jueves, 14 de mayo de 2020

Cierre por obras.

    Cuando en agosto del año pasado decidí meter este blog en el congelador, mi amigo el madrileño (que me conoce muy bien) me dijo que yo era como aquellos toreros de los años Sesenta, que se cortaban la coleta varias veces y otras tantas reaparecían en los ruedos. Durante esos meses transcurridos hasta marzo puse todo mi empeño en no darle la razón, y como estaba entretenida con otras escrituras, la cosa fue fácil. En estas llegó el virus, nos metieron a todos en nuestras madrigueras y yo, empeñada en hacer algo por mis semejantes, agarré de nuevo el blog, lo saqué del congelador y me puse a producir entradas a destajo, siempre con muchas ganas y siempre intentando entretener a la gente aunque solo fuera con cuatro párrafos y diez minutos de reflexión  diarios. Intenté (sin éxito) hasta poner de moda un Hashtag (#ahoranoesmomento) que muchos aplaudieron y otros muchos me echaron en cara; e incluso alguno me lo tiró a la cara, casi literalmente...Con ello dí por concluida mi fracasada carrera de Influencer, oficio que no entiendo y que,  ya de paso voy a decir alto y claro que lo  desprecio casi tanto como a los que lo practican;  si es que a recomendar beber agua caliente y comer aguacates para combatir el Coronavirus  se le puede llamar oficio. 

    Pasaron las semanas y seguíamos en la madriguera; yo he seguido escribiendo, he llorado a mis muertos (que los he tenido) he llamado por teléfono a media humanidad, he denunciado lo denunciable y alabado lo encomiable. He publicado un libro de cuentos, del que les voy a cascar la cuña publicitaria porque aunque sea una nulidad como Influencer, la escritura no se me debe dar tan, tan, tan mal como para que una editorial haya apostado por mí sin que yo me haya tenido que pagar la edición: "La chica de ayer. Treinta cuentos más que breves", publicado por ediciones Bohodón y disponible en la página web de la editorial y en Amazon, ya saben: si lo quieren, mejor comprárselo a los libreros, que necesitan ingresar algo más que Amazon, que le sobra negocio. Cierro la cuña publicitaria.

   Y ya sabemos que no hay mal que cien años dure, aunque este que nos ha caído encima va a durar bastante más de lo que nos pensábamos, pero yo ya empiezo a repetirme en mis entradas y es algo que no me gusta nada ni me debo permitir. Los españoles, sufridos confinados entre los confinados de Europa,  ya han empezado a salir a la calle;  aquí van a volver a abrir los colegios, Twitter sigue siendo el rincón del mundo donde más odio gratuito se destila por minuto que pasa y yo sigo escribiendo otras cosas que no son este blog, y que veo que también tienen su público.  La vida sigue y creo que ya va llegando la hora de cortarse la coleta de nuevo...

    Como siempre, ha sido un placer disfrutar de su compañía, de su lectura, de sus sugerencias, de sus piropos y por supuesto, también de sus críticas. No quisiera cerrar esta serie que ha durado dos meses largos sin darle las gracias a todos los que nos han hecho (y nos harán)  estos días más soportables, yo no soy de aplaudir en los balcones pero ya que tengo un blog y que lo leen más de mil personas cada semana, no puedo dejar de dar las gracias a los maestros y profesores, los camioneros, los reponedores y cajeros de los supermercados, los agricultores, los recolectores de frutas y hortalizas; todos los sanitarios (incluyendo a los farmaceuticos) los cuidadores de ancianos y discapacitados, los barrenderos, los conductores de los servicios públicos, la policía, el ejército, los bomberos y los asistentes sociales, los mensajeros y repartidores precarios; y seguro que se me olvida alguno,  pero si es así, cuando todo esto se acabe y haya que pagar impuestos y pedir salarios dignos, piensen en quienes eran los que andaban por las calles trabajando cuando los demás estábamos en casa y ganando más que ellos. Y paguen a hacienda con esa satisfacción del deber cumplido, por lo menos. 

