lengua era una de mis asignaturas fuertes y aunque ya la cosa consistía en buena medida en ese ejercicio tan estéril como antipático del análisis sintáctico, yo no había llegado aún a la edad de plantearme preguntas trascendentales; así que me limitaba a hacer todos esos dibujitos de árboles, ramificaciones, subrayados de colores, cajas, cajones y cajoncitos con los que desmenuzábamos frases llenas de sentido como "debo pasar por casa de mi antipática vecina para regarle las plantas" (con sujeto omitido) o "ay señor, señor,  lo que sufren las que tienen que servir". Después de todo ese juego de diagramas venía la ardua tarea de dilucidar los complementos, si eran directos o indirectos, discernimiento éste bastante útil para aprender idiomas,  según pude comprobar después; y toda otra serie de complementos y sintagmas varios, ya no tan útiles, y  que según los años recibían un nombre u otro, dependiendo del plan de estudios y de la mente preclara a quien el ministerio pagaba para diseñarlo. 

    Treinta años después de abandonar aquel horror de análisis sintáctico, con el que pasé y consumí horas y horas de mi tiempo colegial, puedo afirmar y afirmo dos cosas: que no entiendo muy bien para qué me sirvió y que, por desgracia, a día de hoy nuestros colegiales siguen sometidos a tal castigo. No me parece que saber qué complementos extraños van detrás del verbo y diferenciar hasta la minucia  sintagmas, núcleos,  determinantes y demás familia  que cambia de nombre cada tres años, añada mucho al acervo de unos escolares a quienes cada vez les cuesta más leer un texto, comprenderlo y resumir sus ideas principales, operación, esta última sí, altamente útil para la vida. Pues nada, en vez de leer textos e interpretarlos, en vez de leer libros y comprenderlos, venga a sacar complementos, que ya ni cuento cuántos hay, y algunos recien inventados, como uno que se llama "complemento de régimen" del cual yo era ignorante de su existencia hasta hace dos días. 

    La lengua española debería enseñarse en las escuelas para que los alumnos aprendan a a amarla, comprenderla y no despreciarla. Debería ser el lugar donde los niños descubran el Lazarillo  la Celestina y el Quijote, y fíjense que digo "descubran" porque ya hasta renuncio a que lo lean. Debería ser el lugar donde aprender que la escritura que practican en sus teléfonos móviles debe de quedar para esas pantallas, y que para andar por la vida sin pasar por un cateto, hay que escribir las palabras con todas sus letras y no cambiarlas, aunque "kaka" nos parezca más gracioso que "caca". Pero claro, estas pobres criaturas (y sus sufridos profesores, que hacen lo que les manda el ministerio) no tienen tiempo para nada de eso porque se pasan la vida analizando frases idiotas con sujetos omitidos, construcciones en pasiva (de verdad que hay alguien que dice "fui conducido por la policía al calabozo" en vez de "me llevaron"? ) y todo tipo de predicados cortados en trozos con sintagmas variopintos.

    Hace dos semanas asistí en París a una representación de "Tartufo" de Molière en su teatro nacional,  a una hora en la que los escolares podían asistir. Me atrevería a decir que al menos un tercio de la sala tenía menos de dieciocho años. Nadie bostezaba porque, probablemente, es un texto que conocen y han visto en clase, que han leído (aunque sea a trozos) y comprendido, y comentado con sus profesores. Mientras que nuestros escolares detestan la lengua española porque solo conocen y estudian sus sintagmas y complementos, los franceses leen a Molière y analizan una obra que es un bellísimo tratado contra la intolerancia y la hipocresía. Ustedes con cuál modelo se quedan?

sábado, 23 de abril de 2016

Libros para mis hijos

    El 23 de abril de 2014 publiqué una entrada  con cierto eco entre mis lectores y muy entrañable para mí; en ella hablaba de los libros favoritos de mi padre, de aquellos que me regaló o me recomendó; de los que yo le recomendé, y de lo mucho que me gustaba ir ese día a la Plaza Mayor de mi ciudad a comprarme libros a espuertas aprovechando que era la feria, y pocos días después, mi cumpleaños. Mi padre ya no está, mi cumpleaños sigue siendo unos días después, la feria del libro de mi ciudad se sigue celebrando aunque yo estoy un tanto lejos como para ir a comprar, y los siguientes en la cadena alimenticia, que son mis hijos, me harían más fiestas si les llevara a una feria de teléfonos móviles...O a un MacStore, sin ir más lejos. 

