miércoles, 27 de junio de 2018

Para racistas que niegan serlo (Los Diez Mandamientos, 2)

    Hay miles de racistas dispersos por el mundo, aunque a muchos de ustedes les cueste creerlo. Muchos más de los que nos pensamos, y a algunos de ellos, los tenemos también mucho más cerca de lo que deseríamos. Las redes sociales, que son muy malas (y por eso las usamos todos) ayudan a sacar todo lo bueno y lo malo que llevamos dentro y confunden frecuentemente el bien con el mal, y el culo con las témporas si se me permite la expresión.  Pero por si ustedes no son usuarios, no tienen ganas de quebrarse la cabeza, o no piensan que el racismo sea una plaga recurrente, aquí estoy yo, su bloguera de servicio permanente para ayudarles a desenmascarar a ese cuñado, esa antigua compañera de colegio, esa amiga de su madre o vecino playero que es un (o una) racista de tomo y lomo y lo niega como San Pedro. Hablando de santos, aquí tienen los diez mandamientos del racista que no se tiene como tal.

1.- Amarás tu color de piel sobre todas las cosas, y por supuesto creerás que eres muy afortunado por tenerla de ese color. Aunque si eres blanco, quizás te apetezca tenerla un poco más tostadita en verano, lo justo para que no te confundan con los morenos naturales. 

2.- No nombrarás la raza en vano. Para empezar porque es una palabra fuerte, pasada de moda y políticamente incorrecta; o te atreverás a mentarla sólo delante de unos pocos allegados. Para el resto de la galería te está permitido sólo hablar de inmigrantes y refugiados, sobreentendiendo que todos ellos son de otro color.

3.- Santificarás tus propias fiestas y te parecerá extraño, y hasta un insulto que los demás quieran santificar las suyas. Sobre todo si los demás quieren santificar sus fiestas cuando viven en tu país, donde el racista no asumido sólo admite las procesiones de Semana Santa.

4.- Honrarás a tu padre y a tu madre sobre todo porque son blancos los dos!

5.- No matarás,por supuesto;ni te parecerá bien que maten a otros de otro color, sexo y religión...Mientras se queden en sus casas.No socorrer a un pobres indigentes varados en alta mar o agarrados a una balsa de plástico en el Estrecho no es matar por omisión, porque primero nos tenemos que ocupar de nuestros pobres, que no vienen en balsa, sólo molestan a la puerta del supermercado y son blanquitos.

6.-No cometerás actos impuros con seres que no son como tú. O si los cometes, te asegurarás que no tengan consecuencias para tus descendientes. Las gentes de color,  a veces, ay! son muy atractivas...

7.- No robarás lo que no es tuyo, aunque sea de unos seres que tú consideras inferiores. 

8.- No mentirás. Y en la categoría de mentiras entran también las falsas noticias y los muchos bulos que se publican sobre emigrantes y refugiados, sobre el dinero que les damos cuando vienen a nuestros países, sobre la cantidad de cosas que se operan con cargo a nuestra Seguridad Social y lo bien que los tratamos para que luego nos asesinen en nombre de sus dioses. Te convertirás en partidario acérrimo de páginas de Facebook como "España qué bonita eres", que no sé a qué están esperando los de Facebook para cerrarla!

9.- Consentirás pensamientos y deseos impuros con gentes de otras creencias y (sobre todo) de otros colores,  por lo expuesto anteriormente en el sexto mandamiento. 

