martes, 24 de diciembre de 2019

Con el árbol al hombro

       Nunca se había planteado en aquella casa poner un árbol artificial, ni siquiera en los tiempos más recalcitrantes  de la militancia ecológica. Desde siempre, año tras año, el Pater Familias iba al parking de un centro comercial cercano donde un leñador autóctono elegía para ellos el abeto más frondoso, fresco y espectacular de todos los que tenía expuestos para la venta. De una manera o de otra aquel abeto llegaba al hogar familiar, donde presidía el salón durante casi un mes, desde lo alto de su más de metro ochenta hasta que las ramas, secas y cargadas excesivalmente de bolas por los pequeños de la casa,  iban cediendo  y partiéndose. Cada año, la cuesta de enero se iniciaba con el pobre abeto en la acera,  esperando ser recogido por los servicios de limpieza de la ciudad pasados los Reyes.

    Los años han ido pasando, los árboles de plástico son cada vez primorosos y dan mejor el pego, aunque vengan en avión desde China y los fabriquen niños que ganan un dolar al mes, y los protagonistas de nuestra historia han ido cumpliendo años: el leñador sigue vendiendo sus abetos, cada vez menos y más caros, y nuestra familia, dispersa por varios países,  sólo se reúne por Navidad, con árbol por medio eso sí. Los padres son ya una pareja de sexagenarios  en forma que disimulan muy bien su edad,  viajan de un país a otro todo lo que pueden, siguen haciendo deporte y disfrutan como locos de una más que merecida jubilación.

   Llegado el mes de diciembre comienza el debate. Ella, pragmática como es, lanza al aire no la posibilidad de un árbol de plástico  (le costaría una petición de divorcio) pero sí al menos la de cambiar de proovedor y buscar uno que lo traiga a domicilio. El responde airadamente que el árbol hay que elegirlo donde siempre porque en aquel puesto se ven, se huelen, y vienen de los bosques cercanos. Ella le recuerda que el año pasado lo trajeron entre los dos al hombro, haciendo un trayecto de menos de quinientos metros en más de media hora y que la hazaña les costo al uno un lumbago y a la otra un par de sesiones de osteópata.  No hay negociación posible, el árbol pequeño con su tiesto y todo ni se plantea: o abeto de metro ochenta, o no hay Navidad posible! Y por supuesto,  la juventud llegará el 24 a mesa puesta, así que tampoco hay porteadores.

    El leñador sonríe a sus clientes habituales y, como siempre,  elige un abeto Nordmann bien formado, fresco porque lo cortaron hace dos días,  y mira de reojo y con cierta conmiseración a sus compradores cuando éstos deciden que aquel ejemplar más alto que ambos es el que van a acarrear hasta casa con sangre, sudor y, probablemente dolor de espalda. Según salen del parking, un par de chiquillos de no más de quince años  les proponen llevarlo hasta donde ellos quierar propina mediante y ella ve el cielo abierto. "Hay que redistribuir el capital", dice ante  la reticencia del marido que piensa que el signo de la decadencia física llegará el día que no sea capaz de llevar el árbol al hombro hasta su casa. Los chavales son despiertos y serviciales, en poco más de diez minutos llegan al portal y ella les da una generosa propina y un poco de charleta mientras su marido se encarga del árbol que apenas pasa por la puerta de la calle.

    Por la noche, tras varias horas dedicadas al esfuerzo decorativo,  queda inaugurado el abeto navideño con todas sus luces y sus adornos cuidadosamente elegidos, descartadas las bolas y espumillones estridentes todos ellos y colocados siguiendo una estética para la cual ella nunca ha tenido paciencia ni habilidad. Tampoco hubiera podido ayudar mucho porque ha pasado toda la tarde al teléfono anulando tarjetas de crédito y similares: los chavalillos además de arrimar el abeto hasta su casa,  se arrimaron peligrosamente al bolso de nuestra protagonista. No se lo ha contado a su marido, con lo contento que está, total para qué...Al fin y al cabo, había que redistribuir el capital.


martes, 27 de agosto de 2019

Vengo a decir que me voy

   Para empezar una canción, los que entiendan francés no necesitarán toda la explicación que viene después:


    Queridos amigos y lectores y aquellos que son ambas cosas: hoy he venido  a decir que me voy. Justamente hoy, cuando festejo los ocho años sin interrupción de contar mis miserias en ésto que yo llamo cuaderno y que las nuevas generaciones llaman Blog. Ocho años! que se dice bien; empecé subtitulándolo "Confesiones de una cuarentona" y si me descuido ya no soy ni cincuentona! Empecé haciendo de ello casi casi una psicoterapia y ahora recibo mensajes de lectores que me dicen que se lo toman como una terapia ellos mismos. Al principio hablaba de mis cuitas como madre de dos niños casi pequeños y ahora son dos adolescentes crecidos (por favor alguien sabe cuándo se acaba la adolescencia?) camino de ser  adultos. Empecé queriendo hablar de libros y de cine y me he dedicado a hablar de todo lo divino y humano sin reparos; empecé teniendo cuarenta visitas semanales y ahora muchas semanas sobrepaso las mil. No quisiera dar la impresión de morir de éxito, pero quizás si hay que cortar por algún lado y con algún motivo, sea mejor hacerlo con el personal aplaudiendo y no tirando tomates. 

    Desde hace un tiempo tengo la impresión de repetirme más que la morcilla, provocar cierto enojo a mi alrededor y no ser tan ocurrente como yo quisiera. Pretender poder hablar de todo y por su orden , con libertad (e incluso con ira) y con la perspectiva de los años vividos que empiezan a ser muchos, desgasta las neuronas y te crea enemigos. De acuerdo que también te procura aficionados y gentes entrañables que te dicen cosas maravillosas y entre ellas sobre todo una,  que es el mayor elogio posible:" qué buen rato he pasado mientras te leía". Me quedo con ello. 

    Señoras y señores, queridos lectores y sin embargo amigos, no se crean que me voy a quedar parada sin escribir una sola línea, a pesar del poco talento que me ronda; hay varios escritos en marcha que esperan el turno de oficio que este blog les ha robado. No sé si me moriré pasado mañana, pero por si acaso no quiero esperar mucho antes de ver un buen montón de ideas puestas por escrito en otro buen montón de páginas; como mi cerebro ya no carbura si no duermo seis o siete horas (cosa que antes no era necesario) el tiempo libre nocturno, ese tan propicio a la escritura también se va reduciendo.  Y hay prioridades.

    Ha sido un placer durante todos estos años saber que al otro lado de esas pantallas que tanto me exasperan  hay unas personan que se leían lo que esta cabecita se inventaba o relataba sin inventar. Y cuando digo que ha sido un placer, es que lo ha sido de verdad, con todas las seis letras de la palabra placer.Este blog ha sido un buen curso de corte y confección; ahora toca intentar dar un salto a la sastrería fina. He dicho intentar, con todas las dudas y temores de no conseguirlo; pero intentar por supuesto, porque los que me conocen saben que  entre mis defectos más señalados está la cabezonería y el no rendirme. Aquí dejo la puerta entreabierta, nunca se sabe... Pero por ahora:





   

domingo, 25 de agosto de 2019

Vickie.Una historia neoyorkina (La chica de Ayer, 26)

    Victoria, Vickie para los amigos,  ha dado varios volantazos en su vida; de esos que te aconsejan los libros de autoayuda, o los amigos que también probaron: cambia tu vida, dicen, atrévete, sé otra persona nueva...Qué fácil es decirlo! Y a Vickie, que no le vengan con cuentos, desde que se conoce a sí misma, las nuevas Vickies han sido ya numerosas. 

    La primera llegó con el divorcio, después de un breve matrimonio del que no tiene ya casi recuerdos, ni buenos ni malos;  y cuando la nueva Victoria ya estaba en marcha, aquella que cruzaba Wall Street cada mañana y se codeaba con los amos del mundo, se encontró con un padre enfermo al que tuvo que cuidar varios años;  padre que había contribuido, mediante una nueva hipoteca sobre su casa ya pagada, a que la niña, hija única,  estudiara en Yale con lo mejor de lo mejor. Cuando el padre faltó y a punto de dar un nuevo volantazo, el cambio de rumbo lo marcó la quiebra de Lehman Brothers, que se llevó por delante buena parte de sus ahorros, invertidos con cierta vision de futuro en un plan de pensiones que se evaporó como humo de alcantarilla.

   Dispuesta como siempre a reinventrse de nuevo, comenzó un  trabajo de auditoría, asociada a un antiguo conocido de la bolsa neoyorkina, un chico joven y ambicioso pero suficientemente humano, amigo de sus amigos, padre de tres hijos y con una casa por pagar;  se dijo que Patrick, que así se llamaba, era el perfil del persona que ella necesitaba no sólo para reinventarse sino,  de forma más urgente, para asociarse y empezar de nuevo a ganar dinero con el que poder pagarse una jubilación, que ya estaba entrando en la cuarentena bien avanzada. Con Patrick alquiló una oficina que compartían en el piso 100 de la torre Norte del World Trade Center;  gracias a sus contactos y muchas amistades con Cantor Fitzgerald,  que ocupaba las tres plantas inmediatamente superiores pudieron llegar a un acuerdo rápido y nuestra reinventada consultora comenzó a trabajar más cerca del cielo que del suelo de la ciudad que la vió nacer. 

    Todas las piezas del puzzle de su vida parecían encajar cuando una mañana de septiembre, se le pegaron las sábanas en un hotel de Washington y tuvo que coger un tren ya no tan de madrugada  para llegar a su oficina a las diez, casi dos horas más tarde de lo habitual.  Vió mucha agitación en el metro a medida que la línea azul ACE se alejaba de Pennsylvania Station y  se iba acercando a su parada habitual. Obligada a descender en Chambers Street y ya en la superficie, sin pararse a pensar que algo estaba ocurriendo más allá de la linea telefónica con la que intentaba comunicarse con Patrick sin éxito, siguió avanzando entre gritos y ambulancias y camiones de bomberos hasta que una procesión de zombies cubiertos de cenizas comenzaron a cruzarse con ella en sentido contrario. Tardó casi todo el resto de la jornada en conseguir llegar a su apartamento de la Segunda Avenida, donde reinaba la calma y un silencio tan aterrador como pueda serlo el ruido en otras circunstancias. 

