jueves, 27 de septiembre de 2018

New York, New York

Se puede hablar de New York? Vaya, probablemente se pueda hablar, largo y tendido incluso.Lo que ya no estoy tan segura es que se pueda escribir, o por lo menos que yo pueda escribir después de que lo hayan hecho, así, a bote pronto: Scott Fitzgerald, Salinger, Truman Capote, Paul Auster, Henry James, Muñoz Molina y hasta Martín Gaite, que me ha hecho sentirme estos días Caperucita en Manhattan. 

    Tampoco sé si se puede escribir de una ciudad que lo tiene todo: arte, historia, belleza escondida y fealdad evidente, tiendas de todo lo posible e imaginable; inmigrantes de todos los países y gentes de todos los credos y colores. Escenarios de película y una película en cada esquina; teatros y musicales que llevan años en cartel llenando cada noche. Policías que toman café en cada calle y coches de bomberos que cruzan la ciudad sirena en ristre. Comida basura y los mejores restaurantes posibles, mendigos que rebuscan en las papeleras porque la comida se tira impunemente cuando sobra  , y sobra siempre. Neones que hacen que la noche parezca el día y supermercados que no cierran ni de noche. Necesitaría una enciclopedia por volúmenes (y quién quiere una enciclopedia en el siglo XXI) o un talento literario que no tengo. Tampoco soy más que una mediocre fotógrafa que publica en Instagram fotos desenfocadas y frecuentemente torcidas que inexplicablemente luego tienen sus aficionados, lo que dice mucho de las redes sociales como trampolín de mediocres, entre los que me encuentro. Así que con la imagen tampoco me manejo. 

    Mi estancia en Nueva York está ya contando sus últimas horas, no puedo escribir todo lo que quisiera porque he venido para trabajar y me han quedado pocos ratos para la cosa escrita. Pero me llevo conmigo lo mejor que esta ciudad puede regalarte además de los recuerdos: historias que contar. Y como no tengo tiempo aquí y ahora para contarlas, darán para algún capituló bloguero, que si ustedes me permiten, escribiré de manera cronológicamente desordenada  y lejos del lugar donde las anoté y escuché, que me abruma con su imponente presencia. 

    Y termino con el estereotipo, espero que me lo perdonen. 




lunes, 24 de septiembre de 2018

Vuelo de primera

    A mis hijos ya le he dicho que de mi no esperen más que una buena educación ( académica y de la otra) y muchos buenos recuerdos, principalmente de viajes y vacaciones. Así que con semejantes proyectos, y lo que cuesta moverse por el mundo, estamos condenados a la clase turista y a todos los síndromes que van con ella. Pero como la vida te hace regalos, a mi me ha hecho uno en forma de vuelo trasatlántico en primera, y sobre todo, no teniéndolo que pagar yo, que es lo mejor del regalo. Aquí les mando unas pocas reflexiones sobre el asunto y les ruego disculpen mi brevedad, obligada porque escribir en un iPad con teclado táctil no es lo mío, ya saben.

    El viaje en primera comienza en una sala VIP (« lounge »  en buen castellano) que de VIP solo tiene el cartel de la entrada y una azafata con cara de pocos amigos que te pide el salvoconducto para entrar. El público no es nada VIP porque los VIP de este mundo o tienen un avión propio o son tan VIP que llegan al avión cuando todo el mundo ya se ha subido y no necesitan ninguna sala para el rato de la espera. Pruebas? Desayuné ayer en la dicha sala VIP al lado de un tipo que se había quitado los zapatos y sus pies cantaban no solo la Traviata sino además un buen repertorio de jotas aragonesas. En la mesa de al lado, otro tipo se comió en un verbo seis cruasanes y dos bollos de pan, y como no estaba excesivamente gordo, deduje que aquello era pura gula y aprovecharse de la gratuidad de la cosa. Lo dicho, de VIP, nada.

   En primera las azafatas y azafatos tienen ya una cierta edad (y experiencia) que se nota sobre todo en que los  uniformes a veces les tiran por las costuras. Eso si, uno agradece que te traten como a una señora y te recojan el abrigo en vez de echarte una bronca por el tamaño de tu maleta de mano. Cuando el avión despega, pues hasta entonces todo el pasaje es democráticamente igual de paria, comienza un desfile de toallitas calientes, copas de champagne, aperitivos y menús de tres platos que hace que cruzar el Atlántico te cueste tres kilos en la balanza.

