martes, 26 de marzo de 2019

Todos dicen

   Pablo Casado dice que no va a gastar ni un Euro en desenterrar a Franco y sacarlo de Valle de los Caídos; el otro Pablo, llamado Iglesias, dice que tres meses limpiando culos (sic) y pañales (se limpian los pañales? ) le han hecho una persona más capacitada para gobernar. Santiago Abascal, entre otras muchas lindezas dice que los españoles de bien (defíname por favor qué es y qué no es un español de bien) tienen derecho a poseer un arma en casa para defenderse. Pedro Sánchez dice pocas cosas después de haber dicho y escrito, entre otras perlas, que tuvo que cambiar el colchón por necesidad imperiosa cuando entró en La Moncloa. Puigdemont, que no calla, dice  de sí mismo que es un político de izquierdas y Manuela Carmena, finalmente, quizás por vieja la más sensata, dice que gobernar es escuchar. 

    Los británicos que se querían marchar de Europa como se marcha uno de una casa incendiada, dicen ahora que se quieren quedar. Theresa May dice que puede meter la cabeza por el ojo de una aguja (que eso viene a ser lo de sacar adelante el acuerdo del Brexit en ese parlamento) y el parlamento le ha dicho, en forma de votación "que por aquí (dedo índice levantado) se va a París". Los demás europeos decimos que en esta casa incendiada no se está tan mal y que gracias a ella nos hemos librado de guerras y atropellos desde hace 70 años, pero nadie nos hace caso.

    Dice el fiscal Mueller que haber trama rusa, hayla, pero que Trump no estaba mezclado en ella; y dice Trump, con las mismas: os lo dije . De ahí en adelante todo lo que digan unos y otros no sirve de nada porque en USA, lo que dice un fiscal va a misa o a los oficios, o a donde haya que ir. Y hay que reconocerles cierto arte en el pasar página. Pero ha dicho Nancy Pelosi (la adoro) que "incluso un reloj estropeado da la hora bien dos veces al día" (en inglés en el original) y a mí me parece que lo ha dicho con segundas, pero a saber si la han entendido.

    Dice la junta electoral de mi provincia que las papeletas llegarán a tiempo para que mi hijo y yo votemos y yo me lo creo a medias; aunque creo a pies juntillas aquello que decían en tiempos de Suarez I (Suarez II está calentando motores) que si no votas no tienes derecho a quejarte. Las monjas de mi colegio también lo decían a todas horas, eran unas adelantadas a su tiempo. Dicen los jóvenes que nos estamos cargando el planeta y aún dándoles la razón en sus protestas yo sólo les digo que vayan a votar, además de manifestarse cada jueves.

     Mi abuelo decía todo el tiempo "no veo la necesidad" y ahora a mi madre se le está pegando la frase; así que de aquí a unos años, o reniego de familia, o yo misma se lo diré a mis herederos. Dicen  mis hijos que soy una pesada y probablemente tengan razón. Y dijo Fray Luis "decíamos ayer" y de vez en cuando algún cateto lo pone en boca de San Juan de la Cruz. Todo el mundo dice cosas todo el rato y desde que me he hecho una cuenta en Twitter me marea ver lo que dicen unos y otros y ahora comprendo el éxito de Instagram donde si no se quiere no se dice nada. No sé lo que aguantaré en ese Twitter de los dimes y diretes y sobre todo de lo que dicen unos, niegan otros y acusan los de más allá de decir que uno dijo o no dijo. No le pillo el uso a esa red social,  la verdad, y mira que lo intento!

   lLs dejo una canción: "everybody's talking"...No hace falta traducción, verdad?





jueves, 21 de marzo de 2019

Primavera sin revolución

    Hoy es 21 de marzo, primavera oficial y abundancia de magnolios florecidos en mis dos kilómetros diarios camino del trabajo; mañana soleada y cielo todo lo azul que se puede pedir en estos parajes; yo aún voy con abrigo y guantes y me digo que,  como primavera, a pesar de ser lo mínimo que despachan, no está nada mal: el año pasado el 21 de marzo me pilló caminando entre los charcos que dejó la nevada caída el día antes.Todo es mejorable.