   Varias horas antes, la torre Norte del World Trade Center se había desmoronado con su oficina en el piso 100 y su socio Patrick dentro; con 658 desaparecidos de los 900 empleados de Cantor Fitzgerald donde tantos amigos tenía y con César, el jefe de camareros del "Windows of the World" que siempre le encontraba mesa o Lupe, que le vendía el periódico y los cigarrillos que desde entonces nunca ha vuelto a fumar. Apenas media hora después de las diez de la mañana se desmoronó la torre Norte, y cuando aún no eran las diez de la noche, Vickie ya sabía, sin que ningún manual de autoayuda ni un vecino aficionado al Yoga se lo dijera, que había llegado el momento de dar un volantazo. Otro más.

viernes, 16 de agosto de 2019

Bostoniana

    Escribo estas líneas mientras espero un avión que me llevará a casa, cruzando ese océano inmenso que me impresiona cruzar, a pesar de las muchas veces que ya lo he hecho. Para superar el trauma de abandonar Nueva York y aterrizar en mi vida cotidiana he hecho una parada en Boston, ciudad que desconocía y que me ha sorprendido agradablemente. Si quieren saber ustedes algo más, vayan à Google y a sus miles de guías de viaje digitales, yo les cuento otra experiencia que va un poquito más allá de la mera indicación turística. 

    De pequeña leí « Mujercitas » en aquellas entrañables versiones ilustradas de la editorial Bruguera. Y no creo exagerar si digo que leí ese libro al menos cuatro veces. Su continuación (« Aquellas mujercitas ») mereció menos atención por mi parte, aunque al menos un par de veces cayeron. También me encantaba la película con Elizabeth Taylor haciendo de la pequeña Amy March y June Allison de Jo, la escritora e irreverente, sin darme cuenta, un buen reflejo de lo que yo pretendía ser. Dentro vídeo : 



    En esa escena que les he puesto Jo vendía su pelo por una buena causa, algo que yo, molesta entonces por tener que llevar una trenza de medio metro obligada por mi madre, hubiera hecho también gustosa. 

    Años después descubrí a Henry James cuando comenzaba a pelearme con la lengua inglesa, y con él otro de los  libros que releí varias veces pensando que en él había tantas cosas que me retrataban: « las bostonianas ». Y estos días de verano ocioso, paseando por Boston me he dado cuenta que, en realidad, yo ya había estado en esta ciudad. Que ya  conocía sus calles y parques, que ya sabía como eran sus gentes y, sobre todo sus mujeres. Cuanto más cuando una de ellas, Ally MacBeal, fue protagonista de una de mis series  favoritas hace años. Todo lo que he visto estos días, en cierta manera lo había visto ya; y me resultaba todo de una extraña familiariedad que sólo ayer por la noche, después de consultar con la Wikipedia las fechas y argumentos de las novelas en cuestión, comprendí. 

    Mis hijos también han visitado Boston conmigo, lo han disfrutado y apreciado, pero quizás no lo hayan sentido tan cercano como yo. Doy gracias a quien haya que darlas por ser de una generación que tuvo que matar el aburrimiento leyendo. Mis horizontes son mucho más grandes que los que Internet ha abierto después creando generaciones enteras de analfabetos de la letra impresa. Y ahora me voy al cascarón a sobrevolar el Atlántico. Ha sido un placer pisar Boston con mis pies, con la imaginación ya lo visité hace  cuarenta años. 

martes, 13 de agosto de 2019

Razones para amar una ciudad

« De por qué te estoy queriendo no me pidas la razón » cantaba Nino Bravo; y a mi me piden razones mis lectores de mi repentino (dicen ellos repentino pero es de hace más de veinte años ) amor por Nueva York. Mi propia madre, que no es mi lectora, se interesa de vez en cuando por mi filia neoyorquina y asegura no entenderme. Bueno pues aquí tienen ustedes una lista, es larga, aviso. 

    Me gusta Nueva York porque nadie es extraño y todos somos extranjeros. Porque siendo americana es muy europea y viceversa. Porque creció y se desarrolló en los años más brillantes de la arquitectura y se nota; porque no se puede entender el arte del siglo XX sin visitar sus museos y gracias a esos museos, a esos galerías tas y a muchos marchantes, el arte del siglo XX logró escapar de la sinrazón de la guerra y del fanatismo Nazi. Me gusta Nueva York porque tiene un parque central rodeado de rascacielos, combinación que no la tiene nadie igual. Me gusta Nueva York porque es la ciudad de Gershwin y de Leonard Berstein, de Duke Ellington y de Sarah  Vaugham; es la ciudad donde ésta Harlem y donde fueron a hacerse famosos todos los demás; y donde se fabrican los pianos Steinway, por cierto. 

    Me gusta Nueva York porque no duerme, que es algo que me pasa a menudo, aunque yo soy humana y tengo que acabar durmiendo, que ella, como es ciudad no lo necesita; me gusta porque los domingos no parecen domingos, porque las viejas y los viejos recorren la Quinta Avenida en zapatillas de deporte, porque la gente es simpática y se para a enseñarte el camino a pesar de la prisa que tienen. Me gusta porque es una ciudad llena de taxis que se cogen el cualquier esquina y de gente que camina con un café en la mano. Porque las pizzas son como plazas de toros y las tortilla de tres huevos. Me gusta porque los ejecutivos hacen cola para comprarse un perrito caliente y las niñeras les hablan español a las criaturas rubias que cuidan porque el español de repente se puso de moda. Porque en el hotel de cinco estrellas entras con una hamburguesa en la mano y una bolsa llena de plátanos en la otra y ellos hacen como que no lo han visto. 

    Me gusta Nueva York porque es la ciudad de Woody Allen, aunque ahora esté de moda ponerlo a caldo. También es la ciudad de Batman y de Superman (aunque en Superman la bautizaran con otro nombre) la de Al Pacino y la de West Side Story, la de Audrey Hepburn paseando por la Quinta Avenida de madrugada y la de Lauren Bacall que era vecina de John Lennon hasta que a éste lo asesinaron a la puerta de una casa por delante de la cual te puedes pasear. Me gusta porque puedes ir a la puerta del Metropolitan una noche de estreno y soñar con que eres  Cher esperando a Nicolás Cage mientras Dean Martin te canta « That’s amore » . Me gusta porque no hay otra calle en el mundo como Broadway, con tanto talento por metro cuadrado como el que encierran sus teatros. Y porque puedes cruzar el puente de Brooklyn cantando « everybody’s talking »  como en Cowboy de Medianoche y al menos los lugareños no te mirarán con cara rara. 

    Me gusta Nueva York porque camino cada día doce o quince kilómetros y ni los siento en mis piernas; porque cuando vengo veo a Paco y a Alberto y es como si no pasara el tiempo; porque además ahora tengo una nueva amiga que me hice el año pasado charlando en el puesto de postales de un museo donde ella trabajaba y siento que es como si la conociera de toda la vida. Me gusta porque se come mal y me da lo mismo, pero el café lo ponen bien aguado, como a mi me gusta. Me gusta porque el agua es gratis en los restaurantes y las medicinas te las venden en los supermercados. 

    Me gustan sus edificios, los antiguos y los modernos, su estación de tren donde busco a Holden Caulfield por las esquinas, su catedral asfixiada en medio de una avenida y sus tiendas de chorradas que nunca se me antojan. Me gusta que sea la ciudad donde Bobby Kennedy y Hillary Clinton fueron senadores y se lanzaron a ser presidentes sin conseguirlo, por desgracia, ninguno de los dos. Le perdono que sea la ciudad de Donald Trump. Me gustan sus puentes colgantes y sus calles 
con canchas de baloncesto rodeadas de rejas, los autobuses escolares y los carritos de comidas con los que te tropiezas por las aceras. 

    Quieren más razones? Por hoy lo dejo aquí. Pero tengo más. 

lunes, 12 de agosto de 2019

I ❤️NY

   Conozco muchas ciudades en el mundo, porque me gusta viajar y visitarlas, bastante más que el campo y los enclaves naturales. Ese turismo de ciudad que a muchos desgasta y estresa a mi me apasiona. Entre esas muchas ciudades conozca algunas bonitas de quitar el hipo: Florencia,Cartagena de Indias, Salamanca, Cuzco. Otras simplemente interesantes, que ya es mucho: Berlín, Tánger, Washington. Algunas maravillosamente caóticas: Bogotá , Nápoles, El Cairo; otras son como teatros sin personajes: Brujas, Toledo, Carcasonne. Ciudades a las que vuelvo una y otra vez: Roma, París, Sevilla y otras a las que no sé si volveré pero no por falta de ganas: San Francisco, Lima, Siena...Pero una, sólo una es merecedora de mis amores y así lo pongo mien clarito en el título de esta entrada. 

   Les ruego me permitan la frase cursi, porque no me gusta Nueva York, la amo, como indica su logotipo. Estoy apurando mis últimas horas en ella y ya me duele pensar que quizás pasen al menos un par de años antes de volver, y eso con suerte. Nunca me siento extraña en esta ciudad, ni cuando la pisé por primera vez y me di cuenta que me la sabía de memoria ni cuando estoy terminando mi tercera visita y aún sigo descubriendo sus encantos. Sé que soy una turista y no tengo que pelearme cada día con los transportes, los horarios, los atascos y tantas otras cosas que importunan a sus habitantes; que como turista puedo residir en Manhattan y no en el quinto infierno como todos esos pobres trabajadores que veo llegar cada mañana en el metro. Justamente por eso, porque sé que nunca voy a vivir aquí y que soy visitante, puedo permitirme declaraciones de amor como ésta. 

    Amor? Sí, y del bueno, con unas gotas añadidas de admiración por sus edificios imponentes, su esfuerzo por preservar ciertas joyas arquitectónicas, sus museos sin los cuales es imposible entender el arte del siglo XX y sus teatros de Broadway donde yo, si fuera riquísima y ociosa, viviría permanentemente viendo una comedia musical tras otra. Amor por sus neoyorquinos simpaticones que pegan la hebra contigo a la menor que les das pie, por sus puentes colgantes y su parque rodeado de rascacielos que es algo único y espectacular. Si ya se  comiera decentemente sería la pera, pero es éste último un detallito sin importancia. Hoy tengo el síndrome de Stendhal subido y mezclado con el de Estocolmo: esta ciudad me ha robado el corazón turista...El otro, no se preocupen.

    Estoy durmiendo en un hotel edificado por William Randolph Hearst, donde él mismo dormía frecuentemente en grata compañía femenina: Marion Davides, Katherine Hepburn. Aquí ha residido de forma casi permanente Cary Grant y se hospedaban los Beatles cada vez que venían.
A dos pasos de aquí, vive Woody Allen, aunque nunca me lo he cruzado. Hoy he puesto mis manos en las teclas del piano de Duke Ellington y ayer me comí una pizza en la pizzería de Brooklyn donde va Al Pacino, que aparece retratado por todas las paredes. Hace tres días, desvelada por el Jet Lag me paseaba por la Quinta Avenida y buscaba en el  escaparate de Tiffany’s el reflejo de Audrey Hepburn...Casi juraría haberla visto guiñándome un ojo. Tengo el Radio City Music Hall a dos manzanas de mi cuarto y creo que Frank Sinatra va a resucitar de un día para otro para que yo pueda ir a escucharlo en directo. No sé si todas esas cosas son un sueño o me han ocurrido de verdad, pero en ese caso, viva el realismo mágico en versión neoyorquina. Y como siempre en grata compañía , continúo mi periplo por estas tierras aunque mañana abandone Nueva York con un pellizco en el estómago porque, I❤️NY!

domingo, 4 de agosto de 2019

Lo que cuento es lo que veo

   Así es estimados y pacientes lectores: lo que cuento es lo que veo, siempre,  cuando descanso, viajo, o descanso sin viajar, o ni siquiera descanso, hay todavía muchos que me dicen que soy muy graciosa inventándome las entradas de mi blog, que son rigurosamente ciertas, salvo las que me invento de verdad, que son cuentos y llevan siempre el título "La chica de ayer". Y para mayor decepción de los que creen en mis artes fabuladoras, les diré que incluso algunos de esos cuentos que aparecen como tales, son historias verídicas. 

