domingo, 8 de julio de 2018

Esta que lo es: la mala madre

    Desde hace una semana, día arriba, día abajo, el País me dedica cotidianamente una entrevista, un reportaje, una columna y hasta una sección entera de educación. A mí? Vaya, supongo que no sólo a mí aunque yo me doy por aludida porque en estos temas atravieso una etapa muy sensible. Como les digo: el País (diario al que todos ponen verde sin recordar que tampoco tenemos nada mucho mejor que leer para informarnos) me recuerda lo mala madre que soy, todas las equivocaciones que he cometido en la crianza de mis hijos y el poco remedio que tiene todo ello a estas alturas. Querían traumatizarme? Lo han conseguido. 

    Ilustres psicólogos, educadores, psiquiatras infantiles, maestros y catedráticos me han contado insisto,  casi cada día (miren la hemeroteca si no me creen) todas y cada una de las cosas que he hecho mal en los últimos años de mi vida. Desde levantarme cada mañana para preparar desayunos y acompañar, envuelta en siete capas de abrigo, a mis retoños a la parada del autobús; hasta estudiarme el Real Decreto que regula las pruebas de acceso a la Universidad y que el gobierno de España tiene como entretenimiento cambiar cada año. Desde hacer una tortilla de patatas para la merienda de fin de curso (mientras mi vida laboral no me daba tregua para preparar muchas tortillas) hasta procurar que un profesor particular remediara los desaguisados que ciertos profesores negligentes cometían en nombre de la ciencia; desde acudir puntualmente a todas y cada una de las reuniones de padres, hasta recordar las fechas de los exámenes e interesarme por las materias a examinar. Todo lo he hecho mal,  y supongo que mi santo, con quien he compartido todos y cada uno de los errores arriba citados, lo habrá hecho igual de mal, aunque quizás se salve de la quema porque es un excelente profesor.

    Y como a mi me gusta hacer las cosas bien, me duele profundamente haberme equivocado tanto y contribuir de forma tan aparatosa a que la sociedad cuente con dos mostrencos inútiles gracias a mí; porque aunque yo no creo que lo sean, según los sabios doctores, es a lo que los he abocado. Y la cosa tiene poquísima gracia, porque de haber sabido que iba tan errada, me hubiera dedicado a hacer yoga todas las tardes (que me hubiera venido de cine) a salir a correr por las mañanas (en vez de tanta hora en planta en una parada de autobús) a haber aceptado todos los viajes de trabajo que no acepté y más de una oportunidad que se quedó por el camino y que hasta esta semana jamás había lamentado perder pues, pensaba yo, que había obrado como debía. De haberlo sabido, hubiera tomado más cafés, y cervezas y copas, y de todo; y sería quizás una ilustre pianista, y conocería la Patagonia, y haría tai-Chi en vez de ver cada mañana cuando atravieso el parque, como otros lo hacen y se relajan a una hora en la que yo empiezo mi pelea cotidiana.

    La madre helicóptero que habita en mi quiso ser simplemente buena madre, y hacer por sus hijos muchas de las cosas que yo eché de menos en mi infancia y que nadie hacía por mi; esas cosas que ahora todos, con la boca chica,  presumimos de haber hecho de pequeños pero que yo, francamente, hubiera preferido que me resolvieran. Por si me quedaba alguna duda de lo mala que he sido y de lo mal que he resuelto mis tareas maternas, el País, cada día de esta semana pasada me lo ha recordado. Era leerme esas columnas o los resúmenes del Mundial, o las primarias del PP que no sé qué es peor. Lo que no me ha quedado muy claro es si todos esos sabios que me acusan son padres ellos mismos...Ninguno lo dice. feliz domingo de julio, ya nos queda menos para tumbarnos al sol.

No hay comentarios:

Publicar un comentario