martes, 30 de abril de 2019

Y esa niña dónde está?

   Hace muchos, muchos años, en una galaxia no tan lejana, una pareja joven esperaba su primer hijo (en masculino, antes de la locura del lenguaje inclusivo). En esa primavera de esa España en blanco y negro se cantaba día y noche la chica Yeyé de Concha Velasco, todo un bombazo, la recuerdan? 


   Aunque en el mundo exterior, que era más colorido que aquella España, lo que se escuchaban eran cosas más duras que esta chica Yeyé: 


    Como les iba diciendo, una pareja joven que se había casado un año antes, como hacían tantas parejas de entonces, después de pelar la pava y escribirse cartas por arrobas, esperando una oposición no aprobada o un trabajo fijo que permitiera tener un pisito alquilado en una tranquila ciudad de provincias;  una de esas que antes configuraban la Meseta o, administrativamente,  una de las dos Castillas y que ahora, desde que son carne de cañón electoral se hacen llamar  la España vacía.

    Una pareja que esperaba secretamente un varón y se encontró con una niña, bienvenida por ser la primera, claro está. Una niña de la que se cuentan siempre las mismas batallas en familia: que si ya con dos años y sentada en su orinal hacía como que leía el ABC, que si comía como un buitre, que si accedió a vestirse de primera comunión a cambio de una bicicleta blanca; que si sabía arreglar los pinchazos de la bicicleta y conducir un coche con catorce años, que si recitaba a Lope de Vega cuando apenas levantaba tres palmos del suelo  y quería ser piloto de aviones con lo mal que se le daban las matemáticas...Una niña a la que no le traían los Reyes los juguetes que pedía porque no eran muñecas, y que como prueba de rebeldía decidió leerse todo lo que pillaba (hasta el Interviu) y no saber hacer ni un huevo frito hasta que terminó la carrera.Esa niña a la que castigaban a limpiar los zapatos de toda la familia pero de la que siempre se fiaban los padres de sus amigas, algunas de ellas bastante alocadas; la que se sabía de memoria los nombres de todos los aeropuertos europeos pero jamás consiguió aprenderse el Credo de la misa...Con todas las que oyó en su infancia!

    De esa niña quedan esas leyendas urbanas, lejanas y parte de la memoria de un tiempo cruel con la historia y amable con sus protagonistas. Queda cierta mirada traviesa y hasta a veces torva y descreída. Quedan los campos de Extremadura  y Castilla con todas sus encinas y alcornoques de los que tantas veces estuvo a punto de caerse y romperse la crisma. Quedan las colecciones de los Cinco y las meriendas de pan y chocolate de La Campana que ni se explica como era posible comérselo. Queda tanto de la niñez y tan poco de la mal llamada juventud que pareciera que de niña ha pasado directamente a señora entrada en años y poco resignada a entrar en carnes. 

    Yo misma, cada treinta de abril me coloco delante del espejo y me pregunto a dónde habrá ido a parar esa niña...

jueves, 25 de abril de 2019

Lo que nos merecemos

   Alguien dijo que los pueblos tienen el gobierno y los gobernantes que se merecen. No sé si será verdad; seguro que no lo es en el caso de una dictadura, porque ninguna nación ni pueblo en el mundo, por mucho que esté formado por hordas de cretinos, se merece a un sátrapa que guíe sus destinos sin responder ante nadie. En el caso de la democracia, me queda la duda: el pueblo elige a sus gobernantes, luego, el riesgo de que éstos sean los que el pueblo merece, es mayor. 

    En España somos, por lo general,  crueles con el reino animal;  dejando de lado las corridas de toros (que ni acuso ni defiendo aunque personalmente me parecen una carnicería evitable) aun tiramos cabras desde las torres de las iglesias y descabezamos pollos a la carrera a ritmo de “Paquito Chocolatero”. Quizás sí nos merezcamos que exista un partido como el PACMA, que parece ser que roza ya los dos escaños en Madrid y que quizás tendría algún escaño más si la ley D’Hont no fuera tan dura con las provincias del interior. 