   Pero mi misión es no cejar en mi empeño (finalmente esa es la misión imposible e ineludible de la paternidad: no cejar) así que aquí tienen ustedes una lista de libros que me gustaría que mis hijos, algún día tengan intención de leer, porque tengo yo el extraño convencimiento que si no lo hacen, se estarán perdiendo algo grande;  aunque probablemente en ésto me equivoque, como en tantas otras cosas. Leer se ha convertido en una actividad viejuna; y los que practicamos este viejo hábito, en personas aburridas y, como me dijo hace un año una colega del trabajo, gente anclada en el siglo XX.

    Les ahorraré la recomendación del Quijote, de la poesía de Quevedo y del Lazarillo de Tormes, aunque ellos se lo pierden. Pero quizás aún quede esperanza para que se acerquen a "La Regenta", a "Los gozos y las sombras" a "Los santos inocentes" o al "Gattopardo", aunque sea en versión española y pierda la música celestial que le da el italiano a esta novela. Quizás aún sea posible que  lean "Los tres mosqueteros", "Los miserables" o "Cyrano de Bergerac", aprovechando que son bilingües y podrán elegir la versión francesa. Añado "Belle du seigneur" ? (o "Bella del señor" según versión)..Si no lo hiciera me traicionaría a mí misma.

    Si pudiera obligarles, les obligaría a ciertas lecturas de los grandes latinoamericanos, porque sé que, además de satisfacción encontrarían muchas respuestas a las grandes preguntas de la vida. No voy a obligarles, claro, pero si me leen, que sepan que "Cien años de soledad", "Noticia de un secuestro", "La ciudad y los perros", "La fiesta del chivo" y  "Confieso que he vivido" son los cinco dedos para contar con una mano, y creo que no hace falta detallar los autores. Con la otra, pueden añadir "Y de repente un ángel" de Jaime Baily, "La virgen de los sicarios" de Fernando Vallejo,  "El olvido que seremos" de Héctor Abad Faciolince y "La luz difícil" de Tomás González. 

   Para que entiendan el siglo XX, del cual vienen sus padres y los muchos problemas que no se arreglan en el siglo XXI, se pueden leer los tres volúmenes del "El siglo" de Ken Follett, donde se lo contarán de forma novelada y entretenida. Si prefieren leerlo por alguien que lo vivió y lo cuenta en primera persona, que se queden con las memorias de Carrillo y "Franco" de Paul Preston. Para completar, "Homenaje a Cataluña" de George Orwell, las memorias de Jean Monnet, las de Marlène Dietrich y cualquiera de los pocos y excelentes libros escritos por Chaves Nogales. Mi favorito es "Juan Belmonte, matador de toros".

   Y también soy capaz de recomendar libros porque sí, para simplemente entretenerse y pasar un buen rato, que es lo que ellos hacen cuando buscan vídeos en Youtube. De estos últimos, me quedo con "Una palabra tuya" de Elvira Lindo; "El tiempo entre costuras" de María Dueñas, "La ciudad de los prodigios" de Eduardo Mendoza ,  "Lágrimas en la lluvia" de Rosa Montero o "La verdad sobre el caso Harry Québert" de Joël Dicker. Y me paro aquí porque a bote pronto ya van una treintena de títulos, que me pregunto si algún día me darán en las narices diciéndome "mamá, los hemos leído todos"...Si así fuere, que las musas me premien dándome el talento literario que no tengo y que pido llorando por las esquinas; si no, que los dioses del Parnaso me lo demanden, y guarden mi cansada, hipermétrope y presbítica vista los suficientes años para poder seguir leyendo. Amén...O lo que haga falta.