   A medida que camino y veo magnolios en flor (los tengo todos fichados) y algún que otro arbolillo coloreado que no identifico, voy pensando en la primavera como un bien escaso, como lo pueden ser los días de vacaciones o los percebes. La primavera es lo que nos libera de la carga del invierno y nos prepara a los veranos tórridos que el cambio climático nos ha traído. Es una estación amable y moderada, y supongo que por ello escasa, como escasas son, y cada vez más, la amabilidad y la moderación en este siglo de la locura.

    Curiosamente, esta estación de la suavidad, los colores pálidos, la floración y el canto de los pajarillos, se ha asociado en la historia a movimientos revolucionarios y de cierta radicalidad como  la Primavera de Praga o  la Primavera Arabe. Será que soy yo la que ve la primavera como un oasis de paz climatológica entre dos extremos pero realmente no es así? Me lo pregunto, y al mismo tiempo concluyo que cuando la primavera se ha puesto revolucionaria, no ha salido nada bueno de ella: ni de la de Praga, ni de las primaveras árabes (que lo único que han traído en muchos de sus países es un radicalismo religioso bastante indeseable) ni del 15-M, que al fin y al cabo también fue una primavera revolucionaria (Primavera de la Puerta del Sol, podrían llamarla) con magros resultados para lo mucho que se pretendía. Este año parece que tenemos la primavera de los colegiales contra el cambio climático y la del Brexit, que en ninguno de los dos casos son una revolución. La de los colegiales, porque se manifiestan de forma amable y ordenada (a Dios gracias) y porque me temo que cuando lleguen los exámenes la cosa se desinfle. La del Brexit tiene su enjundia, pues pretendía ser revolución y se ha quedado en contrato difícil de rescindir. Cada día que pasa en el asunto Brexit, veo mayor similitud entre el intento británico de abandonar la Unión Europea y el del simple consumidor que quiere cambiarse de compañía telefónica: en ambos casos parecía un simple trámite y a la larga resulta casi imposible!

   La primavera ha venido, no sabemos como ha sido, pero sabemos que nos gusta. Disfrutemos de ella, de sus magnolios en flor, de sus temperaturas suaves y de las tardes que se alargan. Ya es un buen prólogo de lo que vendrá después, porque ya saben quienes me leen que habita en mi un verano invencible, y que yo cuento todos y cada uno de los días que faltan para que llegue!

   Y una canción, que hace mucho que no les dejo ninguna. Pink Martini (se siente, soy fanática) "Esplendor en la hierba"...Qué más primaveral?


sábado, 16 de marzo de 2019

No sin mi patinete

    Yo tuve un patinete, como casi todos los que ahora tienen m edad. Era feo, de plástico de varios colores y rodaba con dificultad. Mi mayor aspiración cuando era dueña de un patinete era ser dueña de una bicicleta. Para conseguirla, tuve que ponerme el vestido de comunión de mi prima Carmen y, claro está, hacer la comunión con él; pero en la catequesis previa ya me habían contado lo de aquel que vendió su primogenitura por un plato de lentejas, así que ponerme un traje que no me gustaba me pareció poca cosa para conseguir la bicicleta BH blanca (modelo plegable) con la que llevaba varios años soñando.

    Una vez adquirido el statuts de ciclista, y tras una breve regresión al monopatín (al que abandoné tras varias costaladas)  mi vida de ciclista tardoadolescente veía como siguiente paso natural el tener un ciclomotor; Vespinos, que se llamaban. Mis padres, como miembros de honor que eran de la Cofradía del No, se opusieron tajantemente a pesar de que mi padre se paseaba por la ciudad en una Vespa del año de Bienvenido Mister Marshall, así que tuve que cultivar mi paciencia hasta cumplir 18 años y poder sacarme el carnet de conducir. Tales  eran mis ansias,  que me examinaba simultáneamente del carnet y de la Selectividad, y una vez aprobadas ambas cosas, me di cuenta que una cosa era tener el ansiado permiso de conducir y otra muy distinta, ponerle las manos encima al coche de tu padre, salvo cuando a él le venía bien que le hicieras un recado. 