   Y termino como empecé.  Ya que me permití robarle el título a quien escribió de verdad algo sobre los tiempos del cólera, me permito robarle una cita: "él era todavía demasiado joven para saber que la memoria del corazón elimina los malos recuerdos y magnifica los buenos, y que gracias a ese artificio logramos sobrellevar el pasado"...A ver si entre todos, logramos sobrellevar el futuro. Gracias.

domingo, 10 de mayo de 2020

A desescalar

    Para que luego tachen de antigua y de cementerio de elefantes a la Real Academia de la Lengua: en menos de dos semanas, "desescalada" ha pasado de ser un calco del inglés (que lo es)  y una palabra no recomendable que sustitía poco afortunadamente a "disminuir", a ser un término no sólo empleado por todo hablante sino además, autorizado por la RAE. Una prueba de lo rápido que circula todo, no solo los virus y las noticias falsas.

    Y en plena desescalada estamos. Aunque yo, personalmente,  no estoy desescalando nada a mi alrededor, más bien lo contrario: salgo a la calle con máscara permanentemente, lavo con agua y lejía toda la compra del supermercado, me enfado en el dicho supermercado con todos los alegres jovenzuelos que llevan la máscara a modo de babero y prefiero no salir a ciertas horas y por ciertos parques donde hasta hace una semana no me importaba ir. Me preocupa cada día  mucho más  pasar por algunas aceras y entrar en las farmacias, duermo peor que al principio del confinamiento y mis cuitas laborales en vez de reducirse (o desescalarse) han aumentado (o se han escalado). Mi preocupación por esta pandemia que no nos abandona también ha escalado (o subido) varios grados a medida que han ido pasando las semanas y me he dado cuenta que aunque los chinos se la hayan quitado de encima en tres meses, a nosotros nos va a costar muchísimo más...Sin tener ni remota idea de cuánto será ese "más". Y ese no tener idea, a mi no me desescala  (ni disminuye) nada, sino todo lo contrario.

    Quizás sí que haya desescalado (o reducido) ciertas cosas, pensándolo bien. Sobre todo ciertas necesidades que yo consideraba perentorias, como ir al peluquero a teñirme y cortarme una vez al mes o andar brincando de acá para allá por estaciones y aeropuertos; confirmo que se puede vivir sin ambas cosas, aunque al peluquero lo echo de menos, para qué negarlo. He desescalado  (o disminuído) algunas de mis prioridades y la palabra "vacaciones" que comparte inicial con "verano", ambas sacrosantas en mi vocabulario particular, van a ser sustituidas en su orden de importancia. Y no pasa nada. 

    En la desescalada y en todas sus fases, esperamos  que lo que se reduzca (o se desescale) es la tontuna humana y que con suerte, paciencia y sentido cívico,  todos volvamos a la casilla de salida del 1 de marzo; cosa que creo harto difícil de lograr, porque según se vayan aplicando las medidas de la desescalada (o reducción)  ira escalando (o aumentando) el egoísmo humano, que no tiene escalas ni límites sin acordarnos de lo fundamental de este asunto: podemos escalar, desescalar, aumentar o reducir lo que queramos, pero el bicho, sigue estando ahí. Y quedándonos en casa dos meses no es que lo hayamos debilitado, o que éste se haya aburrido y se haya ido a liarla parda a otro planeta: creo que le gustamos bastante y ha venido para quedarse una buena temporada.  Y yo pensaba que en todo esto de la desescalada, las fases con sus números y lo que se puede y no se puede hacer, al personal le había quedado claro que seguíamos corriendo el riesgo de contagiarnos, y está claro que esa era una conclusión desescalada (o empequeñecida): concluí que la gente era inteligente y sabía lo que le convenía, y ahí me pasé de escalada, o de magnitud, o de optimismo idiota. 

   Y una cosita más, que no es baladí: recuerden, amado público, que en la desescalada, cuando se contagien por meterse a hacer botellones, celebrar el día de la madre, correr maratones por las calles peatonales o ir al supermercado tres veces  a comprar una lata de cerveza estornudando por doquier, en todos esos casos (y en una decena más que se me ocurren y no los pongo para no aburrirles) la culpa ya no será del gobierno.

lunes, 4 de mayo de 2020

La ciudad sin nosotros

   A ver qué tal se ve la ciudad sin mí, dice el argentino subido al obelisco de la Plaza de la República, chiste que todos hemos contado o nos han contado alguna vez...Sin imaginarnos que llegaría el día en que, efectivamente,  se podría ver la ciudad sin nosotros; y sin tener que volver a casa a las cinco de la mañana con resaca o atravesar la Gran Vía madrileña un domingo tórrido de agosto. El virus nos ha dejado ver las ciudades sin los que las maltratamos; quizás sea una de las pocas cosas que podamos agradecerle. 