    No sabemos debatir, ni mantener una discusión pausada, con puntos de reflexión y en un tono de voz que no denote que la sangre nos hierve por dentro, qué le vamos a hacer. Lógicamente, aquellos que aspiran a que les votemos, por mucho que alguno haya sido campeón de oratoria en su facultad, tampoco son capaces. Da igual que el debate sea a dos, a cuatro o a docenas: no sabemos pedir la palabra, aguantarnos cuando no nos la dan y menos aún reconocer que la parte opuesta a veces tenga razón. No nos debería extrañar tanto cuando “Sálvame” (y sus secuelas “Sálvame de Luxe”, “Especial”, “Sálvame Naranja”, “Limón”) es uno de los programas mas vistos de la parrilla televisiva. Y que persiste desde el 2009.Hay ya una generación de jóvenes españoles que han crecido pensando que lo de “Sálvame” es lo mas parecido a un debate que pueden ver en la tele. No pidamos entonces que los cuatro espadachines que se han visto las caras este lunes y este martes, nos muestren la mejor cara del “homo hispanicus en debate”...Porque no existe. 

    Las mujeres de este país sabemos lo que queremos y somos algo mas de la mitad de la población . Últimamente nos hemos hecho oír por las calles y sobre todo por los juzgados, y parecía que sobre nuestras reivindicaciones (mayormente que no nos violen ni nos paguen menos salario a trabajo igual) estábamos todas de acuerdo hasta que llegó la Marquesa de Casa Fuerte  (Google it) y rompió
la baraja. Ella no tiene tan claro que todo lo que no sea un “sí” es “no” ; gasta acento porteño y sin hablar palabra de catalán se presenta por Barcelona. No se si se la merecerán sus lugareños, porque gracias a ellos, tenemos a unos graciosos sin gracia que andan por España llenando plazas de toros con banderas españolas, algunas con su águila y todo. Y además a estos abanderados ahora los votan los muy jóvenes porque les parecen novedosos, originales y garantes de la unidad de España que maldita falta nos hacen ese tipo de garantías en tiempos de sueldos bajos, parados a tutiplén y escolares ignorantes. También tenemos mucha culpa los mayores de lo que votan estos jóvenes, por no haberles explicado suficientemente que todo la libertad que disfrutamos ahora no fue gratis conseguirla. 

    Los pensionistas votan disciplinadamente al partido de los pensionistas, que además promete bajar los impuestos como si viviéramos en algún emirato del Golfo. Esos abuelos en forma, votantes disciplinados, tiene achaques que les cura la Seguridad Social sin tocarles el bolsillo y nietos que estudian en colegios y Universidades públicas. Nada les importa más que hacerle un Tururú a la Agencia Tributaria, ya que están convencidos que esas escuelas y facultades, como los trenes que cogen con el descuento de la Tarjeta Dorada o las carreteras que transitan, los financia el oro de Moscú o un tío de América, pero no los impuestos que no quieren pagar. 

   No sé qué pasará el domingo, pero con semejante panorama, me temo que el dicho de los pueblos y los gobernantes que se merecen, esté cargado de razón.

martes, 23 de abril de 2019

En la tarde del día del libro.

    En los últimos diez días he estado viajando mucho por esta mi España que antes le dolía a Unamuno y desde ayer le duele a Albert Rivera. Entre trayecto y trayecto mucha lectura, y al regresar a mi hogar, mi rutina laboral y mi cama (lo mejor del regreso con diferencia) me doy cuenta que hoy es el día de los días, ese que tantas veces les he contado amables lectores, que yo esperaba con más ansia que el día de Reyes (si tienen paciencia pueden consultar todos los 23 de abril de mi blog, creo que no he fallado ninguno) porque mi padre salía conmigo a pasear por las librerías y volvíamos los dos cargados hasta las cejas. 

    Si mi padre viviera, estoy seguro que se habría comprado un Kindle, como ésta que suscribe, y que, como también hago yo, pasearía por las librerías y seguiría, a pesar de todo, comprando libros impresos. Porque cada vez estoy más convencida que todos esos que hablan del gusto de pasar páginas, de lo bonito que es tener un libro en las manos, del olor del papel y majaderías afines, son precisamente los que se leen dos o tres libros al año, y ya soy generosa en la cifra. Los que los contamos por decenas, y nos hemos dejado varias dioptrías en el intento, no falla: todos estamos de acuerdo en que el Kindle es un aparato maravilloso.

    Y todos nosotros, los viciosos, seguimos fecuentando las librerías y haciendo gasto. Yo les confesaré que, de vez en cuando, hasta compro libros en el supermercado, porque hacer la compra me gusta bastante poco y si entre yogures, puerros, latas de atún y papel higiénico cae un libro de bolsillo hasta soporto de mejor humor la cola de la caja en hora punta, que es cuando yo hago la compra. Casi me parece mejor lo del supermercado que esas librerías de segunda mano ("Low Cost" que las llaman en buen castellano) que están proliferando en todas las ciudades,  donde te puedes llevar un libro por tres euros (tres por diez) y donde te los compran a 50 céntimos si están en buen estado y si no son de más allá de 1980. Los que las regentan nada saben de libros, ni de autores ni de clásicos de la literatura y a este paso van a terminar co los libreros de Viejo, que esos sí que sabían!