10.- Codiciars los bienes ajenos, sobre todo si son de jeques árabes o de banqueros judíos, que ya se sabe como se las gastan! Incluso de los pobres manteros de las ciudades, que al fin y al cabo son todos unos mafiosos. pero harás una excepción con los bazares chinos del "Todo a 100", porque son muy prácticos y abren los días de fiesta.

jueves, 21 de junio de 2018

Entrevista con el duque vampiro

    En los largos veranos de mi infancia, cada tarde llegaba el terrible momento de la sacrosanta siesta de los mayores, cuando había que hacer como ellos o en su defecto, callarse bajo amenaza de trabajos forzados. En aquellos largos y tórridos veranos de la estepa, cuando ya me había leído todo Julio Verne, todos los capítulos de Sandokan, todos los episodios de Los Cinco (algunos por tercera vez) y todos los misterios por resolver de todas las obras de Enid Blyton, ésta que fue niña en una galaxia lejana, se tumbaba en la cama y jugaba a hacer entrevistas. Perdonen si me repito y ya les he contado esta batallita, pero ya vamos para siete años de Blog.

   Jugaba a entrevistar a los personajes que me fascinaban o admiraba: Cruyff, Gaby, Fofó y Miliki, Neil Armstrong el astronauta, Picasso (que murió pocos años antes) Kennedy, Julie Andrews, John Travolta, el Papa de turno, el Rey Juan Carlos recién estrenado, Jesús Hermida, que era mi ídolo...Qué se yo cuántos se sometieron a mis preguntas imaginarias y me hicieron partícipes de sus confidencias en aquellas tardes extremeñas de cuarenta a la sombra. Se ve que, como a la reina Letizia, la vocación periodística me vino antes que la regla; con la diferencia que la mía nunca se materializó, porque mi padre, en su inmensa clarividencia me dijo que el periodismo era una carrera para señoritas que aspiraban a casarse...Si regreso al ejemplo de la Reina, ahí se ve cómo mi padre quebró mi futura carrera, pero acertó en sus argumentos. 

   De esa carrera que ya no echo de menos haber estudiado, me sigue quedando la fascinación por la entrevista. Hubiera dado mi mano derecha por ser una entrevistadora incluso a años luz de las muy grandes, como Oriana Fallaci o Rosa Montero. Y en mis correrías matutinas, o en las muchas caminatas que me pego me da por pensr que le preguntaría a este o aquel famoso si pudiera hacerles una entrevista. Sin ir ms lejos, en una de mis últimas noches de dormir mal (no son tantas por suerte) para coger el sueño que se me resistía, entrevisté a Iñaki Urdangarín;  me dormí, claro. 

   Qué tendrá este personajillo para que me intrigue hasta el punto de ser protagonista de una de mis entrevistas imaginarias? Pues yo creo que lo tiene todo para ser, incluso,  personaje de una de esas novelas que jamás voy a escribir.  Cómo se puede ser alto, guapo, rubio, de buena familia, deportista en sustitución honrosa de unos estudios atragantados, buen hijo, esposo deseado por la hija de un rey, padre de cuatro criaturas altas guapas y rubias, ejecutivo de pacotilla pero con éxito y tirarlo todo por la borda de esa manera? Cómo se puede meter la pata de ese modo aparatoso cuando con unas carantoñas en el momento justo te ligas a la hija del que entonces era el rey admirado de muchos españoles y te marcas una boda en Barcelona, sin ir más lejos, sin que te ataquen en ella unos Castellers enfurecidos? Cómo se puede pensar que siendo quién eres, con la casa y las vacaciones pagadas,  la niñera buscada, la comida siempre sobre la mesa sin tener que pensar en el menú y unos cuantos saraos al año para lucir palmito, además era posible forrarse? Cómo estará en estos momentos, disfrutando de la compañía de unos muebles y cuatro paredes el que saludaba a diestro y siniestro y era conocido por su simpatía y su don de gentes? Cómo se puede tener casi todo y cometer una torpeza tal que de repente no seas casi nada, o casi nadie? Y encima pensar que te lo perdonarán?

    Supongo que, como a todos los reclusos famosos, le dará por la vena mística, leerá la Biblia, rezará el Rosario y demás. Yo, si me dejaran entrevistarlo, le recomendaría que leyera a Quevedo, que tienen estrofas memorables, mucho más esclarecedoras que todas las epístolas de San Pablo juntas: 

Madre, yo al oro me humillo,
Él es mi amante y mi amado,
Pues de puro enamorado
Anda continuo amarillo.
Que pues doblón o sencillo
Hace todo cuanto quiero,
Poderoso caballero
Es don Dinero.