   Y curiosamente, esos pasajeros que te acompañan en el festín y que tú piensas que son gente importante que, o se pagan el avión a esos precios de escándalo, o tienen quien se lo pague, se quitan los zapatos, roncan, sorben los mocos y provocan todo tipo de sonidos guturales exactamente igual que veinte filas más atrás donde se sienta la plebe turista y no te dan tanto de comer. Es más , a mi lado viajaba una señora que en vez de ver tres películas como hice yo, optó por la música que propone la misma pantalla y se cantó a viva voz y sin cortarse un pelo toda la lista de grandes éxitos de la Motown y de los años noventa, cual si estuviéramos en un karaoke. No protesté (como hubiera hecho en turista) porque la señora iba feliz como una perdiz y cantaba de miedo...Ahora me pregunto si no sería una cantante famosa, porque nadie le dijo nada.

   Conclusión: por supuesto que viajar en primera es estupendo, sobre todo si el viaje dura ocho horas, pero creo que los pasajeros de primera de verdad hace tiempo que dejaron de coger los aviones para todos los públicos y vuelan con los suyos propios u otros que les alquilan o prestan otros ricos amigos o parientes. Y segunda conclusión, que hace tiempo que proclamó a los cuatro vientos: si yo fuera rica de verdad, me compraría un avión, o incluso dos por si el primero se estropea! 

viernes, 21 de septiembre de 2018

Juego de pistas

    Como una niña pequeña en su primer día de colegio: así estoy a pesar de peinar (y teñir) muchas canas. Me voy de viaje, que no de vacaciones, allá donde me mandan mis superiores,  aunque voy silbando a trabajar como los enanitos de Blancanieves. Tengo que hacer una maleta y coger un avión durante varias horas, ninguna de las dos son tareas que me molesten, bien al contrario. Me fastidia un poco no disfrutar lo que voy a disfrutar (a pesar de que, insisto, no voy de vacaciones) con mis seres queridos, porque a ellos también les gusta hacer maletas y coger aviones; algo bueno les he inculcado. Y tengo sentimientos encontrados porque a la pena de no llevarlos conmigo se sobrepone la alegría de ir al encuentro de amigos a los que llevo ya demasiado tiempo sin ver. Todo ello me produce cierto gusanillo estomacal, no sé si llamarlo nerviosismo o emoción; a mi me resulta que esta sensación es la famosa adrenalina que no sentí mientras mi cuerpo estaba suspendido de un cable y se deslizaba a cierta velocidad sobre un bosque tropical este verano. 


    La del vídeo no soy yo pero a Dios pongo por testigo que hice lo propio porque está hecho en el mismo lugar. La adrenalina está sobrevalorada, de todos modos. 

    Voy a una ciudad a la que no he vuelto desde hace veinte años y creo que su perfil  está un tanto cambiado. Me he leído "Beautiful and damned" de Scott Fiztgerald porque "El Gran Gatsby" ya me lo leí dos veces en los últimos años para ayudar a mis criaturas con sus deberes (ya, ya sé que no hay que hacerlo) y caerá a la vuelta un libro que tiene una pinta estupenda y que no me llevo porque es gordo y pesa: "A little life" de Hanya Yanagihara, traducido al español como "Tan poca vida".

    En estos últimos días, las pocas veces que cojo el coche suenan cosa como ésta:


  O yo misma me sorprendo cantando ciertas canciones que el domingo, si no se tuercen las cosas, voy a escuchar en directo:


   Y los que me conocen y saben de mis gustos ya no necesitan muchas más pistas de este juego que me he inventado hoy, para saber a donde me dirijo. Insisto: voy a trabajar y porque me mandan, pero con órdenes así,  da gusto obedecer. Y para los que no me conozcan tanto, una última canción, por si con las anteriores no ha quedado claro:


    No me pidan Frank Sinatra, hubiera sido demasiado fácil. Seguiremos informando

miércoles, 19 de septiembre de 2018

Robar, con todas sus letras.

    Hace unos dias, un operario que vino a mi casa a controlar unos radiadores, aprovechó la ocasión para sustraerme dos pares de pendientes. Tuvo la habilidad de llevarse los dos pares que más me pongo y que además de un cierto valor económico tienen alto valor sentimental; pero esa fue su única destreza pues fue tan torpe que lo pillaron y yo he recuperado mis pendientes. Me alegró la eficacia de sus jefes, que fueron los que le hicieron confesar y gestionaron la devolución del botín pero me dejó perpleja una petición que me hicieron después,  pues me pidieron escribir un correo explicando que todo había sido un malentendido y que yo había recuperado mis joyas, para que el pobre ladrón no sufriera consecuencias laborales más allá de perder su trabajo, porque ellos, por supuesto, lo despidieron. Supondrán ustedes que me  negué, y le expliqué telefónicamente al gestor empresarial que un robo no es un malentendido; espero que él si  lo entendiera, aunque tampoco me preocupa, la verdad. 

