miércoles, 8 de abril de 2020

Pretérito Imperfecto

   En estos días, mi hijo tenía que estar aquí con nosotros, era su  única semana de vacaciones. Después, nosotros le íbamos a acompañar hasta España, mi país que tanto me duele ahora y que hasta hace poco era sólo el sitio de mi recreo.  El tenía que coger un avión, nosotros también, de esos aviones que contaminaban, de acuerdo, pero que nos llevaban a algunos a sitios estupendos donde pasábamos las vacaciones o compartíamos muy buenos ratos con nuestros seres queridos. 

    Antes de esos días tan necesarios de vacaciones, mi marido y yo íbamos a ir a Madrid, esa ciudad que ahora es triste pero que entonces era alegre, donde íbamos a encontrarnos con amigos muy querídos que le iban a cantar a mi santo el cumpleaños feliz más alegre  y entonado del mundo, el que sólo los amigos que te echan mucho de menos son capaces de cantar. También me iba a visitar mi amiga la boloñesa, a la que no veía desde hacía una eternidad, y planeábamos quedarnos afónicas charlando durante las dos noches que ella iba a pasar en mi casa. 

    En las vacaciones españolas, mi hija se iba a comprar un vestido para su graduación que iba a ser en julio y que, de paso, nos iba a traer a la abuela hasta estas tierras, como ya hizo cuando se graduó el hermano. Ella iba a graduarse y después se iba a marchar de viaje a Italia con sus amigas, que después de unos exámenes de selectividad que iba a estudiar con ahínco, bien se lo merecía.

  Mi señora de la limpieza iba a irse a ver a su familia al Ecuador, a la que parcialmente mantenía con lo que ganaba deslomándose en mi casa y en otras casas como la mía. Mi marido iba a enseñarles la Alhambra de Granada a unos chavales que iban ilusionados a un viaje de estudios que para muchos significaba la primera vez que subían a un avión y salían al extranjero. Yo iba a publicar un libro que me había apartado de ustedes y de este blog durante varios meses y lo iba a promocionar por las ferias del libro que no se van a celebrar.

    Todas estas cosas (y unas cuantas más que me callo) íbamos a hacer cuando éramos felices y ni siquiera lo sabíamos. Ahora somos felices con moderación y con cierta cuota de miedo y lo que seremos de aquí a unos meses nadie lo sabe; ni Fernando Simón, ni el gobierno, ni su lamentable oposición, ni los tierraplanistas que habitan en Twitter, aunque estos últimos quizás tienen un plan que los demás no tenemos porque hemos aprendido a aparcar los planes en lo que peleamos por estar vivos. Si se fijan ustedes en los cuatro párrafos anteriores de esta entrada, estarán ustedes de acuerdo conmigo en que el prtérito imperfecto es un tiempo verbal muy triste...Y que el presente lo evitamos, en lo que llega un futuro que esperamos sea algo menos que imperfecto.

   

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