  

domingo, 17 de junio de 2018

No son ellos, somos nosotros.

    No son ellos, cada uno de esos 630 inmigrantes desembarcados hoy en el puerto de Valencia, los que van a poner en jaque un país como el nuestro, donde los que ya estamos dentro somos muy capaces de armar la Marimorena. No pueden ser 630 seres a los que la vida casi les quita la condición de humanos, los que amenacen el plácido existir de 47 millones de españoles y otros residentes; es más, juraría que va a ser hasta difícil cruzárselos por la calle. 

    No son ellos los que han hecho un plan, han alquilado un barco, pagado a una tripulación, embaucado a otros inocentes y con la casa a cuestas se han echado al mar esperando avistar Benidorm después de una agradable travesía. Sólo cierto resquicio de humanidad que nos queda en este nuestro país, ribereño con la miseria,  les ha traído hasta nosotros; y cierta dignidad que otros ribereños no tienen (pobre Italia, en qué manos está!...) y, por qué no decirlo, el justo deber de ser tierra de acogida después de ser durante muchos años, tierra de emigrantes. Hay ciertas deudas que hay que pagar con la historia. 

    No son ellos los que han provocado que tengamos casi cuatro millones de parados, y que la reforma laboral solo le ofrezca a nuestros jóvenes la salida de tener cuatro empleos para tener un sueldo. No son ellos los que han desmontado la sanidad pública dejando a muchos sin la cobertura necesaria, ni los que se ocupan de tener contentos a los pensionistas pero no a  las familias numerosas o a aquellas donde hay situaciones grave de enfermedad o dependencia. No son ellos los que se llevan años empleándose a fondo para cargarse la enseñanza gratuita y que el hijo del pobre solo pueda estudiar para  llegar a licenciado en pobreza. Tampoco han sido ellos los que han creado la Gürtel, el Palma Arena, el Forum Filatélico, Bankia, y tantas otras estafas que se han comido los ahorros de la población de a pie. Entre los que han desembarcado hoy en Valencia, de algo que dista mucho de ser un yate de recreo, no hay nadie que se apellide Rato, Correa, Zaplana o Bárcenas, ni siquiera Borbón o Urdangarín. No hay madres que venden exclusivas en Hola ni estúpidos adolescentes que sueñan con ser Influencers y a eso lo llaman trabajo; ni padres de familia que emplean la paga extra en comprarse una televisión panorámica para ver los partidos del Mundial. 

    No son ellos los que ya esta tarde mismo se van a lanzar a violar doncellas, arrancar los bolsos a de pobres viejecillas que pasean y operarse de las bolsas bajo los párpados. No son ellos los que van a reclamar un préstamo al uno por ciento para comprarse una casa que no podrán acabar de pagar, ni los que se matricularán cuatro veces en cuatro carreras diferentes hasta que por puro aburrimiento pongan un chiringuito de cualquier cosa; no son ellos los que se quedarán con el PER, ni con las ayudas a los pobres agricultores que usan las ayudas para comprarse un Mercedes o con la pensión de un pariente fallecido hace meses. Ni siquiera son ellos los que llevarán a sus niños a unas escuelas gratuitas de hoy para mañana, para que los susodichos niños se dediquen luego a gandulear por los centros comerciales. Tampoco son ellos los que han inflado la burbuja inmobiliaria, ni vaciado la hucha de la Seguridad Social, aunque hay páginas web que se encargan con gran dedicación de propagar tales argumentos: les recomiendo que le echen un vistazo a "España qué bonita eres" y "Orgullosos de ser españoles" en Facebook, y que acto seguido las denuncien por incitar al odio como yo misma he hecho ya varias veces, aunque Facebook mira para otro lado. 