    Vaya, que el libro es un objeto viejuno, inútil, pesado y recogedero de polvo. Sólo a los que quieren  impactar a las visitas (y sólo a ciertas visitas) les importa, y sólo se venden como rosquillas si tienen  porno light cada cincuenta páginas, o son parte de una saga criminal ambientada en el norte de España, o sirven para curar el mal de amores, fomentar eso que se llama "mindfulness", que en buen castellano se llama ombliguismo,  o son las memorias de un astro del balón. Yo ya soy consciente que me he quedado atascada en el siglo XX a pesar de leer en un Kindle, y por lo que pueda valer, ahí tienen ustedes  unos cuantos títulos que en los últimos meses me han hecho pasar muy buenos ratos. Verán que hay de todo...

- "Los cuatro jinetes del Apocalipsis": sabía Blasco Ibañez cuando la escribió que todo eso iba a ocurrir dos veces más en la historia? 
- "Dos espías en caracas", de Moisés Naïm, para entender, de forma entretenida, lo que pasa en Venezuela. 
- "Becoming" de Michelle Obama. Sin explicaciones.
- "Tan poca vida", de Hanya Yanagihara. La amistad entre hombres, a través del tiempo, a través de los abusos, la pedofilia y tantas otras cosas desagradables que muchos niegan que ocurren. 
- "Salamanca 1936" de Angel Viñas; quizás el mejor ensayo histórico sobre el pricipio de la Guerra Civil.
- "Matar a un Ruiseñor", de Harper Lee; ya, ya sé que es un clásico, pero yo no lo había leído. 
-"La disparition de Josef Mengele", de Olivier Guez, o la Argentina que sirvió de refugio a los Nazis.
- "Esto no ocurrirá aquí", de Sinclair Lewis...Porque precisamente está ocurriendo, y su autor lo escribió en 1916 pretendiendo hacer ciencia ficción. Bastante mejor que "El cento de la Criada" si se trata de leer distopias.

   Y con ésto, y una antología de Gila que me he regalado este año les dejo entretenidos. Espero.

   

domingo, 14 de abril de 2019

Otro patriotismo es posible

    He venido de vacaciones a España y para ello, he cogido un avión de Iberia, a pesar de que me llevo regular con ellos desde que tuve que sacarles 500 Euros que me debían por vía judicial. Sea pues, avión de Iberia, compañía aérea nacional, aunque ahora resulta que con el Brexit de repente se han dado cuenta que es inglesa. En el avión ceno un bocadillo de jamón con una cerveza Alhambra, que resulta que ahora es Heineken, pero yo hago como que no lo sé . 

    Mi destino es Sevilla, celebración familiar obliga. Hago escala en Madrid unas horas, pernoctando en un hotel de cadena hotelera nacional. Insisto, en un hotel donde me atienden amables personas que cobran poco pero sonríen y rebosan amabilidad, pagando al hotelero los impuestos correspondientes para que él pague a sus empleados y evitando darle dinero a los que compran pisos para vaciar el centro de habitantes y llenarlo de turistas paseadores de maletas con ruedas. En los portes he utilizado dos taxis de verdad, de marca taxi, conducidos por dos taxistas de esos que pusieron patas arriba la ciudad para acabar haciendo lo que hacían siempre que es coger viajeros a pie de calle y llevarlos de un lado a otro sin meterse a arreglar la economía digital. Creo que ambos eran españoles, aunque ese particular no es el que más me importa. 

    Al día siguiente, cojo en Atocha el AVE (ese hito del ferrocarril español)  a la vez que miles de personas que salen por las esquinas y me pregunto si habrá trenes para tanta gente. Desayuno apresuradamente en una cafetería española un café español (malo) y unas porras que estaban hechas con algún saco de cemento robado en una obra. Dejo propina porque en España se hace así y porque la camarera debe llevar desde las cinco de la mañana poniendo cafés y aún es capaz de dar las gracias.  Compro un periódico de papel al kiosquero que vende más chicles que periódicos y que debe preguntarse si toda esa marea humana que va a subir al tren habrá leído algo en su vida. La marea humana desembarca en Sevilla donde vuelvo a hacer una buena cola para coger otro taxi, con denominación de origen « taxi » que me lleva a un hotel, de nuevo español, regentado por españoles , aunque está lleno de extranjeros; pero como éstos son del género turista, a nadie se le ocurre decir que se vayan a su país.