    Y también me reprochan algunos mi pereza veraniega, que es cierta y se justifica porque si no somos perezosos en verano, entonces cuando? Yo practico algunos pecados capitales, pero miren ustedes por donde, el de la pereza es el que menos practico de todos; así que espero que se me permita, una vez al año, un inciso perezoso. Incluso cuando la primera fase de mis vacaciones se ha terminado y heme aquí a mis labores en mi lugar de trabajo habitual...En lo que llega la segunda fase, que está al caer. 

    Y qué es lo que he visto últimamente y me da tanta pereza contar? Pues he visto un país (el mío, vaya por Dios!) lleno de gente cabreada. Así, con todas las letras. Tanto, como para que me llame la atención porque no es éste el peor momento de su historia: la crisis va quedando atrás, el paro ha descendido, el turismo sigue llenando las arcas de muchos y el sol no nos ha abandonado. Tampoco ha habido grandes catástrofes naturales y bares y restaurantes siguen llenos a rebosar día sí y día también. Las playas no se han movido de su sitio y, aunque invadidas de perros (cuyos dueños son frecuentemente gente cabreada) siguen siendo parte importante de nuestro paisaje. Rosalía es una cantante internacional que va a cantar al Google Camp delante de Obama y los Beckham y hasta parece que la Reina Letizia ha aceptado su duro destino de Reina que veranea en Mallorca. Se ha terminado el terrorismo y las pateras no parece que asedien nuestro litoral. No hay plagas de langostas que arruinen las cosechas y seguimos siendo un país donde se puede beber buen vino y comer aceptablemente sin que haya que ahorrar tres sueldos para ello. 

   Entonces, qué le pasa a la gente para que esté tan malhumorada? Por qué en la cola de los churros un señor que no conozco ni le he dado venia se mete con el país donde vivo porque hay 38 grados a la sombra y dice que "a ver ahora si nos llaman vagos a nosotros?". Por qué en otra cola de una jamonería, otro señor le dice a mi santo esposo que su país de origen (y el mío de residencia) sería Albania si no existieran determinadas instituciones que lo protegen?  Por qué la gente pide la vez en la frutería como si estuvieran interrogando a un prisionero en Guantánamo? Por qué el aparcacoches te pide una propina cuando el sitio para aparcar te lo has buscado tú y lo que le das le parece mal? Por qué no se puede hablar de política ya con absolutamente nadie sin que suban los decibelios y los improperios? Por qué no se le puede decir a los de la terraza de al lado que están dando voces y que me han despertado de la siesta y que uno de ellos me amenace con mano en alto y todo? Todo ésto a ustedes les parecerán cosillas de poca monta, pero si yo en vez de ser yo fuera una turista sueca, decidiría rápidamente cambiar el destino de mis vacaciones, y me iría a otros países con el mismo sol, las mismas playas y unas gentes menos enfurruñadas, que los hay. 

    Admito opiniones divergentes y diagnósticos múltiples. No puede ser que el no tener gobierno nos haya convertido en un país de pitufos cabreados. Y si así fuera, que Dios nos mande un gobierno, el que sea, pero que vuelva a correr la amabilidad por nuestras calles, playas y patios de vecinos, que es muy necesaria. Y si no, que se lo demanden a Abascal y sus secuaces, que gritan mucho y me da que algo tienen que ver en ésto de la gente malhumorada. 

    Yo por ahora no vuelvo, a ver si el gobierno (el que sea) el cambio climático o la tercera temporada de "La casa de Papel" apaciguan los sulfurosos ánimos de mis compatriotas. En breve me marcho a un país donde al levantarte cada mañana, miles de voces amables y rostros sonrientes te preguntan cómo estás. Luego tienen también sus cosillas, claro. Pero en este momento de mi vida, no entro en explicaciones, necesito especialmente que el mundo sea amable conmigo. Amén.

 

sábado, 3 de agosto de 2019

Una de maletas

    Tengo un amigo que es un tragamillas como no hay dos y que cuando sale de viaje fotografía sus maletas la noche antes y las cuelga en sus redes sociales. No hago lo mismo para no ser una burda imitadora, pero ganas no me faltan, porque las maletas hechas y esperando a que llegue el taxi son uno de los momentos de mayor descarga de adrenalina que algunos nos permitimos. Las maletas de mi amigo se han hecho famosísimas, y los que le seguimos en sus andanzas ya hasta nos atrevemos a dejarle comentarios sobre el color de las mismas, los tamaños, cuánto echamos de menos aquella que lleva mucho sin salir o qué bonita es la última que se ha comprado. Será un juego infantil pero él disfruta y nosotros, los buenos amigos, somos deudores de su disfrute. O para qué están los amigos, eh? 

    Yo también disfruto haciendo y deshaciendo maletas, para qué negarlo. No me da ni medio segundo de pereza .Es más,  puedo hacer la mía y las de todos mis familiares sin que en ningún momento se oiga ni media queja por mi parte; cosa que no hago porque a cada bicho viviente le gusta hacerse su maleta aunque  parezca un castigo divino; ahora bien, no me reprimo de dar consejos, y hacer todo tipo de comentarios sobre la maleta ajena porque lo siento, así es: hacer maletas me pone. Que ya no se dice "me pone"? pues pongan ustedes otra expresión más actual.

    La maleta es la garantía del viaje por hacer y sólo por eso ya merece un monumento. Es la puerta abierta a las vacaciones en muchos casos y en otros muchos a un viaje  que nos saque de la rutina diaria, cosa muy de  agradecer. La maleta es la guardiana de nuestros tesoros eventuales, aquellos que no son tesoros en realidad pero que nos acompañan a muchas partes: las zapatillas de correr, el jersey que nos gusta, el sujetador más cómodo, los zapatos que no nos aprietan, el repuesto de libro para leer o de gafas por si se pierden las titulares. Esa maleta que los aeropuertos y las compañías aereas nos pierden y nos irritan en sobremanera por ello aunque el contenido apenas llegue a cien Euros; esa otra que lleva pegatinas de medio mundo aunque no haya pasado de Navalcarnero; la que te regaló el amigo invisible o la que compraste pensando que sería la definitiva y desde entonces has cambiado cuatro veces. Todas las maletas son parte de tu vida y han pasado por los mismos sitios por donde has pasado tú, así que todas se merecen este homenaje.

    Curiosamente, yo no tengo maleta titular;  según el viaje, arranco con la que pillo por casa, sin mayores problemas; es más, suelo viajar con las que los demás no quieren porque en asunto maleteril, soy de profundas convicciones socialistas: lo importante es tener una y sobre todo, tener motivos para usarla! El verano, que ya es por sí mismo mi estación favorita, lo es aún más por el mucho movimiento de maletas que acarrea. Este verano va a ser relativamente tranquilo y calculo que serán como unas ocho o nueve, hechas y por hacer o deshacer...Que bienvenidas sean!

    Ahora que lo pienso, si no hubiera sido por mi alegría en hacer y deshacer maletas, y por lo mucho que me gusta pasearlas, no tendría el trabajo que tengo, ni viviría como vivo, ni tendría la familia que adoro y los amigos repartidos por medio mundo a los que voy visitando. Si una tarde de otoño de 1989 (Uf!) al recibir cierta oportunidad estudiantil, la pereza y el miedo a las maletas me hubieran vencido, no estaría hoy donde estoy y como estoy. Así que viva la maleta y la madre que las parió a todas!

   Hace mucho que no les dejo una canción, pero de maletas no aparece nada que me guste. Así que les dejo una maravillosa, conocida de ustedes porque creo haberla puesto en otras ocasiones;  va de trenes y de viajes.




miércoles, 24 de julio de 2019

Sin síndrome de Estocolmo

    Queridos lectores: aunque mis pocas entradas, y el tono apacible de las mismas les lleven a ustedes a la conclusión de que padezco el síndrome de Estocolmo, sólo que aplicado al trocito de costa sur atlántica en el que paso mis días de asueto, nada más  lejos de la realidad. Cierto es que el mar, las temperaturas agradables lejanas a los treinta grados, siete kilómetros de playa para correr, los churros, los atardeceres de la marisma, los boquerones fritos, el cariño de mis amigos y familia y el sol a raudales pueden nublar mi raciocinio a ratos...Pero sólo a ratos. Ya el hecho de estar de vacaciones y no trabajando es suficiente, a mi entender, para que uno padezca el síndrome de Estocolmo en cualquier lugar del mundo que no sea Estocolmo pero, insisto, sólo a ratos. Les doy algunos argumentos para que no se preocupen por mi espíritu critico, que permanece intacto y a prueba de churros. 

    Les he dicho alguna vez que en España el ruido es un derecho humano? Cientos de veces. Pues aún  hay más: ese derecho humano crece proporcionalmente en decibelios a medida que un desciende hacia el sur y alcanza proporciones desmedidas en el caso de la plebe infantil. Esa plebe además, sale de sus casas a la hora de la siesta para no molestar a sus padres, y dan la matraca bajo los balcones y terrazas de los demás que, por supuesto, están encantados de que les despierten de la siesta. Incluso los que casi nunca dormimos siesta tenemos que ponernos las pinturas de guerra y saltar al terreno de juego blandiendo unas normas de la comunidad de vecinos que dicen que no hay que hacer ruido de tres a cinco y que esas adorables criaturitas (casi todas pasadas de kilos) son incapaces de leer o de entender, o de ambas cosas. Mientras tanto, sus padres están durmiendo la siesta, supongo. 

    Otra particularidad hispana: las colillas, los envoltorios del Bollycao o  de las patatas fritas, el casco del botellín de cerveza o el kleenex usado no son material destinado a las papeleras, aunque en la playa haya papeleras cada doscientos metros. O los que consumen tanta cerveza y tanto Bollycao se han ajamonado de tal modo que doscientos metros les parece una distancia digna de medalla olímpica. Tampoco los dueños de los perros entiende un sencillo cartel que pone « Perros no » con una señal de prohibido al lado de las de toda la vida, no un nuevo emoji. Curiosamente, a cinco kilómetros de aquí empiezan las playas portuguesas donde todos estos fenómenos no concurren, así que creo que tengo autoridad para decir que son fenómenos hispanos. A ver si Vox los pone en su próximo programa electoral. 