    Porque orgullosa de ser española me siento yo misma hoy (y no me ocurre muy a menudo) viendo las imágenes del puerto de Valencia, en donde han desembarcado 630 miserables, pero aún seres humanos, abandonados en alta mar después de haber sido tratados como despojos, extorsionados por las mafias, violadas las mujeres y maltratados hasta lo inenarrable muchos de ellos. Me siento orgullosa, insisto, de pertenecer a un país que, a pesar de sus muchos problemas, y de tener a mucha gente no precisamente nadando en la abundancia, es capaz de mirar para abajo y ver que todavía hay unos cuantos escalones más en el descenso a los infiernos. No creo que los 47 millones de españoles entre los cuales me cuento, veamos nuestra renta per cápita disminuida por salvar a 630 personas (insisto, personas, no animales salvajes) de una muerte segura. 

   Y no, no son ellos los culpables de tanto desatino que contemplamos a nuestro alrededor;  no son ellos los que defraudan a Hacienda, evaden sus rentas a Andorra, piden aparcamiento de inválidos por tener un dedo menos en el pie, se hacen recetar la píldora anticonceptiva cuando ya dejaron atrás la menopausia o compran pisos que revenden antes de escriturarlos. No son ellos...Por una sencilla razón:  que somos nosotros.

jueves, 14 de junio de 2018

El pasaporte de Cándida (La chica de ayer, 18)

   A Cándida siempre le dijeron que era guapa, aunque ella no se encontraba nada especial: no era ni gorda ni delgada, ni alta ni baja, no tenía una melena rubia ni los ojos azules, e incluso se veía un tanto pechugona y desgarbada. Pero la piropeaban  sin parar las pocas veces que se paseaba por aquellas cuatro calles que se cruzaban y que alguien llamó pueblo, así que acabó por creéerselo. 

   Como lo creía su padre, el tío Boniato, a quien llamaban así por su color de cara, un tanto anaranjado, fuera invierno o verano. El tío Boniato ya era consciente desde hacía mucho tiempo del peligro que tenía Cándida en ese pueblo con tanto mozo en celo rondándola. La chiquilla era guapa y poco espabilada, así que tenía  doble peligro; pero espabilada era su hermana Inés y de poco le sirvió para evitar quedarse "p'alante", como allí decían, pues desde hace dos años acarreaba una niña fruto de los amoríos con un vendedor ambulante que jamás quiso reconocer a su hija. Así que antes de tener que alimentar otra boca más, y que para colmo fuera femenina,  mejor mandar a Cándida a la ciudad y,  de paso, que se ganase un sueldo. 

   Y así fue como Cándida aterrizó en casa de don Felipe, recomendada por su prima Paqui que también trabajaba en la ciudad. Casa en la que se vivía más que bien a costa de los muchos negocios de don Felipe, sobre los cuales nadie osaba preguntar. Como Cándida era buena, limpia y bien dispuesta, enseguida se hizo querer en la familia, más por el padre y el hijo (éste último llamaba cada noche a la puerta de su habitación, Dios sabe con qué intenciones) que por la señora, que ya había notado que la moza era guapa y encandilaba a su retoño, pero era torpe como un cerrojo. Don Felipe cortó por lo sano antes de que su señora la devolviera al pueblo y un día le ordenó empaquetar sus cosas y seguirle hasta el que sería su nuevo puesto de trabajo.

  - "Mira Cándida, ésto es mucho más sencillo que trabajar en mi casa y encima si se te da bien vas a ganar el doble, sólo tienes que procurar que los clientes beban y estén contentos" .
 - "lo que usted diga Don Felipe, pero ésto es un bar, no? "
 - "Parecido. Y dime, hay algo que tengas muchas ganas de comprarte?"
 - "Sí, Don Felipe, un pasaporte; como el de mi prima Engracia, que con él ha llegao hasta París"
 - "Los pasaportes no se compran , Cándida, pero con lo que ganes aquí tendrás dinero para poder usarlo. Y a partir de ahora te vamos a llamar Candy, que es un poco más moderno".