    Años pasaron sin que mi estatuto de persona móvil cambiara. Como tantas otras personas, con mi primer sueldo serio (esto es, un sueldo que se llamaba sueldo y no beca) me compré un cochecito utilitario sin aire acondicionado con el que recorrí media Europa. A éste le sucedieron otros coches mejores y algún que otro embrollo relacionado con el código de circulación; la madurez y su inmensa sabiduría me hicieron ver que si hay un auténtico lujo en este mundo no es llevar sino que te lleven, y la suerte que tengo de vivir en sitios que te permitan ir a todas partes con tus propios pies; que te dan más libertad que cualquier cosa sobre ruedas. 

    Pensaba yo, que estos pasos en la búsqueda de la movilidad eran los lógicos, y que la gente urbana y que gusta de vivir en el centro de las ciudades como yo, teníamos claro que nuestras piernas y un empujoncito de vez en cuando de los transportes públicos eran más que suficientes; y que una vez que los herederos se han independizado locomotivamente, el coche se queda para ir al Ikea y hacer alguna excursión breve, o para visitar a todos aquellos que emigraron a las periferias sin que el mercado inmobiliario los expulsara. Los expulsados a la periferia por el mercado inmobiliario, pobres, no tienen tiempo para visitas, trabajan a todas horas. Pensaba yo así cuando de un día para otro las calles se llenaron de patinetes, tan feos como el que yo tenía pero mucho más veloces, incluso demasiado. Son,  además, patinetes tramposos, pues no necesitan tracción de pie, andan solos y practican el slalom entre peatones con evidente riesgo para estos últimos. El que los conduce,  que a veces tiene sus años (y pocos reflejos) no gasta ni media caloría cuando se desplaza de un lado a otro sobre ellos y para colmo, se abandonan en cualquier lugar poniendo en peligro la integridad de invidentes y minusválidos y afeando las aceras, que por si no tuvieran bastante con las basuras, bolsas de plástico, excrementos caninos y chicles pegados, ahora tienen como elemento ornamental unos patinetes hábilmente olvidados aquí y allá hasta que un alma caritativa abonada al invento se lo lleva a otra parte. 

    Definitivamente, los humanos del primer mundo somos la pera (los del tercero ya quisieran ellos un par de buenos zapatos a falta de patinetes)...Por no decir otra cosa más gorda,  e incluso más vulgar! Y a los del patinete les auguro muchos años por delante de obesidad y colesterol del malo.















viernes, 15 de marzo de 2019

Manoli en el juzgado (La chica de ayer, 23)

    Manuela Remedios Ortega Jiménez (nacida en Badajoz, 45 años, casada y madre de cuatro hijos, de profesión sus labores) esta sentada desde muy temprano en un pasillo de los juzgados de su provincia de residencia, esperando la llegada de una abogada que el turno de oficio le ha asignado.  Los juzgados no son un lugar extraño, casi cada año le toca pasarse por ellos, cuando no es por ella misma es por los manejos de su marido, alias « el Tordo » que es un tanto violento y ya se ha metido en más de una trifulca. Y ahora, por si fueran pocos los problemas, su primogénito Rubén ha desarrollado unas grandes dotes comerciales, que le vienen de familia, claro. La pena es que en vez de vender ropa interior o moda para señoras entraditas en años, como hacen sus padres, le ha dado por vender droga, que no es lo mismo...