    Volviendo a las criaturitas pasadas de kilos del segundo párrafo, y a la preocupación de las autoridades por el incremento de la obesidad y el poco ejercicio que hacen los jóvenes (dar la brasa bajo los balcones ajenos tiene poco gasto calórico)  me pregunto una y otra vez, por qué en estos supermercados patrios es tan difícil encontrar un yogur natural descremado, sin sabores,  y sin azúcar añadido. Que no es tan difícil? Les reto a que lo intenten. En el Imperio Mercadona es imposible. En el planeta Carrefour los hay y nadie los compra porque están hechos en Cataluña, lo que da que pensar si los susodichos yogures no serán infiltrados de Puigdemont en un intento de atraerse las simpatías de cierto publico veraneante que no quiere engordar. Seguiré investigando.  

    Ya ven ustedes que de síndrome de Estocolmo nada. Hasta el lugar más parecido al paraíso que una pueda tocar con los dedos tiene sus defectillos; eso sí, soportables a condición de que el lugar coincida con las vacaciones, donde uno, irremisiblemente, es más tolerante. Aunque les confieso que esta entrada la acabo de escribir porque unos imbéciles de cierta edad me acaban de sacar de mi plácida siesta...














lunes, 22 de julio de 2019

Veinte años no es nada. Veinticinco un poco más

    La nostalgia y yo nos llevamos muy bien; de hecho, somos amigas. Ella me recuerda una y otra vez las cosas que me gustan y yo, como tengo buena memoria, las repaso puntualmente. A veces me gustaría que no fuera tan insistente, porque la nostalgia es cosa de viejos, o al menos de gente a quien le queda menos recorrido que lo ya andado (cual es mi caso) y constatarlo me pone triste. 

    La nostalgia me recordó ayer que hace cincuenta años yo vi como llegaba un hombre a la luna, mientras Jesús Hermida nos lo contaba, sentada en las piernas de mi abuelo (que no se acostaba más tarde de las once ni el día de Nochevieja pero aquella vez hizo una excepción) y me recordó como aquella niña de cuatro años se pasó después de ese día muchos atardeceres de campo extremeño mirando embobada la luna que aquellos americanos habían pisado días antes. Mis hijos se rien de mí y aseguran que es imposible que me acuerde, pero a Dios pongo por testigo que lo recuerdo y que probablemente ellos no recuerden nada ni se ufanen mucho en hacerlo,  porque unas pantallas voraces les contarán como era el mundo de su infancia sin que ellos tengan que mover más que un dedo para apretar la tecla correspondiente. 

    Y esta mañana, la nostalgia ha venido vestida de fiesta y con el ánimo alegre a recordarme que hace veinticinco años, en otro día de verano de campo extremeño, la niña que miraba la luna buscando a Neil Armstrong, decidió no mirarla sola nunca más. Ya no era una niña, claro estaba. Hoy  hace veinticinco años que me casé y dicen que eso se llama Bodas de Plata y que hay que celebrarlo de alguna manera. Ahora que casarse se ha puesto de moda y que a la que menos te lo esperas te invitan a una boda que dura tres días y te cuesta un ojo de la cara, me resulta gracioso recordarme a mi misma aquel día de verano en el que por el rito correspondiente di gusto a padres y suegros y repetí  una boda que civilmente ya había celebrado cinco meses antes. 

    Sea como sea, yo siempre parca en celebraciones, pero intensa en mis recuerdos. Hace veinticinco años que miro la luna, hago el café, la compra y las lentejas en compañía; tengo un hombro sobre el que llorar, reír, ver películas y últimamente series de televisión. Hace veinticinco años que comparto facturas, hipotecas, matriculas de colegio y recibos de la luz. También comparto crianza, insomnios, despertares intempestivos, sustos infantiles y juveniles, problemas laborales y hasta alguna que otra bronca por un simple cubo de basura. Pero en lo esencial, comparto mi vida y no renuncio a uno solo de los  minutos que llevo consumidos en compañía  desde hace ese cuarto de siglo que hoy celebro. Espero que me entiendan si tener que añadir más explicaciones. Soy más que razonablemente feliz, mucho mejor acompañada que sola; y esa es mi gran suerte. 








  

viernes, 12 de julio de 2019

Auténticos

   Este que lo es, el sitio de mi recreo, este año me ha recibido regular. Temperatura anormalmente baja cuando en el resto de España  se achicharran, agua fría, algún dia nublado, una araña de pedigrí  desconocido que me ha arreado un buen mordisco y un consultorio de la Seguridad Social donde me han negado la asistencia médica de urgencia que hubieran debido proporcionarme y cobrarme a posteriori. Menos mal que soy de cabreo fácil y de reconciliación igualmente fácil ; de otra manera habría hecho mis maletas y escapado a algún lugar màs acogedor. 

    Pero por suerte, buena parte de los lugares son las personas que habitan en ellos. Y en este lugar, que yo llamo paraíso a pesar de que en esta mi primera semana ha renegado un tanto de su carácter paradisiaco, las personas son de dieciocho kilates. Todas excepto el celador del consultorio de la Seguridad Social, no sé si me entienden. Todas estas personas me ofrecen una sonrisa y una solución a mis cuitas cuando se las planteo; la sonrisa, incluso gratis. Los churreros que me dan de desayunar, las chicas del bar que saben cómo me gusta el café, el jardinero que cuida mi paisaje y las averías de mi casa; la pescadera que me da ese atún que no encuentro en otro lado a ese precio; mis fruteras que pacientemente me ayudan a elegir los tomates y distinguir unos melocotones de otros. Las dueñas de mi restaurante favorito que me dan de comer como dicen ellas « quizás no tan bien como en otros lados pero seguro que en otros lados no con tanto cariño « , la librera que me deja engancharme a su wifi para arreglar lo que la wifi desmayada de mi casa no me deja. 

   Sigo? Los vecinos que son lugareños y me dicen donde encontrar esas cosas absurdas que se rompen en verano y uno no sabe comprar cuando no existen cerca IKEA ni el Leroy Merlin; la limpiadora a quien le piso las escaleras recién fregadas cuando salgo a correr por las mañanas y jamás me pone un mal gesto, el tipo que hace dos días en un taller de coches, sin conocerme de nada y sin saber si le iba a dejar mi coche para arreglarlo, me explicó cómo resetear el ordenador de a bordo que me estaba dando la lata (también por ese lado han venido las goteras); la farmacéutica oronda y sonriente que me dice cómo curarme una herida que se ha puesto fea...Y que después resultó ser una mordedura de araña. 

    Todas personas auténticas, sin dobleces, sin ahorros que invertir ni amarguras que descargar sobre una cuando una vez al año asomo por sus vidas; gente que trabaja cuando algunos descansamos y descansa tirando a poco cuando los demás trabajamos y nos quejamos de nuestros trabajos que nos pagan al doble y màs que a ellos los suyos. Amigos con los que salgo a cenar sin hablar ni del Brexit, ni de la prima de riesgo porque o no les interesa o incluso desconocen lo que es. Gente que ahorra para que sus chicos tengan estudios y vean el mundo que ellos no vieron. Personas que te preguntan si es bonito Paris y sueñan con verlo algún dia cuando yo voy simplemente a ver un concierto de Raphael sin asomarme ni a la sombra de Notre-Dame. Esa gente auténtica que cada vez me cuesta más encontrarme en mi vida cotidiana que, a veces, parece que se desarrolla en otro planeta. Esas personas hechas de mucha carne y algo de hueso, de mucho sentimiento y de sonrisas impagables. Esos seres humanos auténticos como ellos solos que, cada verano, me quitan la costra inhumana que crío durante el invierno. Los necesito, tanto como el aire que respiro. 








miércoles, 10 de julio de 2019

Para no amargarme

    Ya estoy en el sitio de mi recreo, rodeada de mis seres (más) queridos y viendo a esos amigos que solo veo de verano en verano. Ya puedo desayunar churros todos los días si quiero, aunque no lo hago porque estoy muy perezosa para las carreras matinales y eso me impide comprar las miles de calorías a crédito que los susodichos me cuestan. Ya no tengo que hacerle caso al despertador, e incluso puedo tirarlo a la basura; puedo comer a la hora que me de la gana y para ponerles un ejemplo: atún a la plancha a 12 euros el kilo en vez de a los 70 que me lo venden (y no compro) en mi residencia habitual. Bebo todos tintos de verano que me place con esos hielos gordos como icebergs que se compran por un euro la bolsa en las gasolineras españolas y aquí abro paréntesis: por qué razón que se me escapa, en España  el hielo se vende en las gasolineras? Se agradecen las respuestas. 

    La wifi funciona mal y eso me resulta hasta un aliciente. Ayer conseguí que mis chicos vieran conmigo « La ventana indiscreta » de Hitchcock y reconocieran que es un películón. Vuelvo a comprar periódicos de papel que se quedan dos dias sobre la mesa del salón y se dejan leer y releer y hasta subrayar si es necesario. También estoy leyendo una joya escrita por Madeleine Albright (se acuerdan de ella? ) que no sé si está traducida: « Fascism,a warning » en el original. El tiempo pasa con una calma chicha que desconozco en otras épocas del año, esas en las que me pregunto tantas veces lo que da título a este blog. 

    Y aun en medio de esta felicidad pasajera pero cierta, una araña o bicho semejante ha conseguido pegarme un mordisco en el brazo que pasó de ser mi brazo a ser el del Increible Hulk en pocas horas. Cosas mas gordas le pueden pasar a uno en esta vida pero aquel brazo necesitaba un corticoïdes inyectado antes de que fuera demasiado tarde. Voy al consultorio de la Seguridad Social de este sitio de mis veraneos que venero y me niegan la asistencia porque no soy miembro de la Seguridad Social ni tengo tarjeta sanitaria europea porque pertenezco a una aseguradora privada. Les ahorro las vicisitudes posteriores porque al final encontré un médico, en una clínica privada cuya existencia desconocía , donde  me inyectaron el corticoide, me dieron unos antihistaminicos, me desinfectaron la herida y aquí estoy como si nada. Bueno, como si nada, no: he perdido la fe en la Seguridad Social, en la que creía más que en los Reyes Magos. He visto claramente como los que mandan se cargan los servicios públicos para que cuando tengamos pupa los que podemos pagar nos reparen, y al resto que los parta un rayo. Me hubiera podido dar un shock anafiláctico de esos y al del consultorio no se le hubiera movido una ceja, da igual. Los reventadores de costumbre ya empiezan con que si a los de la patera los atienden según los rescatan del agua y a mi que soy española no (prefiero que sigan atendiendo a los de la patera, francamente, yo ya me las arreglo) y yo he decidido cerrar el capítulo contándoles a ustedes la batallita y seguir adelante con mis dias de asueto, para no amargarme... Aunque el del consultorio se merezca una reclamación en toda regla. 

