miércoles, 1 de abril de 2020

Ni pena ni miedo

    Los miércoles y los sábados a las siete, hablo con Rosa Montero. Vamos a ver, ella habla, desde su página Facebook, y varios miles de sus lectores le vamos haciendo preguntas que ella que, amable como es hasta el tuétano, se afana en contestar. Acabo de terminar la charleta de hoy donde nos ha enseñado un tatuaje que lleva en la parte posterior del cuello: "ni pena ni miedo", frase sacada de un  poema de Raúl Zorita. 

    Automáticamente me he puesto a escribir, un poco porque hablar con Rosa Montero da ganas de escribir y otro poco porque esa frase, en estos días y tiempos recios, tendrían que tenerla tatuada, o puesta en la puerta de sus casas en letras de oro varios ciudadanos de ese país que es el mío, donde no estoy ahora mismo y bien que me pesa...Antes de que me asalten los odiadores diciéndome que estoy cómodamente instalada en el salón de mi casa, que también. La lista es coincidente con la que hice el otro día en mi entrada "Yo sí tengo patria" pero esto de la pena y el miedo me hace pensar especialmente en la tercera edad, a la que me voy acercando peligrosamente. 

   España sí es país para viejos; es más, es un país de viejos. Tenemos una de las natalidades más bajas de Europa (y casi del mundo) y una buena calidad de vida, sol y buenos alimentos,  que nos deja vivir muchos años, afortunadamente acompañados por muchos hijos, nietos y hermanos. Los viejos y viejas españoles parece que tienen todos setenta años cuando muchos de ellos andan rondando los noventa, salen todos los días a tomar el aperitivo, se van de viaje a unos hoteles costeros donde se inflan a comer, beber y bailar y algunos hasta ligan. Van al cine, a conciertos, llenan las aulas de la tercera edad, hacen la compra, cuidan de los nietos, alojan hijos cuarentones en casa y en los momentos de achuchón económico muchos de ellos han sido el bolsillo que alimentaba familias más que numerosas. Protestan de vez en cuando por sus pensiones,  pero muchos de ellos también trabajan hasta que el cuerpo ya no les da más de sí porque les gusta lo que hacen y odian la inactividad. Sí, España está llena de viejos que se cuelan en la caja del supermercado, o que hablan en voz alta en el cine; que van a la tienda de Movistar y acaparan a la vendedora porque no saben usar su teléfono, que se sientan en todos los bancos de los parques y no hay manera de pillar uno vacío para poder ir a leerse allí una novela. 

    A este país para viejos ha llegado un bicho muy malo que, maldita sea, se ensaña con ellos más que con los más jóvenes. Nuestras cifras de muertos por Coronavirus son deudoras en buena parte de toda esa franja de población que sobrepasa los 65, aunque de aspecto no lo parezca. Ellos, sin pena ni miedo se acercan a los hospitales buscando cura para vivir un poco más. Supongo yo que sin pena, por lo mucho que ya han vivido; ni miedo, porque son casi todos ellos pertenecientes a una generación que ya vivió los horrores de una guerra y los horrorosos años que la siguieron. Allí son acogidos por unos héroes enfundados en plástico, miembros de una casta superior de seres humanos que tampoco tienen pena (porque no les da tiempo) ni miedo (porque si lo tuvieran no harían ese trabajo): los sanitarios y personal vario que trabaja en la sanidad. Los holandeses nos echan en cara  como también a los italianos,   que nos ocupemos de estos viejos que necesitan respiradores, atención excepcional y camas de UCI, basándose en los pocos años más que van a vivir una vez curados. Sospecho que el pueblo holandés (y que me perdonen los amigos holandeses, que los tengo) tiene pena, entre otras cosas porque come muy mal, se tocan poco,  y su sanidad deja bastante que desear y sobre todo, tiene mucho miedo, que los disculpa. Como quiero ser estos días un dechado de amabilidad, no profundizo más por esa vía; el miedo es muy mal consejero.  

Y para terminar el detalle conmovedor. En mi tierra, los enfermeros publican en Facebook en qué hospital trabajan y en qué planta para que los familiares de los enfermos les puedan hacer llegar mensajes a traves de ese mismo Facebook. Así son ellos y así van por la vida, sin pena y sin miedo.  Y así caminan nuestros mayores, camino de esos hospitales donde saben que, por encima de todo les van a tratar como seres humanos en una situación que de humana tiene lo justito.

   Y recuerden: quédense en casa y #ahoranoesmomento si comparten esta entrada. Buenas tardes, me voy a aplaudir,  que en mi calle, además, lo hacemos al ritmo del tam-tam de uno de los vecinos.

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