viernes, 27 de julio de 2018

El superpadre español

    La playa es el lugar más variopinto y democrático que uno puede imaginar. No hay que tener habilidades especiales para disfrutarla, no hay que pagar entrada, e incluso en aquellas que presumen de exclusivas, es posible arrimarse gratuitamente y dedicarse solo a mirar. Para quienes escribimos sobre las gentes y sus cosas, las playas son una mina de información. Es más, yo ya he dejado de leer en la playa desde hace años porque si me concentro en el libro, me pierdo todo lo que ocurre a mi alrededor. Y ocurre de todo, se lo puedo asegurar! Paso a relatarles mis últimas constataciones. 

    Un año más llegó a a la conclusión que en España todo el mundo tiene un perro, que por bien ser debería ir atado con su correa pero que su dueño, convencido de que su pastor alemán tiene el tamaño de un chihuahua, lleva suelto para que a mi me asuste cuando salgo a correr por las mañanas. El perro  de turno me ve aproximarme corriendo hacia su dueño y sale corriendo hacia mí con claro interés en mis poco atractivas pantorrillas; el dueño me dice que no me preocupe, que no hace nada, y yo me cagó en todos sus parientes. Y así cada año, una pesadez. La única novedad son los nombres de estos caninos amigos del hombre y de los cuales desconfió cuando van sueltos: « Paco », « Bruno » y la última y más reciente, que por supuesto no hacía nada pero me miraba con ganas: « Manuela »...Los  hijos  de estas personas se llamarán « Toby » , « Snoopy » o « Barrabás », me temo.  

    La gran sensación playera de éste (y de hace dos o tres veranos) es el nuevo modelo de padre español, que es un señor que roza los cuarenta pero está bien conservado; bañador florido a juego con polo de colores convenientemente conjuntado; nada de barriga cervecera y cuerpo que delata mucha hambre y muchas horas de gimnasio. El nuevo padre juega incansablemente con sus criaturas mientras mamá toma el sol con procedimiento de vuelta y vuelta; es más, juega a voces para que todos nos enteremos que él no es un machito ibérico sino un hombre que concilia y comparte. El nuevo padre tiene la colchoneta con forma de cangrejo más grande de toda la playa, donde acarrea a su prole entre ola y ola y a veces incluso a la prole ajena para demostrarle a propios y extraños (y sobre todo a sus amigos) que él es un padre como Dios manda y un marido diez. Porque además, el nuevo padre español se levanta temprano y después de correr o hacer gimnasia va al mercado donde compra todo lo necesario para hacer una paella, o un arroz con bogavante. Él no sabe cuántas asas tiene una paellera ni de qué color es un bogavante crudo; es más, durante el invierno no sabe ni hacerse un huevo frito, pero en el mercado, la pescadera con su santa paciencia le explica cómo se hace el arroz con bogavante provocando una cola de siete clientes y vendiéndole unos carabineros a precio de bogavante que a las señoras que hacen cola no les podría colocar. En la sesión playera de la tarde, por supuesto, todos nos enteramos de cuál es la familia que ha comido arroz porque el nuevo padre español ya se encarga de que se sepa.  El nuevo padre español explica a sus retoños el funcionamiento de las mareas, edifica castillos que valdrían para rodar Juego de Tronos, clava la sombrilla como nadie y embadurna a las criaturas con cremas de factor 50 sin haberse enterado que esa operación hay que hacerla antes de salir de casa.  Reparte fruta cortada en pedacitos a la hora en la que sus chiquillos le piden el bocadillo de Nocilla, y se toma un Aquarius sin  fijarse en la cantidad de azúcar que tiene el bote, que no debe de andar lejos de la de la Nocilla. Último detalle a señalar: el nuevo padre español no tiene pelos en las piernas. 

    Yo me pregunto si este nuevo modelo de superpadre español es fruto de los esfuerzos pedagógicos de los ministerios de igualdad, sale a la superficie solo en las playas, o es todo postureo como dicen mis adolescentes. Recomiendo vivamente a mis amigas más jóvenes (de cuarenta para abajo, que las tengo) que se hagan  rápidamente con uno de estos ejemplares, antes de que los padres españoles  vuelvan a ser como que siempre fueron. Aunque tambien  hubo honrosas excepciones y el mío fue una de ellas. El padre de mis hijos es otra, aunque quizás no cuenta para la estadística porque no es español...

lunes, 23 de julio de 2018

Sevilla, que no tiene un color especial.