    Si la vida es corta, las vacaciones son todavía más cortas. Así que la Seguridad Social esta vez se quedará sin mi queja. Para no amargarme, insisto. 















lunes, 1 de julio de 2019

Olviden, y miren lo que queda.

    Ha llegado julio y yo creí que no llegaría nunca. Junio se ha marchado y si por mi fuera, con una buena patada en sus posaderas. Se me nota que he pasado un mes regular, tirando a malo? Pues no les doy más pistas. 

    En este mes regular de los malos, he tomado ciertas decisiones que les iré comunicando cuando encuentre la paz de espíritu que me dan los churros, el mar, unos buenos libros y la compañía de mis seres queridos. Ahora sólo me da la poca paz espiritual restante para escribir estas líneas que quisiera dedicarme a mi misma y a todos los que como yo, tenemos un procesador de emociones metido en el cerebro, que avanza a saltos y trompicones sin darnos cuenta que la vida a veces va a la velocidad del caracol. 

    Cuando los años se cuentan por más de cinco decenas, va siendo hora de pisar el freno más veces de las que uno quiere y sobre todo, más veces que las que se pisa el acelerador. Porque esa cosa que se llama vida, y que se cuenta en plural en los videojuegos pero en singular todas las demás veces, es un regalo que nos pensamos que es gratis, y de eso nada. Este cuerpo que creemos que es nuestro y que hace todo lo que le decimos, a veces hace lo que le da la gana; y esos cinco sentidos a los que no prestamos atención ninguna,  nos juegan también alguna que otra mala pasada. Así que vengo dispuesta a anunciarles una buena noticia: no es que os améis los unos a los otros (que también) sino que miren ustedes a su alrededor y decidan, cada día, y casi cada hora lo que de verdad importa. 

    Así que olviden los suspensos de los hijos, las multas de tráfico, las negociaciones para formar gobierno, las subidas de la luz, el valor catastral de sus inmuebles, el ruido que hace la vecina de abajo con sus tacones o el vecino de arriba con su televisor. Olviden los resultados de su equipo de fútbol, la tercera temporada de "La casa de papel", los horarios de los bancos y las wifis que no funcionan o se paran en el momento preciso. Olviden los Sanfermines, la llegada de los turistas, el Tour de Francia (habrase visto cosa más viejuna?) y las rebajas. Dejen de publicar fotos de cualquier cosa en Instagram (es terapeutico) y no lean más libros de autoayuda, porque la verdadera autoayuda es querer mucho a los de alrededor. Tiren muchas cosas a la basura, todo eso que uno no sabe donde colocar, por falta de estanterías y si eso no basta, tiren las estanterías. Olviden el coche, soporten como puedan los patinetes, vayan al cine y dejen de ver series, caminen por todas esas calles por donde en otro tiempo circularon sobre cuatro ruedas. Olviden la maravillosa paella de su suegra y los chistes malos del cuñado, los maravillosos hijos de los demás, que terminan masters y dobles carreras, las niñas rubias y con lazos en el pelo, los perros que ocupan el lugar de las personas y las personas que no son capaces de ser amables con los perros. Olviden al político extremista, al colega del trabajo puñetero y al taxista impertinente; olviden su nómina, las facturas, los tipos de interés y la prima de riesgo si es que alguna vez llegaron a comprender como funcionaba. 

    Cuando hayan procedido a toda esta catarsis y limpieza de cuerpo, palabra, espíritu y cachivaches, miren a su alrededor y miren lo que queda, o quienes quedan; respiren con ganas y si sale y entra aire sin mayor problema es que están vivos. Todo lo demás no importa. Feliz verano amigos!

lunes, 24 de junio de 2019

Aprenderemos? Aprenderé ?

    Gracias al cielo se acaba este mes de sufrimiento ingente para los que estudian, para los que examinan y para los que no haciendo ni una cosa ni otra, lo padecemos. También es el mes en el que se paga a hacienda, sufrimiento que yo considero menor si lo comparo con el de los exámenes de mis hijos, pero cada uno tenemos nuestras penurias. 

    En lo que llegan las notas, o las que faltan, lo suyo sería preguntarse si hemos cumplido todos (los que se examinan y los examinadores pasivos) con el objetivo principal que aparte de aprobar es, por supuesto, aprender. Yo no estoy libre de culpa así que no puedo tirar la primera piedra, ni la segunda ni la tercera: no he aprendido nada. No he aprendido de otros años, que debería ser lo fundamental, visto que no me examinan. No aprendo que no soy yo la que me examino y que no puedo angustiarme por unos exámenes que no hago ni puedo hacer; y sobre todo, que no me puede angustiar a mí más que a los sujetos que se examinan. No aprendo ni aprenderé que por mucho que intente renovar mis métodos de persuasión,  enviar mensajes de motivación via Whatsapp, aprenderme los horarios, intentar pensar en lo que ellos no piensan, vigilar salidas y entradas y demás medidas cautelares, lo que no puedo hacer es ir yo a examinarme ni ponerme en sus pellejos...Que es quizás lo que me gustaría. 

    No he aprendido ni aprenderé que el estudiante estudia porque quiere y no lo hace cuando no quiere, y que ni el mayor o la mayor « Influencer »  que pueda crear Instagram puede convencer a los recalcitrantes, despistados, vagos, flojos y discontinuos de pasarse seis semanas con el trasero calentando una silla si el dueño del susodicho trasero no lo hace por voluntad propia. No aprenderé que ya no tengo poder de persuasión, ni encanto ninguno, que ya no soy la madre heroica que corría maratones sino una petarda que repite durante semanas la misma cantinela y que sólo sabe la conjugación del verbo estudiar. Los hijos de mis amigos, sobrinos y demás familia susceptibles de ser estudiantes ya me tienen bien catada y en mayo y junio ni se me acercan!

    Así que yo, en lo mío, suspensa, por no aprender. A los demás, que Dios reparta suerte. Solo me consuela ver que igual que yo no aprendo tampoco lo hacen los votantes de Ciudadanos, los jueces que sueltan a los violadores porque dicen que no hubo violación, los futbolistas que no pagan impuestos, los alcaldes que revocan las zonas peatonales, los ciudadanos del Reino Unido que siguen pidiendo Brexit de merienda, ni Puigdemont, ni la Pantoja en su reality de isla desierta; ni aprenden  los españoles a no hacer ruido ni los europeos a dejar de reírse de España porque dormimos una siesta que muchos de ellos también duermen. Se publican más manuales que nunca e Internet nos pone el conocimiento a un golpe de tecla en casa, pero lo que es aprender, nadie aprendemos nada. Yo la primera. 







  

miércoles, 19 de junio de 2019

Berto y Berta; La chica de ayer, 25

    Cada día, incluso los de lluvia, Berta se acerca al Retiro con Berto. Ella es pelirroja y delgada, siempre lleva unos cascos donde suenan Duncan Dhu, Gabinete Caligari, Siniestro Total y demás compañeros de quinta; para Berta la música se detuvo en aquellos años y no quiere ni tiene ganas de explorar las muchas sugerencias que le hacen los sobrinos o Spotify. Los cascos le ayudan a aislarse de todos esos paseantes de perros que con la excusa de la belleza de Berto se le acercan buscando conversación. Porque Berto es un fantástico ejemplar de pastor alemán: grande, de pelo aterciopelado, fuerte de patas y con cara de bueno a pesar de su imponente presencia. Berto no solo es el compañero de piso de Berta, es  su compañía única una vez que ésta se deshizo de un marido que la incordiaba y decidió así mismo que los seres de dos piernas le interesaban poco. Berto es la excusa para salir cada día de casa, de una casa que es además oficina por culpa  del  teletrabajo y motivo de algún apuro financiero gracias de una hipoteca eterna. Berta sale dos veces al día de casa para que Berto haga sus necesidades, y una de esas dos veces va a Retiro porque allí es donde Berta fue una niña feliz, antes de ser un adulta a la que las cosas le han ido solo regular. 

    Lo demás dueños y dueñas de los perros habituales del Retiro son figuras de un museo de cera, Berta ni se fija en ellos y el escudo protector de la música que suena en sus cascos es suficiente para ahuyentar a los pelmas. Aunque desde hace unas semanas no puede evitar fijarse en un nuevo paseante. Es un hombre de su edad, calcula ella, larguirucho de piernas y brazos, incluso muy alto, tiene aire de estar perdido. Llega cada tarde con una perra Chihuahua en brazos, que suelta al cruzar la reja del parque. No la lleva atada porque la perra, apenas se le separa; es vieja y se le nota, no hay que ser un experto canino para darse cuenta. Este hombre se siente fuera de sitio, hasta un tanto ridículo acarreando esa perrilla en brazos, pero peor es sacarla a la puerta de casa y soportar las risas de los clientes del bar de abajo cuando tiene que llamarla por su nombre: Marylin... Maldice el día en el que decidió quedarse con ella después del fallecimiento de su madre sin calcular que los Chihuahuas pueden vivir veinte años. El también se ha fijado en la dueña del pastor alemán, esa pelirroja que no se quita los cascos, atractiva, para qué negarlo,  y que a pesar de parecer distraída con su música  tampoco le quita el ojo. 

     La primavera insultante y un Retiro a 25 grados después de varias semanas de lluvia consiguen aproximar estos dos seres que parecen orbitar en sistemas planetarios opuestos. Ella se quita los cascos algún día que otro; él no falta nunca al paseo vespertino e incluso lo alarga cuando ella se retrasa. Ya saben sus nombres, incluso a qué se dedican: ella es traductora, él agente de seguros; él ya se ha atrevido a acercarse a Berto e incluso a acariciarle el lomo, ella cree que Marylin es graciosa; ambos aseguran que sus amigos caninos lo son todo en sus vidas. Ya son capaces de saludarse cotidianamente, y hasta de tomar una cerveza en las terrazas mientras Berto y Marylin se vigilan con desconfianza. Ella piensa que quizás haya encontrado un amigo, él incluso cree que ella puede ser la mujer que cambie su mala opinión de las mujeres; la escasa hora diaria que pasan juntos es lo mejor del día y el universo que solo era canino se vuelve humano de nuevo. 