   Robar es una palabra muy fea y en estos tiempos de corrección política absurda, se está convirtiendo en un vocablo impronunciable, y mira que se roba más y mejor que nunca y con más impunidad si cabe que en muchos tiempos pretéritos; que no tengamos a Curro Jiménez asaltándonos por los caminos no significa que robar haya pasado a la historia. Que el número de tirones de bolso por parte de drogadictos con mono de heroína haya descendido, no significa que no te puedan distraer la cartera, o el móvil, o ambas cosas, en cualquier parada de metro; y con todo ello, estamos hablando de robos sencillitos, donde queda claro quién es la víctima y quién es el ladrón. Por cierto, "ladrón" otra palabra que empieza a ser viejuna porque lo de ahora son defraudadores de hacienda, desfalcadores, corruptos o inversores extravagantes... ladrones, vaya!

    A los católicos y religiones afines, bien clarito se lo dejó el Altísimo en las tablas de la ley , el octavo Mandamiento no se anda con florituras y dice con todas sus letras "no robarás", que para otras cosas bien que hablan con perífrasis como en aquel que dice "no consentirás pensamientos ni deseos impuros". Y a pesar de esa claridad, en los países católicos se roba como en los demás. Y se roban miles de cosas que no son dinero ni bienes materiales: a los niños este mundo de pantallas y telefonía les ha robado una infancia al aire libre que es muy necesaria; los adolescentes (y no tan adolescentes)  y su vicio de descargar todo lo que pillan en la red, roban horas de creación literaria, cinematográfica, televisiva y demás, y lo peor es que no son conscientes de que es un robo. Los bancos nos roban sistemáticamente cada mes, y casi en cada operación que nos hacen cuando lo suyo es guardar el dinero de los clientes y no robarlo. Netflix nos roba horas de sueño y de lectura y encima pagamos por ello; los que se cuelan en los transportes públicos roban a los que los mantienen con sus impuestos; las aseguradoras nos roban sin esconderse, porque el día que de verdad te pasa algo y tienen que pagar por ello, si te he visto no me acuerdo; roban los peajes de las autopistas, las compañías telefónicas, los gimnasios de abono, las marcas de ropa fabricada por niños, los editores de libros de texto que arruinan familias enteras a principios de curso, las compañías aereas (hay una que me robó hace algo más de un año y aún estamos en pleitos) y los administradores de fincas a sus administrados.

    Y después de toda esa lista de robos que hay que sufrir sin rechistar, y para una vez que me roban y está clarísimo cómo ha sido y quién lo ha hecho, pretenderá un señor empresario que a un robo lo llamemos "malentendido"? Pues va a ser que no...Y ya puestos,  el tiempo nos roba la vida desde el día en que nacemos, y aún nadie le ha puesto un pleito!

miércoles, 12 de septiembre de 2018

Yo sí escribí una tesis

    Hace unas horas, mi amado esposo me ha echado un piropo. Al hilo de la actualidad, me ha dicho: "creo que en España la única que ha hecho una tesis doctoral de verdad eres tú". Le he dado un beso de tornillo, porque a estas alturas de nuestras vidas, y sobre todo, a la altura de varios lustros de vida en común, el reconocimiento de la valía del otro es un piropo bastante más gordo y sincero que esos "guapa" vacíos de contenido de Facebook y similares;  otra cosita era cuando te los gritaban desde un andamio..O témpora...

    Pues sí amados lectores, yo tengo una tesis doctoral hecha con mucho esfuerzo, varios años de estudio y varias dioptrías perdidas en ello. También tengo que decir que la hice sin ningún interés de futuro más que por completar mi carrera académica o lo que yo pensaba que iba a ser y no fue una carrera de docente universitario. Y la hice porque estudié en una Universidad pública del estado español y ese mismo estado donde ahora las gentes hacen tesis como churros, me dio una beca, escasa de cuartos pero con buenas condiciones de trabajo, para poder dedicarme a ella durante cuatro años. CUATRO! Ni uno más ni uno menos, y mi señor marido, otrora novio,  se acuerda de todos ellos, por eso sabe a ciencia cierta que yo sí he hecho una tesis. 