   Cuando era una niña, supongo que como a muchos, me gustaba decir que no era de donde era de verdad, una pequeña ciudad de provincias de la Meseta, bonita como ella sola (es más, espectacular) pero que a mí me parecía una sosería. Me aprovechaba de los parientes para presumir de sangre de conquistadores (un cuarto extremeño) y de andaluces de Sevilla, que era toda la Andalucía que yo abarcaba mentalmente (otro cuarto). Han tenido que pasar como treinta años y de ellos muchos viviendo allende los Pirineos para descubrir que soy un puro producto meseteño, recia y austera, dura y de buena crianza, y como gusta de acusarme mi Santo, más cuadrada que la Plaza Mayor. No lo niego. 

   Pero hoy he vuelto a Sevilla, después de cuatro años de no pisarla, que ya son muchos, y recuerdo muchos veranos de patio andaluz, y muchas primaveras de procesión (y eso que no me gustan) y muchas noches de chicharrera viendo caer a los pájaros de los árboles de puro soponcio, y muchas tardes de horchata, y noches de freiduría y, como no podía ser de otra manera, muchas mañanas de churros con café. Es más, he visitado el palacio de Dueñas (ay Cayetana, desgraciada, cómo vivías!)  y me he retratado delante de la placa que recuerda al poeta, porque mi infancia también son recuerdos de un patio de Sevilla, aunque no fuera ese precisamente. 

    Sevilla en esta época del año no está  llena de turistas, que huyen de un calor de cuarenta grados que precisamente este verano extraño no ha traído. Y no es que tenga un color especial, como dice la plasta de canción de los dos hermanos cantarines, sino que tiene un aire especial que hace que mires hacia donde mires, vayas por donde vayas, haya una esquina, un detalle, una flor, una columna, un balcón o un empedrado que te deja la boca abierta. Incluso a los que no nos gustan ni las sevillanas, ni los toros ni la sangría, Sevilla es capaz de cautivarnos, de hacernos pasar una y otra vez por los
mismos bares, los mismos callejones y las mismas iglesias que hemos visitado mil veces. No hay, en mi caso, muchas ciudades en el mundo que me atraigan con ese hechizo, creo que puedo contarlas con los dedos de una mano...Y conozco muchas ciudades, se lo aseguro.

    Sevilla no tiene un color especial, ni duende, ni gaitas. Sevilla tiene todo lo que tiene que tener una ciudad para que la recuerdes y quieras volver a ella, una y otra vez. Sevilla, para empezar, tiene jirones de mi vida entre sus piedras y eso, ya vale una visita anual. Incluso los años de cuarenta a la sombra, prometo no faltar. 

sábado, 21 de julio de 2018

Almodóvar para todos los públicos

   En esta casa en la que pasó parte de los mejores días de mi veraneo, la wifi es como los contratos laborales españoles: temporal y discontinua. Hasta hace un año no había ni wifi, y yo  vivía feliz y contenta pensando que, al menos una vez al año, era posible olvidarse de que todos formamos parte de un universo conectado. La comunidad de vecinos no debía ser de mi opinión porque nos ha instalado (y cobrado) una feas antenas que se supone que han traido la red y sus Youtubers, pero en realidad sólo la traen a ratos porque las debe de haber instalado uno que no tenía las instrucciones y funcionan de pena. Conclusión: no hay Netflix y tenemos que volver a viejo DVD. Y el mando de la operación DVD, aun pertenece a los padres de familia, por lo menos en mi familia. Y los padres hemos decidido que este verano es el verano de Almodóvar. 

   Curioso experimento antropológico éste el de ponerle a los hijos las películas de Almodóvar y verlas con ellos. Aquellas modernidades que nos fascinaron a una edad bastante cercana a la que tienen ahora a ellos apenas les conmueven. Una no pretende que aprecien las vestimentas ni peinados ochenteros que pudimos practicar hace treinta años, pero al menos que reflexionen sobre el soplo de modernidad que aquello supuso en un país que aún olía a Naftalina. « Laberinto de pasiones » les ha parecido absurda (que lo es) incomprensible, rara y cutre. A mi me ha parecido que ha envejecido fatal y que fuera del contexto de la Movida, está sobrevalorada. A ellos lo que más les ha flipado es ver a « Antonio Alcántara » haciendo de príncipe iraní homosexual, y a mí esa afirmación me confirma que Imanol Arias va a ser Antonio Alcántara para sus restos. « Mujeres al borde de un ataque de nervios » les ha parecido graciosa, que en boca de esta gente ya es todo un halago, y lo mejor: les ha encantado « Todo sobre mi madre » como me sigue encantando a mi, lo que demuestra que el gran cine es intemporal, y ésta es una gran película. Les ha parecido bonita, conmovedora, bien hecha y han descubierto que muchos de esos actores que apenas tienen un papelito en ella ( Fernán 
, la Sardá) son inmensos actores que Almodóvar recuperó para el  cine, como Chus Lampreave, Fernando Guillén o Helga Liné. 