domingo, 17 de abril de 2016

Un poco de cordura

    Los humanos llevamos veinte siglos y unos años demostrando a los extraterrestres que estamos rematadamente locos. No sólo llevamos todo ese tiempo y algo más intentando destrozar el planeta donde vivimos (aparentemente el único donde se vive decentemente) sino que además de vez en cuando nos ocupamos con saña  y cierto éxito en destrozanos los unos a los otros. Los demógrafos, con su frialdad científica nos  dirán que las guerras y catástrofes naturales son necesarias para regular la cantidad de almas que pueblan la tierra, que tampoco pueden multiplicarse hasta el infinito. A mí me parece que guerras y destrozos varios no son más que la muestra palpable de que, cuando a los humanos se nos va la pinza, es mejor no estar muy cerca.

   Me acusarán ustedes de pesimismo y negrura, pero yo a día de hoy, con lo que veo a derecha e izquierda no sé como explicarles que ni la optimista inasequible que habita en mí puede permitirse el lujo de serlo. Creo que Mafalda lo explica mejor que yo:


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   Bien, en estos últimos días, y en la locura generalizada en la que vivo, llamada siglo XXI, hay de vez en cuando algún brote de cordura. Véase a ese Papa Francisco, que se va a Lesbos y denuncia todo lo que de injusto y denunciable se ha encontrado allí. Pero ese Papa, que vive en el colmo del anacronismo que es la Ciudad del Vaticano, donde se blanquea dinero y se vive en la Iglesia como la Iglesia recomienda que no hay que vivir, ese Papa, insisto, se ha traído en su avión a tres familias de sirios refugiados que piensa instalar en el Vaticano. Aunque a cambio los frían a catequesis, ya es un cambio, no creen?

    Y que me dicen de mi paisano el juez Pedraz, que ha mandado a chirona y sin fianza a Mario Conde,  porque quizás ha conseguido demostrar lo que muchos nos temíamos: que este tipo se pasó once años en la carcel, pero que cuando salió era tan rico como cuando entró (si no más) y que de todo lo que esquilmó, estafó y escamoteó a propios y extraños, no ha devuelto ni un céntimo. Y que la soberbia es, de los pecados capitales, el mayor enemigo de la inteligencia. El señor Conde va por la vida sobradísimo de ambas, que son cualidades que juntas no mezclan bien. En este caso, hemos pasado de la locura de admirarlo, a la cordura de defenestrarlo, a la nueva locura de convertirlo en tertuliano de peso en televisiones escrújulas y de nuevo, al lugar de donde nunca debió salir sin pagar sus deudas.

   Y quizás, a pesar del poco número de manisfestantes y de que las cuestiones religiosas dividen más que suman, y de que la ciudad donde resido aún es una muerta en vida que lucha por sacudirse sus fantasmas y sobre todo, por sacudirse  el mal que le procuran los políticos que la gobiernan y la desprecian, ésta que les pongo a continuación, también es una imagen que delata ciertos signos de cordura  Aún hay razones para sonreir en el siglo de la locura. Feliz semana para todos


© Photo News

miércoles, 13 de abril de 2016

Esta boca es mía

    Me han cosido la boca, literal y no metafóricamente. En este año  2016 en el que la profesión médica ha decidido ensañarse conmigo y proceder a todas las reparaciones de chapa y pintura posibles e imaginables, hoy ha tocado rajar una encía y meterle un trozo de hueso sintético. Así contado parece una cosa de película de Frankestein (y lo es) y la triste gracia es que la boca con puntos es una boca inútil para todo lo que sirven las bocas, y eso,  sin entrar en pensamientos lascivos, que ya me veo venir a unos cuantos. 

