domingo, 17 de junio de 2018

No son ellos, somos nosotros.

    No son ellos, cada uno de esos 630 inmigrantes desembarcados hoy en el puerto de Valencia, los que van a poner en jaque un país como el nuestro, donde los que ya estamos dentro somos muy capaces de armar la Marimorena. No pueden ser 630 seres a los que la vida casi les quita la condición de humanos, los que amenacen el plácido existir de 47 millones de españoles y otros residentes; es más, juraría que va a ser hasta difícil cruzárselos por la calle. 

    No son ellos los que han hecho un plan, han alquilado un barco, pagado a una tripulación, embaucado a otros inocentes y con la casa a cuestas se han echado al mar esperando avistar Benidorm después de una agradable travesía. Sólo cierto resquicio de humanidad que nos queda en este nuestro país, ribereño con la miseria,  les ha traído hasta nosotros; y cierta dignidad que otros ribereños no tienen (pobre Italia, en qué manos está!...) y, por qué no decirlo, el justo deber de ser tierra de acogida después de ser durante muchos años, tierra de emigrantes. Hay ciertas deudas que hay que pagar con la historia. 

    No son ellos los que han provocado que tengamos casi cuatro millones de parados, y que la reforma laboral solo le ofrezca a nuestros jóvenes la salida de tener cuatro empleos para tener un sueldo. No son ellos los que han desmontado la sanidad pública dejando a muchos sin la cobertura necesaria, ni los que se ocupan de tener contentos a los pensionistas pero no a  las familias numerosas o a aquellas donde hay situaciones grave de enfermedad o dependencia. No son ellos los que se llevan años empleándose a fondo para cargarse la enseñanza gratuita y que el hijo del pobre solo pueda estudiar para  llegar a licenciado en pobreza. Tampoco han sido ellos los que han creado la Gürtel, el Palma Arena, el Forum Filatélico, Bankia, y tantas otras estafas que se han comido los ahorros de la población de a pie. Entre los que han desembarcado hoy en Valencia, de algo que dista mucho de ser un yate de recreo, no hay nadie que se apellide Rato, Correa, Zaplana o Bárcenas, ni siquiera Borbón o Urdangarín. No hay madres que venden exclusivas en Hola ni estúpidos adolescentes que sueñan con ser Influencers y a eso lo llaman trabajo; ni padres de familia que emplean la paga extra en comprarse una televisión panorámica para ver los partidos del Mundial. 

    No son ellos los que ya esta tarde mismo se van a lanzar a violar doncellas, arrancar los bolsos a de pobres viejecillas que pasean y operarse de las bolsas bajo los párpados. No son ellos los que van a reclamar un préstamo al uno por ciento para comprarse una casa que no podrán acabar de pagar, ni los que se matricularán cuatro veces en cuatro carreras diferentes hasta que por puro aburrimiento pongan un chiringuito de cualquier cosa; no son ellos los que se quedarán con el PER, ni con las ayudas a los pobres agricultores que usan las ayudas para comprarse un Mercedes o con la pensión de un pariente fallecido hace meses. Ni siquiera son ellos los que llevarán a sus niños a unas escuelas gratuitas de hoy para mañana, para que los susodichos niños se dediquen luego a gandulear por los centros comerciales. Tampoco son ellos los que han inflado la burbuja inmobiliaria, ni vaciado la hucha de la Seguridad Social, aunque hay páginas web que se encargan con gran dedicación de propagar tales argumentos: les recomiendo que le echen un vistazo a "España qué bonita eres" y "Orgullosos de ser españoles" en Facebook, y que acto seguido las denuncien por incitar al odio como yo misma he hecho ya varias veces, aunque Facebook mira para otro lado. 

    Porque orgullosa de ser española me siento yo misma hoy (y no me ocurre muy a menudo) viendo las imágenes del puerto de Valencia, en donde han desembarcado 630 miserables, pero aún seres humanos, abandonados en alta mar después de haber sido tratados como despojos, extorsionados por las mafias, violadas las mujeres y maltratados hasta lo inenarrable muchos de ellos. Me siento orgullosa, insisto, de pertenecer a un país que, a pesar de sus muchos problemas, y de tener a mucha gente no precisamente nadando en la abundancia, es capaz de mirar para abajo y ver que todavía hay unos cuantos escalones más en el descenso a los infiernos. No creo que los 47 millones de españoles entre los cuales me cuento, veamos nuestra renta per cápita disminuida por salvar a 630 personas (insisto, personas, no animales salvajes) de una muerte segura. 

   Y no, no son ellos los culpables de tanto desatino que contemplamos a nuestro alrededor;  no son ellos los que defraudan a Hacienda, evaden sus rentas a Andorra, piden aparcamiento de inválidos por tener un dedo menos en el pie, se hacen recetar la píldora anticonceptiva cuando ya dejaron atrás la menopausia o compran pisos que revenden antes de escriturarlos. No son ellos...Por una sencilla razón:  que somos nosotros.

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