    Yo, para mi sorpresa y estupor, he descubierto en la prensa del 19 julio que uno de los corifeos que , portando la bandera de España inconstitucional se pasaron el día anterior gritando en El Valle de los Caídos es un tal Fabio de Miguel, a quien los de mi edad hemos conocido como Fabio McNamara y a quien vimos en nuestro cineclub familiar hace  unos días cantando aquello de « Gran ganga, gran ganga, él es de Teherán »...Ahora sí que puedo decir alto y claro que aquello fue la prehistoria de mi vida.

    Nota de la redacción : quisiera ponerles el vídeo de « Laberinto de pasiones » con Almodóvar y MacNamara cantando, pero la wifi desmayada que tengo se niega a abrir YouTube y menos à descargar todo un vídeo, ya les decía yo que era discontínua...




martes, 17 de julio de 2018

Lo que no se paga con dinero

    El paso de los años no sé si  nos hace más sabios, pero sí más reflexivos. Cuando llegan las vacaciones y este maldito cerebro abandona su estado de erupción permanente, las neuronas liberadas  pueden dedicarse a pensar en lo que de verdad importa. 

    Esta mañana, por ejemplo, después de dos dias de comer churros a destajo y abandonarme a la posición horizontal, me he calzado las zapatillas para comprar calorías a crédito, frase memorable de mi amigo David que me retrata fielmente (a mi y a todos los glotones como yo): si queremos evitar que la lorza cincuentona se apodere de nuestras cinturas, y a la vez disfrutar de la gula sin importarnos que sea pecado, no queda más remedio que moverse. Pues como les decía, esta mañana a la vez que corría,  iba yo pensando en todo lo que la vida nos da sin que haya que pagarlo. Treinta años atrás ni me hubiera parado a pensar en ello, y estoy segura que mis hijos, en sus reivindicaciones de  « Milennials » creen que la vida es altamente injusta con ellos y nada generosa. Yo, sinceramente, creo que, una vez al año por lo menos, la vida es generosa conmigo y me hace unos cuantos regalos que no se pagan con dinero. Paso a enumerarlos. 

    Vacaciones pagadas, aunque yo me tenga que pagar el desplazamiento, pero es un derecho social al que en muchas partes del mundo ni se huelen de lejos. Una playa de siete kilómetros para correr por ella, donde a las nueve de la mañana me cruzo con un par de corredores bastante más atléticos que yo, un jubilado que pasea su perrillo y los del servicio de limpieza municipal. El agua azul del Atlántico con todas sus mareas, sus olas y sus pececillos y cangrejos de la orilla. La arena de la playa que, en la mía, aún forma dunas caprichosas que este año se han movido varios metros gracias a los temporales y me ofrecen un nuevo paisaje por si acaso me había aburrido del anterior. Las gaviotas que se van levantando a mi paso según avanzó en mi carrera...Deben ser el único bicho de plumas cuya presencia cercana soporto. La luz del sur, gratis, sin tarifazo ni contadores, sin medida y apenas soportable sin gafas de sol. Los esteros y sus juncos, las adelfas tan altas como yo y la dama de noche  que aquí desprende su olor incluso de día. Mi amigo el jardinero y su inmensa sabiduría, a quien yo nombraría ministro del medio ambiente porque estoy convencida que, de eso,  sabe más que cualquiera. Mis amigos los churreros y su sonrisa perenne, que vale tanto o más que su inmenso arte para hacer de una masa frita un desayuno glorioso. Mis amigas del chiringuito, que me dan de comer y me resuelven mil papeletas que nada tienen que ver con la comida. Y todos esos amigos a quienes solo veo una vez al año, pero parece que los veo todos los días, lo que es una gran virtud.

