domingo, 9 de septiembre de 2018

Cine para casi adultos (La Chica de Ayer, 19)

    Lo tenía todo previsto. Despistando a su madre (la parte más difícil de la operación) había rescatado los zapatos con tacón de tres centímetros que había estrenado en la boda del tío Carlos, y le había sustraído de su neceser una sombra de ojos y una vieja barra de labios que aparentemente no usaba. Le fastidiaba mucho  tener que ponerse esos zapatos aún con el recuerdo vivo de lo que le machacaron el día de la boda, y otro tanto  el tener que pintarse pero, vaya! gajes de oficio. También había que buscarse una excusa para padres, porque el plan era ir a la sesión de las 8 un viernes, y el permiso para salir se acababa a las diez; la sesión de las cinco estaba demasiado vacía o, en su defecto, llena de viejas, y ahí el acomodador (que era el brazo armado de la Censura) lo tendría más fácil para fijarse en ella y negarle la entrada. La catequesis de la Confirmación era su mejor aliada, la sesión de este viernes iba a prolongarse con un acto penitencial, los padres nunca cuestionaban las cosas que organizaba la parroquia. 

   El plan era ir a ver una película que, por gajes del oficio del censor, y ya bien muerto y enterrado Franco se había calificado para "mayores de 16 años" lo que antes era para "mayores de dieciocho y menores acompañados por sus padres o tutores"...El caso era poner impedimentos para entrar en el cine a unos pobres adolescentes que en aquella España de discotecas casposas (donde tampoco podían entrar) y comienzos del correr la heroína por las calles, tampoco tenían muchos más entretenimientos. Media clase del colegio ya había conseguido colarse usando las mismas armas: tacones, maquillajes, sujetadores con relleno y voces templadas con lo que hubiera a mano. No ir no era solo un acto de vil cobardía sino que además se perdía uno  una película nominada para varios Oscars (ganó tres) y un bombazo de taquilla. Estas últimas consideraciones le importaban mucho a nuestra chica, cinéfila de suscripción al Fotogramas y noches radiofónicas escuchando "Polvo de Estrellas"; pero también estaba la cosa transgresora de ir a donde no te dejaban, qué caramba!

    Llegados el día D y la hora H nuestra chica ejecutó su plan con la precisión de un comando de rescate y la convicción de un torero. Todos los accesorios salieron de casa ocultos en una bolsa, el dinero para la entrada ahorrado previamente  en monedas de cinco Duros, cambiado por un billete de cien para no levantar sospechas a la taquillera;  la catequesis advertida de que unas décimas de fiebre la dejaban sis asistir ese viernes y la madre controladora alejada de la zona conflictiva porque ella misma tenía un sarao con sus amigas a la precisa hora del cine. Comprada la entrada con las dos amigas co-partícipes del asalto al cine sólo les queda pasar por la puerta sin llamar demasiado la atención de aquel acomodador con cara de soplón  de la Secreta que gozaba dejando chiquillos fuera de unas sesiones supuestamente no autorizadas para ellos. Una de las tres amigas es bajita y quizás sea un problema, aunque ésta es la que ha arramplado con unas plataformas de ocho centímetros de una de sus hermanas mayores y es la más despachada del trío, y además fuma, así que penetra en el cine blandiendo de forma ostentosa su paquete de Ducados. Y... misión cumplida! Prueba superada y película vista a los catorce años, faltando dos para la edad exigida por el Censor que, en 1977 a dos pasos de ser ya definitivamente un país democrático con parlamento y todo, seguía siendo un cargo público.

    Casi cuarenta años después, en una sesión de tarde de esas tardes veraniegas donde la televisión es el ruido que ayuda a dormir la siesta, la Chica de Ayer les cuenta la batallita a sus hijos que piensan que su madre,  una de dos: o fabula que te mueres, o ha vivido en Corea del Norte. Aquí tienen la película, cuarenta años después hay que estrujarse mucho el cerebro para encontrar algo pecaminoso en ella...


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