    Ciudades sin coches, y sin los humos de los coches, sin turistas fotografiándose hasta delante de una mercería, sin despedidas de solteros y solteras, sin ruidos atroces, ni taladradoras ni camiones que riegan a las ocho de la mañana con compresores probablemente similares a los que lleva un avión a reacción. Sin gente que vuelve a casa a las dos de la mañana cantando canciones de Rosalía, ni chorizos dispuestos a sacarte la cartera o guarros apostados en las puertas de los metros donde tocar culos femeninos se confunde con empujar. Sin octavillas publicitarias alfombrando el suelo ni chicles haciendo costra en las aceras.

   Ciudades que han vuelto a recuperar los pájaros, que estallan de flores y que este año en el Norte les hacen la vida imposible a los alérgicos; monumentos con fachadas despejadas de cabecitas humanas y palos de selfie, escaleras con perspectiva, bicicletas por doquier y escaparates apagados, que a veces tanto neón iluminado a todas horas es una fatiga más. Ciudades donde han circulado durante semanas los que eran necesarios, haciéndonos ver lo poco que cobran los que de verdad nos sacan las castañas del fuego: policías, reponedores de supermercado, taxistas, sanitarios, limpiadores, carteros, mensajeros y esclavos del siglo XXI, que en vez de arrimar los bloques de piedra a la pirámide del faraón te traen una pizza a casa. 

   Yo he tenido la suerte de vivir estas semanas en uno de los países confinados pero menos, uno de esos donde siendo civilizado y no abusando de la calle, podía uno pasear y escapar del ruido de los informativos y del rincón del odio donde se han aparcado los twitteros. Guardo muchas escenas mágicas en mi memoria, y hasta frases pronunciadas a viva voz en los balcones ("no te soporto", "dile a tu padre que si piensa que la comida va hasta su sillón" "abuela,  no te asomes que te come el bicho") en varios idiomas y volumen de decibelios. No ser sorda y hablar varios idiomas ha enriquecido mis paseos hasta límites insospechables. La calle con su soledad sonora me ha dado muchas más satisfacciones que las pantallas; de los parques he escapado para no juntarme con más gente de la necesaria, y de esas casas, ventanas y balcones van a salir muchas historias que me gustaría escribir.

   Ahora les toca a mis paisanos españoles salir, por franja horaria rigurosa, a disfrutar de unas ciudades que hasta ahora solo veían por los balcones. Les deseo disfrute y esparcimiento, tranquilidad y distancia física para no echar marcha atrás;  sin tener que organizar botellones (qué manía) y de repente convertir cada avenida en una San Silvestre con exceso de dorsales. Las ciudades han tenido sus semanitas de solaz y descanso de los que las llenamos de colillas, de plásticos, de dióxido de carbono y de mala leche (que debe ser en algunos sitios una magnitud cuantificable); no las hagamos sufrir de nuevo porque a pesar de toda esta poesía que les acabo de largar, a mí, como a todo ser humano urbanita, lo que me gusta son las ciudades con todos sus ruidos y su gente; de los coches, francamente,  puedo prescindir. Ahora que, nada nos impide de ahora en adelante, hacer un pequeño esfuerzo y portarnos un poco mejor con ellas, o no?

sábado, 2 de mayo de 2020

Ella y él, versión balcones (Los cuentos de la plaga, 4)

    Salen cada tarde a aplaudir al balcón, un poco por solidaridad, otro poco por automatismo, en buena medida por ver a otros seres humanos y respirar una calle que ya hace varios días que no pisan. Los dos viven solos y los balcones pertenecen a edificios colindantes de esas calles del Madrid central cercano a Chueca. No son vecinos de portal, pero han coincidido mil veces en la panadería, en la acera o en la boca del metro cercana sin jamás reparar el uno en el otro; antes raramente salían a esos balcones que además están orientados al norte y apenas tienen sol; dos perfectos desconocidos hasta que el aplauso solidario de las ocho facilitó las conversaciones. 