    Esta boca cosida que es la mía, se va a pasar unos días cerradita y hablando poco, con lo que a mí me gusta. Así que podré leer, pensar, escribir y mirar a las musarañas, que de vez en cuando no está mal. A mis adolescentes  a lo mejor lo de no poder hablar no les dolería tanto, visto que ellos practican el lenguaje tecleado de los teléfonos; a mí francamente me molesta. Y me molesta aún más no poder gritar, como me pide el cuerpo,  contra los que ha puesto de rodillas y contra el muro a la ciudad donde vivo, que ha pasado en meses de ser agradable a antipática y de cómoda a incómoda por culpa de los que la gobiernan, porque sus sufridos ciudadanos somos unos héroes del aguante. Tampoco me vendría mal gritar contra la clase política española incapaz de pactar, que tampoco es un verbo tan complicado,  y que sueña ya con una campaña electoral que será calcada de la primera y con unos resultados también parecidos, lo que les obligará de nuevo a pactar, que es lo que les han gritado los electores y no quieren enterarse. Y yo, que tanto grité en mi juventud contra Tirios y Troyanos ahora no podré ni gritar, ni siquiera blasfemar contra unos cuantos que tengo en mi lista negra: Nicolás Maduro, El Hassad, Donald Trump y todos, sin que se salve ni Almodóvar,  los que están en los papeles de Panamá. Incluso me estoy pensando si ir a ver "Julieta"! fíjense hasta donde llegan mi enfado y mis ganas de gritar contra los que piensan que su dinero es inmune a lo que el dinero de los demás no; verbigracia, pagar impuestos.

    Por el lado positivo, la boca cosida sólo admite calditos, purés y yogures, que a una pecadora de gula (esa soy yo) con vistas a la temporada primavera-verano no le viene nada mal. Apenas he empezado hoy y ya estoy aburrida de esta dieta por más que intente verle el lado positivo;  y como Obelix, que sueña con jabalíes, aquí estoy yo soñando con mi rebanada de pan mañanera que mañana no me podré tomar, el jamón que hay en mi cocina que no puedo catar y las botellas de vino que no puedo beber porque estoy tomando antibiótico. En Faluya, ciudad siria sitiada desde hace 140 días y en las manos del ISIS, los habitantes se hacen sopas con hierbas del campo y chupan huesos de dátiles que encuentran por los suelos...Pobre gente! A los que los tienen así ya les cosía yo la boca ya, con una soga de esparto y doble pespunte a ser posible. Morir de hambre en el siglo XXI debería ser considerado un crimen contra la humanidad. 

    Así que de aquí a unos días, poco hablar, nada de gritar, poco comer y menos beber y  besar lo justo porque me duele; y de paso me he enterado que hoy ha sido el "día internacional del beso"... Menos mal que me gusta leer y que para ello no hace falta tener la boca operativa! . Hace mucho que no les dejo una canción, esta, por el título me parece apropiada para hoy: 
 


lunes, 11 de abril de 2016

La soledad sonora.

    No hace falta que El País de este domingo me lo haya descrito con detalle, y tampoco creo ser la única que piensa que en esta era de la comunicación, las redes sociales, los teléfonos que sirven hasta para hacer el café y la obsesión por ser actores de una aldea global donde todo el mundo está conectado a algo,  que es en esta era donde los seres humanos se sienten cada vez más solos.

    La comunicación a cualquier precio también nos hace pasar ciertos sufrimientos. Yo,  sin ir más lejos,  ya no sé cual es la mejor manera de dejar un recado a las personas desde que mis hijos me contaron que dejar mensajes en los buzones de voz de los móviles no sirve para nada porque nadie los escucha. Y peor aún, desde que una de mis bisoñas compañeras de trabajo apuntó que no sólo era inútil sino además, de mal gusto. Cuando mando un mensaje de texto, el receptor me dice que sólo mira los Whatsapp; y cuando mando un Whatsapp, y no recibo confirmación instantánea con las dos rayitas azules, me pongo nerviosa y resulta que el destinatario, o no tiene Whatsapp o no lo mira; sistema éste, el del Whatsapp, que resulta que es muy popular en España pero no tanto en otros países...Un lío, vaya. Por no hablar de llamar a los teléfonos fijos que la mitad de la población ya no tiene y la otra mitad, como también me dijo hace poco un conocido: "cuando suena me asusto". En la era de las comunicaciones fáciles, algunos no vemos más que dificultades para comunicar, precisamente.