    Y todo gratis. Lo que no se paga con dinero, aparte del cariño verdadero que decía la canción, es mucho. 

domingo, 15 de julio de 2018

Nos merecemos una guerra?

    Hace unas semanas, en el fragor de la batalla de los exámenes finales de las criaturas, un grupo de padres sufridores en casa (y entre ellos dos profesores) blasfemábamos sobre esta generación abducida por todo lo que sale de una pantalla e incapaz de hacer un esfuerzo más allá de donde pone « suficiente ». Aquella noche calurosa de junio, recuerdo muy bien que en determinado momento de la sobremesa, tal era mi grado de calentura con las estupideces de nuestras criaturas (las de todos) que se me ocurrió lanzar una de mis exabruptos de viernes noche; no soy yo muy de exabruptos pero los viernes tras una semana de infierno me suelen salir con más facilidad: « lo que nos está haciendo falta en esta Europa de jóvenes perezosos y flojos, es una buena guerra ». Fue un exabrupto, insisto, pero a todos nos dio por reflexionar sobre ello y, aunque esta pandilla que me acompañaba en la cena, son todos grandes amigos y ninguno de ellos belicoso,  acabó dándome la razón ...In birra veritas, todo hay que decirlo. 

    Han pasado las semanas y al alba de las vacaciones, con estos chicos desparramados por los sofás, me reitero en mi exabrupto aunque solo sea contemplando quienes son los que han llegado a la final del Mundial que se juega hoy. Una selección plagada de hijos de emigrantes (o por los menos donde los hijos de emigrantes son las grandes estrellas) y otra formada por los supervivientes de primera generación de una guerra terrible como fue la de los Balcanes. A éstos últimos les dedicaba un curioso artículo El Mundo el pasado viernes (« Los niños de la guerra no se rinden en el Mundial », De Francisco Cabezas). Vieron ustedes la semifinal de Croacia contra Inglaterra? A mi me da igual el fútbol, pero reconozco que cuando hay Mundial me trago más de un partido y lo que vi ese dia responde fielmente a lo que les estoy contando: una pandilla de ingleses que juegan en la liga con los sueldos mas elevados del planeta, que se contentaba de administrar la ventaja de un gol temprano; y frente a ellos, unos jugadores algo más talluditos, de cuerpos y narices afiladas, piernas de acero y voluntad indomable: querían ganar, y no estaban dispuestos a rendirse hasta que el árbitro pitara el final o hasta que a alguno de ellos le diera un síncope, que tal y como se estaban dejando el pellejo en el campo, me hubiera parecido lo más probable.  Luego los expertos futbolísticos harán otro análisis, pero lo que yo vi desde mi ignorancia futbolera respondía a un par de palabras: carácter y ganas de dar de sí lo mejor...Justamente lo que le falta a nuestra prole. 

    Si se leen el articulo arriba citado, verán que incluso las grandes estrellas croatas, que ahora cobran millones en equipos europeos, pasaron una infancia complicada cruzando fronteras a pie, viviendo en la Mostar asediada durante meses, durmiendo en campos de refugiados y empezando una nueva vida en otros países donde no siempre fueron bienvenidos. Algunos contemplaron asesinatos y perdieron a sus padres o abuelos cuando tenían entre seis y diez años y reconocen que aun tienen pesadillas nocturnas que los muchos millones que les pagan sus clubes no consiguen borrar. Y ahora juegan defendiendo un equipo que hasta hace años ni siquiera tenia derecho a participar como tal en los torneos y que ahora representa a un pais de cuatro millones de habitantes, con sanidad y educación publica y gratuita, con unos ingresos turísticos millonarios y que desde el 2013 es miembro de la Unión Europea, esa a la que todos critican pero a la que todos (menos los ingleses) quieren pertenecer .Y por si fuera poco, con un presidente que es una mujer, que no ve los partidos en el palco sino con  la afición y que se paga la entrada al estadio de su bolsillo, descontándose de su sueldo todos los dias de trabajo que ha perdido por su presencia en Rusia animando a su equipo. 

   Ya ven ustedes, las guerras, terribles y no deseadas, han mantenido a muchos pueblos despiertos y en alerta y a otros, que vivimos desde hace setenta años en paz y no sabemos apreciarlo, nos han adormecido. Y que gane Croacia, incluso si no juegan mejor. Se lo merecen, caramba!

viernes, 13 de julio de 2018

Lo que no resuelva un amigo...