    Llevo un día en Sevilla (y aún me queda otro) contemplando maravillas arquitectónicas de inspiración àrabe y al lado de mi hotel, la iglesia fue en otro tiempo sinagoga. Un hotel que, por cierto, lleva en su nombre la palabra judería. He comido en restaurantes españoles de comida española donde los platos los friegan esos españoles que algunos no quieren que lo sean. Y todo lo que llevo gastado y lo que gastaré en los próximos días lo he ganado fuera de España, muchas veces
 en nombre de España, y sobre todo, hablando español mucho mejor que muchos de los que gritan
 en las manifestaciones con bandera incorporada... Y todo eso que gano fuera me lo gasto aquí.Que no vengan Abascal y sus secuaces a darme lecciones de patriotismo. Sin importarme un comino la patria, creo que soy mucho más patriota que muchos de ellos ! 

jueves, 11 de abril de 2019

Carta a mi hijo votante

    Escribo esta carta al alba de una campaña electoral que va a desembocar en unas elecciones donde mi hijo va a votar por primera vez. Mi hijo no se lee mi blog y como todos los de su quinta, está peleado con Facebook donde aparecen mis entradas, así que probablemente no se lea estas líneas, pero me queda la esperanza de que se las lea alguno de su misma edad y coyuntura electoral. Coyuntura que es, sobre todo abstencionista y por ello, altamente preocupante. A nuestros tardoadolescentes les interesa poco la política, y a los pocos que les interesa no les interesa informarse de forma exhaustiva; muchos de ellos son descreídos de la democracia porque piensan que es gratis y que siempre va a estar ahí, y los que creen en la democracia piensan que la única posible es la asamblearia y populista. Me tacharan ustedes de escribir generalidades sin datos. No voy a darles la razón: cuando escribo generalidades (o cosas que lo parecen) es porque me he inflado a leer sobre ello, he hablado largo y tendido con los protagonistas y he sacado mis propias conclusiones de todo ello. Y como resultado, aquí tienen la carta.

    Querido hijo,
hoy han llegado las papeletas para votar desde casa, como los expatriados que somos. A mi me sigue emocionando cuando llegan (porque a veces no es así)  y porque me siento ciudadana, y siento que me piden mi opinión; cosa que a ti te parece evidente porque naciste en democracia, pero que no nos lo parece tanto a los que nacimos en una dictadura, aunque no la padeciéramos mucho, dada nuestra edad. El de votar, aunque parezca un acto banal, y en nuestro caso, por correo, exento de toda poesía, debe ser a partir de ahora un acto fundamental en tu vida: cada equis años los que te gobiernan se someten a tu juicio y puedes suspenderlos si lo crees correcto. Cuando lo hacen mal, es tu voto, sumado a otros muchos, el que va a sancionar su comportamiento. A ti ese voto te parece una gota en el océano, pero el biólogo que habita en ti sabrá entender la importancia de cada gota de agua, de su pureza y su limpieza, para que el océano sea todo lo grande y majestuoso que es.

    Y como no es un acto banal, espero que pienses un poco a quién votas, sin por ello comerte el tarro ni organizar un referendum a tu alrededor. Se supone que para empezar te has informado y sabes lo que está en juego; teniendo los padres que tienes sé que esa parte está cubierta. Para continuar, espero que cuando metas la papeleta en el sobre pienses al menos en cuatro o cinco cosas, no tanto en la cara del tipo que va dentro de la papeleta; porque esas cuatro o cinco cosas son las que tus padres te hemos intentado inculcar desde pequeño y sobre todo, desde que nos  comprometimos ante un juez a hacer de ti un ciudadano honesto y responsable, que no creas que muchos padres han tenido que pasar por  ese trámite,  aunque esa es otra historia.