    Los periódicos se las ven y desean para llegar a fin de mes porque la gente ya no los compra y prefiere leer las noticias (generalmente resumidas) que te propone la versión digital. Con ello,  contamos ahora con la generación de adolescentes y estudiantes universitarios peor informada de la historia a la par que hiperconectada, cuando esta hiperconexión, precisamente, debería convertirlos en gentes al cabo de todo lo que se cuece en la aldea en la que se ha convertido el globo terráqueo. Un auténtico despropósito. Los chavales hablan más a través de sus redes sociales que de viva voz, e interactúan más con sus juegos en red que si les dejaras pasar toda una tarde en compañía de sus amigos en cualquier callejón de barrio. Sé que muchos me llamarán troglodita, pero casi casi, que ir a mangar un lápiz al Corte Inglés, compartir una litrona de cerveza (cuando es sólo una) o fumarse un primer pitillo  en grupo y a escondidas parecen, con la perspectiva de este siglo de seres enajenados digitalmente,  hasta obras de misericordia y dignas de encomio. 
 
    En todo ésto pensaba yo el sábado mientras mis orejas se deleitaban en un  teatro parisino con el verso bien declamado y mejor actuado de los actores de la Comédie Française. Qué relación? Probablemente ninguna; pero entre el público, muy variado por cierto, me llamaron  la atención varios grupos de abuelos con nietos de corta edad, 12-14 años. Vaya! de corta edad para soportar las dos horas y media sin entreacto que dura la representación de "Tartuffe ", el clásico de Molière. Se ve que entre estos franceses a quienes tanto criticamos porque no se enteran que el resto del mundo habla inglés, hay una facción de irreductibles que sigue amando su lengua, y los textos sagrados de la misma,  y contribuyendo a expandir este amor entre sus nietos. Cuando la representación terminó, muchos de ellos abandonaban el teatro prometiendo meriendas y delicias varias donde estos grupúsculos familiares se dedicarían, probablemente,  a seguir hablando de lo que habían visto y oído en las dos horas anteriores. Además de una tierna escena, y del significado que tiene la defensa del patrimonio cultural para esta gente, hay que reconocer que el simple hecho de llevar a los niños al teatro y después a merendar, los desengancha durante un par de horas de lo que todos sabemos y además, hasta da pie a generar conversaciones. Los abuelos galos me hicieron arrepentirme de no haber llevado a mis hijos a ver la obra, la verdad. 
 
    La soledad es muy mala y la hiperconexión conecta los cuerpos y quizás algunas mentes, pero de lo que estoy segura es que desconecta las almas. Y el alma se muere de soledad,  sin contar la cantidad de amigos de Facebook ni los Whatsapp recibidos a lo largo del día.  Hablen, amigos míos, hablen con sus semejantes y, si es posible, sin aparatos por medio.

   

   

miércoles, 6 de abril de 2016

Sin don de lenguas

    Mi padre, para ciertas cosas un clarividente, insistió mucho en que las tres marías que éramos sus hijas supiéramos conducir, escribir a máquina y un par de idiomas aparte de nuestra lengua materna. Lo consideraba básico para andar por el mundo; y  si hubiera muerto un par de años más tarde, seguramente hubiera reemplazado la mecanografía por el manejo de un ordenador; francamente,  creo que sí, que era un visionario. Tanto, que a los sesenta años se regaló a sí mismo un ordenador, de aquellos que tardaban media hora en arrancar porque no tenían disco duro; aprendió a usarlo y al borde de los 64, cuando la muerte le hizo una visita inesperada, estaba pensando en cambiar aquella antigualla "por uno de esos de la marca de la manzana, que me han dicho que van muy bien". 

