viernes, 8 de marzo de 2019

Como cada 8 de marzo

    Verifiquen ustedes en la hemeroteca de este blog: cada 8 de marzo publico una entrada, y va de mujeres, por supuesto.  Y cada año me digo que ojalá  sea la ultima, o la penúltima, y que el año que viene no tenga que escribir diciendo más de lo mismo, o al menos diciéndolo sin acritud. Pero no hay tu tía: un año más hay tanto motivo para la ira (véase el cartel anunciador del regreso de Pablo Iglesias) como para la esperanza (véanse mi hija y sus amigas). Estamos donde estábamos hace un año cuando se juzgaba a La Manada y se aprovechaba para anunciar  ofertas de tampones y compresas, o quizás un milímetro más adelante; aunque según el resultado del 28 de abril, quizás estemos varios metros (y varias décadas) más atrás. 

    Yo vengo de la Casa de Bernarda Alba, éramos cuatro hembras y al frente mi padre, que para nuestra suerte era feminista sin saberlo, incluso más que mi madre, que pertenece a esa generación que aún pedía permiso para abrir una cuenta en el banco y lo encontraba normal. Mi padre venia a su vez de una familia altamente feminista (también sin saberlo) quizás porque su padre fue el único varón de su familia y el numero trece después de doce niñas: se supo en franca minoría desde que nació y de paso supo transmitir a sus descendientes la valía de las mujeres de la familia: una de sus hijas empezó a estudiar química en 1946 y fue una de las primeras mujeres en terminar una carrera de ciencias en su universidad; y huelga decirlo, la primera licenciada universitaria de la familia en muchas generaciones. 

    Con estos mimbres he tejido yo el cesto de mi vida, un abuelo que solo juraba por sus hijas, un padre que no paró hasta enseñarme cómo cambiar las ruedas del coche y un marido que viene de un cesto tejido con parecidos mimbres y sin un ápice de machismo corriendo por sus venas. Cre que soy muy afortunada, y con las mismas, creo que hay un buen montón de mujeres que no lo son; muchísimas incluso. Y que no hay hombres atacados por mujeres que los violan en los portales, como tampoco hay hombres a quienes las mujeres siguen por las calles diciéndoles groserías por la espalda. Sé que no hay hombres que tienen que apoyar el trasero en las paredes del vagón del metro para evitar roces indeseados, como sé que hay mujeres que se marchan a dar a luz un contribuyente y cuando vuelven ya no tienen trabajo, o lo tienen peor. Sé que hay mujeres inteligentísimas que hacen el mismo trabajo que el hombre del pupitre de al lado pero cobran menos, como sé que muchas de ellas han decidido no traer contribuyentes al mundo porque eso significará el final de sus vidas profesionales. 

    Todo eso lo sé porque ademas lo he visto y en algún caso, hasta padecido. Y sé que, o nos dedicamos a pegar gritos y defendernos nosotras, o los « bad hombres » que nos gobiernan, acompañados de algunas "bad mujeres" que también las hay,  no se van a preocupar lo más mínimo por arreglarlo; y como muestra, insisto, vean el cartel anunciador de la vuelta de Pablo Iglesias al ruedo político, que espero que su Irene le haya arreado un buen sartenazo a él o al listo que lo diseñó, que  me juego la mano derecha a que era un hombre. Que soy una Feminazi? Pues miren ustedes, a lo mejor si. Y si llegan los de Vox anunciando que la violencia de género no existe, y que el feminismo es una forma de Supremacismo, o que las mujeres españolas no necesitan leyes que las protejan (sic) más nos valdría a todas hacernos Feminazis, pero con carnet y afiliación sindical. Avisadas estáis, hermanas!

    Tengo una hija, y toda esta sarta de lamentos e improperios los escribo en buena medida pensando en ella; y esperando que cuando haya pasado la cincuentena que ya he pasado yo, no tenga que seguir celebrando el 8 de marzo a golpe de reivindicación. Y este año ademas, sin Forges! No somos nadie...



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