    Hice una tesis doctoral sin Internet, sin correo electrónico y casi sin ordenador. Escribí muchas de sus páginas (450 por si les interesa) a mano y pasé muchas horas en bibliotecas polvorientas, aunque algunas de ellas maravillosas,  escribiendo y anotando con bolígrafo muchos párrafos y citas. Leí decenas de manuscritos y juraría que libros hasta una cifra con dos ceros. Me estrujé las neuronas de lo lindo, me peleé con uno de mis directores y saqué adelante un trabajo de chinos que unos pocos sabios doctores aplaudieron el día que la defendí porque aquello era un ladrillo de cuidado que  a casi nadie le ha interesado nunca más. Mi marido (ya entonces marido) también estaba allí, por eso sabe que yo sí he hecho una tesis doctoral de verdad, y además yo solita, sin recurrir a ningún esbirro que me la escriba y sin plagiar a nadie en el intento. Mi directora de entonces, una mujer brillante y una de las mejores historiadoras inglesas del siglo XX,  anda viajando por los planetas remotos en los que se ha perdido su memoria, así que si le van ustedes con el cuento nunca podrá defender mi causa. 

    Hice una tesis que se puede consultar libremente en una base de datos: www.cadmus.eui.eu/1814/7088. Si pinchan ustedes el año 1997 y ponen "Departamento de Historia" ahí debo de estar. Por si les queda alguna duda, también de aquello salió un libro publicado por la Editorial Al-Mudayna, titulado "La clausura imposible: conventualismo femenino y expansión Contrarreformista" que me dio unos cuantos dolores más de cabeza pero a cambio de la satisfacción de ver publicada mi obra, y de mostrarme que lo de la escritura era un entretenimiento al que podría cogerle gusto...Como así ha sido. No vean en estas líneas una muestra de autobombo: todo ello pertenece a una parte de mi vida agradable, pero lejana en el tiempo y que, además, tampoco me da de comer.

    Pero si llego a presidente del gobierno, ministro de lo que sea, o jefe de cualquier partido (no lo quiera Dios que decía mi adorada Lola Flores) ya pueden buscarme las cosquillas y bucear en mi pasado, que yo tengo una tesis doctoral hecha por mi y por nadie más,  y que escribí todas y cada una de sus páginas después de haberme examinado de todas las asignaturas que me correspondían y de haber escrito otro buen porrón de páginas en el equivalente al trabajo de fin de Máster que entonces llamábamos tesina, y que no era ninguna broma. Lo que acabaré por preguntarme, al igual que mi santo varón se preguntaba hace unas horas es si hay alguien más entre los que dirigen mi país (o aspiran a ello)  que haya pasado por todo eso...


domingo, 9 de septiembre de 2018

Cine para casi adultos (La Chica de Ayer, 19)

    Lo tenía todo previsto. Despistando a su madre (la parte más difícil de la operación) había rescatado los zapatos con tacón de tres centímetros que había estrenado en la boda del tío Carlos, y le había sustraído de su neceser una sombra de ojos y una vieja barra de labios que aparentemente no usaba. Le fastidiaba mucho  tener que ponerse esos zapatos aún con el recuerdo vivo de lo que le machacaron el día de la boda, y otro tanto  el tener que pintarse pero, vaya! gajes de oficio. También había que buscarse una excusa para padres, porque el plan era ir a la sesión de las 8 un viernes, y el permiso para salir se acababa a las diez; la sesión de las cinco estaba demasiado vacía o, en su defecto, llena de viejas, y ahí el acomodador (que era el brazo armado de la Censura) lo tendría más fácil para fijarse en ella y negarle la entrada. La catequesis de la Confirmación era su mejor aliada, la sesión de este viernes iba a prolongarse con un acto penitencial, los padres nunca cuestionaban las cosas que organizaba la parroquia. 

   El plan era ir a ver una película que, por gajes del oficio del censor, y ya bien muerto y enterrado Franco se había calificado para "mayores de 16 años" lo que antes era para "mayores de dieciocho y menores acompañados por sus padres o tutores"...El caso era poner impedimentos para entrar en el cine a unos pobres adolescentes que en aquella España de discotecas casposas (donde tampoco podían entrar) y comienzos del correr la heroína por las calles, tampoco tenían muchos más entretenimientos. Media clase del colegio ya había conseguido colarse usando las mismas armas: tacones, maquillajes, sujetadores con relleno y voces templadas con lo que hubiera a mano. No ir no era solo un acto de vil cobardía sino que además se perdía uno  una película nominada para varios Oscars (ganó tres) y un bombazo de taquilla. Estas últimas consideraciones le importaban mucho a nuestra chica, cinéfila de suscripción al Fotogramas y noches radiofónicas escuchando "Polvo de Estrellas"; pero también estaba la cosa transgresora de ir a donde no te dejaban, qué caramba!

