lunes, 24 de septiembre de 2018

Vuelo de primera

    A mis hijos ya le he dicho que de mi no esperen más que una buena educación ( académica y de la otra) y muchos buenos recuerdos, principalmente de viajes y vacaciones. Así que con semejantes proyectos, y lo que cuesta moverse por el mundo, estamos condenados a la clase turista y a todos los síndromes que van con ella. Pero como la vida te hace regalos, a mi me ha hecho uno en forma de vuelo trasatlántico en primera, y sobre todo, no teniéndolo que pagar yo, que es lo mejor del regalo. Aquí les mando unas pocas reflexiones sobre el asunto y les ruego disculpen mi brevedad, obligada porque escribir en un iPad con teclado táctil no es lo mío, ya saben.

    El viaje en primera comienza en una sala VIP (« lounge »  en buen castellano) que de VIP solo tiene el cartel de la entrada y una azafata con cara de pocos amigos que te pide el salvoconducto para entrar. El público no es nada VIP porque los VIP de este mundo o tienen un avión propio o son tan VIP que llegan al avión cuando todo el mundo ya se ha subido y no necesitan ninguna sala para el rato de la espera. Pruebas? Desayuné ayer en la dicha sala VIP al lado de un tipo que se había quitado los zapatos y sus pies cantaban no solo la Traviata sino además un buen repertorio de jotas aragonesas. En la mesa de al lado, otro tipo se comió en un verbo seis cruasanes y dos bollos de pan, y como no estaba excesivamente gordo, deduje que aquello era pura gula y aprovecharse de la gratuidad de la cosa. Lo dicho, de VIP, nada.

   En primera las azafatas y azafatos tienen ya una cierta edad (y experiencia) que se nota sobre todo en que los  uniformes a veces les tiran por las costuras. Eso si, uno agradece que te traten como a una señora y te recojan el abrigo en vez de echarte una bronca por el tamaño de tu maleta de mano. Cuando el avión despega, pues hasta entonces todo el pasaje es democráticamente igual de paria, comienza un desfile de toallitas calientes, copas de champagne, aperitivos y menús de tres platos que hace que cruzar el Atlántico te cueste tres kilos en la balanza.

   Y curiosamente, esos pasajeros que te acompañan en el festín y que tú piensas que son gente importante que, o se pagan el avión a esos precios de escándalo, o tienen quien se lo pague, se quitan los zapatos, roncan, sorben los mocos y provocan todo tipo de sonidos guturales exactamente igual que veinte filas más atrás donde se sienta la plebe turista y no te dan tanto de comer. Es más , a mi lado viajaba una señora que en vez de ver tres películas como hice yo, optó por la música que propone la misma pantalla y se cantó a viva voz y sin cortarse un pelo toda la lista de grandes éxitos de la Motown y de los años noventa, cual si estuviéramos en un karaoke. No protesté (como hubiera hecho en turista) porque la señora iba feliz como una perdiz y cantaba de miedo...Ahora me pregunto si no sería una cantante famosa, porque nadie le dijo nada.

   Conclusión: por supuesto que viajar en primera es estupendo, sobre todo si el viaje dura ocho horas, pero creo que los pasajeros de primera de verdad hace tiempo que dejaron de coger los aviones para todos los públicos y vuelan con los suyos propios u otros que les alquilan o prestan otros ricos amigos o parientes. Y segunda conclusión, que hace tiempo que proclamó a los cuatro vientos: si yo fuera rica de verdad, me compraría un avión, o incluso dos por si el primero se estropea! 

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