domingo, 12 de abril de 2020

Una de estadísticas

   Ahora que ya hemos cumplido un mes de encierro, me puedo dar el gustazo de publicar mis números, visto que, como por fin  somos todos ministros de sanidad, virólogos y expertos en la China y en estadísticas, todo el mundo va a entenderlas. Otra cosa es la interpretación, claro. 

    Calculo unas seis visitas al supermercado, en las que he comprado básicamente productos lácteos, pollo, fiambres y quesos, papel higiénico y algún producto de limpieza; ni carne, ni pescado, ni fruta ni verduras,  para los cuales ya tengo mis proveedores. La factura ronda los cien euros por visita y eso supone, según mi cuenta de la vieja que soy, un 20% más caro que en tiempo de paz. La inflación ya está aquí. Por otro lado, cero euros en gasolina, ni un bonobús y cero otros gastos que no sean los alimentarios y de mantenimiento de este búnker llamado casa en el cada uno de nosotros vivimos refugiados. Para cuando volvamos a echarnos a la calle a comprar, todo nos parecerá carísimo y superfluo, visto que llevamos un mes sin comprar nada. Yo,  que ya era tendente al bajo consumo,  miedo me doy... Por otro lado, anoto que llevamos ya cinco litros de lejía, un par de botes de alcohol y dos mochos de fregona: la lejía va a ser el petroleo del siglo XXI, y si no, al tiempo.

   Mi pelo canoso asoma un centímetro y medio por debajo del tinte. La conclusión es que el pelo (o por lo menos el mío) crece un centímetro y medio al mes, cosa que yo desconocía porque a la menor ya estaba precipitándome en los brazos de mi peluquero, al cual saludo con estas líneas porque aparte de pasarlo económicamente mal en esta racha, no sé si sabe lo imprescindible que es para muchas de nosotras. Y no descarto tampoco que para muchos de ellos.

    Hago de media entre dos y cinco llamadas de teléfono (en sus distintas modalidades) al día. principalmente a mis amigos y seres queridos que viven solos. Haciendo una media aritmética sencilla, me salen, por lo bajo, casi cien llamadas de teléfono, que si me dicen hace un mes que las iba a hacer (y no cuento las que recibo) me hubiera dado un soponcio. Y no solo no me ha dado sino que llevo el apunte y voy tachando de la lista y añadiendo sistemáticamente a los que llamé y hay que volver a llamar. Saco dos conclusiones de esta estadística: que demasiada gente vive sola y que yo tengo una modalidad del horror vacui que es vacío de conversaciones. Cuando acabe el confinamiento me lo hago mirar.

    En un mes he escrito dieciséis (con esta de hoy) entradas de un blog que había abandonado. Alguna de ellas ha tenido hasta quinientas visitas pero también alguna me ha valido para que me retiren el saludo y sin contar a mi primo (al que le doy asco, se acuerdan? ) he quitado de mis redes sociales al menos a diez personas y sospecho que he sido quitada de unas cuantas, todo ello con gran alivio espiritual por mi parte. Me leo entre cuatro y seis periódicos diarios, de varias tendencias y colores,  para poder hacerme una cierta fotografía mental de la realidad, asunto que me sustrae una hora diaria de mi tiempo, que en estos momentos se ha estirado como un chicle a pesar de las muchas tareas que me invento,  porque yo soy lo más parecido que una persona puede ser a una bicicleta: si no pedaleo, me caigo.

   Y con este resumen cierro mis estadísticas, nunca mejor dicho, de andar por casa. Las he puesto por escrito porque el objetivo de este encierro, aparte de no enfermar, es recordarlo. Y salir de él siendo los mismos, y si es posible,  mejores. A los que salgan empeorados, partiendo de la base de que ya eran tirando a malos, les daremos una soberana patada en el trasero cuando se pueda porque, recuerden: #ahoranoesmomento. Felices pascuas.

No hay comentarios:

Publicar un comentario