    Tanto disfrutan el uno de la compañía del otro que no prestan atención a los canes, que se han enzarzado en una pelea por algo que parece un resto de comida; el perro grande lo quiere, la perra chica se lo arrebata. Berto se revuelve y en menos que pía un pollo le ha tirado un buen bocado a la impertinente Marylin quizás pensando sólo en morderle la oreja: mala suerte, en la boca inmensa del pastor alemán entra practicamente toda la cabeza de la Chihuahua, que sale perdiendo del envite y dejando un rastro de sangre y vísceras digno del mejor Tarantino. Los dueños se miran sin saber qué decir, no hay tiempo para reproches ni discusiones,  él recoge a la perra y sale corriendo camino del veterinario de su barrio, aunque sabe que muy poco se va a poder hacer para salvarla. Ella agarra a Berto, le limpia el hocico y se pone los cascos para retomar el camino de casa.

    Berta sigue yendo cada tarde al Retiro, y cada tarde se acuerda de la perrita Chihuahua y de su dueño que, como se temía, no han vuelto a aparecer por allí. No sabe de él más que su nombre y una lista larga de sus gustos musicales, a él también le gustaban Duncan Dhu, Alaska y Dinarama y Los Toreros Muertos. Nunca se intercambiaron sus teléfonos porque en la hora cotidiana de encuentro en el Retiro no se les ocurrió nunca que el Whatsapp fuera imprescindible. Ella sigue fiel a sus costumbres y horarios, si él quisiera, ya sabe donde encontrarla; es más, si él quisiera ya habría aparecido por allí... Así que Berta asume que él no quiere. Y mientras tanto, desde hace semanas, suena en los cascos la misma canción.





domingo, 16 de junio de 2019

Nueva antología del disparate

    En estas duras épocas de exámenes, examinadores y escolares abundan los chistes fáciles sobre respuestas absurdas en los exámenes, soluciones inverosímiles a problemas de matemáticas o confusiones rupestres sobre cosas que a los que no nos examinamos nos parecen de perogrullo. Lo que se ha llamado toda la vida la antología del disparate, que es vieja como el mundo y antes se publicaba en los periódicos, esos que ahora solo tienen espacio para el fútbol y los anuncios. 

    Volviendo a los periódicos, esos que antes servían para envolver los zapatos viejos y que ahora leemos en las pantallas, sin necesidad de que sea junio y los escolares metan la pata en sus exámenes, son grandes fuentes de disparates, verdaderas antologías que además tienen el mérito de ser cotidianas. Hoy, gracias a cuatro horas de tren con trasbordo y paradas varias en mitad del campo la prensa me ha regalado varios disparates dignos de reseñarse, sin tener que haberme puesto a responder cuestionarios ni corregir exámenes. 

   « Vox hará grupo en el Parlamento Europeo con los nacionalistas flamencos, los grandes valedores de Puigdemont en Europa ». No creo que tenga que gastar ni una letra más en explicar el disparate. «Una de las concejalas del partido de Colau ha denunciado que al atravesar la plaza del Palau después de la investidura la llamaron puta, guarra y zorra ». Hecho nacionalista aparte, a alguno de sus compañeros del partido llamado Barcelona en Comú le llamaron (por ejemplo) guarro, cabrón e hijo de puta? Respuesta: no. 

    Cambiemos de tercio: « una joven con dos millones y medio de seguidores en Instagram no logra vender más que 36 camisetas de la marca que promociona y la marca fabricante le da la espalda ». Casi que me ha enternecido la historia: una criatura se mete a Influencer y solo uno de cada 69.440 (he hecho la cuenta aunque soy negada para los números) de sus seguidores está dispuesto a comprar la camiseta que se supone que lleva su ídolo? Con la cantidad de estupideces que habrá tenido que hacer, decir y fotografiarse...El trabajo de Influencer es más duro de lo que yo pensaba y, claro está, un gran disparate. 

    Y por supuesto que en toda la prensa nacional del domingo 16 de junio no había otro tema de mayor trascendencia vital para la buena marcha de nuestro país que la boda de Sergio Ramos y Pilar Rubio; que habrá sido un bodrio como lo son casi todos ahora, profundamente cateto y lleno de mal gusto como tantos otros aunque en este caso, con mucho fondo presupuestario para acometerlo. De la boda no comento nada porque francamente no me interesa, pero me ha llamado la atención que los periódicos digan que antes de empezar el convite « los novios dieron una rueda de prensa » (sic). Yo me he chupado hoy cuatro horas de tren para hacer mi trabajo que, parcialmente consiste en asistir a unas ruedas de prensa donde muchas veces hay menos periodistas, muchos menos incluso, que los que aguardaban a la puerta de la finca del futbolista para asistir a la rueda de prensa matrimonial. Y eso que, en lo mío se tratan cosas de cierta envergadura y se habla de dinero...Pero ni color con lo de los flamantes señores de Ramos. Tomen nota los que proyecten casarse a partir de ahora: además de todas esas cenas y fiestas pre y post boda, y de todos esos fotocalls y puestos de chuches, no habrá boda que se precie sin rueda de prensa. 

   Pues yo, para retransmisión periodística absurda, como en tantos otros casos, me quedo con el maestro Gila: 


   
   Y













lunes, 10 de junio de 2019

Exámenes a mí!

   De una de mis peliculas favoritas de siempre:


   Poco después de esta escena, el padre que protagonizaba Alberto Closas, le contaba a su amigo (el inefable "padrino búfalo" que era José Luis López Vázquez) que no podía parar de fumar porque solo en esa semana se examinaba en una facultad, dos tribunales de bachillerato, cuatro institutos y seis escuelas de enseñanza primaria... Consecuencias de tener quince hijos, claro. 

    Ya siento no haber encontrado la escena, porque yo, sin haberme dado al tabaco, es así como me siento. De mis tres escolares uno examina (que también tiene lo suyo, no crean) y otros dos se examinan; y yo sin poder hacer nada por ellos más que compra, comida y decirle a mi madre que ilumine iglesias, que a los ateos nos parece que es una manera indolora de rezar; siempre a cargo de uno que crea, por supuesto. Aunque a mi lo que me gustaría es examinarme y pasarme los tragos yo, sin tener estos nervios por cuenta ajena que me machacan viva. 

    Y no lo digo con la boca chica: me gustaría examinarme, atiborrame de café y memorizar listas eternas de lo que sea; descifrar fórmulas y conjugar verbos; buscar palabras en los diccionarios y hacer resúmenes de los resúmenes; subrayar y cantar en voz alta todas las obras de Lope de Vega (por ejemplo) volver a recitar las partes de la célula y dibujar mitocondrias y protozoos; azañas que ya hice a su tiempo y que me parecieron un tostón pero de las que salí casi siempre airosa (menos en el carnet de conducir):  cualquier cosa antes de este sinvivir en forma de exámenes ajenos!

    Me gustaría examinarme yo para no tener que preocuparme por los exámenes ajenos, para no tener que recordar que esto o lo otro es importante; para no comerme el tarro pensando si las horas invertidas son las necesarias o si debería haber sacado el látigo más o menos frecuentemente; me gustaría examinarme yo para no pensar día y noche en cómo y qué vuelta darle a esos exámenes que aunque los pasen los hijos, lo queramos o no, también sirven para examinar a los padres.  Llámenme inmadura, mala madre, maestra suplente o tutora de medio pelo, lo que ustedes quieran; todo lo acepto, insisto y persisto: si fuera yo la que me examinara estas semanas, viviría menos angustiada de lo que vivo. 

   Pero en ésto de los exámenes, como en tantas otras cosas, mi tiempo ya pasó. Quizás sea eso lo que fastidia profundamente...Feliz semana para todos los que se examinan, por cuenta propia o ajena!



lunes, 3 de junio de 2019

Sin manos

    Cuando un niño pequeño echa andar, no hay momento tan mágico como aquel en el que se suelta de lo que le agarra o le sostiene, sea la mano de un padre o un taburete de cocina, da dos o tres pasos y sonríe al infinito antes de pegarse un nuevo batacazo. Toda su vida futura está resumida en esos pocos momentos: aprender a caminar, agarrarse a la mano amiga, apoyarse en la pared, soltarse, caerse, volverse a levantar...Si en esos momentos los niños supieran lo que les aguarda quizás no se levantaran nunca, o todos hubiéramos seguido siendo cuadrúpedos. 

    Hacer las cosas por uno mismo, conseguirlas sin ayudas externas que no sean las estrictamente necesarias sigue siendo un motivo de orgullo; para mucha gente, hasta una ley de vida. Aunque para otra buena parte de la humanidad, conseguir las cosas como sea, incluso las que no nos merecemos, es lo que cuenta. No quisiera hacerme la interesante con la filosofía política pero desde que Maquiavelo se preguntó retóricamente (porque él lo tenía clarísimo) si el fin justificaba los medios, nadie consigue responderse a sí mismo de forma tajante. Yo por lo menos no lo consigo. 

    Venga la introducción al caso por culpa de una de las pocas noticias que me han interesa en los últimos ocho días en los que he intentado no interesarme por las noticias: solo en el mes de mayo diez montañeros han perdido la vida en el Everest. Quizás llamarlos montañeros sea un eufemismo; todos eran millonarios que habías pagado cantidades obscenas por ser llevados en volandas hasta la cima del mundo, apoyados en Sherpas bien pagados, cuerdas fijas y cientos de botellas de oxigeno que después se abandonan en el camino a la cumbre creando un enorme basurero a ocho mil metros de altitud. Este mes de mayo el embotellamiento de millonarios con aspiraciones alpinistas ha sido tal,  que al prolongarse el tiempo de espera para asaltar la cumbre, diez de ellos han fallecido y varios más  han estado a punto de perder una vida que, modestamente, pienso que no valoraban más allá del dinero que se habían gastado en pagar la expedición de marras. Para hacerse un selfie en la cumbre del Everest todo vale, aunque en la vida diaria una montaña se haya visto sólo en tarjeta postal; pero esta vez la montaña se vengó de todos los que pensaron que podrían con ella a golpe de Visa Oro.

    Segunda noticia: hoy comienza esa dichosa PAU (antes Selectividad) que levanta ampollas y dolores de cabeza en miles de familias españolas y en sus retoños estudiantes, muchos de ellos  esforzados; sobre todo si pretenden ser médicos, fisioterapeutas o ingenieros, y si han nacido en Castilla, Navarra o Madrid: en estas tres comunidades el corrector es exigente y la nota baja las décimas necesarias para meterse en la carrera deseada. Leo con estupor que hay familias castellanas que envían a sus niños a estudiar el bachillerato a Extremadura, Murcia o Canarias, para que vuelvan con una nota inflada y accedan a la facultad deseada. Y de paso, en este río revuelto de estudiantes frustrados, las Universidades privadas, algunas de ellas creadas antesdeayer, echan las redes y de nuevo, a golpe de talonario, consiguen alumnos que pueden hacerse ingenieros aeronáuticos cuando alguno que otro suspende en matemáticas. Con lo fácil que sería crear un distrito único y darles a todos las mismas oportunidades!