   El está divorciado y comparte la custodia de dos hijos pequeños que se han quedado con la madre mientras dure la cuarentena,  para evitar traslados inútiles y riesgo para la abuela que también vive en casa de la madre. Los echa de menos cada día, como el cigarro que se fumaba en el balcón antes de abandonar el vicio por una promesa hecha a su niña antes del confinamiento y  que cumple a rajatabla. Periodista de profesión,  escribe artículos y columnas en diversos periódicos digitales, todos mal pagados, en lo que intenta rematar una novela policiaca que, pensaba él,  se escribiría sola gracias al confinamiento, cosa que no está ocurriendo. Pasa muchas horas al día delante de un teclado de ordenador intentando que la narración se desatasque y al final de la tarde apenas tiene tiempo para mandar la crónica al periódico deprisa y corriendo, como en sus mejores días de la vida activa y no confinada. 

   Hace semanas que se ha fijado en ella, edad madura pero sin definir, pelo teñido con mechas que van dejando ver una raya de dos centímetros, gafas de cerca que puntualmente se quita cuando sale a aplaudir a las ocho.  No es guapa, pero tiene algo; desde luego un buen cuerpo a golpe de entrenamiento,  que él escucha cada tardea través de esos tabiques españoles que parecen hechos de restos de periódicos y no de ladrillos. A qué se dedicará? la ve salir cada mañana temprano a las ocho y regresar a la hora de la comida, será enfermera? Médico? Vive sola y este es un barrio relativamente caro, eso descarta otras profesiones desconfinadas y mal pagadas.  Sí, tiene que admitirlo, la espía desde la ventana desde que consiguió hablar con ella de balcón a balcón. Conversaciones banales: "qué asco de primavera, no hace más que llover", "no encuentro levadura", "yo te la presto", "quieres una cerveza?" . Hace dos días, con mejor temperatura, compartieron un bote de aceitunas mientras cada uno se tomaba la cerveza en su balcón respectivo, en dos platillos, no sea que el virus aproveche los encurtidos para saltar entre viviendas. 

   Ella cree que él es un tipo un poco extraño, antes se oían voces de niños en su casa, ahora no. Tiene cara de pena pero vete a saber si no es una pose...Le apetecerá un poco del bizcocho que ha hecho con la levadura que le prestó? A ver si se va a pensar que estoy intentando ligar con él, que es lo último que me faltaba. Y mira que no tiene mal aire, ni mala edad, divorciado con mochila, eso fijo; pero a estas alturas qué otro personal nos hace caso a las de nuestra edad, eh?  Quizás algún día pueda tomarme una cerveza con él sin que sea por las alturas, o quizás mejor no pasar a más, el misterio también tiene su encanto.

   Cada tarde, puntualmente a las ocho  aplauden y cuando no llueve,  las conversaciones se prolongan hasta las nueve;  los dos se encuentran a gusto con esa barrera artificial que es la distancia entre dos balcones a la altura de un tercer piso; quizás pudieran encontrarse en la acera algún día, cuando esto acabe? Sí, quizás cuando esto acabe. Quién sabe (piensa él con cierto sentimiento de culpa)  llegados a este punto no sé si me apetece más ver a mis hijos o a la vecina del balcón. Quién sabe, piensa ella,  a pesar de sus gafas de pasta y de que me haya dicho que es periodista, lo mismo es un traficante de droga, o un proxeneta. Quién sabe, piensan ambos, quizás dentro de unas semanas podamos salir con la misma lata de cerveza que nos bebemos en la terraza al banco de la acera, a caminar trescientos metros, a decirnos alguna palabra amable sin presuponer que estamos ligando. 

    Quién sabe qué será de estos dos seres cuando la vida no se sujete entre cuatro paredes...Son las siete, ya queda poco para la hora mágica en la que la vida retoma cierto sentido desde un balcón pero, qué es ese ruido ahí fuera, una cacerolada? El se acuerda de que es periodista y que sí, que la cacerolada contra el gobierno está convocada a esta hora, y para su desazón, a través del cristal ve a la vecina aporreando enérgicamente la suya, con la misma rabia con la que aplaude a las ocho...Quizás hoy la cerveza me la tome dentro de casa, se dice a sí mismo con pena, a saber lo que pensará esta chica de uno que no protesta...