   Y así fue como Cándida, la buena moza venida del campo, guapa a rabiar e inocente como un arcángel se convirtió en Candy, la chica más solicitada del "Trocadero",  aquel lugar feo, oscuro y reventado de hombres cada noche hasta el amanecer. Allí fue donde  Cándida dejó atrás pueblo, pretendientes, huertos y baldíos, heladas invernales, coladas que hacer en el río y una era cada verano por segar. En aquel "Trocadero", tugurio  de nombre parisino y de realidad miserable, se instaló Cándida, la ingenua,  para convertirse en Candy, la más guapa del lugar;  de aquel lugar que en menos de un año la cambió de la cabeza a los pies de tal modo que cuando volvió al pueblo por Navidad su padre apenas la reconoció. En todos esos meses de ausencia,  Cándida nunca dejó de enviar al pueblo buena parte de sus ganancias sin entrar en precisiones de cómo las conseguía, porque rápidamente comprendió que a su padre no le iba a gustar. Se acostumbró a una cierta buena vida y olvidó el porqué de sus ahorros iniciales hasta que un día su padre le preguntó si no tenía ya bastante dinero para poder volverse al pueblo.
- "No Padre, vera Usted,  tengo que seguir trabajando...Es para el pasaporte".
El tío Boniato nunca tuvo en su vida la más mínima intención de viajar, pero tenía entendido que el pasaporte era un documento que te daban casi gratis en las comisarías.  Ahora que desde que llegó la democracia, vaya usted a saber; y esta Cándida que siempre fue tan corta de entendederas...

domingo, 10 de junio de 2018

Quo vadis, ABC?

    En mi casa (esto es, en la de mis padres) se compraba siempre el ABC; independientemente de ser de izquierdas o de derechas, mi padre sostenía que había que comprar el ABC porque venía grapado, era de pequeño formato y tenía mejores crucigramas. Con estos tres argumentos de peso se compraba el ABC y luego, se podía estar o no de acuerdo con él. Dos argumentos más con los cuales yo coincidía eran la calidad de su suplemento cultural y la columna de Jaime Campmany, que sería un señor de derechas o lo que fuera, pero escribía como un clásico del XVII, osea: muy bien. Pequeño paréntesis: muchos años después, no en una galaxia muy lejana sino aquí en mi propia casa, resulta que la nieta de aquel Campmany que todos admirábamos en mi familia, es una de las mejores amigas de mi hija! Será predestinación? Cierro paréntesis. 

    Pero el ABC, con su grapa y sus crucigramas, se ha metido en una caverna, que no es ni mucho menos  la de Platón sino una muy oscura y con la puerta cerrada, porque sino no se explica uno como no está un poco más al cabo de la calle, y de este país, que no sólo no lo conoce ni la madre que lo parió, como bien aventuró Alfonso Guerra,  sino que además tiene a las mujeres en pie de ídem, que ya iba siendo hora. Mujeres que no sólo están hartas de trabajar lo mismo por menos sueldo, tener horarios laborales imposibles, parir a los cuarenta para no arriesgarse a perder su trabajo y además morir a navajazos por un quítame allá esos niños, o cualquier otro argumento que jamás justificaría un navajazo. El ABC no se entera de nada, o la que no me entero soy yo, que todo puede ser, pero un reportaje como el del 9 de junio sobre "El guardarropa de las ministras de Sánchez" es digno de hacérselo llevar al defensor del pueblo y de calibrar si la libertad de prensa no es a veces, cuestionable. Leánselo, yo si lo leo una vez más me subirá la tensión:
www.abc.es/estilo/gente/abci-guardarropa-ministras-pedro-sanchez-201806090041_noticia.html

