domingo, 10 de mayo de 2020

A desescalar

    Para que luego tachen de antigua y de cementerio de elefantes a la Real Academia de la Lengua: en menos de dos semanas, "desescalada" ha pasado de ser un calco del inglés (que lo es)  y una palabra no recomendable que sustitía poco afortunadamente a "disminuir", a ser un término no sólo empleado por todo hablante sino además, autorizado por la RAE. Una prueba de lo rápido que circula todo, no solo los virus y las noticias falsas.

    Y en plena desescalada estamos. Aunque yo, personalmente,  no estoy desescalando nada a mi alrededor, más bien lo contrario: salgo a la calle con máscara permanentemente, lavo con agua y lejía toda la compra del supermercado, me enfado en el dicho supermercado con todos los alegres jovenzuelos que llevan la máscara a modo de babero y prefiero no salir a ciertas horas y por ciertos parques donde hasta hace una semana no me importaba ir. Me preocupa cada día  mucho más  pasar por algunas aceras y entrar en las farmacias, duermo peor que al principio del confinamiento y mis cuitas laborales en vez de reducirse (o desescalarse) han aumentado (o se han escalado). Mi preocupación por esta pandemia que no nos abandona también ha escalado (o subido) varios grados a medida que han ido pasando las semanas y me he dado cuenta que aunque los chinos se la hayan quitado de encima en tres meses, a nosotros nos va a costar muchísimo más...Sin tener ni remota idea de cuánto será ese "más". Y ese no tener idea, a mi no me desescala  (ni disminuye) nada, sino todo lo contrario.

    Quizás sí que haya desescalado (o reducido) ciertas cosas, pensándolo bien. Sobre todo ciertas necesidades que yo consideraba perentorias, como ir al peluquero a teñirme y cortarme una vez al mes o andar brincando de acá para allá por estaciones y aeropuertos; confirmo que se puede vivir sin ambas cosas, aunque al peluquero lo echo de menos, para qué negarlo. He desescalado  (o disminuído) algunas de mis prioridades y la palabra "vacaciones" que comparte inicial con "verano", ambas sacrosantas en mi vocabulario particular, van a ser sustituidas en su orden de importancia. Y no pasa nada. 

    En la desescalada y en todas sus fases, esperamos  que lo que se reduzca (o se desescale) es la tontuna humana y que con suerte, paciencia y sentido cívico,  todos volvamos a la casilla de salida del 1 de marzo; cosa que creo harto difícil de lograr, porque según se vayan aplicando las medidas de la desescalada (o reducción)  ira escalando (o aumentando) el egoísmo humano, que no tiene escalas ni límites sin acordarnos de lo fundamental de este asunto: podemos escalar, desescalar, aumentar o reducir lo que queramos, pero el bicho, sigue estando ahí. Y quedándonos en casa dos meses no es que lo hayamos debilitado, o que éste se haya aburrido y se haya ido a liarla parda a otro planeta: creo que le gustamos bastante y ha venido para quedarse una buena temporada.  Y yo pensaba que en todo esto de la desescalada, las fases con sus números y lo que se puede y no se puede hacer, al personal le había quedado claro que seguíamos corriendo el riesgo de contagiarnos, y está claro que esa era una conclusión desescalada (o empequeñecida): concluí que la gente era inteligente y sabía lo que le convenía, y ahí me pasé de escalada, o de magnitud, o de optimismo idiota. 

   Y una cosita más, que no es baladí: recuerden, amado público, que en la desescalada, cuando se contagien por meterse a hacer botellones, celebrar el día de la madre, correr maratones por las calles peatonales o ir al supermercado tres veces  a comprar una lata de cerveza estornudando por doquier, en todos esos casos (y en una decena más que se me ocurren y no los pongo para no aburrirles) la culpa ya no será del gobierno.

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