   A lo que el hombre no llegó, por mucha voluntad que le echaba a casi todo lo que emprendía,  era a hablar idiomas; un poco por imposibilidad propia pues tenía una oreja enfrente de la otra; otro poco por imposibilidad generacional, esa que tenían casi todos sus coetáneos a quienes no se les enseñaron las ventajas de saber idiomas, no fuera a ser que de paso quisieran ver mundo. La dictadura puso de su parte: cuantos menos idiomas conociera la población, menos ganas tendrían de saber qué se cocía ms allá de los Pirineos. 

    De aquel alingúismo de los españoles de la posguerra hemos pasado a la obsesión actual de los padres de familia con que los niños hablen inglés (y sólo inglés)  como los ingleses. Desde hace dos o tres años, escucho en la playa conversaciones extrañas donde unos padres treinteañeros hablan en un inglés de Torrelodones a unos hijos que maldito caso les hacen. Y hace unos días, comprando en el Carrefour de mi ciudad natal, contemplé a una madre comprando con una lista hecha en inglés, mal pronunciada por la madre y que la criatura (no más de cinco años)  corregía y traducía simultáneamente. Me pareció un ejercicio tan agotador como estéril.

    Pues bien, a pesar de todos esos esfuerzos paternos, del negocio que tienen montado las academias de idiomas, los colegios falsamente bilingües y ahora por sir fuéramos pocos, también los públicos, donde una esforzada Miss Pepa, nacida en Navalcarnero tiene que impartir "science" (que no ciencias naturales) en la lengua de Shakespeare que ella misma no habla corrientemente; a pesar de todo ello, digo, los españoles no hablamos idiomas. Y no sólo no los hablamos, sino que además los destrozamos, algo de lo que me he dado cuenta a fuerza de oir la radio y ver los informativos de televisión. Les doy unos pocos ejemplos. Llega Obama a Cuba y el locutor del telediario de las nueve insiste en que el presidente baja del "iphone 1", mezclando el avión presidencial con un teléfono móvil. En los desgraciados atentados de Bruselas, la bomba del metro había explotado en la estación de "Molbek" (mi adorada Ana Blanco dixit...quoque tu!) mezclando el barrio original de los terroristas (Molenbeek) con la estación de metro "Maelbeek" que tampoco me parece tan difícil de pronunciar. Y en la radio un día después oigo que van a cerrar "el espacio Jenjen" (supongo Schengen, que hasta mi madre sabe pronunciarlo). Se supone que los periodistas lo son porque tienen cierta curiosidad natural, y que para desarrollarla tienen que conocer alguna que otra lengua aparte de la suya...

   En los cines donde ponen las películas en versión original apenas hay colas; las series de televisión siempre están dobladas, como los dibujos animados; y además somos personas preocupadas por el qué dirán y con un alto sentido del ridículo, algo que es muy conveniente olvidar para aprender idiomas. Nuestros gobernantes, a la excepción del Rey, apenas pueden cruzar dos frases con sus colegas de medio mundo, y los de a pie escuchamos poco y nos hablamos a gritos, que tampoco ayuda y por supuesto, nos parece que son los demás los que deben de hacer el esfuerzo de hablarnos en nuestra lengua. Así es, a los españoles no nos dieron el don de las lenguas en el momento de la creación y no hacemos caso de quienes nos dicen qué hay que hacer para remediarlo.
 
    Mandar a nuestros hijos a esos extraños colegios donde hablan un inglés que da pena oirlo no va a cambiar las cosas; obligarles a abrir bien las orejas y con ello, su mente al mundo puede que sea bastante más útil. Mi padre, el visionario, así lo hizo conmigo (que por otra parte era muy torpe para todo lo demás) y a día de hoy hablo cinco idiomas y no me ha ido demasiado mal en la vida. Gracias padre, no pasaste nunca del "my taylor is rich", pero qué bien supiste intuir lo que venía después!