    Vamos a ver, independientemente de mis opiniones políticas, no me cansaré de decir que en este nuestro país de nuestras entretelas acabamos de dar una lección de civismo parlamentario: la moción de censura la recoge la Constitución, y la hemos hecho funcionar. Independientemente también del color del nuevo gobierno y de que nos guste o no el que se ha puesto al frente, es un gobierno formado por once señoras y siete caballeros, de los cuales dos son homosexuales, cosa que no me importa lo más mínimo pero que también tiene su importancia. Este gobierno tiene una media de edad bastante elevada: 52 años, cosa digna de encomio en tiempos de juvenilismo a toda costa, y varios miembros en él que no tienen carnet del partido que los ha nombrado ni de ningún otro partido. Si a todas estas afirmaciones le aplicamos la teoría de la intersección de conjuntos (de lo poco que recuerdo de mis matemáticas infantiles) la afirmación resultante es que esas señoras están ahí no por ser señoras (y mucho menos por vestirse de tal o cual manera) sino porque tienen cierta valía para hacerle frente a un ministerio. Insisto, a un ministerio, que no es una cofradía de Semana Santa, precisamente, y que gestiona unos presupuestos millonarios que han salido de los bolsillos de todos nosotros y que todos queremos que se gasten convenientemente. No son Influencers ni Blogueras: son gestoras. Estamos? 

    Démosle a este gobierno los cien días de cortesía política que se merece y démosle leña a las ministras si se la merecen por meter la pata estrepitosamente o meter la mano en la caja fuerte, y dejémoslas que se vistan como quieran. Cada día entiendo más a Angela Merkel, que ha encontrado un uniforme para el día a día que lleva desde el 2005 sin desfallecer y sin hacer caso a los que al principio la criticaban por su monótono vestuario, y que ha conseguido que,  justamente, ese vestuario ya no sea tema de conversación. Y a los del ABC (y a todos los que piensan que reportajes como éste son inocuos) pongámosles a ver en bucle "El cuento de la criada" en Netflix, o si prefieren, que se lean el fantástico libro de Margaret Atwood en el que se basa. Y si no les basta, otra lectura más que es la que tengo ahora entre manos, de un olvidado premio Nobel, Sinclair Lewis: "Esto no ocurrirá aquí". Y luego a ver si son capaces de pergeñar otro reportaje de esos, que además, aunque está sin firmar, me temo que lo haya elaborado una mujer, porque también ocurre que nosotras somos a veces nuestras peores enemigas. 

   Esta tarde de domingo veraniego voy a oir a mi hija cantar en un recital que da junto a otros jóvenes cantantes y pianistas. Yo pienso que canta como un ángel (les aseguro que no es pasión de madre) y dado mi amor por la música, no me disgustaría que fuera cantante. Pero si el día de mañana me viene pidiendo ingresar en el ejército o hacerse conductora de tranvías me tendrá a su lado igualmente. Y que se vista como quiera, y eso que, a veces, les aseguro que se pone cada cosa...Pero el siglo XXI tiene que ser, sí o sí, el de las mujeres; si no, les aseguro también,  que habremos perdido el tren de la historia.


   

lunes, 4 de junio de 2018

De película

   Pues sí, lo confieso: me pirran las series de abogados y policías con lío judicial y las de políticos y políticas corruptos y honrados, me las veo todas; es más, si me he abonado a Netflix es, aparte de por la insistencia de mis herederos, para ver todavía más series con más líos de policías, jueces y políticos de las que ya he visto. Y entre otras, he visto con pasión  las cinco temporadas de House of Cards, las tres de "Borgen" y las dos de "Designated Survivor", como en su día vi (con el procedimiento tradicional de capítulo por semana) "La ley de Los Angeles" y "El ala Oeste de la Casa Blanca"; como también vi repetidas veces "Testigo de cargo" o "Doce hombres sin piedad" o "Veredicto final", o "Matar a un ruiseñor" que todas ellas eran peliculas (y muy buenas) de juicios.  O de campañas políticas como "Mr Smith goes to Washington", o "Z" o  "The Ghost Writer" o "Todos los hombres del presidente", que me parece esta última el culmen del cine político. Me gustaba en todas ellas ese punto de realidad que las hacía creíbles, con el alivio que daba después el pensar que todo era una ficción.

