martes, 4 de septiembre de 2018

Después del verano invencible

    Ayer una amiga me decía que la llegada del mes de septiembre y el inevitable final de las vacaciones veraniegas,  le produce una profunda nostalgia próxima a la depresión. Le he dicho que a mi también, aunque le he mentido piadosamente porque este año, creo que en mi lista del haber (la del debe la he aparcado lejos de mi) he apuntado tales maravillas que hablar ahora de depresión seria, cuanto menos, una frivolidad.

    Qué hay en la lista?  Aquí tienen algunas cosillas: un verano de locura, aviones para un lado y para otro, playas salvajes y domesticadas, visita al paraíso, mis polluelos siempre al lado, sol por todas partes incluso por donde no suele salir el sol, cenas con  amigos queridos, tardes de pereza, paseos por la orilla, océanos con temperatura de bañera, churros, cafés a tutiplén, ciudades monumentales a mis pies, salto del charco incluido, animales como no los había visto nunca, libros que me han tenido en ascuas muchas noches; arroz con frijoles, mi ciudad por enseñar, jamones colgados por docenas, Sevilla con todos sus colores y olores especiales. Lunes que parecen domingos y domingos que da igual que lo sean. 

   Sigo: vacaciones que se cuentan por varias semanas, puestas de sol increíbles, lunas rojas y estrellas fugaces, soles de amanecer que me pillan corriendo por la playa, tormentas tropicales que me han calado hasta las entrañas y horizontes costeros que cruzan  ballenas. Zumos de papaya y cervezas sin alcohol que saben como si lo tuvieran, acedías, boquerones, chipirones y calamares. Despertares con ventilador, o con monos aulladores, mercados de abastos, pastelerías portuguesas, niños que han crecido sin que me entere, radios que cuentan noticias que no me importan, periódicos que no he leido y televisiones apagadas.  Y también la ausencia de la wifi en tantos ratos perdidos y la presencia de aquellos que quiero en tantos ratos encontrados. Y el mar con todas sus olas, y el verano con todas sus olas de calor. 

    Y después de todo ésto aún hay quien puede justificar una depresión por muy septiembre que sea? Pues no señoras y señores, hay que meterse en el túnel de lavado llamado trabajo, o quizás también en otro llamado invierno que tantas veces corre paralelo al primero, apretar los dientes, tomarse un paracetamol, o un buen copazo, y soñar con el próximo verano invencible porque éste que lo ha sido, ya se ha quedado atrás. Ah! y yo para evitar la depresión de septiembre me compro cada año un jamón y me lo como con mis seres queridos. No es Prozac, pero es mano de santo.

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