    Lo de la PAU quizás tenga más fácil remedio que lo del turismo  del Himalaya, espero. Los que no tenemos remedio somos los humanos, que aprendimos a caminar  y desde entonces, cada vez que tropezamos y nos caemos,  no sacamos como conclusión que hay que levantarse e intentarlo de nuevo. A ser posible, sin manos.

    

miércoles, 22 de mayo de 2019

Segunda epístola a mi hijo, votante de nuevo

    Querido hijo,
a estas alturas del curso, cuando las horas y los días se suceden memorizando páginas y páginas y contando cuántos de esos días y de esas horas quedan para recobrar el bien preciado que es el tiempo libre y que ahora no tienes, la responsabilidad ciudadana (otro bien igualmente preciado) recientemente adquirida te exige votar de nuevo. Lejos de mostrar hartazgo, date por muy satisfecho que pidan tu opinión;  y a todos aquellos que se quejan de tanta elección y tanta campaña electoral pregúntales si preferirían que, en vez de votar, se lo dieran resuelto. Si te contestan afirmativamente y tienen menos de 80 años, aléjate de semejantes compañías, no te convienen. 

    Tendrás que votar para elegir el gobierno regional. Me habrás oido mil veces blasfemar contra el estado de las autonomías en general, y contra ciertas autonomías en particular, pero esa queja mía por su, tantas veces, ineficacia y elevado coste no debe distraerte de lo esencial. En sus manos están dos cosas importantísimas para tu vida: la sanidad y la educación, que como ya hemos hablado, forman parte de ese patrimonio común que tenemos todos los españoles y que nos permite ser seres humanos con parecidas oportunidades en la vida. En la sanidad pública nos curamos todos con unos médicos estupendos que si tuviéramos que pagárnoslos no haríamos mas que trabajar para ellos. Allí nos han atendido siempre, fuéramos nacionales o extranjeros y allí siguen atendiendo y curando a miles de personas que en Estados Unidos (por ejemplo) estarían desahuciadas por no poder pagar los tratamientos.

    Otro tanto te digo de la educación, el único ascensor social que queda en una sociedad cada vez más llena de tramos de escaleras entre los de arriba y los de abajo. La educación pública en la que te has educado y te estás formando, la pagamos todos y la administra ese gobierno regional que vas a votar el domingo. Apuesta por los que sigan beneficiándola, por aquellos que creen firmemente en ella y pagan  a sus profesores como se merecen. Apuesta por los que te dan lo mejor de sí mismos para formarte y te exigen lo mejor de tí mismo para aprobar, y no le piden a tus padres sacar la billetera para fijar  el precio del aprobado.

    Y como eres un expatriado y no te dejan votar en las municipales, te queda Europa. Esa institución lejana y no siempre explicada que es el Parlamento europeo la eliges tú también, así que no es tan lejana. Te dirán que Europa es una burocracia inútil y ajena a los ciudadanos y cuando así sea, pregunta a todos esos descreídos cuánto pagan de llamadas desde el móvil cuando salen de España, y si les gusta que el mar siga invadido de plástico. Pregúntales qué tal les fue el año que tuvieron una beca Erasmus, y si prefieren comer tomates con Glifosato o sin él; si les gusta la carne con hormonas o sin ellas y si prefieren que para fabricar su crema antiarrugas mueran pobres conejillos en los laboratorios. De paso, si son de pueblo interior, pregúntales si sus padres reciben subvenciones agrarias y si circulan por una de las muchas carreteras locales que la UE ha financiado en España . Todo ésto representa una mínima parte de lo que esa Europa denostada y sobre todo, mal explicada, ha hecho por todos nosotros, españolitos  de a pie. Por no ponerte a ti mismo de ejemplo, que has crecido disfrutando de dos idiomas, dos culturas y mucha variedad en casa gracias a tus padres, europeos y europeístas convictos y confesos, que pelaron la pava a la sombra de Schuman y Jean Monnet.

    Vota hijo, no dejes de hacerlo nunca; no escuches a quien te diga que no sirve para nada. Vota cada una de las veces en que te llamen a hacerlo como si fuera la última vez, como si tu voto fuera un recado al oído de los que nos gobiernan. Y no pierdas mucho más tiempo leyéndome, que hay que estudiar!
 
   Firmado:  de nuevo tu madre. Votante. 

domingo, 19 de mayo de 2019

Ames a quien ames

   Ayer pasé la tarde como una mirona más en la Gay Pride de la ciudad donde vivo. Hice muchas fotos, me marqué algún paso de baile, me asombré de la cantidad de gente que participaba, abracé a algunos conocidos que desfilaban, y me marché a casa con el ánimo subido, feliz de ver a esos jóvenes y no tan jóvenes, exhibicionistas y disfrazados algunos y recatados y vestidos con normalidad muchos otros, proclamar a los cuatro vientos que todos somos iguales. La frase la trae hasta el catecismo y no digamos las constituciones de medio centenar de países, pero bien sabemos los más viejos del lugar que no, que no todos somos iguales y que por amar al polo positivo siendo positivo uno mismo,  aún hay lugares del mundo donde te condenan a muerte.

    Recordaba los primeros desfiles de la Gay Pride hace como veinte años y veo en los de ahora cierto poso de madurez que agradezco. Me agrada ver la normalidad con la que la gente los contempla, las fotos que todo el mundo se hace, el reparto de preservativos, la música estupenda, las banderas del arco iris (este año patrocinadas por Ben & Jerry, qué le vamos a hacer) y me fastidia el aprovechamiento político del evento por parte de los partidos, que este año ninguno se quiso quedar sin carroza; a dos pasos de las elecciones supongo que es el peaje a pagar. Y me llegó especialmente al corazón el desfile de los padres de los niños transgénero, un problema ninguneado durante décadas pero que, por ejemplo, mis hijos ya han vivido en su escuela.

    En el capítulo musical, constato con alegría que en la Gay Pride, aparte de que se repitan una y otra vez los himnos habituales ("YMCA", "It's raining men", "I will survivre", etc) la música es muy buena, los DJ selectos y el Reguetón (alabado sea quien tenga que ser) brilla por su ausencia. Ver a 100000 personas desfilar por las calles de la ciudad donde vivo, sin mayores incidentes, al ritmo de Gloria Gaynor, Aretha Franklin, Annie Lennox, Petshop Boys, Bruno Mars y Madonna o David Guetta como mal menor es un gran alivio cuando por España andan algunos presumiendo de llenar plazas de toros al son de Manolo Escobar para luego proclamar a los cuatro vientos que la Gay Pride no se puede llevar al retiro "porque allí hay familias": vayan ustedes a San Google, la frase tiene padre y madre y ha sido pronunciada en voz alta en esta campaña electoral.

    Después de tres párrafos, me doy cuenta que he empleado el término "Gay Pride" que probablemente sea viejuno y políticamente incorrecto frente a todas esas siglas LGTB etc que nunca consigo recordar. Ruego a mis lectores, amigos y conocidos que me perdonen y no se sientan heridos. Yo vengo de esa época viejuna en la que tus amigos salían del armario y te lo contaban un día de Navidad, cuando tú llevabas años sospechándolo y queriendo ayudarles; de los compañeros de facultad expulsados de los seminarios por mostrarse cariñosos con otro seminarista o por no ser suficientemente cariñosos con el padre prior. Yo vengo de la España que abrió los ojos con "La ley del deseo" de Almodovar y que todavía hacía diferencias entre los "mariquitas" y los "maricones", de aquellos años en los que la peor esquina del peor de los bares de copas era el lugar de intercambio de besos y miradas furtivas, del caso  Arny, de los rumores sobre Ortega Cano y Borrell (no se rían no)  y de tanto despropósito acumulado cuando la cosa es tan sencilla como el "amaos los unos a los otros" que tan mal se interpreta siempre.

    O como ese "Ames a quien ames, Madrid te ama" de hace dos años, que me parece una de las grandes frases publicitarias que deberían pasar a la historia. Eso es,  ames a quien ames, todos somos iguales. Tan fácil...Y tan difícil a veces!

   Dentro video




miércoles, 15 de mayo de 2019

Profesión de fe

    En dos domingos sucesivos, se ha celebrado el día de la madre Urbi et Orbe. Mis redes sociales rezumaban fotos entrañables con dedicatorias no menos entrañables a las madres de todos mis semejantes. Faltaba yo en ambas direcciones: ni puse foto de mi madre poniéndome tierna ni mucho menos mis hijos me la pusieron a mi. Ahí, de vez en cuando se me nota demasiado el viento Norte de Castilla en el que me he criado;  el día de la madre que antes se celebraba en las floristerías ahora se celebra en Instagram, y yo, francamente, prefiero no celebrarlo en ningún sitio, lo cual no quita para que tenga mis reflexiones al respecto. 

    Cuando yo era la madre de dos bebés, pensaba que a los del COI se les había olvidado meter la maternidad en la lista de deportes olímpicos; como pensaba que los días habían dejado de tener 24 horas y que, a pesar de que eran dos benditos y me dejaban dormir, mi vida había entrado en una cuesta abajo sin frenos. El punto álgido fueron dos varicelas encadenadas que me tuvieron un mes corriendo por los pediatras e incluso alguna urgencia de hospital, yo misma acabé pidiéndole una baja a mi propio médico y jurando en arameo que les pondría vacunas hasta para el acné (la de la varicela se patentó justo después de aquel episodio) vacunas de las que ahora reniega una panda de descerebrados que son ellos mismos la octava plaga de Egipto. La cosa mejoraría cuando crecieran y dijeran donde les dolía, yo me lo creí. 

    Pasaron los años y llegó el colegio. A cambio de madrugar, las criaturas se largaban en un autobús  de buena mañana y eso me dejaba respirar un par de horas antes de ponerme a lo mío. Los fines de semana estos críos inventaron el Uber antes del Uber gracias a mí y entre actividades deportivas varias y cumpleaños me conocí toda la perifería de mi ciudad. Eran años en los que creiamos en los Reyes, en San Nicolás y en Batman, e incluso en papá y mamá al rescate al menor contratiempo. También me descabecé intentando resolver ecuaciones y analizando sintagmas inútiles, aunque nos hayan dicho a todos que eso no hay que hacerlo. El que esté libre de pecado que tire la primera piedra. Me dijeron que se harían independientes y que todo mejoraría. Me lo creí.

    Con el primer grano en la frente y las primeras peticiones de telefonía móvil llegaron también las puertas de los cuatros cerradas, las montañas de ropa por lavar, los diálogos de sordos y las duras negociaciones sobre todo y nada, y especialmente sobre la hora de volver a casa. Me dijeron que las hormonas libraban una dura batalla en el pasillo de mi casa (quizás las mías propias también participaban) y que una vez llegado el armisticio, nos encontraríamos con unos adultos responsables, amistosos y encantados de habernos conocido. Otra vez me lo creí. Aunque me apliqué a escribir un blog como medida autoterapeutica.