   Con el paso de los años, y la habilidad de los guionistas, ese cine político se ha hecho más real y menos de cine, o la realidad se está mezclando peligrosamente con la cinematografía y aún más peligrosamente con las series televisivas que, insisto, en estos tiempos son bastante mejores que muchas películas. Al menos esa es la sensación que yo tengo cuando veo series y después leo la prensa. Todo lo que ha pasado la semana pasada en mi país no hace más que darme la razón, aunque muchos de esos amigos que tengo en las redes sociales me dicen que me calle porque no vivo en España  (de ciertos amigos líbrenos el Señor que de mis enemigos me encargo yo). Busquen en sus hemerotecas digitales (si lo hacen hoy ni siquiera tendrán que rebuscar mucho porque aun aparece en primera plana) un artículo del País titulado "Así se ganó una moción de censura que parecía perdida", frmado por Carlos  E. Cué y luego se vuelven ustedes a mirar los capítulos finales de la segunda temprada de House of Cards y ya me dirán, ya, si la realidad y la ficción no son aquí primas hermanas...

    Pues bien, sin meterme en política ni pronunciarme sobre nuestro nuevo presidente del gobierno, que nos guste o no, está ahí para gobernar, si quisiera pronunciarme sobre esta película que nos ha ocurrido y que tampoco estamos seguros de si se va a convertir en una serie, en un serial y de cuántos capítulos: aprovechemos la situación para explicarle a todas esas generaciones de descreídos en democracia, que son más o menos todos los españoles nacidos de 1975 para acá, lo que ha ocurrido intentando evitar hacer juicios de valor sobre los personajes protagonistas. Expliquemosles qué es una moción de censura, para qué se incluyó en nuestra Constitución, qué otras veces se ha utilizado y si ha funcionado o no y porqué. Recordemos a nuestros hijos, sobrinos y demás herederos que en el imperfecto sistema de gobierno de la democracia (el menos malo según Churchill) el Parlamento es soberano y es en él donde el pueblo deposita su voluntad; y que de ese Parlamento salen nombrados presidentes de gobierno que deben gobernar, porque afortunadamente nuestros Borbones son figurantes y no gobiernan. Y que el que presenta una moción de censura y sale ganador de ella con el apoyo del Parlamento tiene el deber de ponerse al frente del país (que no es una cuestión baladí) porque el apoyo del Parlamento es el del pueblo, de una parte del pueblo de acuerdo, pero en este momento la que suma sus votos y hace que la otra parte deba acatar el resultado.

    Expliquemos a nuestros jóvenes, que aunque sean casi cuarentones y vivan en esta democracia que desprecian y critican, muchas generaciones de españoles se convirtieron en cuarentones viviendo en una dictadura, cosa bastante menos agradable. Seamos honestos con nuestra historia y capaces de decirnos que cualquier tiempo pasado no fue mejor, que quien vota ejerce la soberanía a la que tiene derecho y quien no vota, el único derecho que tiene es a estar calladito. Seamos igualmente capaces de reconocer que, por mucho que no nos guste el resultado de la película parlamentaria, al menos hemos podido demostrar a los estados democráticos que somos como ellos, capaces de luchar contra la corrupción y capaces de crear un marco legal donde todos pueden opinar, incluso los que dicen una tontería tras otra como los catetos nacionalistas. Quizás los que allende los Pirineos nos critican por tener presos políticos en Cataluña que no son tales, se hayan dado cuenta con lo que ha ocurrido que hasta ellos desde el Parlamento nacional pueden tumbar un gobierno.

    Aprovechemos la ocasión, amigos y lectores, para recordar que "todo ésto de las votaciones" (Mariano dixit) no siempre estuvo ahí, y que presentar una moción de censura y ganarla no siempre es como recibir un regalo de los Reyes Magos. O quizás, españoles todos, habrá llegado el momento de decirnos unos a otros que los Reyes Magos son los padres. Hacerse mayor a veces es fastidioso.