    Manoli, que así se hace llamar, tenia una voz primorosa y hubiera querido ganarse la vida cantando flamenco, y llamarse Remedios Ortega de nombre artístico, pero su padre ya le dijo que uno no podía  ser cantante flamenco habiendo nacido en Badajoz, y acto seguido apalabró su boda con el Tordo, cuando apenas tenia 16 años, no fuera a perder la virginidad y a ver entonces cómo la casaban. Manoli echó al mundo cuatro hijos en seis años a la vez que recorría todos los mercadillos dominicales de la Meseta Castellana vendiendo calzoncillos, bragas y calcetines en paquetes de seis. Pero ella, lista como era, pronto se dio cuenta que el negocio había que diversificarlo: alpargatas, camisetas, falsos polos de Lacoste, falsos igualmente los de Ralph Laurent y la última, que le estaba costando su presencia en los juzgados, las zapatillas de « Naiki » que ella tan garbosamente había aprendido a pronunciar y  que eran tan falsas como todo el resto y se las vendían unos chinos muy simpáticos que había conocido en su barrio, jurándole que eran auténticas e importadas de Taiwan.

   Manoli es emprendedora,  no como el Tordo, que solo sabe gritar de mercadillo en mercadillo y gastarse lo que gana en cubatas; y es honrada, no como el zascandil de Rubén, que solo vende y trapichea con todo lo que es pecado, ilegal o ambas cosas a la vez. Su puesto es el único que tiene letrero luminoso los domingos "Manoli, novedades" y que consigue terminar el día sin existencias. Pero no sabe de leyes, y no se ha enterado que vender imitaciones de marcas es un delito incluido en el código penal. Tampoco admite que las famosas "Naikis" sean falsas y por eso ni se ha molestado en ir a visitar a su abogada antes del día del juicio; de ella sólo sabe que se llama Belén y que es gratis; el resto será lo que tenga que ser.

    Lo que tenga ser, dependerá en buena medida de la maña que despliegue esta joven Belén para quien el caso de Manoli es el bautismo de fuego en un juzgado. Allí ha llegado nerviosa y cargada de papeles después de pasarse toda la semana estudiando  el primer caso de su vida,  asignado por el turno de oficio. También se ha tomado una tila, las ganas de sacar a esta gitana, simpática y despachada,  del atolladero en el que se ha metido le producen cierto nerviosismo y le han robado unas cuantas horas de sueño.

- Es usted Manuela?
- Si bonita, Manoli;  y tú eres la abogada? Pues parece que tienes quince años!
- Si señora, su abogada; vamos a aceptar la multa que nos ponen porque es usted reincidente, no es la primera vez que la detienen vendiendo falsificaciones. Mejor eso que la cárcel, no?
- Multa? Que sea lo que tenga que ser; pero yo vendo moda a buen precio, no le hago mal a nadie; y por cierto, ese jersey que llevas con el caballito es más falso que los que yo vendo; las patas del caballo están mal bordadas; a los míos no se les nota...
- Lo que usted diga Señora, cuando entremos, delante del juez déjeme hablar a mí
-  Pues estás hecha un flan, criatura! Será lo que tenga que ser, si hay que callarse, amén. Y si quieres,  a la salida te llevo a mi casa y te vendo el mismo jersey pero con el caballito bien puesto.
- Falso, claro
- Falso porque usted lo dice; yo todo lo que vendo es tan auténtico como yo!

 - Manuela Remedios Ortega Jiménez! Entre en la sala acompañada de su letrado!
 - Me puede llamar Manoli, y ésta que me acompaña es una abogada, se llama Belen, sabe usted? Está muy nerviosa la pobre...
 

   







lunes, 11 de marzo de 2019

Se me apareció Raphael

    San Pablo se cayó del caballo y a los pastorcillos de Fátima la Virgen les revelo secretos trascendentes para la historia de la humanidad. A mi no se me aparece la Virgen ni a tiros (para eso hay que creer, me temo) pero se me aparecen otro espíritus, e incluso seres de carne y hueso que han resultado también trascendentes en mi existencia. Ayer sin ir más lejos se me apareció Raphael en concierto, así como suena; y no en cualquier plaza de toros de pueblo, sino en el Olympia de Paris, así que he decidido darle cierta importancia a sus revelaciones. Antes de contárselas  quizás merezca la pena hacer un poco de historia. 