    Se va acercando el momento en el que el verano invencible, del que hablaba Camus, explote delante de mi, y para ello me voy colocando en la pista de despegue, porque el verano invencible de este año va a ser aéreo. Para mi desgracia, incluso evitando a Iberia el verano aéreo ha comenzado dando guerra, por una pequeñez que me ahorro explicarles, pero que para las compañías aéreas (chorizos del mundo uníos ) no parece tal. La pequeñez me ha costado hasta ahora cincuenta euros y varias noche sin dormir que si se monetizaran, no tendrían precio, pero todo lo doy por bueno para mi tranquilidad, la de los míos y el verano invencible. 

    Para arreglar ese asunto me he convertido en la bestia negra de una pobre empleada de agencia de viajes, he gastado en teléfono varias conferencias extra comunitarias, le he pedido a mi madre que ilumine una iglesia (algo en lo que no tengo mucha fe pero así la tengo ocupada) y solo me ha faltado prometer en voz alta hacer el Camino de Santiago en chanclas si se resolviera. Y en medio de todo ese marasmo de preocupaciones y solucciones, algunas más cercanas al vudú que al sentido común, ha tenido que ser mi santo varón quien me recuerde que tengo una amiga agente de viajes, y no una cualquiera: es una excelente agente de viajes y, por supuesto, una excelente amiga. Ella me ha explicado cual es el procedimiento a seguir ante lo absurdo de mi situación , y me ha tranquilizado diciéndome, con explicaciones claras y precisas, que esa pequeñez que tanto me preocupaba y que en mi cerebro se había convertido en el Everest por subir, tiene remedio. 

    Como estoy falta de vacaciones, no recordaba la existencia de mi amiga y sus buenos oficios ni, como siempre, los sabios dichos y proverbios de mi padre, que aseguraba que había que tener amigos
hasta en la cárcel  y el infierno, porque son lugares que no se puede descartar que algún  dia visitemos . Y aquí  un inciso; si mi padre hubiera visto como se han puesto de bien frecuentadas las carceles, quizás hubiera añadido otro lugar más siniestro a su lista. Todo esto para decir, publicar y gritar al viento si hace falta, que quien tiene amigos es millonario en algo que no se paga con euros; que tener amigos y vecinos (ya no digamos cuando ambos conceptos coinciden en la misma persona!) es lo único que nos saca las castañas del fuego y nos procura esos buenos ratos en la vida que cada vez abundan menos. Que tener amigos de verdad, por encima de los de Facebook , es el mejor regalo que la vida nos da, junto con el amor de los nuestros (que frecuentemente son amigos) y la salud, incluso la achacosa si no pasa de ahí . Lo que no te resuelve un amigo en esta vida,  no te lo resuelve nadie, porque incluso si no encuentra como resolverlo se plegará en dos para conseguirlo. Y por supuesto, tenía razón mi padre, hay que tener amigos hasta en el infierno, porque hasta para morirse y ver lo que viene después los amigos son muy útiles! 

    Y por este lado, cambio, corto, maletas y una canción de Carole King, hoy acompañada de unas amiguitas,  que ya les he puesto otras veces pero que resume maravillosamente todo lo que les cuento.



miércoles, 11 de julio de 2018

Ya queda menos

    Ya queda poco, o ya queda menos. Para qué? para que se acabe la pesadilla futbolera, que a los que estamos cansados nos resulta hipnótica; o ya me explicarán ustedes como es posible tragarse un Rusia-Croacia con prórroga y penaltis incluidos! Y ayer, por supuesto la primera semifinal (vaya, en esa había ciertos intereses familiares) y esta noche caerá la segunda.  E insisto, a los que estamos cansados, hartos de tener listas interminables de cosas que hacer y deseosos de pillar  tumbona, el fútbol es un sedante: no hay que pensar, no se necesita ser un genio para entenderlo, y si se quiere, hasta sirve para dar lecciones de historia o de sociología. Miren ustedes las cuatro selecciones que han llegado vivas hasta ahora: llenas de emigrantes de todos los colores que están tan orgullosos de ser franceses, belgas o ingleses como los de la página "España qué bonita eres" sólo que éstos últimos insultan, desprecian y son racistas; y sigo sin explicarme como aún no la han cerrado. Los futbolistas de otras pieles y otros orígenes, juegan representando a un país y unos colores que no son los de sus padres o abuelos, lo hacen con orgullo y no se meten con nadie; bravo por ellos. A ver si entre los que llegaron del Aquarius, nos caen un par de buenos futbolistas que nos alegren un poco más que el ornamentado Sergio Ramos o el señorito Piqué y cierren unas cuantas bocas. Y por favor, que alguien le explique a De Gea, que con ese peinado no se pueden parar goles!

