miércoles, 29 de abril de 2020

El túnel de lavado

   Nunca me ha gustado la oscuridad, ni atravesar túneles donde desde la entrada no se ve la salida. Probablemente sea un trauma infantil, al que contribuyó en sobremanera mi padre, ingeniero frustrado que cuando abrieron el túnel de Guadarrama (tres kilómetros en ambos sentidos) nos llevaba una y otra vez a Madrid con cualquier excusa tonta, porque lo que él quería era atravesar ese túnel que él consideraba la novena maravilla del mundo (la octava era la presa de Aldeadávila pero esa la dejo para otro día). A mí los minutos que se tardaba en pasar aquel sitio oscuro con lucecitas, que además era de peaje,  se me hacían eternos; y aún a día de hoy, cuando lo atravieso, y aun aplicando mi raciocinio de adulta que entonces no tenía, me sigue gustando más la salida que la entrada. 

    Otro túnel espantoso que mi padre descubrió y me descubrió sin darse cuenta que no me gustaba un pelo era el del lavado de coche, menos largo y con algo más de luz, pero con un ruido atroz y unas escobas que te barren empapadas en una espuma jabonosa mezclada con la propia suciedad del coche y rematado el paseo con un ventilador que cuando seca el coche te dan ganas de agarrarte al asiento no sea que salgas disparada. Sometí a mi hijo cuando era pequeño a semejante tortura y se agarró a mi cuello hasta hacerme sangre, deduje que lo del tunel de lavado no era una cosa para niños, y que a pesar de estar crecidita yo seguía prefiriendo no meterme en ellos.Donde esté la luz que se quiten los pasadizos. 

   Y justamente, desde hace exactamente seis semanas tengo la sensación de estar metida en un túnel de lavado, en esta ocasión bien acompañada por el resto de la humanidad y a pelo,  sin el escudo protector del coche. No creo que se nos presente otra ocasión en la vida, no al menos a los que pasamos de cincuenta, de entrar en un paréntesis que nos de tiempo a pensar (a mí, además a escribir) a recapacitar, a echar la vista atrás y ver ciertos errores que no hay que cometer. Hemos entrado en este túnel de lavado pensando que serían unos ejercicios espirituales de dos o tres semanas, unas vacaciones gratis, vaya; bien acompañados por Netflix y por los entrenadores y profesores de yoga On Line y con el supermercado abierto, desprovisto de tintes y levadura pero rebosante de todo lo demás. El maldito túnel está siendo más largo de lo que esperábamos, porque nos están echando jabón a raudales para limpiar tanto despropósito como cometimos; de paso nos han lavado con lejía para desinfectarnos de ideas ridículas como la de ser los amos del universo sin miedo al mañana, o que la democracia es gratis y que la extrema derecha no es tan extrema sino solo una panda de gente cabreada. En el mismo túnel nos están dando unas buenas friegas con unas escobillas de cerda dura que nos están quitando la venda de los ojos, esa que no nos dejaba ver el cochambroso futuro que les hemos estado preparando a nuestros hijos y nietos, si es que algún día nuestros hijos consiguen darnos esos nietos. Cuando ya pensábamos que estábamos saliendo del atolladero, el túnel nos regala una buena pasada de ventilador que alborote nuestras cabelleras faltas de peluquería y nos recuerde que el cementerio está lleno de imprescindibles que además, por desgracia, cobran bastante poco al mes. Al salir del túnel aun necesitaremos una buena pasada de bayeta para sacarle brillo a unas carrocerías maltratadas por tanto confinamiento, esperando que el maltrato se resuma a un poco más de artrosis y no a un aumento de bilis, que es muy mala consejera para lo que viene después. 

    Se acerca el mes de mayo y con él, la salida de un túnel en el que era inevitable meterse, pero del que nos han aconsejado que salgamos con prudencia y responsabilidad. Seremos capaces? Si metemos la pata a partir de ahora, ya no tendremos el recurso fácil de echarle la culpa al gobierno, a los sabios epidemiólogos y a las multinacionales farmacéuticas. Ahora nos toca a nosotros, señoras y señores ciudadanos a punto de salir de una buena e inesperada sesión de lavado. A ver cómo nos portamos.

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