lunes, 3 de junio de 2019

Sin manos

    Cuando un niño pequeño echa andar, no hay momento tan mágico como aquel en el que se suelta de lo que le agarra o le sostiene, sea la mano de un padre o un taburete de cocina, da dos o tres pasos y sonríe al infinito antes de pegarse un nuevo batacazo. Toda su vida futura está resumida en esos pocos momentos: aprender a caminar, agarrarse a la mano amiga, apoyarse en la pared, soltarse, caerse, volverse a levantar...Si en esos momentos los niños supieran lo que les aguarda quizás no se levantaran nunca, o todos hubiéramos seguido siendo cuadrúpedos. 

    Hacer las cosas por uno mismo, conseguirlas sin ayudas externas que no sean las estrictamente necesarias sigue siendo un motivo de orgullo; para mucha gente, hasta una ley de vida. Aunque para otra buena parte de la humanidad, conseguir las cosas como sea, incluso las que no nos merecemos, es lo que cuenta. No quisiera hacerme la interesante con la filosofía política pero desde que Maquiavelo se preguntó retóricamente (porque él lo tenía clarísimo) si el fin justificaba los medios, nadie consigue responderse a sí mismo de forma tajante. Yo por lo menos no lo consigo. 

    Venga la introducción al caso por culpa de una de las pocas noticias que me han interesa en los últimos ocho días en los que he intentado no interesarme por las noticias: solo en el mes de mayo diez montañeros han perdido la vida en el Everest. Quizás llamarlos montañeros sea un eufemismo; todos eran millonarios que habías pagado cantidades obscenas por ser llevados en volandas hasta la cima del mundo, apoyados en Sherpas bien pagados, cuerdas fijas y cientos de botellas de oxigeno que después se abandonan en el camino a la cumbre creando un enorme basurero a ocho mil metros de altitud. Este mes de mayo el embotellamiento de millonarios con aspiraciones alpinistas ha sido tal,  que al prolongarse el tiempo de espera para asaltar la cumbre, diez de ellos han fallecido y varios más  han estado a punto de perder una vida que, modestamente, pienso que no valoraban más allá del dinero que se habían gastado en pagar la expedición de marras. Para hacerse un selfie en la cumbre del Everest todo vale, aunque en la vida diaria una montaña se haya visto sólo en tarjeta postal; pero esta vez la montaña se vengó de todos los que pensaron que podrían con ella a golpe de Visa Oro.

    Segunda noticia: hoy comienza esa dichosa PAU (antes Selectividad) que levanta ampollas y dolores de cabeza en miles de familias españolas y en sus retoños estudiantes, muchos de ellos  esforzados; sobre todo si pretenden ser médicos, fisioterapeutas o ingenieros, y si han nacido en Castilla, Navarra o Madrid: en estas tres comunidades el corrector es exigente y la nota baja las décimas necesarias para meterse en la carrera deseada. Leo con estupor que hay familias castellanas que envían a sus niños a estudiar el bachillerato a Extremadura, Murcia o Canarias, para que vuelvan con una nota inflada y accedan a la facultad deseada. Y de paso, en este río revuelto de estudiantes frustrados, las Universidades privadas, algunas de ellas creadas antesdeayer, echan las redes y de nuevo, a golpe de talonario, consiguen alumnos que pueden hacerse ingenieros aeronáuticos cuando alguno que otro suspende en matemáticas. Con lo fácil que sería crear un distrito único y darles a todos las mismas oportunidades!

    Lo de la PAU quizás tenga más fácil remedio que lo del turismo  del Himalaya, espero. Los que no tenemos remedio somos los humanos, que aprendimos a caminar  y desde entonces, cada vez que tropezamos y nos caemos,  no sacamos como conclusión que hay que levantarse e intentarlo de nuevo. A ser posible, sin manos.

    

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