    Piensa de dónde vienes, que no solo eres español, y en las muchas circunstancias que confluyen en tu pasaporte. Mira el color de tu piel, esa que nunca se quema y se broncea con el primer rayo de sol; otros muchos con esa misma piel no han tenido tu misma suerte, pero son seres humanos, no carne de  traficantes. Piensa en tu hermana, que será una mujer a quien la vida no siempre le va a poner las cosas fáciles, como no se las puso a tu madre (a pesar de que a ti te parezca que se come el mundo) y como no lo tuvieron fácil tus abuelas, que a pesar de lo distintas que eran y de la diferencia en sus vidas tuvieron ambas que pelear el doble que tus abuelos para salir adelante. Piensa en ti dentro de tres o cuatro años, cuando tenga que empezar a buscar un trabajo y ganarte la vida, porque lo normal es que los que salgan de estas urnas sean los que gobiernen entonces.  Piensa en tus amigos homosexuales, lesbianas, negros, chinos, musulmanes y ortodoxos, católicos y ateos y en cualquiera que no se nos parezca ni se te parezca, y asegúrate que tu voto no vaya a parar a quienes no los ven igual que tú. Y vota a quien no te obligue a empuñar un arma, vestirte de ningún modo ni comulgar con ninguna religion ni creencia que no sea la que tú elijas.

    Son cuatro cosas hijo, pero no sin importancia. Fijándote en ellas habremos conseguido hacer de ti un ciudadano, a ser posible del mundo;  un ser humano mejor y no un patriota, cosa bastante inútil, por cierto. Y con ese sobre insignificante que irá a parar a la saca del correo que es la urna de los expatriados, serás un votante, que si hubieras nacido en otros muchos países del globo terráqueo no lo serías. No lo olvides.

     Firma tu madre, votante.




domingo, 7 de abril de 2019

Artem conversationem

    En la casa de Bernarda Alba donde crecí, las bernardas que me rodeaban insistieron una y mil veces en mi falta de arte; tanto que me lo acabé creyendo. Ciertamente fui y soy un desastre con los pinceles, brochas, agujas de punto o de coser, e incluso con cualquier cosa que haya que manipular manualmente con delicadeza, porque rastrillos, azadas, martillos y llaves de tuercas no se me daban tan mal. Cierto también que siempre me ha fallado el equilibrio y que no tengo arte para andar con tacones (y a estas alturas tampoco ganas) o patinar. El arte musical lo intento porque tengo buen oído pero soy negada para el baile; y, definitivamente, no me he ganado la vida con mi arte porque no lo tengo, ni me he traumatizado por ello a pesar de las miles de veces que oí a mi alrededor aquello de « pero qué poco arte tienes! » Sobre todo porque los de mi generación éramos niños a quienes para traumatizarles por algo había que perseguirlos a hachazos, o hacerles cosas muy gordas, bastante más que rebajarles el ego negándoles la vena artística. 

    Pero yo sé que sí tengo un arte, uno muy pequeño, y bastante poco valorado, que es el de la conversación. Mis amigos saben que a cualquier hora del día, café o caña de cerveza mediante pues para las copas ya se me pasó la edad, pueden acudir a mí que soy toda oídos y con las mismas, toda respuestas, incluso para lo que no me preguntan. Como no quiero lápidas en cementerios ni tumba que requiera lápida, no habrá inscripciones que me sobrevivan, pero si fuera necesario tener una, quisiera que dijera  "aquí yace nuestra amiga, con la que tanto hablamos". Comprendo que mis cohabitantes y colegas cercanos de vez en cuando se cansen de mi verborrea incontenida, pero también me queda la esperanza de que algún dia me echen de menos. 

    Y como esta pasado semana no he publicado nada les voy a revelar donde me he metido: ni más ni menos que en una conversación. Una conversación que sostengo con una amiga del alma que ha venido a visitarme, a quien llevo 25 años esperando por estas tierras septentrionales que habito y a quién por fin he convencido para venir a verme y proseguir las muchas conversaciones que tenemos durante el año por todos esos medios modernos que serán geniales pero que jamás de los jamases remplazarán el placer de hablar y hablar sin contar las horas, ni los minutos con quien  se aprecia mirando a los ojos y sin pantalla por medio. Las amistades, como los matrimonios, como ciertas relaciones paterno-filiales o fraternales, son largas conversaciones que no siempre es fácil mantener; y que hay que alimentar y reavivar, porque el perderlas, duele.