    Hace un par de veranos, compré un stock de películas de Alex De la Iglesia en un  videoclub que liquidaba existencias. Entre ellas, « Mi gran Noche », que no es una obra maestra pero si una película muy divertida hecha a mayor gloria de Raphael que tiene el papel principal (su personaje se llama Alphonso!) y hace una espléndida caricatura de sí mismo. En ella, muestra ciertas dotes de actor y hace lo que menos le cuesta en realidad: recrear su personaje y sus excentricidades pero eso si, con una enorme capacidad de reírse de si mismo, cualidad que yo valoro enormemente. Mi marido, el sesudo hispanista, descubrió de paso un buen puñado de  viejas canciones que nos sirvieron el resto del verano para sacar de la cama a nuestros herederos,  a golpe de altavoz portátil, cuando se acercaba la hora de la comida y aún no habían amanecido. Excuso decirles que mis hijos decretaron que « digan lo que digan », « yo soy aquel »  y compañeras mártires debían figurar en el hilo musical de Guantánamo, como poco. 

    De aquellos polvos, estes lodos. Raphael actuó ayer en el mítico Olympia de París y allá que nos fuimos, porque cualquier excusa es buena para ir a París; porque nunca habíamos estado en el Olympia y no podemos resucitar a Yves Montand, ni a Jacques Brel y porque, para qué ocultarlo, teníamos verdadera curiosidad musical y antropológica por el fenómeno. Sala llena a rebosar, principalmente por  enormes bandas de señoras maduras (bastante más maduras que yo)  entusiastas y aplaudidoras desde el minuto uno y muchos hombres jóvenes en pareja (si digo de entrada parejas de homosexuales se me echarán los perros encima) que mostraban no menos entusiasmo. Raphael como siempre, vestido de negro y con sus coreografías propias y habituales y un puñado de excelentes músicos algunos de los cuales podrían ser sus nietos. Tuve que superar un primer momento en el cual en vez de verle a él sobre la escena veía a los de Martes y Trece imitándole, pero a partir de ahí, el resto de las más de dos horas de concierto fueron revelaciones. 

    La primera, que me gustan los cantantes que siguen cantando las canciones de siempre, aunque alguna que otra la escacharren. Porque las canciones y no el rap, ni el rock sinfónico y menos aún el terrible Reguetón son la banda sonora de mi infancia y adolescencia. Prefiero oír a Raphael masacrando « Something » de los Beatles, que no volver a oír « Something » nunca más, no sé si me explico. Segunda, que « siempre nos quedará París » es no solo la frase fetiche de una de mis películas favoritas (« Casablanca » para los no iniciados) sino además una verdad como un templo: en este caso y retomando frases históricas, París bien vale un concierto de Raphael, y si me apuran ustedes, lo contrario también. Tercera y trascendental revelación: soy una señora tirando a mayor. El hecho de ser capaz de oír y ver a Raphael durante dos horas, olvidándome del « tamborilero » de los conciertos que daba ante Carmen Collares, de las muchas veces que las radios ponían « yo soy aquel » en vez de ponerme a Bob Dylan con lo que me gustaba; el haberme olvidado de todo eso, insisto, me convierte por desmemoriada en una señora algo más que madura. Les confieso que no me levanté a vitorear en cada una de las canciones como hacían muchas de las que nos rodeaban, pero sí, disfruté muchísimo, me vinieron a la memoria muchos recuerdos y le vi a él, el Ninot de piel falsamente tersa en el que se ha convertido, con cariño, admiración y hasta sana envidia visto lo que estaba disfrutando. La próxima vez que me digan « Señora » en una tienda prometo darme por aludida. 