    Los adultos ya están aquí, alguno hasta vota. Ahora andamos metidos en harina universitaria o intentando meternos en ella; son elecciones complicadas y aún más desde que son ellos los que eligen y no los padres (como tantos padres hicieron con nosotros). Son expertos informáticos pero no saber mandar un correo electrónico con un fichero adjunto. No pueden vivir sin el teléfono pero jamás lo cogen cuando les llamas. Quieren aprender a cocinar pero no a fregar después de haber cocinado. Te has pasado veinte años haciendo las cosas como se supone que hay que hacerlas, y luego ellos salen por peteneras y hasta alguno te reprocha haber sido un buen padre. Dicen que cuando ellos mismos salen de casa e incluso los más osados se atreven a tener hijos, de repente todo son palabras de agradecimiento y reconocimiento desmedido para los que llevamos tantos años arreando. Eso me han dicho y... Me lo tengo que creer? En serio?  Casi que prefiero lo del Espíritu Santo...


jueves, 9 de mayo de 2019

Las señoritas del tercero derecha. (La chica de ayer, 24)

    Las señoritas Maldonado, habitantes del tercero derecha son dos,  Casilda y Consuelo, porque la que durante largos años vivió con ellas, Asunción, era viuda y por lo tanto, señora. Casilda y Consuelo eran bastante más jóvenes aunque las dos ya habían cumplido ochenta, siempre fueron las pequeñas de la casa, varios años por detrás de la severa Asunción y de otro hermano varón ya fallecido; y no sólo eran más jóvenes: se resistían como fieras a dejar de serlo. 

    Cuando enterraron a Asunción, y varias de sus amigas comenzaron también a retirarse de este mundo cruel, las señoritas Maldonado, las del tercero derecha de toda la vida, no quisieron resignarse a dejar de beberse la vida a grandes tragos pero, ay! esas pensiones con las que se mantenían tampoco daban para muchas alegrías presupuestarias, así que tenían que entretenerse a domicilio, o como muy lejos, por las calles de su ciudad. Siempre habían sido alegres, dicharacheras y bromistas, así que buena disposición no les faltaba. Renegaban de series televisivas y de la televisión misma, no tenían wifi, no sabían usar un teléfono inteligente, escuchaban la radio lo indispensable y leían solo en la cama, así que el día tenía muchas horas para divertirse por otros derroteros. Y lo suyo era gastar bromas, afición heredada de su padre, y poco compartida por el resto de la familia. 

    Su primer objetivo fue el nuevo portero, ese chico amable pero sosaina que iba peinado con coleta alta y tenía los antebrazos llenos de tatuajes, nada que ver con el jubilado Eugenio, que siempre las trató como dos reinas e incluso de vez en cuando se permitía piropearlas. Cada vez que se lo cruzaban,  una de ellas saludaba y la otra no; la saludadora añadía: "mi hermana no dice nada porque está muerta, yo la saco a pasear hasta que nos den la vez en el crematorio para incinerarla"; y así día tras día hasta que de pronto la muerta le recriminaba al pobre jovenzuelo el no saludar y ante la sorpresa de éste añadía: "como usted nunca me dio el pésame, tuve que resucitar". La cosa les divirtió tanto que el panadero de la esquina, el quiosquero y alguno más de sus proveedores, tuvieron  derecho al mismo tratamiento, hasta que ya no les quedó nadie en un kilómetro a la redonda a quien gastar la broma.

    A continuación decidieron ponerse a la puerta del Mercadona, y en alguna que otra plazuela estratégicamente elegida con algo semejanate a una urna mortuoria. A todos los viandantes que pasaban fumando les pedían que sacudieran dentro la ceniza del pitillo, con la excusa que, volviendo del crematorio de incinerar a sus hermana, se les habían caído más de la mitad de las cenizas por el camino y ahora tenían que llevarlas a su tumba familiar del pueblo y claro, no iban a llevar una urna a medio llenar...La diversión les duró varios días hasta que una de sus amigas aún móviles  pasó delante y les recordó a a viva voz que su difunta hermana Asunción no había sido incinerada sino enterrada en el cementerio. Y hasta ahí duró la broma porque las señoritas del tercero derecha eran ingeniosas y bromistas, pero no les gustaba hacer el ridículo. 

   De la lectura de la prensa gratuita salió la última de sus chanzas. "Mira Consuelo (dijo Casilda)  la gente se pasa la vida comprando y vendiendo pisos, o visitándolos para alquilarlos, ahí es donde está el filón". Ni cortas ni perezosas se liaron a concertar citas con agentes inmobiliarios a razón de dos cada tarde y sólo tres tardes por semana ( no sea que acabaran conociéndolas) y en viviendas del centro, de cierto standing y no muy cercanas a la suya. Se presentaban como las señoritas Maldonado y las citas la pedía por teléfono la chica que venía a limpiar por las mañanas,  para que el agente de turno pensara que le iba a alquilar un piso a dos hermanas estudiantes o jóvenes profesionales de paso por la ciudad. Pasada la sorpresa de ver a las dos octogenarias y no a dos jovenzuelas,  y cuando éstas ya habían inspeccionado la vivienda haciendo todo tipo de alagos sobre la misma  y mostrando su enorme interés, pasaban a hacer una pregunta final: 
- "oiga joven, aquí hay ratones? "
- "por supuesto que no señoras" (los más agresivos incluso enseñaban todo tipo de justificantes sanitarios y desratizadores)
- "una pena, no nos interesa, a nosotros nos gustan las casas con ratones, o al menos con cucarachas". 

    Y dejaban al agente inmobiliario con un palmo de narices y preguntándose de dónde habrían salido ese par de locas. Hasta que un día, el agente de turno resultó ser un amigo de su sobrino Fernando, tan serio éste como su madre Asunción que, recibido el aviso del agente amigo,  tardó nada y menos en desplazarse desde Madrid donde ejercía de abogado y venir a asustar a sus venerables tías con una amenaza de recluirlas en una residencia si seguían haciendo el gamberro. Cuando se marchó, Consuelo  se sirvió dos dedos de coñac y sin pestañear le dijo a su hermana: 
- "Casilda, a este idiota le teníamos que haber dicho que los Reyes eran los padres cuando tenía cuatro años, para que se fastidiara"
   A lo que Casilda, mientras seguía hojeando el periódico y sus anuncios de pisos respondíó: 
- " y si nos dedicamos a visitar naves industriales? siempre podemos decir que queremos montar una panificadora, visto lo mal que vivimos con nuestras pensiones! el único problema es que habrá que ir en taxi"

    Las señoritas del tercero derecha no estaban dispuestas a dejarse achantar por su sobrino,  por muy abogado que fuera.

lunes, 6 de mayo de 2019

Puertas abiertas

    Este sábado pasado la institución para la que trabajo (una a la que todo el mundo pone a escurrir y no es Hacienda) abría sus puertas al público, como hace cada año. Este 4 de mayo del 2019, más de 30.000 personas se han acercado a vernos y ver cómo son estos edificios en los que trabajamos, y allí estábamos un puñado de intrépidos y voluntariosos funcionarios para recibirles. No quiero parecer quejosa, la cosa tiene sus compensaciones y es una actividad a la que me entrego con gusto, pues me parece muy necesaria para explicar lo que hacemos al mundo real y, si es posible, que dejen de ponernos verdes. 

   Como vivo en la segunda ciudad más cosmopolita del mundo (la primera es Dubai) en esos 30.000 visitantes ha habido de todo un poco y de todas partes. Gran afluencia mañanera de japoneses que, aunque los tiempos han cambiado,  ellos siguen fieles al estereotipo de querer fotografiar y que les fotografíen; ni sé cuántos móviles de lujo pasaron por mis torpes manos para retratar a la mitad del Imperio del Sol Naciente que ese día vino a visitarnos. 

    Por la tarde, comenzaron a llegar grupos de mujeres  musulmanas (versión velo) en grupos de dos o tres y cargando una buena prole infantil. Ellos (los padres) a saber dónde estarían, prefiero pensar que trabajando, aunque también probablemente viendo el fútbol en el sofá de su casa. Entre todos esos grupos que pasaron me quedé prendada de un pequeño de seis o siete años de nombre Ismael (o Ismahil) que me contó orgullosísimo que él hablaba tres idiomas y que era capaz de ir cambiando de uno a otro sin despeinarse; dando por hecho que eso que yo le expliqué que hacía cada día (hablar varios idiomas e ir cambiando de uno a otro) era pan comido para él. 

    Ismael vino con su hermano pequeño, más tímido pero igualmente políglota; con su madre y ésta, con una amiga rubísima de ojos platino que era la madre de un niño rubio y regordete, menos dicharachero pero que me dejó muy claro que él, además de francés y árabe, también hablaba estonio, lengua que supongo era la de su rubia y recatada madre. Los tres chiquillos hicieron preguntas, me cantaron una canción de cuna en dos versiones, francés y árabe, y continuaron su recorrido bien aferrados a unas banderitas azules con estrellas amarillas y a unas pegatinas y caramelos que yo les regalé. Quisieron hacerse una foto conmigo, contrariamente a los japoneses, que solo querían que les fotografiases a ellos e Ismael,  además, me preguntó muy serio si él podría venir dentro de unos años a trabajar conmigo, asumiendo que yo era lo suficientemente joven para esperarle hasta entonces (gracias Ismael) y que él ya estaba suficientemente dotado para la profesión...Buenas hechuras tiene, desde luego. 

    Hoy miro la foto que nos hicimos y veo a esas dos mujeres, una marroquí y otra estonia que comparten una fe común y un velo que yo no comparto ni apruebo, pero que llevan a sus hijos a visitar la casa común de todos los europeos, no sé si para pasar una desapacible tarde de primavera o para que aprendan que ellos son ciudadanos como nosotros, por muy emigrantes que sean. Quisiera pensar lo segundo, por supuesto.  Y veo en la foto a ese Ismael de ojos negros como carboncillos y sonrisa cautivadora y quisiera creer que hay una posibilidad de que en una jornada de puertas abiertas (de lo que sea) se abran puertas de verdad a estos chiquillos que nada tienen que ver con la inquietud, los conflictos ni la religión mal entendida de sus mayores, y de los que malamente acogen a sus mayores. Que las puertas de Europa siguen abiertas para todos aquellos que viven y trabajan en ella, que nos traen sus hijos, esos que nosotros ya no tenemos porque somos un geriatrico continental, y nos traen la esperanza de que han venido hasta nosotros porque piensan que este nuestro es un mundo mejor. 

    Espero que haya muchas jornadas, y sobre todo muchos años de puertas abiertas para todos esos Ismaeles que quieren trabajar con nosotros y que, a pesar de lo que muchos pregonan y vociferan, y del humo que nos venden los extremistas en tiempo electoral, no les demos con la puerta en las narices. No se lo merecen.