    Esta semana he conversado horas y horas, unas veces en la cocina de mi casa, otras, caminando bajo la lluvia, o frente a una cazuela repleta de mejillones. Hemos conversado hasta que nos dolieron muchas noches las posaderas de estar sentadas o hasta que nos dolieron las piernas de tanto andar. En todas esas horas, jamás he mirado el  teléfono ni una vez, y el reloj en contadas ocasiones. la buenas conversaciones, esas que duran años y que sólo interrumpen las distancias kilométricas, que no las sentimentales, envejecen igual que el buen vino. Son mejor terapia que muchas curas modernas de esas que dicen que hay que mirarse el ombligo y concentrarse en uno mismo; porque el arte conversador requiere algo importantísimo que se nos está olvidando en este mundo de pseudomédicos, terapias alternativas y manuales de autoayuda: interesarse por la persona con la que estamos conversando, que no somos nosotros mismos.

    Las buenas conversaciones, que son sanadoras, solo las interrumpe la muerte, que no la ausencia. A las malas, con un Whatsapp  les basta. Feliz semana para todos.





lunes, 1 de abril de 2019

El progreso o el regreso?

    Ustedes lectores ya lo saben: me dediqué muchos años a la historia, invertí en ella mucho tiempo y esfuerzos a la par que aprendí. Y una de las cosas que aprendí es que aquello de que la historia se repite es algo más que una frase hecha. La historia se repite y gracias a ello, en Europa hemos tenido dos guerras mundiales que serían mundiales de nombre pero que se cebaron con nuestro continente y lo arrasaron,  dejando millones de muertos detrás. Parece que de la última, algo aprendimos pues llevamos setenta años de paz europea;  aunque la historia que se repite, y el círculo infernal en el que sólo los seres humanos somos capaces de meterno sin salir, puede que nos lleve a otra parecida. 

    Para salir de ese círculo nefasto, existe una cosa que se llama progreso, que no es circular sino lineal. El Progreso no sólo consiste en tener un teléfono con más gigas, un ordenador más potente o mandar una sonda a Marte.  El progreso también es (o debe ser)  social, y supone que la democracia sea el sistema que gobierne las naciones, que la gente no muera de hambre (a ser posible) que los homosexuales no sean perseguidos y que las mujeres puedan andar solas por la calle sin temor a que una panda de brutos las viole. Parece todo muy evidente, pero a veces se nos olvida. Y el deber de los adultos que somos unos cuantos, es contarle a nuestros jóvenes,  o muy jóvenes, que todo eso no ha estado siempre ahí, sino que ha costado años de historia y de desastres llegar a ello. 

    Me meto en esta harina de costal polémico porque hace unas semanas, un jovenzuelo al que quiero y aprecio mucho me dijo en mi propia casa que iba a votar a Vox, porque hacía falta un poco de orden. Le pedí que me definiera « orden » y no lo tenia muy claro. Yo le puse un ejemplo tonto: « orden » es lo que tengo yo en mi mesa de trabajo, o lo que pedía mi madre a gritos cuando abría nuestros armarios. Lo demás es estado de derecho, que es parte de un contrato social entre ciudadanos, porque si se convierte en imposición, la suele ordenar un señor (o un grupo reducido de señores ) y entonces se llama dictadura. Y no es algo que facilite la vida de las personas. Creo que le dejé con ganas de más y aquí estoy esperando a que venga un día de éstos a escuchar la segunda parte del discurso.

   Y el día que vuelva le diré que yo no quiero orden sino progreso. Y que progreso, para mí, es el estado de las cosas al que hemos llegado, no sin hartos esfuerzos de muchos y muchas, ya que parece que el progreso requiere el maldito lenguaje inclusivo. Progreso es que puedas votar, y echar con tu voto al que lo hace mal, aunque parezca ese voto una gota en el oceano. Progreso es que te puedas divorciar, que a nadie se obligue a comulgar, ni con ruedas de molino ni con la versión que sea; progreso es que las cárceles no se llenen de homosexuales y lesbianas y que éstos puedan casarse, y tener hijos; que nuestras hijas ganen a trabajo igual, salario igual. Que puedan salir a la calle sin miedo, y que la violencia sexual sea un crimen perseguido por la ley. Sí, sexual, así como suena, porque por desgracia ninguna pandilla de mujeres viola a un mozalbete en un callejón. Progreso es que el ejército sirva para socorrer a la población en las catástrofes naturales y la policía necesite una orden del juez para entrar en tu casa. Progreso es que quien viene a nuestros países a trabajar y huyendo del hambre tenga cómo ganarse ese pan. Todo ésto y mucho más es progreso y no órden, y si no se lo explicamos a nuestros chiquillos que votan por primera vez, otros más simplones, y con argumentos catetos pero eficaces, se lo explicarán; y volveremos al siglo XIX; o en el caso de mi querida España, a 1939...Con lo que nos ha costado llegar hasta aquí!