viernes, 8 de marzo de 2019

Como cada 8 de marzo

    Verifiquen ustedes en la hemeroteca de este blog: cada 8 de marzo publico una entrada, y va de mujeres, por supuesto.  Y cada año me digo que ojalá  sea la ultima, o la penúltima, y que el año que viene no tenga que escribir diciendo más de lo mismo, o al menos diciéndolo sin acritud. Pero no hay tu tía: un año más hay tanto motivo para la ira (véase el cartel anunciador del regreso de Pablo Iglesias) como para la esperanza (véanse mi hija y sus amigas). Estamos donde estábamos hace un año cuando se juzgaba a La Manada y se aprovechaba para anunciar  ofertas de tampones y compresas, o quizás un milímetro más adelante; aunque según el resultado del 28 de abril, quizás estemos varios metros (y varias décadas) más atrás. 

    Yo vengo de la Casa de Bernarda Alba, éramos cuatro hembras y al frente mi padre, que para nuestra suerte era feminista sin saberlo, incluso más que mi madre, que pertenece a esa generación que aún pedía permiso para abrir una cuenta en el banco y lo encontraba normal. Mi padre venia a su vez de una familia altamente feminista (también sin saberlo) quizás porque su padre fue el único varón de su familia y el numero trece después de doce niñas: se supo en franca minoría desde que nació y de paso supo transmitir a sus descendientes la valía de las mujeres de la familia: una de sus hijas empezó a estudiar química en 1946 y fue una de las primeras mujeres en terminar una carrera de ciencias en su universidad; y huelga decirlo, la primera licenciada universitaria de la familia en muchas generaciones. 

    Con estos mimbres he tejido yo el cesto de mi vida, un abuelo que solo juraba por sus hijas, un padre que no paró hasta enseñarme cómo cambiar las ruedas del coche y un marido que viene de un cesto tejido con parecidos mimbres y sin un ápice de machismo corriendo por sus venas. Cre que soy muy afortunada, y con las mismas, creo que hay un buen montón de mujeres que no lo son; muchísimas incluso. Y que no hay hombres atacados por mujeres que los violan en los portales, como tampoco hay hombres a quienes las mujeres siguen por las calles diciéndoles groserías por la espalda. Sé que no hay hombres que tienen que apoyar el trasero en las paredes del vagón del metro para evitar roces indeseados, como sé que hay mujeres que se marchan a dar a luz un contribuyente y cuando vuelven ya no tienen trabajo, o lo tienen peor. Sé que hay mujeres inteligentísimas que hacen el mismo trabajo que el hombre del pupitre de al lado pero cobran menos, como sé que muchas de ellas han decidido no traer contribuyentes al mundo porque eso significará el final de sus vidas profesionales. 

    Todo eso lo sé porque ademas lo he visto y en algún caso, hasta padecido. Y sé que, o nos dedicamos a pegar gritos y defendernos nosotras, o los « bad hombres » que nos gobiernan, acompañados de algunas "bad mujeres" que también las hay,  no se van a preocupar lo más mínimo por arreglarlo; y como muestra, insisto, vean el cartel anunciador de la vuelta de Pablo Iglesias al ruedo político, que espero que su Irene le haya arreado un buen sartenazo a él o al listo que lo diseñó, que  me juego la mano derecha a que era un hombre. Que soy una Feminazi? Pues miren ustedes, a lo mejor si. Y si llegan los de Vox anunciando que la violencia de género no existe, y que el feminismo es una forma de Supremacismo, o que las mujeres españolas no necesitan leyes que las protejan (sic) más nos valdría a todas hacernos Feminazis, pero con carnet y afiliación sindical. Avisadas estáis, hermanas!

    Tengo una hija, y toda esta sarta de lamentos e improperios los escribo en buena medida pensando en ella; y esperando que cuando haya pasado la cincuentena que ya he pasado yo, no tenga que seguir celebrando el 8 de marzo a golpe de reivindicación. Y este año ademas, sin Forges! No somos nadie...