domingo, 3 de abril de 2016

Alma de Fado


    En estos días pasados, yo debería haber escrito más que los guionistas de televisión: estaba de vacaciones, hice un pequeño viaje dentro de ellas, estaba en mi casa del pueblo (recuerdan? la que no es casa ni está en un pueblo) y había comprado todas las papeletas posibles para ser feliz durante dos semanas. Resulta que las cosas pasaron donde yo no estaba pero estoy casi siempre,  y lo que pasó me llenó el alma de amargura y la cabeza de negros pensamientos. Ya he escrito sobre ello en mis últimas dos entradas, les ruego las repasen, no me apetece volver sobre el tema, aunque ya verán como tarde o temprano vuelvo a sacarlo a colación.

    Quisiera poder hablar de las hogazas de pan que compro para desayunar, que fotografío puntualmente y son la envidia de mis amigos cuando las publico en Facebook; quisiera poder hablar de mi tierra, de sus álamos de la orilla del río y de las encinas que alimentan esos gorrinos que luego me sirven durante el invierno como antidepresivo: ya ven ustedes, no soy vegetariana y, además, me compro al año varios jamones de bellota que me sirve mi chacinera María Jesús, a quien si ustedes no conocen, deberían conocer. Quisiera hablar del tiempo que paso con mis hijos, ahora que se me están escapando de las manos; con mi marido, con quien llevo un cuarto de siglo conversando en un siglo donde ya no conversa nadie; de las canas que vamos criando mis hermanas y yo  y de las manos de mi madre, arrugadas y huesudas, manos que me cambiaron los pañales y que ahora están ya para otros menesteres menos esforzados. Quisiera hablar del sol de la Meseta castellana, de lo que me revientan los nazarenos por las calles, de los pimientos que hace mi amiga Merce en su bar,  y del calor de mis amigos, de mis hermanas, y de todas esas personas sin las que ya no sé vivir. 

    Y no he podido contarles nada de eso porque tenía el cerebro acorchado y una neurona habilitada, que he tenido que usar cada día para hablar con Iberia y con unas amables (sólo a veces) señoritas que están respondiendo desde algún paraíso con palmeras (y cobrando dos perras, también es verdad) y que no sabían decirme dónde, cuando y a qué hora iba a aterrizar mi avión de vuelta, porque los desalmados en busca de las vírgenes prometidas por su dios han destrozado el aeropuerto de la ciudad donde vivo. Cruel destino el mío: yo siempre quise vivir, por encima de otras muchas cosas, en una ciudad con aeropuerto; ahora que ya lo había conseguido, parece que pasaré una larga temporada volando desde unos lugares bastante incómodos. Francamente, ya sólo por esto les deseo a los terroristas que, si han llegado al paraíso ese de las vírgenes prometidas, éstas, que no serán vírgenes porque ya no quedan,  les contagien alguna gonorrea acompañada de unas hermosas ladillas...Como poco. 

   Y quisiera haberles contado que he visitado Oporto, una ciudad triste y bonita, llena de vino del mismo nombre y de portugueses amables, silenciosos y serviciales,  que no tiran colillas al suelo, no gritan en los bares y te dan las gracias como si les fuera la vida en ello. Una ciudad que ve a mi río Duero, ese que decía Gerardo Diego "que nadie a acompañarte baja" perderse dentro de la mar océana. Ni todo el excelente vino que me he bebido allí ha servido para ahogar la pena que llevo por dentro de pensar que el maravilloso mundo que me vio nacer se está convirtiendo en una bola de fuego llena de gente rencorosa e iracunda dispuesta a cargársela y a morir matando, que ya es una manera absurda de morir. 

    Que la religión es el opio del pueblo no es sólo una frase histórica de Marx, sino un hecho probado. Y que yo, en estas vacaciones que me prometía llenas de calor, de sol y de alegres reflexiones he descubierto mi alma de Fado, es otro. Y mañana, a trabajar en esos lugares peligrosos que yo frecuento, y a desear que los envenenados por la religión, la intolerancia y el fanatismo ciego mueran de un buen cólico que les provoquen sus propias ideas.