jueves, 23 de abril de 2020

la rubia que leía

    La rubia es una rubia de manual, aunque su pelo era originalmente castaño. Ojos grandes, nariz perfecta, labios marcados por la naturaleza antes de que el Bótox los fabricara en serie; delantera imponente, caderas rotundas, desparpajo natural y una presencia que se come la cámara a bocados; y al cámara con ella. Todos la miran con admiración, deseo y sobre todo, con lascivia, y ella lo sabe, pero para eso es actriz, para despertar sueños en quien la mira, y también sueños eróticos, para qué discriminar. 

   La rubia no tiene un carácter fácil, ni tampoco ha tenido una vida fácil hasta llegar al pedestal en el que está subida. Es tan guapa como neurótica; llega siempre tarde sin disculparse y frecuentemente con una copa de más:  presume de beber Dom Pérignon del 53 pero a la hora de la verdad, cualquier líquido subidito de grados le vale. Es obsesiva y sufre ataques de ansiedad que todos le perdonan, unos por que desean acostarse con ella, otros por simple compasión y muchos porque piensan que ser una estrella de Hollywood en los años dorados requiere ciertos comportamientos extraños. 

   Y hablando de comportamientos extraños: la rubia lee.  Y lee mucho, siempre que puede, en cualquier pausa del rodaje, en los interminables trayectos desde el plató hasta su casa, en los atardeceres de California mientras apura la copa de Dom Pérignon, en las noches de insomnio y en las mañanas de resaca. Y tiene en su casa una enorme biblioteca con más de  cuatrocientos libros, que han salido a subasta después de su extraña muerte, que no les cuento porque para eso tienen ustedes la Wikipedia. 

   En la biblioteca de la rubia tienen un lugar de honor los grandes clásicos norteamericanos: Steinbeck, Walt Withman (su poeta preferido) Ernest Hemingway y Scott Fitzgerald, Saul Bellow y Truman Capote;  o los ingleses: Graham Greene, Lawrence Durrell y Joseph Conrad, se acepta Conrad como inglés? Con todos ellos también en mi biblioteca,  le alabo el gusto. Se atrevió con los franceses, leyendo las obras completas de Camus (otro punto para la rubia) y dándole un sitio de honor a "Madame Bovary", el teatro de Molière y "Nana" de Zola. Fue una lectora compulsiva de obras de teatro y hasta se casó con un dramaturgo del que jamás elogió sus obras en público, como sí hizo con las de Eugene O'Neill, Tennessee Williams o Bernard Shaw. En la biblioteca personal aparecieron "El Capital" de Karl Marx y "La democracia en América" de Toqueville, obras que, excepto Obama y Clinton, creo que todos los presidentes norteamericanos desconocen. Leyó "Poeta en Nueva York" de García Lorca y las obras completas de Alberti. Y admiro a la rubia por haber leído dos libros que a mí, lectora compulsiva,  se me resisten desde tiempos inmemoriales : el "Ulises" de Joyce y "La montaña mágica" de Thomas Mann. 

    Como ven, aquí estoy para celebrar el día del libro con ustedes, yo que pensaba que este año sería el primero en el que faltaría a una de mis sacrosantas citas blogueras. Ya les he dejado en el párrafo anterior una buena lista de sugerencias lectoras, para vidas confinadas y espíritus libres, como el de nuestra rubia que leía. Por cierto, supongo que ya saben ustedes quién es, pero por si acaso: se llamaba Marylin y murió de una sobredosis de barbitúricos el 5 de agosto de 1962. Seguro que tenía un libro en su mesilla de noche, pero ese detalle no ha pasado a la posteridad.

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