    Ya queda poco para que Trump se marche de la ciudad donde vivo, que me la tiene patas arriba y con helicópteros sobrevolándome,  que ésto parece Saigón! Y eso que ha llegado hoy...Me gustaría decir que también queda menos para que lo saquen de la Casa Blanca, pero la dicha casa está en un país democrático, no en Venezuela, y los votantes tienen la última palabra. Y me da que a los votantes los tiene contentos, simplemente porque está haciendo lo que prometió por muy descabellado que nos pareciera a los seres pensantes; a veces para hacer política solo hacen falta un par de neuronas convenientemente utilizadas. Ni una ms ni una menos.

    Y sobre todo, ya queda poco para que ésta que suscribe deje de  ser mala madre, esposa decepcionante, mujer al borde del ataque de nervios, trabajadora estresada y pésima cocinera y gestora. Qué hay que hacer para mejorar esta lista de despropósitos? Marcharse de vacaciones, o como decían mis hijos cuando eran pequeños, "a las vacaciones"; ese lugar mágico donde los seres de pesadilla nos convertimos en personas amables y sonrientes, optimistas y enérgicas, y en todo los que nuestas personalidades (que decía Lola Flores) cotidianas no nos dejan mostrar. A mi ya me queda menos para llegar a ese estado físico, geográfico y mental donde uno se olvida que el tiempo pasa y el tiempo pasa dejando momentos inolvidables. Y como hace mucho tiempo que no les pongo una canción, pues aquí tienen una, bastante significativa, por cierto. 


domingo, 8 de julio de 2018

Esta que lo es: la mala madre

    Desde hace una semana, día arriba, día abajo, el País me dedica cotidianamente una entrevista, un reportaje, una columna y hasta una sección entera de educación. A mí? Vaya, supongo que no sólo a mí aunque yo me doy por aludida porque en estos temas atravieso una etapa muy sensible. Como les digo: el País (diario al que todos ponen verde sin recordar que tampoco tenemos nada mucho mejor que leer para informarnos) me recuerda lo mala madre que soy, todas las equivocaciones que he cometido en la crianza de mis hijos y el poco remedio que tiene todo ello a estas alturas. Querían traumatizarme? Lo han conseguido. 

    Ilustres psicólogos, educadores, psiquiatras infantiles, maestros y catedráticos me han contado insisto,  casi cada día (miren la hemeroteca si no me creen) todas y cada una de las cosas que he hecho mal en los últimos años de mi vida. Desde levantarme cada mañana para preparar desayunos y acompañar, envuelta en siete capas de abrigo, a mis retoños a la parada del autobús; hasta estudiarme el Real Decreto que regula las pruebas de acceso a la Universidad y que el gobierno de España tiene como entretenimiento cambiar cada año. Desde hacer una tortilla de patatas para la merienda de fin de curso (mientras mi vida laboral no me daba tregua para preparar muchas tortillas) hasta procurar que un profesor particular remediara los desaguisados que ciertos profesores negligentes cometían en nombre de la ciencia; desde acudir puntualmente a todas y cada una de las reuniones de padres, hasta recordar las fechas de los exámenes e interesarme por las materias a examinar. Todo lo he hecho mal,  y supongo que mi santo, con quien he compartido todos y cada uno de los errores arriba citados, lo habrá hecho igual de mal, aunque quizás se salve de la quema porque es un excelente profesor.

    Y como a mi me gusta hacer las cosas bien, me duele profundamente haberme equivocado tanto y contribuir de forma tan aparatosa a que la sociedad cuente con dos mostrencos inútiles gracias a mí; porque aunque yo no creo que lo sean, según los sabios doctores, es a lo que los he abocado. Y la cosa tiene poquísima gracia, porque de haber sabido que iba tan errada, me hubiera dedicado a hacer yoga todas las tardes (que me hubiera venido de cine) a salir a correr por las mañanas (en vez de tanta hora en planta en una parada de autobús) a haber aceptado todos los viajes de trabajo que no acepté y más de una oportunidad que se quedó por el camino y que hasta esta semana jamás había lamentado perder pues, pensaba yo, que había obrado como debía. De haberlo sabido, hubiera tomado más cafés, y cervezas y copas, y de todo; y sería quizás una ilustre pianista, y conocería la Patagonia, y haría tai-Chi en vez de ver cada mañana cuando atravieso el parque, como otros lo hacen y se relajan a una hora en la que yo empiezo mi pelea cotidiana.