Resultado de imagen de forges feminista






lunes, 4 de marzo de 2019

Postales del interior

   Como de costumbre, unas cuantas pinceladas después de pasar una semana en mi casa del pueblo, aquella que, tantas veces he dicho, ni es casa ni está en un pueblo (pero a mi me gusta llamarla así) sino en una ciudad castellana que ha perdido 15.000 habitantes en doce años, siguiendo la tendencia de tantas otras ciudades del interior de España que son culpables de ser ciudades de interior y no ser Madrid. Léanse « La España interior » de Sergio del Molino, que no sé ya cuantas veces se lo he recomendado. Mi ciudad va a perder un diputado en el Congreso si sigue esta tendencia, porque se despuebla, aunque en el ranking de ciudades españolas elaborado por el BBVA y publicado en estos dias, tiene una de las mejores calidades de vida en cuanto a longevidad de su población, calidad del aire y asistencia sanitaria; tres cosas que no son precisamente una tontería. Aunque me pregunto qué define el BBVA como « calidad de vida » cuando estos aspectos no cuentan y resulta que las mejores ciudades para vivir en España (según ellos) siguen siendo  Madrid y Barcelona a pesar de que les critican su excesiva contaminación, su excesivo trafico,  su falta de plazas escolares, el elevado precio de la vivienda y la falta de asistencia sanitaria de proximidad...Está claro que la calidad de vida es un concepto solo aplicable para aquellos que pueden pagarla a precio de oro, no una obligación de los gobiernos para con sus ciudadanos. 

    La publicidad española en general, y la radiofónica en particular, sigue maravillándome: un laboratorio de análisis clínico se ha convertido en una « unidad de toma de muestras »; un banco muy conocido y de color rojo en los anuncios, promociona la « Autonomoxicilina » como « medicamento relajante para trabajadores autónomos »  y la gasolina no basta con que sea gasolina sino que « tenemos la gasolina de mejor calidad del mercado »...Será perfumada?  Frente a estos rodeos léxicos, en casa de mi madre hay un cartel en el portal que dice con todas sus mayúsculas: « antes de tender la ropa hagan el favor de escurrirla ». Esas mayúsculas y el color rojo del cartelito estaban pidiendo a gritos un « coño! » final que no aparece pero se sobreentiende.

   María Sánchez es una señora veterinaria que además escribe, y bastante bien. Se ha hecho famosa de repente por un libro llamado "Tierra de mujeres" que me he dicho que caerá pronto en mis manos. En él habla del mundo rural y de sus mujeres, mayormente en esa España interior olvidada de todos, donde las mujeres habitaban el olvido aún más que los hombres si cabe. Lo he hojeado con cierto detenimiento en una de las muchas librerías de mi ciudad (que además de tener muchos cines también tiene muchas librerías y no sé si el BBVA se ha dado cuenta)  y he redescubierto palabras tan bonitas y tan poco usadas hoy como "tabardo", "garabullo", "piporro", "chícheres" o "empollo". Muchas de ellas fueron parte del vocabulario de mi infancia recia y castellana; vayan ustedes a Google a ver si las encentran!

   Hablando de Castilla y de palabras, voy a Madrid para coger el avión de vuelta en el casi único tren que nos han dejado en nuestra provincia y que afortunadamente es veloz y sólo tiene una parada, en una estación de nombre literario: "Segovia-Guiomar". No falla, de cada tres veces que cojo ese tren, en dos al menos hay alguien en mi vagón que se pregunta por qué le habrán puesto ese nombre a la estación... E incluso le añaden algún epíteto: "ese nombre tan raro" o "tan cursi", etc. Ya he conseguido retenerme y no dar explicaciones, lo que es un avance en mí, y a ustedes, queridos lectores, a quienes tengo por cultos les dejo una muestra de los versos dedicados a Guiomar,  porque ustedes saben, no?

Todo a esta luz de abril se transparenta;
todo en el hoy de ayer, el Todavía
que en sus maduras horas
el tiempo canta y cuenta,
se funde en una sola melodía,
que es un coro de tardes y de auroras.
A ti, Guiomar, esta nostalgia mía.