sábado, 2 de mayo de 2020

Ella y él, versión balcones (Los cuentos de la plaga, 4)

    Salen cada tarde a aplaudir al balcón, un poco por solidaridad, otro poco por automatismo, en buena medida por ver a otros seres humanos y respirar una calle que ya hace varios días que no pisan. Los dos viven solos y los balcones pertenecen a edificios colindantes de esas calles del Madrid central cercano a Chueca. No son vecinos de portal, pero han coincidido mil veces en la panadería, en la acera o en la boca del metro cercana sin jamás reparar el uno en el otro; antes raramente salían a esos balcones que además están orientados al norte y apenas tienen sol; dos perfectos desconocidos hasta que el aplauso solidario de las ocho facilitó las conversaciones. 

   El está divorciado y comparte la custodia de dos hijos pequeños que se han quedado con la madre mientras dure la cuarentena,  para evitar traslados inútiles y riesgo para la abuela que también vive en casa de la madre. Los echa de menos cada día, como el cigarro que se fumaba en el balcón antes de abandonar el vicio por una promesa hecha a su niña antes del confinamiento y  que cumple a rajatabla. Periodista de profesión,  escribe artículos y columnas en diversos periódicos digitales, todos mal pagados, en lo que intenta rematar una novela policiaca que, pensaba él,  se escribiría sola gracias al confinamiento, cosa que no está ocurriendo. Pasa muchas horas al día delante de un teclado de ordenador intentando que la narración se desatasque y al final de la tarde apenas tiene tiempo para mandar la crónica al periódico deprisa y corriendo, como en sus mejores días de la vida activa y no confinada. 

   Hace semanas que se ha fijado en ella, edad madura pero sin definir, pelo teñido con mechas que van dejando ver una raya de dos centímetros, gafas de cerca que puntualmente se quita cuando sale a aplaudir a las ocho.  No es guapa, pero tiene algo; desde luego un buen cuerpo a golpe de entrenamiento,  que él escucha cada tardea través de esos tabiques españoles que parecen hechos de restos de periódicos y no de ladrillos. A qué se dedicará? la ve salir cada mañana temprano a las ocho y regresar a la hora de la comida, será enfermera? Médico? Vive sola y este es un barrio relativamente caro, eso descarta otras profesiones desconfinadas y mal pagadas.  Sí, tiene que admitirlo, la espía desde la ventana desde que consiguió hablar con ella de balcón a balcón. Conversaciones banales: "qué asco de primavera, no hace más que llover", "no encuentro levadura", "yo te la presto", "quieres una cerveza?" . Hace dos días, con mejor temperatura, compartieron un bote de aceitunas mientras cada uno se tomaba la cerveza en su balcón respectivo, en dos platillos, no sea que el virus aproveche los encurtidos para saltar entre viviendas. 

   Ella cree que él es un tipo un poco extraño, antes se oían voces de niños en su casa, ahora no. Tiene cara de pena pero vete a saber si no es una pose...Le apetecerá un poco del bizcocho que ha hecho con la levadura que le prestó? A ver si se va a pensar que estoy intentando ligar con él, que es lo último que me faltaba. Y mira que no tiene mal aire, ni mala edad, divorciado con mochila, eso fijo; pero a estas alturas qué otro personal nos hace caso a las de nuestra edad, eh?  Quizás algún día pueda tomarme una cerveza con él sin que sea por las alturas, o quizás mejor no pasar a más, el misterio también tiene su encanto.

   Cada tarde, puntualmente a las ocho  aplauden y cuando no llueve,  las conversaciones se prolongan hasta las nueve;  los dos se encuentran a gusto con esa barrera artificial que es la distancia entre dos balcones a la altura de un tercer piso; quizás pudieran encontrarse en la acera algún día, cuando esto acabe? Sí, quizás cuando esto acabe. Quién sabe (piensa él con cierto sentimiento de culpa)  llegados a este punto no sé si me apetece más ver a mis hijos o a la vecina del balcón. Quién sabe, piensa ella,  a pesar de sus gafas de pasta y de que me haya dicho que es periodista, lo mismo es un traficante de droga, o un proxeneta. Quién sabe, piensan ambos, quizás dentro de unas semanas podamos salir con la misma lata de cerveza que nos bebemos en la terraza al banco de la acera, a caminar trescientos metros, a decirnos alguna palabra amable sin presuponer que estamos ligando. 

    Quién sabe qué será de estos dos seres cuando la vida no se sujete entre cuatro paredes...Son las siete, ya queda poco para la hora mágica en la que la vida retoma cierto sentido desde un balcón pero, qué es ese ruido ahí fuera, una cacerolada? El se acuerda de que es periodista y que sí, que la cacerolada contra el gobierno está convocada a esta hora, y para su desazón, a través del cristal ve a la vecina aporreando enérgicamente la suya, con la misma rabia con la que aplaude a las ocho...Quizás hoy la cerveza me la tome dentro de casa, se dice a sí mismo con pena, a saber lo que pensará esta chica de uno que no protesta...

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