    La madre helicóptero que habita en mi quiso ser simplemente buena madre, y hacer por sus hijos muchas de las cosas que yo eché de menos en mi infancia y que nadie hacía por mi; esas cosas que ahora todos, con la boca chica,  presumimos de haber hecho de pequeños pero que yo, francamente, hubiera preferido que me resolvieran. Por si me quedaba alguna duda de lo mala que he sido y de lo mal que he resuelto mis tareas maternas, el País, cada día de esta semana pasada me lo ha recordado. Era leerme esas columnas o los resúmenes del Mundial, o las primarias del PP que no sé qué es peor. Lo que no me ha quedado muy claro es si todos esos sabios que me acusan son padres ellos mismos...Ninguno lo dice. feliz domingo de julio, ya nos queda menos para tumbarnos al sol.

lunes, 2 de julio de 2018

Adiós a la inocencia

    Una quisiera ser inocente toda la vida, a ustedes no les pasa? Pues a mi si. No me malinterpreten, no es una declaración de principios sobre el síndrome de Peter Pan (que tampoco está mal puestos a tener un síndrome) simplemente una constatación : cuando uno es inocente y cree en la inocencia y bondad ajena, se libra de la eterna sospecha, de tener que estar permanentemente pendiente de todo y todos los que pueden tomarte el pelo, entonces, la vida es más agradable. Y reto a cualquiera de los presentes a que me lleve la contraria. 

    Yo quisiera ser inocente como los niños inocentes, que son los que nacieron en el siglo XX, porque los del siglo XXI vienen ya todos de serie con el colmilo retorcido. Quisiera, por supuesto, seguir creyendo en los Reyes Magos, aunque incluso me conformaría con saber que son los padres y callármelo. Quisiera creer en las cuatro estaciones con sus cambios climatológicos en el orden en el que fueron creados ; con su lluvia en otoño y su nieve en invierno, y no este jaleo que tenemos ahora en el que, para remate, el verano tórrido te pilla hasta en las latitudes que habito. Quisiera creer que las vacaciones al sol y sin preocupaciones, y este año esas me las están vendiendo muy caras. 

    Quisiera creer en el Hada Madrina, aunque no me encuentre un príncipe azul ni de ningún otro color; me bastaría con se me apareciera una vez al año (o incluso cada cuatro años) y me  llevara a esos sitios del globo terráqueo a los que a medida que pasa el tiempo creo que no visitaré nunca: la Patagonia, la bahía de Ha-Long, San Petersburgo. Quisiera ser tan inocente como para pensar y creer que todo lo anterior es posible con solo cerrar los ojos; como que es posible haber trabajado honrada, callada y fielmente  muchos años para una empresa (la que sea) y que te lo reconozcan, o como para criar cuervos y que no te saquen los ojos. Quiero ser tan inocente como para creer que el palo que me acaba de meter Hacienda sirve para mejorar las carreteras y las escuelas de mi pais, como para pensar que el gobierno va a durar hasta el 2020 o que hay vida después de la Copa del Mundo. 

    Quisiera ser más  inocente que los inocentes que dice la Biblia que murieron un 28 de diciembre y le dieron nombre a la fiesta; más que los que creen en los milagros marianos o en las bondades del agua de Lourdes. Y resulta que me estoy haciendo mayor y la inocencia empieza a estar reñida con el Carnet de Identidad y la edad que dice que tengo, y me tengo que poner a pensar mal (y desgraciadamente acertar) de varias cosas, asuntos y personas. Y me fastidia, porque yo quiero ser buena e inocente, no mala y malpensante. Y de paso ahorrarme muchas noches de mal sueño y alguna que otra erupción cutánea . También supongo que esto mismo lo desean, sin conseguirlo, muchos de los que me leen, somos todos como los de aquel concurso televisivo: los sufridores en casa! Feliz semana a todos, incluso a los inocentes que pensaron que España llegaría a cuartos de final...