miércoles, 22 de mayo de 2019

Segunda epístola a mi hijo, votante de nuevo

    Querido hijo,
a estas alturas del curso, cuando las horas y los días se suceden memorizando páginas y páginas y contando cuántos de esos días y de esas horas quedan para recobrar el bien preciado que es el tiempo libre y que ahora no tienes, la responsabilidad ciudadana (otro bien igualmente preciado) recientemente adquirida te exige votar de nuevo. Lejos de mostrar hartazgo, date por muy satisfecho que pidan tu opinión;  y a todos aquellos que se quejan de tanta elección y tanta campaña electoral pregúntales si preferirían que, en vez de votar, se lo dieran resuelto. Si te contestan afirmativamente y tienen menos de 80 años, aléjate de semejantes compañías, no te convienen. 

    Tendrás que votar para elegir el gobierno regional. Me habrás oido mil veces blasfemar contra el estado de las autonomías en general, y contra ciertas autonomías en particular, pero esa queja mía por su, tantas veces, ineficacia y elevado coste no debe distraerte de lo esencial. En sus manos están dos cosas importantísimas para tu vida: la sanidad y la educación, que como ya hemos hablado, forman parte de ese patrimonio común que tenemos todos los españoles y que nos permite ser seres humanos con parecidas oportunidades en la vida. En la sanidad pública nos curamos todos con unos médicos estupendos que si tuviéramos que pagárnoslos no haríamos mas que trabajar para ellos. Allí nos han atendido siempre, fuéramos nacionales o extranjeros y allí siguen atendiendo y curando a miles de personas que en Estados Unidos (por ejemplo) estarían desahuciadas por no poder pagar los tratamientos.

    Otro tanto te digo de la educación, el único ascensor social que queda en una sociedad cada vez más llena de tramos de escaleras entre los de arriba y los de abajo. La educación pública en la que te has educado y te estás formando, la pagamos todos y la administra ese gobierno regional que vas a votar el domingo. Apuesta por los que sigan beneficiándola, por aquellos que creen firmemente en ella y pagan  a sus profesores como se merecen. Apuesta por los que te dan lo mejor de sí mismos para formarte y te exigen lo mejor de tí mismo para aprobar, y no le piden a tus padres sacar la billetera para fijar  el precio del aprobado.

    Y como eres un expatriado y no te dejan votar en las municipales, te queda Europa. Esa institución lejana y no siempre explicada que es el Parlamento europeo la eliges tú también, así que no es tan lejana. Te dirán que Europa es una burocracia inútil y ajena a los ciudadanos y cuando así sea, pregunta a todos esos descreídos cuánto pagan de llamadas desde el móvil cuando salen de España, y si les gusta que el mar siga invadido de plástico. Pregúntales qué tal les fue el año que tuvieron una beca Erasmus, y si prefieren comer tomates con Glifosato o sin él; si les gusta la carne con hormonas o sin ellas y si prefieren que para fabricar su crema antiarrugas mueran pobres conejillos en los laboratorios. De paso, si son de pueblo interior, pregúntales si sus padres reciben subvenciones agrarias y si circulan por una de las muchas carreteras locales que la UE ha financiado en España . Todo ésto representa una mínima parte de lo que esa Europa denostada y sobre todo, mal explicada, ha hecho por todos nosotros, españolitos  de a pie. Por no ponerte a ti mismo de ejemplo, que has crecido disfrutando de dos idiomas, dos culturas y mucha variedad en casa gracias a tus padres, europeos y europeístas convictos y confesos, que pelaron la pava a la sombra de Schuman y Jean Monnet.

    Vota hijo, no dejes de hacerlo nunca; no escuches a quien te diga que no sirve para nada. Vota cada una de las veces en que te llamen a hacerlo como si fuera la última vez, como si tu voto fuera un recado al oído de los que nos gobiernan. Y no pierdas mucho más tiempo leyéndome, que hay que estudiar!
 
   Firmado:  de nuevo tu madre. Votante. 

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