    Llegados el día D y la hora H nuestra chica ejecutó su plan con la precisión de un comando de rescate y la convicción de un torero. Todos los accesorios salieron de casa ocultos en una bolsa, el dinero para la entrada ahorrado previamente  en monedas de cinco Duros, cambiado por un billete de cien para no levantar sospechas a la taquillera;  la catequesis advertida de que unas décimas de fiebre la dejaban sis asistir ese viernes y la madre controladora alejada de la zona conflictiva porque ella misma tenía un sarao con sus amigas a la precisa hora del cine. Comprada la entrada con las dos amigas co-partícipes del asalto al cine sólo les queda pasar por la puerta sin llamar demasiado la atención de aquel acomodador con cara de soplón  de la Secreta que gozaba dejando chiquillos fuera de unas sesiones supuestamente no autorizadas para ellos. Una de las tres amigas es bajita y quizás sea un problema, aunque ésta es la que ha arramplado con unas plataformas de ocho centímetros de una de sus hermanas mayores y es la más despachada del trío, y además fuma, así que penetra en el cine blandiendo de forma ostentosa su paquete de Ducados. Y... misión cumplida! Prueba superada y película vista a los catorce años, faltando dos para la edad exigida por el Censor que, en 1977 a dos pasos de ser ya definitivamente un país democrático con parlamento y todo, seguía siendo un cargo público.

    Casi cuarenta años después, en una sesión de tarde de esas tardes veraniegas donde la televisión es el ruido que ayuda a dormir la siesta, la Chica de Ayer les cuenta la batallita a sus hijos que piensan que su madre,  una de dos: o fabula que te mueres, o ha vivido en Corea del Norte. Aquí tienen la película, cuarenta años después hay que estrujarse mucho el cerebro para encontrar algo pecaminoso en ella...


martes, 4 de septiembre de 2018

Después del verano invencible

    Ayer una amiga me decía que la llegada del mes de septiembre y el inevitable final de las vacaciones veraniegas,  le produce una profunda nostalgia próxima a la depresión. Le he dicho que a mi también, aunque le he mentido piadosamente porque este año, creo que en mi lista del haber (la del debe la he aparcado lejos de mi) he apuntado tales maravillas que hablar ahora de depresión seria, cuanto menos, una frivolidad.

    Qué hay en la lista?  Aquí tienen algunas cosillas: un verano de locura, aviones para un lado y para otro, playas salvajes y domesticadas, visita al paraíso, mis polluelos siempre al lado, sol por todas partes incluso por donde no suele salir el sol, cenas con  amigos queridos, tardes de pereza, paseos por la orilla, océanos con temperatura de bañera, churros, cafés a tutiplén, ciudades monumentales a mis pies, salto del charco incluido, animales como no los había visto nunca, libros que me han tenido en ascuas muchas noches; arroz con frijoles, mi ciudad por enseñar, jamones colgados por docenas, Sevilla con todos sus colores y olores especiales. Lunes que parecen domingos y domingos que da igual que lo sean. 

   Sigo: vacaciones que se cuentan por varias semanas, puestas de sol increíbles, lunas rojas y estrellas fugaces, soles de amanecer que me pillan corriendo por la playa, tormentas tropicales que me han calado hasta las entrañas y horizontes costeros que cruzan  ballenas. Zumos de papaya y cervezas sin alcohol que saben como si lo tuvieran, acedías, boquerones, chipirones y calamares. Despertares con ventilador, o con monos aulladores, mercados de abastos, pastelerías portuguesas, niños que han crecido sin que me entere, radios que cuentan noticias que no me importan, periódicos que no he leido y televisiones apagadas.  Y también la ausencia de la wifi en tantos ratos perdidos y la presencia de aquellos que quiero en tantos ratos encontrados. Y el mar con todas sus olas, y el verano con todas sus olas de calor. 

    Y después de todo ésto aún hay quien puede justificar una depresión por muy septiembre que sea? Pues no señoras y señores, hay que meterse en el túnel de lavado llamado trabajo, o quizás también en otro llamado invierno que tantas veces corre paralelo al primero, apretar los dientes, tomarse un paracetamol, o un buen copazo, y soñar con el próximo verano invencible porque éste que lo ha sido, ya se ha quedado atrás. Ah! y yo para evitar la depresión de septiembre me compro cada año un jamón y me lo como con mis seres queridos. No es Prozac, pero es mano de santo.